Revista Seis Mil 83 Esperanza David Malouf
Morelia, Mich. | Nov. - Dic. | AĂąo 2016 | NĂşm. 12
Semblanza Semblanza David Malouf (Brisbane, 20 de marzo de 1934). Es hijo de un padre libanés cristiano y una madre inglesa judía de ascendencia sefardí-portuguesa. Se graduó en la Universidad de Queensland en 1955. Ha vivido en Inglaterra; Toscana, Italia; y Sídney, donde dio clases en la universidad del mismo nombre. Su obra trata de temas de la historia, la sociedad y los paisajes de Australia. Los primeros libros que publicó fueron poemarios, pero empezó a ser conocido después de su primera novela, Johnno (1975), un relato semiautobiográfico de un joven que creció en Brisbane durante la segunda guerra mundial. Una vida imaginaria (1978) “lo consagró definitivamente como una de las voces de referencia del continente”. A partir de entonces, Malouf se dedica por completo a la escritura y abandona la docencia. El gran mundo (1990), novela que obtuvo varias distinciones, cuenta la historia de dos australianos y su relación entre las dos guerras mundiales, incluyendo el encarcelamiento por los japoneses durante la última. Remembering Babylon (1993) está ambientada en Australia del Norte durante los años 1850 entre una comunidad de granjeros inmigrantes aislados, amenazados por la llegada de un extranjero, un joven blanco crecido en el seno de aborígenes australianos. En 2008 fue elegido miembro de la Royal Society of Literature. Malouf ha escrito los libretos para 3 óperas (incluyendo Voss, una adaptación de la novela de Patrick White y producida por primera vez en Sydney en 1986) y Baa Baa Black Sheep (con música de Michael Berkeley), que combina una historia semiautobiográfica de Rudyard Kipling con El libro de la selva. Su obra —que también incluye varios volúmenes de poesía, tres colecciones de cuentos, y una obra de teatro—, ha sido distinguida con varios premios y traducida a diversos idiomas. Malouf es abiertamente gay y reside en Italia desde 1977.
Dios sin Dios Edgar Fernández Era el odio de Dios. Dios mismo estaba ahí apretando en su puño la vida, agarrando la tierra entre sus dedos gruesos José Revueltas
El hombre empalado decoraba con terror el lugar. En el lago alcanzaba a reflejarse una parte de ese desdichado que se había topado con la furia de Dios en los cristeros. Una furia incontenible que no daba lugar al perdón o la lástima, furia que se formaba en los corazones de hombres de fe ciega y siempre fiel. Se sintieron traicionados y el traidor pagó con la vida su infame acción. A la distancia, los federales habían presenciado el hecho. No se atrevían a enfrentarse a los cristeros y disfrutar del agua que tanto necesitaban sus cuerpos estirados por el calor. Conocían a su enemigo y sabían de su peligrosa terquedad cuando estaban enojados. A pesar de que tenían mejor armamento, se encontraban muy débiles y eran superados en número. —¿Qué hacemos, teniente? —dijo un federal. —Pues nada, hay que irnos. ¡
Todos, vámonos!
—¡Pero, teniente! —insistió el soldado—. Ese hombre nos estaba ayudando y lo mataron. ¿No haremos nada? Además mire a su alrededor, los árboles son escasos, ¡hay pura tierra! Quién sabe cuánto tardemos en encontrar agua de nuevo. Los caballos no van a aguantar. —¡Ya está muerto! Es inútil hacer algo por él. ¡Y ni modo!, si no aguantan los caballos o nosotros, ni modo. Prefiero morir de sed que a manos de esos. Todos se dieron la vuelta y comenzaron a cabalgar. Dos horas después la situación había empeorado. El sol estaba en su máxima expresión y sus rayos traspasaban la ropa gruesa de los federales y los quemaba como el fuego. Pasaron cerca de tres poblados en los que con seguridad tenían agua, pero eran los enemigos del pueblo, hubiera sido una locura acercarse. Hacía tres días que habían tenido la última batalla, la ganaron apenas, nada más sobrevivieron cinco. Desde entonces sólo habían ingerido algunos frutos que encontraron a su paso. Los caballos también estaban afectados, cada vez avanzaban más lento y por momentos se detenían hasta que eran obligados a seguir. —¡Teniente, teniente! —el sargento igualó el paso del teniente que iba hasta adelante—. Aquellos ya no pueden seguir —señaló a dos federales que venían rezagados—, ¿qué hacemos? —¡A ver!, vamos a detenernos tantito en ese árbol —dijo el teniente señalando uno viejo y de pocas hojas. Todos bajaron de sus caballos y atoraron las riendas en las ramas del árbol.
