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La necesidad de paz territorial construida desde abajo a partir de cabildos abiertos

Javier Guerrero Barón

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Sociólogo e historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Presidente de la Asociación Colombiana de Historiadores, Capítulo Boyacá, y miembro del Colectivo Cabildos Abiertos por la Paz del Bicentenario

El final del siglo XIX y comienzo del XX nos sorprendió en medio de la que se considera la guerra civil más larga, conocida como la guerra de los Mil Días o de los Tres Años. Colombia se prometió de mil maneras que no volvería a la guerra, el Gobierno consagró el país al Sagrado Corazón y según el Decreto 820, del 18 de mayo de 1902, se ordenó construir una basílica en honor al Voto nacional por la paz, con el argumento de que “era deber de la nación hacer todo lo posible por lograr la reconciliación entre los colombianos”. El templo era para encomendar el país al Ser Supremo y contribuir a restaurar la paz y el orden, mientras se firmaban los tratados de paz de la Hacienda Neerlandia y el buque estadounidense Wisconsin, del 24 de octubre y el 21 de noviembre de 1902. Pero los colombianos tenemos corta la memoria y escasa palabra de honor; aunque se decía ser una nación católica, no cumplió sus juramentos y pronto rompió el Voto nacional por la paz.

La guerra de los Tres Años fue considerada cruel y en extremo larga, pero nada comparable con la que no termina, y que el Gobierno, interpretando el sentir de los colombianos, quiere dar por terminada. No obstante, en el 2023, Colom-

bia debería conmemorar los primeros 75 años de su conflicto armado interno (CAI) o conflicto armado no internacional (Cani)1 (nombre técnico-jurídico que ahora reciben las guerras civiles o internas), conflicto reconocido y tipificado de conformidad con el artículo dos común a los Convenios de Ginebra, de 1949, lo que nos hace merecedores del dudoso honor del récord mundial de tener en nuestro territorio uno de los nueve conflictos prolongados más antiguos del planeta. Algunos de nuestros grupos guerrilleros son sobrevivientes activos desde la década de los años sesenta (Pizarro, 2017). En la década de 1970 surgen otras guerrillas de tercera generación, algunas de ellas urbanas; la más destacada es el Movimiento 19 de abril (M-19).

Lo primero que debemos hacer los colombianos, si aspiramos a construir la Paz Total, es pensar históricamente para comprender la dimensión de lo que significan 75 años de “nuestra guerra sin nombre”2, como una forma de definir lo innombrable, que no es más que la ineptitud e incapacidad de un país fracasado como nación, o mejor, como país moderno, que en doscientos años de vida republicana y, de alguna forma, democrática, no fue capaz de construir una convivencia duradera, ni de tramitar los conflictos sin apelar a la violencia; fueron 75 años, además, de las nueve guerras civiles nacionales del siglo XIX, sin contar las guerras regionales y locales, ni la violencia de los años treinta del siglo XX. Es decir que una buena parte de los doscientos años de vida independiente los invertimos en inventar las formas de torturarnos, matarnos, masacrarnos, odiarnos y vengarnos, utilizando todos los repertorios de violencia, con niveles de crueldad no vistos en las guerras de otras latitudes, para comenzar de nuevo los círculos dantescos de violencias fratricidas, para vergüenza no solo de la humanidad, sino de las generaciones pasadas, presentes y venideras.

Este ensayo recoge la experiencia y los argumentos del mandato del “Cabildo Abierto por la paz” que se convocó en Tunja el 14 de noviembre del 2017, ratificando la aprobación de los Acuerdos para la Terminación del Conflicto negociados en La Habana, Cuba, firmados en el Teatro Colón, ante la traumática experiencia del triunfo del No en el plebiscito del 2 de octubre del 2016. En la proclama y los documentos convocantes llamamos con ese nombre de “Paz Total” al acuerdo nacional que allí se propuso. En consecuencia, la tesis que pretendemos desarrollar es que la Paz Total que propone el presidente Gustavo Petro es posible, pero si y solo si es una paz territorial construida desde abajo, desde la ciudadanía, no solo como iniciativa gubernamental de acuerdos con las cúpulas de las organizaciones armadas, de origen político y no político, como los propone el Gobierno. Consideramos que el instrumento más idóneo para hacer que la paz se construya desde los territorios es el mecanismo constitucional de los cabildos abiertos.

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