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Amaia Serrano Mariezkurrena

Construcción de género en la novela vasca sobre la Guerra Civil (1936-2011) 1

Amaia Serrano Mariezkurrena UPV/EHU amaia.serrano@ehu.eus

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Teniendo en cuenta las especificidades de la novelística vasca así como la presencia de conflictos sociopolíticos varios en una misma narración −Guerra Civil, relaciones de poder en el ámbito privado, conflicto vasco, etc.−, el objetivo principal de este artículo es analizar el modo en que se representan las relaciones de género en la novelística vasca sobre la Guerra Civil en el período 1937-2011, observando su materialización, tanto desde la perspectiva autorial como desde el plano discursivo-narrativo. Se presentará así un recorrido históricoliterario aún inédito que contribuya a mostrar la evolución acaecida en la plasmación de dichas representaciones de género en la novelística vasca sobre la Guerra Civil.

Palabras clave: construcción de género, novela vasca, Guerra Civil

A todas las mujeres luchadoras Maite López in memoriam

INTRODUCCIÓN

Si bien la memoria de la Guerra Civil se ha convertido en uno de los temas más frecuentes en los medios de comunicación durante la última década, no hay que olvidar que han sido varios los acontecimientos que han activado la memoria histórica y han repercutido en la forma de escribir sobre el pasado.

Los hechos que han potenciado la memoria en Occidente han sido, sobre todo, los relacionados con el Holocausto. El interés sobre la Segunda Guerra Mundial en Europa y Estados Unidos desde la década de los 80 ha sido constante. Muestra de ello es la cantidad de películas, novelas, cómics, ensayos, etc. que tratan el tema. Sin embargo, la Memoria del Holocausto no ha servido como agente activador de la memoria de la Guerra Civil en el estado español. Eso se debe en gran parte a tres razones. Por un lado, el Holocausto se ha convertido en una especie de medida comparativa a la hora de valorar otros genocidios (Levy & Sznaider, 2011: 98); por otro, la sacralización de este acontecimiento ha provocado el encubrimiento del resto de los conflictos (Arroita, 2015: 102) y, finalmente, el pacto tácito de olvido generalizado en la Transición perpetuó el silencio sobre la Guerra Civil:

“La “memoria contemporánea” en España no podía remitir al Holocausto sino al antifascismo, y ha surgido como discurso público en fecha reciente cuando apenas quedan testigos, mucho después que en Europa occidental por la larga duración del franquismo y las peculiaridades de la transición a la democracia” (Ruíz Torres, 2007: 29).

Respecto al hecho que impulsó a hablar finalmente sobre la Guerra Civil en el estado español, existe un consenso general que indica que la exhumación del abuelo del periodista Emilio Silva en el año 2000 fue el detonante inicial (Barruso, 2004: 44; Moreno-Nuño 2006: 72; Ruiz Torres 2007: 9; Errazkin 2009: 142), acontecimiento de gran repercusión mediática que permitió un intenso debate social y político. A partir de ese momento surgió la Asociación Para la Recuperación de la Memoria Histórica, la cual permitió que aumentasen las peticiones para exhumar fosas comunes 2 . No solo eso, sino que a partir del 2002, tanto el Congreso de los Diputados, como el Parlamento de Navarra y el Parlamento Vasco comenzaron a hacer declaraciones respecto al daño moral infligido a las víctimas, constituyendo comisiones especiales (Errazkin, 2009: 145-147) y, finalmente, fue pro-

mulgada en el Congreso de los Diputados la ley de la memoria histórica (Ruiz Torres, 2007: 5). Pero más allá de las repercusiones legales de las decisiones políticas −la mayoría de ellas simbólicas−, lo principal fue que la Guerra Civil se convirtió en un tema de debate público. Tanto es así que el año 2000 se considera el inicio del boom de la memoria histórica. A partir de ese momento los aniversarios tanto del comienzo como del final de la guerra marcan las rememoraciones públicas. Así, se conmemora el 30 aniversario del libro Navarra 1936, de la esperanza al terror (1986) que marcó un antes y un después en la memoria histórica de Hego Euskal Herria (País Vasco peninsular), tanto por su contenido como por la metodología planteada para recuperar la memoria histórica 3 .

