La Palabra y el Hombre No.14

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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD VERACRUZANA

La Palabra y el Hombre • Tercera época • Núm. 14 • otoño, 2010

Tercera época • núm. 14 • otoño, 2010 • ISSN 01855727

$ 40.00 M.N.

Publicaciones CITEM

Exhibir hasta: 31-dic-2010

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Guerra de Independencia Ángel José Fernández y Leticia Mora

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Carteles de la exposición colectiva 30-30 Alberto J. Olvera Las elecciones de julio en México y Veracruz Cecilia López Badano Los rostros ficcionales del Che Markéta Riebová El 68 en Octavio Paz y Carlos Monsiváis

Dossier: cerámica de Leonor Anaya

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DIRECTORIO

UNIVERSIDAD VERACRUZANA Rector: Raúl Arias Lovillo Secretario Académico: Porfirio Carrillo Castilla Secretario de Administración y Finanzas: Víctor Aguilar Pizarro Director Editorial: Agustín del Moral Tejeda LA PALABRA Y EL HOMBRE Fundadores: Gonzalo Aguirre Beltrán, Fernando Salmerón, Sergio Galindo (director) Encargado de la dirección: Mario Muñoz Editora responsable: Diana Luz Sánchez Flores Secretario técnico Israel Nettel Relaciones públicas: José Miguel Barajas Consejo de redacción: Germán Martínez, Jesús Guerrero Comité editorial: Domingo Adame, Martín Aguilar, Carlos H. Ávila, Miguel Ángel Casillas, Gunther Dietz, Romeo A. Figueroa, Marilú Galván, Teresa García Díaz, Leticia Mora, Alberto Olvera, Juan Ortiz, Celia del Palacio, Javier Pucheta, Sergio Téllez, Fernando N. Winfield. Comité consultivo: Félix Báez-Jorge, Francisco Beverido, Malva Flores, Felipe Garrido, Gilberto Giménez, Pepe Maya, Álvaro Matute, Julio Ortega, Ricardo Pérez Montfort, Sergio Pitol, Julio Quesada, Rossana Reguillo, Ramón Rodríguez, Alberto Tovalín, Eduardo de la Vega Alfaro, Héctor Vicario. Responsables de sección: Palabra clara y Palabra nueva: Celia del Palacio; Estado y sociedad: Alberto Olvera; Artes y Dossier : Leticia Mora Diseño editorial y composición tipográfica: David Medina Versión electrónica: Gerardo Cruz Asistente de edición: Magda Ochoa CORRESPONDENCIA:

Hidalgo 9, Col. Centro, 91000 Xalapa, Veracruz, México. Tels. y fax: 2288-181388, 2288-184843 y 2288-185980 Correo electrónico: lapalabrayelhombre@uv.mx lapalabrayelhombre@yahoo.com.mx www.uv.mx/lapalabrayelhombre Distribución nacional en locales cerrados: Publicaciones Citem. Avenida del Cristo 101, Xocoyahualco, Tlalnepantla, Estado de México. Tel. 5238-0260 La Palabra y el Hombre, revista de la Universidad Veracruzana. Edición trimestral. Núm. de Certificado de Reserva: 04-2007-120412293700-102. Número de Certificado de Licitud de Título: 14245. Número de Licitud de Contenido: 11818. Impreso en Preprensa Digital, Caravaggio No. 30, Col. Mixcoac, C.P. 03910, México, D. F. La revista no responde por artículos no solicitados ni establecerá correspondencia al respecto.

LA PALABRA PALABRA CLARA 5. Ángel José Fernández y Leticia Mora Perdomo Romancero de la Guerra de

Independencia 9. Markéta Riebová Metáfora e ironía. Tlatelolco en la obra de Paz y

Monsiváis 16. Marco Tulio Aguilera El Amazonas de William Ospina 21. Fernando Ruiz Granados Poemas

PALABRA

NUEVA

23. Christhian García Mirafuentes Ya no seremos... 24. Alma Pagés Le Bateau Ivre

ESTADO Y SOCIEDAD 27. Alberto J. Olvera Hacia un autoritarismo plural. Elecciones en

México y Veracruz 32. Salvador Martí i Puig América Latina después de la "década de los

pueblos indígenas" ARTES 39. Cecilia López Badano Los rostros ficcionales del Che Guevara 48. Ajay Heble Caer en la que no era. Jazz, disonancia y práctica crítica

DOSSIER 52. Leonor Anaya. Cerámica 65. Leticia Mora Perdomo Ecos y sombras de una luminosidad expresiva.

La cerámica de Leonor Anaya ENTRE LIBROS 68. Rafael Figueroa Hernández Los nuevos objetos culturales en Iberoamérica,

de Celia del Palacio (coord.) 69. Leobardo Lagunes Ganem En torno a las excentricidades del cardenal Pire-

lli, de Ronald Firbank 71. Domingo Balam Martínez Álvarez La utopía corrompida. Radicalismo y reforma en la Universidad Autónoma de Sinaloa, de Carlos Calderón Viedas, Jorge Medina Viedas y Liberato Terán 72. Maricruz Castro Ricalde Voces en espiral. Entrevistas con escritores mexicanos contemporáneos, de Jorge Luis Herrera 74. Claudia Morales Silva Huastecos a pesar de todo. Breve historia del origen de las comunidades teenek (huastecas) de Tantoyuca, de Anath Ariel de Vidas 77. Jorge Alberto Morteo Díaz Dublinesca, de Enrique Vila-Matas

MISCELÁNEA 79. Luz Fernández de Alba Sergio Pitol. Una autobiografía soterrada... 82. Germán Martínez Aceves Esto no está aquí. 30 años sin Lennon 84. Roberto Culebro Aguardiente y pólvora 86. Iván Partida Nortes perdidos: [REC.]2 y Alicia en el país de las maravillas

Ilustraciones del número: Carteles de la exposición colectiva 30-30 Imagen de portada: Leonor Anaya

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Revista de la Universidad Veracruzana NÚMERO 14 • OCT.-DIC., 2010

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n este año de Centenarios, las páginas de La Palabra y el Hombre se engalanan al tener como ilustraciones buena parte de los carteles de la exposición titulada 30-30. Al respecto, nos dice el cura... dor de la misma, José M. Morelos: El cartel, termómetro de la sociedad, históricamente ha sido asistente y camarada –cómplice a veces– de las luchas y demandas sociales. Por tal motivo y en el marco de estas fechas, el Instituto de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana convocó a 60 diseñadores gráficos para expresar sus ideas, sus posturas, su sentir a través de este medio: 30 dedicados al tema de la Independencia de México y 30 al de la Revolución Mexicana. De ahí que la exposición recoja el nombre de 30-30, el cual alude de paso a ese fusil de cañón corto mejor conocido como carabina.

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Adicionalmente, como parte de la revisión histórica emprendida con motivo de los Centenarios, el texto El Romancero de la Guerra de Independencia nos recuerda un interesante proyecto lanzado durante la llamada Restauración de la República, en el siglo XIX, para conjuntar un registro poético de los héroes de la insurgencia. El resultado de dicho proyecto fue rescatado por la Universidad Veracruzana en la edición crítica realizada por Ángel José Fernández y Leticia Mora Perdomo. En “Tlatelolco en la obra de Paz y Monsiváis”, de Markéta Riebová, se contrastan las dos visiones de ambos escritores sobre la matanza allí ocurrida en el 68 y, de manera indirecta, se rinde homenaje al gran cronista, autor de Días de guardar, recientemente fallecido. Y pasando de la historia cercana a la más reciente, Alberto J. Olvera analiza las elecciones de julio en el estado de Veracruz y en nuestro país en general. El dossier de la ceramista xalapeña Leonor Anaya muestra un trabajo plástico que, según anota el texto de Leticia Mora que lo acompaña, y a semejanza de una metáfora: “muestra, no define; sugiere, no enseña; evoca, no copia”. Estos son tan sólo algunos de los variados materiales que se ofrecen en la presente entrega de La Palabra y el Hombre, última de 2010.

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Romancero de la Guerra de Independencia El programa del Romancero, que fue explicado por Gustavo Baz en El Domingo el 13 de abril de 1873, convocaba a poetas y a quienes tenĂ­an en su poder documentos y testimonios de las gestas de la insurgencia para que la naciĂłn pudiera contar, dentro de sus incipientes efemĂŠrides, con el registro poĂŠtico de sus hĂŠroes, inclusive de los desconocidos u olvidados. La ediciĂłn crĂ­tica del Romancero de la Guerra de Independencia acaba de aparecer en la colecciĂłn FicciĂłn de la UV, con el apoyo del Conacyt. Ă ngel JosĂŠ FernĂĄndez y Leticia Mora Perdomo son acadĂŠmicos del Instituto de Investigaciones Lingßístico-Literarias de la UV y miembros del cuerpo acadĂŠmico “Literatura: confluencias, divergencias, cruces y fronterasâ€?. Pertenecen al SNI.

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a etapa de conciliación política que siguió al proceso de la Restauración de la República, a partir de 1867, produjo en la vida pública del país una serie de actos y acciones culturales, como la publicación –a cargo de Ignacio Manuel Altamirano– de la revista El Renacimiento, de título sintomåtico, que había tenido como antecedente las Veladas Literarias, las cuales se habían programado en las casas de algunos particulares para beneficio y provecho de las causas culturales y políticas. Estas tertulias, que rompieron el hielo entre los escritores de las ideologías en pugna, fueron a la vez natural complemento de la idea de fundar, en el espacio que ofrecía aquella revista, las letras patrias, intención largo tiempo diferida debido a las calamidades de todo tipo en que había hecho su aparición el Estado nacional mexicano. Esta conciliación de la inteligencia, a la que había convocado machaconamente el grupo liberal guiado por los maestros Ignacio Ramírez y Altamirano, tendría asimismo un impulso que rebasó, desde luego, a la

Abraham MĂŠndez GĂłmez

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circunstancia histĂłrica del propio Benito JuĂĄrez, sobre todo cuando ĂŠste insistiĂł en volver a presentarse como candidato a la presidencia de la RepĂşblica en el proceso electoral de 1871. El descontento general que esto provocĂł, particularmente entre las fuerzas liberales, debiĂł aglutinar a los librepensadores en un nuevo proyecto, el cual habrĂ­a de prevalecer sobre los intereses polĂ­ticos. Uno de estos proyectos fue construir, en el aspecto cultural y cĂ­vico, el ideario de la nacionalidad mexicana, que tenĂ­a a la vista un espectro de gran diversidad ĂŠtnica, regional e histĂłrica, con un centro hegemĂłnico y con oligarquĂ­as regionales incomunicadas por la falta de carreteras, ferrocarriles, correo y telĂŠgrafos. A todas estas necesidades respondiĂł el programa publicitario que generĂł la creaciĂłn del Romancero de la Guerra de Independencia. El proyecto surgiĂł en circunstancias difĂ­ciles y en torno a presiones ideolĂłgicas y polĂ­ticas casi insuperables. Ante el movimiento represor que propiciĂł la reelecciĂłn de JuĂĄrez, la clase militar y polĂ­tica opositora se refugiĂł en la insurgencia y en el ĂĄmbito de las logias masĂłnicas. Los intelectuales de sello y compromiso liberal, que se habĂ­an distanciado de los regĂ­menes de JuĂĄrez y SebastiĂĄn Lerdo de Tejada, pasaron a formar parte del conglomerado cultural del general Porfirio DĂ­az; su funciĂłn fue enmascarada por la actividad educativa, periodĂ­stica y lite-

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Como puede observarse, la planta de poetas que generaron el Romancero de la Guerra de Independencia resultó ser, en su momento, de primera línea, y podemos afirmar que sus autores forman parte de la clase selecta de nuestro Panteón literario.

raria, y sus parámetros y alcances fueron proyectados y dispuestos a través de las tenidas1 en las logias. Así, en el ámbito público, los escritores y artistas se tornaron en educadores de la niñez, de las familias y, especialmente, de las “señoritas mexicanas”. Asimismo, desde el ámbito de las sociedades secretas, propugnaron por la formación de nuevas logias, las que durante el régimen de Porfirio Díaz habrían de consolidar la gran red que configuró, en el universo de lo oculto, a la Gran Logia Unificada de México y, en el espacio público, a los clubes políticos porfiristas. El procedimiento de la clase intelectual de ocuparse de un doble papel, el secreto y el citadino, no era, por cierto, novedoso en el país. Ya había probado fortuna durante la época del centralismo previo a la invasión americana y durante la Guerra de Reforma. Ahora, para crear de modo facticio el Romancero de la Guerra de Independencia, la clase liberal del porfirismo emergente echaba mano del periódico literario El Domingo, propiedad del inmigrante polaco Gustavo Gosdawa, barón de Gostkowski, y de su jefe de redacción, el joven crítico literario y poeta Gustavo Adolfo Baz (18511904), para lanzar la convocatoria entre la clase letrada. El programa del Romancero, que fue explicado por Baz en El Domingo el 13 de abril de 1873, convocaba a poetas, y a quienes tenían en su poder documentos y testimonios de las gestas de la insurgencia, para que, con los romances escritos por los primeros, y con base en las fuentes fidedignas proporcionadas por los segundos, la nación pudiera contar, dentro de sus incipientes efemérides, con el registro poético de sus héroes, inclusive de los desconocidos u olvidados. Se trataba, entonces, de construir un objeto artístico, de modo facticio, para que el pueblo se sirviera de él; para que su contenido circulara, forjara patriotismo y sembrara nacionalidad en los mexicanos, y éstos los integraran a su imaginario cívico. La única condición, además de su fundamento de verdad, era que los cantos tuvieran la forma del romance, ya que el verso octosilábico –que le es intrínseco a este género de la tradición española– resultaba para los hispanohablantes “un metro tan fácil, tan sonoro, tan propio al mismo tiempo al oído 1

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Sesión de una logia masónica.

del pueblo”, y muy cercano a la idiosincrasia nacional por el contacto cultural con el Romancero tradicional cultivado por siglos en la Península Ibérica. La respuesta de los poetas de México fue inusitada y veloz. El 29 de junio de aquel año ya resultaba insuficiente el espacio que ofrecía El Domingo para ir reproduciendo los romances históricos que recordaban y enaltecían las hazañas y la valentía de los guerreros autonómicos. En esa fecha, el mismo Baz declaraba que no había podido editar –por falta de espacio– “los numerosos romances” que le habían remitido a la redacción del periódico. Y, más adelante, señalaba que la convocatoria seguía abierta: Nosotros nos atrevemos a suplicar a todas aquellas personas que posean datos históricos, romances, canciones o hechos históricos relativos a nuestra primera Guerra de Independencia, que las pongan en conocimiento de la redacción del Domingo, la cual se honra con haber iniciado esta obra altamente patriótica. Así que en El Domingo comenzó a circular, por medio del sistema de entregas, el gran universo poético histórico del Romancero. Y si bien la aparición del romance “La retirada” de Ramón Valle, el 30 de marzo de 1873, había sido generadora del programa, a este texto siguieron otros del propio Gustavo Adolfo Baz, de Manuel de Olaguíbel, Ramón Rodríguez Rivera, Francisco A. Lerdo, Rodolfo Talavera, Joaquín Gómez Vergara, Francisco Sosa, Manuel Acuña, Joaquín Téllez, Vicente Riva Palacio, José Rosas Moreno, Diego Bencomo, Rafael Nájera y Juan A. Mateos, quien compuso en décimas espinelas su romance “La campana de Dolores”. Complementó estas entregas la publicación de otros romances, anteriores y posteriores a los de los poetas recién citados, como los romances históricamente importantes de José de Jesús Díaz, Fernando Calderón, Ignacio Rodríguez Galván, José Peón y Contreras y Manuel Amador Bejarano, así como el que escribió especialmente para el Romancero Eduar-

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do Emilio Zárate, titulado “El tío bachichas”, y que dio a la estampa en la Edición literaria de El Federalista, el domingo 30 de abril de 1876, en virtud de que El Domingo ya había sido clausurado. Como puede observarse, la planta de poetas que generaron el Romancero de la Guerra de Independencia resultó ser, en su momento, de primera línea, y podemos afirmar que sus autores forman parte de la clase selecta de nuestro Panteón literario. Sólo que, por motivos ajenos a su valor estético y su aspecto formativo, la colección quedó en definitiva sepultada en las páginas de la prensa literaria; las circunstancias políticas de entonces y el devenir de la vida política del futuro inmediato requirieron de otras urgencias. Y éstas, junto con la suerte individual de su promotor Gustavo Adolfo Baz, que se desligó del universo periodístico y del movimiento literario de la capital de la República al ser destinado a la Embajada de México en París, confinaron al programa a su cautiverio hemerográfico. Hace un siglo, al celebrarse el centenario del inicio de la Guerra de Independencia, como parte de las fiestas oficiales y del boato porfirista, el impresor Victoriano Agüeros editó en dos tomos una versión espuria del Romancero de la Guerra de Independencia. Esta publicación malversó su programa original, al grado de desvirtuarla totalmente: alteró en mucho su contenido y añadió ingente cantidad de romances, escritos con prisa por encargo del impresor de El Tiempo. Diario católico.2 La idea de restañar el proyecto de Gustavo Adolfo Baz y, sobre todo, la intencionalidad de fondo del programa liberal que en un principio lo hizo fructificar, nos puso frente a la tarea de reconstruir su forma y contenido originales, y de hacerlo con un aparato crítico para ponerlo a disposición de los jóvenes y del público en general.