—¿Qué les pasa muchachos? —preguntó el teniente a los que sentían mal. —¡Ya no podemos seguir, señor! Tenemos mucha sed y hambre. —Todos tenemos sed y hambre, pero no podemos detenernos, es tiempo perdido. Tenemos que encontrar comida, con suerte y nos topamos con una de nuestras tropas. No debemos pasar la noche aquí, es muy peligroso. Los cristeros andan cerca, vigilando. Sin nos ven somos hombres muertos. Nosotros vamos a seguir rumbo al sur—el teniente miró al sargento y al otro soldado—, cuando se sientan mejor nos alcanzan, o si encontramos ayuda regresaremos por ustedes. Los tres federales montaron de nuevo sus caballos y reanudaron su marcha. Aún no se perdían a la vista de los que se quedaron bajo el árbol cuando varios estruendos rompieron el silencio. Los federales y los caballos cayeron muertos, asesinados a la distancia por unos cristeros que los habían observado y no dudaron en disparar. Los otros dos, espantados voltearon a todas partes pero no vieron a nadie. Ni siquiera hicieron el intento por moverse, estaban tan cansados que ya se habían resignado a morir allí.
El enredo del guido Mauricio Dueñas
6:51 p.m. Acordaron encontrarse a las siete de la noche e irían juntos a una fiesta de disfraces. Él llega a la Plaza de Armas, disfrazado de “catrín” y toma asiento a lado de una fuente a esperar a su amada.
7:16 p.m. Está llamándola por teléfono, es la séptima vez que lo hace pero ella no contesta. Después le manda un mensaje de texto: “¿Dónde estás?”.
7:54 p.m. La gente que pasa frente a él, puede notar su nerviosismo, tiene el celular en la mano y lo está mirando, ansioso de recibir algún mensaje o una llamada de ella mientras uno de sus dedos rebota en la banca.
8:29 p.m. Un lunático que carga una biblia se le acerca, se para frente a él, le grita: “la esperanza es la muerte” y luego continúa su camino. El enamorado queda en silencio, está ausente.
9:05 p.m. Ella aún no llega y parece que no lo va a hacer. Él tiene su cabeza hacia al cielo, está resignándose, mirando la majestuosidad de la resplandeciente lobreguez. —Será mejor marcharme, regresar a casa y arrancarle las perlas a mis tristes ojos— se dice suspirando.
9:06 p.m. Él decide levantarse de la banca y caminar rumbo a catedral. No se da cuenta que ella se aproxima. (Demoró arreglándose: viene maquillada de calavera, reluciendo su finísimo cuerpo en una túnica negra y su mano diestra presume una hoz de juguete. Realmente, luce muy hermosa, en los puros huesos: ella es la encarnación de la muerte).
9:07 p.m. Ella corre para alcanzarlo. Cuando está cerca de él, lo abraza de la cintura con su hoz. —¡Buuu, he venido por ti, Guido!— le dice sonriendo. Pero él azota en el piso de cantera, cae rendido a los pies de ella. Se sorprendió tanto de su llegada que fue víctima de un paro cardiaco. ¡Lástima!, Guido murió creyendo que “Esperanza es la muerte”.
Mi Cómplice Sol García Como muchos, de niña odiaba ir a la escuela, vivía con la esperanza que terminarán pronto las clases. Amaba las vacaciones de verano, porque eran muchos días y muy intensos, solíamos pasar en un pueblo que según mi mente de niña estaba alejado de mi ciudad Morelia. Se llamaba Infiernillo y sí, hacía un calor infernal. Desde muy temprano salía con mi hermana, mi cómplice, al parque que estaba muy cerca de casa y donde jugábamos hasta casi la hora de la comida, cuando regresábamos a casa era porque el sol ya estaba demasiado fuerte. Recuerdo que nos subíamos a los columpios, resbaladillas y vólantil, y si nos daba mucho calor tomábamos la manguera que siempre estaba a la vista y nos mojábamos. Había días que mi papá nos llevaba a la alberca del pueblo siempre estaba limpia. Algo que me encantaba era ir al río, recuerdo que no sabía nadar. Un día llegaron algunas amiguitas, ellas nadaban perfectamente. Me preguntaron si nadaba, mi hermana rápidamente contestó que no, yo me enojé mucho con ella y me tiré un clavado al río, claro que como una piedra me fui hasta el fondo, sólo recuerdo que de repente sentí una mano que me lanzó a la superficie, era mi papá y seguro recibí tremenda regañada. No hubo castigo pero jamás volví a hacerlo, sólo íbamos a jugar al río en lugares donde estaba “bajito” como decíamos nosotras. Como era un pueblo cercado con una barda, paradójicamente nos sentíamos en libertad porque podíamos hacer muchas cosas solas, como correr por todo el pueblo; recuerdo que cuando llovía nos empapábamos siempre sonriendo y bien divertidas. Después de la lluvia cazábamos ranas y por un arroyito que pasaba por la casa también atrapamos mariposas las cuales después soltábamos. Con los amigos jugábamos a las escondidas y recuerdo que teníamos un grupo de rock; los niños tocaban instrumentos hechos por ellos mismos, baterías que eran de cubetas viejas y guitarras que eran palos de escobas; por supuesto que las niñas éramos las coristas. Era triste después regresar a la ciudad porque eso significaba el fin de las vacaciones y el regreso a clases. Yo vivía con la esperanza de que pronto regresaría en las próximas vacaciones.
