60 minute read

DOCUMENTOS

apreciar y encarnar más profundamente en nuestras Karlsruhe: en el corazón de Europa, en vidas y en nuestra labor el tema que hemos elegido pauna región impregnada de historia, donde las personas ra la Asamblea: ‗El amor de Cristo lleva al mundo a la vecinas hace tiempo que se convirtieron en amigas ínreconciliación y la unidad ‗‖. timas; donde nosotros y nuestros asociados de este y El obispo Prof. Dr. Heinrich Bedford-Strohm, presidente del Consejo de la EKD, afirmó: ―Karlsruhe sigue siendo en muchos sentidos un lugar ideal para celebrar una asamblea ecuménica transfronteriza con una dimendel otro lado del Rin, a través de las fronteras, en Baden, en el Palatinado, en Alsacia y también en Suiza, trabajamos juntos y estamos conectados desde la amistad con un futuro que vale la pena vivir‖, declaró. sión europea. Reiteró que ―la razón más importante por ―Las estructuras creadas constituyen una base sólida la que invitamos a celebrar la Asamblea en Europa es para los próximos desafíos y para el éxito de la Asamque esperamos recibir algo de ella. blea del CMI en Karlsruhe, también en 2022‖. Dados los desafíos a los que tendremos que enfrentarEl Rev. Prof. Dr. Ioan Sauca, secretario general en funnos en los próximos años, este gran evento ecuménico ciones del Consejo Mundial de Iglesias, señaló: ―Ya se puede ser un signo visible de un mundo en solidaridad, han llevado a cabo un gran esfuerzo creativo y una lapaz y justicia‖. bor exhaustiva para preparar nuestra próxima AsamEl obispo Prof. Dr. Jochen Cornelius-Bundschuh, de la blea. Iglesia Evangélica de Baden, afirmó que espera utilizar Estoy agradecido a todos los que han contribuido hasta el tiempo ganado para trabajar con todas las iglesias de ahora y confío en que, con nuestra continua colaborala región: ―Continuemos avanzando e inspirándonos en ción, el apoyo de las iglesias y las continuas bendicioeste maravilloso tema‖. nes de Dios, nuestra 11ª Asamblea contribuirá aún más El Dr. Frank Mentrup, alcalde de la ciudad de Karlsruhe, afirmó que la invitación al CMI también se mantiene, profundamente a la vida, al testimonio y a la espiritualidad de los cristianos de todo el mundo‖. por supuesto, para 2022. (oikoumene.org) 03/06/2020 ―La ciudad en su totalidad se alegra mucho de recibir a representantes de la iglesia de todo el mundo aquí, en DOCUMENTOS

76.La Teología de los Disturbios: Jim Coppoc* «¡Levanta la voz por los que no tienen voz ¡Defiende los derechos de los desposeídos ¡Levanta la voz, y hazles justicia! ¡Defiende a los pobres y necesitados!» Proverbios 31:8-9

Advertisement

Primero, debes preguntarte, ¿pecó Jesús?

Olvídate de todas las revueltas y levantamientos de la Biblia hebrea. Olvídate de la liberación de un pueblo oprimido, una y otra vez, a través de medios violentos por la propia mano de Dios. Olvídate de Pablo en prisión o Pedro en la cruz. Olvídate del escándalo y el riesgo que todos y cada uno de los apóstoles tomaron cada vez que hablaban o actuaban al servicio del Evangelio. Olvídate de todo lo demás y concéntrate en Jesús el Cristo. Si crees, como yo, que Jesucristo fue a la vez Dios y hombre, y que su vida es el ejemplo perfecto al que todos los cristianos deberían aspirar, entonces hay algunos corolarios que solo tendrás que aceptar. 1. Cristo protestó 2. Cristo amenazó con violencia 3. Cristo dañó la propiedad 4. Cristo interrumpió el comercio No pienses que he venido a traer paz a la tierra; No he venido a traer paz, sino una espada. Mt 10:34, NRSV He escrito antes sobre Jesús y la violencia. He señalado a los lectores hacia sus enseñanzas. Pero hoy, mientras Minneapolis está ardiendo y tantas otras ciudades están listas para entrar en erupción, podría ser un buen momento para revisar la teología de los disturbios. Primero, debes entender que cualquier análisis real de Cristo debe tener en cuenta que él vino a la Tierra como un judío del primer siglo. Nació en la pobreza, no en el privilegio. Él era parte de un pueblo que había escapado de la esclavitud, solo para encontrar generación tras generación de opresión continua. Nació bajo el dominio romano y era una minoría racial en el imperio. Desde el momento de su nacimiento, fue

perseguido por las autoridades, y miles de su generación fueron asesinados por un estado policial.

¿Algo de esto comienza a sonar familiar?

Cristo sabía que iba a morir. Discutió esto con sus discípulos de antemano cuatro veces en Mateo, tres veces en Marcos, tres veces en Lucas y una vez en Juan. Sabía que su muerte estaría en manos de ancianos, sacerdotes y escribas, las autoridades locales de su tiempo. Sabía que sus propias acciones desencadenarían estos eventos. Y él tomó esas acciones de todos modos. Cada Domingo de Ramos, los cristianos de todo el mundo celebran una de las protestas más famosas de Jesús, su entrada en Jerusalén (Mt. 21: 1 -9), y luego olvidamos rápidamente su propósito. La entrada de Jesús a Jerusalén en un burro simbólico durante la Pascua fue un acto de protesta, diseñado para avisar al gobierno corrupto de Pilato de que Cristo vendría por ellos. Y Jesús no se detuvo allí. Armaba a sus apóstoles, sabiendo que este acto haría que lo vieran como un criminal peligroso (Lucas 22: 36- 37). Destrozó propiedades e interrumpió el comercio (Jn. 2: 13-16). ¿Cuál fue el resultado de todo esto? Jesucristo hizo temer a las autoridades corruptas (Marcos 11:18). Y devolvieron el golpe, con fuerza. Obviamente, esta columna no es un asesoramiento legal. Vale la pena recordar que Jesús fue arrestado, condenado y ejecutado por el mismo gobierno que protestó. Pero las protestas de Jesús funcionaron, y hoy no tendríamos sus enseñanzas si no les hubiera llamado la atención de esta manera. También vale la pena recordar que toda la violencia de Cristo fue hacia la propiedad, no hacia las personas, y él instruyó específicamente a sus seguidores en consecuencia (Mt. 26: 52-54). El simple hecho es que Jesús protestó. Y Jesús ganó. Recordando las grandes luchas por los derechos civiles de nuestros días, tenemos que al menos contemplar la metodología de grandes líderes como MLK y Gandhi. Pero recuerde que la amenaza de violencia siempre fue subyacente. No había MLK sin Malcolm. No había Gandhi sin la amenaza de la revolución. No recomiendo quemar edificios o romper ventanas, porque el riesgo para la vida humana siempre es inminente. No defiendo el saqueo, porque está participando en el materialismo contra el que Cristo pasó su vida defendiendo. Pero la interrupción del comercio y el miedo que siempre se produce cuando las autoridades corruptas ven una masa de humanos justamente enojados que avanzan hacia ellos: estos son los mecanismos por los cuales ocurre cada liberación exitosa. Así que interrumpa. Protesta. Marcha por las calles. Detengan el tráfico. Detengan el comercio. Haz que la policía lo grabe. No tiene que preocuparse por si estas acciones son correctas o incorrectas, solo si son efectivas para lograr el Reino de Dios en la Tierra. Como dice el viejo dicho, "primero te ignoran, luego se ríen de ti, luego te pelean, luego ganas". * Jim Coppoc es estudiante en el Seminario Teológico Unido de las Ciudades Gemelas y aprendiz de metodología de justicia social desde hace mucho tiempo. (patheos.com) 31/05/2020

77.Pentecostés y la sordera de este siglo:

Gustavo Valdivieso Pues ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua, en la que hemos nacido? Hch.2:8 Pentecostés para los cristianos puede tener muchas lecturas, pero una en la que estamos de acuerdo la mayoría de los cristianos, es que es una ocasión para incluir a todos. No importa si es de otro pueblo o habla en otra lengua, todos tienen cabida porque Pentecostés nos insta a ver y a oír a la otredad con atención y a observarlos y hablarles de una manera que les sea comprensible. Este es un año que difícilmente olvidaremos cuando menos en dos generaciones y ni siquiera va a la mitad. Un año en el que ser pentecostal es más que necesario, porque ya que por primera vez en la historia un mismo mal nos ha afectado a todos a pesar de nuestras diferencias; será en la admisión de la unidad en la diversidad que la humanidad podrá dar con la solución. La comunidad científica ya está haciendo su pentecostés poniendo a disposición de toda lengua y toda tribu la codificación genética del virus para que una investigación global, dé con la solución. Otras iniciativas siguen el mismo rumbo en otras áreas del quehacer humano, incluso en las religiosas. Lamentablemente no todas. El individualismo sigue campeando en la humanidad y el miedo a ser contagiados lo alimenta. Ministros eclesiales urgidos de reaperturar el mercado religioso para sus consumidores de culto arman retóricas argumentativas para justificarlo. Lo mismo hacen algunos políticos que persisten en satisfacer la comezón de oír de sus seguidores con tal de aprovechar la pandemia a su favor. Los totalitarismos de Estado parece que regresarán con más fuerza que nunca, las voces hegemónicas que lucran con la fe, la política y la economía se preparan para salir de los escondrijos en los que se habían visto recluídos debido a su inutilidad. Y en todos los casos el

sentido común y la razón encuentran oídos antipentecostales, ávidos de escuchar sólo su propia lengua. (facebook.com/hermenuticaseverinocroatto) 31/05/2020

