JESÚS, LOS POBRES Y LA TEOLOGÍA Oscar Campana∗ I. Toda teología es expresión de una praxis y de una espiritualidad, es decir, de una forma de ser cristiano y de seguir a Jesús. Los momentos “segundo” y “primero” de los que ya hace mucho tiempo hablaba Gustavo Gutiérrez. Aunque a esta altura de los acontecimientos parezca una perogrullada, esta simple constatación es uno de los grandes aportes de la teología de la liberación a toda teología, una de aquellas afirmaciones que hacen de dicha teología una “maestra de la sospecha” (P. Ricoeur), intolerable, aún, para una parte importante de la inteligentzia teológica, habite esta en Roma o en San Salvador, en Tubinga o en Buenos Aires. La historia de la recepción del Concilio Vaticano II en América Latina es inseparable del camino que las comunidades cristianas de nuestro continente fueron haciendo, primero hacia los pobres, luego junto a los pobres, finalmente desde los pobres. Y no podría relatarse de otra manera ni por otros caminos a la teología que como consecuencia de dicha recepción el Espíritu alumbró entre nosotros. La opción por los pobres con todas sus implicancias, fruto maduro e inaudito del Concilio en América Latina, da cuenta de ello. Lejos de quienes siempre quisieron ver en dicha opción un circunstancial “desvío” de la auténtica fe cristiana perpetrado por los “horizontalistas” de siempre, lo que los cristianos en América Latina expresan en ella es la recuperación de una dimensión esencial del Evangelio de Jesús, olvidada muchas veces, pero leída entre líneas en la vida de aquellos creyentes, que nunca faltaron, que supieron expresar la radicalidad del Evangelio en los más disímiles momentos de la historia. Por tenue que fuera en muchas circunstancias, la llama de esta antorcha fue pasando de generación en generación (¡eso es la tradición!) a lo largo del tiempo Y así fue que un día Juan XXIII invitó a los cristianos a “sacudir de la sede de Pedro el polvo imperial de Constantino”, a volver a las fuentes y a hacer de la Iglesia la “Iglesia de los pobres”. En nuestro continente muchos se lo tomaron en serio. Y lo siguen haciendo. De toda esta perspectiva, se tiene experiencia o se carece de ella. Y si la situación es esta última, lo que a uno le queda es abrirse a la autenticidad de la experiencia de otros o negarla tozuda, y a veces ridículamente. Creo que vale la pena un ejemplo de esta última actitud. En la Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación (1984), la Congregación para la Doctrina de la fe afirma/acusa: “Recordemos que la opción preferencial definida en Puebla es doble: por los pobres y por los jóvenes. Es significativo que la opción por la juventud se haya mantenido totalmente en silencio.” (VI, 6). Sólo dos breves comentarios. Uno de orden conceptual: dos opciones, una centrada en el dolor ocasionado por el hombre y sus estructuras, y otra centrada en una franja etaria, no pueden tener la misma densidad teológico-pastoral. El otro comentario es de índole práctica: en América Latina la inmensa mayoría de los pobres son jóvenes y la inmensa mayoría de los jóvenes son pobres. Aquella distinción de Puebla, es muchas veces inverificable en la realidad. Pero como en Roma sólo se evalúan conceptos, las mayores barbaridades terminan diciéndose sin sonrojarse... En las siguientes líneas sólo busco narrar algunas intuiciones que nos hablan de los pobres como lugar teológico, desde la fe en el testimonio evangélico que nos ofrece a la relación de Jesús con los pobres como el lugar hermenéutico –y normativo para el pensar cristiano– de la recepción del Dios del reino y de la vida en abundancia. II. Si en el siglo XX la teología ha recuperado la centralidad de la “teología del reino” para la cristología, en América Latina la teología de la liberación ha redescubierto la centralidad de los pobres para la teología del reino. Podríamos hablar, entonces, del “pauperocentrismo” de la teología del reino, y por lo tanto de la cristología. Resulta elocuente la abundancia de palabras de Jesús referidas a los pobres en los inicios de su ministerio: el reino de Dios que llega es buena nueva para ellos, a ellos es anunciado, a ellos pertenece. Es como si Jesús necesitara definir el territorio socio-histórico de su misión. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar Teólogo laico. Director de la edición argentina de la revista Vida Pastoral. Titular de la cátedra de Cristología del Instituto superior de estudios teológicos (ISET) del Centro de estudios salesiano de Buenos Aires.
1