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Prólogo

Prólogo

A veces suelo contar, medio en broma y medio en serio, que la primera vez que viajé a Fuerteventura para escribir un reportaje (con el tiempo, el inicial de una larga serie desde entonces) sobre los miles de gallegos que trabajaban en la isla, hace ya veinte años, en el 2000, iba con un cierto temor: ¿Y si no los encontraba? Llevaba, claro, algunos contactos, una breve agenda que me sería de utilidad, pero quería tomar contacto con aquella enorme cantidad de paisanos que hacían que los vuelos entre Galicia y la isla majorera fuesen casi un puente aéreo. Al poco de aterrizar, ya en Puerto del Rosario, en un bar que se llamaba Rías Baixas, tuve claro que lo difícil sería encontrar canarios: los gallegos estaban por todas partes. Incluido un vecino, novio de una prima hermana, que nada más verme acudió a saludarme. Hacía años que no nos encontrábamos, y fuimos a hacerlo

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aquella noche en un pequeño lugar de la maravillosa isla que con los años he ido descubriendo. A Fuerteventura, la del viento atlántico más cálido que el gallego, siempre la he puesto en relación con la Costa da Morte. Tiene solo un poco más de superficie, llegar de Corralejo a Morro Jable coincide casi como recorrer la AC552 desde el extremo de A Laracha al de Fisterra, y la población censada no es muy superior, apenas diez mil habitantes más (otra cosa son los visitantes, por supuesto). Esta similitud, buscada, me ha servido como cápsula de contexto para ir entendiendo mejor su evolución. Y para trenzar decenas de reportajes en los que los protagonistas siempre han sido las personas que, antes y ahora, han creado un puente laboral, emocional y económico a priori impensable, pero que en todo caso ha sido un paso más en la larga marcha de la diáspora gallega por medio mundo: América en la primera mitad del pasado siglo, Suiza toda la segunda mitad hasta la actualidad, y Canarias (y en particular Fuerteventura) desde finales de los 80 hasta más o menos el término de la primera década del siglo actual. Por supuesto, son fronteras temporales indicativas, ya que hubo, hay y habrá ejemplos que se escapen a ellas, y sobre todo existe una enorme capa de población que ha optado por hacer de alguno de los seis municipios de la isla su estancia definitiva. Con todos esos mimbres, es evidente que el caldo de cultivo periodístico era muy rico en ingredientes, por todas las historias humanas que iban surgiendo. Y de todo tipo: hubo que escribir, mucho de la construcción. De los empresarios y los obreros, de las historias de éxito y las de fracaso, de las

idas y después las venidas. Por sí mismo ya fue casi un género. Pero también hubo relatos sobre la política de ambas orillas, los hermanamientos o intentos entre localidades de aquí y de allí. Hubo, por supuesto, crónica negra, con casos protagonizados por gallegos que dieron mucho que hablar. Relatos de parejas que se crearon en la diáspora y hoy son mitad y mitad, como sus hijos, ahondando en el ADN gallego que tanto nos caracteriza.

Hubo decenas de artículos sobre emprendedores, profesionales arriesgados y apasionados en un sinfín de actividades que acometieron su empresa y sus sueños a más de dos mil kilómetros de distancia y aún se mantiene ese hilo que fue mucho más allá de los estereotipos habituales de a pie de obra o de la hostelería, tan importante, desde luego. Y sin duda, y quiero recalcarlo, hubo personas sin cuya intervención la relación entre Galicia y la isla no sería la misma. Personas cruciales para ese punto de encuentro, ese nexo entre dos culturas que en el fondo no son tan diferentes. En esa cima hay que destacar, sin ninguna duda, a Jorge Rodríguez, un motor social, cultural y comunicativo como pocos, a la que la colectividad gallega le debe tanto, aunque como todo, tardará en reconocerse. Fue el encargado, el promotor, de programas de radio dirigidos a la colectividad gallega. El primero, Troula, en Radio Archipiélago, íntegramente en gallego (todo un hito) en sus primeras emisiones, en aquel Xacobeo del 2004. Como él mismo definió, el sustrato gallego-portugués en las diferentes hablas canarias y las conexiones con la Galicia

territorial (muchas, poco conocidas aún, sobre todo en Gran Canaria, desde la historia a la toponimia, pasando por las relaciones económicas) y otros centros fueron una constante en todos sus programas. Jorge estuvo un año más tarde en Canal9 Onda Cero, con Trisquel, tiempo de madurez radiofónica y de transitar hacia la multiculturalidad, en especial a la comunidad argentina y vecinas del subcontinente americano. Fue justo cuando arrancó otro programa, Ultreia, ese más allá peregrino de felicidad muy acorde para la tierra prometida de la emigración, que llegó a coincidir con el anterior. No acabó ahí su andadura, ya que después pasó a Radioteledifusión Fuerteventura COPE, ágora necesaria y útil para gallegos y otros recién llegados. Y formativas, con secciones dedicadas a leyendas e historias jacobeas; la etnografía canaria, la flamenca… Un espacio con ecos sonoros de la tierra, pero también informaciones de actualidad. Y, por supuesto, la presencia en días señalados de la entidad Alexandre Bóveda, nombre no casual, identitario, que tanto hizo por Galicia en Fuerteventura, más allá de símbolos visibles como el cruceiro que, en la actualidad, ha cambiado de lugar, pero sigue siendo la semilla granítica de un trabajo colectivo. Años intensos, hasta que la primera crisis económica potente empezó a echar por tierra tantos frutos tan bien madurados. En fin, Fuerteventura es un enorme libro de aprendizaje, en el que me gustaría recordar a otro personaje, Valentín Castrege Lizancos, farero o torrero, que fue alcalde de Fisterra. Hace algo más de 60 años conoció la isla, tras pasar también por el Sahara. A él le tocó electrificar el faro de la

Entallada, al borde de un acantilado en el municipio de Tuineje, que curiosamente con los años guiaría la llegada de algunas pateras. Valentín conoció una Fuerteventura muy rural, de la que se enamoró de por vida y así me lo manifestó en alguna ocasión de aquellos años en los que hablábamos a diario. Claro que nunca se pudo imaginar que la majorera acabaría siendo un faro, también, para tantos y tantos paisanos. Las vueltas de la vida.

Santiago Garrido Rial La Voz de Galicia, Redacción Carballo

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