Respirar 04

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RESPIRAR Naobi Chan


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CAPÍTULO 4 Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano e intenté regular el ritmo de mi respiración, los sollozos me habían dejado hipando y jadeando vergonzosamente. Me puse en pie a la vez que me tambaleaba, ya que estaba sentada en el suelo, entre los brazos de Andrew, mientras él me acariciaba la espalda haciendo círculos para intentar tranquilizarme. Me alejé dos pasos de él y suspiré. —Gracias —susurré con voz nasal. Andrew se puso en pie y se acercó a mí de nuevo, alzando su mano lentamente secó una lágrima que estaba a punto de caer descolgada de mi barbilla y sonrió. —No tienes que darlas —susurró sin dejar de mirarme a los ojos. Aparté la mirada avergonzada, todavía continuaba sin entender que era lo que tenía ese hombre, lo que me hacía reaccionar así ante él. —Con respecto a Sandra... —suspiró— sé que estarás enfadada, y con mucha razón, pero contárselo a Cameron no te ayudará en nada. —¿Qué quieres decir? —pregunté confundida. —Sandra es... —vaciló— ¿cómo decirlo para que me entiendas? — se preguntó a sí mismo. —¿Manipuladora? —agregué alzando una ceja.


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—Sí... —Andrew sonrió— es muy manipuladora, veo que sabes reconocer a la gente. —Ya... —murmuré sin ganas—. ¿Por qué no puedo decirle nada a Cameron? Andrew lo dudó unos instantes y finalmente resopló. —Supongo que podrás entenderlo...—murmuró— Sandra hace con él lo que quiere, lo tiene comiendo de su mano. Si mañana le dice que las vacas vuelan, él tan solo le preguntaría “¿a qué altura lo hacen?” Si tú acusas a Sandra, ella le daría la vuelta de modo que tú serías la mala de la película y ella la víctima. Solo intenta ignorarla, sé que no será fácil porque pasa la mitad de su vida aquí encerrada, pero créeme cuando te digo que es la mejor opción. Me quedé en silencio escuchando sus palabras, tenían sentido, Sandra se veía dominante, Natalie solo era un títere en sus manos, hacía lo que ella quería y cuando ella quería, hasta podría apostar que le pedía permiso para respirar. Pero lo que no era capaz de entender era que alguien como Cameron, con la personalidad que reflejaba, con su saber estar y su entereza, con sus principios... ¿por qué se dejaba arrastrar así por ella? Era obvio que lo que esa mujer sentía por mi hermano era puro interés, lo quería tanto como se puede querer a los parásitos de un perro, pero en cambio Cameron estaba tan ciego que era capaz de creerle sin hacer preguntas. Confianza ciega… Recordé haber leído sobre eso en muchas de las revistas que mi madre tenía en nuestra casa de Los Angeles, nunca pensé que eso pudiese existir, creer en alguien a pies juntillas me parecía de personas con poca personalidad. Eso confirmaba que mi primera


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impresión sobre Cameron parecía ser errónea, no creí que pudiese ser tan manipulable y con tan poca entereza como para dejarse guiar por otra persona sin más y con los ojos cerrados. Ese carácter no se parecía en nada al que Cameron demostraba, aparentaba tener dotes de líder, de poder llevar las riendas de cualquier situación sin despeinarse si quiera. Pero cuando se trataba de Sandra, perdía su personalidad y pasaba a ser un juguete entre sus manos. —Ve a descansar... —susurró Andrew sacándome de mis pensamientos—. Puedes darte un baño relajante como dije antes y ir a la cama. De verdad, hoy ha sido un día muy largo para ti. —Lo haré —musité aturdida mientras estaba colgada de su mirada. —Buenas noches... —susurró sonriendo de lado haciendo que mis rodillas temblasen. —Buenas noches —mis labios se movieron, pero no estoy segura de si realmente salió algún sonido de ellos. —Por cierto... —se detuvo girándose cuando se dirigía hacia la salida—. No te defiendas de Sandra, sé que será difícil, pero eso la beneficiaría a ella más que a ti. —Lo tendré en cuenta —dije mientras lo veía desaparecer al otro lado de la puerta. *** Estaba tumbada en la cama mirando fijamente el techo. Lleva cuatro días en aquella casa, días que me habían sabido a poco y a la vez se me habían hecho eternos, días en los que me había sentido bien y


