Revista Seis Mil 83 Ventana Agustín Yáñez
Morelia, Mich. | Ene. - Feb. | Año 2017 | Núm. 13
R 6MIL83
Editorial Editorial Edgar Ruiz Dirección
Carlos E. Juárez (nefelibata gris)
Diseño
Agus n Yañez
Agustín Yáñez
(Guadalajara, 1904 - México, 1980) Narrador y ensayista mexicano, figura clave en el desarrollo de la narrativa nacional, sobre todo por Al filo del agua, novela que marcó un antes y un después. Realizó estudios en Guadalajara, su ciudad natal. Posteriormente viajó a la capital del país para ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma. Participó activamente en política y desempeñó importantes puestos públicos, entre ellos gobernador de Jalisco entre 1953 y 1959, y secretario de Educación Pública de 1964 a 1970. Este último cargo le permitió realizar valiosas reformas en el sistema educativo mexicano. Su obra está compuesta por novelas, cuentos, ensayos y crítica literaria. Entre sus libros más conocidos se encuentran Al filo del agua (1947), La tierra pródiga (1960), Las tierras flacas (1962), Ojerosa y pintada (1960), Tres cuentos (1964) y Las vueltas del tiempo (1975). En 1973 fue galardonado con el Premio Nacional de Letras. Tanto sus novelas como sus relatos se inscriben dentro de la gran corriente realista que caracterizó a la narrativa mexicana a finales del siglo XIX y principios del XX, y que incluye a figuras como José Tomás de Cuéllar, M. Payno, Heriberto Frías y M. Azuela. Sin embargo, Yáñez supo enriquecer esta corriente al integrar muchos de los recursos técnicos y estilísticos de la vanguardia europea y estadounidense de su época. Produjo así una obra tradicional e innovadora a la vez, cuya original prosa pone de manifiesto la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas. Al filo del agua está considerada, junto a Pedro Páramo de J. Rulfo y Los de abajo de Mariano Azuela, una de las mejores novelas mexicanas del siglo XX. Se ubica en un pueblo de Jalisco, en vísperas de la Revolución, y presenta una serie de acciones simultáneas y relacionadas que muestran la vida cotidiana en el lugar y la manera en que ésta se ve alterada por el movimiento armado. El título alude al momento en que está a punto de estallar una tormenta y, metafóricamente, al momento histórico que precedió al estallido de la Revolución mexicana. Este tiempo de espera cargado de tensión es descrito mediante una serie de cuadros que ahondan en lo más profundo de las obsesiones que se viven en una pequeña población. Especialmente, aparece una concepción morbosa de la religiosidad, en su relación ambigua y represiva con el sexo. Es importante la técnica narrativa empleada por el autor, que constituye la primera ruptura con la novela tradicional. El monólogo interior, sobre todo, ocupa un lugar principal en la economía de la novela. Durante los años siguientes, Yáñez intentó ensanchar esta visión realizando una panorámica del México contemporáneo, si bien no logró alcanzar los extraordinarios resultados de Al filo del agua. En La tierra pródiga (1960) Yáñez replantea, con recursos estilísticos nuevos, el dilema de civilización o barbarie, mientras que el dilema del campesino enfrentado a la tecnología incorporada al campo lo trata en Las tierras flacas (1962).
Desde mi ventana Sol García Con el paso del tiempo la naturaleza además de sorprenderme, a veces me asusta; disfruto el frío tanto como el calor, amo el verano y ver la ciudad después de que llueve es una bendición. Un viento nos sorprendió, eran los primeros días de febrero aún recuerdo ese día porque ha sido de los acontecimientos más extraños que me han pasado a lo largo de mi vida. Mi casa estaba en lo alto de la ciudad junto al bosque, desde mi ventana yo observaba como el aire movía los árboles con una fuerza excesiva que a veces yo pensaba los podría tirar. Muchas veces las tejas de mi techo cayeron. Estaba en la ventana y me imaginaba que las casas de alrededor iban a volar, pensaba que en cualquier momento pasarían por mi ventana casas, automóviles, personas, animales volando. Era impresionante la fuerza del aire. También recuerdo que pasaban bolsas de plástico, volando parecían fantasmas; antes de salir de mi casa vi en las noticias que era un frente frío que estaba afectando a todo el país; en la televisión se veía cómo el aire tiraba espectaculares, volteaba carros y en algunos lugares también camiones de carga. Al manejar de mi casa hacia la oficina me encontré en el trayecto con basura y polvo en el aire, mi auto se movía cada que me detenía en algún semáforo; frente a mi oficina ese día se instaló un mercado móvil, se observaba como se movían las lonas que protegían los puestos de verduras y comidas rápidas. Mi padre me dijo por teléfono que el domo de su casa hacía un ruido endemoniado y parecía que saldría volando también. Las marquesinas de las tiendas de abarrotes están rotas. La gente en las redes sociales no dejaba de subir fotos, algunas decían que el fin del mundo estaba cerca, miles de oraciones, ese día fue un caos. A la mañana siguiente todo estaba normal, hacía sólo frío; había basura por toda la ciudad y hojas de arboles por donde quiera. Sólo sucedió un día. Y la naturaleza siempre seguirá sorprendiéndome.
