Revista Seis Mil 83 No. 9

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Belleza atroz Mauricio Dueñas Eran las dos de la tarde, la rutina estaba en su auge: caudalosos ríos de coches y una quisquillosa ambulancia excitando a una sirena llorona, policías de tránsito sonando sus silbatos, un voceador intentando vender los últimos periódicos del día, niños obesos de alegría jugando en la plaza, mamás agobiadas haciendo teatro para regañarlos, jardineros sembrando primaveras, palomas acechando el pan nuestro de cada día, turistas despreocupados tomándose fotos, gente comiendo en los restaurantes de los portales, jóvenes apresurados, lamentándose de la vida, queriendo detener las manecillas de sus relojes, ancianos sentados en una banca, burlándose de la muerte, mirando pasar el tiempo. De la nada, el viento nos golpeó; las palomas volaron desesperadamente a sus nidos en los edificios de cantera. El voceador dejó de gritar, permanecía inmóvil entre los ríos de coches, miraba el cielo. Los automovilistas frenaron sus autos, uno a uno bajaban a mirar el cielo. Los jardineros, los turistas, los policías, las mamás, los niños, los ancianos, los jóvenes, todo el ajetreo paraba; la ciudad quedaba muda. Estábamos pasmados, con la cabeza alzada al cielo. El sol huía, pensaba que era el fin del mundo; el cielo perdía su tono azul, estaba marchitándose, pintándose grisáceo. Una guerra estaba aproximándose. Había un ejército de nubes blancas y otro de nubes oscuras. El viento las acercaba, desarmadas avanzaban a la contienda, temerarias y enamoradas de su fatal destino. El viento dejó de soplar; las nubes estaban golpeándose como bestias enfurecidas y hambrientas, hacían una danza malditamente sagrada. Zeus nos dio su bendición y comenzaron a descender del cielo, unos diminutos ángeles de cristal. Sus cuerpos estallaban, todo lo mojaban con su sangre incolora; no les importaba dónde, cualquier sitio era perfecto para extinguirse, eran dichosas de tener una húmeda sepultura, una muerte llena de vida. Asustados, todos corrimos a buscar refugio en los portales. Luego de dieciséis minutos de estar a salvo y de llenarnos los ojos con una belleza atroz, el viento reapareció. Violento vino a separarlas, a dar fin a la disputa. Las nubes no tuvieron otra opción, el viento era más poderoso que ellas, no querían más problemas; pactaron la tregua y huyeron por caminos distintos. Volvió el cielo, más azul y puro, también, aquel sol cobarde vestido de oro y llegó un arcoíris proclamando el renacimiento de los trajines de la ciudad, de nuestros deberes cotidianos.

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Eclipse Edgar Ruiz Mi reflejo en el café se reía sardónico, fue el principio del vaticinio de lo que estaba por ocurrirme. Había visto esa expresión otras veces y nada había sucedido; es más, hasta me atreví a desafiarla y arrojé la taza contra la pared; mi rostro se perdió entre el líquido derramado. Ignoré la mancha y los trozos de cerámica en el piso y subí a mi habitación e intenté leer el periódico, pero lo dejé al ver el lenguaje y amarillismo usado en el encabezado de una nota roja. Aún era tempano, tomé el celular para ver la hora y me percaté de un mensaje que había recibido: “Enzo, recuerda la reunión de la noche, responde para confirmar”. Leí el mensaje e intenté responder pero mi celular se quedó sin batería. No le di más importancia al asunto, al poco rato me quedé dormido. Tuve pesadillas, aunque no las pude recordar; me costó trabajo despertar, estaba sudando y agitado. Pasaba del medio día, faltaban casi ocho horas para la reunión y como era sábado, no tenía nada qué hacer, pensé en salir a caminar o pasear en bicicleta; aunque el calor hizo que me arrepintiera de último momento. En la mesa del comedor estaba un rompecabezas que me había obsequiado una amiga por mi cumpleaños. Ella sabía de mi gusto por esas cosas y también sabía que mi anterior rompecabezas del Puente de la Torre se había estropeado cuando derramé cerveza sobre él. Por eso me regaló otro idéntico. Comencé a armarlo y en poco tiempo logré ensamblar doscientas piezas, fue ahí donde comenzaron mis problemas porque el resto formaban las partes del cielo o del río y resultaba muy difícil encontrar dos piezas que embonaran. Aun así lo intenté bastante tiempo y logré algo de avance. Dejé de lado el rompecabezas cuando mi frustración estuvo a punto de expresarse. Me di cuenta del hambre que tenía; preparé pasta y ensalada con pollo. Estaba por sentarme en la mesa pero me percaté de que ya no tenía cerveza, me vestí rápido y salí rumbo al supermercado. El calor era insoportable, apenas había dado algunos pasos cuando comencé a sudar, mi cuerpo se puso tenso, se me dificultaba respirar; un persistente dolor cruzó varias veces mi cabeza. Ya me había sucedido antes; sin embargo el dolor se hizo intolerante de inmediato. Intenté, llegar a la sombra de un árbol que estaba cerca, pero a media calle mis piernas dejaron de responder, me quedé tirado sobre el pavimento ardiente. Me quemaba, el sol me estaba quemando vivo y el dolor en mi cabeza seguía incrementando; con angustia veía como una gran nube se aproximaba a eclipsar el sol, fueron eternos los segundos. Cuando la nube estaba por opacar su luz intensa, la vida se me acabó.