Rezumo del Atlántico Edel Zavala Regalado Cuando finalizó su junta social, él se dirigió a su oficina. En su papelera se hallaba un telegrama, proveniente del municipio de la Esperanza en la República Dominicana. En él se transmitía el mensaje: "Urgente su presencia”. Tras leer el telegrama, entristeció. Pensó entonces en el puerto donde desembarcaba en Santo Domingo. Imaginando a vuelo las gaviotas y el arribo de negros cargadores de maletas. El pasado advenía de la isla que ya hace años había abandonado. La forma en que tuvo que salir de la isla, aún lo agobiaba, entre los contratiempos que acecharon a su establecimiento de medicinas genéricas. De diez años acá aún se apasionaba con aquella dominicana negra que le dijera lo simple que era la vida en derredor de una isla. Porque ella sabía que los banquetes duraban poco, ella le decía: " amaranquella bajo las palmeras de los cocos". Él se estremecía en su melosa memoria hallando el ensueño de aquellas palabras. La isla esparcida de buganvilias y amarantos ambientaban la pasión, donde, ella reconocía la independencia en cada inclinación suya, la gruesa cordillera del Mote Cristi en la provincia Valverde también lo afectaba de asombro, al que tantas veces se adicionó en la búsqueda de sus anfitriones, el atardecer de fuego le parecía fuego de los volcanes cuando leía un libro de postilla de título Heliotropo cuyo autor olvidó en los anaqueles. Toda aquella remembranza le deleitaba mientras el viento entraba por la ventana; por su sangre que llegaba al cerebro se le representaba la partida de aquella provincia Valverde en el municipio de la Esperanza, donde, se hospedó mientras los tratados internacionales abogaban por la independencia de la isla ubicada en La Española. En su vista destellaba la ida del puerto de Santo Domingo con tristeza. Reaccionaba con odio por la polémica que no habían podido dirimir en aquellos tiempos las tendencias independentistas. El fogón latinoamericano ardió entre las chispas y estallidos haciéndolo salir de aquella isla exótica. La separación de aquellos hábitats tan maravillosos desde que Colón las descubriera dándole en nombre de Dominica, lo arrumbó en su sillón. Tomando el telegrama entre sus manos leía: "Urgente su presencia”. Cuando repuso el papel en la mesita a lado de su sillón alcanzó a confundir entre su pensamiento el misterioso sentimiento del amor. Fortalecido a una mezcla negra que hacia posible que él estuviera allí de nuevo.
Su nombre también era Esperanza Ana Karen Martínez Esperanza era cautelosa, diminuta y escurridiza. Se quejaba de todo, estaba conforme con nada y jamás solucionó algo. Moría y resucitaba cada tantos minutos; subía a la azotea por las noches para observar las estrellas pueblerinas, ensimismada y melancólica soñaba y luego de rato aterrizaba de golpe. Esperanza siempre me mintió, no era yo a quien buscaba en aquellos días de invierno, tampoco buscaba al vecino el cual acariciaba su nuca, ni si quiera al tendero que le entregaba sus delicias. Yo la quise ciegamente, a sabiendas que su amor no me pertenecía, aun cuando en su naturaleza no estaba el responder a mi cariño. Esperanza tenía bellos ojos azules, pelo negro azabache, un alma brusca y salvaje. Me daba calor sólo cuando le venía en gana y por las tardes se sentaba en mis piernas jugando a quererme. Esperanza era todo menos esperanza, porque jamás me quiso. Esperanza fue una simple gata callejera, a la que le sirvo de orador hoy en su entierro, murió presa de la camioneta de algún vecino. Quizá me tome la molestia de escribir estas líneas, de cavar un pequeño agujero en mi jardín y pararme aquí a leer, porque ella también se llamó Esperanza, porque ella tampoco me quiso.
Cántaros Emmanuelle Brio 1 Bajo la luz púrpura, caminas. Caminas como un buey con las níveas patas doloridas, como si por delante tuvieras vida.