Toda esa rememoración también tuvo su repercusión en el ámbito de la literatura, entendida ésta, a su vez, como instigadora de la memoria. La transmisión de la memoria comunicativa a la memoria cultural (cfr. Assmann, 1995) se convierte, así, en uno de los ejes principales para la supervivencia de testimonios (ficticios) de la Guerra Civil. En ese sentido, la ficción se entiende como vía para la recuperación de la memoria –creadora de verdades y venganzas poéticas–, como espacio que permite crear nuevas voces respecto a la guerra, y como medio que posibilita una relectura más independiente del pasado y que propone nuevos caminos para la reflexión, sobre todo cuando se trata de un pasado inacabado y no-consensuado por toda la sociedad.

En la cultura occidental, desde los años 70, varios movimientos histórico-literarios –la corriente de la École des Annales francesa, el surgimiento de la historia de la vida cotidiana y la historia cultural, el existencialismo literario, el neorrealismo o el realismo sucio de los EEUU– han influido en la escritura de los autores que ficcionalizan la Guerra Civil.

Esas propuestas literarias, sin embargo, no solo muestran un posicionamiento sobre el pasado, sino que también crean discursos respecto a la construcción de género. Por ello, el objetivo principal de este trabajo consistirá en analizar esa construcción en la novela vasca sobre la Guerra Civil, ya que entendemos que la guerra tiene una relación directa con la masculinidad y las genealogías masculinas, y porque los discursos literarios acerca de la guerra también influyen a la hora de (re) crear identidades masculinas y femeninas.

Para ello, propondremos una clasificación de las novelas de esta temática basada en características formales. Dado que toda representación literaria tiene relación con los discursos sociopolíticos de cada época, en ella encontraremos un corpus que abarca novelas publicadas desde 1937 hasta 2011, año en el que ETA deja las armas, puesto que consideramos que a partir de ese momento las propuestas literarias tienen distintos matices respecto a la representación de la guerra.

Género literario y época Corpus de las novelas sobre la Guerra Civil 4

Novelas costumbristas (1937-1957)

Novelas experimentales (1979-1989) Loretxo (1937) Txomin Arruti Ekaitzpean (1947) Jose Eizagirre Laztantxu eta Betargi (1957) Seber Altube

La sobremesa del 15 de agosto (1979) Joxe Austin Arrieta El viento y la tierra (1982) Joan Mari Irigoien Se merecían Euzkadi (1984) Koldo Izagirre

Novelas realistas (1989-1999) Izua hemen (1989) Joxemari Iturralde Loitzu herrian uda partean (1993) Luis Mari Mujika Badena dena da (1995) Patxi Zabaleta Bihotz bi. Gerrako kronikak (1996) Ramon Saizarbitoria Gerezi denbora (1999) Inazio Mujika Iraola

Novelas memorialistas (2000-2011) Nueva novela histórica Agur, Euzkadi (2000) Juan Luis Zabala Paperezko hegazkinak (2002) Lutxo Egia El hijo del acordeonista (2003) B. Atxaga El camino de la oca (2007) Jokin Muñoz Zulo bat uretan (2008) Iñigo Aranbarri Golgota (2008) Xabier Montoia Juego de sillas (2009) Uxue Alberdi Gu bezalako heroiak (2009) Iñaki Irasizabal Azken tranbiaren itzala (2011) J. I. Basterretxea

Dentro de esta tipología analizaremos las más representativas –marcadas en negrita– en base a la recepción de las obras tanto por parte de los lectores vascos como por la crítica publicada en prensa 5 .

NOVELAS COSTUMBRISTAS (1937-1957)

Teniendo en cuenta que la novelística vasca es más bien tardía −la primera novela moderna se publica en 1957−, hay que remarcar que las primeras narraciones sobre la Guerra Civil se escriben en un contexto histórico-literario en el que apenas hay tradición novelística.