78.El Verbo y el Espíritu Santo: Las dos manos de Dios. Solemnidad de Pentecostés: Iván Ruiz Armenta Celebramos la Solemnidad de Pentecostés, donde los cristianos recordamos y celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, y lo que tradicionalmente se ha consideran como el «nacimiento de la Iglesia». Esta solemnidad nos permite reflexionar sobre el Misterio Trinitario, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es claro que a cada una de las personas divinas la solemos identificar con una acción o misión: al Padre como creador en el amor, al Hijo como redentor, liberador y salvador, y al Espíritu como santificador. Esto es cierto. Sólo hay que tener cuidado de no poner estas misiones como ajenas una de las otras, en especial la del Verbo y la del Espíritu con respecto al proyecto original del Padre. Toda la historia de la salvación procede de las dos misiones reveladas en el Nuevo Testamento, a saber, la misión del Verbo y la del Espíritu Santo. A estos los encontramos, según la exégesis patrística, como un adelanto de la reflexión trinitaria, [1] desde el relato del génesis en el viento (Espíritu) de Dios que aleteaba por encima de las aguas (Gn 1,2); y en el estribillo «Dijo Dios» cuando Dios iba a «crear» algo mediante el Verbo (Gn 1,3.6.9.11.14.20.24.26.29). También en el credo rezamos «por quien todo fue hecho» respecto al Hijo, y «Señor y dador de vida», respecto al Espíritu. Ambos «dan vida». Hay textos claros que afirman la misión de uno y otro, por ejemplo, Ga 4,4 afirma la misión del Hijo diciendo que, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la condición de hijos. Habría que acentuar aquí lo que lo evangelios atestiguan una y otra vez: Jesús, el Cristo, nos rescató y nos dio la condición de hijos «a lo largo de toda su vida», desde la encarnación hasta la ascensión, teniendo como principal mensaje el anunció del reino de Dios, pues éste era su «causa». [2] En cuanto a la misión del Espíritu Santo podemos leer en Lc 24,49: Ahora voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. De momento permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos de poder desde lo alto; también en Jn 14,26 podemos leer: pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho. Según lo afirmado por estos textos, el Espíritu Santo es el Paráclito, el consolador que fortalecerá, enseñará y recordará a los cristianos todo lo que Jesús, el Cristo, dijo e hizo en favor de los hombres, y que puede sintetizarse, hay que insistir, en tres palabras: reino de Dios. Para los cristianos, estas dos misiones constituyen los dos principios de salvación. Algunos Padres de la Iglesia, como san Irineo, usaron la expresión metafórica de «las dos manos de Dios Padre», para designar al Hijo y al Espíritu Santo. Sólo por ellas conocemos el misterio de la vida «al interior de la Trinidad». La teología cristiana no puede ser otra cosa que la explicación de estas misiones. Esta doble misión no puede ser interpretada como si se tratara de una dualidad en donde hay dos misiones paralelas que nunca se juntan y que cada una anda su camino. Más bien hay que entender que las dos misiones son iguales en importancia, complementarias y distintas, y ninguna constituye la totalidad de la obra del Padre. Los cristianos debemos tomar como punto de partida tanto la palabra del Verbo como la acción del Espíritu, porque estos son los objetos paralelos diversos y complementarios del anuncio evangélico: la venida del Hijo y del Espíritu, enviados ambos por el Padre. [3] El reino de Dios es el que hace empata ambas misiones, por eso hay que afirmar que, aunque es cierto que la misión central de Jesús es el reino de Dios, y la del Espíritu es la de fortalecer, enseñar y recordar, también es cierto que este reino se realiza por la misión del Espíritu Santo. Lucas confirma explícitamente esta equivalencia escribiendo que después de su pasión, Jesús se les presentó a los apóstoles dándoles pruebas de que vivía, dejándose ver de ellos durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios. Mientras estaba comiendo con ellos, les ordenó ‗no se vayan de Jerusalén, aguarden la Promesa de mi Padre, que oyeron de mí. Porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días (Hch 1,3-5). Dios ha actuado siempre en la historia. Y lo ha hecho mediante su Espíritu, el cual prosigue la obra profética y salvadora narrada en los textos veterotestamentarios, pero ahora unido a la persona y misión de Jesús (Hch 2,33; 10,38); hasta que después, en Pentecostés, el Espíritu haga continuar e intensificar entre los discípulos la «salvación» comenzada por Jesús en su misión, [4] es decir, el anuncio y actuación del reino de Dios.

No hay que olvidar que las dos misiones, la del Espíritu y la del Verbo, aunque son misiones «distintas», son, también, «misiones iguales en importancia y complementarias de la totalidad de la obra del Padre». Teniendo en cuanta esto, podemos entender que «el Espíritu es un poder comunicado por Dios a Jesús, en el Evangelio de Lucas, y por Jesús, a los discípulos en Hechos (Hch 2,33). El propósito es dar testimonio de la buena noticia. Es un espíritu que no conduce al éxtasis sino a la misión, a la evangelización». [5] ¿Qué podemos concluir de lo dicho hasta aquí? Que la obra creadora por puro amor de Dios Padre que leemos desde el Génesis hasta el Apocalipsis puede ser releída desde las misiones del Verbo y del Espíritu. El primero como la encarnación de Dios que viene a redimir, sanar, liberar y salvar; el segundo como el que fortalece para continuar la obra del Verbo encarnado; sanar, liberar y salvar a los excluidos y los más desdichados y afligidos por el «mal» en nuestras coyunturas históricas es la misión que nos toca desempeñar ahora a nosotros como cristianos y continuadores de la misión de Jesús, el Cristo, fortalecidos por el Espíritu Santo. Esta solemnidad de Pentecostés debe hacernos reflexionar en las siguientes preguntas ¿cómo continuar con la misión salvadora del Verbo encarnado impulsados por la fortaleza del Espíritu Santo? ¿me he dejado inundar por el Espíritu Santo que fortalece, enseña y recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo? ¿he pecado de omisión en mi tarea evangelizadora de anunciar el reino de Dios? y, por último, ¿cómo voy a prepararme enteramente en cuerpo, alma y espíritu, para la solemnidad de Pentecostés? Animados debemos estar porque tenemos esperanza de que este Jesús que de entre nosotros ha sido llevado al cielo, volverá tal como lo vieron marchar algunos (Hch 1,11), y ya lo experimentamos cuando sentimos cumplida la promesa de Jesús de que donde hubiera dos o tres reunidos en su nombre, él ahí estaría (Mt 18,20).

Notas:

[1] Nota «1 2 (b)» de Gn 1 en Biblia de Jerusalén, DDB, Bilbao 20094, 13. [2] W. Kasper, Jesús, el Cristo, Sal Terrae, Santander 20142, 116. [3] Cf. J. Comblin, «La misión del Espíritu Santo», en SelT 62 (1977); aparición original «A missao do Spírito Santo», en Revista Eclesiástica Brasileira 35 (1975) 288-325. [4] Cf. A. Noguez, Hechos de los apóstoles, Dabar, México D. F. 2002, 59. [5] Ibid., 60. (reflexionandonuestrafe.blogspot.com) 27/05/2020

79.Fe y coraje en tiempos de silencio: Nicolás Panotto Una pregunta recurrente en estos tiempos es: ―¿cuándo volveremos a la normalidad?‖ Un interrogante más que entendible cuando lo habitual se ha transformado en excepción, y por momentos en utopía. Ahora, una contra pregunta sería: ¿a qué ―normalidad‖ queremos volver? Parece que este clamor es más un deseo de estabilidad que la proclamación de una especie de una reprogramación existencial. ¿Acaso los fundamentos de esa regularidad que nos habitaba, no han puesto en evidencia la debilidad de sus confines para contener lo que hoy estamos atravesando? Voy aún más allá: ¿debemos realmente preguntarnos por ―normalidad‖, como una especie de estado catatónico de permanencia que nos impida identificar críticamente los lapsos que irrumpen (e interrumpen) nuestra coexistencia, y nos dejan expuestos/as de manera inmóvil frente a la perplejidad? En un texto de 1957, Paul Tillich nos regala estas palabras sobre el creer en medio de la incertidumbre y la duda: ―La fe incluye un elemento de percepción inmediata que proporciona certeza y un elemento de incertidumbre. Su aceptación es el coraje. Al tolerar la incertidumbre con coraje, la fe demuestra con la mayor claridad su carácter dinámico… El coraje como un elemento de la fe es la auto afirmación osada del propio ser a pesar de los poderes del ‗no ser‘ que caracterizan a todo lo finito. Allí donde hay osadía y coraje existe la posibilidad del fracaso. Y esta posibilidad está presente en todo acto de fe. Es necesario correr el riesgo‖ (Paul Tillich, Dinámica de la fe, 1976, pp.22-23) Para Tillich, el coraje no es la confrontación abnegada de la vida a partir de un lugar sólido, sino más bien el acto de abrirse a la existencia reconociendo ese hiato ineludible y co-dependiente entre la certeza del acto de creer y la duda que deviene con el contenido de lo que se cree. Es vivir entre lo finito, la falta y lo infinito; entre la convicción, el titubeo y la desesperación. Creer es un acto humano, siendo lo religioso sólo una vía más para llenar su inercia. Por ende, creer en lo divino es sobre todo un acto de aventura, y por ello de gracia y don(ación), ubicándonos en ese ser-en-el-arrojo que nos distancia precisamente de ser esclavos de un marco teológico sin fisura, que nos puede dejar tranquilos/as, pero al costo de quedar inertes.

