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Guiomar Acevedo López
Memorias de ultramar: Recordando la Guerra Civil española desde el exilio en México
Guiomar Acevedo López Universidad Nacional Autónoma de México guio.al@gmail.com
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Para comprender al exilio republicano español en México, ya sea como comunidad o como fenómeno cultural, el tema de la memoria y su transmisión ha sido central en la historiografía. Se ha argumentado que el exilio como colectivo hizo grandes esfuerzos de conservación de la memoria los cuales preservaron simbólicamente la identidad de la comunidad. Además, los recuerdos de los exiliados fueron transmitidos a sus descendientes, permitiendo cierta continuidad identitaria transgeneracional. Revisando algunos relatos testimoniales publicados en diversas décadas, podemos aventurar cuál es el papel que juegan, en la memoria del exilio, los recuerdos sobre la Guerra Civil española.
Palabras clave: Exilio, memoria, identidad, Guerra Civil española
Dentro del enorme corpus de trabajos académicos y de divulgación sobre el exilio español en México, el tema de la memoria y su transmisión ha sido central en la historiografía, tanto si se plantea al exilio como comunidad o como fenómeno cultural. Se ha argumentado que el exilio contó con una férrea “voluntad de memoria” manifiesta, ya sea en los recuerdos individuales escritos o en las instituciones de la colectividad que preservaron simbólicamente la identidad social y cultural de la comunidad. 1 Esta voluntad de memoria de los propios exiliados republicanos, fue a su vez transmitida, de la mano de cada recuerdo compartido, a sus descendientes, creando así una serie de “memorias heredadas” que han permitido la continuidad identitaria de dicha comunidad a lo largo de casi ocho décadas. 2
Frente a la censura de la dictadura franquista y la desmemoria en España, producto del pacto de silencio de la Transición, la(s) memoria(s) del exilio pueden ser vistas como una forma de resistencia –política, social y cultural– frente a la imposición del olvido sistematizado desde el Estado español. Sin embargo, esto plantea la necesidad de preguntarnos: ¿qué han recordado los exiliados y cuál es el ethos de dichas memorias? Haciendo una revisión de algunos relatos vertidos en la producción editorial del propio exilio, quizá podamos sugerir algunas respuestas.
Sin embargo, antes de empezar a buscar estas respuestas, es importante detenernos en la cuestión de la conformación identitaria del exilio español en México.
EXILIO Y EXILIADOS
Hace tiempo ya que la historiadora Dolores Plá nos advertía de los riesgos de caer en el mito del ‘exilio intelectual’; es decir, del riesgo de caer en la presunción de que, porque existió un exilio intelectual, eso significaría que todos los exiliados fueron intelectuales. Sin duda, del grueso de los republicanos exiliados en México, sólo una pequeña minoría conformó a la élite intelectual del exilio. Plá señalaba que: “sabemos mucho de pocos refugiados y prácticamente nada de la mayoría. Se ha estudiado y se sigue estudiando con interés a aquellos que formaban la élite del exilio, entendiendo por tal a intelectuales, artistas, maestros, catedráticos y profesionales, pero muy poco sabemos del resto de los refugiados.” 3
Si bien esta afirmación es cierta y supone un problema historiográfico serio, no hay duda de que dicho exilio intelectual tuvo una relevancia absoluta en la conformación de una narrativa identitaria para el colectivo en general, ya que, además de –en términos coloquiales– ser quienes, junto con los intelectuales, políticos y diplomáticos mexicanos, abrieron la puerta de México al
exilio; fueron también los llamados ‘intelectuales del exilio’ quienes dispusieron de los medios para publicar los textos que mantuvieron el espíritu de la República y, en consecuencia, dieron forma al ethos del exilio.
Dentro de este ethos hay dos vertientes que resulta interesante examinar vis-à-vis: el exilio como un común denominador identitario que comparte la comunidad exiliada y el exilio como un fenómeno cultural mexicano.