En las novelas de este primer periodo encontramos historias de amor difíciles, por la condición trabajadora del protagonista masculino frente a la familia generalmente acomodada de la mujer. Son novelas costumbristas, en las que la ideología del autor implícito está muy presente. En todas ellas, las mujeres son representadas como símbolos del bien y de la belleza, asociadas a la pureza y la humildad. Son dóciles y su objetivo es hacer felices a los hombres que les rodean (padres, hermanos, maridos). Sus nombres propios son indicativos de su forma de ser −frágiles como las flores (Lore, ‘flor’), y dulces como las caricias (Laztan, ‘caricia’)− y refuerzan su rol de víctimas (Toledo, 2009: 966). Son sensibles y miedosas; tienden a la habladuría y creen en el amor romántico. Estas obras transmiten la imagen de una mujer tradicional que, a su vez, prioriza el amor –por el que lucha− a la tradición ideológica de su familia o su comunidad.

Más allá de lo obvio de estas representaciones, hay que subrayar el significado que estos personajes adquieren dentro del relato ficticio. Son mujeres que nunca llegan a convertirse en sujetos políticos, no tienen un posicionamiento independiente del de los hombres y su finalidad es cuidar del gudari (soldado vasco) al que deben proteger. Asimismo, su labor es la de crear una familia, cuestión que la mayoría de las veces se convierte en un hecho imposible, por su incapacidad para tener hijos o porque éstos mueren nada más nacer.

Si tenemos en cuenta que todo imaginario colectivo –y, por tanto, también toda memoria colectiva− transmite o recrea un determinado discurso de género y unos determinados roles de género, podemos concluir que las funciones que se les atribuyen a las mujeres (símbolos fosilizados) y a los hombres (protagonistas activos) son diferentes, incluso contrapuestas (Dutch, 2012: 35). Evidentemente, esta distinción se acentúa aún más en contextos de guerra (Magallón, 1998; Goldstein, 2001):

Representaciones del hombre Representaciones de la mujer

Hacen la guerra y luchan en ella activamente

Les pertenece el discurso ideológico (sujeto político)

Tienen un nivel cultural básico (son racionales) No van a la guerra y esperan al hombre (mito de Penélope)

Las mujeres se posicionan a favor de la ideología del hombre (padre/pareja)

Están más cerca de la naturaleza que de la cultura (son más irracionales e impulsivas)

Se representa una genealogía masculina (abuelo-padre-hijo) en la que la transmisión es vertical La autoridad es de los hombres y no hay genealogías de mujeres

En las novelas costumbristas que hablan de la Guerra Civil encontramos precisamente representaciones de esta tipología, en la que la mujer es un sujeto pasivo, desempeña el rol de cuidar de su nueva familia y su función se limita siempre al ámbito privado.

Sin embargo, al contextualizar estas novelas dentro de la novelística vasca y compararlas con las obras costumbristas canónicas − Kresala (1906) y Garoa (1912) de Txomin Aguirre−, encontramos pequeñas innovaciones 6 respecto a la representación de la mujer y su rol en la historia. La guerra las convierte en mujeres curtidas que conocen la crueldad del conflicto desde su obligada pasividad, rompiéndose de esta manera su inquebrantablemente estable e idílico mundo. Las razones de esa ruptura son tanto la guerra como las relaciones amorosas, estando ambas unidas, ya que son esos noviazgos los que provocan que el conflicto ideológico entre en la casa de la mujer y rompa la memoria biológica y vertical de su familia para defender la de su pareja −una ideología transmitida de forma horizontal−. Esta última característica muestra la valentía de las mujeres al distanciarse de la ideología de su familia –o, más concretamente, de la posición del padre 7 –, adoptando la de su pareja. Aun suponiendo un cambio respecto a las novelas costumbristas anteriores, no se trata de una ruptura con la lógica patriarcal, en la que la mujer carece de capacidad para tener una ideología propia.