Adherencia no es sinónimo de persistencia, ya que la inmovilidad de lo que se dice consistente, nos deja vulnerables ante las inevitables fluctuaciones del camino. Una fe que no se entiende desde una divinidad que aparece, desaparece y deviene, no es más que ideología, un engaño que nos quita la capacidad de reaccionar ante la vacilación. Creer es darnos lugar al fracaso, pero no como una falta moral sino como el ―prueba y error‖ que nos ubica en la entropía creadora de lo divino que forma parte de nuestra historia, como decía Juan Luis Segundo. Una entropía que llena de riqueza, de colores, de movimientos, aunque conlleve el dolor del desplazamiento y saltos en el tiempo. Es asumir el límite de las palabras que siempre hemos usado para nombrar lo que tiene nombre, con la pretensión de capturarlo. Las palabras no son la propia realidad, aunque, inevitablemente, ellas simbolizan una de las vías básicas para aproximarnos a lo que nos rodea. Las palabras son siempre vacilaciones; pero ante el Misterio que conduce la subsistencia, muchas veces no tienen más que rendirse y dar cuenta que no tienen nada qué decir. Pensando en este momento que nos sobrecoge, precisamente nos hemos quedado sin palabras. Se ha demostrado que las explicaciones de lo que nuestra ―normalidad‖ procuraba asegurar, en realidad era una careta más, creyéndonos la mentira de que ―todo está bajo control‖. ¿Pero las caretas son en sí mismas un engaño? No necesariamente. En realidad, el engaño es creer que ellas son incondicionales. Creer es saber que las máscaras deben cambiar según las teatralizaciones; la religiosidad vacía no es más que la esquizofrenia de confundir la careta con la realidad, con el creer para sí, con Dios. La fe es un balbuceo que no podría ser si no fuera por el silencio que nos acongoja (Heb 11.1) No es una creencia que solapa la mudez, sino un tímido silbido que permite hacernos dar cuenta, desde la finitud de nuestros discursos, que lo que intentamos nombrar es algo que se escapa de nuestras manos. La fe colapsa cuando pretendemos aniquilar ese silencio como escenario primordial.

No hagamos que esta necesidad de ―normalidad‖ nos lleve, una vez más, a construir castillos amurallados que aparentan fortaleza, cuando en realidad esconden un cuerpo plagado de heridas y miedos dentro de un calabozo oscuro. No levantemos esos ídolos grotescos que apabullan de imágenes grandilocuentes y gritos ensordecedores, la amenaza del fracaso que siempre nos reta como humanidad, condición que tratamos de evitar por todos los medios posibles. Hoy podemos decir que reconocernos en ese estado de pasaje representa un acto ético, un gesto de cuidado mutuo, una apuesta a la comunidad como sentido básico de convivencia, de protección frente a lo inesperado, ya que sin abrirse a la distancia entre lo conocido y lo desconocido, no hay convivencia, ni honestidad humana en su más radical estado. En estos tiempos de pandemia, la dimensión sanitaria del distanciamiento social no se diferencia del distanciamiento ético que ha carcomido los valores de la justicia por mucho tiempo. El virus ha puesto en la vidriera esta triste realidad. Y todo se ha hecho en nombre de los Grandes Nombres (la Ciencia, el Progreso, la Religión, la Economía, la Evolución, la Raza, el Hombre, Dios) Tengamos el coraje de creer desde palabras pasajeras, desde vivencias que pueden acabar, desde los límites de la racionalidad, desde los bordes imaginarios. Aprendamos a convivir con el silencio que nos atraviesa, entregados/as a sus tiempos, a sus corrientes, sea de sonidos audibles o de afonías abismales. No es algo excepcional; es algo constitutivo. Simplemente nos hemos creído el cuento del mundo muy feliz, para evitar que nuestras seguridades se desvanezcan. Y ese egoísmo arrogante, al final, expuso en carne viva al sufrimiento y la muerte, especialmente a los sectores que son sacrificados para sostener la fantasía de quienes somos privilegiados/as. El silencio es el vacío que posibilita lo pleno,/ Todo lo lleno anhela el vacío/ para no quedar saturado de sí mismo./ El silencio de los sentidos, de los deseos, de la mente./ El silencio que nos devuelve el estado prístimo de ser,/ de simplemente ser en el Ser. Javier Melloni (lupaprotestante.com) 25/05/2020

80.¿Dónde está Dios en la pandemia del coronavirus?: Juan Sánchez En los que mueren y en los que viven; en los egoístas y en los generosos; en lo que tienen miedo y en los que tienen coraje; en los que solo están preocupados por su vida y en los que están preocupados por las vidas de todos… Dios está en todos, pero de diferente manera.

En unos ―apagado‖ y en otros ―incendiando‖; en unos ―escondido‖ y en otros ―manifiesto‖; en unos ―callado‖ y en otros ―clamando‖; en unos ―anulado‖ y en otros ―salvando‖… Dios es ―el poder que todo lo determina‖, es decir, a nivel humano, Dios es el poder que determina la vida y la muerte de los seres humanos, de las civilizaciones humanas, de la historia humana; Dios es el poder salvador de la vida y de la historia humana. 74

El momento en que vivimos, tiene una característica extraordinaria, es especialmente oportuno (kairós) para hablar de Dios, para preguntarse por Dios, para buscar a Dios, para dejarse impactar por Dios, es decir, por el poder que determina la vida y la muerte de los seres humanos de este planeta, amenazado también de muerte. Pero no solo eso, este tiempo en que vivimos está exigiendo que la pregunta por dónde está Dios, sea respondida mirando con atención a aquellas decisiones políticas, económicas, sociales, sanitarias, etc., en las que se juega la vida y la muerte de nuestras sociedades. Porque allí es donde Dios es ―afirmado‖ o ―negado‖, ―silenciado‖ o ―escuchado‖, ―ignorado‖ o ―adorado‖. Las iglesias, y las religiones en general como ―adoradores oficiales de Dios‖, podemos dedicar tiempo y esfuerzo a organizar cultos, liturgias, penitencias, etc., en los que relacionarnos con ―nuestro‖ Dios, (y que nadie lea en mis palabras una crítica de estas actividades religiosas, pues soy religioso y conozco el poder de las mismas); pero donde Dios está radicalmente en juego hoy, en nuestras sociedades, es allí donde se decide la vida y la muerte de la vida en este planeta. Organicemos todas esas actividades y busquemos en ellas a Dios, pero hagámoslo ―para nosotros‖, sin darle bombo ni platillo, pues no son comprendidas por la mayoría de nuestros conciudadanos, que las ven como una pérdida de tiempo, ya que Dios no ―puede‖ hacer nada contra la pandemia que padecemos. Y es verdad, Dios no puede hacer nada contra ella, que no haga también el ser humano. Pero eso lo sabemos nosotros, (aunque no todos, muchos creyentes siguen pensando que Dios ―puede‖ actuar ―mágicamente‖…), lo sabemos nosotros que vemos a Dios en todos los seres humanos como el poder que determina la vida y la muerte. Vuelvo a insistir, lo que está en juego hoy es ―qué poder‖ determina la vida y la muerte de nuestras sociedades: el poder del dinero que incluso en situaciones como las que vivimos sólo tiene ojos para sí mismo; o el poder de la solidaridad, de la entrega desinteresada de la vida por los demás.

