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‘Me fascina pensar’
Israel sánchez
Con el impulso que le dio un profesor de secundaria, más la impresión al conocer un reactor nuclear en una exposición en Chapultepec, Arturo Menchaca Rocha (Ciudad de México, 1947) decidió que sería físico.
Aspiración para la cual el ego también resultaría determinante. “Cuando yo era niño, ser físico nuclear era como ser cosmólogo o alguna cosa así. Era algo muy importante”, cuenta uno de los físicos nucleares experimentales mexicanos más prestigiosos.
Dada la sofisticación que había alcanzado esta ciencia, por la que difícilmente una persona puede hacer contribuciones valiosas desde la teoría al mismo tiempo que con la experimentación, el talento natural definiría el camino del físico formado en la UNAM.
“Descubrí que tenía mis limitaciones para la parte teórica, pero la neta del planeta soy muy bueno con las manos”, expresa desde su cubículo en el Instituto de Física (IF), a donde se unió como investigador en 1985 y del cual fue director.
Le doy mis agradesimientos a mi santo patronsito con todo mi corasonzote y mi cartera”.
“Yo soy bueno para hacer instrumentos”, remarca. “O sea, tengo mucha intuición; me fascina pensar: ‘¿Cómo vamos a medir tal cosa?’. En la noche se me va el sueño y se me vienen ideas”. Calcula haber hecho en- tre 20 y 30 aparatos, empezando por el detector realizado durante su doctorado en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, para medir la energía del berilio-8, un isótopo con una vida media de un microsegundo.
“Y todavía opera el ‘aceleradorcito’ (de partículas) que hice para la Comisión Nacional de Energía Nuclear (ahora Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares, ININ). Yo hice con mis manos y el torno los pedazos y todo”, ilustra.
“Son cosas que ya llegan a ser bichos grandes, como cuando hicimos el detector para la Pirámide del Sol”, refiere acerca del instrumento diseñado para medir radiación cósmica en este monumento en Teotihuacán.
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Una labor de alcance cósmico, genuinamente, pues las creaciones del investigador del Departamento de Física
Experimental del IF han llegado hasta la propia Estación Espacial Internacional (EEI), esto como parte de una colaboración con Samuel Ting, Premio Nobel de Física 1976.
“Yo no sabía nada de rayos cósmicos, tuve que estudiar todo. Así que cuando regresé a México yo ya sabía todo de ellos, y cuando vino la oportunidad, pues ya sabía cómo armar el detector desde cero”, señala sobre uno de sus proyectos más importantes, junto con los que mantiene con el Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN). Iniciativas que podrían contribuir a descifrar el problema abierto en la física de partículas y nuclear acerca de la aparente ausencia de antimateria en el universo y la posibilidad de las antiestrellas, ni más ni menos.
‘ingeniero frustrado’ De dónde heredó esa habilidad con las manos, esencial en su trayectoria, no es un misterio para Arturo Menchaca Rocha. No fue del lado paterno, considera, con un abuelo mecánico ferrocarrilero y un padre que se dedicó siempre al comercio: ya fuera comprando cueros para ofrecerlos a los curtidores, o vendiendo televisores remodelados. Entre los vaivenes del éxito y la bancarrota, la familia Menchaca Rocha deambularía de un domicilio a otro a lo largo de la Ciudad de México, lo mismo en la Colonia Anzures que en el barrio de Jamaica, que al sur o en la Nueva Santa María.
“Nosotros vivíamos en un caserón en la Colonia Águilas, así, padrísima; después yo acabé estudiando la secundaria en San Juan Tlihuaca, Azcapotzalco. Yo era el único güerito, me llamaban ‘El ruso’”, recuerda con humor el físico nuclear, quien acudía en el turno vespertino pues por las mañanas trabajaba instalando interfonos, otra de las incursiones de su padre. La idea de que el científico continuara con el negocio familiar era algo que podía esperarse, pues así sucedió con algunos de sus primos, quienes, con carreras universitarias, se dedicaron al comercio para ganar dinero.