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Capítulo 26 — Berlín

Bella POV Los días pasaron lentamente, Edward pasaba el mayor tiempo posible a mi lado. Cada noche me teníamos una sesión de besos y caricias intensas, pero nunca quiso llegar a más por las dos insignificantes marcas que aparecieron en mis caderas. Tenía que pensar en algo que lo hiciese cambiar de idea, nos amábamos, había sido el mejor momento de mi vida hasta ese día y me gustaría volver a repetirlo. La sensación de su piel fría contra la mía, sus caricias, sus besos… No me había costado mucho convencer a Alice para que me ayudase, opinaba que Edward necesitaba un poco de sexo para ser más feliz. Liberarse sienta bien a todo el mundo, pero aunque sabía que eso en parte era verdad, me dolía pensar que Edward nunca se liberaría del todo conmigo hasta que fuese vampiro como él, siempre estaría prestando excesivo cuidado para que no me dañase. Las cosas con Emmett fueron empeorando, cada vez que hablaba con mi padre por teléfono hacía comentarios obscenos, ganándose zapes de parte de Rose y Edward y miradas envenenadas de la mía, ya que mis golpes para él no serían más que suaves caricias. Pero un día fue excesivamente vergonzoso, era una tarde de sábado creo recordar, habían planeado salir de caza, pero un cielo despejado les había arruinado la fiesta, tal y como Emmett mascullaba entre dientes por las esquinas, estaba aburrido y decidió avergonzar a la pobre de Bella, ya que no tenía nada mejor que hacer. Charlie me había llamado por teléfono, volvería dos días después y estaba comentando como le iban las cosas por Seattle. Estaba recostada en el sofá de sala con mi cabeza apoyada en el regazo de Edward, mientras él jugaba con mi pelo. Emmett apareció de 2


repente y se puso a decir cosas incoherentes, ganándose más de una mirada envenenada por mi parte y gruñidos por la de Edward. —Emmett, ¿te quieres callar? —le pedí exasperada. Él solo continuó mascullando entre dientes con el ceño fruncido. —Sí papá, me están cuidando muy bien, no tienes que preocuparte —intenté tranquilizar a Charlie por millonésima vez en esa conversación. Sin más una enorme sonrisa cruzó el rostro de Emmett, Edward se envaró y comenzó a sisear entre dientes palabras que mis oídos no podían captar. Yo me eché a temblar, Emmett me daba miedo, bueno, realmente sus bromas me daban miedo. Después de unos segundos en los que Edward le dijo algo, Emmett se cruzó de brazos y miró hacia otro lado mostrándose abiertamente ofendido en un gesto infantil, pero de todos es sabido que es como un niño grande. Cuando ya me estaba despidiendo de Charlie, intentando tranquilizarlo una vez más, Emmett se puso en pie y se colocó tras el sofá donde estábamos Edward y yo. —¡Edward! —gritó— ¡Deja de mirar los pechos de Bella que los vas a gastar! Yo me quedé paralizada y completamente blanca. El cuerpo de Edward desapareció antes de que mis ojos pudiesen captarlo y al volver mi mirada para matar a Emmett con ella vi que él tampoco estaba. Colgué el teléfono antes de que mi padre pudiese contestar nada y hundí mi cabeza en un cojín que había a mi lado ahogando un grito contra él totalmente frustrada. Unos minutos después Edward cruzó la puerta del jardín con una mirada furibunda, que se suavizó en cuanto me vio, pero continuaba siendo un tanto turbia para cuando Emmett también cruzó la puerta sobándose la cabeza con gesto arrepentido. Se sentaron uno a cada lado de mi cuerpo, Edward pasó su brazo por mis hombros en un 3