Allí está Dios ―manifiesto‖, allí está ―presente‖ Dios, en todos los seres humanos que estamos viendo en nuestras sociedades ―dejarse la vida‖ para que sus semejantes vivan; se llamen cristianos o musulmanes, budistas o ateos, etc., se llamen como se llamen, ―encarnan‖ a Dios todos aquellos que ―dan su vida para que el mundo viva‖, que es la esencia del cristianismo tal y como se puso de manifiesto en la vida y la muerte de Jesús. En el centro de la fe cristiana está la vida y la muerte de los seres humanos. El momento actual es momento oportuno (kairós) para que pongamos de manifiesto al Dios de Jesús de Nazaret, y no al Dios de nuestros ―credos‖ y ―liturgias‖. Es el momento oportuno para mostrar a nuestra sociedad de qué va ―lo de Dios‖. Y lo vamos a conseguir si somos capaces de poner en el centro de nuestras preocupaciones y tareas el analizar las decisiones económicas, políticas, sociales, sanitarias, etc., en las que se juega el futuro de nuestras sociedades, se juega la vida y la muerte de nuestro planeta; y hacernos presentes en ellas. Organicemos cultos, oraciones, ayunos, etc., pero organicemos también grupos ecuménicos, interreligiosos, interculturales, etc., que analicen como se juega ―lo de Dios‖ (la vida y la muerte de nuestros semejantes) en las decisiones económicas, políticas, sanitarias, etc. que están decidiendo nuestro futuro. Allí es donde Dios está radicalmente ―en juego‖ en nuestra sociedad, hoy. (lupaprotestante.com) 04/06/2020

81.Cuidar del espíritu en tiempos de la Covid-19: Leonardo Boff

Cuidar del espíritu y de sus expresiones en tiempos de la Covid-19

Tratamos anteriormente en este blog de cómo cuidar de nuestro cuerpo y cómo cuidar de nuestra psique en el contexto de la Covid-19. Como somos cuerpo-menteespíritu, falta abordar cómo cuidar de esta última dimensión, la más excelente de todas, el espíritu. Lo mismo que hicimos con el concepto de cuerpo y de psique, vamos a hacerlo ahora con el concepto de espíritu. Nos proponemos ampliar su concepción, pues somos herederos de una interpretación que empobrece su realidad. Nos ayudan las ciencias de la vida y la nueva cosmología, que en el proceso evolutivo no solo toman en consideración sus aspectos físicos y determinísticos sino que incluyen las emergencias más importantes del proceso cosmogénico que son la vida, la subjetividad y la conciencia refleja. Todas estas dimensiones revelan el universo en su exterioridad, que la física y la astrofísica captan, pero también en su interioridad, que las ciencias de la vida intentan descifrar.

Qué es el espíritu en la nueva cosmología

Entender el espíritu como una sustancia invisible e inmortal es decir media verdad y limitar su amplitud. No dice nada sobre su enraizamiento en el universo ni habla de su lugar en el conjunto de todas las relaciones, ya que todo es relación y no existe nada fuera de la relación. El espíritu como sustancia invisible e inmortal parece existir en sí y para sí mismo, fuera del conjunto de seres.

Hoy podemos afirmar que el espíritu posee la misma ancestralidad que las energías y la materia originaria. Él estaba ya presente en el momento inicial del universo, hace 13.700 millones de años. Esto se volvió más convincente cuando se descubrió que la materia no posee solamente masa y energía, sino que tiene también una tercera dimensión: es portadora de información. La información nace del juego de relaciones que todos los seres mantienen entre sí, dejando uno marcas en el otro. Cuando los dos primeros hadrones (primera formación de la materia) o enseguida los top quarks (las partículas menores de materia subatómica) se encontraron, ocurrió un intercambio de energía y de materia. Cada cual se modificó. Quedaron marcas de ese encuentro. Estas marcas se van acumulando forjando las informaciones. Todos los seres son productores y portadores de informaciones, inscritas en su código genético. Éstas se van almacenando y organizando más y más a medida que el universo avanza y adquiere una complejidad mayor. A nivel humano se alcanza un estadio elevadísimo de complejidad hasta el punto de aparecer la información como conciencia refleja. Aquí es donde la Energía de fondo, poderosa y amorosa, que sostiene todas las cosas se ha manifestado más. Es la mejor expresión de lo que llamamos Dios, que siempre está actuando dentro del proceso evolutivo. Al emerger el ser humano se ha manifestado de manera más densa y especial. El Génesis lo expresa en el lenguaje simbólico de la época: ―Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz el soplo de la vida y el hombre se convirtió en un ser vivo‖ (Gn 2:7). El ―soplo de la vida‖ es el espíritu. Estaba en el universo, pero no de forma consciente. Ahora, por la acción del soplo divino se volvió consciente de sí mismo. Este espíritu está en cada parte de nuestro «cuerpo» (el código genético presente en cada célula) pero se organiza en órdenes a partir del cerebro, cuyo número de neuronas asciende a cifras de miles de millones con billones de sinapsis (conexiones) entre ellas. Es importante resaltar que esta conciencia pertenece de modo propio al universo, en nuestro caso a nuestra galaxia, a nuestro sistema solar, al planeta Tierra y, finalmente, a cada persona humana. La conciencia posee su prehistoria hasta irrumpir en nosotros como conciencia de la conciencia. Nosotros no tenemos espíritu como no tenemos cuerpo. Somos ser humano-espíritu así como somos ser humano-cuerpo, ser-humano psique, como ya señalábamos anteriormente en este blog. ¿Cómo se revela el ser humano-espíritu o el espíritu humano? Es aquel momento de la conciencia en que él se da cuenta de sí mismo, se siente parte de un Todo mayor y se abre al Infinito. El espíritu es el ápice de la autoconciencia. ¿Y cuál es la singularidad del espíritu? Reside en su capacidad de crear unidad, de hacer una síntesis de las informaciones y formar un cuadro coherente; es la capacidad de discernir en las partes el Todo y en el Todo las partes, pues comprende que hay un hilo conductor, un eslabón que une y re-une todas las cosas. Ellas no están dejadas ahí arbitrariamente; se articulan en órdenes de las más diferentes formas. Constituyen un Todo orgánico, sistémico y estructurado siempre en redes de relaciones. Este Todo no es algo establecido de una sola vez. Es un Todo dinámico. Pasa por fases caóticas y desordenadas para enseguida reordenarse y adquirir nuevamente equilibrio y armonía. Espíritu, por lo tanto, es la capacidad presente en el universo de crear síntesis de las relaciones y unidades sistémicas a partir de estas relaciones. El espíritu es un principio cosmológico, es decir, pertenece a la estructura y a la dinámica del universo y permite entender el universo tal como es, pues esta es su función como principio. Por eso se dice que el universo es espiritual, pensante, consciente, porque él es relativo, panrelacional y autoorganizativo. En su debido grado, todos los seres participan del espíritu. La diferencia entre el espíritu de una selva y el espíritu del ser humano no es de principio sino de grado. En ambos funciona el mismo principio pero de forma diferente. En nosotros creando unidades significativas y alta capacidad de relación. De modo autoconsciente. En la selva, el principio se revela por la unidad de la floresta como una totalidad dinámica, no simplemente como un amontonamiento de árboles, sino como selva. Pero de un modo no autoconsciente, o con una conciencia propia de la selva, conectada a su vez con todo el universo, con sus energías y con las fuerzas directivas de la vida y de la Tierra.

Formulada esta explicación inicial, cabe preguntar:

¿Cuáles son las características distintivas del ser humano-espíritu o del espíritu humano? La primera y más inconfundible de todas ellas es su dimensión transpersonal, llamada también de trascendencia. Dimensión transpersonal o trascendencia significa aquí que el ser humano no está encerrado y limitado a su propia realidad. Él siempre desborda y traspasa cualquier límite. Trascendencia es estar abierto en totalidad a sí mismo, al otro, al mundo y al Infinito. Es su apertura total que va más allá de los límites corporales. 76