No es Venecia la indolente, la sultana de los mares, a quien homenaje rinden trovadores inmortales, el sacro numen que inspira estos humildes cantares; que la gloria es alimento sólo de las almas grandes, y no ambiciona la mía sino mirar los cristales del manso, sonoro río, que fecundiza los valles de Tamaulipas la bella, y cruzando soledades, limpio, callado, tranquilo, paga tributo a los mares. ¿Cuántos, ¡ay!, en su camino escuchó sentidos ayes de hermosuras que vinieron a suspirar en sus márgenes? ¿Cuántos, Pánuco dichoso, de tierno llanto raudales habrán guardado en tu seno las tampiqueñas amables, rogándote que su nombre y sus infortunios calles? Y sedientas de ventura, enamoradas beldades, ¿cuántas habrás visto, río, en brazos de sus galanes ebrias de amor, adormidas, rïendo como los ángeles, al resplandor de la luna, que brilla con luz süave, cuando apasionado beso en labio y mejillas late? Es fama, sonante río, que a la verde orilla sales por ver los grupos que forman los venturosos amantes bajo las tendidas hojas de tus lindos platanares. El historiador nos cuenta

2 Véase Romancero de la Guerra de Independencia, 2 t., pról. de Victoriano Agüeros, Imprenta de El Tiempo de Victoriano Agüeros, México, 1910.

* Fuente original: El Domingo, México, Gustavo G. Gostkowski editor, Imprenta de Francisco Díaz de León, Segunda de la Monterilla núm. 12 [t. IV], cuarta época (17 de agosto de 1873), núm. 36, pp. 476-477.

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Nació en Morelia, Michoacán, y murió en la Ciudad de México. Fue miembro del Liceo Hidalgo, la Asociación Gregoriana (1866) y la Sociedad Netzahualcóyotl (1875-1880). De 1867 a 1868 participó en las Veladas Literarias organizadas por Altamirano; este joven poeta, llamado el Oficial Calavera, se dio a conocer en estas reuniones, donde varias veces “hizo reír a la concurrencia con sus composiciones festivas”. Colaboró en La Linterna Mágica, órgano de publicidad de la Bohemia Literaria (1867), y en El Parnaso Mexicano (1886). En 1873 publicó Ratos perdidos o sean, Algunas composiciones en verso (Imprenta de Ignacio Cumplido, México, 1873).

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–en páginas inmortales– que tus ondas cristalinas se enrojecieron con sangre de mil valientes guerreros, que en mortífero combate sostuvieron de mi patria el pabellón trigarante, a Barradas castigando con espantoso desastre. Entonces –dice la fama– que rugiendo de coraje arrebató tu corriente del invasor el cadáver, para lanzarlo al abismo del Atlántico insondable; y que luego, manso, dulce, entre los cañaverales, las ceibas y los naranjos y los blancos azahares que adornando tus riberas vierten aroma en el aire, sereno, apacible, hermoso, volviste alegre a tu cauce murmurando en son de triunfo: “Está vengado el ultraje”. ¿Cómo no sentir el alma en un mundo dilatarse de doradas ilusiones y de recuerdos brillantes, si el amor, el patriotismo, aquí tienen sus altares? ¡Dios te guarde, bello río! ¡Bello río, Dios te guarde! ¡En tu gloriosa carrera siempre en perlas se desate tu corriente, fecundando las tierras por donde pases; los pájaros de la selva vengan a tu orilla, canten, y en tu linfa trasparente alborozados se bañen; el sol con su disco de oro,

cuando en el cenit derrame torrentes de luz y vida, en tu fondo vea su imagen; nunca tu virtud enturbien fragorosas tempestades, y las vírgenes hermosas de Tampico, las deidades, en las horas que embellece con sus misterios la tarde, te canten sus alegrías y te digan sus pesares, como al amigo discreto que su corazón nos abre! Mas si con planta atrevida algún invasor osare pisar la sagrada tierra que regaron nuestros padres con la sangre de sus venas, en época memorable, a rugir vuelve tremendo, al punto sal de tu cauce, arrebata caballeros, caballos, armas, bagajes, y arroja la hueste impía en el fondo de los mares.

Esto al Pánuco le dije de su orilla al apartarme, en la grandeza pensando de las glorias nacionales; y melancólico, triste, como marino sin nave, alejándome con pena de tan gloriosos lugares, lleno de entusiasmo el pecho volví a exclamar: “¡Dios te guarde!” Y deteniendo mis pasos otra vez volví a mirarle, y vi que torciendo el curso –como a su nido las aves–, limpio, callado, tranquilo fue a sepultarse en los mares.

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MarkĂŠta RiebovĂĄ MarkĂŠta RiebovĂĄ es profesora asistente de Literatura Mexicana en la Universidad PalackĂ˝ de Olomouc, RepĂşblica Checa. Traductora de Los rituales del caos, de Carlos MonsivĂĄis, al checo (Ob ady chaosu, 2006).

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Tlatelolco en la obra de Paz y MonsivĂĄis

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MetĂĄfora e IronĂ­a

En las letras mexicanas, la dicotomĂ­a aristotĂŠlica encontrĂł su personificaciĂłn fulgurante en Octavio Paz y Carlos MonsivĂĄis [...] AsĂ­ apa-

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o es oficio del Poeta contar las cosas como sucedieron, sino como debieran o pudieran haber sucedido, probable o necesariamenteâ€? (AristĂłteles: 27). En El arte poĂŠtica AristĂłteles distingue entre el poeta y el historiador quien, por su parte, sĂ­ “refiere las cosas en particularâ€?. Veinticuatro siglos despuĂŠs nos encontramos ante el mismo problema de la realidad y su representaciĂłn literaria. ÂżQuĂŠ es mejor para nuestra orientaciĂłn en el remolino de los acontecimientos presentes y pasados? ÂżUna brillante metĂĄfora de la totalidad o una glosa irĂłnica del fragmento? ÂżUn poema mediante el cual aprendemos sin reservas la sabidurĂ­a del maestro o un puĂąado de palabras claves que ĂŠste nos da para que, bajo su tutela, formemos nosotros mismos la frase? En las letras mexicanas, la dicotomĂ­a aristotĂŠlica encontrĂł su personificaciĂłn fulgurante en Octavio Paz y Carlos MonsivĂĄis. Cuando el 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, el movimiento estudiantil llegĂł a su trĂĄgico fin, surgiĂł la necesidad apremiante de entender lo ocurrrido, de redefinir las posiciones frente al concepto de desarrollo que el gobierno autoritario mexicano habĂ­a escogido (y defendido a toda costa) para el paĂ­s. AsĂ­ aparecieron tambiĂŠn CrĂ­tica de la pirĂĄmide de Octavio Paz y DĂ­as de guardar de Carlos MonsivĂĄis, textos radicalmente distintos y complementarios a la vez. Este breve estudio intenta una aproximaciĂłn a dichas obras, analizando los diferentes modos de la imaginaciĂłn histĂłrica de Paz y MonsivĂĄis que condicionaron su representaciĂłn literaria de la realidad.

recieron CrĂ­tica de la pirĂĄmide de Octavio Paz y DĂ­as de guardar de Carlos MonsivĂĄis, textos radicalmente distintos y complementarios a la vez. No podemos acordarnos de todo ni contarlo todo, pues el mero hecho de elaborar una trama con distintos acontecimientos del pasado precisa una gran selecciĂłn en funciĂłn de lo que se considera importante, significativo o susceptible de hacer inteligible la progresiĂłn de la historia (Ricoeur, 1999: 106). La creaciĂłn de una trama y la necesidad inexorable de una selecciĂłn subjetiva, vinculadas en el pensamiento de Paul Ricoeur a la representaciĂłn del pasado, ofrecen la clave de nuestra lectura de CrĂ­tica de la pirĂĄmide y DĂ­as de guardar. Ricoeur no es el Ăşnico: tambiĂŠn Hayden White en Tropics of discourse (1978) habla de la trama necesaria para concatenar una serie de hechos como un relato de cierto tipo y presentarla como un proceso comprensible. Es mĂĄs, la convicciĂłn de que no es posible descubrir la historia, sino crearla una y otra vez mediante el discurso figurativo aparece en la misma CrĂ­tica de la pirĂĄmide, donde Paz (anticipando a White) dice: Entre vivir la historia e interpretarla se pasan nuestras vidas. Al interpretarla, la vivimos: ha-

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A diferencia de la voz única, distanciada y pedagógica de Octavio Paz, que guiaba al lector con aplomo y claridad por el mundo de la historia y el devenir mexicano, la voz en las crónicas de Días de guardar arroja al lector a las turbias aguas de la heterogeneidad y la contradicción de finales de los años sesenta.

cemos historia; al vivirla, la interpretamos: cada uno de nuestros actos es un signo. La historia que vivimos es una escritura; en la escritura de la historia visible debemos leer las metamorfosis y los cambios de la historia invisible. Esa lectura es un desciframiento, la traducción de una traducción: jamás leeremos el original. Cada versión es provisional: el texto cambia sin cesar. Cada traducción es una creación: un texto nuevo (Paz: 34-35). Nos interesa, entonces, la “trama” en la que Octavio Paz y Carlos Monsiváis respectivamente organizan la materia caótica del 68 para “traducir” la historia del modo que ellos mismos consideran más pertinente. Convencido de la deficiencia de la interpretación histórica y la necesidad de la metahistoria, Octavio Paz ofrece en Crítica de la pirámide una “traducción” arquetípica de los acontecimientos. En su concepción, el mito y el carácter nacional se explican mutuamente, por ser inseparables: “aquello que pasó, efectivamente pasó, pero hay algo que no pasa, algo que pasa sin pasar del todo, perpetuo presente en rotación” (Paz: 32). En este sentido, Paz coincide de nuevo con Paul Ricoeur y su concepto del núcleo ético-mítico de las naciones, que influye en su comportamiento y es formado por el subconsciente fondo elemental de imágenes de cada cultura (Ricoeur, 1986: 35, 54-61). Correspondiendo con la caracterización aristotélica del Poeta, Paz no muestra tanto interés en “lo que pasó”, sino precisamente en “el perpetuo presente en rotación”, en lo que “pasa siempre”. El crítico literario Xavier Rodríguez Ledesma ve en la quintaesencia poética de Paz una genial ventaja y libertad que le posibilita distanciarse de la realidad y, de este modo, entenderla mejor que otros. Por otro lado, dice Rodríguez Ledesma, esta ventaja solía causar, paradójicamente, el menosprecio de las interpretaciones de Paz como “meras visiones de un poeta” (Rodríguez Ledesma: 234-237). A esta actitud de menosprecio se opone Hayden White al afirmar que el historiador necesariamente tiene que prefigurar poéticamente la materia histórica y formar así no solamente el objeto de su análisis, sino también escoger la modalidad de las estrategias conceptuales

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que utilizará para explicar “lo que verdaderamente pasó”. White distingue cuatro modalidades que corresponden a los cuatro tropos básicos del lenguaje poético: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía. Éstos posibilitan diferentes tipos de discurso figurativo que puede captar experiencias que se resisten a ser descritas mediante inequívocas representaciones en prosa (White: 13-50). A tales experiencias pertenece, por ejemplo, el año 1968 en México. La imaginación histórica de Paz se apoya sobre todo en la modalidad de la metáfora. Valiéndose de analogías, Paz logra transformar el caótico remolino de los eventos particulares del 68 en una representación universal, al ofrecer una explicación compacta, homogénea y transparente, un verdadero cosmos. “Vivir la historia como un rito es nuestra manera de asumirla”, dice Paz, para afirmar luego que “las geografías también son simbólicas: los espacios físicos se resuelven en arquetipos geométricos que son formas emisoras de símbolos” (Paz: 34-35). El poeta interpreta la geografía (y la sociedad) mexicana como una “enorme pirámide trunca”, con el Altiplano y la Ciudad de México como su plataforma-santuario. La misma plaza de Tlatelolco tiene para Paz una especial importancia, ya que condensa en sí “la real y la simbólica” historia de México y se inserta en ella “con aterradora lógica” (Paz: 55). Al establecer de este modo “una relación secreta pero evidente” entre el espacio natural, la geometría simbólica y la “historia invisible” de México, Paz da el último e inevitable paso: descifra la masacre de Tlatelolco como un ritual de sacrificio. Una de las claves de la historia de México es, para Paz, el invisible “hilo de la dominación” que continúa desde los tiempos precolombinos hasta la modernidad: Si desde el siglo XIV hay una secreta continuidad política, ¿cómo extrañarse de que el fundamento

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Así, el sacrificio de los estudiantes en 1968 para mantener el régimen del PRI remite en Crítica de la pirámide a los sacrificios multitudinarios realizados para el mantenimiento del quinto sol mexica. El presidente Díaz Ordaz aparece así como la proyección mítica del tlatoani azteca y de su poder anónimo, cuya falsa legitimidad viene reproduciéndose en la continuada negación del “otro México” subconsciente. Sin embargo, Paz no se contenta con esta analogía simple para utilizarla como explicación de la dolorosa experiencia del 68, según le reprocharon sus críticos. Rechaza el sacrificio de los estudiantes refutando la legitimidad de los sacrificios aztecas y negándose a considerar el imperio mexica como la cumbre de la civilización mesoamericana (tal como lo proyectaba el régimen hegemónico). Para impedir tales equívocos, Paz propone una reconsideración del México moderno del Zócalo, Tlatelolco y el Museo de Antropología cimentado en la tradición centralista y autoritaria azteca-hispana. Esta reconsideración tiene que tomar la forma psicoanalítica y hurgar en las imágenes primordiales que constituyen el núcleo ético-mítico de la cultura mexicana. De ahí que la crítica política, social y moral del México moderno, que Paz condensa en la crítica del Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, empiece por el cuestionamiento de la pirámide (Paz: 46). La lectura monsivaisiana del movimiento estudiantil del 68 y de la matanza de Tlatelolco es radicalmente distinta. A diferencia de la voz única, distanciada y pedagógica de Octavio Paz, que guiaba al lector con aplomo y claridad por el mundo de la historia y el devenir mexicano, la voz en las crónicas de Días de guardar arroja al lector a las turbias aguas de la heterogeneidad y la contradicción de finales de los años sesenta en México. Monsiváis, desde luego, también construye su “trama” al seleccionar y encadenar sus crónicas a partir de un almanaque de “días de guardar”. Pero aun con este salvavidas, el lector no se ahorra el esfuerzo de mantenerse a flote tratando de absorber el desfile de imágenes y reflexiones y de sacar sus propias conclusiones de este conjunto. El Monsiváis cronista no pretende recrear el cuadro total de los acontecimientos; le interesa el detalle o, mejor, un gran número de detalles. Desde la perspectiva aristotélica, Monsiváis no cuenta “cómo es natural que las cosas hayan sucedido”, sino “cómo realmente sucedieron”. Linda Egan subraya precisamente el aspecto verídico de sus crónicas sin disminuir, por supuesto, su calidad artística (Egan: xiv). Sin embargo, no olvidemos que Monsiváis (igual

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PALABRA

inconsciente de esa continuidad sea el arquetipo religioso-político de los antiguos mexicanos: la pirámide, sus implacables jerarquías y, en lo alto, el jerarca y la plataforma del sacrificio? (Paz: 39).

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Benito Cabañas

El Monsiváis cronista no pretende recrear el cuadro total de los acontecimientos; le interesa el detalle o, mejor, un gran número de detalles. Desde la perspectiva aristotélica, Monsiváis no cuenta “cómo es natural que las cosas hayan sucedido”, sino “cómo realmente sucedieron”. que Paz) no escapa a la necesidad de prefigurar poéticamente el material que trabaja en Días de guardar, debido a la imposibilidad de captar los acontecimientos de una manera absoluta e inequívoca.

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nario buscando analogías con la legalidad sospechosa del imperio azteca, Monsiváis se vale del conflicto creado por la heteroglosia de sus crónicas. Las voces informales de los jóvenes de la Onda: No te azotes… azotarse es pertenecer: a un modo dictatorial de la vida, a un sistema de tarjetas de crédito, a esquemas cerrados de conducta… alivianarse es recuperarse como ser humano, quitarse el peso, despojarse del lastre, negarse a la intolerable ley de gravedad de la sociedad en que uno se inserta (Monsiváis: 105-106).