gesto protector y me atrajo hacia él, Emmett solo dejó la mirada clavada en el suelo aparentemente avergonzado. —Lo siento Bella —susurró tan bajo que casi no pude oírlo. Bufé y no me creí ni una sola de sus palabras… sabía que en cualquier otro momento aprovecharía para volver a avergonzarme, o lo que es lo mismo en esta ocasión, buscarme problemas con Charlie. —Esta no pienso olvidarla, Emmett… —mascullé entre dientes. —Bella —dijo mirándome con ojitos tiernos— sabes lo impulsivo que soy… lo he hecho sin pensar. Volví a bufar y desvié la mirada hacia Rosalie, que se estaba aguantando una carcajada. —Algún día me las vas a pagar… —mascullé entre dientes— voy a patear tu trasero, voy retorcer tus pezones hasta arrancártelos… Edward comenzó a temblar a mi lado, tardé muy poco en darme cuenta de que era a causa de su risa, probablemente estaría viendo en mi mente como la imagen que estaba creando de mi venganza hacia Emmett. —Sabes que tus amenazas no me dan miedo —dijo Emmett sonriendo con suspicacia—, tus bracitos no podrán hacerme mucho daño. —Emmett —lo llamé con voz dulce— un día seré como tú… y durante aproximadamente un año, tendré más fuerza que tú, así que intenta mantener tus bromas alejadas de mí si no quieres que te las devuelva todas una a una. Emmett me miró con los ojos y la boca muy abiertos. —Sa… sabes que eres mi hermana favorita… ¿cierto? —balbuceó.

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Yo simplemente negué con la cabeza y centré mi atención en otra cosa. . Los días continuaron pasando, Charlie había vuelto y yo por lo tanto dejé de dormir en casa de los Cullen. Aunque Edward seguía "durmiendo" a mi lado cada noche. Solo cuando salía de caza era cuando dormía sola, esas noches en la que la pesadilla de Volterra se hacía más recurrente. Me despertaba cubierta de sudor frío y completamente asustada… no quería volver a ver a Aro, pero sobre todo no quería a Aro cerca de mi hija. Charlie entraba apresuradamente en mi habitación en cuanto me oía gritar, y aunque se notaba que quería abrazarme para tranquilizarme un poco, nunca lo hacía, sabía que era por vergüenza, las demostraciones de cariño nunca fueron lo suyo. Así que nunca me molestó. Lo entendía porque en cierto modo yo era igual que él. Pocos días después del regreso de Charlie volví al instituto, no había perdido ninguna de mis clases por qué Edward me traía la tarea a diario y también me daba clases particulares en lo que necesitaba, clases que siempre acababan con una ardiente sesión de besos sobre mi cama. Si todas mis clases acabasen así estaría dispuesta a sacarme una cátedra, un doctorado o lo que fuese necesario solo por tener los labios de Edward sobre los míos. La vuelta a mi rutina fue tranquila, nadie en el instituto me preguntó que me había pasado, por lo visto mi Chevy estuvo visible unos cuantos días antes de que un grúa se dignara a quitarla de la entrada del camino hacia la mansión Cullen, así que todo el mundo sabía lo que había pasado y sus preguntas de cortesía se limitaban a un simple "¿Cómo te encuentras?" Los profesores se sorprendieron cuando mi ritmo en las clases no había caído, todo lo contrario, mi nota media había subido notablemente, todo gracias a Edward. La parte buena de todo eso es 5


