La Iglesia del futuro (1996; 1997)

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LA IGLESIA COMO INVENCIÓN 1 Oscar A. Campana “Yo he preferido hablar de cosas imposibles porque de lo posible se sabe demasiado” Silvio Rodríguez

En 1902 un teólogo francés, Alfred Loisy, acuñó una frase que se hizo célebre: “Esperábamos el Reino y lo que llegó fue la Iglesia”2. Era un exponente del modernismo, corriente que trataba de conciliar los postulados de la racionalidad moderna con la fe cristiana. Lo que Loisy planteaba no era algo nuevo: la distinción a ultranza entre la “causa” de Jesús, el Reino de Dios, y el “invento” de sus seguidores, la Iglesia, era un lugar común de ciertas corrientes teológicas por lo menos desde fines del siglo XVIII. Loisy y el modernismo fueron oportunamente condenados por los inquisidores de turno, quienes, por su parte, sustentaban una herejía mayor: aquella que identificaba sin fisuras a la Iglesia –y concretamente a la Iglesia romana– con el Reino. Lo que salvó a estos herejes fue que tenían su quiosco en el Santo Oficio. No es mi intención adentrarme en polémicas escolásticas de otro tiempo, sobre todo cuando el tema que nos convoca es el futuro. Pero en aquella añeja discusión hay un resquicio en el que me gustaría hurgar. Cuando se acusaba a la Iglesia de ser un invento de los apóstoles se lo hacía con cierta desazón y amargura, sin percibir que así como es verdad que no estuvo en los planes de Jesús el fundar una institución, tampoco estuvo en su intención negarle a sus seguidores la iniciativa histórica. Y para ello echaron mano a los variados modelos vigentes en el judaísmo palestinense del primer siglo de nuestra era. Raymond Brown, un biblista contemporáneo, dio cuenta de ese proceso en una obra que tiene un sugerente título: “Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron”3. Así. En plural. Porque el Nuevo Testamento nos ha dejado el testimonio de la pluralidad y la diversidad de las iglesias, nacidas de la dinámica del Espíritu y de la creatividad de los primeros cristianos. ¿Y quién dijo que esta tarea acabó? Las imágenes más habituales con que los Padres de los primeros siglos se referían a la Iglesia eran imágenes dinámicas y arquitectónicas: la Iglesia era algo en movimiento y en constante construcción. Todo esto terminó sintetizado en una expresión ya clásica: “Ecclesia semper reformanda”, decían los Padres. Es decir: la constante reforma era el estado habitual de la Iglesia. Y re-formar es recrear, hacer de nuevo. Bien o mal, a nuestro gusto o a nuestro disgusto, a lo largo de su historia la Iglesia siempre se ha reinventado a sí misma. Y así como en determinado momento tomó al imperio romano como modelo de organización –modelo que en buena medida aún perdura–, así también existió un Francisco de Asís a quien Jesús, en el momento de mayor asimilación de la Iglesia al modelo imperial, le pide que reconstruya su casa. Quizás este prefijo –re– se constituya en la clave teológica constante para pensar y crear la Iglesia permanentemente. Porque la Iglesia no sólo es lo que es: también es lo que queramos que sea. Como hace ya muchos años afirmaba Leonardo Boff: “No basta con que la Iglesia exista: es preciso además construirla continuamente”4.

1 Ponencia pressentada en las Segundas Jornadas “Justicia y Esperanza en la opción por los pobres”, Buenos Aires, 7.VIII.1997. El tema de las jornadas fue “La Iglesia del futuro”. Inédito. 2 A. LOISY, L'Evangile et l'Eglise, París 1902. 3 R. BROWN, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, Bilbao 1986. 4 L. BOFF, Iglesia: carisma y poder. Ensayos de eclesiología militante, Santander 21984, 9. 1


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