El otro lado Luis Ángel Álvarez
Pasé la noche en vela. Me levanté confundido, pensando en los ojos negros que encendidos me miraron toda la noche, que parpadeaban lentamente, como cortinas que lloraban y reían… Yo dormía como siempre, víctima del cansancio y de la noche, pero la sensación de ser mirado desde el sueño me trajo de regreso. Allí estaban: encendidos, callados. Sé que no desperté del todo, y que fue como un mareo, todo daba vueltas, y los ojos me miraban fijamente. El gris de la noche se difuminaba y se corroía con la luz de la luna que entraba por la ventana y eso no podía ser, pues debería estar nublado. El cielo tronaba y las gotas se estrellaban contra la ventana que gritaba. Todo era ruidoso y silencioso a la vez. Debía, entonces, haber un resquicio, un pequeño orificio para que entrara la luz, apenas un guiño secreto para que la luna me alertara, cómplice e inerte, de los ojos que me miraban. Y quizá todo fue un sueño, porque los ojos hablaban y se reían a carcajadas. Entonces mi rostro se fue borrando. Sentí que era una cera caliente que se escurría poco a poco, que me borraba. La cama y las cobijas se derretían, las paredes se doblaban como campanas y el techo se estiró hasta tocarme el pecho como un gran cono, y mientras tanto los ojos seguían allí, llenos de lágrimas que desprendían enojo. Poco duró aquello para que volviera la paz. La cera se había secado, la lluvia se había ido a otros cielos y todo parecía normal, ah, qué palabra, qué iba a ser normal si los ojos seguían allí, desde el fondo, desde atrás de todo y me miraban tanto que me dolía. Me miraban y yo qué podía hacer, si el reloj decía que apenas habían pasado unos segundos lentos y que faltaban horas para la mañana, y de pronto los ojos se movieron hacia el reloj, y sonrieron una sonrisa ancha, sin boca, de dientes invisibles. Yo quería volver al otro mundo, al día que estaba tan lejos pero yo sabía que no volvería a amanecer a través de la ventana, que la noche se había instalado para siempre y que yo estaría así, sin saber, sin comprender que yo no estaba ni dormido ni despierto ni muerto ni vivo. Allí venía otra vez la lluvia, los relámpagos, y las puertas comenzaron a abrirse y cerrarse en toda la casa, los cajones a suicidarse y las cortinas a romperse, los focos a hincharse, el universo se sacudió y los ojos seguían allí, los ojos más tristes del mundo. Pasé la noche en vela, ah, no lo sé, no creo entenderlo. Pero cuando creí que había despertado, que se hacía de día, en el espejo frente a la cama vi los ojos en mi rostro, y supe que se quedarían allí para siempre, para todas las horas oscuras. Por la ventana se asomó la noche, se cerró la puerta, se cayó el último cajón, y no creo comprender cómo fue que todo fue un engaño, sí, que desde el espejo estuviera sólo un lado del mundo, de otro mundo y yo quería salir, quería despertar, quería romperme.