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Esmeralda Victoria Esmeralda —Te dije que este día llegaría; tarde o temprano, pero llegaría. —¿No estás seguro? Si lo dudas podemos irnos. Tú me pides más de lo que estoy dispuesta a dar. —Tú crees que no estás dispuesta, sólo te engañas. Ella se colocó detrás de él, tapó sus ojos con una pañoleta, lo llevó unos pasos hacia la izquierda. Le pidió que se tumbara sobre la cama. Él se tumbó tal como ella le pidió. Con su mano izquierda comenzó a recorrer la cama en busca de algo, aunque no sabía qué. —Tranquilo —le susurró ella, mientras se recostaba junto a él. Le dio un ligero beso en los labios. Él se sentó en el borde de la cama, le dijo que olía a canela cuando sintió la piel tersa de la mujer, extendió su mano, ella la sostuvo y vertió cera sobre la palma. —¿Qué haces? ¡Quema! —No quiero lastimarte, sino despertar tus sentidos —dijo ella. Con calma y hasta tiernamente, ella le quitó la camisa a él. Después colocó un hielo en sus pezones, sonrió al verlo estremecer. Ató sus manos con una venda y le pidió que la acariciara con sus labios. —La mayoría de las veces —comentó ella— en la intimidad, las parejas son demasiado rápidas, pasan inadvertido el cuerpo de la persona con quien están; esta ocasión no quiero que sea así, algo efímero. Quiero que cada centímetro de nuestra piel se erice, que nuestros cuerpos tiemblen sin control, que al finalizar sólo tengamos ganas de más. Él sonrió y besó con suavidad las manos de ella, deteniéndose para identificar su olor: jazmín, lavanda, rosas… No, era manzana, manzana con… Lo interrumpió ella besando su cuello. Beso a beso hasta llegar a su oreja, donde dio un leve mordisco. Tiró de su pelo hacia atrás y lo besó otra vez; pero éste ya no fue dulce, al contrario, lleno de energía. Él se incorporó, la tomó por la cintura haciendo presión y la estrechó contra él. —Hoy vamos a seguir el Tantra —dijo ella mientras liberaba las manos y los ojos del hombre. 7


Ella se recostó, y él vertió un poco de aceite en sus manos, con parsimonia las posó sobre el vientre desnudo de la mujer y comenzó a realizar movimientos circulares pequeños que se extendieron hasta la base de sus senos. Alargó sus dedos pulgares hasta los pezones e hizo presión. Ella cerró los ojos. Las manos de él siguieron el recorrido en el cuerpo desnudo de la diosa: desde sus hombros, pasando por los brazos donde rasguñó ligeramente la piel, y de ahí dio un salto a sus piernas, se inclinó para besar ambos muslos, lento, suave como si fuera la primera vez, como si fuera la última. Después, inevitablemente llegó al monte de venus… pero dudó. —¿Estás segura de que quieres esto? —preguntó él echando para atrás su cuerpo. —Siente como tiemblo igual que tú, ya estamos aquí, ambos queremos esto —dijo ella—. Solo recuerda: no tenemos nombre ni apellido. Se paró, tomó una copa de vino tinto y derramó la mitad sobre la espada de él, le dio un sorbo al vino y luego lo beso. Él siguió el beso. Después ella soltó su mano de la copa y algo insegura llegó a la entrepierna de él, tomó su miembro y con su boca comenzó un vaivén lento que poco a poco fue haciendo más intenso, hasta que alzo la vista y lo vio sonreír. Él la tomó de la cintura, la recostó, abrió sus piernas, beso en la parte interior. Su lengua se sumergió en la humedad de su vagina, y continuó alentado por las caricias que ella hacía en su cabello.

