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La tejedora y el colibrí

Las tejedoras de Huehuetenango Bajo la belleza de la verde vegetación iluminada por la luz del sol y el azul claro del cielo, entro de un imponente y majestuoso paisaje, se da paso a la historia de una joven inocente y sencilla que se dedicaba a entramar hilos y otras tareas propias del hogar. Se encontraba aún bajo la tutela de sus padres y no soñaba con más de imaginar a los hijos con los que algún día sería bendecida. Un día, un joven de apariencia normal, pero con podres sobrenaturales, que quedó admirado y contemplando la belleza de esta esbelta patoja. El muchacho utilizaría todo su ingenio y sabiduría, que algún día le heredaron sus ancestros, para enamorar a esta joven, convirtiéndose en una pequeña ave de hermoso plumaje, un colibrí, que terminó posándose sobre el tejido y convirtiéndose en parte del mismo. Esta leyenda mítica, manifiesta la vida cotidiana de las tejedoras de las azules montañas de Huehuetenango. El colibrí se convirtió, desde entonces, en distintivo del traje tradicional maya de aquella región. El verde de la vegetación deslumbraba con su brillo aquella tarde. El sol prolongaba su estancia sobre la tierra, como si quisiera quedarse cada vez más tiempo. Era uno de los días de mayo, en que amanece temprano y anochece tarde. Las gotitas que la lluvia había dejado una horas antes ayudaba al maravillo juego de esmeraldas de las hojas de los árboles y las hojas de la

60 | milpa, hijas del trabajo de muchos labradores. Los agricultores bendecían el torrente que el cielo había dejado caer sobre ellos, pero los comerciantes lamentaban no haber podido llegar a la feria del pueblo; porque aunque breve, el chaparrón había sido generoso. En aquel juego de verdes hojas, brillos de agua impresionante sierra de los Cuchumatanes. Los tonos de verde cambiaban y se volvían azules, mientras más se elevaban en busca del frío, calor que aumentaba su belleza. En aquel espectacular paisaje un joven embelesado contemplaba otra belleza. Ni las esperanzas fijas en el color de los árboles y milpas, ni el infinito del horizonte, ni el oro del sol, que empezaba a obsequiar el cielo sobre todos los mortales, eran capaces de merecer su atención. No él solamente tenía ojos para una grácil criatura que, hincada, sentada sobre sus talones como los habían hecho su madre y sus abuelas durante tantas generaciones, tejía frete al hogar de sus padres. La presencia de la joven engalanaba el patio frete a la sencilla, pero agradable casa. Sus piernas estaban dobladas y la espalda la mantenía firme, sosteniendo el telar con la cintura, que podía adivinarse fina y esbelta. Ella tensaba una serie de hilos que se sostenían de un delgado árbol que estaba frente a la casa, mientras sus ágiles manos iban y venían, una al sentido derecho, otra al izquierdo. Gracias a sus delicados dedos, iban formándose

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caprichosos diseños en el tejido que había aprendido de sus abuelas y que pasando el tiempo, pensaba enseñar a las hijas que su imaginación juvenil le prometía. El muchacho puso atención a la labor de la doncella. Desde hacía semanas que venía contemplándola, cuando iba al mercado semanal del pueblo. La había visto mientras ella cargaba una tinaja con agua desde el río. Iba con otras compañeras, pero al lado de su belleza, el joven las compró con tusas secas, mientras que la mucha de sus ilusiones le pareció una mazorca verde, delicada con sus cabellos siguiendo las caprichosas ondas del viento. Sin embargo, ella no llevaba el cabello suelto lo llevaba como las otras doncellas, pudorosamente recogido, como correspondía a la jóvenes solteras. Haberla visto y prendarse de ella fue todo un suspiro. No encontró nubes en el cielo, contra del agua, susurrar de aves ni cosas alguna con la cual pudiera comprar a la muchacha que le parcia tan bella. Sin embargo, no encontraba la forma adecuada de presentarse ante ella y saber que pasaba por la mente de quien le robaba el sueño y se había adueñado de su pensamiento. Pero esa mañana reparó en un naranjo florido, los azahares animaban con su blancura el verdor del árbol. Su imaginación se avivó y empezó a pensar una forma de conversar con la muchacha sin topar