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Estas voces socavan de manera espontánea la retórica oficialista y vacía de los funcionarios del PRI: Usted y sus amigos se olvidan de la gran experiencia histórica. México sufrió ya una gran revolución que nos libró de una vez por todas de las angustias del exceso y el apasionamiento. ¿Imperfecciones? Seguramente existen, amigo, también en Suiza hay descontento. Pero son defectos o errores mínimos que arreglaremos del modo pertinente, sin recurrir a ideologías exóticas o procedimientos ajenos a nuestra idiosincrasia (Monsiváis: 66).

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También parodian el discurso complaciente de la nueva clase media:

Federico López

La modalidad tropológica dominante en la imaginación histórica de Monsiváis es la ironía. Basándonos en White, podemos decir que el cronista mexicano apoya repetidamente las ideas subversivas sobre el carácter del hecho que está describiendo o sobre la descripción misma (White: 13-50). Y llega aún más lejos al ironizarse a sí mismo mediante el uso de toda una escala de álter egos (como el Teórico Súbito o el Sociólogo Instantáneo), cuyas teorías sobre la realidad mexicana no esconden su carácter dudoso, real o aparente. Tal incertidumbre, que descarta de antemano toda solemnidad, crea la tensión, la crítica y el humor típicos en sus textos. Gracias a la hibridez de la crónica, que reúne tanto la alta cultura de las partes ensayísticas como la cultura popular, Monsiváis no se distancia de la realidad caótica y emotiva. Al contrario, deja que ésta invada su escritura y haga de su texto el lugar de encuentro de una multitud de voces culturales y de diferentes tipos de comunicación. Mientras que Octavio Paz intentaba demostrar la falsa legitimidad del régimen revolucio-

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Ahggh. Skubidú. Skubidá. Y el señor Daniel Chorches, el nuevo rico poblano por definición, desciende de su lujoso automóvil… Allí está todo Puebla; la Ciudad de los Ángeles se ha precipitado a certificar sus numerosos conocimientos musicales, antes tan hi-fi, hoy tan stereo, mañana tan who knows. Don Daniel Chorches se ve contento: skubidú, skubidá, Puebla tiene ya un festival a la altura de los mejores del mundo y eso incluye Beyruth, Canadá y la mismísima Nueva York. (Y además… Puebla tiene bellas iglesias y artesanía popular y universidad y vida social y el próximo sábado se casa el hijo de Banquero Importante con la hija de Industrial Progresista) (Monsiváis: 61). Como en Crítica de la pirámide, en Días de guardar los acontecimientos del 2 de octubre se traducen como sacrificio, mas no como un sacrificio ritual con antecedentes míticos, sino como un acto concreto con responsabilidades concretas, un acto de violencia del poder sin trascendencia. Esta interpretación se hace patente sobre todo en la crónica dedicada al Día de Muertos, donde la heteroglosia e ironía propias de la escritura monsivaisiana cobran su mayor intensidad: en primer lugar se despliega el agotamiento de las

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régimen revolucionario buscando analogías con la legalidad sospechosa del imperio azteca, Monsiváis se vale del conflicto creado por la heteroglosia de sus crónicas. celebraciones tradicionales en Pátzcuaro y Mixquic, desprovistas ya de toda autenticidad y dirigidas por el gusto del turista:

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De Pátzcuaro se adueñó la Kodak... Las velas enormes y las ofrendas y las costumbres prehispánicas y los copales y el incienso (que disipa la seguridad de las figuras) y los rezos, que señalan otra concurrencia, la de los muertos, por desgracia no fotografiables… México ha vendido el culto a la muerte y los turistas sonríen, antropológicamente hartos (Monsiváis: 295). Enseguida, se resalta el carácter existencial del intento de captar lo ocurrido durante la tarde trágica del 2 de octubre en Tlatelolco y su rememoración al mes siguiente:

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Ante Tlatelolco y su drama se retiran, definitivamente trascendidas, las falsas costumbres de la representación de Don Juan Tenorio y el humor de las calaveras y los juguetes mortuorios de azúcar que llevan un nombre. Se liquida la supuesta intimidad del mexicano y la muerte. Ante lo inaceptable, lo inentendible, lo irrevocable, la respuesta de la familiaridad, la resignación o el trato burlón queda definitivamente suspendida, negada (Monsiváis: 304-305). Y es que, a pesar de toda la negación y autonegación irónica, Monsiváis, como bien apunta María Eugenia Mudrovcic, no se limita a la mera idea del “relajo”: lejos de regodearse en juegos inocentes, las crónicas de este periodo luchan abiertamente con el discurso del Estado y tan pronto como señalan la mentira pública para reírse de ella, politizan la mirada trivializante y la usan como método crítico de reconocimiento... un ejercicio ético de liberación” (Mudrovcic, 1998: 33). Esta postura de Monsiváis tiene repercusiones importantes para nuestro entendimiento de la visión paciana y monsivaisiana de Tlatelolco. Según la teoría de White, la modalidad de la imaginación histórica,

basada en la metáfora, supone que el autor, en este caso Octavio Paz, necesariamente debe confiar en la capacidad del idioma para representar figurativamente la naturaleza de las cosas, a fin de poder desarrollar sus interpretaciones (White: 13-50). Nuestra lectura de Crítica de la pirámide parece comprobar tal afirmación. Sin embargo, White clasifica la modalidad irónica como “metatropológica”, y a la escritura basada en la ironía, en este caso la escritura de Monsiváis, la entiende como radicalmente autocrítica, no solamente en cuanto a la descripción concreta de la experiencia, sino también en cuanto a la capacidad misma del idioma para captar adecuadamente la verdad de las cosas. Esta postura puede llegar hasta la negación de todo el sentido positivo de la actividad literaria o política, dada la absurdidad fundamental de la civilización humana como tal. Monsiváis, sin embargo, nunca llega a tal extremo. La ironía subversiva de sus textos va de la mano, en un singular ejemplo de simbiosis, con una actitud fuertemente ética y moralizante, típica de una persona que cree profundamente en la posibilidad del cambio positivo. Así, para Ignacio Sánchez Prado la característica más acertada de la escritura monsivaisiana es la tensión entre la ética del librepensador y el moralismo del escritor con profunda vocación política (Sánchez Prado: 332). Al entender la obra de Monsiváis de este modo, encontramos en ella una continuación de la obra paciana y no su oposición. Si bien a uno la visión metafórica lo lleva a descifrar el mensaje de la matanza de Tlatelolco como un esquema arquetípico del comportamiento de las elites mexicanas, y al otro la postura irónica y la heteroglosia lo conducen al análisis sociopolítico de la situación contemporánea, la meta de ambos escritores es igual: la crítica de los acontecimientos desde la posición de la tradición liberal. ¿Por qué, entonces, los lectores perciben estos textos de manera tan divergente? La razón podría estribar en el tono que Paz y Monsiváis usan para dirigirse hacia su público. Tanto Crítica de la pirámide como Días de guardar siguen siendo vigentes e inspirando constantes discusiones entre sus partidarios y opositores. Los seguidores de Octavio Paz reivindican la concepción del escritor como “conciencia lúcida y no comprometida

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En el núcleo del mensaje de Paz y Monsiváis subyace una necesidad similar de polemizar con la conciencia general, la cual considera naturales los fenómenos que son en realidad productos históricos o culturales. con su tiempo”. Por ejemplo, en su carta a Paz escrita poco después de la primera publicación de Posdata, Félix Grande se identificó plenamente con la representación metafórica paciana de México: Descifras el mensaje bestialmente emocional del Tiempo y del Espacio en la pirámide de hoy y creen que la matanza de Tlatelolco te es indiferente o que retomas ese osario como esqueleto para una metáfora. Entre su angustia, su pasión, el coraje y el pavor de su sacrificio, no pueden comprender que esa metáfora es la lágrima más ofensiva que podía caer sobre los modernos aztecas pavorosos [...] se negarán una vez más a aceptar una inteligencia que los explica, que los reduce a hombres abandonados en el universo... (Grande: 660-661). Hay muchos mexicanos que se oponen a esta percepción distanciada de la realidad de su país y, como dice Grande, a la posibilidad de verse explicados de tal modo. Prefieren la posición monsivaisiana del escritor como testigo multidisciplinario de los acontecimientos que se llevan a cabo en la sociedad de su tiempo. Y es que son inevitables los efectos de lo que María Eugenia Mudrovcic llama “la deshomogeneización del campo intelectual mexicano” (Mudrovcic, 1994: 298): al lado del intelectual tradicional, representante de la alta cultura y artista que escribe en reclusión, remodelando la realidad según sus propias ideas, surge el periodista/cronista que, interesado en la cultura de masas, habla desde la multitud, rechaza la distancia y deja que la realidad invada sus escritos. Al lado del ensayo, género monológico y didáctico cultivado por Paz, aparece la crónica de Monsiváis como forma polifónica e híbrida, cuya mezcla de la veracidad periodística con los procedimientos de la ficción genera un constante autocuestionamiento. Sebastiaan Faber entiende este problema de la relación jerárquica del escritor/intelectual con su público como el problema esencial de

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la producción ensayística del siglo XX (Faber: 88-89). Mientras que Paz constata categóricamente, sin ofrecer la posibilidad de disentimiento, Monsiváis insinúa y deja espacio para la interpretación. Hemos llegado a las preguntas formuladas al principio de este estudio. La respuesta no es unívoca: simplemente hay quienes confían en la autoridad del autor y prefieren “un poema mediante el cual aprender sin reservas la sabiduría del maestro”, y hay quienes eligen “un puñado de palabras claves que el maestro nos da para, bajo su tutela, formar nosotros mismos el enunciado”. Pero en el núcleo del mensaje de Paz y Monsiváis subyace una necesidad similar de polemizar con la conciencia general, la cual considera naturales los fenómenos que son en realidad productos históricos o culturales. En Tropics of discourse Hayden White subraya el poder real de la literatura en relación con la historia: la entiende como un agente que forja la percepción de la realidad en una cultura determinada. En efecto, los textos de Paz y Monsiváis contribuyeron en buena medida a forjar la percepción de la realidad tanto en la sociedad mexicana como fuera del país. Así, por ejemplo, una década después de la publicación de Crítica de la pirámide, la politóloga mexicana Soledad Loaeza nos advertía contra el peligro de las lecturas reducidas de Paz, porque “tienden a restarle importancia a las prácticas antidemocráticas del poder en México”: Para ellos la antropología nos condenaba irremisiblemente a vivir ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, por, para y dentro de una pirámide azteca, como si las jerarquías y las estructuras de autoridad piramidales fueran, como Teotihuacan, una exclusividad mexicana (Loaeza: 26).

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Loaeza coincide implícitamente con las afirmaciones de Tzvetan Todorov y Paul Ricoeur en La lectura del tiempo pasado. Memoria y olvido. La vida dentro de la pirámide azteca presenta el problema del “pasado que no quiere pasar” y “asedia el presente sin tomar distancia, como un fantasma” (Ricoeur, 1999: 41). La solución que propone Ricoeur a este problema es el desplazamiento que supone dejar de poner el acento en el pasado para transferirlo al futuro: Aunque, en efecto, los hechos son imborrables y no puede deshacerse lo que se ha hecho, ni hacer que lo que ha sucedido no suceda, el sentido de lo que pasó, por el contrario, no está fijado de una vez por todas [...] Podemos considerar este fenómeno de la reinterpretación, tanto en el plano moral como en el de simple relato, como un caso de acción retroactiva de la intencionalidad

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Esta solución, a pesar de las divergencias aquí desplegadas entre la escritura y la imaginación histórica de Octavio Paz y Carlos Monsiváis, resuena también en los textos de ambos autores: los une la necesidad de encargar a sus lectores el deber de emprender una lectura y una evaluación críticas del pasado, ya sea visto a través del prisma del legado arquetípico, ya entendido como resultado de fuerzas sociopolíticas, para desplazar el énfasis del pasado hacia el futuro.

BIBLIOGRAFÍA Aristóteles. El arte poética. Trad. de Joseph Goya y Muniain, La imprenta Don Benito Cano, Madrid, 1798. Egan, Linda. Culture and chronicle in contemporary Mexico. The University of Arizona Press, Tucson, 2001. Faber, Sebastiaan. “El estilo como ideología: de la Rebelión de Ortega a Los rituales de Monsiváis”, Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado (eds.), El arte de la ironía. Carlos Monsiváis ante la crítica. UNAM/Era, México, 2007, pp. 76-103. Grande, Félix. “Posdata”, Cuadernos Hispanoamericanos. Núms. 343-345, pp. 659-663, AECID, Madrid, 1979. Loaeza, Soledad. “El laberinto de la pasividad”, Nexos, núm. 48, pp. 25-31, México, 1981. Monsiváis, Carlos. Días de guardar. Era, México, 1976. Mudrovcic, María Eugenia. “Carlos Monsiváis, un intelectual post-68”, Pamela Bacarisse (ed.),Tradición y actualidad de la literatura iberoamericana. ILLI/Universidad de Pittsburgh, Pittsburgh, 1994, pp. 295-302. . “Cultura nacionalista vs. Cultura nacional: Carlos Monsiváis ante la sociedad de masas”, Hispamérica. Núm. 79, 1998, pp. 29-39. Paz, Octavio. “Crítica de la pirámide”, México en la obra de Octavio Paz. El peregrino en su patria. Presente fluido. FCE, México, 1987, pp. 11-59. Ricoeur, Paul. “Civilización universal y culturas nacionales”, Ética y cultura. Docencia, Buenos Aires, 1986. . La lectura del tiempo pasado. Memoria y olvido. Ediciones de la UAM, Madrid, 1999.

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del futuro sobre la aprehensión del pasado (Ricoeur, 1999: 49).

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Rafael López Castro Rodríguez Ledesma, Xavier. “To hear the inaudible, to see the imperceptible”, Oliver Kozlarek (ed). Octavio Paz. Humanism and Critique. Transcript, Bielefeld, 2009, pp. 231-247. Sánchez Prado, Ignacio. “Carlos Monsiváis: crónica, nación y liberalismo”, Mabel Moraña, Ignacio Sánchez Prado (eds.), El arte de la ironía. Carlos Monsiváis ante la crítica. UNAM, Era, México, 2007, pp. 300-336. White, Hayden. “Introducción: La poética de la historia”, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. FCE, México, 2001, pp. 13-50.

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En la obra se novela uno de los acontecimientos mĂĄs asombrosos de la Conquista: la coincidencia de tres expediciones de diferente nacionalidad, por caminos distintos, en la Sabana de BogotĂĄ: la expediciĂłn de Gonzalo JimĂŠnez de Quesada, un varĂłn con tĂ­tulos e influencias en EspaĂąa; la del trotamundos alemĂĄn Federman, y la expediciĂłn de BelalcĂĄzar, quien fundarĂ­a la ciudad de Cali.

Marco Tulio Aguilera, colombiano, es autor de la trilogĂ­a Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para despuĂŠs de hacer el amor y El imperio de las mujeres (Cuentos en lugar de hacer el amor). Su novela mĂĄs reciente es Agua clara en el Alto Amazonas. Ha sido finalista del Premio Alfaguara de Novela y del Latinoamericano de Cuento.

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ace quizĂĄs cinco aĂąos vi un considerable manuscrito sobre la mesa de centro de Mario Rey, quien fuera por muchos aĂąos el gran promotor de la cultura colombiana en MĂŠxico. Picado por la curiosidad y movido por el ocio y la pereza de afrontar el smog de la Ciudad de MĂŠxico, comencĂŠ a leerlo. Era la narraciĂłn de las aventuras de un vasco que vino joven a la AmĂŠrica reciĂŠn descubierta, que batallĂł a las Ăłrdenes de su tĂ­o, Miguel DĂ­ez de ArmendĂĄriz, gobernador de amplios territorios, y que acometiĂł grandes hazaĂąas y fue calificado como militar de valentĂ­a y coraje incomparables, bandido, malhechor, villano, criminal y soĂąador de glorias. UrsĂşa se llamaba aquel manuscrito que leĂ­ a medias y que sin duda era una novela. No tuve tiempo de terminar la lectura. LleguĂŠ hasta la mitad mĂĄs o menos, pero supe que allĂ­ habĂ­a algo grande. Varios aĂąos despuĂŠs me enterĂŠ de que la novela habĂ­a sido publicada por Alfaguara en Colombia (en 2005 para ser exactos). El autor es William Ospina, un viejo conocido, casi un cĂłmplice de mis aĂąos setenta en Cali, un contemporĂĄneo y, yo dirĂ­a, un “frenĂĄpteroâ€?: poeta sereno, intelectual comprometido, cantante de las can-

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ciones de Edith Piaf en perfecto francĂŠs, con aspecto de hippie, dueĂąo de una erudiciĂłn sorprendente y dotado de un natural ingenio; una de esas personas con las que uno quisiera pasar la vida en una luminosa e interminable borrachera. La novela UrsĂşa, de entrada, muestra una virtud indudable: un conocimiento exhaustivo, casi increĂ­ble, del tema, del territorio y de la ĂŠpoca. Lo sorprendente no es que el autor sepa o parezca saber casi todo sobre la AmĂŠrica de los conquistadores, sino que logra diluirlo en una narraciĂłn ĂŠpica de tal modo que uno no tiene esa incĂłmoda sensaciĂłn de que el autor quiere apabullarnos con su sapiencia. Es una novela navegable con viento sereno, legible de principio a fin, no sĂłlo por la riqueza de las peripecias del protagonista y los que lo rodean, sino por la fineza de una prosa que en ocasiones obliga al lector a detenerse y subrayar o marcar de alguna manera la lĂ­nea memorable. El narrador, cuya identidad se mantiene soslayada hasta el final, relata la historia de UrsĂşa, le sigue los pasos al aventurero y recorre las mismas selvas. No fĂ­sicamente, sino por medio de las narraciones que UrsĂşa le hace. Yo andaba en los pantanos del Imperio procurando olvidar mi adolescencia, el mal camino que me llevĂł con Pizarro y sus hombres en busca de la canela, y la serpiente sin ojos que arrastrĂł nuestro barco por la selva.