Espía Edgar Fernández A través de la ventana vez la habitación de tu vecina, como es costumbre a esa hora, ella está ahí. Observas sus piernas desnudas y dobladas, una sobre la otra. Aunque tiene el televisor prendido, no le presta atención porque está muy interesada en el libro que lee. Por momentos se acaricia los muslos, pasa su mano con docilidad sobre su piel hasta llegar a la rodilla, ahí la posa unos segundos y luego repite la acción en dirección opuesta. Cada tanto se rasca la barbilla o le da un sorbo a la taza que tiene a un lado. Cuando ella cierra el libro, se para y sale de la habitación, crees que fue todo por esa noche. Espiarla se te ha hecho costumbre y no duermes hasta que ella lo haga primero. La ves regresar a su cuarto y piensas que se acostará; sin embargo, lo que hace es quitarse la blusa y luego el sostén. Sus senos no son muy grandes pero los aprecias firmes y redondos. Apagas la luz de tu habitación porque no quieres que descubra que estás mirándola. Desde un pequeño vestigio sigues la escena. Ella vuelve a recostarse, cierra sus ojos y se queda un momento quieta, luego comienza a acariciarse, frota su cuerpo, por momentos te da la impresión de que dejan de ser sus manos y se convierten en las de otra persona, unas manos firmes que en sus movimientos muestran el deseo. Poco a poco van descendiendo por su cuerpo hasta llegar a sus bragas. Dudas unos instantes y te alejas de la ventana, pero tus deseos son más fuertes y vuelves a espiarla. Ves cómo los dedos de su mano derecha se mueven, no paran, cada vez más rápidos, cada vez más fuertes dentro de ella. Su respiración se entrecorta, sacude con brusquedad la cabeza, su torso se contrae. A la distancia te da la impresión de que está haciendo todo lo posible por contener un grito.
Árbol exánime Emmanuelle Brío
Rompe con el puño una ventana, abre tus ojos, los cristales astillan como dudas.
¿Estás ciego?
Coge cristales con la mano, apriétalos, ponlos en tu lengua, trágalos.
¿Conseguiste sangrar?
Regurgita vidrios en tu cama, revuélcate entre ellos, cruzarán tu piel; que invadan tus pulmones.
¿Respiras?
Ya entiendes pues la raíz del árbol.
Epifanía Claudia Torres F.
Grité ....nadie escuchó, pedí...nadie me dio, amé... nadie me amó. Cuando la temida soledad apareció descubrí que no tenía que pedir; ya tenía lo que requería sólo estaba distraída. Y con el cobijo del silencio comprendí que no tenía que gritar, que la única voz que debía escuchar venía de dentro y ahí fluyó la verdad y el amor dictado un consejo. El amor no es necesidad, es la necesidad de compartir el amor que fluye raudales en el Interior...
Lucía: José Agustín Solórzano
Hablás el lenguaje de las cicatrices. Venís con el vientre rebanado. Venís. Pequeña y con la palabra afilada cortás los poemas, los aires del agua, las lenguas con que me alimentás. ¿A qué venís? Mierda, ¿a qué venís? No mirás que tu cuerpo: verde: carnada de luz, me remienda la tristeza y sabés que así ya no me sirve para nada pero, ¡ay! …te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás. Si serás egoísta, me mojo con vos y me eres mar innavegable, pero hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos, pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas. No me toqués el pelo. No me sacudas la calma, bella, no me mordás las aguas del silencio. Andate… o mejor no te vayas, o mejor quedate y contame de la cicatriz y de la hache de mi nombre. Aunque no sea yo quien te busque de esta manera, ni éste el puente bajo el que zurcís tu cuello y remiendas tus muñecas. Andate, Maga, y no voltees la ciudad a tus espaldas. Dejame a tu suerte y buscame entre los cines y las cafeterías, pero no vengas a mí… o vení, pero vete, o simplemente sé mi cuerpo y llevate este cadáver a tu río y corré hasta que estés fuera de mi vista… … pero, mierda, vení con tus cicatrices y tus puentes y con toda tu cursilería, vení y salvame de tu muerte incesante.
