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Capítulo V – Loreto, baluarte de la Europa cristiana contra el islam
capÍtulo V
Loreto, baluarte de la Europa cristiana contra el islam
El santuario de Loreto está vinculado a importantes hechos históricos. Su papel fue esencial en la lucha del cristianismo contra la agresión islámica, pues cuando Europa se sintió amenazada, se invocó a la Virgen Lauretana para proteger al Papado, a la Iglesia y, en definitiva, la identidad cristiana europea.
Para hacernos una idea de la importancia de Loreto, baste con mencionar dos acontecimientos decisivos para la historia de las relaciones entre nuestro continente y el islam. A saber, las Batallas de Lepanto y Viena.
1.La batalla de Lepanto (1571)
La batalla de Lepanto frenó la expansión turca hacia el oeste. La victoria de los ejércitos cristianos se debió –además de al heroísmo de los que lucharon y derramaron su sangre– a la intervención de la Virgen, invocada como Virgo Lauretana. Será al final del conflicto naval cuando el santuario reciba algunos símbolos del triunfo como banderas, estandartes y armas arrancadas al enemigo turco.
Si no se hubiera producido la derrota, el islam se habría extendido a Europa y habría tomado posesión de nuestras tierras, subyugándonos e imponiendo su dominio político y su religión.
Exponemos aquí los escritos del Padre Arsenio d’Ascoli, que en su obra I Papi e la Santa Casa realizó sobre estos acontecimientos: «San Pío V –escribe– había puesto bajo la protección de la Virgen de Loreto el resultado de la gran batalla que en aquel tiempo las naciones cristianas estaban librando contra los turcos.
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En aquel tiempo, los musulmanes estaban haciendo sus últimos esfuerzos en el mar para abrir una brecha en el Mediterráneo occidental y golpear a la Iglesia Católica en el corazón. El Santo Pontífice, por su parte, había ordenado que se rezara continuamente en la Santa Casa de Loreto durante todo el período de la última gran cruzada.
La gloria militar de la batalla de Lepanto reverberó en la legendaria figura de Don Juan de Austria, sin embargo, flaco favor se hace si se personifica esta victoria tan solo en él, pues esta victoria no se podría haber conseguido sin la oración confiada de San Pío V que odiaba la guerra y amaba la Iglesia. El 2 de abril de 1566 el papa reunió a los cardenales en el Consistorio y les dijo: “Me armo contra los turcos y sólo la oración puede ayudarme en esto”. El Papa caminó descalzo por las calles de Roma en procesión para inclinar la bondad de Dios hacia su Iglesia; al mismo tiempo que preparó sus armas y levantó torres de vigilancia a lo largo de toda la costa de Roma.
El 25 de mayo de 1571 se firmó en Roma la “Liga Cristiana”. Marco Antonio Colonna, comandante de la flota papal antes de embarcarse fue a Loreto con su esposa y puso el destino de la batalla en manos de la Santísima Virgen María.
La flota cristiana zarpó de los puertos de Europa y después de 20 días de navegación, encontraron la flota enemiga formada por 300 barcos. Don Juan de Austria, con su rostro hermoso y resplandeciente, como el del arcángel de la victoria, fue de barco en barco con un crucifijo en la mano infundiendo ardor y coraje, izando el estandarte del Papa y la bandera de la expedición, que no era otra que la imagen de la Virgen que había servido como señal de oración para todos los barcos.
Ese fue un momento particularmente solemne, pues detrás de Europa y el Papa estaba la Virgen de Loreto invocada por el ardor de sus hijos que estaban a punto de participar en la gigantesca batalla.
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Alrededor del mediodía del 7 de octubre de 1571 comenzó el furioso combate cuerpo a cuerpo y a las cinco de la tarde la batalla terminó. En ese mismo momento, San Pío V estaba examinando con varios prelados el movimiento del tesoro papal, cuando de repente, casi movido por un impulso irresistible, se levantó, se acercó a una ventana y miró extasiado hacia el este; luego regresó junto a los prelados, con los ojos brillantes y llenos de la alegría divina dijo: “No nos ocupemos más de estos asuntos -exclamó-vayamos y demos gracias a Dios. La flota cristiana ha obtenido la victoria”. Despidió a los prelados e inmediatamente se dirigió a la capilla, donde un cardenal fue a felicitarle por tan feliz anuncio y lo encontró inmerso en un llanto de alegría.