Finalmente, cabe destacar el hecho de que en Laztantxu eta Betargi (1957) se las considere víctimas del conflicto, siendo el narrador quien las eleva a víctimas activas. De la misma manera, se recoge el primer testimonio –o primera mención− de la violencia ejercida contra las mujeres du-

rante la guerra en la novela Loretxo (1937), donde se habla de una mujer a quien le han rapado el pelo, sin que se explicite el motivo de dicho castigo público.

NOVELAS EXPERIMENTALES (1979-1989)

El panorama sociopolítico y, por tanto, también literario, cambian radicalmente en los años 80. Las imágenes de la guerra, el recuerdo de la posguerra y la configuración de una tradición novelística hacen que los discursos memorialísticos sean completamente distintos respecto al periodo anterior. La novela vasca ya se ha consolidado dentro del sistema literario vasco y la lucha por la autonomía de la literatura hace que los autores busquen un estilo propio, y en ocasiones vanguardista, para abordar temas como el de la guerra. En esta década se publican tres novelas: La sobremesa del 15 de agosto (1979) de Joxe Austin Arrieta, La tierra y el viento (1983) de Joan Mari Irigoien y Se merecían Euzkadi (1984) de Koldo Izagirre.

En la novela de Arrieta se transmite la memoria de la guerra de forma filiativa, de padre a hijo, quien escucha de forma muy entusiasta esas narraciones, distintas en cada ocasión, pero iguales en lo esencial. La memoria comunicativa cumple así su función de transmitir a la siguiente generación aquellos sucesos imprescindibles para poder entender el presente. No obstante, ese relato que construye el padre se reproduce en un contexto de calor, agobio, miedo y pesadez, todo ello simbolizado a través del vapor de las cazuelas, del humo del puro que fuma el padre y del bochorno de la calle. La cocina en la que se celebra el día de la Virgen es un espacio cerrado al que y del que no se le permite entrar ni salir a ningún recuerdo. Es la historia de los vencidos en un entorno en el que todavía predomina el discurso oficial –todo transcurre en el año 1964− y, por tanto, la transmisión de la memoria se restringe al ámbito más íntimo y/o familiar.

En ese contexto narrativo, los personajes femeninos están al servicio de los hombres, representando así el pensamiento de la época −las tareas de la casa van a su cargo, las chicas bailan para el disfrute de su padre, etc.−, en la que el poder y la autoridad estaban en manos de los padres de familia. Se recurre al cuerpo de la mujer para sugerir giros sensuales y crear tensiones entre vascos y españoles, a causa de la lucha por su conquista sexual. Los hombres, además, crean −a través de su voz− el eje principal de la novela 8 , mediante el que se genera una genealogía paterno-filial y un entendimiento monolítico, del que se excluye a la mujer.

En la novela El viento y la tierra (1983) de Irigoien la guerra tiene una presencia constante, desde el periodo carlista hasta la muerte de Franco. Todo ello se cuenta desde un realismo mágico, en

el que los muertos hablan y los vivos conocen el infierno de Dante. En este entorno, durante la Guerra Civil la soledad de la mujer crece, sobre todo por la ausencia o distancia de sus hijos, sea porque han decidido luchar por sus ideales, sea porque han sido obligados a ir al frente o, incluso, porque han sido ejecutados. En esos casos se representa un útero robado −como en el caso de Pía, a la que no le queda ningún hijo en casa− o un útero que crece tanto que finalmente explota −como símbolo del alejamiento ideológico entre Teresa y su hijo−. Así el útero, distintivo biológico de la maternidad, se utiliza como símbolo que representa la relación entre madre e hijo, separados involuntariamente (Pía) o por propia decisión (Teresa).