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A pesar de la oposición de varios grupos de indígenas (chibchas, muiscas, muzos y otros), los españoles se establecieron en la sabana, donde fundaron la que sería la capital de Colombia.

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distintos, en la Sabana de Bogotá: la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada, un varón con títulos e influencias en España; la del trotamundos alemán Federman, y la expedición de Belalcázar, quien fundaría la ciudad de Cali. La corona española le concedió al primero la primacía de los derechos del nuevo reino; a Federman se le premió con oro y a Belalcázar con la gobernación de Popayán. Nadie podía creer que coincidieran tantos europeos en la misma sabana, y eso fortaleció la convicción de que habían acertado con el rumbo del tesoro. Como un imán los arrastraba a todos la leyenda de la ciudad de oro que se alzaba en las montañas centrales, y un relato repetido miles de veces, por sanos y enfermos, por los náufragos desdichados de Castilla de Oro y por los comensales felices bajo la ceiba grande de Margarita.

Javier Pucheta

Esa serpiente sin ojos es el río Amazonas, y la epopeya de la búsqueda del País de la Canela es una aventura que contará el autor en el próximo libro de la serie, llamado precisamente El País de la Canela, del que me ocuparé más adelante. ¿Quién es Ursúa? Un muchacho que abandona España y se lanza a la aventura en América. Una mezcla de príncipe y bandido, que sueña con alcanzar una gloria semejante a la de Hernán Cortés: conquistar un imperio, someterlo, poseer ciudades enteras de oro, muchas mujeres y todas las glorias del mundo. La novela no sólo vale como la epopeya de un mozalbete que se alza desde la inopia hasta el poder casi absoluto, sino como descripción y canto a territorios jubilosos o endemoniados hallados por los Conquistadores en América. La descripción de la Sabana de Bogotá, el bellísimo valle en el que está asentada la capital de Colombia, es de gran elevación poética. En la obra se novela uno de los acontecimientos más asombrosos de la Conquista: la coincidencia de tres expediciones de diferente nacionalidad, por caminos

Hay secciones en las que el lector siente estar leyendo partes de la Iliada o la Odisea, particularmente cuando el autor se ocupa de hacer la enumeración de los grupos indígenas que colmaban un territorio casi virgen y de una exuberancia alucinante; o cuando describe las orillas del río Magdalena, las serranías, la región zenú, los territorios de Nariño y las selvas casi impenetrables, aun hoy en día, del Chocó, en la Costa Pacífica de Colombia. La novela está plagada de escenas sorprendentes, crueles, poéticas, memorables, contadas con entera verosimilitud. Leamos un párrafo sobre el asesinato atroz de la esposa de Atahualpa: La princesa, fiel a su esposo, hizo lo imposible para esquivar los asedios de los hombres blancos, y cuando cayó finalmente en sus manos cubrió de excrementos su cuerpo desnudo para causar repulsión a los verdugos; pero Gonzalo Pizarro había crecido en la vecindad de los albañales y no dejó de violarla por ello, después de lo cual el propio Francisco Pizarro la retuvo como rehén intentando que el Inca Yupanqui se rindiera a cambio de rescatarla. Manco Inca se negó, y el marqués cometió el peor de sus crímenes: hacer azotar hasta el rojo a la hermosa cautiva, hacer que sus flecheros practicaran el tiro en su cuerpo, y arrojar el cadáver profanado al río Yupanqui, que llora desde entonces por ella. Una de las más altas virtudes de esta novela es el apropiado manejo de la diacronía, la sincronía y la ucronía:

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no sólo se cuenta lo que le está sucediendo en el presente al protagonista, sino lo que le sucedió en el pasado e incluso lo que le sucederá o le podría suceder en el futuro hasta su muerte; además, se narran los hechos contemporáneos a la acción central. Y más aún, se entra en la conciencia de los protagonistas, logrando una muy convincente omnisciencia. Tal despliegue de sapiencia e imaginación da como resultado una narración muy rica que –y aquí estriba la mayor habilidad del escritor– curiosamente no se siente diversa, farragosa u ociosamente discursiva. Todas estas virtudes se basan en un conocimiento minucioso del tema y, naturalmente, en un adecuado manejo de los elementos de la ficción. Historia y ficción se armonizan para crear una novela de lectura apasionante para el aficionado, e ilustrativa y enriquecedora para el conocedor. Por otra parte, auténtico surtidor de poesía es esta novela: la enumeración de las plantas que se dan en la Sabana de Bogotá es un verdadero canto que envidiaría Neruda. Y todo ello con naturalidad, sin retórica, como si la poesía surgiera del mismo mundo, sin intervención de la mano del poeta. Invisible es el poeta que hay tras esta novela porque el mundo que está fabulando es visible y más que visible, apabullantemente visible. Ursúa está plagada de ombligos de interés, de hoyos negros, de instantes significativos, misteriosos o sugerentes: la noche en la montaña de nieblas y tinieblas que se ilumina con una inexplicable luz enceguecedora; el encuentro de Ursúa con Ciudad Tayrona, uno de los grandes misterios arquitectónicos de la humanidad; el hallazgo de los monstruosos monolitos de San Agustín; el primer enfrentamiento con el majestuoso Salto del río Tequendama. Leyendo la novela uno no puede dejar de imaginar el esplendor de aquel territorio original plagado de paisajes insólitamente bellos y salvajes, de etnias diferentes, de culturas singulares, de secretos insondables como los sueños que se perdieron con la devastación propiciada por los conquistadores. La novela basa gran parte de su tensión en los aplazamientos constantes del gran sueño de Pedro de Ursúa: la búsqueda de El Dorado. Aplazamientos ocasionados por las responsabilidades que, una tras otra, se le asignan en general de conquistar o aplacar tribus hostiles o emprender guerras de exterminio o pacificación. Y entre la narración de los planes de buscar tesoros inconmensurables y las guerras, se entreveran los relatos de las escaramuzas amorosas de Ursúa con mujeres, que no alcanzan una dimensión tan trascendente como para hacerle olvidar su obsesión por el oro. Documentándome sobre el tema me entero que Pedro de Ursúa no es un ente imaginario, producto de las fiebres poéticas de William Ospina, sino que fue

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Ismael Posadas

capitán de un grupo de expedicionarios en el que también iba el gran loco que fuera Lope de Aguirre. Ursúa acompañó a Lope de Aguirre en la odisea final en busca de la ciudad de oro. El Ursúa histórico pereció a manos de sus compañeros, junto con su amante final, Inés de Atienza. Ya recurriendo a fuentes exteriores a la novela de Ospina, hallo que el asesinato de Pedro de Ursúa es relatado por Lope de Aguirre en una carta dirigida a Felipe II: Fue este mal gobernador (Pedro de Urzúa) tan perverso y ambicioso y miserable que no le pudimos sufrir y así por ser imposible relatar sus maldades y por tenerme por parte en mi caso como me tendrán, excelente Rey señor, no diré más de que LE MATAMOS, muerte cierto bien breve, y luego a un mancebo, caballero de Sevilla que se llamaba don Fernando de Guzmán, le alzamos por nuestro Rey y le juramos por tal, como tu persona real verá por las firmas de todos los que nos hallamos

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CLARA

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PALABRA

Buscando ese país, los españoles, pertrechados con toneladas de vituallas, armas,

aquí, que quedan en la isla de La Margarita, en estas Indias, y a mí me nombraron por su maestre de campo, y porque no consentí en sus insultos y maldades, me quisieron matar, y YO MATÉ AL NUEVO REY, y al capitán de su guardia, y a su teniente general, y a cuatro capitanes, y a su mayordomo, y a su capellán, clérigo de misa, y a una mujer de la liga contra mí, y a un comendador de Rodas, y a un almirante, y dos alférez, y otros cinco o seis aliados suyos; y con intención de llevar la guerra adelante y morir en ella por las muchas crueldades que estos vuestros oidores usan con nosotros. Nombré de nuevo capitanes y sargento mayor, y luego me quisieron matar, y YO LOS AHORQUÉ A TODOS. El factor dinámico que mueve el mecanismo de la novela es la búsqueda del País de la Canela, hacia el cual avanza la expedición de Pizarro y en la que va Ursúa. Buscando ese país, los españoles, pertrechados con toneladas de vituallas, armas, armaduras y caballos, acompañados por una multitud de indígenas, cerdos, perros, se van hundiendo en la vegetación y hallan que el mentado país es una selva inhóspita que ni siquiera tiene el nutrido tesoro de árboles de canela. Se ven prácticamente arrastrados hacia el fondo de los barrancos, arrinconados por arroyos tormentosos que forman al principio quebradas y luego ríos cada vez más caudalosos que finalmente desembocan en el que sería llamado el Amazonas. Ospina narra que Pizarro, viendo la ruina de su expedición, en la que invirtió toda su fortuna, enloquece y hace desmembrar a tres mil indígenas, cuyos despojos lanza a los perros (no hay fantaseo en lo concerniente a la masacre: está documentada históricamente). Hay en esta novela, en la voz del narrador, una reflexión sobre lo que ha movido a los hombres a acometer las grandes empresas: no precisamente la búsqueda del oro o de la sabiduría, que sería lo más aparente, sino la persecución de lo imposible: No se sabe quién va más extraviado, si el que persigue bosques rojos de canela o el que busca desnudas amazonas de guerra, si el que sueña ciudades de oro o el que rastrea la fuente de la eterna

juventud: nacimos, capitán, en una edad extraña en la que sólo nos es dado creer en lo imposible, pero buscando esas riquezas fantásticas, todos terminamos convertidos en pobres fantasmas. El relato del descenso por los afluentes del Amazonas hasta el gran río, y luego el transcurso del viaje sobre la piel de la “madre de todos los ríos del mundo” hasta su desembocadura en el mar, es en gran parte verosímil e incluso histórica. Es Fray Gaspar de Carvajal, fraile dominico, acompañante de Orellana en su odisea, quien, en su Relación del nuevo descubrimiento del famoso Río Grande de las Amazonas, da informaciones fidedignas y de primera mano de este viaje. Entre las curiosidades que detalla está la del encuentro con las amazonas. Dice: …Y quiso Dios que en doblando una punta que el río hacía, vimos la costa adelante muchos y muy grandes pueblos que estaban blanqueando. Aquí dimos de golpe en la buena tierra y señorío de las amazonas...

Sigo el documento original de Fray Gaspar de Carvajal: se entabla la lucha, pues los españoles querían “cabordar” para aprovisionarse y los indios defender sus posesiones. Y es en esta lucha donde por primera vez se menciona como hecho real la presencia de las mujeres guerreras, que han sido uno de los grandes mitos de la humanidad: Quiero que sepan cuál fue la causa por donde esos indios se defendían de tal manera. Han de saber que ellos están subjetos y tributarios a las amazonas y, sabida nuestra venida, vanles a pedir socorro y vinieron hasta diez o doce, que éstas vimos nosotros, que andaban peleando delante de todos los indios, como los capitanes, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas, y el que las volvía, delante de nosotros lo mataban a palos, y ésta es la causa por la cual los indios se defendían tanto. Estas mujeres son muy altas y blancas y tienen el cabello muy largo y entrenzado y revuelto en la cabeza: son muy mem-

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De todos modos, las amazonas pintadas por Ospina en su novela son dignas de aprecio. Veåmoslas: ‌armadas y feroces: eran altas y de piel mås clara que los indios que nos habían acogido. Yo pude compararlas con los cuatro indios altos y blancos que vimos en el primer caserío de Aparia y que nos sorprendieron por su altivez‌

Luisa de Gante

brudas, andaban desnudas en cueros y atrapadas sus vergĂźenzas, con sus arcos y sus flechas en las manos haciendo tanta guerra como diez indios...

Relata Fray Gaspar que tras matar a diez o doce de ellas, los indios retrocedieron y los espaĂąoles escaparon con sus bergantines, “que parecĂ­an puercoespinesâ€? de tantas flechas como tenĂ­an clavadas en sus maderas. Es evidente que William Ospina alimentĂł su novela con la crĂłnica de Fray Gaspar de Carvajal y con otros documentos, pero le agregĂł sin duda pasajes imaginarios e incluso se le pasĂł la mano en su deseo de novelar la presencia de las hembras bragadas. Los estudiosos afirman que las narraciones de Fray Gaspar, en parte creĂ­bles, tienen gran dosis de imaginaciĂłn. El fraile dominico perdiĂł un ojo a resultas de un flechazo y tuvo durante varias semanas fiebres, que muy probablemente le ocasionaron alucinaciones. Es posible que en su crĂłnica escribiera como reales eventos que viviĂł en sus delirios.

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La novela halla uno de sus desenlaces en el encuentro de las aguas dulces y las saladas: el rĂ­o mĂĄs poderoso del mundo desemboca en el ocĂŠano casi infinito. Termina El PaĂ­s de la Canela dejando un hiato abierto que habrĂĄ de llenar la tercera novela, La serpiente sin ojos. Tensa la cuerda del arco de un escritor de pulso tan firme como William Ospina, no dudo que cerrarĂĄ una obra mayor de la literatura contemporĂĄnea. QuizĂĄs lo mĂĄs destacado que se haya escrito en Colombia desde Cien aĂąos de soledad y la obra novelĂ­stica de Ă lvaro Mutis. Leyendo esta obra y tras una visita personal al Amazonas, donde fui consciente de su majestad, del poderĂ­o de la naturaleza y del sentimiento de indefensiĂłn que se apodera del viajero ante la soberanĂ­a de la selva, no puedo menos que asombrarme ante la magnitud de la hazaĂąa emprendida por Gonzalo Pizarro, Orellana, UrsĂşa y Lope de Aguirre, autĂŠnticos hĂŠroes, seres de dimensiĂłn casi mitolĂłgica, en general despiadados, a veces compasivos; los unos adoradores de la naturaleza, los otros descarados perseguidores del brillo del oro, depredadores de todo lo que pueda parecer ajeno, extraĂąo o diferente. Y tampoco puedo evitar asombrarme ante la hazaĂąa narrativa emprendida por William Ospina: una saga sobre los esplendores del Cuzco, la Amazonia, la Sabana de BogotĂĄ, las hazaĂąas que motivaron aquellos paisajes que no volverĂĄn y los hombres que las acometieron y disfrutaron. No sĂłlo es admirable el poder narrativo de Ospina, sino la serena poesĂ­a que irradia la prosa de quien fuera considerado uno de los poetas mĂĄs interesantes de la actual Colombia, y que ahora debe ser colocado junto a los grandes narradores.

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Fernando Ruiz Granados (MĂŠxico, D. F., 1958) es poeta y narrador. Licenciado en Letras EspaĂąolas por la Universidad Veracruzana. Doctor en Literatura, honoris causa por The World Academy of Arts and Culture. Libros suyos han sido traducidos a varias lenguas. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos en MĂŠxico y el extranjero.

