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Naobi Chan
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Capítulo 11 La señorita Bertoni
Ágata miraba por la ventana de su habitación mientras se pasaba una mano por el cabello en un gesto ausente, en varios periódicos estaba la foto de Evan Turner, ya que lo habían visto abrazado a su prometida en el aeropuerto. Se los veía bien juntos, abrazados, con la tranquilidad que da recibir un abrazo de una persona que confías. Como si ellos tuviesen es confianza necesaria para abrazarse en público y sin reservas. No entendía que era lo que su amigo veía en ella, era una chica mona tirando a fea, seguro que si se hiciese un par de retoques podría llegar a llamar la atención, pero así… no. Y sintió rabia… Llevaba meses intentando que él le hiciese caso, quería la menos acabar en su cama y, a ser posible, hacerlo en más de una ocasión, para no ser solo un nombre más 3
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en la lista de chicas que se colgaban del brazo de Evan. De todos era sabido que él iba de cama en cama, no prometiendo nada y tomando todo lo que le daban, a las chicas con las que estaba eso no parecía importarles, pero ella quería ser distinta. Quería más que el premio de acostarse con él. Necesitaba más. Había intentado tener sexo con él en varias ocasiones, incluso llegó a emborracharlo, pero aun así la había rechazado con sutileza y sin perder un ápice de esa caballerosidad y respeto con los que se ganaba a todas las féminas. Había urdido varios planes, quedarse embarazarla o fingirlo, eso no importaba… incluso pensó en inventarse una enfermedad terminal y pedirle por favor que se casase con ella para no dejarla morir sola… todas las ideas eran demasiado peliculeras, aunque ninguna parecía dar resultado ya que, como primer paso, debía llevarlo a la cama. Evan no se dejaba atrapar con facilidad, había resultado ser más difícil de lo que esperaba y ya estaba empezando a desesperarse. Pero lo peor del asunto es que de la noche a la mañana, había aparecido aquella chica y había conseguido lo que ella tanto anhelaba en un abrir y cerrar de ojos. Ella tenía a Evan Turner entre sus piernas y un enorme anillo colgando del dedo. 4
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Ágata sentía la rabia bullir por sus venas, apretarse en la boca del estómago y salía de sus labios en forma de jadeos y quejidos. ¡Ella tenía que ser la prometida de Evan! Y no esa estúpida con cara de no haber roto un plato en su vida. Aunque esas eran las peores, las que parecían niñas buenas siempre tenían una cara escondida y segundas intenciones. Lo más probable es que fuese tras Evan solo por su dinero, por su fama o solo por ser la envidia de toda la ciudad por haberse quedado con el soltero de oro que todas ansiaban. Y, si mal no recordaba, habían leído en algún sitio que era coordinadora de eventos. Estar con Evan haría que su carrera despegase y ganaría un dineral sin casi mover un dedo. Asquerosa… Casi se rio de sí misma al ser consciente de que aquella chica estaba haciendo exactamente lo que quería hacer ella, aprovechar de Evan todo lo que tenía: fama, dinero, nombre, atractivo… pero sin mezclar sentimientos de por medio, que eso lo estropea todo siempre. Cuando Danilo, su padre, había entrado en la cárcel por malversación de fondos, había tenido que pagar una multa muy extensa. Tanto que las arcas familiares se vaciaron y tuvieron que pedir un préstamo hipotecario. 5
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Eso después de haber vendido varias propiedades más para hacer frente a los números rojos de sus cuentas. El problema se había solucionado temporalmente, pero ella no podía continuar con el mismo nivel de vida que había llevado hasta ese momento. Ahora no podía viajar, ni comprarse vestidos caros, ya casi no la invitaban a fiestas y sus supuestas amigas no la llamaban porque estar con ella ya no les reportaba nada. Ella necesitaba a Evan, bueno, en realidad lo que necesitaba era su nombre y su dinero. Así volvería a ser Ágata Bertoni, todo el mundo la respetaría y volvería la cabeza al verla pasar. Pertenecer a la familia Turner y tener acceso a sus cuentas era lo único que la podía sacar de ese infierno en el que se había convertido su vida. Además… por lo que había escuchado, Evan era muy bueno en la cama y a nadie le amarga un dulce. Ágata giró sobre sus talones y se sentó en uno de los sofás de la enorme sala de estar de la casa de sus padres, miró hacia el jardín de nuevo y suspiró… debía de hacer algo. No podía dejar que Mara le ganase y se llevase el premio gordo, ella era mucho mejor que esa, podía darle al apellido Turner todo lo que le faltaba, el prestigio, la dignidad… todo el mundo hablaría de los Turner como si fuesen una leyenda en la ciudad, como si se tratase de la realeza. Ágata podría poner el broche de oro que le faltaba a la familia. 6
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Volvió a ponerse en pie y se acercó a una de las estanterías de libros con las que contaba la habitación, pasó el dedo distraído por el lomo de algunos ejemplares y se detuvo en uno de ellos al azar cuando una idea comenzaba a tomar forma en su mente. Una sonrisa maquiavélica estiró sus labios y se sentó delante del ordenador portátil que había sobre la mesa centro. “Detectives privados”, escribió en el buscador. Una extensa lista de resultados apareció en la pantalla y, sin pensárselo dos veces, comenzó a marcar algunos teléfonos que la ayudarían a conseguir que Evan Turner pusiese el anillo en su dedo la próxima vez.
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