Cielo abierto, JosĂŠ Angel Higuera
Cielo cerrado, JosĂŠ Angel Higuera
Ella sólo quería ser su deseo. Cartas
Psicoanálisis estructural lacaniano Blanca De Aldecoa No hay proezas más abstractas que cuando se lucha por el otro por el que se da la vida... ¿Y cuándo debes parar si ya estás al borde del precipicio? En aquél momento no me daba cuenta y creí que el amarle era tarea loable, más no comprendía que en la locura siniestra de tus intenciones estaba el devorar mi alma, hasta convertirte en mí. (Anónimo)
De esos amores narcisistas que no pueden quedar en cartas olvidadas, sino darse a conocer. En esta ocasión presento al lector unas cartas que pudieron llegar a mis manos, ejemplo vivo, muy sutil, de las grandes controversias y contradicciones en una par-eja, esa base narcisista de todas ellas... Retomando el tema de que en nuestra época es muy complejo el que se pueda renunciar a la propia satisfacción en pro del crecimiento del otro, pues lo más apropiado y común es que el Yo desvanecido de uno, sea introyectado al del otro, quien lo devora para complacencia propia y cuando llega el momento del adiós, el que se queda vacío o, ciertamente, en estado agónico es el que ha devorado, no así el que fue introyectado. Presento las cartas sin nombres reales y tampoco pongo remitentes ni destinatarios ya que la confidencialidad sería traicionada, siendo del conocimiento de la destinataria y bajo su aprobación que salga a la luz el contenido. Se puede comunicar que tiene preparación como psicoanalista lacaniana, compañera mía muy querida, quien al salir corriendo de ese discurso obtuso de la “impotencia” del compañero, pudo resignificar aquello que se le imputaba como su propia voracidad, siendo éste el adjetivo que a cuenta gotas la desvanecía en su afán por minimizar su deseo para que aquél la considerara “saciada”. Es un claro ejemplo de las relaciones cotidianas donde los sujetos comienzan por una atracción somera, que no tiene principio, que no se identifica dada la indiferencia con la que se recibe el “bien amado” que se llama “compromiso”, relaciones que comienzan implicando la ilusión antes que lo real, lo imposible de lo real, que se ve cegado por la gran añoranza de pertenecer a un otro, de ser el deseo del Otro. El narcisismo es lo que ofrece al sujeto, el soporte, la solución, la vía de solución para el problema del deseo. El Eros humano está comprometido en cierta relación con cierta imagen que no es otra
cosa que la del cuerpo propio. En ella se produce el intercambio, la inversión en la cual intentaré articular para ustedes la confrontación de S/ con a minúscula.1
Cartas de despedida, de resolución. Él escribe: Cooler baby. En realidad no entiendo algo en absoluto estoy confundido, destrozado, anonadado No puedo creer que me has dejado a pesar de que es lo que he deseado. Ahora te extraño, ahora no estás busco en las palabras, las letras no estás y tu presencia me abruma. Jamás deseo esto a alguien, la incertidumbre del destino, ínfimo, mezquino. La verdad alumbra, la verdad perdura y Él sabe que lo intenté, lo anhelé… lo desee. Y la verdad es que no estás la verdad es que no soy no soy aquél a quien puedas admirar. Solo soy yo… contigo si no, no soy o soy aquel a quien se lleva el destino. Agosto 19, 2016
Él escribe, más tarde: Lo tienes que saber No te dejo de pensar. Nada más que verte, quiero. Estoy enamorado de una joven mujer, hermosa, hermosísima mujer, con quien podía reír, cantar, tocar. Con quien podía conversar, crear, intercambiar, fluir. Después me llega el peso de esta compañía de quien me tengo que cuidar, con quien no puedo hablar, ni agradar, ni compensar “por todo lo que da”. Con quien me insulto, y a la que insulto, y nos miramos feo. Tengo que aceptar que desde el principio lo vi, esa forma tuya de ser tú, de destacar, de influir. Pero tampoco te obligué, en algún momento paré… y dije: “A la fuerza, ni los zapatos… si no es lo que deseas, no te vuelvo a molestar”. No lo puedo negar, pero tampoco sucumbir. Te cortejé, te rogué —por decirlo así–, y ya no quiero más reproches, ni insultos… me consumió la sensación de no poderte complacer.
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Lacan, J. Clase del 17 de diciembre de 1958.