SALITRE La poesĂ­a es el Ăşltimo ĂĄngel que queda. Custodia tanto a los que duermen como a los que velan. A RTUR LUNDKVIST

A Forrest Gander

El poema es un ĂĄngel De alas rotas Que desciende Por la escalera callada Del silencio Rosa de sal Ă ngel varado En la proa de sĂ­ mismo Un ala grande de plomo Y otra de hojas Lenta furia del tiempo Descarnada lepra Que carcome el muro Flor escrita por la piedra

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ÂżESCUCHAS EL CANTO DE LOS PĂ JAROS? Su melodĂ­a sencilla y elemental Tiene la familiaridad del agua y de la luz

Y

–Acaso Dios se mirara en su lisura– QuÊ hizo la arena Para servir de tålamo a la serpiente

ÂżQuiĂŠn alcanzarĂĄ su sentido? Acaso sĂłlo Dios conoce su letra pautada Enigma del que jamĂĄs Encontraremos la clave

Y cumplir la sentencia De su palabra disgregada QuĂŠ poder el de la luz que la torna Cifra de la vida

Intraducible trino Que se filtra por la sangre DEAD WOOD Hasta la piedra roja Del corazĂłn

A Rafael AntĂşnez

El poema es el ĂĄrbol La casa soleada de los pĂĄjaros

Inocente canto Ajeno a todas las preguntas

El poema es el ĂĄrbol Que une la tierra con el cielo INDAGACIONES A Muhsin Al-Ramli

El ĂĄrbol que urde Con su raĂ­z profunda

QuĂŠ crimen cometiĂł la piedra Para haber sido convertida en piedra

Hasta el Ăşltimo paisaje De la vida

CuĂĄl la gracia del agua Para recibir el milagro De la transparencia

El poema es el ĂĄrbol Cuya savia es el rĂ­o blanco De las nubes El ĂĄrbol que talamos y desploma La enramada catedral Del canto El poema es la madera muerta Que arde en el fuego de la noche Que calienta las manos en el frĂ­o E ilumina el alma de los hombres

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Ya no seremos...

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Christhian GarcĂ­a Mirafuentes Christhian GarcĂ­a Mirafuentes (MĂŠxico, D. F., 1980) ha obtenido primeros lugares en los Juegos Florales de la RevoluciĂłn de PabellĂłn de Arteaga, Ags. MenciĂłn honorĂ­fica en el concurso Desiderio MacĂ­as Silva en 2004, categorĂ­a poesĂ­a. Ha publicado en: Heraldo de Aguascalientes, Garabatos, El cuaderno, Solares de letras, Ex Libris y Parteaguas.

Ya no seremos aquel ocĂŠano. Ya no seremos los corales mĂĄs antiguos del mundo. con sus colores y sus claridades.

Ăşnez

La costa del mediterrĂĄneo librĂł batallas con el mar y sus guerreros de arena. Las olas se negaban a volver a esos territorios. ÂżCuĂĄnto tiempo llevan aquĂ­ con nosotros las aves, que hay en esta playa? ÂżEstĂĄn con nosotros desde el origen? Ahora con el paso de los aĂąos esas preguntas se convirtieron en polvo. No serĂĄ lo mismo para los sueĂąos, (Nuestros astros) No voltees a ver al mar te convertirĂĄs en ĂŠl.

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Le Bateau Ivre Alma PagÊs Alma PagÊs nació en Madrid. Es licenciada en Lingßística por la Universidad Complutense. Ha publicado relatos y poemas en diversas revistas culturales de Espaùa y MÊxico. Fue incluida en la antología Relato espaùol actual, publicada por el Fondo de Cultura Económica. Ha publicado los poemarios Cuaderno de Aro y Trobar Clus.

E

l mundo se estå creando de nuevo ante sus ojos de niùo. En su caballo imaginario cabalga con el viento, alterando la paz del altozano con sus cantos de guerra. Conquistador de lo invisible, vencedor de lo inexistente, se abalanza sobre la ribera intentando hacer explotar sus sueùos. Incansable, insaciable, su cuerpo salta, gira, ataca, se defiende. Su ardor hace huir a los påjaros y murmurar a los årboles. Tropieza, cae, se hiere. No es nada, rasguùos, algo de sangre, pero el temor a que su madre vea el traje manchado le hace desnudarse y encaminarse al río. En el agua se refleja su imagen. No la quiere reconocer y la deshace con la mano. Lava con rabia la sangre, sucia de tierra. El escozor le llena los ojos de lågrimas. Sacude airado la cabeza y entonces se apercibe. El silencio ha detenido el tiempo en una inmovilidad que despierta su cuerpo. Una suave brisa acaricia sus cabellos, el rumor del agua alerta sus oídos. Tensos los músculos, espera. Por fin, una mano entreabre el ramaje. El rostro de la ninfa se recorta en la penumbra. Y Êl siente los ojos ardientes que recorren su cuerpo, aún niùo, que incendian su piel, descubren su sexo. Entregado, poseído, embriagado, descubre el placer, la felicidad de ser hombre. Cuando vuelve en sí, su instinto cazador le impulsa a buscar el rastro de la ninfa, de su cuerpo sinuoso apenas entrevisto. Pero el agua continúa su marcha silenciosa, arrastrando el secreto del ramaje. Enfurecido, golpea con violencia la cristalina superficie, que le devuelve su imagen enfangada. Los årboles han crecido, lo dicen sus poemas. A la luz de las estrellas emprende el camino, sin mirar atrås, olvidando la belleza de ese entorno tan amado, los ojos clavados en ese horizonte donde va a cumplirse su destino. ¥Es duro ser pobre en la ciudad!, le dice compasiva una anciana –fuerte acento campesino–, al tiempo

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que deja caer unas monedas entre sus manos cerradas. El muchacho no contesta, se limita a abrir la mano lo justo para que caigan las monedas dentro de ella. Le horroriza la fealdad de la miseria, pero sabe que el sufrimiento es necesario, que por Êl se harå hombre y escribirå grandes poemas. Cae la noche y los soldados encienden una fogata. Corre el alcohol, bromas soeces, algún insulto. Dos de ellos comienzan una pelea que, para disgusto de todos, acaba enseguida. Sigue corriendo el alcohol. La oscuridad se encaja como una bóveda infernal sobre el patio del cuartel. Unos ojos turbios advierten su frågil figura de adolescente. La voz, tambiÊn turbia, le invita a acercarse, a participar en la borrachera. Las llamas encienden el candor de sus cabellos. Risotadas siniestras recortan su esbelta figura. Una zarpa beoda le desgarra las ropas, descubriendo su cuerpo, blanco como un cristo de marfil. Se siente desnudado hasta la impudicia, arrastrado salazmente por un suelo donde retumban ecos marciales. Brutalmente lo lanzan sobre unos troncos apilados, el culo –varonilmente pequeùo– expuesto a la embriaguez bestialmente humana. Aterrado, sin atreverse a llamar a la madre Muerte, siente cómo se abalanzan sobre Êl las vergas, enhiestas por el olor de la víctima, ebrias de odio y destrucción. Y estalla la viril orgía de sangre y esperma, herÊtica iniciación del avatar, que ofrece su pureza al Cosmos. Vaciados de la furia, asaltados por el miedo, los soldados abandonan el cuerpo ultrajado. El muchacho, cuando se siente solo, gime como un animal herido. Poco a poco su mente, huyendo del horror, cede paso al instinto. Consigue ponerse en pie y huir. Llega al río, se sumerge en sus aguas pútridas, fosforescentes. Con fuerza y obstinación de hombre comienza a nadar contracorriente, helados los sentimientos, paralizado el espíritu. La madre ha abierto la puerta. No dice ni una palabra. Su ademån de desprecio choca con la gÊlida mirada del muchacho. La madre comprende, ya es un hombre, y se retira en adusto y despreciativo silencio. El muchacho se deja caer sobre la cama. Recuerda con nostalgia cuando era capaz de llorar y le parece un tiempo muy lejano. Se incorpora y contempla el

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Julio Parra

Francisco Gálvez / Ricardo Ceceña

crucifijo que hay en la pared, comprendiendo que ya sólo podrá sentir desde la culpa. Se rebela, siente deseos de destruir la imagen, de desafiar a su destino. La rabia le impide respirar. Con gesto admonitorio, le espeta al crucificado: escribiré grandes poemas. Con la botella por medio, están hablando de hombre a hombre. Descubrirlo todo, destruirlo todo, recrearlo todo, ése debe ser el anhelo del poeta. Vacían los vasos y vuelven a llenarlos, incansables, activos. El alma dolorida del joven exuda versos embriagadores, hirientes en su autenticidad, demoledores en la pureza de su pasión. Fascinado primero, asustado después, su compañero se refugia en la borrachera acogedora del alcohol, abandonando al avatar a la maldición de su destino. Arde la ciudad bajo el sol despiadado y ajeno que ha calcinado su juventud. Refugiado en la oscuridad de su celda, amontona las monedas de oro con ges-

tos pausados, mortecinos. El brillo siniestro del metal va desgarrando los poemas que aún quedaban en su alma. Los ojos del hombre contemplan con frialdad el cuerpo del crucificado. Ninguno de los dos tendrá la mano salvadora del padre. Sólo queda el dolor. Y entrega su cuerpo a la embriaguez del dolor, dejando que la putrefacción avance célula a célula, ahogando el blasfemo grito de auxilio que la garganta ya no puede emitir. Dolor cristiano y culpable que busca la salvación imposible, el perdón que nadie puede otorgar. Hasta que, con pagana piedad, la diosa de rostro indescifrable le otorga la paz. De la bruma emerge la pálida vestal. Contempla el navío con ojos antiguos, mientras las lágrimas surcan su rostro. Engancha brevemente su cíngulo en la borda vencida y se encamina hacia el ara. La ebriedad sagrada del fuego acoge, para toda la eternidad, al avatar inmolado.

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ELECCIONES en MÉXICO y VERACRUZ Alberto J. Olvera Los 18 procesos electorales en los que se eligió a 12 gobernadores, congresos locales y alcaldes se caracterizaron por la ruptura con los principios nodales que guiaron la larga lucha por la democracia electoral en los pasados 20 años...

Alberto J. Olvera es doctor en Sociología (New School for Social Research, Nueva York). Profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la UV. Miembro del SNI nivel III. Su más reciente publicación es La democracia frustrada: limitaciones institucionales y colonización política de las instituciones garantes de derechos y participación ciudadana en México.

L

as elecciones locales del pasado 4 de julio en 18 estados del país han sido políticamente muy importantes para el futuro de la democracia en México, pues hasta cierto punto detuvieron una clara tendencia a la restauración del poder del PRI a través de su hegemonía casi absoluta en los gobiernos estatales y municipales. A pesar de las condiciones antidemocráticas en que se llevaron a cabo estas elecciones, sus resultados fueron sorpresivos. Nadie anticipó las derrotas del PRI en las elecciones para gobernador en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, ni la cerrada competencia en Hidalgo, Durango y Veracruz, cuyos procesos han terminado en una prolongada batalla postelectoral librada en los tribunales. Lo notable fue que estos resultados se produjeron en el contexto de la más grave regresión democrática en materia electoral desde la creación de un IFE política y legalmente autónomo en 1996 y la subsecuente creación de organismos electorales estatales similares.

José M. Morelos

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En efecto, los 18 procesos electorales en los que se eligió a 12 gobernadores, congresos locales y alcaldes se caracterizaron por la ruptura con los principios nodales que guiaron la larga lucha por la democracia electoral en los pasados 20 años: la equidad en la competencia, la autonomía de los órganos electorales y el control de la intervención privada en el financiamiento de las campañas. Con mayor o menor cinismo, los gobernadores de los estados intervinieron abiertamente en las campañas, invirtiendo en forma abusiva e incontrolada grandes sumas de dinero público y poniendo las estructuras administrativas de sus gobiernos al servicio de sus candidatos, rompiendo así la equidad en la competencia y actualizando las prácticas del viejo régimen; los órganos electorales locales, de suyo nacidos sin autonomía, fueron convertidos en dóciles aparatos administrativos al servicio de los gobernadores; los poderes fácticos entraron de lleno al financiamiento ilegal de las campañas a través de todos los partidos, especialmente el PRI y el PAN, ambos desesperados por ganar elecciones a costa de lo que fuera. Los ejércitos electorales movilizados implicaron un costo tal que el principio de los topes o límites a los gastos de campaña fue reducido a una reliquia de un pasado remoto y utópico. Estas masivas inversiones en política electoral se fundaron en un cálculo estratégico: estaba en juego la construcción de una correlación de fuerzas que permitiría el regreso del

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y de los gobernadores más pedestres de este país. Y los ciudadanos adoptaron, en esta gesta, las mismas tácticas previas al 2000: ocultar su verdadera intención de voto y no dar a los encuestadores de salida información cierta, dada la desconfianza y el temor reinante. En efecto, se trató, tanto en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, y casi en Durango y Veracruz, de tardías elecciones fundacionales de la democracia local, en el sentido de una ciudadanía que se sobrepone a la abrumadora presión del autoritarismo para manifestar su hastío y descontento, aunque para ello tuviera que recurrir a opciones poco atractivas. En los tres estados donde ganó las gubernaturas la coalición PRD -PAN (Oaxaca, Puebla y Sinaloa), el porcentaje de votación fue el más alto de la historia local (56 a 57%), lo cual demuestra que los ciudadanos entendieron estas elecciones como una oportunidad fundacional de la democracia o, leído desde el otro ángulo, como la coyuntura histórica para castigar al priísmo más primitivo, representado por los gobernadores Ulises Ruiz y Mario Marín, así como a un gobernador sinaloense autoritario y casi autista. En Durango, Veracruz e Hidalgo hubo altos votos de castigo para el PRI, que sólo logró ganar esas gubernaturas mediante el uso masivo del aparato estatal. Donde el PRI ganó fácilmente, como en Tamaulipas, Chihuahua y Baja California, se experimentó un abstencionismo masivo, entre 60 y 70%, lo cual demuestra el grado de descomposición de esas sociedades asoladas por el narcotráfico y la incapacidad del PAN y del PRD de ofrecer alternativas creíbles al desastre y virtual desaparición del Estado en esas entidades. Las elecciones de gobernador, 30 diputados locales de mayoría relativa y 20 de representación proporcional, así como 212 ayuntamientos en Veracruz el 4 de julio, fueron el desenlace de un proceso de regresión autoritaria cuyo eje central fue la disputa frontal por el poder político entre el PAN-gobierno federal y el PRI-gobierno local. El PAN y el PRI recurrieron a toda la galería de las malas artes de la política hasta degradarla a niveles que se creían superados una década atrás, especialmente a través de tácticas de guerra sucia. El PRI se vio obligado a empezar la campaña desde un año antes, debido a que el gobernador designó como su candidato a un joven funcionario sin carrera política propia, Javier Duarte, lo cual generó tensiones internas en el PRI y la necesidad de incurrir en gastos excesivos. El PRI creó una estructura territorial profesional (a un altísimo costo) que superó a la que había en sus mejores tiempos corporativos. Verdaderos ejércitos de jóvenes contratados recorrieron los pueblos y las ciudades casa por casa repartiendo regalos y promesas. Miles y miles de acarreados fueron llevados a mítines organizados como espectáculos musicales

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y donde las ideas estuvieron radicalmente ausentes. Muchos funcionarios del gobierno estatal tuvieron responsabilidades específicas por región. Propaganda de todos los tipos saturó los espacios públicos, incluidos las salas de cine y los autobuses urbanos. El exceso fue patético, al grado que fue contraproducente para el PRI por la saturación causada. Dotado también de una amplísima chequera, el PAN realizó una gran campaña tradicional, pagó espacios en los medios y contrató otros jóvenes que también recorrieron calles y pueblos. Pero su estructura fue menor en comparación con la priísta. La candidatura de Miguel Ángel Yunes causó la salida del PAN de numerosos líderes locales de larga trayectoria, aunque carentes de base social, la mayoría de los cuales fueron rápidamente cooptados por el PRI. Ante el colapso de su partido, el candidato tuvo que crear, a un alto costo, una estructura personal. Contó con el apoyo de funcionarios federales de todas las secretarías y se acusó al gobierno federal de hacer uso clientelar de la política social a favor del PAN. Acarreos masivos y excesos de propaganda fueron también parte de su campaña.

