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El amor que se requiere

Por Nicole Mattson

Cuando crecía, experimenté a Dios de varias maneras especiales, que incluyen la participación en un culto llamado SOLAR: Escuela de Luz y Realización. Mis padres me sacaron en el tercer grado de la escuela pública donde asistía para asistir a la «escuela» de SOLAR, y pasamos los días aprendiendo a hacer macramé y velas en la arena. Cuando mis padres se dieron cuenta de que la calidad académica de SOLAR era extremadamente deficiente, no tardaron en ponernos de nuevo en la escuela pública.

Nunca había oído hablar de una escuela adventista hasta que mi padre conoció y se casó con una mujer adventista cuando yo tenía 11 años. Asistí a mi primera serie evangelística con ella y con entusiasmo llegué a casa con una copia de El triunfo del amor de Dios, mejor conocido como El deseo de todas las gentes. Más tarde, por decisión de mi madre, asistí a una academia adventista durante mi segundo año de secundaria. Fue allí donde el profesor de inglés, Rondi Aastrup, vio algo en mí y me preguntó si podría ayudar como editora del Cedar Log en Cedar Lake Academy al año siguiente, cuando regresaría como junior. También fue durante ese año que conocí a Jesucristo por primera vez. Sabía que había algo diferente en ese lugar y no podía olvidar el cambio que se empezó a llevar a cabo en mi corazón.

Sin embargo, no pude regresar a Cedar Lake al año siguiente. Mis padres se alejaron de la iglesia y con eso también terminó su compromiso con la educación adventista. Regresé a la escuela pública y me absorbí profundamente con un joven que sería mi esposo antes de graduarme de mi último año, ya que esperábamos a nuestro primer hijo ese otoño. Nuestros segundo y tercer hijo nacieron durante los siguientes cuatro años, pero mi esposo cayó cada vez más profundamente en un estilo de vida que lo encerró en un mundo peligroso donde las amenazas nos inmovilizaron. Los traficantes de drogas frecuentaban nuestra casa, buscando pago e incluso confrontándome físicamente mientras trataban de encontrarlo.

A medida que sus hábitos y relaciones externas continuaron, supe que no podía continuar en esa relación. Mientras cumplía condena en la cárcel local, me comuniqué con el pastor de la iglesia adventista y su esposa, Bob y Angie Joseph. Angie y yo comenzamos estudios bíblicos, y comprometí mi vida con Jesús. Poco después, me bauticé junto con mis tres hijos. Mi esposo estaba muy enojado conmigo por mi decisión y en más de una ocasión dificultó nuestra asistencia a la iglesia. Un sábado, quitó los cables de las bujías para que los niños y yo no pudiésemos ir a la iglesia. En otra ocasión, me dirigí con los niños a la iglesia mientras él estaba sentado en el capó de mi auto, hasta que frené abruptamente, lo envié rodando y nos fuimos. No iba a dejar que él me impidiera ir a la iglesia. La batalla se prolongó durante varios años.

Finalmente, pude salir del desgarrador matrimonio de forma permanente y comencé a trabajar en diferente lugares para mantener a mis hijos. Durante ese tiempo,

La enseñanza era mi pasión y mi camino en la vida finalmente se despejó lo suficiente como para poder darme cuenta.

la pequeña escuela adventista en Traverse City, Michigan, buscaba una ayudante de maestra, y me invitaron para entrevistarme. Aunque había sido una buena estudiante mientras crecía y me encantaba aprender, no sentía que esa fuese mi vocación. Acudí a la entrevista, me ofrecieron el trabajo y lo rechacé. Contrataron a otra persona, finalmente cancelaron su invitación y me llamaron de nuevo, insistiendo en que al menos lo probase y viese si me gustaba.

Fue entonces que encontré mi vocación. La enseñanza era mi pasión y mi camino en la vida finalmente se había despejado lo suficiente como para poder darme cuenta. Trabajé allí durante dos años y después decidí que necesitaba volver a la escuela y obtener un título para poder convertirme en una «verdadera maestra». Me inscribí en la universidad local, obtuve mi título y puse a mis propios hijos en la escuela de iglesia durante uno de esos dos años. Durante el segundo año, me desanimé y los puse en la escuela pública, una decisión de la que más tarde me arrepentiría, ya que eso les abrió gusto por las cosas que se quedarían con ellos en los años venideros.

En ese momento supe que tenía que mudarme a Andrews University y dejar los sistemas de apoyo familiar y de amigos que teníamos, o renunciar a cualquier pensamiento de convertirme en una maestra adventista. Me tomé un año «libre» y continué trabajando como cajera de banco mientras contemplaba qué hacer. Seguí sintiéndome impresionada de mudarme a Andrews con mis tres hijos, así que eso fue lo que hice. Necesitaba un lugar para vivir y Dios me proporcionó una maravillosa ayuda en Tom Witzel, quien me ayudó a encontrar el perfecto, aunque pequeño, hogar para quedarme a un precio que podía pagar. Necesitaba cuidado para mis hijos menores y, a veces, los dos mayores cuando asistía a clases: Dios me dio a Lori y Brian Manley y a su dulce familia. Nos cuidaron excelentemente a todos y me apoyaron en tiempos difíciles. Necesitaba ayuda con la matrícula: Andrews tenía un maravilloso programa para madres solteras llamado «Génesis» que proporcionaba apoyo financiero y logístico. Quería asegurarme de que mis hijos estuviesen en la escuela adventista: el director de la escuela primaria Ruth Murdoch, Jim Martz, se aseguró de que tuviese las becas para cubrir su colegiatura. El maravilloso personal me proporcionó dinero de vez en cuando, como Wanda Poole y Kurt Frey, que me dieron las sobras del suministro de pan de la cafetería y se aseguraron de que nunca nos quedásemos sin pan. El mecánico de Don’s Auto me ayudó a mantener mi auto en la carretera. Repetidamente, Dios proveyó a través de todas las personas maravillosas en mi vida que creyeron en la educación adventista.

Cuando llegó el momento de mi primer trabajo como maestra, aterricé en Battle Creek Academy, donde enseñé durante 12 años. Fue allí donde vi a mis hijos asistir a la escuela secundaria, encontré un esposo maravilloso y fui «nutrida» por el mejor equipo de educadores que cualquiera podría pedir: personas como Kevin Kossick, Phyllis Essex, Jean Anderson y Charlene Lavallee me guiaron y me asistieron, mostrándome el amor de Cristo todos los días. Me gusta decir que «crecí» como cristiana en ese lugar, aunque mi viaje ciertamente no ha terminado. ¡Mi plan es seguir «creciendo» hasta que Jesús venga!

Mi camino no ha sido fácil, pero estoy muy agradecida por todas las personas que he mencionado y muchas más, personas que aman a las personas, aman la educación adventista y aman a Jesús. Ese es el tipo de personas que dan vida a personas como yo, una persona que ama a la gente, ama la educación adventista y ama a Jesús. El ciclo se perpetúa porque ese es el amor que se requiere.

_____________________________ Nicole Mattson es la superintendente de educación de la Arizona Conference.

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