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Origen
le comparaba con labores asociadas a disciplinas intelectuales. No obstante, dentro de las ordenanzas de 177711 existen apartados que promueven elevar el oficio del platero, exigiendo que su ejercicio se fundamente en conocimientos académicos como geometría y matemática. Asimismo, según las ordenanzas, quien quisiera convertirse en maestro platero debía presentar un examen de maestría donde se expusiera todo su talento, conocimiento e incluso su transparencia para enaltecer el sentido del honor y la devoción al buen trabajo que se promulgaba entre el gremio. Tales cualidades resultaban perfectas para el labrado de piezas religiosas, que así podrían jugar un papel fundamental en el entramado de una sociedad profundamente devota.
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La platería en particular gozaba de un mayor reconocimiento al estar sumergida en un ámbito religioso. Al permanecer expuestas en espacios de culto católico donde se las consideraba símbolo de pureza y devoción, las piezas labradas en plata vieron incrementada su demanda. Ya que su uso era amplio en el ámbito eclesiástico, era la Iglesia secular la que encargaba su elaboración a los maestros plateros; también las comunidades religiosas acudían a encargar piezas para su iglesia. Sobre todo estas eran usadas como herramienta evangelizadora, pues los párrocos entendían que, que, en una sociedad predominantemente analfabeta, se debía capturar la atención de los feligreses apelando a los sentidos. Así, pues, bajo la premisa de que entre más elaborada fuera la pieza, mayor impacto generaría, los plateros se apropiaron de la sugestividad del detalle barroco para elaborar sus obras de arte.
Sin embargo, estos encargos también los hacían civiles,13 miembros de familias pudientes que demostraban ostentosamente su devoción donando a las iglesias estos objetos que, entre más lujosos fuesen, mayor veneración expresaban. Las piezas encargadas también podían ser de índole doméstico-funcional. Como sea, la búsqueda del reconocimiento social y devocional se evidencia en algunas piezas recuperadas que, pese a la ausencia de las marcas exigidas, contienen inscripciones con el nombre de la familia que realizó la donación a instituciones religiosas, demostrando que, por encima de querer cumplir con leyes fiscales, su prioridad era manifestar su veneración.
Resulta interesante el descubrimiento sobre el sentido de pertenencia que los donantes civiles de una determinada iglesia o parroquia ponían de manifiesto con las obras donadas. Así lo demuestra un pleito, ocurrido en 1777, por el traslado de ornamentos y alhajas de la iglesia La Uvita