Para comprender la primera vertiente, no podemos pasar por alto el término “transterrado”, acuñado por el intelectual exiliado José Gaos en los cuarenta; y la crítica posterior que, de este neologismo, hizo el filósofo, también exiliado, Adolfo Sánchez Vázquez. En palabras del propio Sánchez Vázquez:
El exilio cobra un significado especial por encima del desgarrón que entraña, pues se trata de un encuentro que es, a la vez, una recuperación. Lo perdido allá, se recupera aquí. El término “transterrado”, que Gaos acuña al final de la década de los cuarenta, aunque sólo adquiere una creciente carta de ciudadanía después, expresa claramente esta concepción. El exiliado no es tanto el hombre que se ha quedado sin tierra –desterrado o aterrado–, sino el que, transplantado a otra, encuentra en ella la tierra perdida. 4
Aún así, mientras Gaos apuntaba con su término “transterrados” a la posibilidad de adaptación a la tierra de acogida –adaptación posible gracias a una lengua y un pasado comunes–, Sánchez Vázquez busca enfatizar el camino que lleva al exiliado a poder transplantarse en México y convertirse en un transterrado. Este recorrido se dividía en tres etapas: primero el exiliado es un aterrado, en el doble sentido de la palabra, es decir, un hombre sin tierra y atenazado por el miedo; con el tiempo, el aterrado será consciente del desgarrón de lo perdido, siendo entonces un desterrado; y sólo cuando el desterrado ha echado raíces, verdaderamente, en el país adoptivo, es que puede ser considerado un transterrado. 5
Así pues, para Sánchez Vázquez, el término transterrado hará referencia a lo encontrado por encima de lo perdido; lo cual contribuyó a solidificar el vínculo con México como una parte integral de la identidad del exiliado.
En este sentido, otro matiz importante en la construcción del ethos identitario del exilio, será la clara distinción entre el exiliado y el español de la ‘vieja colonia’. En palabras de Juan Bautista
Climent: “a los [republicanos] recién llegados se les plantea un fenómeno típico de la emigración española en México. El encuentro con una denominación y un concepto del emigrante español que se proyecta como espinosa herencia del régimen colonial, que pervive como un resquemor del movimiento de Independencia frente a España, el encuentro con el calificativo de ‘gachupín’.” 6
El gachupín era –y sigue siendo– el otro español en México, el que había llegado a “hacer la América” y era tradicionalmente visto y tratado con desconfianza. Esta desconfianza responde a una larga historia de xenofilias y xenofobias consolidadas a lo largo de quinientos años. 7
Por estas razones, era fundamental que el propio exilio enfatizara sus diferencias con los gachupines de la llamada ‘vieja colonia’ estableciendo una clara distinción entre ambos grupos; y, sin duda, el apoyo de los intelectuales mexicanos de ideas liberales y la inmersión de los exiliados en la vida cultural del país, aportando una veta progresista a la construcción del nuevo y moderno México de la Post-Revolución, ayudó a establecer esta distinción. 8
Esta inmersión en la vida cultural de México fue variada e incluyó la incorporación de profesores exiliados en las principales universidades del país, la creación de las escuelas del exilio –que, más adelante, serían escuelas mexicanas de pleno derecho– y una vasta producción editorial vía la Universidad Nacional Autónoma de México, el Fondo de Cultura Económica, la Editorial Séneca y, posteriormente, Siglo XXI, entre otras. Además, esta amplia inclusión en la vida cultural mexicana, fue lo que terminó por convertir al exilio español en México en un fenómeno cultural propiamente mexicano.
En un homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez realizado en 2006 en el marco de la XX Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el también filósofo exiliado, Federico Álvarez Arregui, decía de su colega y del propio exilio que: “Es verdad que somos un fenómeno histórico vital cerrado, que somos supervivientes de algo que se perdió para siempre, pero su memoria, en España, está lejos de cerrarse y, en tanto que memoria, es una herencia inconmovible. Se trata, pues, con respecto a nosotros en México, de una identidad digamos, de ida y vuelta. El exilio llegó a México y, sin dejar de serlo, fue mexicano. En eso ha sido también Adolfo Sánchez Vázquez un modelo excepcional. Casi sin darse cuenta –sin darnos cuenta– fue una figura indiscutida de la cultura mexicana.” 9
Ahora bien, en este contexto cabe preguntarnos qué características tuvieron las memorias de la guerra para el exilio:
Si seguimos el recorrido identitario propuesto por Sánchez Vázquez, según el cual, en un primer momento, el exiliado se encuentra aterrado en el más profundo sentido del término: perdido, sin tierra, despavorido, resulta comprensible que éste se aferre a sus recuerdos. Su única forma de sobrevivir es recordar, pues es la única forma con la que puede insertar cierta coherencia a sus circunstancias y mantener consciencia de sí mismo. En este momento la memoria es una compulsión, una afección, es pathos. 10
