Proceso - 23 Julio 2022

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Benoit Peyrucq / AFP

No se percibe euforia en la Sala de Audiencias, que se vacía, ni en los amplios pasillos del Palacio de Justicia en los que abogados, víctimas y periodistas no se resignan a separarse después de tantos meses de convivencia. Hay abrazos, sonrisas, algunos llantos y sobre todo discusiones animadas sobre el fallo. Predominan una emoción digna y un alivio compartido.

Vidas recuperadas

Périès. Juez implacable

fono a un amigo que, junto con otro compañero, vino a rescatarlo en coche desde Bruselas y lo llevó a Bélgica la mañana del 14 de noviembre. Durante la instrucción de su caso, Abdeslam había alegado una deficiencia de su cinturón explosivo. El 13 de abril cambió la versión: “Entré al café”, dijo. “Era más bien pequeño y con mucha gente. Pedí algo de beber. Miré a la gente que me rodeaba y me dije que no lo iba a hacer. Había gente joven, muy joven. Los vi bailar, reírse. Renuncié por humanidad. No por miedo. No quería matarlos.” Pero no convenció a la Corte, que tiene pruebas de que el cinturón efectivamente estaba defectuoso. No convenció a casi nadie, en realidad, a pesar de las disculpas que ofreció a las víctimas y de los brillantes alegatos de sus dos abogados. Abdeslam, que cumplirá 33 años en septiembre, pasará el resto de su vida en una celda de nueve metros cuadrados, aislado de los demás presos, vigilado las 24 horas por dos cámaras. Pero antes será enjuiciado en Bruselas por su participación en los preparativos de los atentados perpetrados el 22 de abril de 2016 en el Metro y en el aeropuerto de la capital belga. El juicio empezará el próximo 10 de octubre. Amigo de la infancia de Abdeslam y muy activo en la célula terrorista responsable de los ataques de París y Bruselas, Mohamed Abrini recibe una pena de 30 años, pero sujeta a revisión tras cumplir 22 de cárcel. Su atenuante es haber renunciado a integrar uno de los tres comandos que actuaron en París. Lo hizo la víspera de los ataques y se apuró a volver a Bruselas en taxi la noche del 12 de noviembre. Al igual que Abdeslam, será juzgado en Bélgica, en su caso por su participación directa en el atentado del aeropuerto de Bruselas, donde fue videograbado flan-

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queado por dos kamikazes y empujando un carrito de equipaje poco tiempo antes de las mortíferas explosiones.

Sentencias De igual forma, la Corte Penal Especial condenó a 30 años de prisión, revisables después de 22, a Osama Krayem, sueco; Sofien Ayari, tunecino; Mohamed Bakkali y Ahmed Dahmani, belgas, por ser elementos de primer orden de la célula terrorista (Dahmani cumple una sentencia de 10 años de cárcel en Turquía, por lo que no compareció en París); y a 18 años de cárcel al paquistaní Muhamad Usman y al argelino Adel Haddadi, quienes integrarían un cuarto comando de ataque en París pero fueron detenidos en Austria. La Corte los considera a ambos coautores de los crímenes de la célula terrorista. El francés Ali el Hadad Asufi fue condenado a 10 años de prisión por haber suministrado armas a los terroristas; y a ocho años a los belgo-marroquíes Mohamed Amri y Yassin Atar, el primero por haber “rescatado” a Abdeslam en París en la noche del 13 al 14 de noviembre, y el segundo por haberlo ayudado a escapar de la persecución policial en Bruselas antes de ser detenido el 18 de marzo de 2016. El belga Hamza Attou, el francés Ali Oulkadi y el belgo-marroquí Abdelah Chouaa, quienes comparecieron sin estar en prisión salieron libres del tribunal. Condenados los dos primeros a dos años de cárcel y el tercero a un año por su ayuda a Abdeslam, cumplieron sus penas durante su detención preventiva. Se levanta el presidente. Sale del tribunal seguido por los cinco magistrados de la Corte. Los abogados de la defensa se precipitan hacia las jaulas de los acusados. La misma amarga gravedad tensa los rostros de Abdeslam, Abrini y sus defensores.

Jean Pierre D. y Cécile D., dos treintañeros “milagrosamente rescatados” de la sala de conciertos Bataclan, donde murió uno de sus amigos, siguieron gran parte de las audiencias desde su casa gracias a una web-radio especialmente concebida para los demandantes imposibilitados o no deseosos de acudir a la Corte Penal Especial. La pareja sólo “se atrevió” a asistir en vivo a las últimas audiencias. Llegaron tensos y ensimismados al Palacio de Justicia a principios de junio. Media hora después de haber oído el fallo lucen casi irreconocibles. “Nos sentimos en estado de ingravidez”, reconocen asombrados por esa impresión de ligereza que llevaban casi siete años añorando. No dicen más. Una semana más tarde Jean-Pierre escribe por correo electrónico a la corresponsal que por fin pueden describir lo que viven. “En la noche del 29 de junio presentimos que estábamos alcanzando otro nivel”, confía. “Platicar con otros supervivientes e inclusive con los inculpados que comparecían libres, escuchar la requisitoria implacable de la acusación, los alegatos de los abogados de la defensa y el veredicto que libera a quienes tienen que ser liberados y condena a quienes deben serlo nos apaciguó. Se hizo justicia. Ahora empezamos a pensar en construir algo.” El mismo sosiego que despeja el horizonte sin borrar heridas emana de numerosos testimonios publicados en la prensa francesa. La Corte Penal Especial ofreció un tiempo excepcional de uso de la palabra a cada uno de los 415 demandantes que solicitaron testimoniar. Sus audiencias duraron cinco semanas a finales de 2021 y una semana y media más el pasado mayo. Algunas se prolongaron hasta las 22:00 horas. Nadie salió indemne de ese tsunami de sufrimientos que se abatió sobre la sala de la Corte Penal Especial, se propagó de inmediato por todo el país debido a su amplísima cobertura por los medios de comunicación y las redes sociales y dio la medida real de la devastación causada por los terroristas. Se llegó a hablar de “terapia colectiva de los supervivientes”, sin embargo la importancia que se otorgó a sus testimonios


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