La noticia oficial, sin embargo, llegó con cierto retraso debido a una tormenta marina que obligó a detenerse al mensajero de Don Juan de Austria que en cuanto llegó (la noche del 21 de octubre de 1571) saludó al papa y exclamó: “El Señor ha respondido a las oraciones de los humildes y no ha subestimado nuestros ruegos. Que esto se transmita a la posteridad y que todo el que nazca alabe al Señor”.
A continuación, el papa hizo grabar una medalla con las palabras del salmista: “La diestra de Dios ha hecho grandes cosas y de Dios viene todo esto”. Al valiente general le aplicó la frase del Evangelio: “Fuit homo missus a Deo cui nomen erat Joannes” (Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan) y lo mismo se hizo más tarde con Juan Sobieski en Viena en el 1683.
El Pontífice, sobrecogido por la alegría desbordante, ordenó a todos los que estaban en la cama que se levantaran y vinieran con él a la Capilla para glorificar la bondad divina.
Por lo tanto, la victoria de Lepanto está íntimamente ligada al Santuario de Loreto y al patronazgo de la Virgen Loretana, por ello, desde ese momento la invocación
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“Ayuda de los Cristianos” fue añadida a las letanías lauretanas después de esta victoria. “Por esto el Papa –según Zucchi– verdaderamente piadoso, hizo oraciones privadas y públicas a Dios y ordenó que en la celda santísima de Loreto se dijeran continuas oraciones a la Virgen para que prestase su favor a los cristianos en el mayor de los peligros y en la mayor de las necesidades. La esperranza del Papa Pío y de las demás personas piadosas no fue vana”. (Martorelli, vol. I, p.531).
Como recuerdo y agradecimiento en los medallones del “Agnus Dei” hizo colocar la imagen de Loreto con las magníficas palabras: “Vera Domus florida quae fuit in Nazareth” (La verdadera espléndida casa que estuvo en Nazaret) y por detrás: “Sub tuum praesidium” (Bajo tu protección) para hacer comprender a todos a quién se debía atribuir el mérito de la victoria.
Un hecho que no se debe pasar por alto y que nos ratifica la intervención de la Virgen Loretana en el destino de la batalla es que mientras que Marco Antonio Colonna, comandante del ejército papal, partió hacia el Este, su esposa Doña Felice Orsini con otras damas fue a Loreto para rezar por su marido y la victoria.
La señora pasó rezando días y noches en oración devota y fue ahí donde sucedió el milagro. Un joven judío, vio el fervor y la fe de la señora mientras rezaba y se convirtió recibiendo el bautismo en la Santa Casa. Su madrina fue Doña Felice Orsini que más tarde tomaría al converso como paje.
Terminada la guerra Roma preparó una entrada triunfal para el comandante del ejército papal, pero el Duce cristiano, reconociendo que el mérito de la victoria no era suyo sino de la Virgen de Loreto, pospuso su regreso a la capital y fue a Loreto para agradecerle a la Virgen la victoria. Todo el ejército papal desembarcó en Porto Recanati, el comandante, los oficiales y los cristianos liberados de los turcos y a pie y con la cabeza descubierta subieron la coli-
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na de Loreto, cantando himnos de alegría y dando las gracias a la Virgen por la victoria” (Ivi, Vol. I, pp.430-431).
Por su parte, en 1576 llegó a Loreto Don Juan de Austria para cumplir la promesa que había hecho cinco años antes a Nuestra Señora, cuando se fue a la batalla de Lepanto. El retraso en el cumplimiento de su promesa se debe a que tuvo que atender con celeridad asuntos políticos y militares apremiantes.
En pleno invierno y a caballo, llegó a Loreto desde Nápoles. Tan pronto como vio Don Juan de Austria el Santuario, se detuvo, se inclinó y se descubrió la cabeza en reverencia. “El general se confesó en el Santuario, dio a la Virgen gracias infinitas y, no satisfecho con ello, añadió una rica donación de dinero al voto ya cumplido. Satisfecha su promesa regresó a Nápoles.” (Ivi, vol. I, pp.433-434).
No se puede olvidar un detalle y es que el ejército turco tenía unos 40.000 remeros cautivos en los barcos que iban a Lepanto, muchos de ellos cristianos. Unos quince mil fueron liberados y traídos de vuelta a Europa en barcos cristianos.
“Es sabido que el mismo día, antes de que el hecho se diera a conocer, los cristianos esclavizados por los turcos, encadenados para remar, rezaron a Santa María de Loreto por su libertad” (Ivi, vol. I, p.431).
