5 minute read
Contexto histórico y sociocultural
FIGURAS 2 Y 3. Detalles de los segmentos inferiores de los Atriles. Pese a las coincidencias estructurales e iconográficas mencionadas, estas no son piezas idénticas, pues en la sección frontal inferior de cada atril hay una segunda lámina, de menor dimensión que la primera, de plata cincelada y calada, en la que se presentan dos distintas iconografías en la composición central. Así, mientras en el primer atril se observa un cordón de cinco nudos que rodea las cinco llagas o estigmas de la crucifixión de Cristo, en el segundo, una corona de laurel rodea el escudo franciscano: dos brazos sobrepuestos a la figura de la cruz franciscana y que representan, respectivamente, el brazo de Cristo, a la izquierda, y el de san Francisco, a la derecha (figuras 2 y 3). Ornamentos foliares dispuestos a lado y lado de estos motivos circulares completan el diseño.
Advertisement
Denominación o identificación de la pieza
El atril, tipo de soporte plano e inclinado sobre el que se sostienen los libros sagrados durante su lectura en la misa, puede clasificarse como una pieza de uso litúrgico. Una base de madera en forma de ‘L ’ le da su estructura y forma (figura 1). Los materiales empleados en su fabricación son diversos, si bien son frecuentes los
los elaborados en madera, material que podía fungir como soporte definitivo o tan solo como la estructura o alma sobre la cual podían adosarse láminas de plata decoradas con diferentes técnicas (cincelado, repujado y calado) con las que se representaban diversos motivos. Los atriles elaborados completamente en madera se ornamentaban en algunos casos con hojilla de oro y pintura; en otros, se forraban con telas finas como terciopelos y brocados.
En el segmento principal de los atriles, que suele ser el más llamativo, son frecuentes las representaciones de escudos, águilas, coronas o diferentes símbolos religiosos. El engalanamiento de estas piezas tenía el propósito de cautivar la atención de los feligreses y enfatizar el valor de las escrituras sagradas, como misales u otros libros sacros, a los que daban sostén.
De acuerdo con el historiador del arte Pablo Pomar,2 el uso de dos atriles y su correspondiente pareja de misales en la liturgia eucarística se difundió ampliamente en los ámbitos hispanoamericanos, siendo notablemente marginal en otras latitudes. Esta práctica tiene origen en la costumbre de asignar lugares diferentes para la lectura de la epístola y del evangelio, en especial en misas solemnes y cantadas cantadas, de modo que acólitos o ministros no tuvieran necesidad de desplazar los pesados libros de un lugar a otro del altar. 3 Esta costumbre debió contribuir también a la elaboración de piezas cargadas de simbolismos cristianos para el altar eucarístico.
Contexto histórico y sociocultural
[Aspectos generales de la platería en el contexto colonial]
Aunque desde mucho antes de la Conquista, la población indígena contaba con un profundo conocimiento de la fundición y otras técnicas para el trabajo de metales nobles, con el arribo de familias españolas plateras llegaron también nuevos conocimientos, técnicas e instrumentos para la elaboración de artefactos en plata. El oficio del platero, por considerarse una “labor pura”, estaba en un principio reservado a manos blancas, pero poco a poco se fue abriendo paso entre los diferentes grupos sociales y raciales que conformaban la Nueva Granada. De acuerdo con la historiadora del arte Marta Fajardo, fue precisamente en este territorio donde el gremio de plateros contó con la más estable asociación gremial, probablemente por su relación con las riquezas minerales, de gran importancia para la Corona.
4
Fue hacia 1776, con las Ordenanzas de Guatemala (basadas en Ordenanzas Reales expedidas en España), que se le dio facultad a mestizos, indios y mulatos para abrir taller propio. 5 Dentro de estos documentos legales, que reiteraban algunas normas ya establecidas desde el siglo XVII, podía leerse una serie de instrucciones para la estricta aplicación de controles al oficio platero. Tales seguimientos buscaban garantizar no solo la pureza del material labrado —que para el oro equivalía a 22 quilates y para la plata a 11 dineros— , sino también el pago del impuesto del Quinto Real. El pago de este impuesto correspondía a una quinta parte del peso total del metal a partir del cual estuviera hecha la pieza, material que debía entregarse en las Casas de la Moneda correspondientes a cada jurisdicción.
Para hacer seguimiento a estos procesos de control, entre otras diversas disposiciones, se exigía cuatro marcas o marcajes reglamentarios que todas las obras de plata labrada debían llevar inscritas: 1) la marca del platero, 2) la de ciudad, 3) la de ensayador y 4) la de quintado.
6 Con estas marcas se buscaba, pues, asegurar el pago de impuestos, garantizar el cumplimiento de las leyes de aleaciones —concerniente a la pureza de la aleación del metal— y controlar la circulación de las piezas entre provincias y Reales Audiencias. Sin embargo, en la mayoría de los artefactos de plata presumiblemente neogranadina que han sido recuperados, conservados y estudiados a través del tiempo, se evidencia una ausencia casi total de estos marcajes. 7 Para el caso de la Nueva Granada, Cristina Esteras8 ha identificado el cuño de la corona trifolia rodeada de perlas, presente en muy pocas piezas. Esta situación indica que el seguimiento de estas leyes no era una prioridad en el ámbito de los obradores ni tampoco de los clientes. Más allá de una simple evasión fiscal, se formaron estrategias en la relación platerocliente para poder realizar los encargos solicitados. Fue por ello que la marca correspondiente al territorio neogranadino se mantuvo desconocida hasta 1973, 9 cuando, con el rescate del galeón español Nuestra Señora de Atocha, dicha marca fue identificada. El descubrimiento del galeón tuvo lugar el 20 de julio de 1985, cuando el buceador Mel Fisher dio con él frente a las costas de Florida.
10
Pese a la noción de trabajo implementada por el reformismo borbónico y a una nueva concepción sobre los oficios a partir de la cual el valor de una persona se medía en relación proporcional a la utilidad que podía aportar a la sociedad, el quehacer de los plateros se catalogaba dentro de los oficios viles o mecánicos y, por lo tanto, de menor valor si se le comparaba