Todavía hoy, se dio… “es que tú, es que yo…” No creo que sea así. Lo que haces es por convicción, aunque parezca que no te convenga. Es tu decisión, tu interpretación, tu selección y no hay más. Sí, ahora soy yo quien pone trabas. “No hay peor soledad que la que se vive en compañía”. Ya no confío. No es “mi” decisión. Me dejaste de una forma que no acepto, las cosas se dicen derecho. En eso creo. 13.09.2016 Escribe ella, después de sopesar cada palabra, pues estaba claro que había dos discursos. Uno implicaba el amor desmedido por esa joven y hermosa mujer que le hacía vibrar; el otro implicaba la paranoia por esa maldita mujer de la que se debía cuidar. Leemos: Sí, hay mucho por decir aunque sea reiterativo. La pareja es una construcción en la cual no interviene voluntad más fuerte que el deseo (que proviene de la pérdida, de la falta) de estar con ese otro y configurarse uno, aunque el "tú y yo somos uno mismo" sea una gran falacia. El encuentro con el otro está lleno de tensiones, trabas, y desafíos pues no es fácil permitir que una parte de tu yo sucumba a cierto empoderamiento en favor del otro ni a la inversa. Funciona cuando se han medido fuerzas... Lo demás por añadidura se da. El perdón es la piedra angular de cada configuración de esas y si no es posible la conversación fluida en dos seres que articulan amarse tanto, es porque una de las partes (o las dos mismas) no toleran el vacío y la aflicción que se vive en la contradicción.... Nadie me dijo esto antes. De antemano lo sabía. Pero el saber no te fortalece hasta la experiencia. He llorado incesantemente, me he desmadrado porque es lo que sé hacer, explotar, reventar, en silencio soportar las propias decisiones. Lo que es un hecho, igual que lo anterior, es la facilidad con la que me mostrabas el deseo de que me largara por donde llegue, no lo podemos obviar pero era muy evidente. Es un hecho que he conocido y descansado de esa pesada incertidumbre con respecto a tu deseo. Ahora sé que no se trataba de complacerme, sino de castigarme. Loca idea que me sigue perturbando, me sigue lacerando y demoliendo hasta el subsuelo. El rasgo principal de nuestra ruptura acaecía con base en el castigo y tampoco es mi estilo ni lo quiero así. Sabías tanto de mí... Yo estuve enamorada de un corderito que al sonreír, en su notoria nobleza, lloraba de felicidad y de conmoción; un corderito con la faz trastocada, que bien podía aparentar ser un lobo enfermo y muy bien dejar a un lado la fachada de la ternura encarnada... La cárcel, la prisión del amor que no es amor. Me quedaba una nostalgia sin igual, un dolor que me quemaba y del cual quería curar, o escapar. No es porque estemos en tiempo sino porque te amaba con el tormento de mi alma ilusionada, porque esa ilusión me consumió hasta dejarme perdida en tí sin que notaras que sin tí ya no era nada, por la cosa tan chiquita en que me convertí. Así que luché por mejorar pero ya no se puede más. Y sí, las cosas derechas son, por lo mismo se articulan de frente y derecho... Así como tú sólo manifestabas tu deseo de que me fuese y yo sólo acaté la orden que me arrancó el corazón. Reproches... Es bueno enfrentar cuanto sea necesario si lo que se busca y desea es permanecer con ese otro burdo al que amas, me digo burda, me digo elegante, me digo obsesa y sofocante, ordinaria y
desesperante mujer pero con la firme palabra pronunciada atravesando mis entrañas, con palabra de persona, con palabra de sujeto, con palabra. Es bueno luchar por el otro sobre todo si por él darías la vida. Eso pienso hoy mismo 16 de septiembre del 16. Más tarde a Oliveira le preocupó que ella se creyera colmada, que los juegos buscaran ascender a sacrificio. Temía sobre todo la forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino; no quería que la libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad diligente. (Rayuela, cap. 5).
Es curioso que un sujeto tan seguro de su impotencia, de igual forma puede preocuparse por la saciedad de la persona en cuestión dados los parámetros de su deseo donde el cumplimiento de la satisfacción hubiera sido idénticamente un fracaso para la relación como lo fue la supuesta voracidad insatisfecha imputada a la colega. Cuando la interposición del significante torna imposible la relación del sujeto con el objeto, es decir, cuando el sujeto no puede mantenerse en presencia del objeto, ya sabemos lo que ocurre: el objeto humano sufre esa suerte de volatilización que en nuestra práctica concreta denominamos la posibilidad de desplazamiento. Esto no sólo quiere decir que el sujeto humano, como todos los sujetos animales, vea que su deseo se desplaza de objeto en objeto, sino que el desplazamiento mismo es lo que posibilita que se mantenga el frágil equilibrio de su deseo. A fin de cuentas, ¿qué es lo que está en juego en el desplazamiento? Está en juego impedir la 1
satisfacción, pese a conservar siempre un objeto de deseo.
Es un denominador, una constante, en las relaciones interhumanas el celo, la búsqueda de la propia satisfacción pero siempre bajo la premisa de que esa satisfacción se coloque en el plano de lo infranqueable. ¿Se han preguntado alguna vez porqué tanto divorcio o porqué tanta ruptura en las relaciones que más comúnmente conocemos como las que se veían sólidas y compatibles? En el cenit del goce del objeto a, donde el Otro Absoluto ya no cabe dentro de nuestra subjetividad, era de esperarse que toda relación se fundamente en el narcisismo y no en la búsqueda del bien común.
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Lacan, J. Clase del 17 de diciembre de 1958.