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El lugar de la Mujer en el mundo del trabajo: desafíos de acceso a trabajos de calidad

Daniela Saldes Saldes

Desde principios del siglo XX, las Mujeres en Chile -ya sea en luchas individuales o colectivas- han intentado posicionarse en el campo laboral y productivo, enfrentándose a adversidades estructurales e históricas. Las políticas acotadas de inserción laboral, la domesticación de su educación, el refuerzo de roles tradicionales y la valoración de su abnegación han obligado a la Mujer a transitar un difícil camino hacia su participación y empoderamiento en el mundo del trabajo. D

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Actualmente la tasa de participación laboral femenina es una impulsora de la fuerza productiva del país, pero sigue siendo mínima en comparación a la del hombre. En América Latina ha alcanzado recientemente un 51.8% (PNUD, Informe Desarrollo Humano, 2019, p. 169), un índice exiguo considerando que incluye no solo los trabajos formales, sino también informales y/o temporales. Si bien nadie podría negar que la incorporación femenina a los distintos ámbitos laborales se ha incrementado significativamente, variando en casi un 11% en la última década (PNUD, V encuesta nacional de auditoría a la Democracia, 2019), existen aún grandes barreras que impiden que las mujeres accedan a trabajos de calidad con remuneraciones estables, que le brinden previsión para el futuro, posibilidades de desarrollo y bienestar. Las brechas en las esferas de la salud reproductiva, el empoderamiento y el mercado del trabajo obstaculizan la posibilidad de una inserción igualitaria al trabajo remunerado “e influyen en las elecciones de ocupación que hacen las mujeres, los tipos de ingresos que obtienen y cómo se determinan sus dependencias financieras”, afectando consecuentemente su calidad de vida y sus proyecciones (PNUD, Informe Desarrollo Humano, 2019, p. 166).

Estas brechas se han consolidado durante años y nos revelan la necesidad de vislumbrar la razón por la cual se sostienen en el tiempo; pese a los crecientes intentos de alcanzar la igualdad de género en los diferentes campos de su representación, existe una serie de condiciones “objetivas” y “subjetivas” que nos podrían explicar por qué hoy las mujeres siguen afrontando contrariedades al momento de buscar acceso al trabajo o mejorar sus condiciones laborales.

La historiadora Julieta Kirkwood (1986), define las condiciones objetivas como aquellas que surgen desde la institucionalidad, el Estado,

que desde los principios y objetivos que propugna determinará cuál es el rol y calidad de participación de la Mujer en la sociedad, a través de “los mecanismos de refuerzo que pasan por la legislación: cuota de incorporación parlamentaria, ley de aborto por tres causales, asignación de beneficio postnatal, etc; acceso a la educación formal e informal y la difusión de una ideología oficialista a través de los medios”.

Las condiciones subjetivas, en cambio, son aquellas que emergen desde el ideario de la sociedad sobre el rol femenino y la participación que debe tener de acuerdo a sus representaciones culturales: “la aceptación de la determinación de un rol biológico y reproductivo; la identificación no en tanto sujeto, sino con aquello que transforma a la mujer en objeto; el sentimiento de incapacidad laboral frente al otro sexo; las deficiencias formativas y la orientación profesional o de oficios que constituyen una extensión del rol doméstico” (Kirkwood, 1986, p. 39 - 40).

Todas las condiciones presentadas se materializan, finalmente, en limitantes estructurales y sociales que exponen a la Mujer a trabajos precarizados, a ejecutar labores de servicio y a la imposibilidad de objetivar su labor doméstica y reconocerla. En consecuencia, al mantenerse las condiciones como limitantes, se mantiene también la disminuida posición de la Mujer frente a las oportunidades de acceso al campo laboral, coartando su desarrollo personal, su independencia económica y el ejercicio de sus derechos. no representan una realidad inamovible y que así como se han instalado se pueden modificar. Finalmente, y según lo abordado, se identifican algunos desafíos sobre los cuales es preciso emprender para mover la brecha a favor de una mayor incorporación de mujeres a trabajos de calidad que contribuyan a mejorar de su calidad de vida.

La Mujer trabajadora (...) se integra a lo público, al mercado, pero sigue siendo apuntada socialmente como la responsable del funcionamiento del hogar. Sumado al trabajo “pagado” las mujeres realizan 3 veces más de labores de cuidado no remunerado que los hombres.