Tienes hambre y sed: eres joven y estúpido.
¿Dónde están tus minutos si no sentados esperando órdenes tuyas en el masivo trepidar de las estrellas?
Has visto crecer al hombre como un milagro sordo sediento de asolarlo todo.
La lluvia, las flores y las hortalizas colapsan pero tus pies andan delante como si por delante estuviera el porvenir.
2 Tus lóbulos en el terreno taciturno de una curva en el espacio, reconstruyen las alambradas de Auschwitz.
Cuando te olvide Ana Karen Martínez
Vendrá el viento y barrerá la tierra, el polvo quedará esparcido en el arenal. Las aves cantarán melodías de antaño, que arrasarán con la nostalgia. Vendrá el mañana con brillo en los ojos, se tejerá la alegría en un antiguo telar. Aclamará justicia aquel viejo abedul retornaran al verde sus secas hojas. Mis manos cicatrizarán, los errores serán enmendados, y la ronca voz será joven de nuevo. Bailará en mi mente tu imagen, saldrás por mis oídos, ojos y mi boca. Quedaré ausente en el turbio pasado, vendrá el cansancio, se irá la esperanza, tal vez finalmente te olvide, tal vez sea feliz.
Evocación Edgar Fernández
Tarde sin fe, enmarcada en los recuerdos. Aquéllos que murieron jóvenes.
Ilusión o esperanza Ana Karen Martínez No debí alimentar la ilusión, se iría, el tiempo no se apiada. Fue efímero, como todo. Aseguré mi amargura incluso le di garantía, persiguiendo su silueta, tejí mis manos a su sombra, intenté prevenir su ausencia y terminé grabando en la pared la fecha de su partida. Amé por vez primera, volví a amar y a perder, desde entonces se vació la existencia del ser que vivió antes en mí. La esperanza perduró lo que pudo ahora se ha muerto con su vago recuerdo.
Niña Edgar Fernández Es niña, sus ojos centellean como luciérnagas en el bosque, parpadean, crean lo fantástico, son paz.
Es niña, tierna memoria, sueños vainilla y perla sonrisa. Nace de flores, crece con ellas.
Es niña y a veces llora, vierte su lágrimas al cántaro que guarda su pasado, con la esperanza de que no se repita.
Es niña, es pura.
Nunca será Mauricio Dueñas ¡Nunca será esperanza!, sino la flor marchita, el caramelo amargoso, la tristeza más alegre, el perverso augurio, la estrella fugaz, el fuego sin antorcha, la cordura del lunático, el gusano que devora entrañas, la soledad del tiempo, el niño que no imagina, la mirada azul de un gato, el estruendoso relámpago en una noche silenciosa, la fisura en la bola de cristal, el cáncer de los sueños, la casa deshabitada, el asfixiante lamento, la fantasía del consuelo, el Padre Nuestro a un dios sordo, la muerte, nuestra maldición; el cuento que siempre estaremos creyendo.
En pos de un humano lector Margarita Vázquez Díaz Nuestra casa los libros
Les ha sucedido encontrarse plenamente absortos y disfrutando una novela y de repente, como por arte de magia, aparecen en nuestras manos o ante nuestra vista libros magníficos que logran atraernos. Y entonces ya no es un libro el que leemos con interés, sino dos, tres o más. Recuerdo que anteriormente me conflictuaba, sentía que traicionaba de alguna manera al libro inicial, pero ahora, de la manera más natural hago pausas entre varias lecturas. Casi siempre me sucede que hay una que es como un libro mayor literario, a esa le dedico tiempo y espacio de calidad, no porque las otras sean menos importantes. También he comprobado que a veces, de acuerdo a las actividades cotidianas que tenga es el tiempo que puedo otorgarme una lectura exquisita. Existen momentos en que logro abrir dimensiones para la lectura en cualquier lugar: combi, camión, taxi, banco, en la parada del transporte, en compañía, en el jardín de la casa rodeada de mis gatos. Pero en otras, requiero encontrarme a solas con mis lecturas, creando una atmósfera infinita que propicie el pleno disfrute entre los libro y yo. Otra cosa que me ha resultado excelente para darle salida a esos libros o revistas que voy rezagando y que me interesa leer, es dejarlos en diversos espacios de la casa: como el baño (ahí me inspiré a finales del 2005 para leer un libro sobre escritores suicidas “Confieso que no escribiré más”, el cual fue un regalo que me hizo, Ana Aridjis. El cual me pesaba leer y no leer. Deseaba regalarlo, no tenerlo más, pero sentía un compromiso con ellos y sus historias y por fin lo culminé). La cocina ha resultado un espacio ideal para conjuntar aquellos libros que tienen que ver con nutrición y salud: recetarios, herbolaria, etc. También las historietas de “Mafalda” y “La familia Burrón”, las cuales en algún tiempo se volvieron entrañables e indispensables para una buena digestión. Recuerdo que en un cumpleaños me regalé “Ladera este”, de Octavio Paz; un libro de poesía que se convirtió durante largo rato en mi compañero inseparable. Fueron cinco años de disfrute continuo. Aún recurro a él, amante generoso que siempre tiene sus labios abiertos para mí. ¿Y, cuáles son tus formas, tus maneras de encontrarte con la lectura?
