Morelia, Mich. | Enero-Febrero | AĂąo 2016 | NĂşm. 7
Editorial Edgar Ruiz Dirección
Carlos E. Juárez (nefelibata gris)
Diseño
Contenido: Semblanza________________________________________ Pág. 2 Literatura
Narrativa_________________________________________ Pág. 4
Ensayo ___________________________________________ Pág. 22
Poesía ____________________________________________ Pág. 28 Artes visuales
Pintura____________________________________________ Pág. 35
Fotografía_________________________________________ Pág. 42
Poesía visual______________________________________ Pág. 45 Humanidades
Filosofía __________________________________________ Pág. 47 Psicología ________________________________________ Pág. 50
Semblanza Elena Poniatowska Amor; (París, 1932) Narradora y ensayista mexicana de origen francés creadora de un rico mundo de ficción, relacionado siempre con los acontecimientos, movimientos sociales y personajes del México contemporáneo; en su labor periodística intentó aplicar las técnicas del nuevo periodismo norteamericano. Integrante de una antigua familia de la nobleza polaca (y sobrina de la legendaria poeta Pita Amor), nació en Francia, llegó a México con diez años de edad y obtuvo la ciudadanía muchos años después, en 1969. Tras estudiar en su país de adopción y en Estados Unidos, en 1953 inició su carrera como periodista, profesión que ejerció siempre y le sirvió de punto de partida para varias de sus obras testimoniales. Por esa época se unió a la causa feminista y a la izquierda política. A lo largo de su trayectoria cultivó variados géneros: novela, ensayo, testimonio, crónica, entrevista y poesía. Todos sus libros guardan una constante temática y configuran un entramado que da cuenta del presente mexicano: se centran en la sociedad, las relaciones entre hombres y mujeres, el trabajo y el desempleo, el prevaleciente racismo, las costumbres y tradiciones del país, las tragedias nacionales (como el terremoto de 1985) o el papel de la mujer. Lilus Kikus (1954) fue su obra inaugural, escrita bajo la tutela de J. J. Arreola. En 1963, con ilustraciones de Alberto Beltrán, publicó Todo empezó el domingo, reunión de relatos-crónicas acerca de la vida dominical de los habitantes de la ciudad. Hasta no verte Jesús mío (1969) es el divertido relato costumbrista de las peripecias de una empleada doméstica. La noche de Tlatelolco (1971) ofrece un brillante ejercicio periodístico sobre la matanza de estudiantes ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la ciudad de México. EnQuerido Diego, te abraza Quiela (1978), recrea la relación entre los pintores Diego Rivera y Angelina Beloff. De noche vienes (1979) es una amena fábula sobre una mujer polígama. Con Tinísima (1992) rindió homenaje a la fotógrafa de origen italiano Tina Modotti. También dedicó ensayos a Gabriel Figueroa, Juan Soriano y Octavio Paz. Su obra trasunta un carácter activo, que incita al cambio e invita a una toma de conciencia sobre los desposeídos, los niños de la calle y las mujeres, entre múltiples y significativos grupos humanos de la realidad contemporánea mexicana. Con La piel del cielo (2001) obtuvo en España el premio Alfaguara de Novela. En 2005 se publicó El tren pasa primero; con esta novela, que tiene como protagonista a un líder sindical ferroviario, Elena Poniatowska se hizo merecedora del XV Premio Internacional Rómulo Gallegos (2007). En 2011, la escritora obtuvo el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral por su novela Leonora, sobre la vida de la pintora Leonora Carrington.
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Literatura
Narrativa
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Los escarabajos Abraham Martínez González Psicoanalista y profesor I Esa noche el mundo estaba destinado a cambiar, los sueños jamás serían los mismos. Todos soñaban una pelota gigantesca que crecía al ritmo de los giros, un círculo oscuro, casi verde, casi negro, y el olor a hierba y una pesadez que obligaba a quedarse quieto… Pedro se despertó asustado debido al fuerte ruido que se escuchó en la sala. Perdió el sueño de la pelota y se levantó. La noche estaba demasiado oscura; ningún rayo de luz de luna que traspasara e iluminara al menos un poco la casa y los pasos de Pedro, que caminaba vacilante pero decidido a saber de qué se trataba lo que oyó. Se preocupó recordando que su mujer no llegaba aún, ella tuvo una convivencia con sus compañeros esa noche, y a Pedro se le ocurrió que tal vez entró a la casa y por alguna razón se habría caído. Inspeccionó por un lado y por otro, y como no quiso encender la luz para no despertar a los niños, anduvo a tientas, alumbrando con su celular. Ahí estaba la cosa que cayó y lo despertó de tan mala gana. Un escarabajo enorme que yacía panza arriba moviendo mecánicamente sus peludas patas. De pronto, Pedro retrocedió un poco, el miedo le invadió las entrañas, sonrió imbécilmente y se acercó para conocer al enorme bicho que le espantó el sueño. Arrimó la mirada y alumbrando con su teléfono, enfocó la vista en la cabeza del animal; el espanto lo tiro al piso. Era una cabeza humana pegada al cuerpo del escarabajo. Respiró profundo, no le alcanzaba. Se puso de pie como pudo. Creía estar soñando, sabía que en cualquier momento despertaría en su cama y a su lado tocaría a su mujer, pero no fue así. Se dio un pellizco que no le dolió, se mordió un dedo y ahogó un grito recordando a sus hijos. De nuevo se acercó al animal, precavido. Prendió otra vez el celular y lo iluminó para cerciorarse que aquello no era un escarabajo normal y que la cabeza efectivamente era de humano, mejor dicho, de humana, era la cabeza de su mujer, que con movimientos dóciles, muy lentos se sincronizaban con lo gordo y pesado del cuerpo. La piel de Pedro estaba erizada, tenía un calor tan incómodo que se unía a los ascos que le revolvían las tripas. Su mujer o lo que fue de ella, continuaba panza arriba, incapaz de reincorporarse. El rostro de ella estaba en dirección de Pedro, pero sin mirarlo realmente. Sus ojos eran unas pequeñas gotas negruzcas. Las lágrimas de Pedro eran mezcla de horror, de tristeza, y acaso de añoranza, de un dolor más allá de lo cotidiano. Una fracción en él, cada vez con menos fuerza, insistía en que todo era una pesadilla y que en cualquier momento, cuando ésta llegara al clímax, terminaría por despertarlo. Cosa que estudió alguna vez en sus clases de psicología, en lo referente al sueño. Sin embargo, desde que el ruido de la caída lo despertó, su vida se mantenía en un clímax de horror constante, ya no estaba seguro de nada. Iba y venía de un lado a otro, quería marcar a alguien por teléfono y decir algo, pero las palabras se atragantaban en su cabeza, le provocaban nauseas y terminaba por abdicar. En cierto momento, se tiró sobre el sofá, no tanto para rehacerse, sino por una especie de desvalimiento que le vino de pronto. Ahí sentado, con los brazos colgados hacía adelante como su cabeza, rencontró en los archivos de su memoria los grandes ratos que tuvo con su mujer: la primera vez que la observó en la 5
universidad, en un atardecer en Oaxaca; o la noche en que se terminó por enamorar de ella. Las lágrimas no cesaban y arreciaron cuando el aroma de su larga cabellera fue aspirado en su memoria. Volteo a ver al animal, a su mujer, al escarabajo, al monstruo, y sí, la cabellera rubia seguía con ella. Sintió tanta furia que deseó aplastar aquella cosa, pensando que tal vez de esa manera, el horror desaparecería. En lugar de eso, se fue a la cocina y buscó algún recipiente de plástico transparente para encerrar a su mujer. Encendió la luz de la sala y tomó con mucho cuidado a su mujer. Otra vez la miró con suma curiosidad, ya con menos miedo, ya con más confusión. No alucinaba y seguía sin estar soñando. Le preguntó al escarabajo con voz temblorosa: “¿Eres tú...amor?” Pero el animal no habló, sólo siguió con la mecanicidad de sus lentos movimientos. Pedro la guardó en un sitio conveniente de la casa para que sus hijos no la descubrieran una vez que despuntara el sol. Trató de descansar un poco, pero fue imposible. Las preguntas, las conjeturas, eran férreas autopistas en su cabeza, y ésta le dolió, con un dolor agudo que precipitó por un instante, otra vez la imagen de una pelota, de un círculo gigante que rodaba y rodaba, haciéndose cada vez más grande; imagen que al final sí logró conducirlo al sueño. II ¿Qué diría a sus hijos sobre su madre? Creyó que lo mejor sería tratar de llevar el mismo ritmo de todos los días y decir que su madre tuvo que salir más temprano que de costumbre. Una vez que dejara a los niños en las escuelas, avisaría en el trabajo, inventando cualquier cosa para regresar a casa y entonces, descubrir qué sucedió realmente con su mujer. Cosa que le constriñó el estómago, pues ya con luz solar, mirar aquello resultaría todavía más difícil que de noche. Alistó los desayunos y los niños se prepararon para salir de casa. El mayor regresó corriendo de su habitación con una tablet entre las manos y le mostró a su padre: “El mundo se desmorona. Extrañas transformaciones de personas en insectos”. Era el encabezado de una noticia que logró colarse en el Facebook y se corría la noticia por las redes sociales. Los otros dos hijos de Pedro se acercaron a ver qué sucedía; uno de ellos, el más chico ya traía la mochila sobre su espalda, que a ojos de Pedro, parecía extrañamente enorme, sin embargo, se quedó callado. A Pedro se le nubló la vista y pensó que caería. Su hijo mayor lo detuvo tomándolo de una axila. “¿Papá qué pasa?”, profirió el hijo de en medio. Pedro se dirigió a la ventana, ordenó al mayor de sus hijos que revisara sí la puerta del patio seguía cerrada. Los ojos de Pedro estaban atentos a lo que acontecía en la calle, una calle privada dentro de un fraccionamiento, que se veía desolada. Miró las casas de enfrente y todas mantenían las puertas abiertas. La piel se le erizó de nuevo, cuando al bajar la vista descubrió montones de escarabajos que se dirigían a su domicilio. Tomó el pomo de su puerta y aseguró que estuviera bien cerrada. Mandó a sus hijos hacía atrás, hacía donde no pudieran mirar aquello, porque efectivamente, notó que se trataba de sus vecinos. A uno de ellos le resplandecía la calva en un cráneo diminuto. También pudo ver a la joven señora recién casada, era una mujer amable que siempre le sonreía y que ahora apenas si podía levantar un poco la cara, pues con el rigor con que la otra sección del cuerpo le emplazaba a moverse, le dificultaba como a todos los escarabajos. Como pudo percatarse con su mujer, los movimientos eran lentísimos; abrían un poco la boca, sus caras se alzaban en un mínimo y los ojos, sólo dos gotitas negras. 6
“¡Niños no se acerquen, quédense donde están!” Ordenó Pedro, al momento de cerrar también la ventanilla encima de la puerta, por donde seguramente logró atravesar su mujer, pensó. Se apresuró a encender la pantalla que estaba en medio de la sala y pulsó en el control remoto el canal de las noticias. Luego cambió a otro, y luego, a otro más. Ya no había dudas, aunque una parte en su interior seguía gritando: “¡No, esto no puede estar pasando!”. A punto de llorar, recordó a su mujer y lo mal que estaría en el recipiente de plástico; reflexionó que la había dejado totalmente con la tapa cerrada. Corrió al sitio donde la escondió para destaparla un poco y no muriera asfixiada. Al regresar a la sala, sus hijos estaban mirando por la ventana, se empujaban uno a otro. Pedro saltó a quitarlos de ahí, a impedirles el dolor, el daño, la pena, pero no lo logró. Su hijo mayor lo detuvo en seco y le espetó que ya no eran unos bebés como para que les escondieran la verdad; los otros se tapaban la boca con las manos y los ojos parecían saltarles por la sorpresa. III Pedro y sus hijos se sentaron a escuchar lo que se decía en las noticias, nunca nada como eso había sucedido; era monstruoso todo el clima, letal en cierta forma. Pedro estaba ansioso de escuchar alguna causa, el cómo, una cura; pensaba en su mujer. Pero todas las estaciones de televisión se limitaban a informar, a decir dónde estaba ocurriendo, dónde ya no caminaban humanos, pero ninguna información respecto a las causas, mucho menos soluciones. De pronto, al estar cambiando de un canal a otro, algunas cadenas ya no transmitían. Las señales se iban perdiendo poco a poco. En su interior, Pedro sabía que no tenían que salir de casa; por algo todos sus vecinos transformados se amontonaban en su entrada. No tardaron en oírse pequeños rechinidos que seguramente provenían de los escarabajos raspando la puerta. Si alguien ha visto a un escarabajo, sabrá que pocas criaturas son tan persistentes como ellos. Caían, rodaban, se empujaban lentamente unos a otros; ya formaban una pirámide, ya la descomponían. Pedro se convenció que no permitiría por ningún motivo, dejarlos pasar. En su mente no existía otra cosa más que tener a salvo a sus hijos, mantenerlos con vida, pero sobre todo, mantenerlos humanos. Reunió a los tres, les explicó lo que según él entendía. De un instante a otro, una especie de golpe en la cabeza lo aturdió. Los hijos se quedaron esperando que siguiera hablando, pero éste se veía ajeno al presente. Ellos lo observaban preocupados, le hablaron y luego le gritaron, pero Pedro no respondía. Estaba inmerso en una imagen extraña que sólo él miraba. Unas líneas verdes y gigantes se esparcían por todos lados, el olor a tierra mojada impregnaba la piel de Pedro; no aspiraba, no olía, era como sentir el olor. Apreciaba, que como un péndulo, avanzaba sincrónicamente. Delante de él, una pelota enorme, magistral, se alzaba orgullosa y su olor era un hilo conectado a él, como el color verde y negro mezclado que le impulsaba a acercarse. Cerró los ojos y de nuevo los abrió para estar frente a sus hijos. El pequeño traía un vaso con agua que estaba a punto de derramarle en la cabeza, pero el más grande lo detuvo. Una vez reincorporado y sin entender qué era lo que había visto o sentido u olido, se armó de valor y se dirigió a sus hijos. Les explicó que algo terrible pasaba en el mundo (los canales de televisión, llegó el momento en que se perdieron definitivamente), y que tenían que ser fuertes y estar unidos ahora más que nunca. El mayor, que ya era un adolescente, abrazó a sus dos hermanos, como hacía tanto tiempo no lo hacía. 7
Lloraron juntos por su madre, la que Pedro prefirió ocultar, siguiendo con la versión de que salió temprano sin lograr regresar. Comieron algo, sacaron una radio que ya nadie usaba y localizaron una señal que transmitía lo siguiente: “Por una razón aún desconocida, una especie de epidemia se ha apoderado del mundo, afectando según lo que sabemos hasta ahora, sólo a la raza humana. Es urgente tomar las medidas necesarias para no ser afectado por esta terrible catástrofe, como no salir de sus casas y no dejar que entren insectos a las mismas. Por ahora es todo lo que podemos informar. Somos un grupo de militares que han logrado sobrevivir en un bunker cerca de la capital del país, estamos investigando y trabajando todo el día para averiguar lo que está pasando. En cuanto tengamos mayores detalles de lo acontecido lo haremos saber”. Anocheció y no transmitían más noticias. El hijo mayor se mantenía pegado a la radio con la esperanza de escuchar algo. Pedro se dio cuenta que la comida era mínima, la despensa la pretendía surtir al siguiente día, pero con las recomendaciones que acababan de escuchar, el infierno ardía con mayor intensidad. Les pidió a sus hijos que trataran de dormir, que mañana las cosas seguramente se arreglarían. Ellos obedecieron. El menor por fin dejó la enorme mochila y se fue a recostar a la cama que compartía con el de en medio. El mayor se quedó un poco más de tiempo con Pedro; le hablaba de diferentes posibilidades que se le ocurrían para salir a buscar a su madre. Los ruidos de los montones de escarabajos que continuaban afuera de la casa, provocaron que Pedro pensara en la imposibilidad de tal empresa, más cuando recordaba lo que recién escucharon en la radio. De cualquier manera, experimentaba una angustia inmensa acerca de lo que ocurriría al día siguiente. Una bruma de desesperanza le inundó por dentro, la imagen de su mujer se hacía cada vez más lejana. La imaginaba irse en una vorágine mientras estiraba la mano como pidiendo ayuda. Y de nuevo advirtió unas líneas verdes que se trasponían en su vista a la realidad y el olor a tierra mojada que otra vez le parecía que lo percibía a través de su cuerpo; en esta oportunidad, el olor a hierba se le colaba por el estómago. El pensamiento de que estaba sufriendo la transformación se hizo irreparable. Creyó que pronto dejaría de ser un humano. Despejó su mente de las pesadas cavilaciones y abrazó a su hijo. A éste le brotaron las lágrimas sin saber exactamente por qué. Se fueron a recostar y en breve, Pedro fue abrazado por una pesadez de somnolencia a la que no pudo hacerle frente. Entre dormido y despierto, con un esfuerzo extraordinario, advirtió la imagen de su hijo menor con la mochila. Otra vez el pequeño la traía sobre la espalda, pero repentinamente la mochila se hizo más y más grande, hasta que le cubrió completamente el cuerpo, luego se pintó de negro, y ese color se esparció por la conciencia de Pedro que ya no pudo contradecir al sueño. IV El campo brillaba serenamente, los pastos verdísimos se alzaban con un orgullo tal, que lo gris de las avenidas y de las construcciones, era diminuto. Un olor a hierba recorría las ciudades y volaba por los cielos. El silencio apenas era interrumpido por escuetos chirridos de insectos que instintivamente andaban su camino. En un hoyo del campo, despertaba una familia de escarabajos para instarse a realizar su cotidiana proeza de cada día. Levantar excrementos con lodo y pedazos de hierbas, anidándolos en pelotas color ocre, 8
combinación de verde y negro, que se agrandan en el transcurso de sus recorridos. Esas pelotas las conducen a sus hoyos, para ser el alimento de las crías. Lo increíble es el tamaño de las pelotas que supera en mucho el peso de los escarabajos; la exposición de la fuerza de los insectos no deja lugar a dudas. Uno a uno fueron saliendo del hoyo, primero un escarabajo grande, luego uno mediano y detrás, otro más pequeño. La sincronización de sus patas llenas de pelos chocaba con los pastos que se les ponían de frente, pero no paraban de andar. El olor a tierra, a plantas, les entraba por el estómago y los impulsaba a no detenerse. Un escarabajo gigante, con un gran cuerno en su cabeza, emergía del hueco. Movió la cabeza con la lentitud de su especie y una forma de vapor le salió de las comisuras de su hocico. El miedo lo paralizó un instante, una dolorosa descarga eléctrica al recordar que en el sueño, su hijo, el menor de todos, tenía un caparazón minúsculo, insignificante, y que en cierto momento se le vino abajo. Apresuró el paso para alcanzar a sus crías. Como el menor iba detrás, el padre le dio un leve empujón con su enorme coraza, alentándolo a continuar, a crecer, a no rendirse como es tradición en los de su raza. Delante de ellos una enorme pelota de eses y de lodo anunciaba pomposa una mañana para la familia. El enorme escarabajo lentamente se fue olvidando del sueño en que era humano para concentrase únicamente en lo que le esperaba adelante.
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Sueño Sol García
Alejandro despertó a medio día porque tenía los rayos del sol le daban en la cara. Brincó, ya era tarde. No había sonado el despertador. Tampoco su celular, no estaba por ningún lado. Se cambió de prisa mientras lo buscaba, quería avisar en la oficina que iba un poco retrasado. Bajó corriendo las escaleras y para su sorpresa encontró que en la mesa estaba un teléfono fijo, pero de un modelo antiguo, los números para marcar eran de disco, y por Dios no recordaba ningún número telefónico, estaban todos en la agenda del celular. Por fin recordó uno, intentó marcar pero como se equivocó varias veces, estaba desesperado. Finalmente entró la llamaba, sonaba ocupado. Alejandro desistió y salió corriendo. En la calle se dio cuenta que todo estaba cambiado. Las personas vestían raro y no había automóviles circulando. Alejandro se asustó y regresó a casa. Pensó que era un sueño y regresó a la cama a dormir de nuevo.
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Tan sólo un sueño María de los Ángeles León Valero
Él la contemplaba en sueños, su larga cabellera risada daba la sensación de una cascada de ondulante caída. Sus ojos descansaban tras sus bellos párpados sombreados en un tono marrón, las bien delineadas pestañas eran el toque perfecto para esa mirada tan pícara que la caracterizaba. Su cuerpo bien formado le daba la apariencia de una princesa. Con ese amor que sale del fondo del corazón podía balbucear. “Mi niña, princesita de mi alma. ¿Si pudiera besar tus labios color carmín y sellar con ello este amor, y después de mucho mirarte y acariciarte encendiéramos la hoguera en nuestros cuerpos y danzáramos al ritmo de la pasión? Pero estás tan lejos de mi ser, estas ansias de amar y la distancia asfixian, me enloquecen y quedo como estatua anclado a este sueño, donde logro acariciarte con la mirada, rogando a Dios cada noche por volverte a ver. No he logrado que me mires, tan solo te sueño dormida. Tan dormida como mi cuerpo parapléjico, cada mañana te veo pasar frente a mi ventana y desde ahí con mi boca que no logra pronunciar palabra, te grito que te amo, pero no te das cuenta, no me miras siquiera y la desesperación aumenta”. De pronto aquella Venus dormida abrió sus radiantes ojos y lo miro desde el lugar donde su esbelta figura reposaba, emitiendo un débil saludo: “Hola”. Y él, en su estrujante emoción cayó al duro suelo, rompiendo en mil pedazos, su más caro anhelo. Al despertar su inseparable silla de ruedas estaba a su lado como la única compañera en esta triste vida.
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El papel de los deseos Cinthia Citlali Gaspar Ruiz Facultad de Letras (UMSNH)
No sé en dónde estoy. Sé que me encuentro en algún sitio, pero no logro identificarlo en mi realidad. Esa sensación la tengo desde hace mucho y aunque no recuerdo su origen, siempre está presente. Es como si me hubiera encerrado en un cristal y sólo viera reflejos alrededor, destellos de luz que muestran el mundo en el que vivo y al cual desconozco. Quizá esté en un dilema existencial. A pesar de ello, una de las cosas que mantienen mi lugar en el mundo son una serie de frases que escribo para terceros —familia, amigos, conocidos— desde los doce años. El procedimiento es sencillo: primero, una frase al día por persona, no importa quién me la pida; segundo, puede decirme el tema de su interés —una cita de tipo amoroso, unas palabras de aliento o motivación, un acertijo, etc— o en su defecto, lo tomaré como uno libre y redactaré lo primero que piense; tercero y adicional, no estoy para complacer a nadie; y eso aplica, en especial, para los casos <<libres>>. Hay veces que la gente —más que pedir una opinión, por ejemplo— quiere que le endulcen el oído, aún cuando se le advierta que no será así. He de admitir que me sorprende su valor, casi rayando en necedad, al momento de aceptar las condiciones, como también su falta de credibilidad al enojarse por el resultado. Desde mi punto de vista, no deberían molestarse por algo que decidieron con total libertad o que, al menos, nadie los amenazó para que lo hicieran. Supongo que no se les puede dar gusto. Después de esta nota mental, un balde de agua fría me trae al fragmento de realidad que me toca vivir. Me encuentro en la cafetería de la preparatoria esperando a que Adrián regrese. Adrián es un buen amigo; es tan bueno, que a pesar de habernos peleado a golpes, al día siguiente ya estábamos comiendo helado y corriendo entre los charcos que dejó la lluvia. Así de simple. Nos conocemos desde el kinder y hemos sido compañeros hasta ahora; sin embargo, tomaremos caminos diferentes en cuanto nos graduemos. —¡Ya llegué! Mira, traje las papas que tanto te gustan y con queso extra —agregó Adrián al acercarse a la mesa. —Muchas gracias. Alcancé a tomarme el café. Ojalá que el tuyo no se haya enfriado. —¿Qué me quisiste decir, Christian? —dice mientras hace una serie de pucheros—. ¡Eres tan mala como la carne de puerco! ¡Mi café se ha hecho paleta! —Sólo dije: ''Ojalá que el tuyo no se haya enfriado''. Además, no es para tanto, pídele a la encargada que lo caliente en el microondas. —Eres tan malvada. En fin, ya vuelvo. No montes un espectáculo en lo que tardo. —Trataré… 12
—Nada más no te pelees. Otro fragmento de divagación patrocinado por la ausencia de Adrián. De aquí a que regrese me hundiré en la niebla de mi pensamiento y seguiré buscando la respuesta a ese hueco que siento en esta dimensión o realidad, como muchos le llaman… —¡Hey! —por lo visto, disfrutaré de mi fragmento en otra ocasión—. Vengo por mi <<papelito>>. —¿De qué lo quieres? —le pregunto. —De lo que tú quieras escribirme —contesta con una sonrisa. —¿Segura? —asiente—. ¿Sabes que la respuesta puede incomodarte? —afirma nuevamente—. ¿Aún quieres intentarlo?—repite la acción anterior. Saco un papelito y un lapicero azul de mi mochila. Observo su cara y la grabo en mi memoria; finalmente, garabateo unas palabras y se lo entrego. —''Amar implica sacrificio y el sacrificio puede llevarte al camino del dolor. Si no tienes el valor para enfrentarlo, mejor no lo intentes: recuerda que el egoísmo se disfraza de miedo, y el miedo no te dejará hacer nada”. —¿Y esto?, ¿por qué me lo escribes? —comenta después de leerlo. —Porque es lo que veo en ti ahora al igual que hace tres años. —¡No es cierto! Ya he tenido varios novios que me han querido… —Pero ninguno te llena. Una o dos semanas y los cortas. —¡Tú que sabes! —me grita. Una bofetada tiñe de carmín mi mejilla izquierda. Pude sentir miedo, angustia y frustración en el impacto, justo lo que ella guarda en su alma por más que lo intente ocultar. Y hoy al igual que ayer, la semana pasada y hace tres años, no ha cambiado; la única diferencia es que no se había atrevido a darme una cachetada. Debería darle un premio por su paciencia ante la <<negatividad>> de mis frases porque nadie las hubiera aguantado por más de un mes. —Me parece que sabe bastante —interrumpe Adrián al dejar su café en la mesa—. ¿No es así? —la chica frunce el ceño y sale corriendo—. ¡Uy, qué gente! Te dije que no pelearas y es lo primero que se te ocurre. —No lo hice. Ella se enojó por la frase, nada más. —Esa mujer —suspiró—, es necia. Jessica no soporta que le digan que está mal. Me sorprende que te haya soportado tanto rato y tú, mi querida, le hubieras dado
la vuelta con un papelito que le gustara
¡Cuántas molestias habrías evitado!
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—No se me da escribir algo que no sienta, como tampoco se me da mentir. Jessica me ha buscado para que le aplauda por situaciones que está resolviendo de la manera equivocada o para que la consuela por las consecuencias de sus acciones. Lo lamento, no soy su madre ni su paño de lágrimas. —Vaya, vaya. Tú y tu sentido del honor te meterán en problemas —sonríe—. ¿segura que no has pensado en estudiar para abogada? —A mi familia le encantaría. Lástima que no me interesa —digo mientras como la última papa—, además, has cambiado de tema. —Para nada, mi querida Christian. Únicamente relacioné tu facilidad para meter la pata como una de tus fortalezas para un perfil profesional ¿No es genial? —Dios… —exclamo. —Vamos, búscale la gracia. No seas tan seria. Tu mala vibra me llega hasta aquí, ¿acaso no has dormido? —Al menos dormí tres horas. No sé qué me pasa. —Simple: algo te preocupa. Haciendo una estadística, en los últimos dieciocho meses has tenido problemas para conciliar el sueño; del total, en los seis meses recientes el problema se agravó en un 70 % y… —Gracias —lo dejo con la palabra en la boca—. Es muy evidente, ¿verdad? —¿Algo que necesites contarme? Soy todo oídos. —Nada nuevo, Adrián. ¿Recuerdas lo que te dije hace tiempo? —¿Qué pensabas retomar el fútbol? —Negué con la cabeza—. ¿Aún no sabes si aceptarás la beca para estudiar sociología? —volví a negar—. ¿Qué te encantan las papas con especias? —negué por tercera ocasión—. Hey, ya te acabaste las papas ¡Yo quería! —Demasiado lento. Si no hubieras tardado con el café habrías alcanzado. Luego te compro unas, ya no llores. —Mala... —Algo. En fin, te decía que si recordabas lo de mi sensación de no encajar en este mundo. —¡Ah, eso! Sí, Christian. Dime, ¿tus dificultades para dormir son originadas por...? —En parte. Ese sentimiento ha pasado a un plano onírico en los últimos seis meses, tal y como lo mencionaste. No me da miedo, aunque me pone a pensar mucho —No te quemes la cabeza. Sencillo: ¿has considerado que vives en dos realidades simultáneas? —Adrián. Eso me sonó a cuerpo astral. —¿Cómo crees? Me refiero a que vives en esta realidad, la de todos, y en la tuya. La tuya la conoces a la perfección, pero en la nuestra estás perdida; ¿por qué razón? No lo sé —concluye al terminar su café—. 14
¡Argh!, se enfrío —tose y continúa—. Mi opinión como amigo es que se debe a que dejaste de hacer algo que te gustaba o a una presión familiar. —Dices que no conoces el motivo y al mismo tiempo me lo das. Adrián, en algo atinaste y no lo tomé en cuenta hasta ahora: mis padres me han presionado para que me incline por una profesión de renombre o porque me vaya a administrar una huerta de mi abuelo y no concibo en mis planes ninguna de las dos. —Yo sé que tu futuro está en que me acompañes a la normal de educación física. ¿Te imaginas?, ¡estarías en forma y podrías jugar fútbol! —¡Estás loco! Sé que lo dices de broma. —Me estaba preparando para el golpe —¡Ay, Adrián! Sí que sabes por dónde llegarme. Es cierto, también extraño patear un balón y correr por la cancha durante los entrenamientos. Lo que me da miedo es que en una de esas me den un golpe en la espalda y todo acabe. —¿Es por lo que te pasó cuando entraste al equipo de la preparatoria? ¡Fue un choque espantoso! —Sí, es por eso. La cuestión es que en el choque también me fracturé la rodilla izquierda. Como verás, con un dolor crónico de espalda y una rodilla frágil, a pesar de la rehabilitación, tengo que considerar la viabilidad de volver a jugar. —No le des tantas vueltas. Christian. ¡Lucha por tu sueño! —Vale, gracias. De todas formas pensaba en formar parte del cuerpo técnico del equipo de fútbol de mi facultad. —¿Cuerpo técnico? ¿Qué no piensas jugar? ¿Facultad? ¿Es que te has decidido por sociología? —No estudiaré sociología —¿Entonces? —Pienso irme a filosofía y consideraré hacer un curso en fisioterapia. —¿Qué? ¡Te van a matar en tu casa! —¿Por lo de fisioterapia? No lo creo, siempre y cuando le vean la utilidad, dinero, ese tipo de cosas. Por lo de filosofía, no tienen que enterarse hasta que termine. —A ver, Christian, hay algo que no entiendo. Hablaste de que no encajabas en el mundo y así… y luego me sales conque ya tienes tu vida resuelta ¿Quién te entiende? —No he resuelto mi vida. Bueno, en parte sí. Me ayudaste un poco, Adrián. —Para eso somos los amigos. Oye, ¿seguirás escribiendo frases en la facultad? —Sí. No lo dejaría por nada. —¿Y qué tal si te encuentras con Jessica? Ya no estaré para defenderte de sus cachetadas. 15
—¿Jessica yendo a filosofía? Sería demasiado. Y si la veo por allá, le seguiré escribiendo lo que observe en ella. —Te va a odiar ¡no querrá verte ni en pintura! —Hasta que suceda, esperaré. No le daré algo que no se haya ganado. Debería de saber que los deseos o anhelos no se dan en macetas y que los demás no estamos obligados a lograrlos por ella. Es más, un ser humano no es una copia fiel de lo deseado. De ahí que siempre esté decepcionada de su novio en turno y le eche la culpa por finalizar su relación. Así no se puede. —Christian, Christian. Te lloverán de líos si sigues así —Ya ni modo, tendré que acostumbrarme. ¿Qué te iba a decir? ¿Tienes tiempo después de clases? —Sí. —Excelente. Me gustaría asistir a los entrenamientos del equipo de fut femenil y después pasar a la casa de Monserrat para seguirla ayudando con su rehabilitación. —¿Y por qué tanta molestia con Monserrat? —Porque a ella también le gusta el fútbol. Después del accidente de tráfico que sufrió con su familia ha tenido que retrasar su regreso a las canchas. Además, a pesar de lo adverso, sigue esforzándose y sólo por eso me nace apoyarla. Se lo merece ¿O tú qué opinas, Adrián? Quizá siga sin encontrar mi espacio en esta realidad. Lo que no me dijo Adrián y sí entendí es que mientras coincida mi mundo con el mundo de <<todos>>, lograré un equilibrio que me permitirá concentrarme en lo que busco; y una vez que lo consiga, no lo soltaré jamás.
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Acerca de la ensoñación y la consciencia Lynette Silva Al abrir los ojos me encuentro aún mareada por el viaje. Ruedo entre las cobijas al volver a sentir el frío de este mundo. Morfeo me ha dado un buen paseo esta noche. ¿Y es que acaso hay otra explicación para todo lo que pude ver? Definitivamente pude visitar otro universo, sosteniendo detalle a detalle precariamente. Así, cuando cedo ante el cansancio, mi consciencia se desprende lentamente, mientras voy profundizando en las fases del sueño. Poco a poco se van abriendo mis otros ojos; aquellos que no distinguen entre dimensiones. Y dejo atrás mi cuerpo, porque es tan sólo la sombra que todos esos mundos reflejan en la tierra, este traje, que me pesa demasiado en la aventura que se acerca. ¿Quién podré ser el día de hoy? ¿A qué otro de mis cuerpos ha sido llamada mi consciencia? Mientras camino por la piedra gris que se tiende a mis pies voy olvidando poco a poco mis memorias, dejo de pensar en éste como el sueño, y aquél como la realidad, y de pronto ésta es la realidad y aquél es el sueño. ¿Y realmente, cómo podría probar que no lo es? ¿Para aquél que pasa más tiempo dormido que despierto, no es acaso la vida el sueño, y el sueño la vida? Reconozco el tacto que tengo en la piedra como duro, el sonido de mis pezuñas retumba en el bosque. Ahora lo recuerdo; soy un ciervo. ¿Cómo poder olvidarlo? Sí, soy un ciervo desde el momento en el que nací. La textura de las hojas en mi boca sería difícil de no recordar. ¿Por qué preocuparme de otros universos, si aquí soy el rey del bosque? Alzo mi cornamenta; orgulloso. Viendo el verdor de mis dominios, la manera en que el sol se cuela por los claros, la sangre de la liebre que pinta las vallas. Pero el verde se va transformando poco a poco en azul; lo árboles pierden consistencia, se derriten, explotan y se estrellan contra la costa pedregosa, y yo lo veo todo desde adentro, flotando en la inmensidad del océano. La pequeña barca flota a mis pies, es áspera a mis dedos; como siempre lo ha sido; Porque soy ciervo y soy pescador. Y no me extraña en lo más mínimo, porque sé, mi consciencia conoce, dejó de ser la perezosa identidad furtiva en el saco de carne que acostumbra ser, ella comprende, y los ojos que tengo abiertos, ven a través de la piel que estoy usando. Estoy segura de que si pudiera verlos directamente en un espejo, vería el universo entero en ellos. Pero cuando busco mi propia mirada en el reflejo del mar, mi vista huye; temerosa de la grandeza. ¿Acaso eso importa justo ahora? ¿Cuándo soy un pescador? La pesca es lo que debería preocuparme. ¿No tengo acaso una familia que alimentar? Puedo recordar con toda claridad el nacimiento de mi primer hijo. Pero allá, lejos; pasando la costa, el cielo se va volviendo gris poco a poco, ahora sé bien que lo que el ciervo vio como una 17
montaña, es un volcán que tose. Va escupiendo su rojo y candente interior sobre la tierra, haciendo volar sus entrañas en un espectáculo de una hermosura poco comparable, el cielo se pinta de violeta voluntariamente para volver el cuadro más hermoso. ¿O soy yo quien lo pinta? El pincel descansa sobre mi mano. El paisaje se va recortando frente a mis ojos, hasta volverse el cuadro en el caballete. La única prenda que llevo puesta es el pincel de mi mano. Y la luz de la luna que entra por la ventana cobija mi piel desnuda. De pie frente al cuadro noto que no llevo pintura conmigo, aunque eso no importa. Lo estoy pintando con las curvas de mi cuerpo. El leve sonido de una respiración detrás de mí me hace girar, en la cama me veo dormida. Y me reconozco como el torpe lazo que une a todas las dimensiones. Me acerco con el paso de un felino y subo a la cama sin provocar el más mísero sonido, con la pasión del amante desbocado, poso mis labios en los míos propios y me voy fundiendo poco a poco con el cuerpo inconsciente, mi piel es una sustancia etérea que se sumerge en la otra, porque en algún rincón de mi instinto, fuera de la lógica de la pintora, del pescador, o del ciervo; sé que es hora de despertar.
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Beso amargo Mauricio Dueñas
No hace mucho tiempo en una mística ciudad de cantera, los soñadores renunciaron a sus trabajos. Al fin sin las cadenas de la rutina y del dinero hicieron sus vidas como un sueño. El consumo interno vino a la baja y esa gente aristócrata decidió plagar la ciudad con cafeterías. Con muestras gratis de café los atrajeron, sorbo a sorbo se hicieron adictos. Los soñadores se extinguieron, se transformaron en “gente normal” Ahora trabajan, tienen el suficiente ingreso para poder pagar ese dulce veneno, beso amargo de la muerte.
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Concupiscencia Edgar Fernández Anoche tuve un sueño húmedo: María.
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Frío Larissa Rocha Podía sentir los espasmos que le daban por el frío y que recorrían toda su delgada figura. El frío invadía todo su cuerpo; no importaba que fueran días calurosos, ella llevaría tres suéteres extras por si se topaba con una sombra y tendría que ayudar a su cuerpo a mantener el calor. Por esta razón, su lugar favorito, era la banca que se encontraba en el punto medio de la plaza, y en la que los rayos del sol pegaban directo. Cada vez que se sentaba en ese sitio tenía que usar crema protectora, lentes enormes que cubrían la mitad de su rostro y una gorra —que odiaba— para evitar daños en su delicada piel. Estar en ese lugar era de la única forma en que su alma podría sentirse cálida y no en soledad. Emma miraba por un momento a su alrededor, al cielo, leía un poco y constantemente intentaba distraerse con el movimiento continuo de la ciudad, pero tarde o temprano terminaba trayendo a su pensamiento una serie de recuerdos; en todos me encontraba yo. Los primeros meses era imposible que sus lágrimas se detuvieran al pensarme, pero después de tres años, que me recuerde es su única manera de vivir el amor. II Recargó su cabeza sobre mi pecho suplicando que no me fuera, pero ya era tarde; mi cuerpo no respondía y mi respiración había cesado. Nunca podría perdonarme haber hecho llorar a Emma. Ella estuvo en los mejores momentos de mi vida y se quedó en los peores. Ella, era la chica de los besos dulces y las risas contagiosas; en cambio yo, el hombre de la mala suerte y pésimas decisiones, nunca entendí qué fue lo que vio en mí. Morí un día tres de marzo, el cáncer terminó por arrancarme la vida. Antes de fallecer, la gente me hablaba todo el tiempo de un cielo, de algún paraíso después pues de la vida, pero yo terminé viviendo en la memoria de Emma, podía vivir cada que ella suspiraba por mí, cada que me dedicaba pensamientos… Para mi estar cerca de ella ya era un paraíso. III Emma y yo nos hemos revivido cientos de veces, siempre en los mismos lugares, en los mismos momentos; me recordaba de la mejor manera, como su acompañante más fiel y quien le preparaba chocolate caliente antes de dormir. Ella me dio vida en vida y después de la muerte, y yo lentamente la he despojado de la suya. A veces me pregunto cuándo me olvidará, cuándo dejara de existir y a dónde iré. Tal vez soy egoísta, pero es ella es mi hogar y no puedo dejar que me deje de pensar…
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Ensayo
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La obra de Elena Poniatowska en la tradición periodística y literaria mexicana Edgar Fernández Aunque nacida en Francia, Elena Poniatowska ha pasado casi toda su vida en México, y es en este país y de este país, donde ha obtenido principalmente la imaginación, las perspectivas y posturas sobre determinados acontecimientos que han servido para crear su vasta obra que incluye: cuentos, novelas, ensayos y crónicas. Poniatowska no es sólo una creadora de escritorio. Se ha visto inmersa en diferentes circunstancias. Un día está conversando con otro grande de la literatura mexicana y otro día, en un tianguis de la ciudad de México o en la cárcel de Lecumberri. Así ha sido su vida de escritora. Elena Poniatowska: la escritora A pesar de que sus intenciones eran comenzar en la literatura, con una novela, no fue así. Sus inicios se dan en los periódicos. Dos años en el Excélsior, escribiendo a diario una entrevista, nota o artículo; y después en el Novedades, de donde ya no se movería. Allí surgiría su camino “vagabundo” en el periodismo: Iba diario al periódico Novedades. Las notas de sociales se hacían por teléfono: “¿Cómo estaban vestidas las demás de honor? ¿El vestido era Dior o de Manuel Méndez?”. Yo nunca lo hice así porque me parecía deshonesto y por curiosidad acudía a bodas, showers y exposiciones. Creo que estaba yo media chiflada de trabajo. A casi todo me acompañaba Mane, mi hijo mayor. Mis primeros años como reportera fueron un aprendizaje esplendido. No tenía la menor conciencia de que quería hacer. Tenía un deseo muy fuerte de escribir una novela, pero ya estaba en ese carrusel, en ese merry-go-round del periodismo, de la actividad diaria y nunca encontré tiempo para sentarme a hacer lo mío. (Poniatowska, citado por Schuessler, 2003: 103)
Como ella lo afirma, no le gustaba hacer de esa forma su trabajo, tenía curiosidad, un elemento con el que todos los periodistas deben contar. Y aun siendo las notas para la sección de sociales, ella iba al lugar de los hechos, se inmiscuía y se hacía testigo de estos. Pero, esos escritos concebidos como periodísticos, siempre han tenido una inserción de elementos y figuras literarias que no están presentes en otros periodistas — aunque esto no quiere decir que los que evitan los elementos literarios, no puedan ser buenos periodistas—. Sus notas, artículos, entrevistas, crónicas y reportajes son todos así; como se podrá ver en el siguiente capítulo con La noche de Tlatelolco. Sí bien no consagrada aún, pero ya con alguna experiencia periodística, en 1954 publica Lilus Kikus (1954), primera de más treinta obras. Ésta se convertiría en un clásico teniendo en su primera edición buenas ventas y sobre todo, buenas críticas: “Se trata de un libro insólito. Así no se escribe en nuestro México actual. 23
Elena Poniatowska, como muy pocos escritores de hoy, tiene lo que se dice el sentido del idioma” (Abreu, citado por Schuessler, 2003, p. 104). Poniatowska era muy joven y sorprendía que su manera de escribir fuera tan bien lograda y con un estilo único. Emmanuel Carballo, Carlos Fuentes y Juan Rulfo, fueron otros de los que criticaron su primera obra literaria. El primero dice lo siguiente al respecto: Lilus Kikus se resiste a entrar fácilmente en los habituales casilleros de la crítica, estrictamente no es un cuento, tampoco es una novela. Para ser cuento le falta circunscribirse a una anécdota; para ser novela, plantear un conflicto. Desarrollar los caracteres. El hilo de unión entre sus doce pequeños y hermosos capítulos es esta niña aparentemente ingenua, esta joven asombrada para quien la vida se entiende a base de jeroglíficos; los signos, los símbolos. (Carballo citado por Schuessler, 2003: 107-108)
Lilus kikus no es un cuento y tampoco una novela. ¿Entonces qué es? Bien podría ser una especie de autorretrato escrito y fantástico de Poniatowska. Pero saber si la obra es una u otra cosa, no es tan importante como la obra misma. Una niña cualquiera pero con peculiaridades, mismas que hacen que su historia valga lo que vale. Una visión del mundo, de la vida y de cosas tan cotidianas y simples que nadie se pregunta sobre ellas, es eso lo que nos ofrece la niña Lilus kikus. Años después aparecería la crítica de Rulfo a manera de contraportada en la segunda edición de la obra, titulada esta vez: Los cuentos de Lilus Kikus: Hace muchos años, tal vez veinte o quizá un poco más, apareció un libro de sueños; los tiernos sueños de una niña llamada Lius Kikus para quien la vida retoñó demasiado pronto. Lilus sabía poner orden en el mundo sólo con estarse quieta, apareció sentada en la escalera espiral de su imaginación, donde sucedían las cosas más asombrosas, mientras con los ojos miraba cómo se esfumaba el rocío y un gato se mordía la cola o crecía la sonrisa de la primavera. Luego, de pronto, sentía que los limones estaban enfermos y que sólo inyectándoles café negro con azúcar podía aliviarlos de su amargura. Pero Lilus era también endiabladamente inquieta: corría a preguntarle a un filósofo si él era el dueño de las lagartijas que tomaban el sol afuera de su ventana. También divagaba en cómo hacerle a Dios un nido en su alma sin cometer adulterio e investigaba con su criada Ocotlana de qué tamaño y sabor eran los besos que le daba su novio. Todo en este libro es mágico y está lleno de olas de mar o de amor como el tornasol que sólo se encuentra, tan sólo en os ojos de los niños. (Rulfo citado por Schuessler, 2003: 110)
No es coincidencia que figuras tan importantes de la literatura mexicana, criticaran de buena manera su obra. No había duda, en su quehacer literario comenzó con el pie derecho. También inició su trabajo en la crítica, con reseñas literarias para la Revista Mexicana de Literatura. Y lo que tal vez terminó por afianzarla en el mundo literario, fue la beca del Centro Mexicano de Escritores que recibió en 1957.
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A la par de esto, Poniatowska continuó con su labor en Novedades. Siguió con su columna de Sociales; además de reseñar los eventos de la sociedad, escribía consejos de belleza para las mujeres. ¿Qué maquillaje y cómo usarlo? o ¿Cómo cuidar su cabello para tenerlo radiante? Fueron algunos de ellos. Así se mantendría hasta que a finales de 1957 aparecería en el diario donde laboraba, el primero de varios artículos sobre las actividades en domingo de las personas en la ciudad de México, que años después se convertirían en su primer libro-reportaje Todo empezó el domingo (1963). Éste, daría inicio a su característica escritura de interés social. Las diversas experiencias y sus variantes a la hora de escribir, la llevarían a un género híbrido. Su producción “meramente” literaria también continuaría —Hasta no verte Jesús mío (1968); Querido Diego, te abraza Quiela (1978); De noche vienes (1979); La “Flor de Lis” (1988); Tinísima (1992); Leonora (2011), entre otras—. “Meramente”, sólo por no ser reportajes o entrevistas, ni tener intenciones periodísticas; porque parece que la principal fuente de inspiración de Elena para crear, siempre ha sido la realidad. Las vivencias y experiencias obtenidas gracias a su trabajo como periodista, y las que surgían de repente, causadas por su curiosidad: Todo lo que soy se lo debo al periodismo, si algo he hecho en la escritura ha sido gracias al periodismo […] siempre, en todas partes, cuando tengo que decir o escribir mi profesión pongo periodista, jamás pongo escritora; en el pasaporte, en todas partes pongo periodista. (Poniatowska citada por Beltrán, 2008: 4)
Claro ejemplo es Hasta no verte Jesús mío, novela que quizá no entraría dentro del Periodismo literario por no ser completamente real, pero que sí está basada gran parte en una persona y su vida: Josefina Bórquez —Jesusa Palancares en la novela—. Mujer a la que Poniatowska conoció un día que se dirigía hacia la prisión de Lecumberri, cuando entrevistaría a los líderes ferrocarrileros encarcelados por la huelga de 1959 que había sido encabezada por Demetrio Vallejo. Escuchó gritar a Josefina dentro de una vecindad y decidió ir a su encuentro. Ésta es una parte de la primera conversación que tuvieron: —¿Qué se trae conmigo? ¿Qué trae conmigo? —Quiero platicar con usted. —¿Conmigo? Mire, yo trabajo. Si no trabajo, no como. No tengo tiempo de nadar
platicando.
Elena insistió, volvió, espero, rogó a esa mujer (Josefina Bórquez) que le contara su vida y recibió de nuevo un soplamocos: —Mira, no tengo campo. La mujer señalo las cinco gallinas que debía sacar a sol, el perro, el gato, los pobres
gorrioncitos y los
mugrientos overoles que llevaba a su casa para ganar un poquito más de dinero: —¿Ya vio? ¿O qué usted me va a ayudar? —Sí —le respondí. 25
—Muy bien, pues meta los overoles en gasolina. Entonces supe lo que era un overol. Agarré un objeto duro, acartonado de mugre, con grandes manchas de grasa, y lo remojé en una palangana. De tan tieso, el líquido no podía cubrirlo; el overol era un islote en medio del agua, una roca. Jesusa me ordenó: —Mientras se remoja, saque usted las gallinas a asolear en la banqueta. Así lo hice, pero las gallinas empezaron a picotear e cemento en busca de algo improbable, a cacareas, a bajarse de la acera y a desperdigarse en la calle. Me asusté y regresé de volada: —¡Las va a machucar un coche! —Pues ¿qué no sabe usted asolear gallinas? ¿Qué no vio el mecatito? Había que amarrarlas de la pata. Metió a sus pollas en un segundo y me volvió a regañar: —¿A quién se le ocurre sacar gallinas así como así? Compungida le pregunté: —¿En qué más puedo ayudarla? —Bueno, ¿y el overol qué? Cuando pregunté dónde estaba el lavadero, la Jesusa me señaló una tablita acanalada de apenas veinte o veinticinco centímetros de ancho por cincuenta de largo: —¡Qué lavadero ni qué ojo de hacha! ¡Sobre eso tállelo usted! Sacó de abajo de su cama un librillo. Me miró con sorna: me era imposible tallar nada. El uniforme estaba tan tieso que hasta agarrarlo resultaba difícil. Jesusa entonces exclamó: —¡Cómo se ve que usted es una rota, una catrina de ésas que no sirven para nada! (Schuessler citado por Beltrán, 2008: 10-11)
Elena Poniatowska se encaprichó con Josefina, a pesar de que ésta la trataba con desprecio y se negaba a platicar argumentando que tenía mucho trabajo por hacer. Pero los ruegos de la de la insistente periodista hicieron que Josefina accediera a que se reunieran los miércoles por la tarde, que era el día que tenía libre. La mujer de la vecindad veía en Poniatowska todo lo contrario a lo que ella y su vida eran; la injusticia social que muchos tenían que padecer, mientras otros —como Elena Poniatowska— no tenían nada por qué sufrir. Con el tiempo, aunque a su manera, Josefina comenzó a tenerle confianza a su entrevistadora. Las pláticas que habían tenido siempre eran transcritas y reconstruidas por Poniatowska cuando llegaba a su casa. Todas las conversaciones y las vivencias que tuvo con Josefina le mostrarían una cara de México que hasta entonces no conocía: De la mano de Jesusa entre en contacto con la pobreza, la de a de veras, la del agua que se recoge en cubetas y se lleva cuidando de no tirarla, la de la lavada sobre la tablita de lámina porque no hay lavadero, la de la luz que
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se roba por medio de “diablitos”, la de las gallinas que ponen huevos sin cascarón, “nomás la pura tecata”, porque la falta de sol no permiten que se calcifiquen… (Poniatowka citado por Schuessler, 2003: 173)
Elena Poniatowska y su Periodismo literario En el libro de Schuessler, Elenísima: Ingenio y figura de Elena Poniatowska (2003), se reproducen críticas hacia sus obras y entrevistas con ella donde se deja ver que siempre ha tenido una gran curiosidad y misma capacidad de observación e interés para todo lo que la rodea o llama su atención. Pero además Poniatowska es una excelente narradora, una literata. Y así como en sus obras literarias está presente de alguna u otra forma la realidad, en sus obras periodísticas está presente la literatura. Todo empezó el domingo es el primer libro de corte periodístico. Una recopilación de artículos publicados anteriormente en Novedades que muestran las actividades de los mexicanos en los días domingos. La escritora junto con su amigo Alberto Beltrán —que sería el responsable de las ilustraciones del libro— y a veces con su hijo Mane, fueron varios domingos a diversos lugares de la ciudad de México a observar los quehaceres y actividades de la gente. De ese mundo “popular”, sin glamour, al que no estaba acostumbrada, comenzó a surgir en ella el interés por lo social, por la gente, sus vidas, sus situaciones y sus problemas. Después, gracias a Josefina Bórquez —ya mencionada anteriormente— conocería un mundo, a un México más cruel y devastador. Y los efectos que dejó esto en Poniatowska quizá fueron el principal motor para crear más obras periodísticas de contenido social y político, especialmente: Nada, nadie, las voces del temblor (1988); una reportaje de la catástrofe natural de 1985 cuando un terremoto destruyó parte de la ciudad de México y dejó cientos de muertos y, La noche de Tlatelolco, la cual será el tema central del próximo capítulo, reportaje sobre otra catástrofe, esta vez no natural pero sí de una matanza por parte del gobierno federal a cientos de estudiantes y no estudiantes que se manifestaban en la plaza de las tres culturas. En este libro está más que claro el trabajo periodístico que tuvo que realizar, y también se muestra la presencia de lo literario, que más adelante se analizará.
Bibliografía Shuessler, Michael K. (2003). Elenísima: ingenio y figura de Elena Poniatowska. México: Diana. Referencia electrónica Beltrán, Rosa (2008). Elena Poniatowska: Literatura y Periodismo. Recuperado de http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/5108/5108/pdfs/51beltran.pdf
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Poesía
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Luna Y mientras brinca un conejo en tu vientre tú me iluminas.
Con tu nostalgia tengo empapado el sueño, cielo de sal. Mauricio Dueñas
Sueños Vibraba mi mente en las altas esferas de los sueños, en la tierra donde lo imposible se torna en realidad, vi a tantas almas felices volar y alcanzar sus anhelos, era inimaginable ahí, verles con la dicha embargada. Tierra fértil habitada por la proyección de mentes, quizá absortas algunas, otras quizá inconscientes, lugar intangible que abriga sus anhelos latentes, umbral donde despegan las alas del hombre. Formas parte de la naturaleza del ser pensante, fluyes en el pensamiento de forma constante, vuelcas en ellos tu esencia única e itinerante, paralelo universo de vida ambivalente. Fernando Morales Flores
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Durmiendo Estando el cordón de estrellas atado a la oscuridad que tibia el feto, ya cansado y un poco ausente, la cama, el vientre de la noche lo alimenta de agitados pensamientos; pero no logran destaparle los parpados, las sabanas circulan por su cuerpo concibiendo tranquilidad. Deseo eterno de no querer nacer, pero apenas entra la claridad y en la placenta se refleja un sol, se lleva a cabo el parto. Será difícil porque la criatura siente que fue un desarrollo impedido, una gravedad que lo alumbró prematuro.
Pesadilla Pedazos de oscuridad cabalgan en la inconciencia dormida, fue una lucha entre interior y tiniebla. Retratos que regían mis terribles pecados, sentí la niebla inquieta, un deseo necio que me dolía. En lo vital de la prudencia me masacraba contra las leyes. Mi otro yo alienaba el tormento, aturdían los choques, era dolor inquisidor. Placer con cerrojo y tímida pugna 30
con tintineos que dominan y calcinan. Era un haz de noche, el filo sin materia, el caballero nacido dentro de la vida, el que atravesaba en la ponzoña locura. En un vano tiempo, que no germina que no alumbra, que no olvida.
¿Qué son los sueños? Hoyos negros que gritas por querer colorear, dimensiones impenetrables ahogando tus ojos sumidos en la inconsciencia.
Movimientos encarcelados, la misma sangre es presa de los aires que entran y salen sin poder responder a su control.
Hoyos de oscuridad que apacigua el cansancio con apenas un plumaje de vulnerable caída, con el cálido roce de tu somnífera voluntad, con la debilidad de tu calma que se devora por una rabieta mental, por un peso en el rostro para lanzarlo a donde está la infinidad.
Gisela Valencia Sánchez Facultad de letras
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Estrellas en mis dedos Nadar, es soñar despierto, mi cuerpo sin peso, me dice que todo está en paz, ver las estrellas y sentir que soy un ser frágil. Cuando nado pienso, extraño, recuerdo, lloro, soy feliz. Recuerdo a pedazos mi vida. Cuando nado se reúnen cuerpo, mente y corazón. Envidio el vuelo de las aves, mi respiración se activa y me siento viva, feliz y afortunada. Mi corazón es joven. Puedo tocar las estrellas con mis dedos, puedo sentir el olor de la mañana. ¡Estoy viva! Sol García
Incorruptible No he venido a dejarte una parte de mí, ni es mi intención hacerte creer que soy diferente, tampoco he venido a prometer nada. No te ofrezco aventura y diversión, ni una historia digna de escribirse en alguna novela…
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No tengo más que unas heridas a medio cerrar, un montón de ideales caducos sobre la familia; lágrimas que brotan a la menor provocación, una guerra constante de pensamientos y sentimientos. Unos ojos aferrados a aprender a ver , un cúmulo de células ,huesos, órganos; regalos perecederos de la naturaleza…
No busques en mí lo que no has encontrado en ti, hallaras sólo una versión deformada de ti mismo… No quiero tu amor ni tu protección ni siquiera admiración o compañía…no me basta. Un trozo de verdad es lo que busco lo que eres tu sin ti…tocar tu mano y sorber un poco luz. Flor Torres
El final Despierto y camino alrededor de la cama, odio el olor a amanecer, me destrozan los recuerdos. Se me olvida olvidar el sueño y cae, me aplasta, me mata; me deja tan muerta que mi sueño al fin se hace realidad. Morelia Ruiz Fernández
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Rafael Flores Correa
Artes visuales
Pintura
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Rafael Flores Correa
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Rafael Flores Correa
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Rafael Flores Correa
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FotografĂa
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Woods
Por: Alberto Bautista Reyna 43
Disturbios
Por: Edgar Fernรกndez
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PoesĂa visual
Nefelibata gris
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EstefanĂa HernĂĄndez Padilla
Humanidades
FilosofĂa
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Camino Ensoñado Edel Zavala Regalado Lo primero que uno debe tener es un valor de racionalidad ¿Qué es un valor racional?1Digamos que es algo que uno mide por sí mismo. Como “medir el hervor al caldo” como dicen los mexicanos. Digamos un pozo o más cabal una cuerda y cubeta para profundizar el pozo. A la opción diversa sobre si habría que bajar algún ser viviente a explorar sobre si hay agua o no hay agua depende de si bajar a un niño o al metro o solo el utensilio. El deseo del cristal en el meollo del asunto otra vez reduce las hipótesis del elemento. Es muy posible que lleguemos al ensueño con la disposición de dejar de leer e ir a dormir como Freud lo plantea a una experiencia psicoanalítica del sueño o seguir en la vela por un día como Heidegger lo plantearía a una experiencia metafísica del ser. Es muy posible también que nuestra inteligencia tenga ese valor racional necesario al ensueño. La disposición de la rationalisme appliqué involucra algo muy importante a cada soñador. La relación de la lógica aplicada al concepto filosófico entre Espíritu y Materia. Observar la materia, escuchar la materia, internar y adentrase en la materia. La Historia de la Filosofía exhibe a Rene Descartes por pensador de la materia, el cuerpo, la extensión, de la: “...Meditación Quinta: Sobre la esencia de las cosas materiales..." 2. Dudando de una inducción de la materia y deduciendo la materia de la esencia universal. Para Gaston Bachelard la Ciencia del Espíritu ha de racionalizar para el ensueño, la lógica aplicada ha de pensar sus posibilidades y la necesidad de su elemento si se desea ensoñar. El método más rápido sería: bajar los parpados, cerrar las pestañas al trozo de piel del cuerpo ojeroso, cubrir la epidermis de luz con oscuridad, dilatarse hasta lo profundo, hasta ensoñar. La ley del ensueño se efectúa cuándo los extremos se tocan y juntan, porque el pensamiento se apasiona por algo hasta llevarlo al extremo menor donde se hace de él, en
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Bachelard, Gaston (2001) El compromiso racionalista. 8ª edición. México: Siglo XXI. Descartes, Rene (1973) Meditaciones Metafísicas. 7ª edición.México: Aguilar.
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su extensión por segundos, letárgicamente o por bailes enteros. Estoy parado en la duda metódica de Descartes. Dudar de cada sensación hasta la certeza. Bachelar reduce sus hipótesis de lo elemental. A cambio de dudar del sueño como Rene habría que ensoñar como Bachelard. La cuestión sería si el elemento en el péndulo geométrico del escepticismo ensueña. Si Descartes deduce de la esencia la materia, nosotros deberíamos inducir del rationalisme appliqué al elemento el ensueño. Otra vez la Imagen Poética del pozo donde la hibridez, deseo, explotación nos describe. Ha ensimismarme en la pauta -como obtuve tal imagen poética-. La correlación del psicologismo y poesía ha de ser sintetizada por esta frase del animus: "El poeta quiere ver el espacio como una cuba"3.
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Bachelard Gaston (1982) La poética de la Ensoñación. Mexico: FCE.
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PsicologĂa
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La historia humana Psicoanalista Blanca De Aldecoa Atención Psicológica y Psicoanálisis estructural Había una vez una mujer que quería ser paloma y una paloma Que quería ser mujer. Si ella se percatara del deseo de la paloma Y aquélla pudiera hablar, ésta no desearía más que otra cosa, y otra cosa y otra más. (Anónimo, 1988) He escuchado historias diversas, cada ser humano está inscrito en la Historia de la Humanidad y cada cual aporta a la misma los párrafos de la suya. Me he percatado de que cada sujeto al expresar-se, comparte reiteradas veces un fragmento de su historia que está combinado, fusionado con fantasmas imaginarios que complementan lo que en su consciencia ha sido registrado como su paso por la existencia. Novelas trágicas, dramas estructurales que se redactan letra por letra pero que el sujeto no atisba, no vislumbra, más que desplazando los valores, condensando los significantes. Al hablar de sí mismo, el sujeto revela su verdad, que es genealógica —traducida en la genética y en lo congénito hereditario, a nivel atómico, celular; susceptible de traducción— y está seguro de re-conocerse a sí en todo aquello que articula. Pero, ¿será que habla de sí o de Otro? Existe un concepto muy interesante en psicoanálisis y no fue más que descubierto a través del aparato psíquico que devela su actividad en el discurso de los hombres. Dicho concepto agrupa de forma fragmentaria lo que el sujeto en cuestión experimenta como el Otro a alcanzar, aquella imago aplastante, digna de ser ubicada y que es el fundamento del Ideal del Yo. Es por tal motivo que el ser humano no habla de sí mismo más que sumido en un profundo desconocimiento que lo lleva continuamente a anhelar un objeto que está condenado a ser inalcanzable. El discurso del hombre, entonces, debe ser aquella herramienta de búsqueda, como cuando tecleas cualquier palabra en el buscador (google, bing, yahoo, entre otros) y se enlazan vínculos asociados, ejemplo vívido de la acción significante en el hombre, que no asocia por conceptos sino por fonemas. Podemos darle clic a un vínculo y percatarnos de que ahí existía un puente irrefutable entre la información buscada y la obtenida, pero que no necesariamente podrá apoyarnos en nuestra búsqueda, más bien la complica, la obscurece o la desvía. He escuchado historias de amor, de dolor y de ignorancia, donde se repite una y otra vez (en uno y otro sujeto) la tendencia a la auto-compasión, a la victimización y a la proliferación imaginaria, donde los “traumas” históricos no valen por su dolencia más que por el fantasma, imago fragmentada, decantada y rebuscada, de aquello que en una primera infancia interpretó el sujeto. Historias de amor que buscan en lo más profundo del inconsciente no ser resueltas, pues angustia más la incertidumbre que la ignorancia. Escribes tu historia sin más. Apiádate de los lectores, siendo tú el primero de ellos, despierta ante las comas, los acentos fíjate bien dónde se colocan, son énfasis inconmensurables. No permitas que se filtre el malentendido y de ser así analízate, reconsidérate y rebúscate. Que lo que me ha comunicado cada historia es que el ser humano no habla de sí mismo en esencia más allá de lo que imagina.
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Facebook.com/Revista Seis Mil 83 http://revistaseismil83.wordpress.com/ Morelia, Michoacรกn 2016