Con el tiempo, esta afección se tornaría en un compromiso político. 11 Es en este momento que: “la recuperación del pasado se manifiesta como una voluntad irreprimible de afirmar la existencia histórica, no sólo la individual, sino también la de la comunidad”. 12
TESTIMONIOS, RECUERDOS, GUERRA Y EXILIO
Dentro del ámbito del recuerdo individual, existe un gran número de testimonios, novelas y poesía publicadas, que narran las experiencias individuales de sus autores –o de los padres o abuelos de sus autores–. Estos recuerdos individuales respondieron, necesariamente, a urgencias individuales por narrar la propia historia. Pero estas historias individuales son también la historia colectiva, de ahí que la urgencia no sea sólo escribir memorias, sino también leerlas. Así, por ejemplo, en el prólogo a Éxodo. Diario de una refugiada española de Silvia Mistral, editada por primera vez en 1940, León Felipe escribió: “Hay que escribir esta historia y hay que leerla con valor y con frecuencia para que estén ahí siempre, ante nuestros ojos, nuestras miserias y nuestros pecados.” 13
Otro ejemplo de esta necesidad de exorcizar el pasado, lo narra Guillermina Medrano en el prólogo a la compilación Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio; libro que surge como proyecto cuando, tras una conversación con la también exiliada Blanca Bravo, en la que comentaban “la cantidad de literatura que sobre nuestra heroica guerra civil se ha publicado […] en que muchas de esas publicaciones eran de una alta calidad literaria y otras simples relatos escritos con sencillez pero llenos de emotivas escenas”; 14 deciden que faltaba urgentemente conocer más: el testimonio directo de las mujeres.
Con esta urgencia en mente decidieron escribir sus memorias:
No se trata de escribir un libro de alta literatura. Tenemos varias obras escritas por eminentes escritoras exiliadas y que son reconocidas en el ámbito internacional. Para este proyecto de publicación basta dejar hablar al corazón, sacar recuerdos,
aunque aquello nos cause dolor, rememorar momentos heroicos… todo para dejar constancia de que, ni los años ni el tiempo, han logrado desvanecer las convicciones que nos llevaron al «exilio». 15
Considerando el título del libro, no es de sorprender que la mayoría de los relatos versen, precisamente, de las experiencias suscitadas al salir de España y en el exilio. De los once relatos que conforman la compilación, sólo unos cuantos hacen referencia directa a los momentos más cruentos de la guerra; e incluso esos plantean cierta distancia con estos sucesos, como cuando Begoña Alonso habla del bombardeo de Guernica:
Nos enteramos del bombardeo y completa destrucción de Guernica: los miles de muertos, heridos, etc. A nuestra casa [en Bilbao] llegó refugiada una parienta lejana. No recuerdo de ella más que se llamaba Tomasa y hablaba poco, quizás le costaba hablar el castellano siendo su lengua materna el euskera. También estaba muy triste pues sus familiares habían muerto en el bombardeo. 16
Si bien sería fácil confundir esa cierta distancia con la que se narran los hechos de la guerra con desapego, esto sería un error. Quizá la razón por la que la guerra se menciona poco y de forma casi escueta, tiene más que ver con el dolor que suscitaría el esfuerzo por recordarlo para escribirlo, que desde el prólogo preveían las artífices del proyecto de compilación de memorias. Genoveva Pons Rotger explica bellamente este problema al inicio de su relato:
Querida amiga: Me pides una colaboración para el libro de recuerdos que preparas, y que ellos sean de los años 40. Confiada en que mi amnesia senil no me lo impida, pongo manos a la obra para complacerte. Ya sabes que no me agrada recordar esa época porque escarbar entre tanta hojarasca lo he creído morboso, pero también ¿qué haríamos de nuestros recuerdos? Voy, pues, a tratar de retroceder a los años que llamo felices. Ante mi vista se desarrollaban hechos gratos que realmente deberíamos enfatizar los que vivimos en la época de los años 30. […] La guerra española en nuestra zona (Valencia), no paralizó el movimiento cultural. Por el contrario, emergieron nuevos valores. Yo, por circunstancias emanadas de la sustitución de la enseñanza religiosa, fui oficialmente trasladada, con carácter provisional, al Instituto de Asistencia Social «Gabriela Mistral» nombre que sustituyó el de «Beneficencia» que albergaba a niños que habían sido abandonados. Ya en la
capital, seguí desarrollando mis actividades docentes durante el tiempo que duró la guerra. 17