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Rain Luis Ángel Álvarez Hay que esperar la tarde sentado en el sillón para que llueva, acercarse a la ventana y soñar una lluvia fuerte, que parezca que va a romper el vidrio con las carreras de las gotas bajando como sólo las gotas saben hacer, bajar, bajando porque subir por qué. Esperar como si no hubiera más qué hacer, que pasear, que salir, que ser allá, afuera. Esperar la lluvia y quedársele viendo a un cielo despejado con esperanza de ésa que nunca llega. Dormirse esperando y quedarse pendiente del frío, del aviso que llega al oído, del silencio que no ha pasado nada. Llueve, no llueve. Allá en el cielo no hay ganas de llover, se está tan agusto así. Preparar café, abrir un libro, poner música, y no llueve en ninguna parte. Esperar. Contar ovejas esperando la lluvia. Contar nubes, una, dos, dos y medio. Abrir un cajón, buscar algo por buscar algo. Un cuarto de seis paredes, un cubo desdoblado, incaminable, insostenible. Sentarse en una de las paredes. Pensar en la lluvia. Jugar contra la ansiedad de mirar la ventana. Perder. Dibujar líneas verticales. Armar rompecabezas. Buscar una imagen en cada pieza. Llorar porque así lo decía un ritual antiguo. Buscar formas vivas en el polvo, sentirse polvo del que no vive. Escuchar a lo lejos un televisor encendido. Crear rostros para las voces, moldear lluvia en forma de palabras escritas con calma, con pluma arrastrada hacia atrás, salida del papel sucio, llovido. Estirar una nota hasta el naranja de la tarde cayendo. Quedarse solo frente a las primeras estrellas que se ven porque no hay nubes para la lluvia. Sacar la mano y sentir una gota estrellada que salpica al anhelo de que llueva. Rayar en la noche un suspiro, ver el suspiro, condensarlo con la voz suplicante, llueve, llueve tan solo un poco. Entra una brizna que no dice nada. Quedarse así, esperando siempre algo, la lluvia, la vida, cualquier cosa.

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Tormenta Cinthia Citlali Gaspar Ruiz Facultad de Letras (UMSNH)

Cúmulos. Estratos. Cirros. Nimbos. La clasificación básica de las nubes según Luke Howard y la primera que aprendí en la escuela. Cada una diferente en origen, forma y contenido. Mis favoritas son los cúmulos porque parecen algodón; de hecho, a varios les encantan porque son el prototipo clásico: son las nubes grandes y aborregadas que acompañan al cielo despejado. Acá, en mi casa, suelo verlas seguido… no importa a qué categoría pertenezcan. Después de graduarme en administración y trabajar cerca de cinco años como gerente de un restaurante, decidí vivir en el campo. Cierto, no es campo propiamente, pero estoy en medio de los dos mundos: unos kilómetros hacia el norte y llego al campo; otros más hacia el sur y me encuentro en la ciudad. Simple, cómodo y sencillo. Me he acostumbrado a la tranquilidad de este sitio que he olvidado el ruido y las prisas de mi hogar anterior. Sobrevivo con lo que tengo: aún conservo parte de mis ahorros; consumo vegetales que planto en un huerto improvisado y no como carne, excepto que me gane el antojo y la intercambie por los sobrantes de la cosecha; aprovecho los desperdicios de las comidas para acumularlos en un barril y generar biogas, además de composta para abonar las plantas. Prácticamente no gasto dinero, a menos que ocupe ir a revisión médica y comprar medicinas. Así es mi rutina. No me arrepiento. Hace dos años sufrí un accidente. Iba en la motocicleta, justo un viernes a las siete de la mañana. Era el mes de junio y apenas comenzaban los aguaceros. Los días anteriores apenas estuvo nublado; incluso el sol se imponía por ratos, el calor se tornaba insoportable, salvo esa ocasión. Desde el jueves se reportaba la presencia de lluvias ligeras durante ese fin de semana, las cuales podrían incrementar en intensidad por la tarde; el pronóstico quedó descartado al desatarse una tromba desde las primeras horas. No recuerdo cómo choqué ni en que parte. Sé que manejaba a exceso de velocidad porque me había retrasado. El clima no me permitía distinguir las calles. Un fuerte viento azotaba a las gotas sin piedad y el frio calaba los huesos. Luego se borra el cassette. Despierto en una cama de hospital. A un lado se encuentra el médico. Me dice que he tenido mucha suerte, que le agradezca al casco que llevaba puesto. De repente, duele la cabeza. Me inyectan algo para el dolor. La enfermera habla entre dientes: llevo internado tres días. Trato de levantarme, el médico insiste en que descanse. Hay silencio. Comienza una sesión de preguntas. Respondo a todas, aunque mi lengua se traba. Regresa el dolor y la entrevista se detiene. Es suficiente. Examinan mis