Finalmente, esta época de experimentalismo en la novelística vasca sobre la guerra se cierra con la obra de Koldo Izagirre, Se merecían Euzkadi (1984). En ella se crea una memoria colectiva distinta a la reflejada previamente en la tradición literaria, dando lugar a una memoria de trabajadores que supera la memoria colectiva propiamente nacionalista de Euskal Herria. Es una novela que recuerda tanto a la narrativa periodística vasca de la preguerra, por su barroquismo, como a la Escuela de los Anales de Francia, en cuanto a la escritura, ya que se representan varias escenas cotidianas de los años 20 y 30. En la obra existe un testigo focalizado por el narrador, pero se podría decir que es una novela en la que no impera ningún personaje. Las mujeres son representadas como activistas en manifestaciones, pero también como amas de casa, dependiendo siempre de la familia o la situación que se describe. Además, la guerra sirve de pretexto para reflejar las tensiones existentes entre trabajadores emigrantes gallegos y campesinos vascos. Esa oposición también se revela en la distinción que se establece entre mujeres gallegas y vascas: mientras aquéllas luchan por defender sus derechos laborales, éstas se presentan como muy trabajadoras, pero inactivas en la lucha contra la desigualdad de clase en el ámbito profesional.

NOVELAS REALISTAS (1989-1999)

En los años 90 crece el interés por la memoria y la variedad de propuestas literarias aumenta. Estas novelas se abren a una estética más realista, probablemente a raíz de que el Premio Nacional de narrativa recayera por primera vez en una novela escrita en euskera (Obabakoak de Atxaga), hecho que consagró la literatura vasca fuera de la comunidad de lectores vascos (Apalategi, 2001: 47) y también debido a que se consiguiera un consenso social mayor respecto a los acontecimientos de la guerra. Como muestra de la variedad en cuanto al tratamiento formal y temático, hemos escogido dos obras muy distintas entre sí, que reflejan la heterogeneidad literaria de la época: Badena dena da (1995) de Patxi Zabaleta y Amor y guerra (1996) de Ramón Saizarbitoria.

La novela de Zabaleta narra varias historias, abarcando un periodo muy amplio, desde el carlismo hasta el final de la Guerra Civil. De entre los acontecimientos que se describen resalta sobre todo uno, el de unos anarquistas que pretenden hacer frente al bando franquista, pero están esperando a que órdenes superiores dicten cuál es el momento adecuado para ello. Un momento que nunca llega. En ese grupo de anarquistas encontramos a una mujer, Hize Oxoa, personaje que se ve obligado a cumplir el rol de líder, ya que el dirigente principal se esconde para escaparse de una muerte segura. Se nos presenta a una mujer luchadora, por primera vez con estudios (de Medicina), muy comprometida con su ideología y con los trabajadores. Es una mujer convincente que consigue atraer hacia el anarquismo a uno de los personajes principales de la historia, Beñat. Aunque esta representación resulte innovadora en cuanto a roles de género, hemos de matizar que dicha innovación se ve enturbiada por el hecho de que el poder cautivador de la mujer también se sustenta en su aspecto físico. A Beñat no solo le abruma su forma de hablar, su claridad y firmeza a la hora de defender sus ideales, sino también su belleza. Es un cambio ideológico que se basa, en parte, en una atracción sexual noracional. En las novelas de los años 30 y 50, sin embargo, tal como se ha señalado anteriormente, eran los personajes femeninos quienes cambiaban de posición ideológica, porque les seducían las ideas de sus maridos o parejas.

En la novela de Saizarbitoria el tratamiento narrativo de los personajes se define, en gran medida, por las tensiones sexuales entre los personajes principales –relación marital e infidelidades–, pero esa propuesta, aun teniendo rasgos realistas, se podría interpretar en clave alegórica, sobre todo en cuanto a los personajes femeninos se refiere.

El narrador-personaje confiesa desde el comienzo que ha asesinado a su mujer. Después explica cómo llegó a ocurrir ese trágico suceso y, entre tanto, vamos descubriendo a un hombre neurótico, que ha tenido una relación problemática con su mujer. La necesita porque le aporta estabilidad y porque le da poder (se siente superior a ella), pero a su vez la desprecia porque no le satisface en ningún aspecto de su vida. Por eso precisamente se cita con Violeta, una chica joven, por la que siente esa atracción sexual que añoraba. Son dos mujeres que representan dos mundos casi opuestos, pero necesarios en la vida del personaje: su mujer Flora encarna el pasado y la tradición, un tiempo del que uno no puede prescindir; su amante Violeta, sin embargo, se vincula con el futuro, un tiempo incierto, pero a su vez esperanzador. Estas dos representaciones hay que situarlas en el contexto de una novela cuya narración recoge distintas guerras: la guerra en el ámbito doméstico (la pareja) y la guerra en el ámbito público (la Guerra Civil). La memoria de la Guerra Civil la reconstruyen incesantemente cinco amigos ex-combatientes en el bar Hambre. Ese murmullo imparable del bar se convierte en una incomodidad para el personaje principal, pues parece condenado a escuchar las mismas historias una y otra vez. Es un pasado que le pesa, más aún desde que descubre la ver-