Todos los liberados, ya fuese en grupos grandes o en pequeños grupos, fueron a Loreto para dar las gracias y cumplir así la promesa hecha. “Su deseo fue que quedara algún recuerdo de tan celestial milagro realizado y dejaron a su Libertadora las cadenas que les habían unido a los remos” (Ibid., vol. I, 431).
Estas cadenas se utilizaron para fabricar las cancelas de los doce altares de la nave central de la Basílica, donde permanecieron en constante recuerdo durante casi dos siglos. Finalmente “habiendo colocado las balaustradas de mármol en dichas Capillas, esas cancelas fueron removidas, y ese hierro mezclado, indiscriminadamente con otro, se utilizó en diversas reformas del Santuario” (Ivi, vol. II, p.134).
El 25 de mayo de 1571 se constituyó la “Liga Cristiana” en Roma. Marco Antonio Colonna, comandante de la flota papal, fue a Loreto con su esposa para poner el destino de la guerra en manos de María. Y en 1576 Don Juan de Austria fue a Loreto para cumplir el voto hecho a la Virgen antes de entrar en la batalla.
La decoración del Gran Salón del Palazzo Colonna, en Roma, celebra el papel de Marco Antonio en la batalla de Lepanto. Fresco de Giovanni Coli y Filippo Gherardi, 1675-1678.
De los 40.000 remeros del ejército turco en Lepanto, muchos eran cristianos. Unos 15.000 fueron liberados en la gran batalla y traídos de regreso a Europa en barcos cristianos. El mismo día, antes de que se diera la batalla, los esclavos cristianos hicieron un voto a Santa Maria de Loreto por su libertad. Con las cadenas de los cristianos liberados se hicieron las cuatro puertas de la Casa Santa, además de las rejas de las Capillas.
Además de las cancelas de las capillas, con las cadenas de los esclavos, se hicieron las cuatro rejas de las puertas de la Santa Casa, que aún permanecen en su lugar como recuerdo. También, con las grandes lanzas se hizo un recinto en torno a la fuente de Maderno, en la plaza de la Basílica. Finalmente, todas estas rejas fueron retiradas porque se impuso otro estilo en las capillas para armonizar con los nuevos altares. Sin embargo, a Sacconi no le gustaban estas balaustradas de mármol que le parecían similares a los palcos de los teatros (cf. Vogel, Índice Hist. 10-5-75).
Pero entonces, ¿dónde se llevaron ese hierro de las cadenas de los esclavos cristianos liberados? Pues bien, hoy en día podemos encontrar algunos restos en las mazmorras y otros con diferentes fines no registrados.
Fue muy bonito el gesto de estos esclavos que quisieron entregar sus cadenas a su Libertadora como signo de gratitud y amor. Las cuatro puertas de la Santa Casa, aunque sencillas y toscas, están allí para cantar las glorias y victorias de la Virgen y para recordar a todos los que son esclavos de las pasiones que rompan sus cadenas a los pies de María y se levanten libres y puros. […]
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Moroni69 en su diccionario de erudición histórico-eclesiástica, bajo el título “Ancona” afirma categóricamente que el Papa San Pío V llegó a la ciudad dórica en 1566 para ordenar las fortificaciones contra los turcos pero tal vez en esa ocasión lo que realmente hizo fue ir a visitar la Santa Casa a la que había mostrado devoción desde que era Cardenal.
Incluso el archivero de la Santa Casa, Pietro Giannuizzi, [...] dice que el Papa visitó Loreto en 1566 para implorar a la Virgen ayuda y asistencia para la Iglesia amenazada por los turcos. También afirma esto el Padre Diego Calcagni, en las memorias de la ciudad de Recanati, en ellas afirma que el Papa visitó Loreto después de la victoria naval y fue en procesión a la Santa Casa. A través del Card. Michele Monelli, el papa envió a la Basílica de Loreto un palio y una magnífica casulla. (Martorelli, vol. I, 425).
2.La batalla de Viena (1683)
Un siglo después de Lepanto, en 1683, el cristianismo se encontró de nuevo en peligro. El poder turco se estaba extendiendo por Europa y por eso, una vez más, fue el Romano Pontífice, en ese momento Inocencio XI, quien instó a los estados católicos a tomar las armas para defender a la Iglesia y a la propia civilización europea. La batalla decisiva tuvo lugar en Viena y también la victoria se obtuvo por la intercesión de la Madre de Dios, venerada con el título de Virgen Lauretana, cuya imagen fue traída por el victorioso ejército cristiano que entró en la capital austriaca, libre de peligro. Los protagonistas indiscutibles de la gran cruzada contra el islam fueron el rey de Polonia Giovanni Sobieski y el padre capuchino Marco d’Aviano.