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mal a ratos. Faltaban solo diez minutos para que el despertador sonase, hoy era mi primer día en un nuevo instituto. La tarde anterior me había sentado a hablar con Cameron, ya que había dejado sola a su fantástica novia para pasar la tarde de domingo conmigo y conocernos mejor. Le había insistido a Cameron en que no necesitaba ir al instituto, mi primer argumento fue que, si tan solo iba a estar un mes con él, no necesitaba inscribirme para irme a los pocos días. Pero al ver su rostro de decepción opté por proponerle estudiar a distancia y presentarme solo cuando hubiese exámenes, pero tampoco funcionó. Él insistía en que tenía que tener una adolescencia lo más normal posible a pesar de las circunstancias, ya que había perdido a mis padres, por lo menos debía disfrutar del poco tiempo que me quedaba para ser joven y divertirme antes de tener la responsabilidad de mi propia vida sobre los hombros. Y en ese momento estaba esperando que el maldito despertador sonase para comenzar un nuevo día... un día que ya comenzaba mal. Una nevada intensa había cubierto las calles la noche anterior y el ruido molesto de la máquina quitanieves me había despertado unos minutos antes, cuando decidió dejar libre el camino para que pudiésemos salir de casa... ¡gracias! Pensé con ironía. Después un par de minutos bufé sin darme cuenta, lo último que me apetecía era tener que asistir a un nuevo instituto, con compañeros nuevos y siendo el centro de todas las miradas. Aunque si era un instituto tan grande como los de Los Ángeles, nadie se daría cuenta de mi presencia y solo sería una sombra más en la pared.


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Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos, murmuré algo y la puerta se abrió lentamente dejando que la cabeza de Cameron se asomase por el hueco abierto. —Buenos días —susurró con una sonrisa. Aunque quise evitarlo, porque mi humor no estaba nada de acorde con ello, no pude hacer nada y mis labios se estiraron formando otra sonrisa tan grande como la suya, Cameron era capaz de que me sintiese bien solo con su presencia, con solo verlo me tranquilizaba o sonreía sin motivo aparente. —¿Puedo pasar? —preguntó en un susurro. Me enderecé en la cama y le hice un gesto para que pasase. Él lo hizo con tranquilidad, como todo lo que hacía siempre, y entró en la habitación sentándose a los pies de mi cama todavía sin borrar aquella sonrisa. —Tengo algo para ti, para que vayas hoy al instituto —dijo. Fruncí el ceño confundida. —Ya compramos todo lo necesario para el instituto el sábado — murmuré sin entender. —No todo... —sus labios se fruncieron en una mueca extraña, parecía entre nervioso y avergonzado. —¿Qué ocurre? —pregunté alerta. —Toma —me extendió una bolsa y la tomé con mis manos temblorosas. Cuando vi lo que había en su interior mis ojos se abrieron en exceso y estoy segura de que mi rostro perdió todo el color. —¿Uniforme? —pregunté en un susurro.


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—Lo siento... no recordé decírtelo cuando te hablé del instituto. —¿Tu olvido fue casual o intencionado? —pregunté en un gruñido. —Totalmente casual —aunque lo dijo con total seguridad, pude apreciar que no me decía la verdad completa. Bufé... —Está bien —mascullé—, me pondré esta cosa sin protestar. —Andrew y Lily lo compraron a última hora, esperan que sea de tu talla —añadió. —¿Andrew y Lily? —pregunté, a lo que él asintió—. ¿Quién es Lily? —Lily es mi asistente —explicó y en ese momento recordé cuando dijo que me acompañaría para ir de compras cuando Andrew se ofreció—, por lo que parece a Lily le encanta ir de compras y se ha enfadado muchísimo con Andrew y conmigo cuando no la avisamos el otro día. Una pequeña sonrisa se asomó a mis labios cuando recordé la tarde de compras que compartí con Andrew y aunque en aquel momento no lo pasé del todo bien, ahora guardaba un buen recuerdo de ello. Cameron se excusó diciendo que tenía que desayunar y se marchó dejándome sola. Me di una ducha y me puse el uniforme, era una falda azul marino, muy por encima de la rodilla, lo que me confirmaba que la mano de Andrew tuvo algo que ver con ella. Una blusa blanca y una corbata roja, acompañado con una chaqueta del mismo color que la falda. Cuando me vi frente al espejo completamente vestida bufé una vez más. Solo me faltaban las coletas y los zapatos de tacón de aguja para ser la fantasía erótica de cualquier pervertido.


