Orlando Yorio, pastor y teólogo (2001)

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ORLANDO YORIO, TEÓLOGO Y PASTOR Oscar Campana Comparto este artículo, escrito en un contexto histórico ¡tan distinto! (2000/2001), que reproduce mi participación en el panel en lo que se presentó la obra de Orlando Yorio, Tanteando pactos de amor, editada en Buenos Aires por el Centro Nueva Tierra en 2000.

Es difícil dividir a una persona en todas las cosas que ella es. Pero voy a tratar de recuperar sólo algunas pinceladas que surgen más que de la lectura de la obra de Orlando, de la lectura de él mismo. Más específicamente, mi énfasis estará puesto en la figura de Orlando como teólogo. 1. Yorio: un profesional de la teología Lo primero que debe decirse es que Orlando procedía del mundo académico. Era un representante de lo que Leonardo y Clodovis Boff llaman la “teología profesional”, la teología “erudita” (C. BOFF y L. BOFF, Cómo hacer teología de la liberación, Madrid 1986, 21). Alguien que hace estudios superiores, como lo demuestra su cosecha de tres licenciaturas –filosofía, teología y derecho canónico– es un profesional de la teología. Así también parece mostrarlo su labor docente en institutos de teología como el Colegio Máximo de San Miguel –del que llegó a ser vicedecano– y el Centro de estudios filosóficos y teológicos de Quilmes (CEFYTEQ). Por eso es que en los años ’70 encontramos a Orlando mezclado en los inicios de la Sociedad argentina de teología (SAT). Orlando emerge a la teología desde lo que era habitual y esperable para alguien como él. Aunque ya cuando leemos algunos de sus escritos de aquellos inicios, vemos que comulga muy tempranamente con esa forma de hacer teología que cada vez irá teniendo más espacio y presencia en América Latina: una teología que da cuenta de la realidad en la que se vive, y una teología que se vive y se hace desde un gran compromiso con el pueblo. 2. Orlando: un pastor Por eso es que este hombre que era un profesional de la teología era también un pastor. Y es la actividad de pastor más que la de teólogo la que lo lleva a Orlando a sufrir las consecuencias que conocemos. Su labor y compromiso pastoral lo llevó por muchas partes: la villa del Bajo Flores, las barriadas de las diócesis de Quilmes y Montevideo, los caseríos de Ingeniero Iacobacci en la sureña diócesis de Viedma. Y era esa figura enorme de pastor la que asomaba en el espacio al que dedicaría con perseverancia y devoción los últimos y fecundos años de su vida: los Seminarios de formación teológica. 3. Orlando Yorio: teólogo y pastor Si recorriéramos la historia de la teología y de los teólogos, encontraríamos que en la Iglesia antigua el teólogo era el pastor. En la teología solemos recurrir y apelar mucho a ese momento privilegiado que llamamos “la patrística” –los primeros siglos de la vida de la Iglesia– y hablamos de los “santos padres”, que fueron, entre otras cosas, los primeros grandes teólogos. Cuando vemos todo lo que estos hombres dijeron, escribieron y pensaron –¡volúmenes y volúmenes!– y nos enteramos que esos mismos hombres eran obispos, pastores –y no al estilo de los obispos que conoció luego la historia europea: obispos de curia y corte, sino obispos de iglesias sin curias ni templos–, no podemos menos que asombrarnos. Bien puede decirse, entonces, que en la antigüedad nos encontramos con el modelo del teólogo pastor. Con muchas tensiones es el modelo que reaparece después del Concilio Vaticano II sobre todo, aunque no exclusivamente, en América Latina. Un modelo que se manifiesta como un signo del Espíritu: el teólogo que no renuncia a la rigurosidad ni al carácter científico de su conocimiento, el teólogo que debe mantenerse actualizado, y a la vez el teólogo que hace teología a partir de la 1