En su ya mencionada obra “Los Papas y la Santa Casa”, el P. Arsenio d’Ascoli recuerda el acontecimiento de manera cautivadora:
69 Gaetano Moroni (1802-1883), erudito y dignatario pontificio, fue el autor, entre otras cosas, del Diccionario de erudición histórico-eclesiástica.
Un siglo después de Lepanto, en 1683, el cristianismo volvió a encontrarse en peligro. El expansionismo turco era desenfrenado en Europa. Los protagonistas indiscutibles de la gran Cruzada contra el Islam fueron el noble polaco Giovanni Sobieski y el sacerdote capuchino Marco d’Aviano. Ostentaban la imagen de la Virgen en cada bandera. (Arturo Gatti, 1912-1939. Capilla polaca, Santuario de Loreto)
«Un siglo después de la derrota de Lepanto (1571) los turcos intentaron hundir a Europa y al cristianismo. Mahoma IV, a principios de 1683, le dio a Kara Mustafá el estandarte de Mahoma y le hizo jurar que lo defendería hasta su muerte. El Gran Visir, orgulloso de su ejército de 300.000 soldados, prometió someter Belgrado, Budapest, Viena, desbordar Italia, llegar a Roma y colocar el abrevadero de su caballo en el altar de San Pedro.
En agosto de 1683 el capuchino Padre Marco d’Aviano fue nombrado capellán jefe de todos los ejércitos cristianos. Lo primero que hizo fue animar a la gente aterrorizada, después convenció a Juan Sobieski para que fuese con su ejército de 40.000 hombres a Viena.
La situación de la ciudad era realmente critica, la ciudad estaba sitiada desde el 14 de Julio e iba a rendirse en cuestión de horas. La imagen de la Virgen estaba en todas
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las banderas y Viena se encomendó a la Virgen. Por su parte, el padre Marco se dirigió hasta la capilla del Kahlemberg, que es la montaña que protege la ciudad al norte, y allí con el ejército cristiano de Juan Sobieski situado en semicírculo celebró una misa. Durante la homilía, el Padre Marco prometió la más resonante victoria y al final de la misa, como si estuviera extasiado, en lugar de decir “Ite Missa est”, gritó “Joannes vinces”, es decir, “Juan, tu vencerás”.
La batalla comenzó en la madrugada del 11 de septiembre. Un espléndido sol iluminaba los dos ejércitos que estaban a punto de decidir el destino de Europa. Las campanas de la ciudad sonaban por la mañana, las mujeres y los niños estaban en la iglesia pidiendo ayuda a María…y la victoria llegó antes de la noche; el estandarte de Mahoma y la tienda del Gran Visir terminaron en las manos del gran Sobieski. El pueblo estaba ansioso por contemplar el rostro del héroe y así fue, pues Sobieski precedido por el gran estandarte de Mahoma, vestido de azul y oro, montado en el caballo del Gran Visir hizo su entrada solemne en la ciudad al día siguiente en medio de un delirio de la gente.
Por orden de Sobieski, la procesión se dirigió a la iglesia de Nuestra Señora de Loreto, donde se veneraba una famosa imagen de la Santa Virgen.
Sobieski sabía que la victoria se debía a ella y por eso a sus pies todo el pueblo se postró agradecido. Se celebró una Santa Misa y Sobieski permaneció todo el rato de rodillas como si estuviera absorto. El padre Marco subió al púlpito y pronunció un gran discurso en el que aplicó un texto evangélico a el triunfador Juan Sobieski: “Fuit homo missus a Deo cui nomen erat Joannes” (“Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan”). La ceremonia continuó grandiosa y solemne en su simplicidad, llena de detalles de buen gusto que resaltan la fe y bondad de Sobieski.
El asedio había desorganizado muchas cosas en la ciudad entre ellas el coro de la Iglesia de Loreto, pero como dijo Sobieski: “No importa” y con su poderosa voz cantó el “Te Deum” al pie del altar, al que el pueblo continuó unién-
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dose a él en una sola voz. Ni el órgano, ni la música fueron necesarias pues la multitud cantó piadosamente con emoción y entusiasmo.
Llegado el momento, el clero allí reunido deseó concluir y para ello ojeó los misales y libros de rituales en busca de un verso final, pero Sobieski sin prestar demasiada atención siguió improvisando con su voz sonora que se elevó con más fuerza, si cabe, por encima de la multitud: “Non nobis, Domine, non nobis! (“¡No, a nosotros, Señor, no, a nosotros!”) Los sacerdotes respondieron gritando: “Sed nomini tuo da gloriam” (“Pero a tu nombre da gloria”).