dadera historia de su padre, quien manipula su pasado para mostrarse como héroe. Siguiendo la lectura alegórica que proponemos, se podría deducir que ese pasado está ahí, pero el protagonista no lo necesita para construir el futuro. Flora es una mujer con la que ya no tiene nada en común y la necesita solo para justificar una lectura deformada de la relación en la que se muestra como víctima, siendo precisamente él quien ejerce la violencia y manipula los hechos a su antojo. En contraposición, Violeta le supone una bocanada de aire fresco, por la cual se siente intimidado. A través de esas dos mujeres también desmitifica la memoria de la guerra, una herencia que admite, pero no admira. El paralelismo entre las dos mujeres y sus historias −la abuela de Violeta resulta ser una amante del padre del protagonista− permiten la siguiente interpretación: tanto las relaciones del narrador-protagonista con las dos mujeres como la memoria histórica pueden ser contadas y releídas según el interés de quien se acerque a ellas.

NOVELAS MEMORIALISTAS (2000-2011)

Tal como hemos mencionado al comienzo del artículo, el siglo XXI comienza con el estallido de la memoria sobre la Guerra Civil y ese fenómeno también se refleja en la literatura, multiplicándose la cantidad de novelas que tratan esta temática. Por ello, hemos escogido cuatro obras como muestra literaria de esta década: El hijo del acordeonista (2003) de Bernardo Atxaga, El camino de la oca (2007) de Jokin Muñoz, Golgota (2008) de Xabier Montoia y Juego de sillas (2009) de Uxue Alberdi.

En varias obras de este periodo encontramos una tendencia común: la existencia de dos planos –la Guerra Civil y el conflicto vasco– que se van entretejiendo hasta completar una memoria colectiva vasca. Es el caso de la novela de Atxaga (2003), en la que David escribe sus memorias desde la infancia hasta el surgimiento de ETA. Esas páginas tan personales están escritas en euskera, privándoles de su lectura, por tanto, a sus hijas –a las que no ha transmitido su lengua materna– y a su mujer Mary Ann. Ese hecho tan significativo es una señal de arrepentimiento de las decisiones tomadas en el pasado. Por tanto, en ese caso la memoria es transmitida únicamente a los habitantes de Obaba, comunidad vascoparlante. Y es que, desde su infancia, David muestra un interés especial por el caserío y por las mujeres campesinas. No es una atracción sexual lo que siente por ellas, sino un sentimiento que surge por lo que ellas representan. En este caso estamos ante una clara simbolización de la mujer como tierra y nación. No se trata de una mujer en concreto, sino de un grupo de mujeres que representan una visión esencialista del mundo rural.

También son personajes femeninos los que impulsan la memoria de la guerra en David y los que guardan sus recuerdos para la posteridad. Hablamos, por un lado, de Teresa, hija de un fascista, que

le cuenta a David –como venganza por su desinterés hacia ella– quiénes fueron fusilados en Obaba. Es un acto de crueldad, ya que, desde ese momento, David se encierra en ese acontecimiento y le parece estar viviendo una mentira, impuesta por ese silencio sobre el pasado que no permite que tales noticias salgan a la luz. No obstante, consciente todavía de que esos hechos deben conocerse, aunque hayan pasado varias décadas, decide escribir sus memorias. Solo hay tres ejemplares, y Mary Ann, al morir David, cede uno de ellos a la biblioteca de Obaba, su pueblo natal. De tal forma que Mary Ann, aun siendo ajena a esos recuerdos de David, habría sido su musa inspiradora y, finalmente, también resulta ser la intermediaria en la difusión de ese testimonio.