acción y del compromiso pastoral. Esto hará que sea la realidad la que le plantee los temas, la que vaya configurando la agenda de la teología. En una teología que en los últimos siglos se anquilosó bastante y consolidó otro modelo de teólogo que se impuso en el Medioevo –el teólogo-especialista de escritorio, y esto sin ser dicho peyorativamente–, la pastoral se fue convirtiendo en una cosa cada vez más extraña. Si hacemos un recorrido por la historia vemos lo grave que fue esto último: la teología se piensa vaya a saber desde dónde, pero rara vez desde los problemas que proceden de la realidad histórica y del pueblo de Dios. De allí que nos encontremos con una teología que avanza en una dirección, con una pastoral que camina en otra y con manifestaciones de religiosidad que harán su propia síntesis, prescindiendo de la pastoral y de la teología. Luis Maldonado, historiador de la religiosidad popular, muestra en uno de sus libros cómo la religiosidad popular se consolida en un momento en que en la Europa medieval comienza a acentuarse la distancia entre la jerarquía eclesiástica y el pueblo cristiano y, por ende, entre la teología y la pastoral (L. MALDONADO, Génesis del catolicismo popular. El inconsciente colectivo de un proceso histórico, Madrid, 1979, 11). Si bien esta forma de hacer teología después del Vaticano II ha tendido a cambiar, aún siguen conviviendo ambos modelos en nuestra Iglesia con sus virtudes y sus defectos. Lo cierto es que por un lado nos encontramos frecuentemente con una pastoral que padece una gran ausencia de pensamiento, y por otro lado con una teología que padece a veces una gran carencia de temas reales, concretos y que tengan que ver, de una forma vívida, con la realidad de la gente. Este divorcio entre teología y pastoral no lo encontramos en Orlando. Leyendo un escrito suyo de los años ’70, ya estaba presente con mucha claridad el modelo del teólogo-pastor, aunque no lo tematizara. En Orlando, el “pueblo” no era un concepto abstracto ni una categoría: era el suelo que él habitaba en una forma real. “La casa del pueblo”, al decir de Pedro Trigo. Al afirmar que no era una abstracción no estamos diciendo que no deban abstraerse categorías, sino que para él no se trataba de una mera categoría. La vivencia directa y real del pueblo –del cual tanto se habla y tanto se ha hablado en la teología argentina– permite cambios, adaptaciones y modificaciones en el propio pensar teológico sobre el pueblo. Cuando nos encontramos con escritos teológicos que en los años ’90 dicen en nombre del pueblo las mismas cosas que se decían en los ’60, parece estar indicándonos que algo, en algún momento y en algún lugar, dejó de pensarse. El pueblo, se convirtió en una abstracción. Creo que esto no le ocurría a Orlando. 4. Honestidad teológica Estar con el pueblo fue su experiencia, su historia, su dolor. Es por habitar ese suelo que a Orlando le acontece todo lo que le acontece, aquello que en una breve frase sintetiza Ronaldo Muñoz en el prólogo del libro que hoy presentamos: “Abandonado por la autoridad religiosa y secuestrado por la militar, torturado hasta el borde de la muerte, dejándolo marcado con heridas profundas” (R. MUÑOZ, “Prólogo” en YORIO, Tanteando ..., 6). Todo esto no le ocurre por adherir a abstracciones, sino por compartir una vida, la vida del pueblo. También vemos en Orlando, con el paso del tiempo, una gran fidelidad a las intuiciones conciliares y postconciliares, aún a riesgo de quedarse solo, aún superando ese trauma que para todos fue la dictadura, y que en muchos casos se tradujo en una “suspensión del pensamiento” o en dedicarse a pensar otras cosas o desde otro lugar. Personalmente, conocí a Orlando en 1984, en un taller de análisis que hicimos en el Centro Nazaret sobre el período 1973-1976, y al que él vino a dar su testimonio. Descubrí a una persona que se seguía preguntando cosas, sobre lo vivido en aquellos años, sobre dónde estábamos hoy y a dónde queríamos ir. Sin abrir juicios hacia nadie –los años de la dictadura fueron muy duros...–, no siempre nos encontramos con esa capacidad de seguir preguntándose cosas y buscando caminos en muchos de los que fueron protagonistas de aquellos años. Si Orlando fue fiel a su historia es porque no se quedó en una experiencia, por más fuerte que hay sido, sino que buscó siempre caminos de superación. También encontramos en Orlando lo que podríamos llamar una teología “honesta”. Quienes hayan sido alumnos o docentes de teología quizás puedan entenderlo mejor: una teología que no chusmea 2