con la intervención, y tal vez la oposición, del padre de la joven. Sabía que no podría platicar con ella sin el consentimiento paterno, pero ignoraba si la doncella ya recibía la vista de algún enamorado. Si así fuera ella estaría ya en camino al altar para jurar fidelidad eterna a otro que no fuera él. Cuando vio el naranjo, que tenía muchas flores, exclamó: ¿Qué hago ahora para poder enamorar a esta patoja? Ya no aguanto las ganas de hablar con ella. La solución se la sugirió el ingenio y la sabiduría que había heredado de sus ancestros: -Lo que voy a hacer es convertirme en un animal, pero no en un animal malo, sino en uno bueno para que ella no se asuste. Lo mejor será que me convierta en un colibrí para así gustarle. A pesar de su juventud, el muchacho tomó una sabia decisión. El colibrí no es solamente un ave de gran belleza, sino la más pequeña de ellas. Es tan chiquito que puede posarse en el borrador de un lápiz y es casi del tamaño de una moneda de un quetzal. Así es que, con la gracia recibida de sus antepasados, aunó sus podres y se transformó en un colorido y alegre colibrí. Una especie de neblina lo fue cubriendo desde los pies hasta la cabeza y lentamente, empezó a girar. Sin percibirlo, sus pies empezaron a hacerse pequeños y más pequeños, lo mismo que sus piernas y brazos. Sus ropas empezaron a tomar los colores del colibrí y las formas de la pluma azuladas blancas caso negra. Entonces, su rostro fue adquiriendo la belleza del pequeño pájaro. Todo su cuerpo se transformó. Una vez sucedido el cambio, emprendió un veloz vuelo hacia el naranjo. Esta aleteando muy rápido y empezó a beber el néctar de los azahares. Sus movimientos eran tan agiles que llamaban poderosamente la atención a quienes pasaban por la vereda. Su plumaje era tan bello y brillante que lo hacía más atractivo. La muchacha estaba tejiendo. De pronto alzó la vista para contemplar la belleza de su tejido y se percató de los movimientos insistentes y hermosos del pequeño colibrí. Sintió una admiración por la avecilla y fijo en ella sus ojos. Pensó en lo maravilloso que se varía su tejido si lograba capturar la belleza de la pequeña ave. Pensó que los reflejos del sol sobre su plumaje, la animación del movimiento y la tersura que se adivinaba en sus plumas le permitirían tejer un huipil tan hermoso que podría moverse con tanta gracia y gentileza como el pequeño como el pequeño pájaro. Lo cierto es que no podía quitar la mirada del ave. Que saltaba de una flor a otra en el soberbio naranjo. Ella pensaba: -Si pudiera fundir en el tejido todos esos colores, los tonos verdes de las hojas húmedas con la gatita de lluvia que reflejan la magnificencia del sol, la blancura de las flores y los tonos majestuosos del avecilla que, a pesar de su tamaño, contrastaba con el árbol y le daba una viveza que no podría tener de otra manera, sería la mejor tejedora del pueblo. ¿Cómo quedaría ese tejido? ¿Cómo podría lograrlo?

Nadie jamás había tenido un aprenda semejante. Tal vez si pudiera capturarla para admirar detenidamente los colores de sus plumas. Según recordaba, algunas ancianas la habían contado como las grandes abuelas de antaño llevaban plumas entretejidas en sus huipiles. Mientras pensaba, imaginaba y recordaba, la muchacha no sintió que el colibrí se acercaba cada vez más. El colibrí se interpuso entre ella y sus pensamientos y la dejó sorprendida al aproximarse demasiado a su tejido. Era la primera vez que un pajarillo silvestre se acercaba tanto a la casa. Al verla tan pensativa, el muchacho tuvo que acercarse para recuperar su atención. Sin embargo, el padre de la joven salió de la casa. Entonces el colibrí regresó a volar con rapidez junto a las flores del naranjo. Todo esto hizo que la muchacha saliera de sus pensamientos, pero su mente y su corazón seguían prendados de la avecilla. Le gustaba mucho. Así que le dijo a su padre: Tata, mirá que bonito es ese animalito. ¿No sabés qué hacer para poder tenerlo? ¿Crees que se dejara agarrar? Es que me acabo de recordad de lo que me decían las abuelas, de un huipil decorado con plumas. Me gustaría hacer un pajarito así en mi tejido, igual a ese. Me quedaría bien chulo. Lo voy a cazar, le contesto el padre. Pero por favor, no le hagas daño- le dijo la joven.