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Por su parte, Dante Delgado remó contra la corriente: fue postulado por el PRD, partido que se ha autodestruido completamente en Veracruz debido a interminables luchas internas por los puestos y el dinero que éstos representan; por Convergencia, su propio partido familiar, y por el PT, que en la práctica no existe en la entidad. Sin estructura, con poco dinero, con malos candidatos a alcaldes y diputados (con excepciones notables), sin energía ni convicción, Dante Delgado cerró su carrera política con el único objetivo de mantener el registro de su partido y el de sus aliados, así como garantizar una presencia territorial vendible en las futuras elecciones presidenciales de 2012. Todo el proceso electoral tuvo lugar sin árbitros ni reglas. El Instituto Electoral de Veracruz fue sólo una sombra. El IEV fue muy ineficiente en todas las actividades preparatorias básicas, desde la selección y capacitación de los funcionarios de casilla, hasta la ubicación e instalación de las mismas. Todo el proceso pendió de un hilo desde el punto de vista organizacional. El IEV careció de capacidades y de voluntad política para dar un seguimiento efectivo a gastos de campaña y al monitoreo de medios. Sus contrataciones de proveedores se hicieron con poca transparencia. Aunque la Ley Electoral obligaba al IEV a organizar debates entre los candidatos, se limitó a convocar a uno solo, que se transmitió únicamente por internet y que pudo ser seguido apenas por unas 25 000 personas. La causa: el PRI se negó a exponer públicamente la novatez de su candidato, que en efecto fue patente y explotada por sus oponentes en el debate casi clandestino. En la jornada electoral y los días posteriores, las limitaciones operativas del IEV se hicieron patentes, pues un gran número de casillas abrieron muy tarde, hubo un notable ausentismo de funcionarios electorales, problemas en el llenado de actas y luego obstáculos logísticos diversos para su entrega en los centros de acopio. El conteo de votos se complicó en los municipios en los que hubo que recontar todos los votos dado lo cerrado de la votación. Finalmente, la asignación de diputaciones plurinominales usando criterios poco sólidos creó una nueva oleada de indignación entre los actores políticos y la ciudadanía. La lucha descarnada por el poder entre el PRI y el PAN en Veracruz fue llevada al espacio político nacional mediante escándalos generados a partir de llamadas telefónicas interceptadas al gobernador, demandas de juicio político a Fidel Herrera, acusaciones del PRI al gobierno federal de manipulación electoral de la política social, en fin, un ambiente que parecía preparar las condiciones para la judicialización de la elección. Retrocedimos en esta materia a la década de los noventa, con el agravante de que en esta ocasión

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fue llevada al espacio político nacional mediante escándalos generados a partir de llamadas telefónicas interceptadas al gobernador, demandas de juicio político a Fidel Herrera, acusaciones del

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manipulación electoral de la política social. ya no se trata de la lucha heroica de partidos de oposición contra un régimen autoritario, sino de una mera arena de lucha de dos fuerzas políticas mimetizadas a tal grado que se han tornado indistinguibles y que en su confrontación están destruyendo las leyes e instituciones democráticas que tomó dos décadas de movilizaciones civiles construir. Ahora bien, los resultados de las elecciones en Veracruz constituyeron una derrota simbólica y política para el PRI. Si bien su candidato Javier Duarte ganó con una ventaja de casi 3% sobre su contrincante principal, Miguel Ángel Yunes, la sorpresa fue mayúscula pues en la noche del día de la elección los priístas pensaban, siguiendo la encuesta de salida de Consulta Mitofsky, que sacarían 14% de diferencia sobre el PAN, tal como todas las encuestas preelectorales habían predicho. (Cabe aclarar que la encuesta de salida de la UV fue la más certera al pronosticar una diferencia de sólo 6%.) Pero el PREP mostró una realidad distinta. Y eso que el candidato del PAN no era precisamente un líder opositor creíble. En realidad Yunes se benefició del voto de protesta de muchos jóvenes y de amplios sectores de las clases medias urbanas que no podían aceptar el dispendio absurdo de recursos públicos que realizó el PRI y la manipulación sistemática y descarada de los medios locales. Tal vez Yunes habría ganado de no haber propiciado la división interna del PAN, que llevó a los panistas “doctrinarios” a aliarse con el PRI (mediante generosos pagos y promesas de puestos). Sorprende el alto porcentaje de votación que hubo en el estado, cercano a 60% del padrón de electores. Ello condujo a cantidades históricas de votación para los partidos principales. Según las cifras oficiales, el PRI obtuvo 1 392 300 votos y el PAN 1 306 800, incrementos de casi 40% sobre la elección anterior. La gran derrotada fue la alianza de izquierda, quien perdió cerca de 45% de sus votos, obteniendo esta vez sólo 433 800. Se configura así en Veracruz en un modelo de dos partidos y medio y no uno de tres como lo fue en 2004. Pero lo cerrado de la elección de gobernador hizo perder de vista que ocurrió una verdadera revolución municipal, al registrarse alternancia en casi ¾ de los municipios del estado. El PRI, junto con

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su aliado el Partido Verde, perdió 78 de los gobiernos municipales que tenía (de 154 en 2007 a 76 en 2010), mientras que el PAN, por sí mismo o coaligado con el Partido Alianza, pasó de 31 a 90. El PRD, coaligado con PT y Convergencia, subió de 16 a 37, a pesar de su autodestrucción y de que Dante Delgado casi no hizo campaña. Ciertamente, el PRI ganó todos los municipios urbanos importantes, pero nunca en la historia había controlado tan pocos municipios en esta entidad. Fue notable el esfuerzo de los ciudadanos por castigar a ediles abusivos (así sea post factum) por la vía de la alternancia municipal. Hubo un voto diferenciado muy abundante, especialmente en las ciudades, como Jalapa, donde el PRI ganó por mucho la presidencia municipal, pero perdió por mucho la votación por la gubernatura. En las elecciones de legisladores, el PRI había ganado 28 de 30 distritos en 2007, pero en esta ocasión triunfó en sólo 20, quedándose el PAN con 10 (2 en 2007). Las 20 diputaciones restantes se distribuyeron por el principio de representación proporcional. Dados los porcentajes de votación, el PRI no debería tener mayoría en la Cámara de Diputados, pues la Ley Electoral vigente indica que al partido mayoritario sólo se le pueden asignar un máximo de 5 diputados de representación proporcional (20 + 5 en este caso). Sin embargo, el IEV, a mediados de agosto, asignó al PRI 9 diputaciones de representación proporcional alegando que al PRI no se le podía considerar un “partido mayoritario”, pues no superó el 50% de la votación, criterio absurdo que no está contenido en la Ley. La disposición otorga al PRI una sobrerrepresentación parlamentaria de 18% (es decir, tendrá 18% más diputados de los que le corresponderían por la votación obtenida). Esto significa que, por la vía de la “interpretación” de la Ley, el IEV ha regresado el sistema político a los tiempos de la “cláusula de gobernabilidad”, es decir, al otorgamiento de la mayoría parlamentaria automática al partido con mayor número de votos. Esto es precisamente lo que las reformas electorales nacionales de los últimos años buscaron evitar para establecer un balance democrático entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Al cierre de la edición, esta

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cuestionable decisión era impugnada por todos los partidos de oposición. Habrá un largo conflicto postelectoral no sólo en relación con la gubernatura, sino también en varias alcaldías importantes. El pobre desempeño y la falta de autonomía del Instituto Electoral Veracruzano lo garantiza. Pero si bien en cierta forma los ciudadanos han logrado sobreponerse al abuso y al autoritarismo, lo cierto es que el retroceso en materia electoral que estas elecciones han significado no puede pasar inadvertido. Las elecciones locales de todo el país han demostrado la urgencia de federalizar las elecciones y de crear mecanismos efectivos de rendición de cuentas de los gobiernos estatales y municipales. De otra manera, la restauración autoritaria se completará más temprano que tarde. La Alianza Cívica, la organización civil histórica que promovió la democracia en México desde 1994, ha denunciado que este año vivimos un nuevo tipo de fraude electoral: el fraude a la democracia. Se trata

de una violación sistemática de las leyes electorales, la captura política de las instituciones que las organizan, la completa inmoralidad pública de los gobernantes, la falsedad y el cinismo descarados como forma dominante de comunicación, la vuelta de la amenaza y la falta de libertad como características centrales de la relación entre gobernantes y gobernados. Es también la estrategia deliberada de judicializar los procesos electorales, que termina de anular la efectiva capacidad de decisión de los ciudadanos. Este fraude es el resultado del régimen político que ha producido la restauración en marcha: el autoritarismo plural, es decir, el ejercido por todos los partidos. Tenemos que iniciar un nuevo ciclo de lucha por la democracia, esta ocasión con menos candidez y con mayor protagonismo ciudadano.

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América Latina después de “la década de los pueblos Salvador Martí i Puig

INDÍGENAS”

El presente texto desarrolla, en primer lugar, los elementos cruciales para entender la emergencia de actores políticos de carácter étnico en la región; en segundo lugar, el impacto que han tenido estos “nuevos actores” en los sistemas políticos nacionales y, finalmente, esboza cuál puede ser la dinámica de las expresiones políticas de los pueblos indígenas. Salvador Martí i Puig es profesor-investigador de Ciencias Políticas en la Universidad de Salamanca. Ha sido profesor invitado en universidades de varios países. Su área de interés es la política latinoamericana, en concreto los procesos de democratización y desarrollo, acción colectiva e identidad. Ha escrito artículos en revistas especializadas y diversos libros.

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n las dos últimas décadas del siglo XX se hizo evidente la emergencia en América Latina de diversos actores políticos que tenían como “identidad social básica” el indigenismo. Son muchos los acontecimientos que dieron muestra de ello. La irrupción del movimiento zapatista y el discurso elaborado por el Subcomandante Marcos desde la Segunda hasta la Sexta Declaración de la Selva lacandona; el marcado acento multicultural del Acuerdo de Paz Firme y Duradera en Guatemala, de 1996; la articulación y el protagonismo de la confederación de organizaciones indígenas panandinas en Ecuador; la intensa movilización de las organizaciones aimaras y quechuas en Bolivia; la movilización de los mapuches en Chile; o el impacto mediático de algunos líderes de pueblos de la cuenca amazónica, son una muestra de la trascendencia que ha ido cobrando este fenómeno. Esta irrupción en el escenario político se ha dado de formas muy diferentes y con un éxito muy desigual de

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país a país. Precisamente por ello es pertinente preguntarse por las razones de dicha emergencia y su impacto, así como por la forma en que puede prolongarse este fenómeno en el futuro. Con este objetivo, el presente texto desarrolla, en primer lugar, los elementos cruciales para entender la emergencia de actores políticos de carácter étnico en la región; en segundo lugar, el impacto que han tenido estos “nuevos actores” en los sistemas políticos nacionales y, finalmente, esboza cuál puede ser la dinámica de las expresiones políticas de los pueblos indígenas una década después de la “década de los pueblos indígenas”.

El porqué de la visibilidad y la emergencia de los pueblos indígenas ¿Por qué la población más ancestral de América Latina decidió hace un par de décadas poner fin a su silencio para situarse en el centro de la arena política en la mayoría de los países del subcontinente? La respuesta no es sencilla: es fruto de la conjunción de múltiples factores, tal como lo señalan las obras de Bengoa, Sieder o Trejo. Para esbozar una hipótesis plausible es necesario indagar en los cambios acontecidos en los años inmediatamente anteriores a este resurgimiento político de lo étnico. En esta dirección, uno de los teóricos de

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la acción colectiva, Sydney Tarrow, expone que el cuándo de una movilización explica en gran medida el porqué y el cómo de ésta. Ese cuándo se refiere a la coyuntura que facilita la activación de ciertas expresiones o movimientos, lo que la academia ha calificado como la estructura de oportunidades polític (EOP, en adelante).1 La EOP pone énfasis en los “recursos exteriores” del grupo que reducen los costes de la acción colectiva, descubren aliados potenciales y muestran en qué aspectos las autoridades son vulnerables a sus demandas y presiones. En general, estos recursos exteriores pueden clasificarse en las tres dimensiones analíticas que siguen. En primer lugar, las de carácter sistémico, que se refieren a los niveles relativos de apertura del régimen político y que generalmente son causadas por el cambio de reglas políticas que hacen menos onerosa y costosa la movilización política. En segundo lugar, las de carácter temporal y espacial, que enfatizan los elementos de la localización del movimiento en el ciclo vital de la contestación a escala doméstica e internacional; en

1

En la literatura sobre movimientos sociales, además del análisis de las EOP, se han desarrollado estudios de gran calidad sobre el repertorio de acción colectiva que despliegan los mismos movimientos, su capacidad de articular discursos y la importancia que tiene la forma de organizarse para lograr sus objetivos; sobre ello destacan algunas obras como Goodwin y Jasper (2004) o McAdam, McArthy y Zald (1996). 2 La governance habla de un nuevo escenario en el que la forma de gestionar los asuntos públicos y la capacidad de satisfacer las demandas sociales ya no están controladas por los gobiernos, debido a que el proceso de elaboración de políticas es cada vez más el resultado de la interacción de un amplio conjunto de actores de naturaleza muy diversa (Vallès, 2006: 429-430). En este sentido, el término governance da cuenta de un “nuevo estilo” de gobierno caracterizado por la interacción entre el Estado y los actores no estatales, y por lo tanto ha sido una buena metáfora para comprender (¿y legitimar?) los profundos cambios que han experimentado los sistemas políticos y el sector público en la mayor parte del mundo, asociados a la descentralización territorial, a la nueva gestión pública, a la economía de mercado y, en algunos ámbitos, a la terciarización de servicios y su privatización (Pierre y Peters, 2000: 163-192).

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ésta última se observa si existe conexión con el world time, es decir, si hay coincidencia con una coyuntura internacional favorable. Cuando ocurre, pueden aparecer dinámicas de contagio y difusión que ejemplifican procesos de movilización en cadena. Y en tercer y último lugar, las de carácter relacional, que se fijan en los niveles de inestabilidad en las posiciones de las elites frente a la acción colectiva y, en ese contexto, la capacidad de acceso de los movimientos a aquéllas, así como la aparición de aliados influyentes. Siguiendo esta lógica, en el caso que nos ocupa, es posible observar e investigar cómo los cambios acontecidos en las tres dimensiones en América Latina incidieron en la emergencia del movimiento indígena. En este apartado se expondrá el impacto que han tenido dos dimensiones, la relacional y la espacio-temporal que, en este caso, se conectan con el fenómeno de la globalización y su influencia en la forma en que operan los gobiernos –de donde surge el concepto de governance. El concepto de governance pretende mostrar que durante los años noventa no sólo cambió la forma de las instituciones de los Estados latinoamericanos (a raíz de la ola de procesos de transición hacia regímenes democráticos), sino que también hubo una erosión, causada por el proceso de globalización, en su soberanía.2 En este contexto apareció el concepto de governance y el debate sobre él, que da cuenta de la progresiva desaparición de la política tal como se ejerció bajo los parámetros de la sociedad estatal clásica (Garretón: 2003); también explica el desplazamiento del poder y del control estatal hacia otras instancias: hacia arriba –upward–, a las organizaciones internacionales, las redes transnacionales y grandes empre-

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sas globales; hacia abajo –downward–, a los gobiernos locales, departamentos y regiones; y hacia fuera –outward–, a comunidades y organizaciones sin fines de lucro del tercer sector como ONGs y quangos. El impacto de este triple proceso de “desplazamiento del poder” en los gobiernos latinoamericanos ha sido a menudo incontrolado debido a la dificultad que han observado éstos a la hora de dirigirlo y orientarlo, y por ello muchas veces se ha manifestado en una pérdida de capacidad institucional. A esta debilidad del Estado no ha sido ajena la emergencia de los movimientos indígenas, en tanto que ha supuesto una ventana de oportunidad para éstos –“por arriba, abajo y desde fuera”–, en la que encontraron aliados y recursos. Por “arriba” aparecieron redes transnacionales de activistas3 (advocacy networks) que centraron su trabajo en los derechos de los pueblos indígenas y en la conservación ecológica; por “abajo” coincidieron una generación de antropólogos comprometidos y una nueva doctrina pastoral de la Iglesia católica beligerante con los desposeídos y temerosa ante la nueva “competencia” religiosa en la región; y por “afuera” fluyeron los recursos de las ONGs para el desarrollo (y etnodesarrollo) ante el proceso de terciarización y “liberalización” de servicios impulsado por los Estados en su afán de reducir su función de prestador de servicios. Cada uno de los tres “huecos” en los que los pueblos indígenas tuvieron aliados fue relevante y crucial. Con todo, a nivel político las redes transnacionales desarrollaron una tarea vital que tendría un gran impacto; a saber, impulsaron la creación de un conjunto de principios, normas, reglas y procedimientos de toma de decisiones sobre el área temática de los derechos de los pueblos indígenas. El trabajo que realizaron fue tan intenso y fructífero que la literatura especializada coincide en afirmar que durante la década de los noventa se creó un régimen internacional sobre los derechos de los pueblos indígenas, a la vez que se conquistaron espacios en el sistema internacional (entre los que destacan el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas y la figura del Relator Especial de la ONU). Además, sin la labor de dichas redes, difícilmente se hubiera conseguido aprobar el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales de la Organización Internacional

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Las redes transnacionales –llamadas advocacy networks en la literatura anglosajona– aportaron a los pueblos indígenas –tal como expone Brysk (2005)– las cinco C’s: cash, coraje, contactos, conciencia y campañas. A través de estas redes se creó el Grupo de Trabajo de los Pueblos Indígenas (GTPI). El GTPI ejerció un papel fundamental para que la Asamblea General de la ONU declarara a 1993 el Año Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo y posteriormente la Década Internacional (1995-2004).

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del Trabajo de 1989, y menos aún la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, aprobada el 13 de septiembre de 2007.