Con los pies en el cielo y en la tierra
Con todas las “ventajas” que según los políticos proporciona estar inmersos en un consumismo desproporcionado, aun existen sectores de nuestra población marginados, silenciados, apartados porque se les ha negado el lenguaje, la palabra. Y que paradójico resulta cuando año con año venimos escuchando el "enorme" interés de todo gobierno en turno por llevar campañas de alfabetización o de fomento a la lectura ultra rápidos, al más remoto lugar de nuestro amado país. Igualito que las campañas de "gansitos marínela o coca-cola". Impuestas de acuerdo al pensamiento e interés de unos cuantitos, pasando las más de las veces por encima de las necesidades o intereses prioritarios de una comunidad. Cuando la preocupación es alfabetizar o fomentar la lectura como co-lo-ni-zar, el educador o promotor adoptan una actitud intolerante y absurda, pierden la humildad y capacidad de sorpresa, llegan para imponer, no para aprender otra manera de percibir el espacio y el tiempo. Elemental es poder comunicarnos a través de un lenguaje con otros tipos de lenguajes, ya que lo heterogéneo y lo diverso es lo que nos conforma como nación. La uniformidad es uno de los rasgos del fascismo.
¿Leer para qué?
Antes del libro fue la oralidad transmitida de generación en generación la que resguardaba los saberes comunitarios (como aún se sigue haciendo en diversas comunidades tanto indígenas como rurales o urbanas); después fue necesario resguardar esos saberes en libros, para poder acceder a ellos había que enseñar a decodificar una serie de signos como se hace ahora también. Pero sólo las clases privilegiadas podían tener contacto con ellos, se resguardaban celosamente, sobre todo en conventos. Los libros de antaño resultaban una fusión enriquecedora de elementos intelectuales y visuales. Muchos libros clásicos de la literatura universal son de autores anónimos, porque no sabe con exactitud el nombre del autor, vaya, ni siquiera una aproximación, ya que muchas de las historia que cuentan esas obras eran dichas o cantadas por juglares o troveros o bufones de palacio. Esto era un big bang porque se retroalimentaban las historias y se iban enriqueciendo con la aportación de todos, una bola de nieve colectiva, el autor original, el que puso el primer esbozo desaparecía en la colectividad de boca en boca. Los juglares atrapaban esas historias e iban narrándolas por los caminos. Se narraban gestas heroicas, se transmitían noticias, cantos, poesías, juegos.
Un día, estas aportaciones populares también fueron captadas para editarlas en lo que se dio en llamar libro. Los primeros libros fueron escritos a mano, cuando no existía la imprenta, apergaminados o en forma de acordeón. Y un buen día nació la imprenta y con ella los libros que eran privilegio de unos pocos pudieron llegar a otros ámbitos. Libros exquisitos, ostentosos, científicos o literarios, eróticos, sagrados, exóticos. Se fue perfilando lo que sería la industria del libro, poco a poco se fue depurando, acrecentando, transformado. Ahora existe una diversidad de editoriales de las cuales habrá que ir distinguiendo aquellas obras literarias con elementos que enriquezcan y amplíen no sólo nuestro lenguaje sino a nuestro ser entero, y nos maravillen y nos sorprendan. Tal vez indagar en novedades o recomendaciones, correr el riesgo porque también tal vez encontremos un punto de conexión. Y si no pasa nada, sino deja huella en nuestra percepción, se ira diluyendo. Como sucede con betsellers o libros masificados. Pero si existe una parte de la población que es ferviente seguidora de este tipo de ejemplares tampoco habrá que asustarse, a veces esos seudolibros sirven de enganche para quien no había descubierto sus dotes lectoras. Leer porque sí, para saber que dicen los libros, para entablar un diálogo abierto o en silencio, para que nos sorprenda la historia que deseábamos encontrar, o un poema que nos arrebate. Compartir nuestros hallazgos, compartir aquellos libros que no temamos ya no recuperar, regalar libros, leer libros en voz alta, en voz baja, en la combi, en la sala de consulta, en la cama, en el baño, de cabeza, en flor de loto. Por imitación también se contagia un gusto lector. Histórica e histéricamente se ha vuelto un lugar común denostar a las clase populares, al pueblo, mostrarlo como flojo, tramposo, corrupto, y además de todos los “milagritos” que le han colgado uno más se suma a esta cadena de improperios, no leen ¡HORROR! Con razón están como están, atrasados y sin porvenir, sin posibilidades de mejoras económicas y de trascendencia; si no leen en la cacerola vacía, en los zapatos rotos de sus hijos, en la incertidumbre de un país que explota porque sus grupos en el poder económico y “educativo”, son tramposos y corruptos, y que no vengan con la justificación super masticada de que cada pueblo tiene el gobierno que merece. El pueblo mexicano, los ciudadanos comunes no han conformado a esa bola de engendros, ellos solitos se bastan para retroalimentarse, sus nuevas generaciones aumentan en grado pernicioso. Ahí están ante la vista las redes de corrupción y barbarie, donde las redes del crimen organizado se conforman por las clases en el poder. Un día imaginé a la ciudad del ciudadano común con poemas en sus paredes, en su transporte colectivo, y lo he visto en muros graffiteados, con frases .poéticas o filosóficas ganados en la clandestinidad; lo he visto en las combis pintadas de poemas.