Por eso, se dice que el ser humano-espíritu habita las estrellas, es decir, con su espíritu atraviesa los espacios infinitos y supera todos los límites temporales que se le antojen. Por ser un ser de trascendencia, el ser humano-espíritu es pan-relacional. Puede entablar relaciones con todos los tipos de seres. Para él no hay horizontes cerrados. Cada horizonte se abre a otro y a otro, y así indefinidamente. Esta es la razón por la que afirmamos que el ser humano es un proyecto infinito y está devorado por un deseo nunca saciable, a no ser en la comunión con el Infinito real que le es adecuado. Es la Última Realidad, Dios. Esa capacidad de trascendencia liga al ser humanoespíritu con el Todo. El ser humano se siente sumergido en él y se percibe parte de él. Ese Todo no está en ningún lugar, porque engloba todos los lugares. Es propio del ser humano-espíritu interrogarse sobre la naturaleza de ese Todo que lo envuelve. Todos los nombres de cualquier lengua y cultura terminan diciendo: es el Ser o simplemente el Espíritu absoluto, es aquello que las religiones llaman Dios. Lo extraordinario del hombre/mujer-espíritu es poder entrar en comunión con la Suprema Realidad, agradecerle la grandeza del universo y el don de la vida. Alabarlo por su magnanimidad y amor, por haber creado todas las cosas y seguir diciendo en cada momento: ¡fiat, hágase, renuévese, exista! Sin esa palabra todo volvería a la nada. Por eso cabe celebrar la vida y danzar delante del Creador. Pero también, a causa del caos que puede manifestarse en el universo, en la Tierra y en la vida, llorar delante de él y preguntar: ¿Por qué, oh Dios? ¿Por qué permites la muerte de tantos por la Covid-19, por qué la destrucción avasalladora de un tsunami o de un terremoto o, como relata la crónica cotidiana, la muerte de un joven dentro de casa por una bala de la policía irresponsable o por una bala perdida en un tiroteo entre policías y bandidos? ¿Por qué? Ante estos muchos ―por qués‖, todos nos volvemos un poco como el Job bíblico que cuestiona, critica, se rebela ante de Dios para, finalmente, callar reverente ante el misterio, porque Dios es mayor que nuestra razón y puede ser de una forma que no podemos comprender. A pesar de esos absurdos, descubre que Dios es el supremo amante de la vida (Sab 11, 26) que no permitirá que el luto, las lágrimas y la desgracia tengan la última palabra. Es el espíritu que confía y cree. Al final Job recupera la plenitud de la vida. Otra característica del ser humano-espíritu es su libertad. Libertad es la capacidad de autodeterminación personal. Siempre hay elementos determinantes venidos de los distintos enraizamientos que presenta la existencia: de origen, de clase, de color, de inteligencia etc., pero el ser humano puede enfrentarse por sí mismo (auto) a estos condicionamientos. Puede asumirlos, rechazarlos y modificarlos. En él reside una fuerza que le permite sobreponerse a ellos. Estos lo limitan (no hay libertad sin límites), pero no lo pueden aprisionar. Incluso esclavizado con cadenas de hierro es un ser libre, pues esa es su esencia en cuanto espíritu. La historia humana es la historia de expansión de la libertad, a pesar de todos los retrocesos, historia de romper amarras, de conquistar espacios de autodeterminación y de plasmación de su vida y su destino. En la historia que conocemos, la libertad, si bien intrínseca al ser humano, nunca es simplemente concedida, sino conquistada en un proceso de liberación. Liberación es la acción que crea libertad. Paulo Freire, tan injustamente calumniado por enemigos de la inteligencia, pero un gran educador, nos dejó esta lección: nadie libera a nadie; nos liberamos siempre juntos. Toda creatividad, todo el universo de las artes, de la ciencia y de la técnica, de la música y de la danza tienen como base la libertad. Sin libertad la comunicación se transforma en farsa y la palabra esconde más de lo que revela. Pero, principalmente, la libertad hace al ser humano un ser ético, responsable de sus actos y de las consecuencias de sus actos, que decide sobre el bien y el mal para él y para los otros. La libertad le permite ser un ángel bueno o un malhechor y criminal. Sólo un ser libre puede donarse totalmente a otro o a una causa, como en este momento dramático del imperio de la Covid-19, cuando los trabajadores de la salud, de la medicina y la enfermería y otros trabajadores clave entregan sus vidas, se arriesgan a contaminarse para tratar de salvar la vida de otros. Si la tan gastada palabra ―héroe‖ tiene valor, ha de aplicarse aquí, no a los héroes de la guerra que se hacen héroes matando. Aquí, en los hospitales, están los verdaderos héroes de la vida porque salvan vidas. Hay valores como estos por los cuales vale la pena dar la vida. Morir así es digno. Por cómo ejercemos nuestra libertad, si elegimos el bien o si nos rendimos al mal, seremos juzgados por nuestra propia conciencia ante el Señor de la historia. Este juicio define nuestro destino final y el marco final de nuestra existencia, siempre bajo el arco de la infinita misericordia de Dios. Otra característica singular del hombre-espíritu es su capacidad de amar. El amor irrumpe como una fuerza cósmica, cantada por Dante Alighieri en la Divina Comedia y por todos los grandes espíritus. El amor es tan

excelente que para los cristianos define la naturaleza íntima de Dios: Dios es amor (1 Jn 4,8). El médico Paes Campos, en su libro Quem cuida do cuidador (Vozes, 2005) lo ha dicho muy bien: «El acto de cuidar es la materialización de un sentimiento de amor». Eso es lo que están haciendo todos los que trabajan abnegadamente en los hospitales en este momento del coronavirus. Amar es hacer don de sí mismo al otro, y entregarse incondicionalmente a él o a ella, es hacer lo imposible para estar junto a la persona amada, es sentirla dentro, es no entender más la vida sin él o sin ella, es experimentar el infierno cuando, por cualquier razón, el amor ya no existe o no tiene vuelta atrás. Sin el amor desaparece todo el brillo, toda la alegría y el sentido de la vida. Amar es decir: tú no puedes desaparecer ni morir. El ser humano-espíritu puede también odiar, rechazar, torturar bárbaramente, bestializarse completamente cuando se deja llevar por la ira incontrolable y el deseo de destrucción, como en los sótanos de tortura de nuestro régimen dictatorial pasado. Esta sombra forma también parte de la realidad de su espíritu, como el espíritu malo. Hemos visto personas insensibles y sin ninguna empatía con las víctimas del coronavirus. Son inhumanas. Pero el ser humano-espíritu también puede perdonar. Es otra característica suya. Perdonar no es olvidar la herida que todavía sangra, es no ser rehén de ella ni seguir aferrado al pasado. Perdonar es esforzarse por ver al ofensor con compasión, benevolencia y amor. Es liberarse para el mañana y para nuevas experiencias. Junto con el perdón viene la capacidad de com-pasión, una de las características más nobles del espíritu. Compasión, tan necesaria en esta tiempo triste del coronavirus, que produce un océano de sufrimiento en el que están sumergidas miles de personas en nuestro país y en toda la Tierra, es asumir el lugar del otro, no dejar que los familiares y amigos sufran solos, ofrecerles un hombro, más que hablar es guardar silencio, reverente y compasivo, llorar juntos y ponerse solidariamente a su lado en el mismo camino. Todo esto puede el ser-humano-espíritu Pero también la ausencia de generosidad y de compasión puede asumir formas apocalípticas. Tres días antes de suicidarse, el 27 de abril de 1945, Hitler escribió en su diario: Al final de todo, me viene el arrepentimiento de haber sido tan generoso con los judíos…‖ (Johnson, P., Tempos modernos, Río, 1990, p. 345. Madrid, 2007). Generosidad siniestra, por no haber conseguido dar una solución final a los judíos (Endlösung) –envió a las cámaras de gas a seis millones–y no haber podido mandar exterminar a 30 millones de eslavos como había decidido. Aquí el espíritu se revela como la perversión suprema. Lo antihumano es también parte de lo humano, complejo y misterioso. Otra característica del ser humano-espíritu es la de ser el eterno interrogador, atormentado permanentemente por preguntas últimas. Sólo él las hace porque es portador de autoconciencia, inteligencia y percepción del Todo: ¿Quién creó el universo?, ¿Por qué los miles de millones de galaxias con sus incontables estrellas y planetas? Ellas no están ahí por sí mismas. Alguien las puso en la existencia y las sustenta. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué y para qué nací? ¿Cuál es mi lugar y mi misión en este conjunto indescifrable de seres? ¿Cómo debo comportarme ante el otro y la naturaleza? Terminada mi jornada en este pequeño planeta ¿adónde voy? ¿Qué puedo finalmente esperar? Las respuestas no están codificadas en ningún manual, aunque todos los textos sagrados e innumerables filosofías se esfuercen por ofrecer respuestas apaciguadoras. Pero ninguna de ellas sustituye nuestra propia tarea existencial de formular una respuesta personal que compromete todo el ser. Puede que las personas más escépticas y descreídas consigan rehuir estas indagaciones por un tiempo, pero como pertenecen a la estructura de nuestro espíritu, surgen de nuevo cuando menos se espera, especialmente cuando muere un ser querido, y no hay cómo evitarlas porque tienen la fuerza intrínseca de volver una y otra vez. No sin razón los ateos son las personas que más hablan de Dios, aunque sea para negarlo. Negación que no consigue matar la pregunta existencial. Repunta de nuevo con el vigor de un brote después de una lluvia en tierra reseca. Finalmente, una característica básica del espíritu es su capacidad de síntesis. Como la naturaleza del ser humano-espíritu es relacional, le cabe a él hacer la síntesis entre el cielo y la Tierra, entre lo inmanente y lo Trascendente, entre la exterioridad y la interioridad. Así como la psique necesita un Centro para ordenar todas las energías y pulsiones que la habitan, el espíritu se siente herido o escindido si no logra una Síntesis, no teórica, sino vital-existencial, que dé dirección a su vida. Por eso cada persona posee consciente o inconscientemente una cosmovisión, es decir, una lectura del mundo, una interpretación del curso de la historia, una visión de conjunto. El espíritu no aguanta una esquizofrenia existencial que separa, opone, desune y atomiza la realidad. Él necesita un marco ordenador de todas sus experiencias, ideas y sueños Mucho más se podría decir del ser humano-espíritu, pero nos bastan estas referencias para fundamentar nues-

tro intento de pensar la realidad a la luz del paradigma del cuidado y de lo que nos sugieren las ciencias.