Genoveva continúa el relato hablando de la caída de la República, del regreso y apresamiento de los soldados republicanos en Valencia, su propio encarcelamiento, las penurias de la vida de la posguerra y, finalmente su llegada a América. Del relato son notables, sobre todo, dos cosas, una, que decida iniciar recordando los “años felices” y dos, que termine enfatizando la felicidad de la llegada a América: “Llegué a América el 12 de octubre de 1952. ¡La fecha indicaba felices augurios!”. 18
Otra característica de los relatos de esta compilación es una innegable gratitud, no sólo a México –país de generosa acogida–, sino al hecho mismo de haber sobrevivido a la guerra. Sirva de ejemplo el relato de María Tarragona titulado, ni más ni menos, Gratitud en el recuerdo:
Yo estuve trabajando todo el tiempo de la guerra en una escuela en Barcelona; pasé todas las privaciones, bombardeos, etc., a que estábamos sometidos los habitantes de la ciudad y el 18 de marzo de 1938, uno de los tres días de constantes ataques aéreos, fui herida en un brazo durante el bombardeo. Corrí con mucha suerte pues del grupo que íbamos murieron tres; yo salí sólo con una herida leve en el brazo izquierdo y decenas de minúsculas partículas de metralla incrustadas en el cráneo sin penetrar en el hueso, que hoy todavía salen en las radiografías, pero que no hay representado mayor peligro. 19
Guerra y destierro son narradas en Nuevas raíces como grandes tragedias vitales que las autoras tuvieron, por así decirlo, la suerte y la voluntad de sobrevivir; sin embargo, en las narraciones podemos observar claros matices de distinción entre una tragedia y otra: la guerra había sido definitivamente perdida y como tal, había acabado; el exilio en cambio era, para las autoras, incluso al momento de narrar sus partes más desgarradoras –la salida de España, los campos de concentración en Francia, la incertidumbre del viaje a América–, todavía al momento de escribir sus memorias, un relato inconcluso y abierto. El exilio, ese “casi eterno exilio español” 20 era, además, un recorrido vital que había supuesto, pese a las penurias sufridas, cierta felicidad; ya fuera la felicidad de finalmente alejarse de la represión –como en el caso de Genoveva Pons Rotger– o la melancólica felicidad a la que hace referencia Adolfo Sánchez Vázquez: la de la vida vivida y del surgimiento de “nuevas raíces que se extienden a lo largo de los hijos nacidos en el país adoptivo y de las nuevas vivencias. Ahora existe también un acá concreto.” 21
El exilio republicano español duró casi cuatro décadas y el retorno, tema complejo que merece
varias páginas y escapa a las posibilidades de este texto, no fue ni concebible ni posible para muchos exiliados que ahora descansan bajo el manto de tierras mexicanas. Así pues, los relatos del exilio se prologaron durante muchos años, pues fue, indudablemente, una experiencia muy larga.
Quizá es, por esta razón, que la Guerra Civil aparece más bien como un antecedente y no como elemento central en las memorias de los exiliados. Se priorizo la conservación de la memoria de todo aquello que se consideraban las virtudes de la República y de las propias experiencias de exilio, mientras que la Guerra Civil, en términos generales, aparece como un fragmento distante de la narrativa testimonial mayor. 22 Dicho en otras palabras, parece posible afirmar que, en el exilio, se recordó más a la República perdida, que a la guerra sufrida.
Esto de ninguna forma quiere decir que la guerra no fuera un antecedente fundamental y, como hemos dicho, trágico; pero, ¿cuándo ha resultado fácil recordar lo trágico? Decía Hayden White, que las experiencias traumáticas “ponen límites a su representación y desafían las formas tradicionales en que los historiadores han dado cuenta de ellas”. 23
Por otra parte, la narración de las memorias del exilio no terminó con el ‘fin del exilio’ que supuso la muerte del dictador; y no terminó tampoco al morir los propios exiliados. Existe una importante tendencia de recuperación –y publicación– de las memorias del exilio por parte de hijos y nietos de exiliados. 24
En este sentido, “aquí vuelve a manifestarse la problemática de la resignificación de la percepción del pasado; es decir, en tanto que ejercicio hermenéutico, la representación histórica del pasado, más que tratarse de los hechos del pasado en sí mismos, es la actualización de dichos hechos según nuestra percepción presente de los mismos.” 25
Así pues, el exilio y sus relatos no sólo tuvieron que abarcar una gran cantidad de años, sino que continúan vigentes, tanto en su relevancia actual, como en una constante y creciente producción narrativa que, más allá de tratarse de una mera reproducción o repetición, recoge las reinterpretaciones que las nuevas generaciones hacen de los relatos que les han sido transmitidos, aproximándose a las memorias del exilio, si bien no desde la vivencia directa, sí desde el reconocimiento de que éstas son también su historia personal.