En los días sucesivos, Sobieski envió inmediatamente un mensaje al Beato Inocencio XI para anunciar su victoria. Los términos del mensaje muestran la humildad y la fe del héroe: “Venimus, vidimus, et Deus vicit” (“Llegamos, vimos y Dios hizo que venciéramos”). Una embajada solemne llevó al Papa el gran estandarte de Mahoma IV, la tienda del Gran Visir y una bandera cristiana que estaba en poder de los turcos.
El Beato Inocencio XI por su parte, agradeció a Nuestra Señora de Loreto la gran victoria y envió todos los enseres al Santuario: la bandera que había sido retirada de los turcos y la tienda.
La bandera se conserva en la Sala del Tesoro y la tienda fue traída personalmente por Clementina, hija de Sobieski, que se casó con Jaime II, rey de Inglaterra. Con parte de la carpa se hizo un precioso dosel que se utiliza sólo en las grandes solemnidades y con la otra parte se realizaron paramentos eclesiásticos.
El Papa, al igual que Sobieski, también atribuyó la victoria a la Virgen Loretana. Su exvoto fue la institución de una fiesta en honor del Santísimo Nombre de María. El 25 de noviembre de 1683 la Congregación de Ritos fijó la celebración de esta fiesta para el domingo después de la Natividad de María. San Pío X la trasladó al 12 de septiembre, día del aniversario de la victoria.
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No se puede olvidar en este relato que, tras la gran batalla de Viena, se encontró bajo los escombros una hermosa imagen de la Virgen de Loreto, en cuyos lados estaba escrito: “In hac imagine Mariae victor eris Joannes; In hac imagine Mariae vinces Joannes” (“Con esta imagen de María serás vencedor, oh Juan; con esta imagen de María vencerás, oh Juan”). Ciertamente fue una imagen traída allí por San Juan de Capistrano, más de dos siglos antes, en las luchas contra los turcos en Hungría y Belgrado. Sobieski quiso que el padre Marco la llevara cuando entrase en Viena, al día siguiente de la victoria. Después la colocó en su capilla y todos los días hizo celebrar la Santa Misa frente a la imagen y cantar las letanías lauretanas.
En la capilla polaca de Loreto, el Prof. Gatti, quiso recordar este episodio colocando un cuadro donde aparecía el Padre Marco d’Aviano con la Virgen de Loreto.
Por su parte, el Beato Inocencio XI puso la impronta de la Santa Casa con la inscripción: “Santa María di Loreto, ruega por nosotros”, en el “Agnus Dei” del primer y séptimo año de su Pontificado».
Verdaderamente en estos, como en muchos otros casos de la historia, la Virgen se apareció “como el más terrible de los ejércitos de una batalla” (Ct 6,10).
Queda constancia de ello en el exterior del santuario polaco, donde se conserva una placa que explica cómo después de la batalla, Sobieski entregó el botín aprehendido a los turcos y como fue transportado al santuario lauretano.
3. La heroica defensa del Estado Pontificio
Dos siglos más tarde, se libró otra cruzada a las puertas de Loreto, esta vez ya no contra los turcos, sino contra la revolución liberal y masónica dirigida por la Casa de Saboya contra los antiguos reinos italianos, y los Estados Pontificios.
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Esta vez, sin embargo, el resultado no fue favorable pues, aunque el general Christophe Lèon-Louis Lamoriciére luchó valientemente en defensa del Papado en Castelfidardo con los Zuavos papales, el 18 de septiembre de 1860 perdió, podríamos decir, bajo la mirada de Nuestra Señora.
“Durante la lucha –escribirá más tarde uno de los voluntarios supervivientes– no perdí de vista la Casa de Loreto. Es dulce pensar, oh buena Madre que una bala me puede llevar a ti en cinco minutos”.
Los testigos dicen que todos los soldados del Papa, como verdaderos mártires, «abrazaron el sufrimiento y la muerte con la alegría de los predestinados, como quién se acuesta sobre un lecho nupcial. Todos ellos aceptaron el sacrificio y el paso a la vida inmortal cantando los cantos del amor eterno. La Santísima Virgen dio a los soldados el heroísmo que los animó durante la lucha y fue a la sombra de la Santa Casa que vinieron a ofrecer a Dios, por medio de María, las primicias de sus sufrimientos y algunos de ellos hasta su último suspiro»70 .