que me podía librar de la clase de gimnasia, o mejor explicado, libraba a los demás estudiantes de ser seriamente dañados físicamente por mi culpa, así que el entrenador Clapp me dejaba pasarme las clases sentada en las gradas del gimnasio mientras leía algún libro… El tiempo continuaba pasando, yo llevaba ya un mes con la maldita férula en mi pierna, Carlisle me hacía pruebas semanalmente para comprobar cómo curaba, pero por lo visto no lo hacía demasiado rápido porque todavía tenía esa maldita cosa impidiendo que me moviese con total libertad. Alice veía cada mañana a ayudarme en la ducha, pero sobre todo a exigirme que me pusiese la ropa que a ella le apetecía, por suerte y gracias a la férula no me obligaba a ponerme tacones… gracias al cielo. Un día me descubrí a mi misma parada en el pasillo del instituto frente al tablón de anuncios, mirando fijamente el cartel que anunciaba el baile de fin de curso. Por mi mente pasaban los acontecimientos que había vivido en mi sueño, la tarde de torturas con Alice y Esme, el viaje con Edward en su flamante volvo, el chasco que se llevó Tyler cuando no pudo ir conmigo, nuestro baile en el centro de la pista, la visita de Jacob, nuestra charla sobre lo que pensaba Billy sobre mi novio… mis labios se curvaron casi inconscientemente en una sonrisa, aunque odiaba los bailes, y me aterraba bailar, ese día no me lo pasé tan al después de todo, estaba con Edward y eso era sinónimo de alegría, estuviese donde estuviese. Unas manos se ciñeron a mi cintura y noté algo duro y frío apoyándose en mi espalda, sonreí más ampliamente mientras el ese olor característico de Edward inundaba mis fosas nasales. Me abrazó, apoyó su cabeza en mi hombro y se quedó mirando fijamente el cartel del baile que era centro de mi atención en ese momento. —¿Quieres ir conmigo? —preguntó en un susurro cerca de mi oído. 6


—Todavía no lo tengo muy claro —contesté simplemente. Y era verdad, gracias a mi sueño sabía lo que supuestamente iba a pasar, me ayudaba a evitar cierto tipo de situaciones, pero también me ayudaba a disfrutar el doble de momentos especiales, inolvidables. Y eliminando el hecho de que tendría que bailar frente a todo el instituto, pasar una noche en los brazos de Edward no era tan malo, pero solo con pensar en ser el conejillo de indias de Alice y Esme una vez más me daban escalofríos. —¿Quieres saber mi opinión? —volvió a preguntarme. Me giré entre sus brazos y lo miré a los ojos. —Soy todo oídos… —susurré. —He visto lo que ha pasado por tu cabecita hace unos minutos… y me encantaría vivirlo —dijo con una sonrisa. Lo pensé durante unos segundos… la expectativa de pasar la noche en los brazos de Edward era realmente maravillosa, pero pesaba más el vestido de gala, los zapatos de tacón y el bailar… —No creo que pueda… me voy a morir de vergüenza —dije bajando la mirada y sonrojándome. Edward suspiró y me pegó contra su pecho, besó mi frente y envolvió mi espalda con sus largos brazos. —¿Recuerdas el día que fuimos a nuestro prado? —preguntó de repente. Yo me alejé un poco de él para poder mirarlo y asentí con la cabeza. —Ese día me prometiste una cosa, y me gustaría que la cumplieras —volvió a decir. Yo lo miré con el ceño fruncido, mientras mi mente trabaja a doscientos por hora intentando adivinar de qué promesa estaba 7


hablando. Suspiró pesadamente al ver que mis neuronas no estaban lo suficiente despiertas para saber exactamente a qué se refería. —Yo te dije que me sentía mal porque no recordaba lo mismo que tú —explicó con voz suave— y tú, me prometiste que crearíamos nuevos recuerdos… Me quedé inmóvil entre sus brazos… claro que lo recordaba… pero cuando hablaba de nuevos recuerdos, no me refería explícitamente a bailar con zapatos de tacón convertidos en armas mortales. —Edward… yo… no creo que pueda… ¡no sé bailar! —me quejé. Volvió a suspirar y clavó todo el poder de su mirada en mis ojos, los suyos, convertidos de repente en caramelo líquido, parecían titilar bajo la luz de los fluorescentes que iluminaban el pasillo del instituto. Sentí como mis defensas eran derribadas una a una y quedaba totalmente vulnerable ante él. —Compláceme —susurró golpeando mi rostro con su aliento. Él sabía cómo hacerme caer, sabía exactamente que era totalmente maleable cuando utilizaba todas sus armas sobre mí y lo utilizaba para su beneficio cuando lo creía necesario. Pero lo peor de todo es que no podía enfadarme con él, en cuanto lo intentaba otra de sus miradas o uno de sus besos me aturdía de tal modo que me olvidaba hasta de mi propio nombre. Olvidé respirar y mi cabeza comenzó a dar vueltas, la dejé caer sobre el hombro de Edward mientras él se reía de mí, le di un golpe en el pecho que para él seguro fue una simple caricia o un intento de hacerle cosquillas. —¿Irás conmigo al baile? —volvió a preguntar. —Está bien… —musité. Sentí como sus brazos se cernían más entorno a mi espalda y sentí como me alzaba un poco del suelo. Alcé la cabeza para mirar sus 8