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signos vitales. La presión está alta. ''Aún continúa la inflamación, pero ya pasó lo grave. Sus pupilas reaccionan'', confiesa el galeno. Salí a la semana. Es el inicio de todo. Volví a mi trabajo. En apariencia no hubo mayor problema, hasta que realicé cálculos. Por más que supiera el procedimiento, me desesperaba la lentitud con la que resolvía las operaciones. Aumentaron las jaquecas, las dificultades para hablar, los enfados por no acordarme de los encargos recientes. El jefe lo notó y sugirió que descansara una semana. Tal vez era fatiga acumulada. Curiosamente, en ese lapso tocó la primera consulta de revisión desde que me dieron de alta. —Mire, Gabriel. Su recuperación del accidente ha sido adecuada. Su esguince del codo izquierdo va de salida, los raspones cicatrizaron y ya retiramos las puntadas de sus cejas. Respecto a otros detalles, tiene problemas para concentrarse y en ocasiones se turba al contestar. Tome en cuenta que se pegó en la cabeza. Aunque no pasó a mayores, considere las posibles secuelas; agregue que puede tener cambios de ánimo. No se preocupe, hay una ventaja: su juventud. Ocupará rehabilitación para lo de su codo. En cuanto a su memoria, ejercítela con juegos de mesa. Verá que le irá bien. Le dejo este medicamento para el dolor de cabeza. Úselo en los casos en que sea insoportable. No abuse de la dosis. Hasta la próxima cita. Todo dentro de lo normal. Quizá un poco distinto. En cuanto retomé mis labores, noté que me perdía. En un momento platicaba con los trabajadores, en un instante veía transitar nubes frente a mis ojos. Al principio eran pequeñas y blancas; después se agrupaban para formar otras de mayor extensión de color gris; finalmente, se convertían en una gigantesca de color negro, de manera que me desconectaba hasta que dolían las orejas al oír mi nombre a gritos. Comprendí que necesitaba un cambio de aires. —Gabriel. He pensado en lo que me pediste y no sé qué decir. No quisiera que abandonaras el puesto; sin embargo, en vista de que no te ha ido bien desde el accidente... te dejo ir. Ya sabes, puedes regresar cuando quieras. Eres joven, aún hay tiempo. Como jefe, espero que vuelvas; como amigo, espero que te recuperes. Hasta entonces. Así fue como sucedió. Vine a este lugar para reponerme. Casi dos años y la vida parece seguir su curso. De vez en cuando recibo llamadas de mi ex-jefe para saber mi estado de salud. Lo pongo al tanto de la situación: tengo dolores de cabeza ocasionales. Ya no me cuesta hablar. Insiste con lo del trabajo. Le agradezco. Cambio la conversación hasta colgar el teléfono. Suspiro. Aquellas nubes han ido desapareciendo. Mis ojos se sienten frescos y limpios, mi mente está despejada. Sé que estoy mejor. A pesar de eso, me acuesto en el pasto a contemplar las que hay en el cielo con la intención de no extrañar las que he perdido.