Mons. Dupanloup, en la oración fúnebre dedicada a los caídos por la Iglesia y el Papado, exclamó, entre otras cosas: «¡Oh Santuario de Loreto, ellos te veían luchando! Te apareciste a ellos como el refugio abierto a su alma y a sus ojos moribundos, que te miraban. Estos jóvenes que salieron de Loreto llenos de vida volvieron a ti por la noche, en camillas, con sus miembros mutilados y entre gritos de angustia. Rezaron a los portadores para que los pusieran lo más cerca posible de la divina casa y los que aún tenían fuerzas para hacerlo se arrastraron sobre sus manos y rodillas para acercarse y besar los muros sagrados»71 .
70 A. GRILLOT, La Sainte Maison de Lorette, Alfred Mame et Fils Editeurs,
Tours, 18767, Cap. XIII - I martiri di Castelfidardo, pag. 169. 71 Cit. in G. GOREL, La santa Casa di Loreto, cit., p. 168.
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Los grandes acuden como peregrinos
Junto a los santos, innumerables personalidades de la historia han visitado el santuario de Loreto como peregrinos. Para confeccionar una lista exhaustiva se requeriría mayor investigación72 pero aun así, veamos algunos ejemplos. 1) En primer lugar, nos situaremos en Francia, que siempre ha tenido un vínculo especial con la Santa Casa. El santuario, como es bien sabido, alberga varias capillas nacionales (la española, la polaca, la suiza, la alemana, la eslava, etc.) pero la francesa, dedicada al rey San Luis IX (1214-1270), tiene un significado especial.
En efecto, el gran soberano peregrinó a la santa morada cuando todavía estaba en Nazaret, en la víspera de la Anunciación de 1251 después de haber sido liberado del cautiverio del sultán de Egipto. La capilla, con sus pinturas, recuerda el episodio y la cruzada contra los musulmanes.
El rey recibió la Sagrada Comunión en la Santa Casa el 25 de marzo y así Guglielmo de Nangis relató ese día: «Tan pronto como vio la ciudad, se bajó de su caballo y adoró a Nuestro Señor y Nuestra Señora... Ese día ayunó a pan y agua a pesar de sus trabajos, se comportó con admirable devoción, solemnidad y con gran esplendor he hizo que se celebraran las vísperas, los maitines, la misa y los otros oficios de esta fiesta. Todos los acontecimientos contaron con la asistencia de numerosas personas que pueden contar, proclamar y testificar que desde el día en que el Hijo de Dios tomó el cuerpo de la Virgen María en
72 Se sugiere leer G. SANTARELLI, Personaggi d’Autorità a Loreto, Edizioni
Santa Casa, Loreto 2010.
Dos de las cinco cruces de tela roja, insignias de los peregrinos cruzados, encontradas entre las piedras de la Casa Santa, descubiertas bajo la ventana de la Anunciación, durante las excavaciones arqueológicas de la década de 1960. Se conservan en el Archivo Histórico del Santuario.
Ventana de la Anunciación.
Nazaret. Litografía del diario de David Roberts, 1842
Monedas de Guido II de la Roche, duque de Atenas (1287-1308), encontradas en el subsuelo de la Casa Santa. Huevo de avestruz encontrado debajo de las piedras de la Casa Santa.
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San Luis IX recibe la comunión en la Santa Casa de Nazaret. Carlos Lameire, 1896, Capilla francesa.
San Luis IX (1214-1270), rey de Francia, fue en peregrinación a la Santa Casa cuando aún estaba en Nazaret, en la víspera de la Anunciación en 1251, después de ser liberado del cautiverio del sultán de Egipto. En memoria de este hecho y como signo de agradecimiento y devoción, el rey fue representado en la pared de la Santa Casa, en oración, frente a la imagen de la Virgen, vistiendo su manto real y con los grilletes de su cautiverio en su mano derecha y el cetro en la izquierda.
este mismo lugar, el oficio nunca había sido celebrado con tanta solemnidad y devoción.
Por último, el piadoso rey hizo que se cantara la misa “en el lugar donde el ángel Gabriel saludó a Nuestra Señora”. Al final de la misa recibió el verdadero pan de los ángeles que es el verdadero Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, con gran devoción y con gran humildad. Y luego regresó a Jaffa».
En recuerdo de este hecho y como signo de agradecimiento y devoción, el rey fue representado en la pared de la Santa Casa, en oración, delante de la imagen de Nuestra
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Señora, vestido con el manto real y sosteniendo las cadenas de su prisión a la derecha y el cetro a la izquierda.