También he sido testigo y participe del encuentro de libros como olvidados en cualquier lugar, en la plaza, en casetas telefónicas teléfono. O en lecturas que son actos poéticos donde se entrecruza en el paso apresurado del que camina por las calles, o aquel que descansa en una plaza. Alguien aparece y lee de manera furtiva un fragmento de novela o poema. De esa misma forma sin aplausos se aleja para abordar a otro ciudadano.
Plaza del Carmen I Cuatro prostitutas “discretas” (aunque ese término le parece a Sonia agresivo y prefiere mujeres que se reúnen en la plaza y trabajan), a un costado de la iglesia del Carmen, se acicalan, hablan en susurro a los hombres que por ahí pasan, se dejan ver por ellos. El, joven indeciso a sus diecisiete años se decide, se acerca, abre un libro de poemas, ha escogido el que le pareció más bello para regalárselos, en voz alta lee. Las cuatro mujeres dejan de hablar, aunque no lo miran directamente escuchan, miran al suelo y escuchan. El termina, da media vuelta y se aleja con un fino sudor en la frente. II Un señor joven, regordete, desparramado en la banca mira al suelo, ella y sus catorce años se sientan a su lado, lleva un libro del cual extrae un poema muy triste y lee en voz alta. Al concluirlo se levanta con suavidad. El no se ha movido ni un milímetro. III El muchacho se sienta junto a la mujer con dos hijos, abre un libro y lee en voz alta, la pequeña niña, de aproximadamente dos años de edad abre los brazos; el niño de unos cuatro intenta decir algo extrañado pero su mamá le hace una señal de silencio con la mano, y luego ella fija la vista en el suelo. El muchacho se levanta y se va. IV Camina cansado, es un hombre cuya delgadez no le impide llevar una mochila a sus espaldas, y hasta una gorra que le cubra la cabeza. Ella se planta a su lado, lee pausadamente en voz alta, él se detiene, la escucha, ella gira para alejarse, él le da las gracias por su lectura. V Atraviesa la plaza a grandes zancadas, su cabello amarillo y su piel tan clara denotan otra nacionalidad, además de su vestimenta, cómoda para moverse de un lugar a otro. Una jovencita de quince años de piel blanca y ojos vivaces, vestida también cómodamente, se planta a su lado con un libro entre las manos, el cual lee en voz alta. Trata de seguir el paso apresurado del
joven extranjero, el cual se mesura a la altura de la fuente, mueve la cabeza lentamente, mueve las manos intentando decir algo, pero ella continúa leyendo. Se detiene frente a ella, la escucha ahora con atención. En un silencio ella da vuelta para alejarse, él saca una moneda y se la extiende, ella no la acepta. Le da las gracias por haberle leído y se aleja ahora con paso lento. VI Gracias. Silencio. Lee usted muy bonito. Miradas. ¿De quién es ese poema? Silencio. Por favor, cómo se llama el libro: “Plaza del Carmen”.