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Déjame decirte amor Sara FN Que tanta claridad y belleza, tanta oscuridad y tanta contradicción encuentras en ellas, increíble que no sea yo. Tantas formas dices encontrar mientras te pierdes mirándolas, que envidia, podría ser yo en tus ojos. Déjame decirte amor. Tanta ansiedad noto en tu caminar cuando el cielo está limpio y sombrío que quisiera poder dibujarte un cielo entero, uno completo y lleno de ti, de lo que te calma y te llena de paz, para que puedas encontrar las formas que quieras, unas nuevas cada día, para que tus ojos sonrían y tu boca me diga con alegría, lo hermosas que son las nubes.

El chico de talla 28 Diana Ferreyra Alguna vez escribí un poema Era para el chico de la talla 28 decía “No leo poesía solo el periódico” y se daba la vuelta en la cama. Le quité la cobija y le prometí que le leería el poema en su idioma. “No” dijo seriamente “Soy dentista no lector”. Pero de talla 28 yo pensaba. Volvía a acurrucarse. Desesperada leí los versos hasta que viera mi dentadura. la única manera en que me haría caso me dijo “déjame dormir quité una muela del juicio” “Pero te hice un poema” insistí. 2:00 am en la hora nacional “No sabes lo que es oler una boca apestosa” respondía. 13


Sudé. Lloré. Me quité los mocos. Insistí. Le dije “te voy a leer el poema quieras o no” Levantándose de la cama dijo con mucha cautela mientras se quitaba el pantalón “Si me hiciste un poema entonces lo leerás a mi modo.” De eso escribí mi poema.

Instrumento de creación Claudia Torres F. Eres agua que hidrata mi vida, eres fuego que consume mis tristezas, eres viento que trae la semilla de ilusión, cultivándote en la tierra fértil de mi vientre. Eres la naturaleza entera de mi cuerpo... Eres vida

José Agustín Solórzano

Pensándolo bien no quería ser poeta. Hace algunos años quise ser Jack Bauer, y antes Hannibal Lecter. No sé en qué punto se desvió mi vocación. A pesar de que intenté ir al gimnasio y planear el inhumano asesinato del odioso director de redacción del periódico donde trabajé, terminé haciendo poemas en casa, llegando tarde al trabajo, cobrando la quincena, bebiéndome la quincena. Y al final del día, ya borracho, soñaba, mientras escribía otra vez esos odiosos versos: que algún día sería Jack Bauer, Hannibal Lecter o, ya de menos, Juan del Diablo.

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Las nubes María de los Ángeles león Valero Soñando que te soñaba y entre nubes te veía, fueron nubes de osadía pues tu rostro me ocultaban. Blancas esferas del cielo permítanme ver sus ojos, me postraría de hinojos si me cumplen ese anhelo. Vana fue mi petición, se pasaron silenciosas. ¡Quítense de ahí maldosas! han roto mi corazón. Al asomarse el dulce azul, de ti no quedaba nada, las nubes fueron malvadas te secuestraron con un tul. Esa red tan fina y dura, donde olvidaste mis besos. desgarrándome con rezos nadie vio mi desventura. Aunque blancas eran ellas, para mi fueron oscuras, destrozaron mis querellas, hoy lloro mis desventuras.

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Nube Sol García Ligera como algodón, suave como la seda. Amorfa a simple vista, pero si la miras con fijeza encuentras toda una gama de paisajes. Mi imaginación vuela, de niño la ilusión de adulto la inmortalidad. Tu amigo el viento te hace travesuras juega contigo, te divierte, te goza. Tu existencia en la Tierra es alegría, blanca infinita y olor a vainilla.

Nubes de sangre Abraham Martínez González Salto a la ventana cada vez que no estás. Las nubes blancas me sonríen, pero me parecen burlas, risas que provocan las brasas que cargo dentro. Cada vez que te vas la habitación se hace más grande. Cada vez que no llegas el humo sueña, los ríos corren, la sangre clama. Cada vez que tus ojos se escapan de los míos, me arrastra el mal que se impulsa a través de mi cuerpo. Piensa en los demás y no dejes de mirarme. Yo estaré aquí esperándote, distrayendo la mirada en esas nubes para no perderme en tanto llegas. Pero que no sea mañana, porque mañana las nubes ya no serán blancas. 16


Nubes Margarita Vázquez Díaz Paraísos escondidos nubes islas en mis ojos paraísos congelados nubes iceberg paraísos desvelados y en medio el mar.

