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Helmuth Duckadam, el héroe de Sevilla
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Transcurría el 7 de mayo de 1986 cuando el Fútbol Club Barcelona y el Steaua de Bucarest se enfrentaron en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán de Sevilla en la final de la Copa de Europa de la temporada en curso. La ocasión era propicia para que el equipo español se alzase con el máximo cetro continental por primera vez en su dilatada historia. Los azulgranas tenían como contrincantes a un equipo con un potencial, futbolístico y económico, sensiblemente inferior y además contaban en las gradas con el apoyo de 60.000 fervorosos aficionados. Sin embargo, un inesperado protagonista emergió como figura indiscutible y eterna de aquel encuentro, el guardameta rumano Helmuth Duckadam, quien con su colosal actuación dio el título al Steaua, convirtiéndose así en El héroe de Sevilla para toda una generación de ciudadanos rumanos ávidos de un referente cultural en plena dictadura comunista de Nicolae Ceausescu.
Aquel partido suponía la segunda comparecencia del Barcelona en la final de la Copa de Europa. En la primera había sucumbido frente al Benfica por tres tantos a dos en un encuentro disputado en la ciudad helvética de Berna. Tras ganar el título nacional de Liga en la temporada 1985-1986, el Barcelona había completado una brillante trayectoria en la máxima competición continental, dejando en la cuneta en cuatro ajustadísimas eliminatorias al IFK Gotemburgo sueco, a la poderosa Juventus de Michel Platini y Michael Laudrup, al Oporto y al Sparta de Praga. El Steaua, por su parte, había disfrutado de un exótico periplo, aunque no exento de dificultades, hacia la ciudad hispalense eliminando al Anderlecht, al Kuusysi Lahti finés, al Zenit de Leningrado y al Valerenga noruego.
Aquel Barcelona estaba entrenado por el técnico inglés Terry Venables y contaba con un núcleo duro de históricos del club como Urruti, Alexanco o Migueli, a los que sumaba la calidad del centrocampista alemán Bernd Schuster y el olfato goleador del escocés Steve Archibald. Un equipo que aunaba experiencia internacional, calidad, y poderío físico. En cambio, el Steaua estaba formado íntegramente por futbolistas rumanos, la mayoría de ellos esforzados obreros del balompié. No obstante, entre todos ellos sobresalía la calidad de dos futbolistas que años después despuntaron en la liga española, Gavril Balint en el Burgos y Marius Lacatus en el Oviedo. Con este panorama, el pronóstico de la final parecía tener un claro signo y este no era otro que una victoria del equipo catalán.
No obstante, desde el pitido inicial quedó patente que el equipo rumano no quería ser un mero
comparsa. El Barcelona monopolizaba el balón, pero su dominio resultaba infructuoso, topándose una y otra vez con el férreo muro defensivo que había construido el Steaua con Duckadam como bastión principal. Con este guion prácticamente imperturbable y sin goles en el electrónico, transcurrieron los 90 minutos reglamentarios y los 30 suplementarios, lo que obligó a dirimir el vencedor de la contienda en una tanda de penaltis que pasaría a los anales de la historia del balompié continental. Se lanzaron ocho penaltis y seis fueron detenidos por los porteros. El guardameta azulgrana Urruti detuvo los dos primeros lanzados por el Steaua, pero el imperial Duckadam superó la proeza, deteniendo los cuatro lanzados por el Barcelona. Pedraza, Alexanco, Pichi Alonso y Marcos Alonso fueron incapaces de conducir el esférico al fondo de las mallas. No acudió al punto de fatídico el díscolo Bernd Schuster, quien abandonó el estadio tras ser sustituido en las postrimerías del encuentro, desencadenando así una crisis de mayores proporciones incluso de lo que suponía perder la oportunidad de llevar a las vitrinas del Camp Nou un título tan ansiado por el club.
Helmuth Duckadam, nacido en 1959 en la pequeña ciudad de Semlac en el seno de una familia de etnia germana (minoría en Rumanía) regresó a su país convertido en un auténtico héroe nacional. Azares de la vida, aquella esplendorosa madrugá sevillana, no fue sino el inicio de un calvario para el bravo guardameta. La modesta recompensa por parte de las autoridades, 200 dólares y un coche de la marca Dacia, era el menor de los problemas a los que debería hacer frente. Su enemistad con importantes personalidades del régimen rumano tampoco obró a fu favor. Pocas semanas después de alcanzar la gloria se le detectó una aneurisma y una insuficiencia arterial en el brazo derecho, que a punto estuvieron de costarle su amputación, y prácticamente no volvió a pisar un terreno de juego. Estuvo apartado del fútbol durante alrededor de tres años y en 1989 intentó resucitar su carrera en el modesto Vagonul Arad, cerca de su localidad natal. Permaneció allí durante dos temporadas y en 1991 tomó la decisión de poner fin a su carrera deportiva con un palmarés de una copa de Europa, dos Ligas, una copa y dos internacionales absolutas con la selección rumana.
Tras colgar los guantes, trabajó como guardia de la policía fronteriza (con Hungría) en Semlac y abrió una escuela de fútbol para niños en Arad, un proyecto que no cuajó. Sufrió importantes problemas económicos, que le forzaron a vender la medalla conseguida en Sevilla y los guantes que lució en aquel partido. Posteriormente emigró con su familia a la ciudad norteamericana de Phoenix, pero regresó a su país para realizar una breve y poco exitosa incursión política. No obstante, en 2008 vivió con alegría el tardío reconocimiento del Gobierno de Rumania, que le hizo entrega de la Orden del Mérito Deportivo por su actuación en aquella edición de la Copa de Europa. Además, dos años después fue nombrado Presidente de Honor del Steaua de Bucarest por su propietario, el polémico George Becali. No obstante, en 2012 se vio obligado a volver a pasar por el quirófano por una dolencia relacionada con la trascendental intervención quirúrgica que se le había practicado años atrás. Afortunadamente, el resultado fue positivo. Y es que al final y aunque fuese en la tanda de penaltis, Helmuth Duckadam siempre se las ingenió para seguir adelante.