Impacto de lo indígena en las arenas políticas domésticas Analizar el impacto que ha tenido la emergencia de los movimientos indígenas en las arenas políticas de cada país y en las mismas comunidades indígenas es difícil. Por ello nos centraremos en tres aspectos que consideramos fundamentales: la asunción en las constituciones de muchos países latinoamericanos de una nueva jurisprudencia sobre pueblos indígenas, la regulación sobre los territorios indígenas a través del autogobierno, y la aparición de nuevas formaciones políticas indígenas y su presencia en instituciones nacionales y regionales. Las constituciones La nueva ola de reformas y/o redacción de nuevas constituciones en América Latina a raíz de los procesos de liberalización y democratización de los regímenes políticos durante los años ochenta y noventa, fue aprovechada con bastante éxito por los representantes de los pueblos indígenas. A partir de la inserción y participación de este nuevo colectivo en los procesos de diseño institucional Van Cott lanzó la hipótesis de la aparición de un nuevo tipo de constitucionalismo en América Latina, al que calificó de “multicultural”. Según dicha autora, es posible hablar de un constitucionalismo multicultural cuando en una Constitución aparecen como mínimo tres de los seis elementos que se enumeran a continuación: 1) el reconocimiento formal de la naturaleza multicultural de las sociedades y la existencia de pueblos indígenas como colectivos subestatales distintos; 2) el reconocimiento de la ley consuetudinaria indígena como oficial y como derecho público; 3) el reconocimiento de los derechos de propiedad indígena y restricciones a la alienación y división de las tierras comunales; 4) el reconocimiento del estatus oficial de las lenguas indígenas en el territorio y espacios donde los pueblos están ubicados; 5) la garantía de una educación bilingüe; y 6) el reconocimiento del derecho a crear espacios territoriales autónomos. En la última década países como Bolivia, Colombia, Ecuador, Nicaragua, Perú o Venezuela, así como algunos estados de México, tienen Leyes Fundamentales que se pueden englobar en el “constitucionalismo multicultural”. Es cierto, sin embargo, que a pesar del reconocimiento formal que se aprecia en los ordenamientos jurídicos, el desarrollo legal y el alcance de las polí-

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Territorios y autonomía En cuanto a la autonomía y autogobierno de los pueblos indígenas, se ha observado en los últimos años que se ha ido estableciendo en el discurso de los líderes indígenas un estrecho vínculo entre la territorialidad, el autogobierno y la jurisdicción, como expresiones del derecho a la libre determinación. Este planteamiento ha dado lugar a la búsqueda de regímenes de autonomía por parte de los diversos legislativos nacionales. En este proceso se han tomado en consideración, por un lado, las comarcas panameñas, que abarcan prácticamente 20% de la superficie del país, en tanto que instituciones que pueden ser homologables al municipio; y por otro, el de las Regiones Autónomas del Atlántico Norte y del Atlántico Sur en Nicaragua, que prevén el funcionamiento de entidades territoriales subnacionales de carácter multiétnico con una cámara representativa y con cierta capacidad ejecutiva y financiera. Con todo, aún no hay acuerdo sobre cuál es la mejor forma de articular los espacios autónomos. Dentro del movimiento indígena mismo

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ticas implementadas en cada administración estatal son muy desiguales. De todas formas, es evidente que el efecto de la “etnificación” de los textos constitucionales ha significado el fin de un largo periodo de “invisibilidad”, a la par que ha supuesto la aparición de incentivos institucionales que potencian la creación de identidades colectivas indígenas en estos países, así como la dignificación de sus demandas. De todo ello es posible inferir un progresivo fortalecimiento de los actores de matriz identitaria y de sus movilizaciones, así como un uso creciente de mecanismos jurídicos por parte de las comunidades indígenas para proteger sus derechos frente a las agresiones de las que son objeto. Sobre este tema es necesario exponer la novedad que significa la Constitución boliviana de 2009. Dicha constitución (de considerable extensión, con 411 artículos) supone un paso más allá del multiculturalismo antes planteado.4 La consagración de una cuota de parlamentarios indígenas a través de una circunscripción especial, la equiparación del derecho consuetudinario con el ordinario, la creación de un Tribunal Constitucional plurinacional donde estén presentes los dos sistemas, la consagración de la autonomía indígena a través de instituciones y entidades territoriales para los 36 pueblos originarios y el control de los recursos forestales en manos de las comunidades indígenas son prueba de ello. La cuestión, en este caso, será ver cómo se implementa este ordenamiento jurídico y si, en caso de suponer avances significativos en el bienestar de los pueblos indígenas de Bolivia, sirve de ejemplo (y reclamo) para pueblos de otros países.

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existen posturas que van desde posiciones “comunalistas” hasta “regionalistas”. Las primeras sostienen que la comunidad local constituye el espacio vital y el sitio donde crear la autonomía, mientras que las últimas responden que un nivel supracomunitario de autonomía regional es un requerimiento para la coexistencia de comunidades locales pluriétnicas, ya que al tratarse de espacios más amplios, se atenúa el vínculo entre los reclamos de territorio con los rasgos étnicos específicos. Además, también existe el debate sobre el rol de la autoridad del Estado en las autonomías indígenas y, en este sentido, el caso de los “municipios autónomos” de Chiapas contrasta con los reclamos de las comunidades en Nicaragua o en Bolivia, que piden

4 El primer artículo de la Constitución reza que “Bolivia se constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías. Bolivia se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico, dentro del proceso integrador del país”.

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regulación e inversiones por parte de las autoridades gubernamentales. Hasta la fecha, y a la espera del desarrollo de la nueva Constitución de Bolivia, son pocos los avances conseguidos en esta dirección. La parálisis de la Ley de Autonomía Indígena en el legislativo mexicano (a pesar del desarrollo a nivel estatal), la negativa del Estado chileno a otorgar cualquier tipo de autonomía al pueblo mapuche, la creciente intensidad del conflicto armado en las zonas indígenas de Colombia y la aplicación de políticas neoliberales que han vaciado de recursos a las entidades indígenas, así como la erosión de competencias y recursos en las regiones autónomas nicaragüenses, han decepcionado las expectativas generadas a inicios de los años noventa. Otra cuestión muy importante –y vinculada con la anterior– es la de la tierra. Cabe señalar que el orden jurídico fruto de las tradiciones jurídicas que permanecen hasta hoy se ha limitado a consagrar el derecho irrestricto de la propiedad individual con respecto a aquellas tierras que tenían un dueño registrado como tal, y confiriendo al Estado la propiedad de las “tierras baldías”. En este sentido cabe preguntarse cómo conciliar esta concepción con las demandas de los pueblos indígenas alrededor de las tierras ancestrales, sobre todo en Estados que han firmado tratados y convenios –como la Convención 169 de la OIT o la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas de 2007– con las reformas de individualización, registro y titulación de la propiedad, y con la política de concesiones de explotación de recursos forestales, minerales y de gas en territorios supuestamente protegidos por la presencia de los pueblos indígenas. Política desde partidos “indígenas” Otra cuestión importante junto con (o después de) la emergencia de las reivindicaciones indígenas, ha sido la aparición de formaciones políticas que tienen entre sus reclamos fundamentales defender a los pueblos indígenas. A estas formaciones los politólogos les han llamado “partidos étnicos”, entendiéndolos como “organizaciones autorizadas a competir en elecciones en las cuales la mayoría de sus líderes se identifican como miembros de un grupo étnico no dominante y en cuyas propuestas programáticas están presentes demandas relacionadas con cuestiones culturales y étnicas”. Estas formaciones han tenido, en algunos casos, cierta capacidad de condicionar la política de su país debido a la oportunidad de formar parte de una coalición gubernamental o porque han podido controlar a los gobiernos desde la oposición. Esta relevancia ha sido –en algunos países– a nivel nacional y en otros regional. Los casos más relevantes han sido los de

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Ecuador y Bolivia. En Ecuador, la formación Pachakutik Nuevo País (PNP) tuvo un rol muy relevante desde 1990 hasta 2005, obteniendo ocho diputados en las elecciones de 1996, nueve en las de 1998 y 11 en las de 2002. En el caso de Bolivia cabe señalar el desempeño del partido Movimiento al Socialismo (MAS) en la primera década del presente siglo, pues en las elecciones de 2002 obtuvo 27 diputados nacionales y ocho senadores, en 2005 72 diputados y 12 senadores, y en 2009 obtuvo dos tercios de los escaños en juego y la mayoría en el senado. A nivel regional es preciso señalar los casos de Nicaragua, con la formación Yatama, concretamente en la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN) y en menor medida en la Región Autónoma del Atlántico Sur (RAAS). Otros casos destacables son los de las formaciones Autoridades Indígenas de Colombia (AICO) y Autoridades Indígenas del Suroeste (ASI) en Colombia, y las del Partido Unido Multiétnico del Amazonas (PUAMA) y Consejo Nacional Indio de Venezuela (CONIVE) en Venezuela, donde en coalición con otras

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Retos y preguntas a futuro… ¿Ha cambiado el escenario? Una vez esbozado el tema de la emergencia y el impacto de los movimientos indígenas durante las dos últimas décadas, es preciso preguntarse cuáles pueden ser en el futuro la expresión y la relevancia políticas

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los agravios, y la existencia de organizaciones políticas étnicas para defender sus reclamos. Un estudio pormenorizado señala que hay elementos externos a estos pueblos que condicionan profundamente la presencia y la relevancia de los partidos indígenas. Elementos de tipo institucional (como son el reconocimiento legal, la permisividad del sistema electoral o el nivel de descentralización territorial), y relacional (como son los aliados políticos, la debilidad de los partidos tradicionales, la volatilidad electoral o el potencial de amenaza) son cruciales para comprender por qué en unos países o regiones existen partidos indígenas y en otros no. En cierta forma se podría afirmar que para que existan partidos indígenas relevantes debe ocurrir que una “elite indígena” tome decisiones estratégicas a sabiendas que éstas sólo tendrán sentido en un entorno institucional abierto al reconocimiento de la diferencia (¿una Constitución multicultural?), con una organización territorial del poder descentralizada que les suponga un fácil acceso a recursos institucionales, con unas reglas electorales permeables y en un entorno donde los actores políticos clásicos estén fraccionados o en crisis. Todo ello con la prevención de que el recuerdo de episodios recientes de violencia extrema opera como un elemento inhibidor en este proceso de construcción de actores políticos –tal como lo han demostrado hasta ahora los casos de Guatemala y Perú. Si las condiciones anteriores se dan, es posible la aparición de partidos étnicos relevantes. Pero esa “posibilidad” dependerá de la capacidad que tengan también estas formaciones de elaborar un discurso identitario amplio, integrador y con ciertos puntos de conexión con los marcos cognitivos dominantes; de que tengan una red social que agrupe asociaciones de primer, segundo y tercer nivel; y de que dispongan de recursos materiales o humanos para poder desafiar (ya sea en ámbitos institucionales o no convencionales) a sus oponentes. Por ahora, todo eso sólo ha ocurrido en Ecuador (si bien se ha experimentado un declive del Pachakutik en los últimos años), en Bolivia y, en menor medida, en Nicaragua, Colombia y Venezuela. Está por verse aún la capacidad de la nueva formación mapuche Wallmallpuwen en Chile y la panmaya Winaq en Guatemala.

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fuerzas han conseguido cuotas de poder en instituciones regionales. Sin embargo, una de las preguntas cruciales sobre este tema es la de por qué sólo en los países citados los movimientos indígenas han tenido la fuerza y la capacidad de crear partidos con posibilidad de ganar escaños y alcanzar cuotas de poder a nivel nacional o regional. Dicha cuestión es relevante sobre todo para aquellos países donde la presencia de comunidades indígenas es muy amplia, como en Perú, Paraguay o Guatemala, o en países que concentran población indígena, como Chile, México u Honduras. Las respuestas a este fenómeno son diversas y suele recurrirse a explicaciones ad hoc. En el caso de México la participación indígena en el mundo local se ha circunscrito, con diferencias según el estado, al mecanismo de “usos y costumbres”. La excepción a esta lógica fue la creación del partido indígena oaxaqueño Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), con resultados modestos de uno o dos diputados estatales, durante los años noventa. Actualmente, si bien existe un intenso debate sobre la participación indígena en México en el ámbito municipal, la experiencia de los municipios autónomos de Chiapas se ha realizado fuera de las instituciones políticas oficiales. Respecto a los casos de Perú y Guatemala, la presencia indígena en la política se ha concretado a través de la inserción de sus líderes en los partidos tradicionales. Con todo, desde los años noventa en los dos países las comunidades indígenas se han empezado a organizar políticamente, pero siempre en el ámbito local, a través de candidaturas independientes. En Perú destaca la presencia de alcaldes indígenas desde el inicio de la década anterior, en Puno, Cuzco, Apurímac, Ayacucho y Huancavelica, pero nunca bajo la misma organización. Y en el caso de Guatemala, si bien la vida política local no puede comprenderse sin la influencia de las cofradías, nunca había habido un proyecto panmaya hasta la creación de la formación Winaq, liderada por Rigoberta Menchú, y que en las elecciones presidenciales de 2007 sólo obtuvo 3% de los sufragios. Otro caso a destacar es el de la población mapuche en Chile, cuyas organizaciones autónomas no han tenido capacidad de estar representadas institucionalmente y donde la nueva formación Wallmapuwen no ha podido legalizarse debido a que el Servicio Electoral considera que sus estatutos y bases programáticas contienen propuestas (como los conceptos de autonomía, “nación mapuche”, y símbolos como una bandera propia) inconstitucionales. Después de lo expuesto, cabe señalar que cualquier análisis consistente da cuenta de que no existe una relación lineal entre la cantidad de población indígena, la pluralidad de sus lenguas, el tamaño de

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de los pueblos indígenas a casi diez años de la “década de los pueblos indígenas”. Durante los últimos años parece haberse agotado el ciclo de grandes movilizaciones y, sobre todo, de la preeminencia en la agenda política nacional de las demandas indígenas. En este sentido, parece que las ventanas de oportunidad que se abrieron en las décadas de los ochenta y noventa (y que se señalan al inicio del presente texto) se están cerrando. Si a ello se le suma que dos de los aliados fundamentales de las comunidades indígenas, como son la Iglesia católica y las redes de ONGs, están cambiando de posición y de interés, respectivamente, el futuro se vislumbra complicado para estos movimientos. A la par, el tema indígena ha padecido también los efectos perversos del impacto del terrorismo después del 11 de septiembre, pese a que dicho fenómeno es prácticamente ajeno a América Latina. En consecuencia, muchas ONGs que trabajan sobre conflictos interculturales han redirigido su atención hacia Oriente Medio y el mundo islámico. Y además, cabe destacar que bajo el discurso de lucha contra el terrorismo, algunos gobiernos han promovido la represión frente a cualquier forma de disidencia, tal como ha ocurrido en Chile con varios líderes mapuches que encabezaron protestas en defensa de sus tierras y que fueron encarcelados bajo la Ley Anti-Terrorista. En este nuevo contexto, en algunos países donde los movimientos indígenas fueron pioneros, su presencia ha disminuido. La relevancia del movimiento indígena en Ecuador ha descendido desde fines de la administración de Lucio Gutiérrez y la llegada de Correa, y en Bolivia, por primera vez desde hace una década, los diputados del MAS elegidos en 2009 no son mayoritariamente indígenas. En México, después del auge que tuvo el discurso indígena con el levantamiento del EZLN en 1994, dicho tema ya no está en la agenda nacional. Con ello no se pretende anunciar que los movimientos y las demandas indígenas van a dejar de estar presentes en la región, pues es incluso posible que se dé un incremento de conflictividad entre organizaciones indígenas y otros actores (ya sean autoridades públicas o empresas privadas). El hecho de que la mayoría de los recursos estratégicos del siglo XXI (agua, biodiversidad, gas, petróleo, minerales y bosques) estén ubicados en zonas donde habitan pueblos indígenas, hace prever que episodios como los de Bagua en

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Octavio Alonso

Perú, de Awas Tigni en Nicaragua o de Ralco en Chile van a ser algo más que casos aislados. Así, a pesar del cierre de las “oportunidades” que se vislumbra en este nuevo ciclo, la lucha de los pueblos indígenas por sus derechos va a continuar. El aprendizaje organizativo experimentado en las últimas décadas y la consagración de derechos específicos –fruto de las reformas constitucionales y legislativas– son un factor decisivo. Es posible que esta lucha se lleve a cabo con menos aliados (nacionales o internacionales), sin tanta consideración por parte de los gobiernos nacionales (ni por parte de la izquierda), y sin tanto impacto mediático. Pero también puede ser que ocurra de forma más continua, insistente, silenciosa y con una fuerte presencia en el ámbito local. Dicho de otra manera, la disminución de la visibilidad sobre los pueblos indígenas en América Latina no va a ser fruto de una menor intensidad de sus luchas, sino de una menor atención por parte de aquellos que antes eran observadores y de una mayor hostilidad de quienes en otro tiempo eran indiferentes.