Contraste entre el discurso y la práctica

Al presente, se observan grandes avances históricos con respecto a las representaciones culturales de género asociadas a roles en espacios domésticos, laborales y el liderazgo (PNUD, Diez años de auditoría a la democracia, 2019); sin embargo, existen contrastes entre las percepciones que pueden tener las personas y las prácticas cotidianas de las mismas. Como ejemplo, podemos exponer uno de los resultados de la V encuesta de auditoria a la Democracia (2019); dentro de los datos relevantes aparece una valoración positiva de las personas hacia la incorporación de la mujer al mundo laboral y como representantes políticas, pero al momento de responder sobre el espacio doméstico, un 72% de las mismas considera que la Mujer es la responsable de las tareas domésticas y la administración del hogar, consolidando un percepción de “ser buena” en las labores de servicio (ordenar, mantener limpio, cuidar hijas e hijos, proveer alimentación). Esta disociación entre discurso y práctica también incide en la explotación a la que se ve sometida la Mujer trabajadora, ya que se integra a lo público, al mercado, pero sigue siendo apuntada socialmente como la responsable del funcionamiento del hogar. Sumado al trabajo “pagado” las mujeres realizan 3 veces más de labores de cuidado no remunerado que los hombres, invirtiendo más de un 2,5% de su tiempo independientemente de que ambos sostengan extensas jornadas laborales (PNUD, Informe Desarrollo Humano, 2019).

Doble presencia

La mujer transita simultáneamente entre dos mundos que compiten entre sí, que se organizan de manera diferente y desde los cuales se desprenden diferentes expectativas también. Uno está integrado por las “responsabilidades familiares”, la afectividad y las relaciones personales, y el otro por las “responsabilidades laborales” en las que el rendimiento, la productividad y la disciplina son puntas de flecha. Ambos espacios son muy diferentes en organización; sin embargo, requieren la misma energía y disponibilidad. Socialmente se asume que la Mujer debe ser capaz de responder a las demandas de cada uno, puesto que ingresar a estos espacios es su elección. De esta manera, la Mujer queda expuesta a una sobreexplotación de su fuerza laboral, en tanto el trabajo

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reproductivo -no remunerado, doméstico o de cuidado- sigue siendo la continuación del proceso productivo, aunque ello no sea tomado en consideración (Todaro y Yáñez, 2004).

De la misma manera se considera una opción escoger entre el trabajo y la maternidad. Si bien hoy existe una menor valoración social hacia la consagración de las mujeres a la familia, la incompatibilidad de la crianza con las normativas del empleo genera en ellas un vacío en su sentido de pertenencia: no pueden ser madres ni tampoco trabajadoras como quisieran. Esta dicotomía genera ansiedades y debilita sus aspiraciones dificultando la reinserción a su empleo.

Necesidad estratégica v/s necesidad práctica

La instalación del modelo económico neoliberal impone

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la necesidad creciente a las familias de generar ingresos, por lo que muchas mujeres buscan alternativas para obtener dinero extra. En esta búsqueda no siempre son contratadas en un trabajo formal y las condiciones a las que se enfrentan son totalmente precarias: trabajos ambulantes o por temporadas, sin cobertura previsional, con baja estabilidad de remuneraciones y nula seguridad maternal o de protección a sus hijas e hijos (Kirkwood, 1986).

La necesidad estratégica de obtener un salario muchas veces se contrapone a la necesidad práctica de sostener el funcionamiento del hogar, generándose un permanente sorteo de adversidades para las mujeres. Comprendiendo que el mundo del trabajo está idealizado por y para los hombres, las mujeres deben compatibilizar horarios, condiciones y estructuras que están pensadas para los hábitos masculinos (Todaro y Yáñez, 2004). Según esta organización del trabajo, vemos como “las mujeres luchan por conciliar constantemente su necesidad de un salario con las cambiantes expectativas sobre la domesticidad obrera” (Quay, 2014, p. 22).

La Educación es uno de los más grandes contribuyentes al modelaje del empleo femenino. El fenómeno de domesticación de la educación de adolescentes a través de “liceos técnicos” -los cuales ofrecen ciertas asignaturas relacionadas a oficios y profesiones con un espectro bastante reducido- influye en la apreciación que tienen las y los jóvenes sobre su futuro laboral. En las historias orales, “frecuentemente se ha revelado cómo las mujeres emplean una retórica de la necesidad o privilegian el hacer propio” (Quay, 2014, p. 24); la necesidad de estudiar

un área en este caso, se desprende de la necesidad estratégica de trabajar prontamente en un oficio y contribuir con ingresos al hogar.

