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Reuniones “lluvia”: al rescate de la cocina casera

Cristina Canoura - Periodista

“Hacete un tiempito y usá tu imaginación. Traé algo casero y una bebida. Guardá el secreto. Te espero”.

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Con este mensaje, enviado por mail y whatsapp, Mary invitó a un grupo de amigos a una reunión sorpresa para festejar los 80 años de una vecina del barrio que es un referente de muchas familias. Ya se encargaría ella de llevarla engañada hasta el lugar de la fiestita “lluvia”, una modalidad en extinción y que demuestra que, cuando realmente se quiere, el encuentro siempre es posible.

Aunque el mensaje no lo explicitaba, ya se sabía que los snacks y otras menudencias de ese tipo no serían muy bien vistos.

Llegado el día, la mesa se vistió de especialidades: un popurrí de pizzas amasadas por diferentes manos mostraban recetas ancestrales traspasadas de generación en generación. Unas gruesas, otras muy finas; unas leudadas con levadura, otras con polvo de hornear; salsa casera con tomates frescos y cebolla a la vista o pulpa de tomate envasada. ¡Una figazza! ¡Una pizza rellena!.

El menú salado incluia también diversas modalidades de fainá, el tradicional de harina de garbanzo, el de queso y el de choclo. Con más tiempo de preparación, aparecieron las pascualinas y las tortas de jamón y queso o las tartas de cebolla “con masa casera”, aclaraban sus autoras. Una de las invitadas recordó una receta de la época de los cumpleaños de cuando sus hijos eran niños y con masa de escones envolvió trozos de panchos. Ella los llamaba “rollitos sorpresa”. No les había puesto mozarela, pero aclaraba que se podía usar, y también mostaza “lambeteando” con ella el interior de la masa cruda.

Una de las invitadas, con disculpas por su poco tiempo para cocinar y como forma de compensar la abundancia de harinas, llevó una bandeja con verduras crudas (palitos de apio, zanahoria, rabanitos). En el centro de la fuente, una salsa de queso blanco bien condimentado, fue la opción para aderezarlos. También llevó unas pequeñas brochettes de tomates cherry con queso y albahaca.

Así, de manera espontánea, las recetas fueron circulando entre los invitados cada vez que alguien elogiaba en voz alta alguna especialidad. “¿De quién es esta pizza? ¿Quién hizo este fainá? ¿Y esta pascualina?”, preguntaban. La organizadora anunció que en la próxima reunión pondría cartelitos con el autor o autora de cada contribución.

A la hora de los dulces, no faltaron las tartas de manzana acarameladas, los bizcochuelos “borrachos” con crema pastelera y duraznos, una torta espectacular cuyo baño era un caramelo craquelado en pequeños trozos transparentes y la de cumpleaños, obra de arte de la repostería casera, con relleno de dulce de leche y baño de merengue, con el nombre de la cumpleañera trazado a mano.

Ante semejante despliegue culinario, un vecino se excusó por llevar masitas. Solo, desde que falleció su esposa, aclaró que su especialidad son las comidas de olla, pero que no eran adecuadas para la ocasión. Tampoco faltaron sándwiches “de confitería”, aunque una invitada los desbancó por unos de pan de nuez, jamón y queso, de su propia factoría.

Una tradición

No se conoce el origen de las llamadas “reuniones lluvia” con las características uruguayas, en las que cada invitado contribuye con algo de comida o bebida para compartir.

Se cree que están arraigadas en las costumbres de familias de inmigrantes italianos y españoles, sobre todo, llegados al Río de la Plata en las primeras décadas del siglo XX.

Entre ellas, las reuniones de “paisanos” eran habituales y no exclusivamente para festejar cumpleaños. A veces, se elegía un plato tradicional del país de origen. Los dueños de casa invitaban, ponían los ingredientes, y las mujeres se ocupaban de prepararlo, mientras los hombres conversaban o probaban el vino casero de su propia cosecha.

Con los años, esta tradición esencialmente campesina, se fue transformando y adoptando visos de sincretismo. Los platos tradicionales de los inmigrantes, incluidos los del Europa del Este, se fueron amalgamando con la culinaria y la inventiva de las amas de casa criollas para dar nacimiento a nuevas recetas.

Es, sobre todo, en el interior del país, donde se mantiene esta costumbre de llevar algo hecho en la casa a toda reunión en que se es invitado. Y, aún hoy, se narra como una anécdota de épocas pasadas, los tiempos en que en los bailes de jóvenes los varones llevaban la bebida y, las mujeres la comida.

La urbanización progresiva, la salida en masa de la mujer al mercado laboral, la pérdida de valor de la comida casera en aras de una oferta creciente de productos industrializados han colaborado con que la práctica de las reuniones “lluvia” caigan en el desuso.

En tiempos en que no todo el mundo dispone de un capital extra para organizar un festejo, priorizar el encuentro entre amigos y apelar a la colaboración colectiva con recetas ancestrales permite, sin duda, rescatar habilidades propias, a veces en desuso, y recuperar viejos olores y sabores que impregnaron la vida en familia.

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