Para asombro de los dos, el colibrí no se alejó del árbol mientras el padre se acercaba. Es más, movía sus alas solamente para permanecer frente al naranjo. En el primer intento, el hombre capturó al colibrí. La muchacha estaba muy contenta y, cuando el padre regresó del árbol, tomó en sus manos a la avecilla. El colibrí no hacía nada. Estaba quieto en las manos de la joven y se veía muy alegre. La muchacha dijo: - Tata, buscale un lugar y pongámoslo en la casa. No quiero que se me vaya. Buscaron una jaula, pero no la encontraron. Entonces, el padre hizo una de ramitas que recogió en el patio y le dejo una puertecita. Pusieron adentro al colibrí y cerraron la puerta. La joven estaba encantada. Sin embargo, en el lugar de continuar su trabajo con el tejido, se embelesó contemplando a la avecilla. Ambos se miraban uno al otro. El colibrí parecía feliz de verla y ella también de contemplarlo. Al anochecer, colocaron la jaulita en un cuarto. Pero el colibrí, al ver que lo dejaron lejos de su amada, empezó a quejarse, comenzó a hacer ruido, quería escaparse y aleteo con más fuerza. Al oírlo, la joven se enternecio y sintió tristeza. -¡Y si se muere el colibrí!- pensó- ¡está muy agitado, pobrecito! Se levantó, salió de su cuarto, entró a la habitación de sus padres y les dijo: -voy a llevarme este pajarito porque está muy agitado y se puede morir.

-Está bueno pues, llevátelo, a ver si no te quita el sueño- le advirtieron. Se lo llevó, puso la jaulita al lado de su tapexco y se acostó otra vez. El colibrí se quedó quieto y pensó: -¿Qué hago ahora? Es seguro que se asustara si me transformo en hombre. Sin embargo, estaba tan enamorado que se arriesgó. Estaba seguro de que tendría otra oportunidad como esa. Así que, recurriendo otra vez a la sabiduría de sus antepasados, se convirtió otra vez en patojo. La luz de la luna se filtraba por la ventana de la habitación y el muchacho se veía muy blanco tan pálido como el astro que iluminaba. Estaba seguro de que ella se iba a sorprender, pero no podía desperdiciar la oportunidad. Poco a poco, se acercó a ella y le habló: -No te asustés, soy yo. Te he visto desde hace mucho tiempo y me he enamorado de vos. Te quiero mucho y quiero que nos casemos. Te quise hablar ayer, pero estabas tan concentrada en tejiendo que ni caso me hiciste. Ahí estaba tu tata y tuve miedo. Por eso busqué la forma de verte y me convertí en colibrí. Ahora que estamos solos ¿qué me decís? ¿Sentís algo por mí? Porque de veras, te quiero mucho y no aguanto dejarte. Y necesito que me digás ahorita: ¿me querés vos? Porque yo te amo con todo mi corazón y para siempre. El patojo se veía muy blanco. La joven quedó sorprendida y sin habla. No sabía qué hacer ni qué decir. Aquello parecía un sueño. Cuando se percató que todo era real, observó la cara del patojo. Es cierto, lo había visto varias veces y recordaba la mirada intensa con que el muchacho la observaba.

Sus amigas le habían dicho que él estaba enamorado de ella, pero no les creía. Se miraba tan serio y no le hablaba. Siempre callado.

La situación era incomoda. Estaban en el dormitorio de ella, había entrado con poderes sobrenaturales, incluso había podido raptarla. Pero en vez de eso, le ofrecía su corazón sencillo, tierno, enamorado y sincero. A ella tampoco le era indiferente y recordó que, mientras miraba al colibrí, había ido descubriendo en su corazón un sentimiento diferente que no conocía, que nunca había sentido antes. ¿Qué dirían sus padres? ¿Sería verdad todo aquello? Ella no podía confiarse así a un desconocido, por lo que le pidió una prueba. El patojo, frente a ella, se convirtió de nuevo en el colibrí, bajo la mirada protectora de la luna. La noche estaba terminando y dentro de poco regresaría el sol con la alegría de la luz y el canto de las aves. El sueño se había apartado de sus ojos. Decidió preguntarle a sus padres era estar enamorado. Durante el desayuno que realizaron junto al fogón de