Cuidar del espíritu es vivir la dimensión humanoespiritual

Como se deriva de las reflexiones hechas, el espíritu es una realidad tan sutil y sujeta a tantos percances –justamente por ser lo mejor y más alto de nosotros–que debemos cuidarlo celosamente y preocuparnos de preservarlo con todo su carácter infinito Cuidar del espíritu conlleva cultivar la espiritualidad. Necesitamos liberar la espiritualidad de su encuadre dentro de la religión. No existe, por cierto, religión sin espiritualidad; la religión nace de una profunda experiencia espiritual, pero puede existir espiritualidad independiente de la religión. Cuidar de la espiritualidad es cultivar una actitud de apertura permanente ante cualquier realidad. Es estar disponible al nudo de relaciones que es uno mismo. Es vivir concretamente la transcendencia, es decir, no dejarse atrapar por ninguna de las realidades concretas, lo que no significa no comprometerse ni asumir responsabilidades con seriedad, sino saber ir más allá de ellas. No hundirse con ellas cuando fracasan ni apegarse a ellas cuando triunfan. La espiritualidad pide silencio. Silencio no es no decir nada, sino abrir espacio para que pueda ser oída otra palabra que viene de lo más profundo de nosotros mismos, de la conciencia, de una persona, tal vez anónima, del propio Dios que nos puso en este mundo. El cuidado del espíritu implica no colocar trabas en el encuentro con el otro. Vivir espiritualmente es acogerlo. Dice la leyenda griega, confirmada por las Escrituras judeocristianas, que un matrimonio mayor y pobre al acoger a un miserable, descubrió que había hospedado a Dios escondido en la figura del pobre. El cuidado del espíritu lleva a cultivar la bondad, los buenos deseos, la solidaridad, la compasión y el amor. Estos son los valores que constituyen la sustancia de la espiritualidad, que nos acompañan a lo largo de la vida y que llevamos más allá de la muerte. A veces este espíritu de cuidado se hace a través de una conversación sincera con un amigo, al oír una música que nos llega a lo más profundo del alma, con la lectura de algún libro, de un encuentro especial con una persona sabia, viendo una película, vídeo o teatro. O simplemente oyendo con atención lo que piensa de la vida el tendero de la esquina, el taxista, el vendedor ambulante, y oyendo las quejas del mendigo de la calle. Cuidar del espíritu es abrirse al misterio del mundo y al misterio mayor que es Dios. La espiritualidad no puede reducirse a leer y pensar sobre Dios, hay que sentirlo en el corazón, poder dialogar con él y escuchar su voz que viene de todas las cosas, pero especialmente de los llamamientos de nuestra conciencia. Es importante dar el paso de la cabeza al corazón, porque es el corazón el que siente, venera y ama a Dios. El resultado de este cuidado se hace sentir pronto a través de una vida más serena, de una paz que ningún ansiolítico o droga puede producir. Es vivir la vida como quien se siente en la palma de la mano de Dios. Entonces, ¿por qué temer? ¿Qué mayor disfrute puede existir que verse libre de los miedos y sentirse acompañado por una mirada amorosa? Cuidar del espíritu implica también cuidar del ambiente social, cuidar de los otros para que la atmósfera que nos rodea no se vuelva inhumana, obsesionada por la búsqueda del placer, del consumo y por el descontrol de los instintos, dañinos para la persona y para los demás. En este campo hay mucho que hacer, empezando cada cual consigo mismo, haciendo su revolución molecular, y al mismo tiempo rechazando entrar en los «esquemas de este mundo» según el apóstol Pablo (Rm 12,2) y reforzando todas aquellas iniciativas que representan alternativas y semillas de una nueva forma de habitar la Casa Común. El cuidado en su núcleo esencial exige otro tipo de paradigma de civilización en el cual no impera el capital material y la acumulación de bienes sino en el que el capital humano-espiritual será un eje central, capaz de dar un rostro más humano y fraterno a la convivencia humana, con los otros y con la naturaleza Pemítanme terminar con una afirmación que se ha vuelto casi banal, pero que no ha perdido verdad y actualidad: el mundo nuevo, después del coronavirus o más tarde, será más espiritual o no será. Razón de más para comenzar a ser más espirituales, es decir, más sensibles, cooperativos, amorosos y cuidadosos, en fin, más humanos. (amerindiaenlared.org) 05/06/2020

82.Pensar en la providencia en tiempos del

Coronavirus: Alfonso Pérez Ranchal Las grandes tragedias del siglo XX supusieron un antes y un después en el pensamiento teológico sobre la teodicea. Fueron especialmente las dos guerras mundiales las que hicieron que la posición tradicional sobre este tema se derrumbara. Esto tal vez es desconocido para cierto sector del cristianismo que suele vivir y pensar muy encerrado en sí mismo, sin mucha apertura a un pensamiento cristiano más amplio que desde hace tiempo ha superado ciertas propuestas. Al presente el mundo vive en medio de una terrible pandemia, está en shock, y de nuevo se hace las mis-

mas preguntas de siempre en relación a Dios y a su bondad, a su soberanía y omnipotencia, y a la libre voluntad humana. Como si nada se hubiera escrito o reflexionado en el siglo anterior se da el fenómeno de saltarlo y volver a posiciones decimonónicas para responder a cuestiones del siglo XXI. La teología se vio obligada a realizar una intensa revisión de la imagen o concepto de Dios. Es más, cayó una gran interrogante sobre el mismo concepto de Dios. Un Dios bueno y todopoderoso no era, ni es, compatible con lo visto y vivido. El mal moral humano ponía además otro interrogante sobre la santidad divina y su aparente permisividad, ¿cómo es posible conciliar todo esto? Al presente muchos son los que rezan, los que oran. Una buena parte de ellos creen sinceramente que serán escuchados en su dolor si «saturan» a Dios con sus oraciones. No faltan los que ven la mano de Dios en determinadas circunstancias; y también están los que creen que Dios en realidad lo controla todo y además ha sido él el responsable directo de lo que estamos viviendo. ¿Cómo, por extensión, encaja en todo esto la libertad humana, o tal vez la misma no existe y este mundo se trata de una especie de parque temático para el disfrute de la deidad? La respuesta clásica había sido apuntar a que el mal moral provenía de la libertad humana y la providencia divina se desarrollaba teniéndola presente. En cuanto al mal físico, al sufrimiento o al dolor, la apologética clásica daba dos respuestas. Por un lado, el sufrimiento es consecuencia de la transgresión de un mandamiento divino y sirve precisamente para poner freno al mal moral que lo provocó. De análoga forma se razonaba para un desastre natural cuando se llevaba la vida de centenares o de miles de personas: es algo bueno ya que le recuerda al ser humano su lugar, condición y el reconocimiento y dependencia que le debe a Dios. Por el otro lado, el sufrimiento obliga a la persona a que se ejerza en la virtud. Lo acepta como procedente de Dios para expiar su pecado, le provee méritos y se asemeja a Cristo en sus sufrimientos. Muchos cristianos del presente ya no aceptan estas respuestas. La razón es que estas dos explicaciones clásicas no se ajustan a la realidad, en demasiadas ocasiones los que sufren son los inocentes y los más desvalidos. Pero ante esta respuesta se volvía a argumentar que mientras estemos en este mundo las calamidades afectan tanto a unos como a otros; o que incluso que Dios sí que guarda más a unos que a otros –en este caso a sus hijos- lo que ocurre es que nosotros no entendemos o no tenemos acceso al conocimiento de sus pensamientos. Ya lo comprenderemos todo, se seguía apuntando, cuando estemos con él, mientras, tengamos en cuenta que los padecimientos del presente no son nada comparados con lo que Dios nos tiene reservado, y no faltaba un texto bíblico como podría ser el de Romanos 8:18. La posición tradicional puede ser aceptada si realmente le encontramos sentido a un sufrimiento, si se ven incluso beneficios en la persona que lo padece. Pero esto en gran cantidad de ocasiones no sucede, es más, la realidad lo contradice y además en los casos más significativos, en los más trágicos. Hans Jonas, filósofo judío, tras afirmar que el sufrimiento anterior de su pueblo a lo largo de la historia podría explicarse como resultado de su infidelidad o como martirio –siguiendo la perspectiva bíblica-, lo que había sucedido en los campos de concentración nazi hacía estallar todo intento de comprensión, así escribió lo siguiente: «Nada de todo esto tiene ya validez después de Auschwitz donde no tuvieron cabida ni la fidelidad y la infidelidad, ni la fe ni la increencia, ni la falta ni su castigo, ni la prueba, ni el testimonio, ni la esperanza de redención, ni siquiera la fuerza o la debilidad, el heroísmo o la cobardía, el desafío o la sumisión. No, de todo esto Auschwitz, que devoró incluso a los niños, no supo nada; ni siquiera tuvo la menor ocasión de saberlo. No fue por amor a su fe por lo que murieron aquellos seres (como todavía mueren los testigos de Jehová); tampoco fueron asesinados a causa de tal o cual orientación voluntaria de su ser personal. La deshumanización por medio del extremo abajamiento o despojo precedió a su agonía; a las víctimas destinadas a la solución final no se les dejó el menor ápice de nobleza humana: nada de todo esto era ya reconocible en los supervivientes, en los fantasmas esqueléticos de los campos liberados […] Y Dios dejó hacer. ¿Quién es ese Dios que pudo dejar hacer? [1]». Es por ello que el providencialismo rechina tanto. El providencialismo es la creencia de que Dios actúa en cada uno de los detalles de nuestra existencia. Esta creencia por muy popular que sea en algunos círculos, desfigura a Dios y lleva a una serie de desviaciones. Esta actuación a menudo se presenta como permisividad divina, si algo ocurre es porque Dios así lo ha querido, no ha actuado en sentido contrario para evitarlo. Realmente se trata de una interpretación que provee cierta tranquilidad psicológica ya que suprime el azar cuando las causas que producen una desgracia se entrecruzan sin más explicación aparente.