Nubes suaves pelo de gato de gato negro enredando sus enormes cuerpos voluptuosos nubes amantes que muestran el azul más azul del cielo.

Nubes montaña veneradas por tantos, tantos años.

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El registro del yo Psa. Blanca De Aldecoa

Psicoanálisis estructural lacaniano Se dice que cuando se lleva a efecto el acto de la palabra, cuando uno habla, el primer referente se tiene en la primera persona del singular: el yo. Entonces, cuando alguien dirige la palabra a otro, lo hace en función del yo, pero no del yo que se conoce a partir de asegurar que uno sabe lo que dice cuando habla, sino aquél yo (je), que en francés se diferencia rotundamente de aquél que es yo (moi), la imagen de sí mismo. Ya Sócrates fundió este conocimiento de sí con la consciencia de sí. Pero, la cuestión es un callejón sin salida, notemos el ejercicio de las ciencias de la salud y otras áreas del conocimiento que parten de ese axioma, y que serán brevemente descritas a lo largo de este artículo: el ser humano sabe lo que dice y cuando lo dice sabe que habla a partir de su postura consciente de sí. Si es verdad, en efecto, que la consciencia es transparente a sí misma, y se aprehende como tal, resulta evidente que el yo (je) no por ello le es transparente. […] La aprehensión de un objeto por la consciencia no le entrega al mismo tiempo sus propiedades. Lo mismo sucede con el yo (je). […] Para calificar el descubrimiento de Freud hemos usado el término revolución copernicana.

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El registro del yo, como bien dice Lacan –al diferenciar el descubrimiento freudiano, que se asienta en el psicoanálisis francés, de otras áreas como la filosofía, la psiquiatría y por supuesto la psicología--, es adquirido con el curso de la historia, aun cuando nos encontremos con las huellas de la especulación del hombre sobre sí mismo en épocas en que dicho registro como tal no estaba promovido. Remitirse a este registro implica, nuevamente, como se ha venido haciendo en cada artículo, dar un repaso a la estructura del lenguaje y percatarse de que hubo un primer momento, en algún tiempo específico de la humanidad, en el cual el hombre, el ser humano, tuvo la necesidad de hablar. Se sabe que el ser humano habla a partir de una necesidad inaugural, de la necesidad de expresar una demanda, demanda de amor al fin y al cabo; de un amor que comienza a partir de la referencia al sí mismo, sin embargo, este sí mismo o conocimiento de sí, no se instaura en la cultura sino a partir de un gran precursor, Sócrates, con su axioma conocido, en el cual la noción de yo no sólo acentúa la postura de la persona como individuo sino que asegura que hay una postura inicial que no se conoce ni se percibe a simple vista, tal vez, un más allá del cascarón.

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Lacan, J. (1954-1955). El Seminario II, El Yo en la Teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós. P.p 17.

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Uno puede hablar de aquello que está dentro y aquello que está fuera. Puede discriminar entre lo que dice el otro, el semejante, y lo que está situado dentro de su cabeza, pero no puede estar seguro de decir yo soy, puesto que ese decir implica describir un otro que no es yo. Esta cuestión del yo, bien retomada por la escuela psicológica, aquella que se erigió como autónoma en las ciencias exactas, aquella que por varios precursores metódicos y completamente convencidos de la veracidad de la causa-efecto, de la materialidad de la existencia, es centro y núcleo de toda la técnica en su diversificación y vaguedad rotundas. Ya en la escuela norteamericana encontramos el epíteto The ego Psychology, estandarte de la prosecución de su práctica. Inciden en el aquí y el ahora, no están obligados a escuchar el discurso porque pueden señalizar que un discurso sobre sí mismo es bull chet y otro chicken chet -depende del oído del psicólogo o psiquiatra que escuche en el momento--, pues alguno puede ser más severo y decir que aquello que escucha es popó del tamaño de toro o una popó tan pequeña como del tamaño de un pollo. En este devenir, Sócrates también tuvo su parte de responsabilidad. Así como asume Michel Foucault cuando habla de la historización de esta concepción conócete a ti mismo; Foucault también se separa de la tradición psicoanalítica y veremos por qué. Existe un parte aguas profundo, una brecha que separa inconmensurablemente las posturas, partiendo del axioma de Sócrates hasta la bifurcación entre psicología y psicoanálisis, ¿cómo trabaja cada uno con el concepto del yo? Foucault, así como la gran mayoría de los filósofos (pese a que es francés y eso ya le daba algún crédito a su pensamiento) y como la gran mayoría de los que trabajando a partir de la psique humana, sitúan al yo como único lugar donde la seguridad anida y de donde debe partirse para hacerlo fuerte y toman las palabras de Freud pronunciadas a propósito del Principio de realidad como el sustento de que el yo es el lugar donde lo real tiene sentido y que es a partir de esta función de supuesta síntesis que encontraremos la medida de todas las cosas y donde se asume una postura cultural-social aceptable, entonces, no debe dejar de prestársele atención. Si se le presta atención al esquema freudiano y a los comentarios respecto al yo, se prodrá evidenciar que aquello que relaciona al yo con la consciencia y, por tanto, con el aspecto senso-percepción, es muy vago, puesto que si algo es transitorio –palabra freudiana—es la consciencia y todos los procesos que de ella se desprenden, llámese memoria o la supuesta función sintética que le atribuyen.