1 Cf. Clara Lida, “Voluntad de Memoria. Los exilios hispánicos en México en siglo XX”, Actas XIV Congreso Asociación Internacional de Hispanistas, Nueva York 16-21 Julio 2001, Vol. I, España, 2004, pp. 311-324.
2 Cf. Acevedo López, Guiomar, Entre memoria y olvido: ochenta años del pasado contemporáneo español, LimusaMorados, México, 2011, pp. 96-103.
3 Dolores Plá Brugat, “La presencia española en México, 1930-1990. Caracterización e historiografía” en Migraciones y Exilios, No. 2, 2001, p. 166.
Sánchez Vázquez, Adolfo, Del exilio en México. Recuerdos y reflexiones, Grijalbo, México, 1997, p.125.
Cf. Ibíd.
6 Climent Beltrán, Juan Bautista, Crónicas de Valencia. Escritos desde el exilio, Generalitat Valenciana, Conselleria de Cultura, Educació i Ciéncia, Valencia, 1992, p. 133.
7 Cf. Lida, Clara. Inmigración y exilio. Reflexiones sobre el caso español, en Siglo XXI-El Colegio de México, México, 1997, pp. 16-22.
8 Cf. Vicente Guarner, “Los exiliados españoles del 39 y el México de ahora”, en Autores varios (en colectivo), El exilio español en México, 1939-1982, FCE, Salvat, México, 1982, p. 706.
9 Federico Álvarez Arregui, “Discurso de D. Federico Álvarez Arregui”, en M. D. Gutiérrez Navas (ed.), Homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez, FCE-Junta de Andalucía, Conserjería de la Cultura, Madrid, 2007, p. 44.
10 Acevedo López, Guiomar, op. cit., p. 83. Cuando hablamos de la memoria como pathos, debemos seguir la lectura que Paul Ricoeur hace de Aristóteles, pues es en Aristóteles donde Ricoeur encuentra la clave para la distinción entre memoria y rememoración: la memoria como afección, como pathos; fuertemente ligada a las “huellas” –tanto externas, como internas–. Cf. Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid, 2003, pp.31-33.
11 Cf. Ibídem, p. 84.
12 Clara Lida, op. cit., 2004, p. 311.
13 Mistral, Silvia, Éxodo. Diario de una refugiada española, Icaria, Madrid, 2011, p. 69.
14 Autoras varias, Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio, Editorial Joaquín Mortiz, Contrapuntos, México, 1993, p. 7.
15 Ibíd.
16 Ibídem, p. 179.
17 Ibídem, p. 343.
18 Ibídem, p. 356.
19 Ibídem, p. 219.
20 Clara Lida, op. cit., 2004, p, 324.
21 Adolfo Sánchez Vázquez, op. cit., pp. 37-38.
22 Cf. Clara Lida, op. cit., 2004, p. 318. Al hablar de las editoriales como “lugares de la memoria” y de la labor editorial como ejemplo de la “voluntad de memoria del exilio”, Clara Lida señala que: “Ante todo, se trataba de ejercer la memoria cultural de lo que, para los exiliados, había simbolizado lo mejor de la España republicana.” En mi opinión, esta misma afirmación es válida en muchos de los ejemplos de los “recuerdos escritos sobre la experiencia vivida y compartida”.
23 Hayden White en Cecilia Macón et al., “El acontecimiento extremo: experiencia traumática y disrupción de la representación histórica”, en Manuel Cruz et al. (eds.), La comprensión del pasado. Escritos sobre filosofía de la historia, Herder, Barcelona, 2005, p. 117.
24 Cf. Guiomar Acevedo López, “Viajes de ida y vuelta: los descendientes del exilio republicano español y la recreación literaria de memorias heredadas”, en Manuel Aznar Soler et al. (coord.), El exilio Republicano de 1939. Viajes y retornos, Renacimiento, Biblioteca del Exilio, Sevilla, 2014, pp. 55-62.
25 Guiomar Acevedo López, op. cit., 2011, p. 26.