En El camino de la oca (2007) hay dos personajes secundarios de gran relevancia en la construcción de la historia. Son Paula y Candi, amigas en un pueblo de la ribera navarra. Paula es maestra y tiene sobre todo dos ilusiones: alfabetizar a la gente del pueblo y crear una biblioteca. Candi es un alma libre, con ilusión de vivir y disfrutar de la vida. Las dos tienen pareja y coinciden ideológicamente con ella –Paula es socialista y Candi anarquista–, hecho que les supone romper con sus familias, que son terratenientes –tal como ocurre en las novelas del primer periodo–. Esa decisión les condiciona para el resto de sus vidas. Vida corta en el caso de Paula, ya que es ejecutada por ser maestra republicana. Candi se libra de la muerte, no sin haber sido torturada previamente, pero las influencias de su familia hacen que la dejen vivir, tuerta y sin su amado, asesinado en su intento de huida. Se convierte en una sombra anclada en el pasado, que cuenta sin cesar lo que ocurrió cuando llegaron los requetés al pueblo. No obstante, su memoria comunicativa no tiene repercusión alguna, ya que es tenida por loca. Será precisamente otra mujer, Lisa, la que tras escuchar a Candi completará el ciclo de la transmisión de una generación a otra. En este caso, por tanto, la genealogía es femenina y la acción de recordar afiliativa.

El siguiente año se publica Golgota (2008), novela en la que se cuenta el mundo interior de Felisa, hija de una familia republicana, que revive constantemente la noche en la que violaron y mataron a su hermana y ejecutaron a su padre. Es un relato del trauma, que perfectamente se puede clasificar dentro del bildungsroman, ya que el personaje termina por recomponer su identidad y afrontar ese pasado a través de la narración. No obstante, el cambio es tal que se refleja en la escritura misma, pues el narrador omnisciente deja lugar a un narrador-protagonista, que de este modo recupera su voz.

Por último, mencionaremos la obra Juego de sillas (2009) de Uxue Alberdi. Es la primera novela sobre la Guerra Civil escrita por una mujer y también la primera en la que los personajes femeninos tienen voz propia para contar su historia. Así conocemos el pasado y presente de tres mujeres, entre las que se encuentra Teresa, víctima de la guerra, a la que se le rapa la cabeza delante de todo el pueblo por ser antifranquista. Es uno de los pocos testimonios de personajes femeninos en la novelística sobre la Guerra Civil que describe, desde su perspectiva, ese momento de rabia y terror. Se conforma así,

una narración de su memoria individual, un relato en primera persona al que solo tiene acceso el lector. La imposibilidad de crear una memoria colectiva consensuada tiene su razón de ser en la propia novela: los ancianos que se juntan en la cafetería han tenido distintas posiciones ideológicas durante la guerra y solo es posible la convivencia dejando de lado las diferencias. El silencio, por tanto, permite que la amistad entre esas personas siga adelante.

CONCLUSIONES

En cuanto a los autores de las obras analizadas, todas –excepto la última– están escritas por hombres. Podríamos considerarlo un hecho irrelevante, si no tuvieramos en cuenta el tratamiento de los personajes femeninos en sus obras. La mayoría de los escritores, además, han tenido o tienen una repercusión mediática importante y su voz en la esfera pública es conocida. En esta lista de obras son solo dos los autores que han construido personajes femeninos dotados de voz propia: Xabier Montoia y Uxue Alberdi. Ambas obras escritas a finales de la primera década del siglo.

En casi todas las novelas que tratan la memoria de la Guerra Civil la familia y/o las relaciones conyugales son un tema recurrente, y, por tanto, son continuos los guiños y los símbolos que vinculan el conflicto bélico a los conflictos familiares o conyugales, generalmente asociados a conflictos de género.