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Es ahí donde el psicoanalista francés, Lacan y el antropólogo estructuralista Lévi Strauss dudan y retoman el concepto de Principio de realidad, notando la gran y rotunda diferencia, discriminando lo que es el sentido de la palabra freudiana, que apunta a lo siguiente: El principio de realidad es aquél por el cual el yo no deja de huir y rodear a lo real, como en cortocircuito. Ya Hegel hablaba de lo real como aquello que es pensado y, a la inversa, de lo que es pensado como aquello que es real; si se alude a la gente pensante, tal vez, siguiendo a Descartes se podría articular que Uno es a partir de la actividad de pensar, siendo el cogito ergo sum la base de su Discurso del método; aunque al unísono con él no terminaríamos nunca de rodear esa frase, como dice Lacan en su Seminario VI El deseo y su interpretación: La verdad es que el psicoanálisis nos enseña algo totalmente diferente. Es que uno se da cuenta de que no es tan seguro que soy en tanto pienso, y que uno no podría estar seguro más que de una cosa, esto es, que soy en tanto pienso que soy, por la simple razón de que, por el hecho de que yo pienso que soy, yo pienso que soy en el lugar del Otro, soy otro que aquél que pienso que soy. Ahora bien; la cuestión es que yo no tengo ninguna garantía de que ese Otro, por eso que hay en su sistema, pueda devolverme, si puedo expresarme así, lo que yo le he dado: su ser y su esencia de verdad. No hay, les he dicho, Otro del Otro. No hay, en el Otro, ningún significante que, en la ocasión, pueda responder de eso que yo soy.

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Si existe algo en lo que incidimos en torno a la facultad de articularse como un yo (je) es sobre la certeza de que el plano imaginario, que parte de la relación con la propia imagen y la imagen del otro, el semejante, debe ser disuelto, menguado, pues de lo contrario, al incidir en fortalecer ese yo, imagen confusa y alienada del sí mismo, el sujeto no saldrá a la luz y terminará menguando, en pro del reforzamiento imaginario.

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Esquema freudiano. Cf. Con El yo y el ello. Barcelona: Biblioteca Nueva. Lacan, J. (1958-1959). “No hay Otro del Otro”, en El Seminario VI, El deseo y su interpretación. Trad. Ricardo E. Rodríguez Ponte. Buenos Aires: Versión crítica. 3

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Nubes impregnadas de desolación Judith Almonte Reyes Estudiante de psicología educativa La historia del feminicidio a lo largo de las últimas décadas están llenas de incertidumbre y desconcierto que no se terminan de contar, nos llevan a la irrupción brutal de la violencia de la cual ha sido testigo nuestro entorno y sobre todo nuestras hermanas, entiendo y me queda claro que su muerte es un asesinato por el simple hecho de ser mujeres. Sin duda alguna se debe a causas de género. Darnos cuenta de este grave problema social que nos aqueja nos permite profundizar en la complejidad de una realidad que bien puede parecer aterradora pero con una certeza de que se puede evitar. Abordar este tema, quizá me permita reflexionar, tratar de hacer conciencia entre nosotras mujeres, sensibilizar a esta sociedad, esa manera pasiva y con esa alta vulnerabilidad de manifestarnos ante la memoria de las mujeres asesinadas, parece que la gran influencia de los medios de comunicación nos mantiene alejados de las atrocidades cometidas en contra de las féminas. Esta respuesta de indiferencia es inaceptable para la mayoría de las mujeres, por lo tanto es consecuencia lograr avances significativos en el bienestar de la misma, dejemos las utopías de lado, es importante dejar de ser insensato e ignorante y darle el valor suficiente a ese ser tan hermoso como lo es la mujer. La violencia contra las mujeres llega a tener su origen en una sociedad tan desigual, donde predomina la creencia de que las mujeres valen mucho menos que los hombres, la atmósfera de angustia e incertidumbre comienza a conquistar un mundo lleno de agresiones de cierta manera permisibles hacia la mujer, tomando en cuenta dos elementos fundamentales como es la misoginia (odio a las