hei José Agustín Solórzano Te quiero, es decir: te necesito. Que también quiere decir: me dueles. En tu corazón hay una ciudad en llamas. Un lugar donde todas las piedras son zafiros, y sus terrones están llenos de oro. Una ciudad sitiada por mis tropas. Un ejército de pájaros blancos se acerca a tu muralla. Mi agua resultó inundada por tu fuego. ¿Dónde estás? ¿Por qué vienes a mí y no te veo? El abismo de la tierra dice: no está dentro de mí, y el mar afirma: ni conmigo. Cómo conocerte, dónde atravesar tu herida con mi espada, si has escondido tu silencio tras las fauces de Leviatán. Dime si tu cuerpo es lo que busco, o sólo el presentimiento de tu cuerpo. O dime si no es tu cuerpo ni el presentimiento, sino la callada melancolía de no hallarte, lo que me tiene confundiendo tu nombre. Amor. O será tu cuerpo un templo, o piedra tu piel y la sabiduría sólo una palabra. Entonces me has perdido. He levantado tantos templos y lanzado tantas piedras a los ríos. Ya voló la sabiduría como se fueron, entre tus entrañas, incendiados, aquellos pájaros blancos de mis venas.
Visión - Luz María Rodríguez
Día de Muertos - Edgar Fernández
CĂşpula - Alberto Bautista
Alberto Bautista Hace algunas décadas existían personajes icónicos en la cultura mediática de México, estos personajes acaparaban la atención de muchos y se destacaban por sus bailes en una atmosfera de sensualidad y gloria. Sin embargo, los años pasaron y esa atmosfera se perdió, dejando expuesta la simpleza y humanidad de estos personajes. Precisamente la humanidad de estos personajes es por lo que destaca este documental. Dirigido por María José Cuevas, Bellas de noche cuenta la historia de cinco ex-vedettes (Lyn May, Olga Breeskin, Rossy Mendoza, La princesa Yamal y Wanda Seux), que tras haber pasado muchos años de la época en la que gozaban lujos y fama, ahora descubrimos su lado más humano y sensible. Ellas mismas se encargan de contar sus vivencias, desde el éxito de la farándula hasta la decadencia y resurgimiento de sus vidas. Lo más destacable del documental son sus personajes, su historia está exitosamente contada de manera que mantiene el interés del público y que refleja el arduo trabajo de investigación y postproducción del equipo realizador.
Breve introducción a la relación que existe entre el Inconsciente y el Lenguaje 1
Blanca De Aldecoa Castillo
En tanto que hablamos, somos medidos como hombres; porque deseamos, hablamos; y en tanto sujetos deseantes, estamos insatisfechos.
Mientras mejor explicado y bien narrado pudiera ser, mejor se comprendería la relación aquí introducida; lamentablemente, como diría Jacques Lacan en las
Formaciones del Inconsciente , su 5° seminario, es
lamentable que se siga este camino de investigación por las simples alusiones. Al considerar la lectura de los
autores aquí citados, se busca dar al lector un camino seguro y
relativamente corto, llano, por el cual andar, para que pueda verificar la legitimidad de esta relación natural e inherente al ser humano por el simple hecho de que habla; sólo por mencionar algunos de los fenómenos en los que dicha relación es realmente patente, se desglosan los siguientes: los sueños, actos fallidos (o logrados, diría Lacan) de la palabra, lapsus, olvidos de nombres, el chiste, el síntoma, la poesía. Fenómenos del lenguaje que se identifican por llevarse a cabo en la dimensión inconsciente
2
y tener efecto, voz, a
partir de la articulación oral o el monólogo interior. Veamos al hombre3 en busca de respuestas
encaminadas a la resoluc ión de algo, en la insistente
tendencia de cuestionamientos que parecen tener efecto y lugar en lo material, cotidiano
, de nuestra
experiencia diaria; lo rudimentario, todo aquello que nos envuelve entre las paredes que nos enclaustran y remontan al diario vivir. Esta búsqueda permanente de respuestas, nos remite de inmediato a la dimensión de lo esencial4, la función de cada sujeto, en particular. Platón en su Cratilo o del Lenguaje argumenta que el Nombre Propio tiene relación directa con las funciones elementales de cada cosa . No se le llama caballo al león; ni a la ventana se le denomina sillón, etc. Si la cosa es Nombrada, es porque tiene una función particular;la Ley
1
Es la tesis inaugural del psicoanálisis lacaniano, considerado como el análisis lingüístico del psiquismo. Por inconsciente ente
nderemos, a
partir de Jacques Lacan, el lugar privile giado del lenguaje, donde se lleva a cabo la selección, combinación, sustitución, significante. El lugar de la Ley, la consecuencia de la “división del Sujeto” (consciente -inconsciente). Siguiendo a San Agustín, que también es pilar de esta relación de conceptos, el inconsciente sería el lugar, sí de los significantes, el lugar de la palabra, pero más allá aún, el alma. 2
“La otra escena psíquica” dice S. Freud “Ése significante en acción”, dice J. Lacan.