Respecto a las representaciones de género, todos los personajes femeninos son víctimas de la guerra. Muchas de ellas, además, se han definido en base a la ideología de sus maridos, enfrentándose a la de sus familias, pero pocas han desarrollado voz propia para contar su experiencia y en esos casos sus memorias raramente han trascendido a la esfera pública o colectiva y, por tanto, en las mismas novelas se representan como relatos de memorias individuales, incapaces de generar una memoria colectiva 9 . De esta manera, la transmisión de esas memorias se crea en base a genealogías masculinas, aunque en la última década empieza a haber algún atisbo de genealogías femeninas (El camino de la oca).

Finalmente, cabe mencionar que en la Guerra Civil las mujeres sufrieron agresiones específicas y actos de represión específicos (Joly, 2008), cortándoles el pelo a mujeres disidentes –o familiares de disidentes–, haciéndoles beber aceite de ricino, o convirtiéndolas en víctimas de diversas agresiones sexuales y violaciones. En el ámbito de la literatura vasca, la ficción ha dado testimonio de dicho horror, tanto en las primeras obras (Loretxo, 1937) como en novelas más actuales (Juego de sillas, 2009). Esos testimonios literarios son piezas culturales fundamentales para que, mediante la memoria cultural, nos hagamos eco de la brecha genérica que se impone en los contextos de guerra

1 Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto de investigación EHUA16/26 de la UPV/EHU. Quisiera agradecer las observaciones, matizaciones y mejoras que Eider Rodriguez, Iratxe Retolaza e Ibon Egaña han hecho a este texto. Ninguno de ellos, claro está, es responsable de las interpretaciones expuestas en el mismo.

2 Señal de la importancia que tuvo tanto el acontecimiento como el surgimiento de la asociación para la búsqueda de los familiares es que los ayuntamientos de Zaldibia y Arrasate solicitaran en el 2002 a la Sociedad de Ciencias Aranzadi la exhumación de dos hombres fusilados durante la guerra.

3 La escritora Eider Rodriguez, por ejemplo, afirma el impacto que tuvo ese libro en ella (comunicación oral), siendo la primera mujer en escribir un relato corto sobre la Guerra Civil en la literatura vasca (Eta handik gutxira gaur, 2004).

4 Conscientes de que estas obras no constituyen toda la novelística que trata la Guerra Civil, hemos intentado hacer una selección, basándonos en la importancia que la guerra tiene en cada obra, dejando de lado las novelas en las que la guerra tiene una mínima repercusión en la trama. Asimismo, hemos decidido prescindir de las novelas (auto)biográficas de los años 60 y 70 de la colección Auspoa, puesto que su objetivo básico no es tanto estético-literario, sino, sobre todo, testimonial, luego se alejan mucho del resto de las obras del corpus. Finalmente, quisiéramos aclarar que los títulos que se mantienen en euskera no han sido traducidas al castellano. Además, la fecha de publicación corresponde a la original, ya que entendemos que el contexto histórico marca profundamente la creación de cada obra.

5 Elegimos estas dos vertientes para reforzar la idea de que la literatura, por una parte, se hace eco de las representaciones de género para mostrarlas tal cual se vivieron en la guerra, y, por otra parte, resulta ser un espacio autónomo que puede mostrar testimonios ignorados de mujeres y hombres con una identidad masculina o femenina distinta a la hegemónica.

6 En contraposición a lo que otros expertos en la novela costumbrista piensan (Toledo, 1997: 104), creemos que estas novelas tienen algún matiz que los aleja un tanto de dicho género literario precisamente porque la guerra trastoca el mundo en el que viven.

7 En este trabajo estamos obligados a generalizar por falta de espacio, pero quisiéramos recalcar la excepción en el caso de Laztantxu, quien ya pertenecía al Emakume abertzaleen batza (‘grupo nacionalista de mujeres’) al conocer a Betargi.

La novela se constituye de dos historias: la del padre y la de su hijo, siendo este último el narrador principal.

9 La diferencia entre la memoria individual y la memoria colectiva se hace eco también de la distinción de género, ya que en la mayoría de las narraciones literarias la voz de las mujeres no llega a influir en la memoria colectiva del universo literario, y sus testimonios no tienen repercusión por no poder ser transmitidos en esa sociedad ficticia.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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