la casa, que calentaba el comal donde se cocían las tortillas y la olla de frijoles, la muchacha les preguntó a sus padres como se habían casado. Ellos sonrieron y bajaron la mirada al suelo, casi al mismo tiempo. Luego se vieron y la patoja encontró la chispa que los unían desde hacía muchos años. Tanto tiempo atrás, que ella no recordaba haberlos visto de otra manera. -Tu tata me robó- confesó la madre muy apenada y sonrojada- mis tatas querían casarme con otro patojo, pero yo quería a tu tata. Nos pusimos de acuerdo y una noche nos fugamos. El padre estaba apenado y asentía con la cabeza. Después de oír la historia, todos rieron alegremente y los padres abrazaron con ternura. Ella regresó a su tejido y continuó con su labor. Esa noche, la joven espero a que sus padres se durmieran y le habló al colibrí. Éste retomó su forma humana y ella comprendió que también estaba enamorada de él y así se lo dijo. Ambos se prometieron fidelidad, respeto, ayuda mutua, compresión, tolerancia y amor. -Lo que yo quiero es que nos vayamos ahorita mismole dijo él. -Muy bien, si querés nos vamos ahorita- le dijo ella. ¿Es cierto lo que me decís? ¿No me metís, verdad?- pregunto él. -No, es verdad- respondió la muchacha. Al amanecer, los papas de la patoja vieron que ella

no estaba en su cuarto. La puerta estaba cerrada y la ventana abierta. La jaula también tenía la puerta abierta y esta vacía. Ambos padres se preocuparon muchísimo. La madre comenzó a llorar tristemente y le dijo a su marido: -Andá a buscar a mi hija donde sea y me la traés. -¡Ay, mija! –Decía- mi única hija. ¿Dónde se ha ido mi corazón?- se lamentaba. El hombre fue al campo en busca de su hija. Fue al pueblo, a los montes y, la buscó por todos lados, pero jamás la encontró. Cuando regresó a su casa, su esposa lo llevó al telar, donde estaba el tejido inconcluso de su hoja. Sólo vieron dos plumas de colibrí entrelazadas. En ese momento, comprendieron que su hoja sería feliz con el hombre que había elegido.

Epígrafe

“La literatura oral no tiene al papel y la tinta como medio fundamental de expresión. De ahí la necesidad de coadyuvar para que estas manifestaciones culturales no se pierdan” “al trasladarlas a la letra escrita con el fin de que permanezcan vivas para que el pueblo siempre las recuerde y se constituyan en fuente de identidad nacional, y que los jóvenes puedan, algún día, encontrar sus verdaderas raíces”.

Celso Lara Figueroa

Biografía

Celso Lara Figueroa

(Ciudad de Guatemala, 1948 - 29 de agosto de 2019) fue un antropólogo y escritor guatemalteco. es conocido en el país por ser un famoso historiador guatemalteco. Su trabajo ha sido reconocido internacionalmente y ha impulsado al conocimiento cultural en Guatemala. Se desempeñó desde muy joven en el campo académico desde la Universidad de San Carlos de Guatemala — USAC—. Junto con sus estudios de historia, pronto inició su carrera de investigador. Al concluir sus estudios de pregrado y grado en la Facultad de Humanidades, se especializó en Antropología, Folklore e Historia en la Universidad Central de Venezuela. Así mismo, laboró como el profesor más joven del Departamento de Antropología de dicha universidad. Uno de sus primeros trabajos se llamó Leyendas y casos de la Tradición Oral de la ciudad de Guatemala, que recogía tradiciones orales de la ciudad capital. Dicho libro ganó en 1974 el premio Quetzal de Oro de la Asociación de Periodistas de Guatemala —APG— al mejor libro publicado ese año.

Glosario

Adormecidas: Empezar a dormir o rendirse al sueño se adormeció a mitad de camino. Aflorar: Aparecer en la superficie de un terreno algo que estaba oculto bajo él, especialmente un mineral o un líquido. Ajada: Salsa hecha con pan desleído en agua, ajos machacados y sal; es típica de algunas regiones de España, especialmente Galicia. Almendrados: Que tiene forma ovalada, semejante a la de una almendra. Añeja: Que va unido a otra cosa de la cual depende o con la que está muy relacionado. Añilero: Es la denominación tradicional de las variedades oscuras y profundas del color azul. Artificio: Procedimiento o medio ingenioso para conseguir, encubrir o simular algo. Arrullos: Canto grave y monótono con que las aves cortejan a sus parejas. Asolaron: Estropear o secar, el calor, las plantas o los frutos del campo.