ojos, y me encontré con una radiante sonrisa. Se acercó lentamente a mí hasta que sus labios rozaron los míos, yo enredé mis brazos en su cuello y me aferré a él evitando que se alejase… necesitaba un beso de verdad, esos que hacían que mi corazón palpitase tan fuerte que amenazase con estallar de un momento a otro. Y Edward no me defraudó, deslizó sus labios sobre los míos mientras sentía como mis músculos se relajaban hasta estar casi flácidos. Y cuando su lengua se introdujo en mi boca creí que saldría volando, el sinfín de sensaciones que recorrían mi cuerpo me hacían perder todo contacto con el mundo que nos rodeaba, y no fui consciente de la mirada desdeñosa de Mike y Jessica que nos miraban desde el otro lado del pasillo, algo que me dijo Alice un rato después y de lo que me sentí totalmente orgullosa. Mientras caminábamos lentamente hacia el Volvo después de otro día de clases, por mi cabeza no dejaban de pasar los acontecimientos de aquella noche que pasé entre los brazos de Edward. Aquel beso en mitad del pasillo había despertado en mí aquel deseo ferviente de que me tocase y me hiciese suya una vez más. Así que puse en marcha el plan que Alice me había recomendado un par de días antes. Intenté rememorar detalle a detalle cada caricia y cada beso, Edward estaba inusualmente callado a mi lado, ni siquiera contestó cuando Emmett bromeó con él sobre que Mike quería levantarle a la chica. Sonreí abiertamente sabiendo el motivo por el que Edward estaba tan despistado, a fin de cuentas que pudiese leer mi mente sería más divertido de lo que creí nunca. —¿Puedes dejar de hacer eso? —preguntó entre dientes una vez dentro del volvo. —¿El qué? —pregunté inocentemente.

parpadeando

9

un

par

de

veces


Suspiró y se pellizcó el puente de la nariz con dos dedos. Después me miró fijamente y se pasó la mano por el pelo con nerviosismo. —¡Al diablo! —casi gritó mientras ponía el coche en marcha y pisaba el acelerador hasta el fondo. —¿A dónde vamos? —le pregunté después de unos minutos cuando no conocía el camino por el que estábamos yendo. —A Port Ángeles —susurró. —¿A qué? —volví a preguntar. —Jasper y Alice tienen un apartamento en el centro… ahora entiendo porque ese diablillo me dio las llaves esta mañana —dijo casi para sí mismo. Me quedé muda, analizando sus palabras… ¿acababa de insinuar lo que creo que acaba de insinuar? Enrojecí y bajé la mirada hasta mis manos, que estaban enlazadas y se retorcían una sobre otra con violencia. —¿Y ahora te avergüenzas pequeña pervertida? —preguntó sonriendo. A lo que yo solo pude contestar sonrojándome más. —A veces creo que eres como el muro de Berlín —contesté después de unos minutos… —¿Por qué? —preguntó con el ceño fruncido. —Porque para conseguir algo que nos beneficie a los dos siempre tengo que derribar una de tus barreras autoimpuestas. Simplemente no contestó adivinando el motivo de mi afirmación… pero sin embargo hundió más el pie en el acelerador para llegar cuanto antes a Por Ángeles.

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