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La leyenda de Horacio Cocles.—Jesús Cordero Lorente

Todos disfrutamos de la naturaleza, especialmente quienes tienen la suerte de haberse criado o vivir en un entorno rural, pero… ¿somos conscientes de las curiosidades que podemos observar en los seres vivos y procesos se producen en nuestro entorno? Cada gota de agua, cada planta, cada roca… es un ecosistema con miles de formas de vida con distintas estrategias, a cual más sorprendente, para realizar las funciones básicas de todo ser vivo: nutrirse, relacionarse y reproducirse.

Os invito a acompañarme en un “paseo virtual” a través de este artículo, en el que podréis descubrir algunas de las curiosidades que podemos observar habitualmente de manera fácil en cualquiera de nuestros paseos campestres.

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En esta ocasión, hablaremos de especies de la microfauna, concretamente en el grupo de los insectos. Es habitual que, por estas fechas, hayáis observado entre la vegetación una pequeña masa de espuma con aspecto similar a la saliva espumosa o a un “escupitajo”. Pues bien, nada más lejos; es la protección que utiliza un insecto conocido vulgarmente como cigarrilla espumadora (Philaenus spumarius). En su fase juvenil, este insecto segrega esa espuma sobre su cuerpo para protegerse de los depredadores, así como para mantener la temperatura y una la humedad decuadas para su desarrollo. Si retiráramos esta envoltura con cuidado, encontraríamos en su interior una delicada ninfa de cigarrilla.

Otro ejemplo curioso son las avispas: es popularmente conocida la avispa común (Vespula vulgaris), que realiza panales de papel; es visitante “no deseado” de nuestras piscinas en primavera-verano y nos produce en ocasiones dolorosas picaduras. Sin embargo, existen cientos de especies de avispa. Un grupo muy curioso son las avispas gallaritas o avispas de las agallas, de las que existen 360 especies distintas en nuestro país. Estas avispas tienen la particularidad de que su aguijón tiene una función únicamente reproductiva: para depositar sus huevos; y lo curioso es donde lo hacen, utilizan una hoja en crecimiento de un árbol de la familia de los Quercus (quejigo, encina, roble, alcornoque). Al recibir la “picadura” del insecto, el árbol se defiende produciendo la inflamación de la hoja y su crecimiento acelerado, y formando esas esferas que conocemos como agallas. Cuando la larva del insecto crece, sale al exterior de la agalla formando un túnel, cuya salida podéis observar como pequeños orifi-

cios en la parte exterior. Es importante no confundir las agallas con frutos, ya que los frutos de este tipo de árboles Quercus son las bellotas.

Por último, otro curioso integrante de nuestra fauna ibérica. Las aceiteras o curitas, de los que existen varias especies. Es el tipo de escarabajo más grande que existe en Europa, ya que puede medir hasta 7 cm. Estos animales cuando se sienten agredidos, expulsan una sustancia aceitosa y rojiza que algunos podrían confundir con su sangre. En realidad, es una sustancia irritante que puede provocar vómitos, diarrea, e inflamación del tejido… de hecho, antiguamente, incluso se creía que tenía efectos afrodisiacos y llegó a utilizarse en ungüentos.

ANNA ESCRIÑA SÁNCHEZ

El sonido puede verse”, fueron las palabras de Napoleón, en 1808, cuando el físico alemán Ernst Chladni hizo un sencillo experimento de acústica en la Academia de Ciencias de París.

El experimento consistía en fijar por el centro una lámina metálica cuadrada y espolvorear por encima arena o sal y hacer vibrar la placa metálica en diferentes puntos con las cuerdas de un violín. Lo que ocurrió fue asombroso. Aparecieron bellos dibujos geométricos que iban variando según la intensidad del sonido.

Los sonidos generan vibraciones, y lo mismo que pasa con las partículas de arena o sal, ocurre en cada una de las moléculas de nuestro cuerpo. Por lo tanto, de la misma manera afectan las palabras. Al ser un sonido que provoca una vibración, esa vibración genera una energía y la energía es información que percibe el otro, pero antes lo recibimos nosotros en todas las moléculas y células de nuestro cuerpo. El cuerpo siente la energía de esas palabras, anidan dentro de la autoestima.

Otra de las cosas que afecta es la intención y el tono de las palabras. En cualquier encuentro el otro recibe no solo las palabras, sino, cómo nos sentimos, con qué envuelvo las palabras. La envoltura puede ser de honestidad, de autenticidad, de cariño, de resentimiento, crítica…, y eso es lo que la otra persona va a percibir.

Recordemos el poder de las palabras porque el mundo es una sala de espejos que refleja lo que proyectamos. Debemos tener cuidado con lo que decimos del otro, pero sobre todo lo que nos decimos de nosotros mismos. Si no podemos hablar bien de nosotros o de los demás es mejor callar.

“Si quieres encontrar los secretos del Universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración”. Nikola Tesla

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