Atrio: Patio abierto situado a la entrada de algunas iglesias, templos o palacios, que generalmente tiene forma rectangular y está rodeado de columnas. Avería: Daño, rotura o fallo que impide o perjudica el funcionamiento del mecanismo de una máquina, una red de distribución u otra cosa. Azahares: Flor del naranjo, del limonero y del cidro; es de color blanco y muy aromática. Cafetales: Terreno plantado de cafés o cafetos. Cerbatana: Tubo estrecho que se utiliza para lanzar dardos u otros proyectiles, los cuales se introducen en su interior y salen expulsados al soplar enérgicamente por uno de sus extremos. Chistar: Emitir algún sonido como para empezar a hablar. Chucho: Es popularmente utilizada en Guatemala para referirse a un perro, ya sea callejero o de casa. Copal: Árbol tropical de la familia del algarrobo, de hojas compuestas y flores cigomorfas; su madera es apreciada en ebanistería.

Desdichada: infeliz, malaventurado, desventurado, desastrado, infausto, aciago. Ébano: Árbol tropical de gran altura, tronco grueso, corteza gris, hojas alternas de color verde oscuro con pecíolos muy cortos, flores axilares y fruto en baya oval; la madera es de gran calidad y muy apreciada en ebanistería. Escudriñar: Examinar algo con mucha atención, tratando de averiguar las interioridades o los detalles menos manifiestos. Evocar: Recordar algo percibido, aprendido o conocido. Exuberante: (Persona, cosa) Que está muy desarrollado o que tiene gran cantidad de alguna cosa. Furtivamente: De manera oculta o sin ser visto o percibido. Hoguera: Fuego de gran tamaño que levanta mucha llama y está hecho con material de fácil combustión, generalmente al aire libre. Huipil: Camisa o túnica amplia de algodón, adornada con bordados típicos, que usan principalmente las mujeres indígenas. Ilustres: Que tiene un origen familiar noble o distinguido. Jícara: Taza pequeña, generalmente con el fondo más grueso que las paredes, que se usa para tomar chocolate. Luctuosos: Que produce o conlleva tristeza, dolor o luto.

Mengala: Mujer del pueblo soltera y joven. Muchá: Se refiere a un grupo de amigos. Nixtamal: Granos de maíz que se mezclan con agua y cal, y se muelen para preparar tortillas. Panteón: Monumento funerario destinado a la sepultura de varias personas, generalmente de la misma familia. Patojo: Que está en el período de la vida entre la niñez y la edad madura. Piar: Emitir su voz los polluelos y algunas otras aves. Pichirilo: Es una manera cariñosa y familiar de referirse al coche o auto de la familia. Reguero: Chorro o cantidad de líquido que cae o atraviesa una superficie o un espacio de manera débil, continua y más o menos recta. Riachuelo: Río pequeño de escaso caudal y profundidad que puede secarse. Ruborizar: Causar sonrojo o rubor a una persona. Sauce: Árbol de corteza gris con estrías longitudinales, copa amplia formada por largas ramas ascendentes, finas y flexibles. Solemnidad: Acto o ceremonia solemne. Sollozos: Movimiento convulsivo que se realiza en ocasiones al llorar desconsoladamente y que consta de varias inspiraciones bruscas, entrecortadas, seguidas de una espiración.

Suntuosa: Que es magnífico, sumamente espléndido o lujoso en extremo. Tajantes: Que no admite discusión o que corta cualquier posibilidad de réplica. Traslacionistas: Fueron un grupo de habitantes de la ciudad de Santiago de Guatemala. Tata: Trato cariñoso y respetuoso que se da al padre o al abuelo. Tenue: Que es muy delgado o fino. Tullido: (Persona, animal) Que está imposibilitado para moverse o para mover alguno de sus miembros. Tumultuosamente: Que se efectúa sin orden ni concierto. Tusa: Que es despreciable o de baja condición social. Zaguán: Sala o pieza de una casa inmediata a la puerta principal de entrada. Zarzuelas: Género teatral y musical constituido por este tipo de obras.

Agradecimiento

Gracias a Celso Lara Figueroa, por todas las leyendas que nos ha dejado y permanecerán por generaciones, valorizando nuestras tradiciones. Fue un recopilador de las leyendas de Guatemala, el mayor investigador del folclor. Documentó muchas leyendas y como diseñadores nos permite ilustrar y diagramar sus leyendas. ¡Gracias!

Oswaldo Méndez

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