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Dejé mi pelo suelto y me puse unos zapatos planos para quitar de mi cabeza todo pensamiento que tuviese que ver con fantasías de pervertidos. No era lo mejor que el primer día de clase odiase por completo mi uniforme a causa de llamar demasiado la atención en el género masculino. Cuando bajé a la cocina Cameron estaba leyendo la prensa del día mientras saboreaba lentamente una taza de té. Me senté a su lado y Susan, con su imborrable sonrisa, me sirvió una taza de café y un par de tostadas. Comí mi desayuno en silencio hasta que Cameron dejó el periódico a un lado y suspiró. —En diez minutos nos vamos —dijo sin mirarme. —¿Vendrás conmigo? —pregunté sorprendida. —Sí, el señor Werty, el director de instituto, necesita que firme un par de documentos, así que te acompañaré en tu primer día — explicó y yo bufé de nuevo—. Sé que no es cómodo, pero tampoco es como si fuese tu padre el que te acompaña, solo soy tu hermano mayor... y no soy tan mayor, no hace poco más de diez años que dejé ese instituto. —¿Tú has ido a ese instituto? —pregunté mientras desmigaba una tostada entre mis dedos. —Sí... y si no fuese porque los Brown donaban muchísimo dinero me habrían expulsado en la primera semana —confesó entre risas— . Pero no quiero que suceda lo mismo contigo —dijo repentinamente serio—. En Kentucky te portabas bien, o eso me dijo tu antiguo director, y espero que aquí sea igual. —Haré todo lo posible— eso no implicaba ninguna promesa... ¿cierto?


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No sabía con lo que iba a encontrarme en ese instituto de niños ricos, esperaba que no tuviese que portarme mal para poder sobrevivir en medio de toda esa gente, pero no dudaría un segundo antes de hacerlo para poder salir indemne de cualquier situación extraña en la que me viese implicada. Después de desayunar nos subimos a aquel Mercedes negro del primer día, el chofer condujo por las diferentes calles de Chicago, y aunque me esforzaba por aprender el camino, siempre acababa por perderme y no saber exactamente donde estaba. El coche se detuvo frente a un edificio enorme, de aspecto antiguo, pero se veía especialmente cuidado. En la puerta principal había una gran escalinata donde había varios estudiantes congregados, y tras las escaleras unas grandes puertas acristaladas sobre las que había un enorme cartel donde se podía leer el nombre del instituto: "Roosevelt". Un escalofrío me recorrió la espalda solo de imaginar lo que me esperaba tras esas puertas. Cameron se bajó del coche y esperó a que yo también lo hiciese, en cuanto estuve con mis dos pies sobre el pavimento empedrado varias miradas se volvieron en mi dirección, por lo que agradecí haberme dejado el pelo suelto y así poder ocultarme tras él para que nadie viese el sonrojo que ahora cubría mis mejillas. Cameron subió las escaleras y lo seguí en completo silencio, cada poco tiempo volvía la mirada atrás para comprobar que lo seguía y yo le contestaba con una sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaban. Llegamos a la oficina del director, dónde una secretaria bien entrada en años estaba sentada tras una mesa mientras revisaba unos papeles que había sobre esta.


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— ¡Oh! Señor Bakerson —dijo con entusiasmo en cuanto nos vio— . Que alegría verlo por aquí de nuevo. —Hola señora Cooper, me gustaría decir lo contrario, pero usted está tal y como recordaba —dijo Cameron con su tranquilizadora sonrisa. —¿Eso es un halago o un insulto? —preguntó la mujer con el ceño fruncido. —Un halago, por supuesto —aclaró Cameron—, sería incapaz de faltarle al respeto, señora Cooper. —No necesitas engatusarme con tu palabrería muchacho —le reclamó ella—, sigo siendo mayor que tú. —Y que lo diga —dijo Cameron bajo su aliento. Ahogué una sonrisa y me dediqué a mirar mis zapatos evitando que la pobre mujer viese que mi hermano se estaba quedando con ella y yo encima riéndole las gracias... no sería el mejor modo de comenzar mi primer día en ese instituto. —¿Qué le trae por aquí? —preguntó de nuevo aquella mujer colocándose unas gafas en la punta de su nariz. —Giorgina, mi hermana, comienza hoy sus clases —explicó él. —Oh sí... vi el apellido en la solicitud, pero no lo había relacionado con usted, señor Bakerson. Aquí tiene el horario de sus clases, un plano del instituto y su pase —dijo aquella mujer extendiéndome unos cuantos papeles—. Espero no verla tanto por aquí como veía al gandul de su hermano —me guiñó un ojo y sonreí con timidez— . Ya puede irse a sus clases señorita Bakerson, que tenga un buen primer día.


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Miré a Cameron asustada... ¿ahora iba a enfrentarme sola contra lo desconocido? —Vendré a buscarte luego —sonrió y me dio un apretón en el brazo a modo de apoyo. Tan solo asentí y sonreí. Me di la vuelta y mirando mi plano me dispuse a caminar hacia mi siguiente clase, que estaba en otro edificio y en el ala este. Caminé intentando no tropezarme con nadie, a mi paso algunos alumnos se volvían para mirarme, e incluso podía escucharlos murmurar cosas sobre quién era y que hacía allí. Finalmente llegué al edificio y entré en él. Lo mismo pasó de nuevo, miradas, murmullos... ni aunque Chicago fuese una gran urbe me salvada de ser el centro de atención. Seguro que yo era tan diferente a todos esos niños ricos que por eso me miraban más de lo habitual. Encontré por fin mi clase y cuando entré en ella, un hombre miraba atentamente unos papeles mientras a su alrededor todo eran risas y comentarios entre los diferentes alumnos que allí había, me acerqué a él un poco avergonzada y le extendí el pase de las clases, él lo firmó, se aclaró la garganta y después de presentarme frente a toda la clase causando que todos se quedasen en absoluto silencio y mirándome fijamente, me hizo sentarme en una de las últimas filas. Algo que agradecí, así al menos no me mirarían tan descaradamente como lo estaban haciendo hasta ese momento. Me senté en mi lugar y me hundí en la silla mientras escuchaba las diferentes explicaciones sobre el tema de literatura del que hablaba el profesor. —Hola —susurró una voz femenina a mi lado.


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Alcé la cabeza del libro y lo primero que vi fueron unos penetrantes ojos azules, me perdí un momento en ellos, ya que eran profundos y muy expresivos, pero en seguida desperté de mi aturdimiento e intenté fijarme más en quien me hablaba. Era una chica que parecía ser un poco más alta que yo y si no lo era, sus enormes tacones lograrían que lo fuese. Tenía el cuerpo menudo y bien formado, su falda, aunque pareciese increíble, era incluso más corta que la mía, y su blusa blanca se ceñía a su cintura como si fuese una segunda piel. Continuando con mi escrutinio llegué hasta su rostro, donde una sonrisa perfecta enmarcada con unos labios rojos y rellenos me dio la bienvenida a un rostro perfecto, que daba envidia solo con verlo. Todo ello acompañado de unos perfectos rizos rubios haciendo de aquella chica toda una belleza. —Hola —dije algo intimidada. —¿Eres nueva? —preguntó todavía en un susurro. Ante esa pregunta tuve que forzarme para no rodar lo ojos ante lo obvio. —De acuerdo, sí... eres nueva... que estúpida soy —ella misma rodó los ojos, lo que me hizo sonreír—. Quiero decir... ¿Cómo te llamas? —Gigi Bakerson —contesté un poco intimidada. —¿Eres algo de Cameron Bakerson? —¿Conoces a Cameron? —pregunté sorprendida. —Es uno de los abogados de la empresa de mi padre... —explicó— ¿Qué es tuyo? —Es mi hermano —contesté— ¿Tú eres...?


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—Uh lo siento —sus mejillas se tornaron rosadas—. Soy Alex Smith, te daría la mano, pero si me ven, me envían de una patada a dirección, por lo que prefiero no hacerlo. —Señorita Smith... si no entiende algo de lo que estoy explicando es suficiente con que me lo pregunte a mí —nos interrumpió el profesor—, no moleste a los demás compañeros con su cháchara mientras ellos intentan aprender. —Lo siento —susurró ella bajando la mirada fingiendo estar avergonzada, sí fingiendo, ya que tenía una enorme sonrisa y me guiñó un ojo cuando el profesor no miraba. Ella se mantuvo el resto de la clase en silencio, yo intentaba urdir un plan para deshacerme del instituto, no quería estar rodeada de niños ricos, aunque Alex no me había dado mala impresión, preferiría no tener nada que ver con toda esa pandilla. Cuando el timbre sonó indicando el final de la clase, recogí mis cosas y me puse en pie, no pasaron más de cuatro segundos cuando tenía frente a mí a cuatro chicas mirándome con cara de querer darme un mordisco y arrancarme un trozo para llevarse un trofeo, casi podía imaginarlas corriendo a lo largo de los pasillos mientras gritaban "¡Tengo una oreja de la nueva!". Puse mi mejor cara de póker y las esquivé dirigiéndome a la puerta, Alex se puso a mi lado y rio sin disimulos. —Sólo por lo que acabas de hacer, ya me caes bien —dijo feliz. —¿Qué he hecho? —pregunté confundida. —Laura, Jessica, Anna y otra que no sé ni cómo se llama... — nombró levantando un dedo cada vez— se puede decir que son las cuatro mosqueperras. Se tiran a todo lo que lleva pantalones, chico


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o no —añadió bajo su aliento—, lo que acaban de hacer es una maniobra de reclutamiento que tú has eludido como toda una campeona, acabas de pasar a su lista negra. —¿Qué quieres decir? ¿Ahora esas cuatro van ir a por a mí o algo así? —pregunté deteniéndome abruptamente en mitad del pasillo, ¡genial! Mi primer día y ya me había ganado cuatro enemigas... bufé. —Algo así —sonrió y se colgó de mi brazo, fue ahí donde me di cuenta de que me sacaba unos centímetros como sospechaba, pero era gracias a sus tacones—. ¿Qué clase tienes ahora? Miré mi horario. —Trigonometría —mascullé en un gruñido, siempre había odiado esa clase. —De cuerdo, la señora Bethany nos espera... —murmuró mientras tiraba de mi brazo obligándome a caminar a lo largo del pasillo—. No debes preocuparte de las mosqueperras, solo hay que saber dejarlas con la boca cerrada y algo me dice que tú eres de las que saben que decir para dejar sin palabras a alguien. Entramos en la siguiente clase y en las posteriores, extrañamente Alex estaba en casi todas mis clases, a excepción de gimnasia, que la tendría al día siguiente, pero ella lo comprobó mirando mi horario. Durante todas las clases tuve que soportar sobre mí la mirada inquisitiva de las cuatro... ¿mosqueperras? Pero no me intimidó, más bien solo era una molestia, era como el aletear constante de un mosquito cerca de tu oído. A la hora de la comida nos sentamos juntas, con su hermana Irene que era prácticamente una copia suya, pero su pelo era mucho más rubio, casi blanco. Las dos me dijeron que tenían origen danés, y que


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habían vivido en Chicago toda su vida. Ambas tenían novio, Iván y Felix, dos italianos que eran primos y que habían venido a vivir a la ciudad solo unos meses antes. Las dos estaban enamoradísimas de sus novios y me invitaron a salir con los cuatro en alguna ocasión, algo que decliné educadamente por miedo hacer mal tercio... o quinteto en ese caso. A la hora de la salida de las clases, casi no me lo podía creer, busqué mi taquilla entre los cientos que había a lo largo del pasillo, dejé algunas de mis cosas que no necesitaría dentro y me apresuré a salir de allí lo antes posible. Quería llegar a mi casa, bueno, a la casa de Cameron, darme una larga ducha y olvidar este día, no es que hubiese ido muy mal, pero preferiría estar metida entra las sábanas de la cama mientras leía un buen libro que rodeada de niños pijos. Cuando salí al exterior el viento frío de Chicago revolvió mis cabellos, pero al menos no estaba nevando de nuevo. Cerré mi abrigo sobre mi uniforme y una ráfaga de viento helado que se coló entre las piernas cubiertas tan solo por unos pantis, me hizo estremecer. Los alumnos estaban divididos en diferentes grupos hablando entre ellos, a lo lejos pude ver a Alex abrazada a un tipo enorme que daba miedo solo con verlo, me despedí con una mano cuando ella me miró y ella contestó a mi saludo con uno similar. Me detuve al final de las escaleras y escaneé el perímetro buscando el Mercedes negro de Cameron, pero no estaba. Cerré un poco más fuerte el abrigo ya que hacía mucho frío y a mí lado unas cuantas chicas se pararon en seco. —¿Ese coche es de quien yo creo que es? —preguntó una de ellas.


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—Sí... —dijo la otra con evidente alegría en la voz— no podría olvidarlo aunque quisiese. Ese asiento trasero me trae muy buenos recuerdos. —Laura, eres una zorra... ¿lo sabías? —preguntó otra voz, demasiado estridente para mi gusto. —No tanto como tú, Anna —contestó la tal Laura con desdén—. Pero te aseguro que él tampoco ha olvidado el revolcón que nos dimos en su coche. —¿Habrá venido a buscarte? —preguntó una cuarta voz. —¿A quién si no? Este instituto está lleno de perdedoras, solo yo estoy a la altura de un Duseir. Mi cuerpo se tensó ante ese apellido y miré sobre mi hombro a la chica que estaba hablando. En ese momento se estaba colocando los pechos y desabrochando un botón de su blusa dejando completamente visible su sostén negro. Su falda no es que fuese corta, es que tapaba poco más que ropa interior. Su cabello rubio platino parecía de plástico y sus labios, aunque rojos como los de Alex, parecían los de una muñeca hinchable por la cantidad de colágeno que se había inyectado. Mi nariz se arrugó ante la imagen de esa chica, ella me miró de arriba abajo y frunció el ceño. Después se subió un poco más su falda, algo que me parecía técnicamente imposible y sonrió mostrando sus dientes. Decidí ignorarla y mi mirada vagó de nuevo al estacionamiento, donde un coche plateado demasiado conocido llamó mi atención, busqué al propietario de dicho vehículo y lo encontré caminando hacia donde yo estaba con una sonrisa torcida que hizo que mis rodillas tiritasen y no de frío precisamente. Por un momento recordé


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las palabras de Laura, más conocida como "Amanda, la muñeca hinchable”, y pensé que posiblemente Andrew había ido allí para verla a ella. Aunque creía que su gusto estaría muy por encima de la apariencia física de esa chica, todo podría ser, quizás debajo de esas cinco capas de maquillaje y alguna operación estética había una persona con buen corazón. Pero el pensamiento del buen corazón quedó aplacado cuando de un empujón Laura me hizo trastabillar hacia atrás. —Zorra —siseé entre dientes. Sus tres compañeras gruñeron... y yo me enderecé dedicándoles una mirada envenenada que las hizo tragar en seco a las tres. —Oh... Andy... ¿has venido a buscarme? —la voz de Laura me sacó de mis pensamientos y mi mirada vagó hacia ella para fulminarla. Sentí como mi estómago se contraía y una vocecita dentro de mi cabeza me instaba a saltar sobre ella y arrancar cada uno de sus cabellos de plástico. No sabía porque había reaccionado así, pero no podía ni imaginar a esas asquerosas manos tocando a Andrew, aunque solo fuese un toque inocente, pero no quería ni imaginarlo. Todos mis instintos homicidas quedaron a un segundo plano cuando Andrew la esquivó con facilidad y se acercó a donde yo estaba deteniéndose frente a mí. —¿Un día duro? —preguntó alzando una ceja. Tragué toda la rabia acumulada contra las mosqueperras y forcé mi mejor sonrisa, después de todo, él no tenía la culpa de que todas las perras en celo de la ciudad se le tirasen encima. Hasta ese momento no había caído que lo que a mí me había parecido extremadamente atractivo, a las demás mujeres también podría pasarles.


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—Ni lo imaginas... —murmuré comenzando a caminar hacia su coche— por lo que supongo... Cameron no vendrá. —Supones bien... ha enviado al chico de los recados porque él está en una reunión importante —contestó Andrew. Pasamos al lado de Laura, que se había quedado paralizada mirándonos con la boca abierta y me forcé a no detenerme frete a ella para empujar su barbilla y que cerrase la boca. —¿Podemos hacer una parada antes de ir a donde quiera que vayamos a ir? —pregunté mirándolo de reojo. —Claro... solo dime dónde y seré tu chofer —sonrió con arrogancia lo que me hizo parpadear aturdida. —Verás, me apetecía un... —¡Giorgy! —gritó alguien interrumpiéndome. Miré a mi izquierda y Laura me miraba con una sonrisa forzada mientras rizaba un mechón de su cabello en uno de sus dedos—. No me has dicho si mañana serás mi pareja en educación física... —sus labios formaron un puchero y me recordó a las mujeres Mursi, aquellas africanas que se ponían un plato en su labio inferior. La cantidad de colágeno que habían utilizado en el suyo habría sido suficiente para rellenar uno de los pechos de Pamela Anderson. La miré con una ceja alzada y con ganas de darle un puñetazo en la barbilla a ver si así su labio hinchado explotaba y se le ponía un poco más natural, pero solo me limité a bufar y continuar caminando sin prestarle la más mínima atención. —¿Giorgy? —preguntó Andrew dando dos grandes zancadas para acomodarse a mi paso—. Si no me equivoco, has hecho una nueva


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amiga— no me pasó desapercibido el tono de burla en su voz... y solo rodé los ojos. —La mejor de todas... ¿no se nota? —pregunté con ironía. —Espero que no todas las chicas sean como Stanley —se estremeció. —¿Quién es Stanley? —pregunté mirándolo inquisitivamente. —Tu mejor amiga... Giorgy —sonrió. —¿Stanley es su apellido? —volví a preguntar. —Qué mala amiga eres... ¿no sabes el apellido de tu mejor amiga? —reprimí la necesidad de rodar los ojos. —Tú la conoces mejor que yo... y ella conoce tu coche perfectamente, al menos el sillón trasero —añadí ocultando un gesto de asco. —¿Ella dice eso? —preguntó entre carcajadas—. Si fuese su hermana mayor la que lo dice, podrías creerlo, pero de ella... — bufó— no acostumbro a enrollarme con niñas. Mi ánimo decayó de golpe al oír esas palabras, no quise mostrarlo, por lo que puse mi mejor cara de póker de nuevo y lo miré a los ojos rezando para mantener la compostura. —¿Nos vamos? —en ese momento me di cuenta de que estaba sujetando la puerta del coche para que entrase y lo hice después de un rápido asentimiento de cabeza. —¿A dónde querías que te llevase antes de ir a Duseir&Bakerson? —preguntó sentado tras el volante.


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—Me apetece un helado... —dije en un susurro— pero quizás eso es demasiado infantil para ti, señor Duseir —le dediqué una mirada fría. Su boca se abrió y se cerró unas cuantas veces hasta que la bocina del coche que estaba detrás de nosotros lo despertó de su aturdimiento. El semáforo en el que nos habíamos detenido se había puesto en verde y no nos habíamos percatado. —Iremos a Ghirardelli, la mejor heladería de Chicago... —dijo en un murmullo sin apartar los ojos de la calzada—. Tengo que confesarte que soy adicto a su helado de fresa —lo miré de reojo al a vez que negaba con la cabeza en un gesto de incredulidad y él me guiñó un ojo divertido haciendo que mis mejillas se coloreasen en un gesto instintivo.


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Si estás leyendo este archivo, puedes encontrar más como él en www.NaobiChan.com o buscar alguno de mis trabajos autopublicados en Amazon. Si quieres ponerte en contacto conmigo, tan solo tienes que enviar un mensaje a Naobi21@gmail.com prometo contestar, aunque tarde un poco. Muchas gracias por tu tiempo, espero que te haya gustado y que dejes un comentario en mi blog para expresar tu opinión y si me dejas una dirección de correo electrónico te contestaré personalmente para agradecer tus palabras. En breve, también podrás encontrar la ficha de esta historia en Goodreads, y podrás dejar allí tu opinión sobre ella. Un besote y muchas gracias ♥

Naobi.


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