Por otra parte, no basta con que las mujeres puedan elegir un área de interés; las variables de las creencias familiares y comunitarias incidirán fuertemente sobre esta elección y muchas veces será la decisión del plan económico familiar la que prevalecerá. Según un último Informe de Desarrollo Humano de la PNUD (2019), la tasa de educación en América Latina es de un 59.7% para mujeres en algún estudio secundario o de enseñanza media, y de un 59% para hombres; sin embargo, la posterior incorporación o participación en la fuerza de trabajo es de un 51.8% para mujeres y un 77.2% para hombres. Esto refleja que, si bien se logra realizar la elección por un área de interés de estudio y cursarlo, no todas logran trabajar. “La transición del sistema educativo al mundo del trabajo remunerado, está marcada por la desigualdad de género asociada a los roles reproductivos de las mujeres” (PNUD, 2019, p. 169). En otras palabras, terminan sus años escolares pero al momento de asumir la crianza o la administración doméstica, un alto porcentaje de mujeres opta por favorecer el plan familiar asumiendo su labor en el hogar.

Las normas sociales

Las normas sociales están establecidas por valores, creencias, actitudes y prácticas que definen nuestras preferencias en cuanto a las interacciones que sostenemos en un determinado plano social. Rigen, por lo tanto, un modo de actuar en diferentes escenarios y serán también las que intentarán Las normas sociales con respecto al ámbito doméstico contribuyen a disminuir las posibilidades de participación laboral de las mujeres, afectan sus posibilidades formativas y su derecho fundamental de acceder a educación y a trabajos más permanentes o “especializados” (PNUD, Informe Desarrollo Humano, 2019, p. 188). Según Todaro y Yáñez (2004), existe un contrato social que deposita la responsabilidad del trabajo remunerado a la figura masculina de la familia y entrega la responsabilidad por el cuidado de los hijos, los enfermos y los ancianos a las mujeres. De esta manera se distribuyen los roles asociados al trabajo productivo y reproductivo, basándose en una “normalidad” que orienta a facilitar el camino al Hombre para que pueda cumplir su rol proveedor y la aceptación de la Mujer de su labor como fuerza de trabajo secundaria. En esta “normalidad” cuando llega el momento de tomar una decisión que beneficie el plan familiar, son mayoritariamente las mujeres quienes deben abandonar su trayectoria estudiantil o laboral.

Frente a todo lo expuesto, podemos concluir que las influencias sociales, comunitarias y políticas tienen una real incidencia sobre la trayectoria laboral de las mujeres, ajustando su incorporación al trabajo según la necesidad que promulgue nuestro modelo de economía. En este contexto, es de vital importancia cuestionar y transformar los modelos de género y las representaciones culturales con respecto a los roles asignados, para así impactar en los modelos y propuestas laborales (Todaro y Yáñez, 2004). Revolucionar, por lo tanto, el ámbito familiar es fundamental para generar un cambio social real que considere a la Mujer en todos los campos de su acción. Cuestionar las limitantes que nos esbozan un mundo de hombres y un mundo de mujeres provocará el rompimiento de las barreras y movilizará el tránsito de las mujeres hacia un mayor espectro de oportunidades traducidas en mejores empleos, con mejores ingresos y condiciones de trabajo y con perspectivas finalmente de mejorar su calidad de vida

bibliografía

-Kirkwood, J. (1986). Ser política en Chile: las feministas y los partidos. Santiago de Chile, Flacso-Chile.

-PNUD, 2019. Diez años de auditoría a la Democracia: Antes del estallido. Santiago de Chile. Programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo.

-PNUD, 2019. V encuesta nacional de auditoría a la Democracia. Santiago de Chile. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

-PNUD, 2019. Informe Desarrollo Humano. Santiago de Chile. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

-Quay, E. (2014). Labores propias de su sexo. Género, políticas y trabajo en Chile urbano 1900- 1930. Santiago de Chile. LOM ediciones.

-Todaro, R y Yáñez, S. (2004). EL trabajo se transforma. Relaciones de producción y relaciones de género. Santiago de Chile. Centro de Estudios de la Mujer.

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