Este azar provoca angustia y ansiedad, así que se inserta en la cadena de sucesos a Dios. Pero hay situaciones, como ya he apuntado más arriba, que es del todo imposible aceptar que vengan de Dios a menos que neguemos su bondad. Ante ellas los providencialista suelen callar y remitir a los misteriosos caminos de Dios, o que Dios es soberano y hace lo que quiere, confundiendo de esta forma soberanía con tiranía. Pero el Getsemaní nos muestra que Dios no actúa en base a milagros, las heridas y los fracasos son parte de la vida y el Evangelio nos ayuda a asumir todo ello y a trabajar en favor de los desdichados. La teodicea tiene el rostro de Jesucristo. En la misma Biblia hay textos sorprendentes. Muchos Salmos muestran la perplejidad ante el silencio de Dios, ante la realidad de que a los justos no les llega la felicidad ni a los impíos la desdicha. Es el tema bíblico del «Dios escondido», así aparece en Isaías 45:15 cuando el profeta tiene que enfrentar el desastre de la caída de Jerusalén en el 587 a. C. y del exilio. La fe debe reconocer tanto la presencia como la ausencia de Dios. En los Salmos la fórmula «Dios esconde su rostro» aparece bastante (10:11; 13:1; 30:8; 51:11) y muestra el alejamiento de Dios por un tiempo que se desconoce. Si vamos al Nuevo Testamento en el mismo no se indica que Dios nos vaya a librar de los infortunios, sino que en medio de ellos nos sostiene, nos acompaña. Dios respeta el azar y la fabilidad humanas y aun así sigue siendo providente ya que cumple sus propósitos contando con estos límites. Esto se debe a que ha creado al ser humano con autonomía. Dios busca relacionarse con alguien que sea libre, quiere que colabore de esta forma con él y así llevar adelante sus designios. Y esta relación se basa en la confianza, esto es en la fe por nuestra parte. Esta confianza no significa que se está esperando que Dios realice una actuación maravillosa, sino que es una espera en Dios, aunque todo parezca que va en contra de sus designios. Si Dios es verdaderamente bueno no puede esclavizar a nadie, todo lo contrario, crea y respeta la autonomía. Dios desea que la persona se le adhiera por decisión propia. Dios, por tanto, tiene una intervención discreta ya que actúa por causas segundas para no violentar la libertad humana. Pero es por esto también que sus acciones no son evidentes. Sin duda actúa en la historia humana, pero no la predetermina. Influye en la persona, pero respetando su fragilidad y decisiones, tanto que permitió la propia caída del ser humano. Es aquí en donde la fe tiene su razón de ser, su finalidad: poder ―ver‖ y considerar así la realidad que parece que apunta en dirección contraria. Ante las tragedias que sucedieron en el siglo XX y la que vivimos al presente, parece que Dios está en silencio de forma indefinida. La respuesta del creyente debe ser un llamado a la confianza y a la esperanza para no desmayar. Es esta perspectiva la que nos hace madurar como personas y la decisión de tomarnos muy en serio nuestra responsabilidad ante Dios y el prójimo. La providencia está en mí, en la forma en la cual yo entiendo e interpreto lo que me pasa y rodea. Lo concibo desde Dios, tengo que aceptar el mundo tal cual es, y esto se logra por medio de la fe y de la oración, una oración que me remite a mí mismo. La oración que no cae en infantilismos no pretende hacer cambiar a Dios ni moverle para que actúe en un desastre como si Él estuviera mirando desde su trono de forma impasible. Por supuesto, pedimos por sanidad, para que nos libre de la angustia de la pérdida, pero debemos saber que muy posiblemente nada de esto ocurra. Es por ello que la oración lo que hace es crear en nosotros más dependencia de Él, de ser conscientes de que estamos ante un Dios bueno y soberano, no ante un tirano. A la par, nos hace sensibles, nos une al dolor y llanto de tantos otros, somos cambiados interiormente. Es precisamente por un acto de fe que se puede aceptar la providencia divina, ya que la misma, como hemos indicado, no es en absoluto evidente. Cuando en el Padrenuestro se pide que se haga la voluntad de Dios es claro que eso significa que en esta tierra mucho de lo que ocurre no es de acuerdo a ella. Y es que en esencia la oración de intercesión es un acto de esperanza. Este acto también libera del egoísmo de una relación individual centrada en nosotros y en nuestras necesidades. Recordemos que nuestro Dios no es un Dios guerrero, tribal o cruel. Por el contrario sabemos que fue crucificado… pero la historia no acabó ahí, al tercer día todo cambió y en esa esperanza esperamos.

Nota:

[1] Citado en LISON, JACQUES. ¿Dios proveerá? Cantabria: Editorial Sal Terrae, 2009, p. 47. (lupaprotestante.com) 04/06/2020

83.Espiritualidad en tiempos de contagio:

Juan Pablo Espinosa Arce

Tiempos de preocupación

Son tiempos de preocupación, de cuidado, de autocuidado y de cocuidado. La irrupción del virus COVID-19, llamado popularmente como el ―coronavirus‖, nos afecta a todos de alguna u otra manera. Es interesante la

palabra ―afectación‖, la cual indica que algo nos impacta, nos importa, nos concierne. El virus en expansión nos afecta, nos daña, nos recuerda cuan vulnerables somos. El filósofo Karl Jasper habla de las ―situaciones límites‖, es decir, de todas aquellas cosas que hacen que el ser humano recuerde su precariedad y vulnerabilidad: la enfermedad, el dolor, el fracaso, la muerte. A partir de esto, me surge la pregunta de cómo pensar una espiritualidad en tiempos de contagio. ¿Qué le dice la experiencia espiritual al contagio y qué nos aporta el contagio a nuestra comprensión de la espiritualidad? Son algunas de las cosas que buscamos ofrecer en esta columna.

La espiritualidad es una búsqueda humana

El psiquiatra chileno Sergio Canals en su obra ―El poder de la caricia‖ define la espiritualidad como una actitud de búsqueda propia del ser humano que se enfrenta a la realidad. Jasper, por su parte, vincula las situaciones límites con estas búsquedas más profundas y comenta que la razón técnica, las búsquedas del progreso económico, social, político, cuantitativo, han ―privado‖ al ser humano de esta dimensión más profunda que es la espiritualidad. Pero, y aquí aparece algo interesante, a saber que esta misma época actual nos ha demostrado que las lógicas de exceso de acumulación, del culto al dios dinero o de las tentaciones del poder no son para nada eficaces al momento de enfrentarnos a un virus. Insistimos con lo que anteriormente decíamos: el virus nos recuerda –como un fantasma de Dickens –que somos vulnerables, que nos enfermamos, que estamos en situaciones de precariedad. Pienso también que estos días de cuarentena, del no poder salir de las casas, de no tener las rutinas diarias normales nos recuerdan que hay muchas personas que viven todo el año precariamente. Quizás este tiempo también es una invitación a entender que la espiritualidad en semanas de crisis sanitaria es un recuerdo de que somos polvo, de que somos frágiles (Cf. Gn 3). ¿Qué formas de espiritualidad tenemos y que nos pueden ayudar estos días de cuarentena y durante toda la vida? La oración, la meditación, la contemplación amorosa, el silencio y la quietud, la práctica de la serenidad, la soledad, el compartir con la familia dentro de la casa, la capacidad de asombrarnos, la reflexión ante lo pequeño, la acogida bondadosa del otro, el cuidado, el autocuidado y el cocuidado. Con estas propuestas, nos damos cuenta de que la espiritualidad es una vuelta al origen, a la matriz, al hogar. Curiosamente la invitación de estos días es QUÉDATE EN TU CASA, lo cual puede entenderse como la recuperación de la espiritualidad y del origen. El filósofo chileno Humberto Giannini dice que en la casa y nuestro estar en ella es una disposición espiritual que cuando entramos a ella volvemos a la seguridad del útero materno. La casa es un espacio protegido, en donde encontramos el cuidado ante la crisis. La casa manifiesta un sentido de responsabilidad para con los nuestros. Si yo me cuido puedo cuidar a los otros y así nos cuidamos entre todos. Esto ya es espiritualidad. De algún modo la peste nos empuja a volver al origen, a encontrarnos con el otro y a practicar una actividad tan básica como es el conversar. El mismo Giannini define la conversación como un tipo de acogida, como un modo de ser hospitalarios. En la conversación somos seres auténticamente humanos: ¿cómo estás? ¿cómo te sientes? ¿qué piensas? ¿qué sueñas? ¿qué esperas? ¿qué necesitas? ¿qué temes? Con la espiritualidad de la casa, de la conversación y en medio de la época del contagio recuperemos la humanidad, esa humanidad que está amenazada y que comienza a ser consciente de su precariedad.