3
Dentro de este escrito, el término hombre designa al género humano, es decir, varón y mujer; con el afán de no desgastar las palabras tratando
de dejar conforme a alguno. 4
La palabra <esencial> hace alusión a la capa más profunda de
acentuar lo referente al ser o la función de cada cosa.
sentido dentro de la acepción de lo que se dice . También, en ocasiones, para
inconsciente, la intervención del significante, otorgando a cada cosa su valor exacto, lleno de orden. El significado sería en cada caso, la historia, lo que a través de ella se modifica de la lengua. A partir de la vía significante1que es la que nos dirige
, vislúmbrese cada etapa del desarrollo del
hombre y divídase en lo cotidiano y lo esencial, lo elemental permea a lo cotidiano de sentido2. Cuando se habla, el mensaje se dirige al Otro3 y no es precisamente al otro4 que se tiene enfrente, aun cuando sea el remitente del mensaje. El arte de hablar le compete al hombre, es muy natural que sea toda una cadena la que
ordena la palabra articulada, que sea la misma cadena significante que mueva el
discurso corriente que reproducimos entre iguales y, por ejemplo, que no tenga ninguna finalidad, lo que se dice, más que causar gracia o sorpresa para ocasionar una risotada. En este ejemplo se expresa la relación del inconsciente con el lenguaje
en tanto que para causar sorpresa se requiere de una máscara en las
palabras, lo que remite al “doble sentido” de las frases. Que el análisis lingüístico o Psicoanálisis se concentre en lo que se dice y la intención de lo que se dice como algo separado, tiene su especial interés porque es por la vía del significante como se accede al sentido pleno de todo aquello que tiene traducción, como es la palabra. Se dice de la palabra que es el instrumento del habla que impregna de realismo nuestro deseo, cristaliza el deseo, para darlo a conocer. “Deseo se define por una separación esencial con respecto a lo que corresponde pura y simplemente a la dirección imag inaria de la necesidad, necesidad que la demanda introduce en un orden distinto, el orden simbólico, con todas las perturbaciones que éste puede traer aquí” (Lacan, 1958).
San Agustín de Hipona, con mayor énfasis en sus Confesiones, dice que el deseo de alguna forma debe articularse, pues busca ser satisfecho. Pone a prueba al niño recién nacido que patalea y manotea con tanta desesperación e impotencia, exigiendo con cierto gemido, que le sea dado su alimento . Por medio de esta vía, el hombre ingresa al orden de la demanda, que por cierto, debe ser articulada, pues es en este registro donde el sujeto tiene acceso a escucharse y reconocerse. San Agustín considera que este es el esfuerzo del hombre por expresarse, lo que le impulsa a hablar. Jacques Lacan asie nte frente a la teoría agustiniana. Para el analista su principal foco de atención es la palabra, hablada o escrita, con especial hincapié en
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Según Ferdinand de Saussure, es la imagen acústica, formada por los miembros más pequeños que otorgan el sentido, los semas,
posteriormente, los fonemas. Siempre apuntando al sentido puro. 2
El sentido se da a partir del significante más la demanda, deseo (Lacan, 1958).
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Lugar del Inconsciente, un Otro, designa el lugar donde se produce la palabra. Cuando se habla del Otro, con mayúscula, se ha
ce alusión
inmediata a la función paterna pero son conceptos que podrán manejarse con posterioridad. Por el momento, léase al Otro como el lugar de la Ley, que acompaña a cada sujeto y domina cada frase expresada, sobre todo las que mueven las fibras de
licadas como “la muerte, la vida, el
nacimiento, la guerra”. 4
Con minúscula (autre) designa simplemente al semejante, al prójimo, como tú y como yo. Refiere al “próximo” con el que se art
discurso común. Tal vez, en ocasiones, al semejante al que le diriges la palabra para no decirle nada.
icula un
esta última, que revela más de lo que quiere decir. Entonces, retomando el tema, si el hombre es impulsado a hablar por medio de una necesidad que debe convertirse en demanda para poder ser dicha y elaborada como un discurso dirigido al Otro, del que proviene mi satisfacción, entonces se le debe demandar a ese Otro por medio de su código propio, engañarle, para q ue parezca una petición más su insatisfecha; e sa es la vía del deseo
ave, porque la necesidad originaria
siempre será
en relación al significante (por medio del que se expresa)
insolubilidad, por eso la insaciabilidad. “En una obra, como en toda pro ducción a base de palabras, hay dos planos. Está, por una parte, lo que dice, lo que formula en su discurso, lo que quiere decir, en tanto que su sentido, separando el quiere y el decir. […] En esto consiste incluso, habitualmente, nuestro pensamiento –captar lo que se dice, más allá de lo que se quiere decir.” (Lacan, 1958).
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