en los pasillos lo que no se anima a proclamar por delante. ¿Cómo no recordar aquel pasaje de Carlos Vallés?: “Me dice un profesor de teología muy apreciado por todos sus alumnos: ‘Yo digo una cosa en los apuntes fotocopiados que reparto a mis alumnos y que van a Roma. Otra cosa en clase donde la palabra hablada nunca compromete como la escrita. Otra en pequeños grupos que se reúnen en mi habitación con mayor familiaridad y confianza. Y otra al fin al hablar de tú a tú con amigos como lo estoy haciendo contigo. Cuatro niveles de una sola verdad. Me mortifica, pero no me queda otro remedio si quiero subsistir. Y todo hacemos lo mismo’” (Querida Iglesia, Buenos Aires 1996, 19-20). En Orlando uno encuentra una teología y un teólogo de una sola pieza. No hay “misterios” –en el mal sentido de la palabra–, en este hombre a veces reservado y misterioso. 5. El método teológico Quiero decir algo breve del método teológico que se insinúa en Orlando. En Tanteando pactos de amor, donde cada capítulo corresponde a su participación en cada uno de los Seminarios de formación teológica, la primer parte de esos capítulos contiene las “aperturas” que Orlando solía hacer y en la que en algún sentido insinuaba, dibujaba, el método con el que en la semana se iría a trabajar. En la introducción del libro Orlando afirma que el método de los seminarios tiene que ver con un “estilo comunitario, testimonial y parabólico” (YORIO, Tanteando …, 9). Una teología hecha en comunidad, no hecha sólo por el “especialista”. Orlando no representa, ni siquiera, al teólogo que va a “bajar” pastoralmente sus elucubraciones, sino más bien a aquél que desde lo pastoral busca refugios para el pensar y para el pensar con otros. La “bajada a la pastoral” es una espantosa expresión utilizada en los ambientes teológicos para designar el tránsito desde las alturas del “Tabor” teológico –en el que algunos teólogos han construido, nomás, las tres carpas y allí se han quedado– hacia el “valle” donde sigue aconteciendo la pasión del mundo y de Cristo en él… Un método testimonial, que daba cuenta de la pluralidad de la Iglesia que se manifestaba en un encuentro y en un compartir la propia vida y la propia fe, característica esencial de los Seminarios. Y un método parabólico. Los escritos de Orlando dan cuenta de una serie interminable de narraciones, de relatos, de cuentos, que se van entrelazando sin definir, sin acotar, sin cercenar las ideas, sino más bien insinuando, abriendo senderitos de montaña, más que grandes autopistas. Hay una gran provisoriedad en su pensamiento, que se destaca en medio de teologías acostumbradas a un discurso tan categórico que después no les deja chances. Orlando, más bien, va permanentemente renovando pequeñas apuestas, como quien pregunta “¿a ver si es por acá?”. Por eso lo del título: tanteando pactos de amor, ir tanteando, ir probando. También el pensar y el decir es algo que se prueba y se tantea. Y, en definitiva, lo que creo que define al método: ¿de dónde saca las preguntas el teólogo? Y vuelvo a lo del teólogo-pastor. Cuando Gustavo Gutiérrez utiliza la metáfora del “beber en su propio pozo”, uno se pregunta ¿cuál es el pozo del cual Orlando y su teología beben? Su profunda espiritualidad su compromiso radical, su estar presente, su com-padecer. De allí incluso la gran importancia que en los últimos años dio al tema de la vida cotidiana, las cosas simples del día a día, donde nos reencontramos con las pequeñas apuestas. Desde esa vida tan profundamente vivida, y que él sabía leer como palabra de Dios, es de donde aparecían las preguntas de su teología. En fin, la teología de Orlando habla de lo él que vio y oyó. No sólo del saber erudito adquirido –que lo poseía, era un “intelectual”–. Pero él sabía leer ese otro texto que es el texto de la vida, propia y la de aquellos con los que él decidió compartirla. 6. Fidelidad Hacer memoria de Orlando significa ser fiel a lo que él representó, a su búsqueda y a su seguimiento de Jesús. Por eso, al recordarlo, vienen a mi mente aquellas palabras de Sebastián Politi: “Quien resiste, lo hace porque tiene, aunque más no sea, un resto de vida y de esperanza. Quien persiste, lo hace porque no ha perdido algunas convicciones básicas. Quien insiste, muestra que sigue considerando algunas cosas como válidas y vigentes. Y si se somete a la purga de la 3


crisis, si se expone al riesgo de dejarse sacudir por las cosas nuevas, es porque además de vida, esperanza, convicciones e ideales, tiene un par de ojos y otro par de oídos que no está dispuesto a tapar” (S. POLITI, en EQUIPO DEL CENTRO NAZARET, Crepúsculos y amaneceres, Buenos Aires, 2 1994, 10). A la ardua y paciente tarea de ver y de oír en los difíciles tiempos que corren quiso ayudar Orlando, su vida, su pensamiento, su testimonio; vida, pensamiento y testimonio que resistían, persistían e insistían. En uno de sus cuentos, parafraseando la intercesión y el regateo de Abraham a Yahvé ante el pecado de Sodoma y Gomorra, Jorge Luis Borges dice lo siguiente: “Es fama que no hay generación que no incluya cuatro hombres rectos que secretamente apuntalan el universo y lo justifican ante el Señor” (J. L. BORGES, El hombre en el umbral, en El Aleph, Buenos Aires 2000, 121). Creo que Orlando fue uno de ellos. Y a la hora de seguir jugando con fe y esperanza los juegos del pensamiento y del encuentro, su ausencia, aunque fecunda, será notable.

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