Según algunos, cuando los tres muros sagrados llegaron a Tersato, los muros ya estaban pintados con el fresco que representaba este hecho. La aureola fue obviamente añadida más tarde, porque Luis IX fue canonizado por Bonifacio VIII en 1297. Otros piensan de manera diferente y afirman que se trata de un fresco posterior.
La relación entre Loreto y Francia no terminó con este hecho, sino que continuó. El rey Enrique III (15511589), que no podía tener hijos, apeló a la Virgo Lauretana enviando a la basílica una copa de zafiro con un pie de esmeralda engastado en oro y una tapa de cristal de roca y que contenía un ángel de oro macizo que sostenía un lirio de diamantes.
Lo mismo hizo Luis XIII (1601-1643): después de 23 años de esterilidad de su esposa Ana de Austria, por la gracia de la Santísima Virgen Lauretana logró engendrar al futuro Luis XIV (1638-1715) y en señal de agradecimiento donó un ángel de plata maciza de 150 kilos en el momento en que se presenta a María. La pieza era de oro y del tamaño del recién nacido, que pesaba 24 libras. Más tarde, el Rey Sol pidió y obtuvo que la fiesta de San Luis IX se celebrara de forma perpetua y solemne, cada 25 de agosto en la basílica. Además, en una carta del 23 de diciembre de 1655, el propio Luis XIV pidió al Papa que extendiera a la Iglesia universal la fiesta del traslado milagroso de la Santa Casa al 10 de diciembre.
Por esta razón no debe sorprender que un capellán francés haya estado presente en el santuario durante siglos.
Príncipes, princesas, reyes y emperadores peregrinaron a Loreto. El emperador Carlos IV, Juan Paleólogo de Constantinopla, Federico III, Alfonso de Aragón Rey de Nápoles, muchos soberanos polacos, el emperador Carlos V, Rey Cristian de Suecia, los archiduques Leopoldo, Fernando y Maximiliano de Austria, Carlos IV Rey de Espa-
Los grandes acuden como peregrinos 123
ña, la reina Beatriz de Hungría, los duques de Saboya, la Toscana, Parma, Módena, Mantua, por mencionar algunos nombres.
En particular, el archiduque Fernando, que más tarde se convertiría en el emperador Fernando II, peregrinó a Loreto cuando era joven en 1598, haciendo un voto ante la Santísima Virgen en el que prometía aniquilar, incluso a costa de su vida, la herejía en Austria. Y así lo hizo, convirtiéndose en un líder de la Contrarreforma.
Extraordinaria fue también la asistencia que la Virgen prestó al conde húngaro, Esteban V Báthory, una de las glorias militares de ese país, en la batalla de Campo del Pan contra los turcos, el 13 de octubre de 1479, en que logró vencer en condiciones desesperadas.
Tras la invocación a la Santísima Virgen de Loreto y recibir su ayuda, Esteban V Báthory en señal de reconocimiento donó al santuario una enorme estatua de oro de la Virgen con el Niño. 2) El gran Poeta Dante Alighieri en su obra “La Divina Comedia” se refirió de pasada a la casa Lauretana diciendo: “En aquel lugar estaba yo, Pier Damiano,/ E Pietro Pescator estaba en la Casa/ En la costa del mar Adriático” (cf. Paradiso, XXI), aludiendo a San Pedro Damián, que vivía en las Marcas mucho antes de la llegada de la Santa Casa y a San Pedro como la persona que celebraba misa en la Santa Casa de Nazaret. 3) Cristóbal Colón, como se puede leer en su “Cuaderno de bitácora”, conocía muy bien el santuario lauretano y no se excluye que pudiera haber ido allí como un joven marinero, cruzando el Adriático entre 1465 y 1475. Parece ser que, el 13 de febrero de 1493, cuando Colón regresaba a España del histórico viaje que le llevó a descubrir el nuevo continente americano, su flota fue golpeada por una violenta tormenta. El mar –señaló Colón– se volvió tan amenazador que las olas, al elevarse parecían engullir a las dos naves sobrevivientes, la “Niña” y la
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“Pinta”. En la noche del 14 de febrero, el viento se intensificó aún más y las olas se volvieron espantosas. La “Pinta” quedó a merced del viento, desapareció de la vista y se desvió de su rumbo. Ante el peligro, Colón y sus marineros confiaron en la intercesión de Nuestra Señora, a quien le hicieron tres promesas colectivas. A continuación, pusieron en un gorro tantos garbanzos como marineros había en la “Niña”. De todos los garbanzos tres fueron marcados con una cruz y quien los sacara tendría que ir en peregrinación a tres santuarios marianos. En el primer y el tercer sorteo el garbanzo marcado fue sacado por el propio Colón, que se comprometió a ir al santuario español de Santa María de Guadalupe, en Extremadura y al de Santa Clara en Moguer. En el primer santuario ofrecería un cirio de 5 libras de peso. El segundo garbanzo lo extrajo un marinero, Pedro de Villa, a quien Colón prometió el dinero para los gastos del viaje «a Santa María de Loreto, situada en la Marca de Ancona, en el Estado del Papa, que es la Casa donde la Santísima Virgen ha hecho y sigue haciendo muchos grandes milagros». Después de realizar las tres promesas, la tormenta fue amainando gradualmente y la tripulación pudo finalmente desembarcar en la costa española. El pintor Cesare Maccari representó el cumplimiento del voto hecho por Cristóbal Colón en la cúpula de la Basílica de Loreto. 4) El poeta Torquato Tasso (1544-1595) dedicó a la Santa Casa algunos versos que luego fueron tomados para la actual Liturgia de las Horas que se recitan en el día de la fiesta. El poeta fue en peregrinación al santuario el 31 de octubre de 1587 y quiso confiar sus dolores y tormentos a la Virgen. En esos años trabajó en la canción A la Beatíssima Vergine di Loreto. He aquí unos pocos versos. 5) En Loreto descansa también uno de los principales protagonistas de la insurrección anti jacobina en las Marcas, el general Giuseppe La Hoz (1776-1799). La Hoz, milanés de origen español, que había apoyado en un primer
Capilla alemana
En nombre de la tripulación de Cristóbal Colón, Pedro de Villa cumple el voto en la Casa Santa. Cesare Maccari, cúpula de la Basílica de Loreto.
momento a las tropas francesas de Bonaparte, cambió de bando y decidió ponerse del lado de los insurgentes italianos. Liderando en la región la revuelta anti jacobina del 17 de junio de 1799, murió bajo las murallas de Ancona a finales de septiembre de 1799. El 4 de agosto del mismo año entró en Loreto y los franceses abandonaron definitivamente la ciudad mariana que estaba sometida a la Regencia pontificia, que ya había sido establecida el 11 de julio anterior para las Marcas de Ancona y Fermo.
Aunque Monaldo Leopardi escribe en su Autobiografía que «con certeza, La Hoz tenía el genio y el pensamiento de Bonaparte y que sólo las circunstancias lo hacían diferente», lo cierto es que al día siguiente de su muerte el cuerpo del general fue trasladado a la basílica de Loreto donde fue enterrado con gran honor en la “Cripta del Crucifijo”. Las dos remodelaciones realizadas en los años 1941 y 1995 encontraron su cuerpo bien conservado. 6) El gran periodista contrarrevolucionario Louis Veuillot (1813-1883) en su obra Roma y Loreto (1841) confirmó su devoción a la Santa Casa, escribiendo: «Nun-
Nave central de la Basílica de Loreto. La cara sur del revestimiento de la Casa Santa sirve de retablo para el altar principal, con la ventana de la Anunciación en el centro.
ca se nos ocurriría pensar que Dios quiera engañarnos en nuestra piedad y nuestro amor. Si no, no habría ordenado a sus ángeles que trajeran al corazón del mundo católico esta casa, lugar del primer misterio de nuestra salvación. Si esto hubiera sido así, seguramente, la habría hecho desaparecer y le habría quitado su falsa apariencia;
Patrona de la aviación. Bendición de los aviones y procesión.
Fresco en la capilla americana, con la patrona de la aviación portada a hombros y la conquista del espacio.
Los grandes acuden como peregrinos 129
igualmente habría aniquilado este vano simulacro. Sin embargo, estas santa piedras nos fueron dadas para su veneración por augusto designio pues Dios quien quiso arrancarlas de las manos de los infieles [...]. Dios interviene con gestos clamorosos que saben a milagro pues quieren dar a conocer una importante certeza, no habiendo lugar al error. Por tanto, todo el mundo sabe que es una verdad indiscutible que deriva de la sabia Providencia y que queda ratificada por los testimonios de personas que ratificaron los hechos sobrenaturales y que no habían sucedido para engañar a los hombres. Tales testimonios sobrenaturales, son también conocidos como milagro y son innumerables.»