Curiosidad Galáctica
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Augusto, como todo chico nacido en la Tierra, asistía más por obligación que por otra razón, a la Secundaria Planetaria de Calisto. Ubicada en un satélite de Júpiter. Estaba por iniciar su último año y, para ser un chico humano, eran bastante buenas sus calificaciones. No eran las mejores porque sus compañeros de Venus, o de otros sistemas solares, arrasaban con dieces perfectos. A Augusto más que no importarle, simplemente pensaba que había cosas de más valor: cómo hacer amigos, leer temas que no eran de la escuela o meterse en situaciones que, aunque él no lo supiera, le daban más experiencia. Por Galicia Pineda Isaac BE
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ara él era una faena cada inicio de ciclo escolar, junto con su mejor amigo, Tresio de Plutón, vivián un sube y baja de emociones por la alegría al ver a los antiguos amigos, pánico por los nuevos maestros e intriga por los chicos nuevos que llegaban; ya sea por un año o para concluir la escuela con ellos. Sea cual sea la razón, Augusto creía que un día llegaría un chico de verdad extraño, que volara totalmente su cabeza en cuanto formas de vida, y eso siempre lo incitaba a estar en búsqueda de nuevos compañeros. Estaba Charon que Augusto conocía más como Sharon un niño nacido en el enano Ceres, pero con orígenes en un asteroide del Cinturón de Orión, que aunque no salía de lo normal lo más característico en él es que medía menos de un metro y era de color azul.
Otra más era Jizmin, que por comodidad Augusto le decía Jazmín, una niña que se había mudado de un planeta llamado Gladion, en la constelación de Eridanus. (Por cuestiones de guerra en esa parte de la galaxia). Aquí hay algo curioso. Nos damos cuenta que la vida muchas veces es solo una repetición infinita de cartas en un juego que Dios reparte y vuelve a repartir, porque Jizmín era casi idéntica a los humanos; dos ojos, una boca, nariz, etc. Sin embargo, lo distinto radica a la hora de expresar sus sentimientos. Jiz, cuando se sentía triste, reía, cuando lloraba, sonreía, cuando tenía sueño se mostraba más activa que nunca y cuando estaba pensativa parecía más ida que concentrada. Y así, cientos de niños divertían y entretenían a Augusto. Año con año llegaban más a su escuela, tanto que por casi un mes Augusto se deleitaba escuchando y descubriendo costumbres de todos los rincones