Espiritualidad de la casa

La espiritualidad de los tiempos de contagio es una espiritualidad de la casa, de la conversación, de la humanidad amenazada. Con ello volvemos con Canals: ―se funda una ética de la responsabilidad para conmigo y los otros como una comunidad de personas, infinita y sagrada‖. Ofrezcamos finalmente algunas características de esta espiritualidad que hemos tratado de reseñar: - Hoy es el tiempo en donde separarnos es la manera más amorosa de estar juntos. - En donde quedarme en casa va manifestando el sentido común, que es el menos común de los sentidos. - En donde el cuidarnos, el co-cuidarnos, el co-cuidado refleja nuestra responsabilidad ciudadana y trascendente. - En donde hoy es la hora de sumar. - Empatía y responsabilidad aparecen como fundamentos de nuestra espiritualidad. Con ello hemos visto que la espiritualidad no se reduce a una cuestión meramente religiosa o confesional, sino que ella es una forma auténtica de ser auténticos seres humanos. (lupaprotestante.com) 19/05/2020

84.Cinco conclusiones hermenéuticas:

Leonardo Goyret Luego de años de reflexiones, llegué a las siguientes cinco conclusiones (que son, como todo proceso de reflexión fuera del fanatismo, provisionales): 1. Todo el AT debe ser interpretado a la luz del NT. Y todo el NT debe ser interpretado a la luz del amor redentor de Jesucristo. 2. Por tanto, la clave hermenéutica suprema de toda la Biblia es el amor redentor (el liberador, el sanador, el reconciliador). 3. En consecuencia, todo texto bíblico adquiere su verdadero sentido en lo que nos ofrece como mensaje liberador para nuestro tiempo. En lo que sirve como recurso para evitar o superar la represión, la opresión o la exclusión que impiden al ser humano ser como es, sentir lo que siente y buscar su felicidad, sin hacerle daño a los demás, ni dañar la naturaleza. 4. Entendido esto, los textos bíblicos son normativos en cuanto expresan el amor redentor de Jesucristo. En todo lo demás son hijos de su tiempo, muchas veces portadores de odios y prejuicios de aquellos tiempos antiguos. 5. Por eso, es necesario que pasemos de la inerrancia del texto a la inerrancia del Espíritu Santo a través del texto. Pues solo Dios-Amor es ―inerrante‖. Solo DiosAmor es "infalible". Toda vez que la Biblia lo comunica, toda vez que nos da testimonio de su amor redentor, es un testimonio fiel y verdadero. Solo entonces. (facebook.com/hermeneuticaseverinocroatto) 26/05/2020

85.El capitalismo de la vigilancia: Carlos

Fazio Mientras en medio de la emergencia sanitaria del Covid-19 millones de personas en el orbe, presas de la desinformación y la manipulación e inoculadas por el miedo, viven en un traumático confinamiento cuasi total –sometidas a profilácticas medidas disciplinarias equivalentes al estado de sitio, la ley marcial o el toque de queda−, se estaría desarrollando un proceso totalitario de reingeniería social, cuyo objetivo fundamental sería desencadenar una restructuración económica, social y política global, que según algunas hipótesis será regida por un nuevo gobierno mundial (o soberanía supranacional), controlada por una élite de poderosos especuladores financieros y banqueros de Wall Street; las grandes firmas farmacéuticas y petroleras, incluidas sus fundaciones filantrópicas y sus laboratorios de pensamiento (think tanks); el complejo militar industrial; las grandes compañías tecnológicas digitales y los medios de comunicación corporativos. Es la tesis de Michel Chossudovsky, director de Global Research, para quien la desconexión de los recursos humanos y materiales de los procesos de producción, desencadenado por el confinamiento y paralizó a la economía real, fue un acto de guerra; una operación planificada cuidadosamente, donde no hay nada espontáneo o accidental, y forma parte de un plan militar y de inteligencia de Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuya intención es debilitar a China, Rusia e Irán, y desestabilizar el tejido económico de la Unión Europea. Profesor emérito de Economía de la Universidad de Ottawa, Chossudovsky se basa en las declaraciones del secretario de Estado estadunidense, Mike Pompeo, quien en un aparente lapsus deslizó el 20 de marzo, en CNN, que el Covid-19 era un ejercicio (militar) en vivo, una operación. Dijo: ―No se trata de represalias… Este caso está avanzando: estamos en un ejercicio en vivo para hacer esto bien‖. A lo que el presidente Donald Trump, que estaba a su lado, en palabras que pasarán a la historia, respondió: Nos lo deberías haber dicho. Estuviéramos o no ante una fake pandemic inducida y con independencia de que el Covid-19 sea un arma de destrucción masiva derivada de un virus que estudios científicos descartan sea un arma biológica, la disputa por las narrativas con fines geopolíticos y de control de zonas de influencia entre las potencias, en particular, EU y China, ha tenido, en la emergencia, ganadores y perdedores. Entre los ganadores se encuentra Larry Fink, presidente de BlackRock, el fondo de inversión más grande del planeta, a quien recurrió la Reserva Federal (Fed) de EU para gestionar miles de millones de dólares de bonos y compras de activos respaldados por hipotecas, como una medida para estabilizar los mercados y amortiguar el impacto financiero de la crisis del coronavirus. Según el analista Pepe Escobar, Black-Rock posee 5 por ciento de Apple; 5 por ciento de Exxon Mobil; 6 por ciento de Google; es el segundo mayor accionista de AT&T (Turner, HBO, CNN, Warner Brothers), y el principal inversor en Goldman Sachs. BlackRock es más grande que GoldmanSachs, JP Morgan y Deutsche Bank juntos. A su vez, Fink, su presidente, ha estado asesorando al presidente Trump sobre cómo navegar con los efectos de la pandemia, y para todos los propósitos prácticos, será el sistema operativo de la Fed y el Departamento del Tesoro. En otras palabras, será el administrador del fondo para los sobornos. Otros ganadores fueron el gerente de Amazon, Jeff Bezos, quien en sólo tres semanas de la pandemia incrementó su riqueza en 25 mil millones de dólares; el gerente de Tesla y SpaceX, ElonMusk –quien declaró que el confinamiento social fue una infracción fascista a su derecho de hacer ganancias−, aumentó su riqueza en 5 83

mil millones de dólares; Eric Yuan, gerente de Zoom, que acumuló 2.58 mil millones de dólares, y el cofundador de Microsoft, Steve Ballmer, quien ganó 2.2 mil millones. Amazon, Google (hoy Alphabet), Microsoft, Apple, Zoom, junto con Facebook, de Mark Zuckerberg (dueño de Instagram y WattsApp), y otras corporaciones del Silicon Valley de California −ligadas al aparato de seguridad nacional de EU− forman parte de lo que la economista Shoshana -Zuboff, de Harvard, ha denominado capitalismo de la vigilancia, modelo que trasciende a esas firmas de tecnología digital en redes y se propagó a la economía normal. El modelo lo fraguó Google en la coyuntura del 11/S de 2001 –y luego lo propagó Facebook−, y su lucrativa fórmula permite predecir (y modificar) el comportamiento de los internautas a través de un algoritmo de caja negra (una suerte de maquinaria invisible). Los motores de búsqueda de esas plataformas retienen la información, lo que permite a esas compañías, según Zuboff, predecir las acciones de los consumidores en el mundo real (en casa y trabajo, en su vida diaria) con el único propósito de beneficiar a las empresas.

Así, más allá de los me gusta y los clics virtuales −y sin que lo sepan− las experiencias de los usuarios se convierten en materias primas que permiten crear datos personales (nuestras caras, voces, personalidades, emociones, creencias políticas y religiosas) y elaborar perfiles para adelantarse a comportamientos futuros y manipular así a millones de personas; como ocurre en la coyuntura del Covid-19 y la nueva normalidad, en detrimento de nuestra autonomía humana y soberanía individual. (jornada.com.mx) 01 /06/2020

This article is from: