Gaceta Mefisto 24

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Mefisto

De números, pesos y medidas en el mundo antiguo Diana González Omaña Nancy Domínguez Rodríguez*

U

na de las principales cosas que hemos hecho los seres humanos como especie ha sido dominar lo que nos rodea para sobrevivir al mundo, hostil y desconocido, en el que fuimos despertando poco a poco gracias a la evolución. Este dominio, que hemos ejercido sobre el entorno hace ya algunos milenios, ha resultado ser mucho más simbólico que real. No obstante, pensar que tenemos cierto «control» sobre las cosas nos ha brindado una enorme tranquilidad, al saber que no estamos totalmente a merced de fenómenos naturales: cambios climáticos y meteorológicos, variabilidad vegetal, movimientos geológicos, etcétera. Este supuesto control, con el que creemos haber «sometido» al mundo y que en realidad sólo nos ayuda a sobrevivir y adaptarnos a él, ha sido posible gracias a, básicamente, dos de nuestros logros como especie: el primero ha sido nombrar el mundo y el segundo ordenarlo, enumerarlo. Los seres humanos en el planeta no sólo se han limitado a satisfacer sus necesidades básicas de subsistencia, sino a tener la capacidad de, citando a Lévi-Strauss (1987), «poseer pensamiento desinteresado, es decir, son movidos por una necesidad o un deseo de comprender

el mundo que los circunda, su naturaleza y la sociedad en la que viven» (Op. cit., 1987 p. 39). Fue de esta manera como, ante la incapacidad de entender la naturaleza de los acontecimientos que lo rodeaban, el homo sapiens se dio a la tarea de crear, a través de su imaginación, dioses y demonios responsables de esos fenómenos y de este modo pudo darles explicación (cfr. Matos Moctezuma, 1997: 15). Poco a poco, se fue moldeando el pensamiento humano y se fueron creando las estructuras necesarias, con los espacios propicios ,para colocar no sólo las ideas sino también las cosas, en función de ordenarlas y administrarlas; es decir, de controlarlas. Por lo expuesto anteriormente, no debe extrañarnos que sea precisamente en los templos donde tenemos los primeros rastros arqueológicos, tanto de escritura como de numerales. Asimismo, encontramos cuencos, es decir, pequeñas vasijas de cerámica, elaboradas en tamaños más o menos constantes, en un presumible afán por estandarizar medidas de capacidad con un objetivo claramente administrativo. En Mesopotamia, desde el periodo Uruk (3,300-2,900 a.C.), se pueden encontrar estos

* Las autoras son egresadas de la Licenciatura en Arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y son investigadoras de la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia – INAH.

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