mujeres) y desde luego la

responsabilidad de las autoridades, al favorecer la impunidad. Desde siempre es bien sabido que la violencia conyugal es admisible, cuando el hombre se dedica a menospreciar a su compañera, está inmersa en ese ambiente autoritario, lejos de poder ejercer sus derechos como individuo, todo aquello que se sufre en el contexto familiar tiene fundamento porque está viviendo con el todo poderoso, el que tienen el poder masculino. De acuerdo a especialistas, activistas y organismos internacionales llegaron a la conclusión en el año 2000 de que el lugar más peligroso para la mujer es su propia casa. Todavía se llega a creer que la violencia contra la mujer es de manera natural, quien domina es el que puede humillar, y usar su fuerza para golpear, entendamos aquí que puede ser con sus manos, con armas, el 28


fin es lastimar a la mujer, todo esto tiene la aceptación de la sociedad, así como del estado, las mismas instituciones a tal proceder se le denomina redes de complicidad. La violencia de género se origina de varias formas pueden ser crímenes pasionales, la tan mencionada violencia doméstica seguida de muerte, trata de mujeres, abuso sexual. Es importante que conozcamos que también existe el feminicidio de forma pasiva o indirecta, cuando se muere por causa de abortos clandestinos, muerte materna, muerte ocasionada por mutilación genital femenina. En nuestro país, el 95% de los feminicidios quedan impunes, tantas mujeres asesinadas, tantos hogares destruidos, niños desamparados, traumas difíciles de superar, una problemática que se hace más palpable día a día. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a estos extremos? Gracias a la apatía que se viven en los hogares, educando de acuerdo al género y sobre todo asumiendo roles según sexo, a la dependencia afectiva, a los apegos irracionales por parte del agresor, convivir con personas que no pueden controlar la ira y eso pone en riesgo constante su integridad como persona, trastornos de personalidad, la exclusión social y poca tolerancia a la frustración. Estamos ante una cultura de violencia aprendida, es bien sabido el que ama controla y en todo su derecho estar de dar muerte en nombre del amor, vaya ironías de la vida, nunca sabemos la intensidad de conflicto hasta que se convierte en estadística, sin hacer énfasis de que se trata de un grave problema que nos aqueja y que puede ser considerado como una gran catástrofe nacional. Comenzamos a darnos cuenta de estos feminicidios de forma paralela gracias a la resistencia por parte de las mujeres al recibir un trato diferente de la sociedad y las autoridades. LA LIBERTAD PUEDE….¡¡¡SER MORTAL PARA LAS MUJERES!!!! Como bien lo dice el título de este artículo son nubes impregnadas de desolación, el no tener esa autonomía como mujer, esa libertad de expresión, vivir bajo un estándar de ser débil y ser vulnerable ante la decisión de una sociedad carente de sensibilidad humana e inteligencia espiritual. Una gran solución a tan grave problema social sería tener resolución en cada caso que se presente, para que se haga justicia, identificar a los agresores, y el tan anhelado fin de la impunidad. Apoyo a las mujeres por parte de a las autoridades, implementando lugares seguros, los llamados albergues, donde ellas puedan comenzar una vida nueva alejadas de tanta violencia. Concientizar a la comunidad de que la cultura de violencia de género no son problemas de pareja, así se llegaría a disminuir en un 50% tanto feminicidio, logrando darle seguridad a tanta mujer y niñas que viven en el peligro constante. Un reconocimiento a todas aquellas mujeres valientes que han sido víctimas y que fueron asesinadas por representar un desafío para su agresor. 29


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