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Cecilia LĂłpez Badano recibiĂł el Diploma de Honor en Letras en Buenos Aires. Fue docente en la Facultad de FilosofĂ­a y Letras de la UBA y se doctorĂł en la University of Oregon (USA). Actualmente es docente e investigadora en la Facultad de Letras de la Universidad AutĂłnoma de QuerĂŠtaro y miembro del SNI. —A lo mejor estĂĄ debajo de la alfombra. —A lo mejor nos mira de adentro del ropero. —A lo mejor ese color habano es una seĂąa. —A lo mejor ese pez colorado es guerrillero. —Yo juro haberlo visto de gato en azoteas. [‌] —Ese lĂ­o en Bolivia es cosa suya. —Y esos ladridos en la noche no son perros. —Y esa sombra que pasa, Âżpor quĂŠ pasa? —Y no me gustan nada esos berridos junto al pecho. —A lo mejor estĂĄ en la pampa y es graznido. —A lo mejor estĂĄ en la calle y es el viento. —A los mejor es una fiebre que no cura. —A lo mejor es rebeliĂłn y estĂĄ viniendo. “Cheâ€?, HUMBERTO CONSTANTINI

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s innegable que de todas las figuras revolucionarias de los Ăşltimos tiempos, la de Ernesto Che Guevara ha sido una de las que mĂĄs se han expandido, incluso mitificĂĄndose en un nivel que trasciende tanto las fronteras de Argentina como las latinoamericanas, volviendo a su dueĂąo un icono-paladĂ­n internacional de las causas justas. Es curioso que ese mito, fundado en una historia tanto personal como social sin claudicaciones, no se haya extendido ni haya sido avalado en la Argentina como en el resto del mundo; aun cuando se

inicia en el propio paĂ­s y comparte caracterĂ­sticas con otros mitos locales: con Eva PerĂłn, la preocupaciĂłn por los desclasados, por los parias de la historia (aunque desde una prĂĄctica y una interpretaciĂłn absolutamente diversa), y tambiĂŠn con ella, como con Carlos Gardel, comparte la muerte en edad temprana, que tan salvĂ­fica es ante la crĂ­tica histĂłrica y tan oportuna para apuntalar la veneraciĂłn casi legendaria. La imagen del Che Guevara es una figura desvaĂ­da en la Argentina, una imagen vaciada de peso polĂ­tico mĂĄs allĂĄ de la nostalgia de algĂşn pĂłster descolorido en algĂşn devastado centro de estudiantes de izquierda en las facultades vinculadas a lo humanĂ­stico en universidades estatales –Ciencias Sociales o FilosofĂ­a y Letras–, y a la que la polĂ­tica –ya la oficial cuanto la marginal– jamĂĄs ha retornado luego de la traumĂĄtica derrota de las mesiĂĄnicas organizaciones guerrilleras locales. No comparte la asiduidad con la que se retorna, aĂşn hoy, al mito de Eva PerĂłn desde las esferas oficiales. Por ello, a los argentinos suele sorprendernos esa bĂşsqueda del Che que deja sus huellas en algĂşn film de Federico Fellini, como, asimismo, en los mĂĄs prĂłximos hitos norteamericanos: tanto Evita narrada por el Che en la cinematografĂ­a mĂĄs o menos reciente, como el boom del texto de Patrick Symmes1 en el mundo acadĂŠmico norteamericano, dedicado a los estudios de LatinoamĂŠrica. Y mĂĄs 1 Editor contribuyente de Harper´s y Outside magazines. ViajĂł con maoĂ­stas insurgentes a Nepal, visitĂł los principales grupos guerrilleros en Colombia y describiĂł las bandas de narcotrĂĄfico en Brasil. Recientemente ha publicado The Boys from Dolores: Fidel Castro´s Schoolmates from Revolution to Exile, Pantheon, 2007. (Reeditado en 2008 por Vintage Departures).

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Alejandro Magallanes

allá de los profesores residentes allí, pero de origen latinoamericano: Chasing Che: a motorcycle journey in search of the Guevara Legend (Vintage Books, New York, 2000), cuyo viaje fundante se reedita en el film Diarios de motocicleta. Entre estos puntos tan distantes y de difícil identificación para un argentino, se construye nuestra íntima imagen del Che, en la que la mediación ficcionalizadora –y materializadora al mismo tiempo– que hiciera Cortázar, puso a mi generación –dolorosamente intermedia– frente al honesto heroísmo de Guevara, a través de las lecturas clandestinas de textos prohibidos durante los años dictatoriales, pero es conveniente revisar primero los extremos recientemente enunciados del mito. Uno de los primeros films que trató lateralmente la figura del Che fue Prova d’Orchestra, del director italiano Federico Fellini, estrenado en 1979. Si bien la imagen no se explota allí ni en su valor bio2 Evita provenía del populismo de derechas, radicalmente antintelectual y afascistado; el Che, de la intelligentsia profesional burguesa con lecturas progresistas.

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gráfico ni en el histórico, viéndolo es fácil percibir cuáles eran las condiciones tanto del Che como de las guerrillas latinoamericanas que la izquierda europea comenzaba a mitificar –y a veces a mezclar en un caos de ideologías que en Latinoamérica divergían principalmente entre modos de acción rurales y urbanos, ya fuera que siguieran el modelo de los diarios del Che, o el de Los condenados de la tierra, de Fanon. El film se mostraba, a través del ensayo de una orquesta que jamás lograba ponerse de acuerdo –no por falta de talento, sino de solidaridad y espíritu cooperativo, acompañada a su vez por excesos de virtuosismo individualista–, como una metáfora aguda de la ingobernabilidad de la joven izquierda italiana (o europea) –quizás en una alusión directa a las Brigadas Rojas que sembraban el terror en la Italia de esos tiempos– y del caos de gobernabilidad que esto producía, pero sin caer en ningún momento en la crítica reaccionaria, sino desde una sátira madura que no ocultaba que, para estos jóvenes postsesentistas, el Che se volvía un objeto estético a quien se imitaba en la indumentaria descuidada más que en la ideología. La sutileza de la crítica radica precisamente en que ésta no se monta sobre el lenguaje, sino sobre la gestualidad, la escenografía y la música –de Nino Rota–, prescindiendo casi completamente del diálogo. Ya en la cinematografía masivo-popular y musical norteamericana, cuesta reconocer al Che en el personaje que, con la dirección de Alan Parker, interpreta Antonio Banderas. Pero no es difícil reconocer el camino por el cual se intenta integrar la historia: la ciudadanía y la preocupación social, diversamente interpretadas, hacen que esa comunión de personajes –Evita y el Che– que para un argentino (tanto si fuera peronista como si fuera militante de izquierda) resulta chocante, forzada y arbitraria,2 se vuelva plausible ante ojos internacionales y, así, Guevara-Banderas es el admonitorio crítico del accionar progresivamente fascistizado de Evita. Justamente porque no se le puede pedir al arte verdad sino verosimilitud, es que la convergencia de personajes –ácidamente criticada por los sectores más reaccionarios del peronismo nacional, como lo fue el mismo film– resulta lúcida, y el planteo de Parker puede rescatar así con inteligencia los puntos extremos de un ideario –el peronista– que, centrado en la preocupación social, configura un espectro que, en Argentina, va ideológicamente desde el populismo conservador de derecha hasta la seudoizquierda populista (la resemantización política de la imagen de Eva Perón concretada por los grupos de guerrilleros Montoneros en los setenta, incluso en las fotografías que de ella se rescataban, da prueba de ello) y también desde el melodrama hasta la tragedia.

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En la verosímil Buenos Aires filmada en Budapest por razones de costo,3 el film logra captar tanto la fascinación del mito de Eva como el melodrama sórdido del resentimiento social que en él se cobija, y los riesgos a los que el sentimiento –y el sentimentalismo– arrastran; esas dos imágenes difíciles de conciliar para ojos extranjeros, sólo otra legendarización podía integrarlas y unificarlas críticamente. Es en ese mito donde el inverosímil Che artístico se potencia, atemporal, construido sobre una modelización que queda al margen de su liderazgo en la guerrilla cubana, pero respetando su intolerancia ante la injusticia de la que da cuenta su propia historia; a partir de allí se pueden explorar sintéticamente las aristas de la contradicción ideológica nacional argentina como para explicarlas a un público foráneo de una manera accesible y totalizadora, ya que –en la visión de Parker– Argentina ha parido al Che como al otro extremo de una ideología revolucionaria. Desde otro ángulo y probando que la imagen del Che da para todo –incluso para dedicar el libro explícitamente a “los gusanos”–, aparece el ya mencionado texto de Symmes, que apunta a la búsqueda de un Che prístino, aún al margen de la guerrilla y del marxismo, en el momento fundante de la constitución de su realidad histórica y su leyenda política –el mismo Che que contemporáneamente nos está mostrando el brasileño Walter Salles en su ya mencionado film Diarios de motocicleta, pero en éste claramente historizado, incluso a través del modelo de la motocicleta elegida. Para hallar a ese Che y presentarlo tanto a los cubanos anticastristas de Miami como al gran público americano, Symmes no sólo sigue en una modernísima moto el mismo itinerario que Guevara recorriera por Latinoamérica en 1952 con su amigo Alberto Granados en una rudimentaria motocicleta, viaje durante el que, como se ha señalado repetidamente –y como se hace evidente en el film de Salles–, surge la conciencia social que caracterizaría sus años futuros, sino que también, a imitación hiperrealista de los jóvenes de entonces, produce un diario de viaje que funcione como remake de aquel original que había tenido fines científico-antropológicos más que hedonistas. No oculta su objetivo: “Había venido a Sudamérica para encontrar un Guevara juvenil, original, quizás el hombre joven que precede las diversas incrustaciones de la leyenda, el Ernesto que estaba antes del Che” (p. 25), sólo que parte del extendido prejuicio maniqueísta propio de cierto mainstream norteamericano –la existencia del ser prístino, “preideológico”– y el transcurso del viaje irá haciéndole descubrir que las cosas no son tan lineales como encontrar un Che joven, “bueno” e incontaminado ideológicamente, para oponerlo al lúcido guerrillero de los años futuros.

Gonzalo Tassier

En su obstinación por encontrar esa figura “original” aun a pesar de los inconvenientes que se le presentan, Symmes contrasta los diarios de Granados y de Guevara intentando probar que los propósitos de ambos eran diversos, ya que mientras el primero –Granados, quien organiza el viaje– tenía claros motivos políticos, el segundo, es decir, el Che, según él, sólo quería “divertirse un poco”; de este modo, la estatura política de Guevara se desvirtúa al ser mostrado como el ingenuo joven pervertido por la ideología ajena. Que sea un ingenuo según esta visión, no hace que Symmes lo exima posteriormente de la responsabilidad lateral que le adjudica por la violencia desatada en la Argentina, lo que, para el escritor-motociclista norteamericano, convierte el accionar de los militares –ante quienes siente compasión– en mero gesto defensivo y lógico aun cuando es bien sabido que en 3 La paridad del peso argentino con el dólar en esos días encarecía absurdamente la filmación en Buenos Aires; eso hizo que sólo se filmara en Argentina la escena del balcón, y algunas de la pampa.

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realidad la guerrilla argentina –restringida a grupos minoritarios– fue sólo un pretexto para la aniquilación sistemática de cualquier tipo de oposición a una política económica impuesta; así, nos dice: Durante los años sesenta y setenta, Argentina fue asediada por una serie de movimientos guerrilleros directamente inspirados y a menudo apoyados por el Che. La escala de esos movimientos no tuvo precedentes: para 1976, Argentina albergó el más vasto ejército guerrillero jamás reunido en America Latina, más numeroso aun que los sandinistas en Nicaragua. Los guerrilleros ganaron más de 60 millones del secuestro de hombres de negocios, y controlaban una inmensa cartera de inversiones en Wall Street que desembolsaba fondos para otros grupos guerrilleros a través de Latinoamérica (p. 18). Por supuesto, no declara sus fuentes para proporcionar datos que parecen tan precisos cuando no lo son: por ejemplo, la guerrilla en Tucumán, Argentina, escasamente superó las 300 personas4 y, en cuanto a los 60 millones de dólares de los rescates, si bien es la cifra que circuló profusamente en Argentina y el dato aparece en diversas páginas de internet, también fue puesta en duda por otros sectores, aunque efectivamente el dinero cobrado –sea cual fuera la cantidad, en todo caso abultada– ha tenido un destino oscuro en cuentas internacionales,5 sirviendo para el exilio de jefes Montoneros mientras la mayoría de los militantes –que no pudieron huir con la misma facilidad– eran secuestrados y torturados o se suicidaban con píldoras de cianuro momentos antes de ser apresados para no delatar en la tortura a los compañeros.6 En su búsqueda por desmitificar a Guevara, el Che que Symmes presenta a través de irónicos comentarios extendidos a lo largo de 300 páginas, es un guerrillero torpe, cuya habilidad militar se relativiza y cuyos logros son puestos en duda, además de que, al componer esta imagen, parte de la ingenuidad de plantearse Latinoamérica como un lugar esencial, donde los cambios históricos y ecológicos no han acontecido y donde cree poder observar lo mismo que el Che observara casi medio siglo atrás. Con todo este bagaje, termina reducien4 Jean Pierre Bousquet, Las locas de Plaza de Mayo, El Cid, Buenos Aires, 1983. 5 Pueden seguirse diversas versiones sobre el dinero navegando en páginas de Internet; incluso, que parte fue derivado a Cuba para ponerlo a resguardo. Montoneros nunca dijo fehacientemente cuál fue su destino. Quizás la versión más interesante sea la que se encuentra en www.cubaeuropa.com/hisstoria/Artículos/Montoneros.htm. 6 Así muere Paco Urondo en Mendoza. Por otra parte, el ejemplo literario de esto último, aparece en la novela Glosa, de Juan José Saer.

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Luis Boix

do a Guevara al molde de un turista exótico, es decir, a un ser demasiado parecido al propio autor: un turista snob corriendo tras su propia fantasía, para quien la ideología es contaminación y el compromiso político implica sólo pensamiento estrecho y rígido. Se cumple en el texto la aporía de Pierre Menard, pero ya no en la clave irónica de Borges: la escritura del mismo libro en otro tiempo no implica el mismo libro. Por supuesto, el entrañable Che del cuento “Reunión”, de Julio Cortázar, publicado en Todos los fuegos el fuego en 1971, está en la vereda opuesta del Che posmoderno que construye Symmes a su imagen y semejanza. Dos fuentes pueden citarse para la factura del personaje, de las cuales una es explícita y la otra se deja intuir entre líneas: Pasajes de la guerra revolucionaria, del propio Che, a quien Cortázar cita en el epígrafe, y el prólogo de Fidel Castro a El diario del Che en Bolivia, para lo que tiene que ver con ese personaje de carácter combativo, al que dibuja entre la lucidez, el humor, la preocupación, el idealismo, la utopía y la entrega. Justamente a partir del epígrafe, Cortázar presenta a su personaje a través de lo que lo hermana con él: el

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El momento que se retrata en la narración es el de los días que siguen al desembarco, en la tortuosa caminata hacia la Sierra, días de tensas dudas ante la incertidumbre del logro, sin saber siquiera qué compañeros permanecen vivos, pero con la certeza de que las bajas son numerosas: “En el fondo lo único bueno del día ha sido no tener noticias de Luis; el resto es un desastre, de los ochenta nos han matado por lo menos a cincuenta o sesenta” (p. 59). Los estragos de la lucha son presentados sin patetismo, con la sobria responsabilidad solidaria que caracteriza también los verdaderos escritos del Che: “Javier cayó entre los primeros, el Peruano perdió un ojo y agonizó tres horas sin que yo pudiera hacer nada, ni siquiera rematarlo cuando los otros no miraban” (p. 59), y el temperamento altruista del personaje se exacerba: Tendríamos que ser como Luis, no ya seguirlo sino ser como él, dejar atrás inapelablemente el odio y la venganza, mirar al enemigo como lo mira Luis, con una implacable magnanimidad que tantas veces ha suscitado en mi memoria (pero esto, ¿cómo decírselo a nadie?) una imagen de pantocrátor, un juez que empieza por ser el acusado y el testigo y que no juzga, que simplemente separa las tierras de las aguas para que al fin, alguna vez, nazca una patria de hombres en un amanecer tembloroso, a orillas de un tiempo más limpio. (pp. 61-62)

Leonel Sagahón

humanismo de la tradición literaria (luego será también el de la música, a través de Mozart): “Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida”.7 La cita original se encuentra hoy en “Alegría de Pío” (Pasajes...), y se continúa con un fragmento más, que el autor del cuento cercena para poner de relieve la esperanza y el logro revolucionario por sobre la idea fatalista del momento de derrota y herida en que fuera escrito; dicho fragmento dice: “al saberse condenado a muerte por congelación en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo” (p. 18). Dice Castro: “El proceso de formación de la guerrilla es un incesante llamado a la conciencia y el honor de cada hombre. El Che sabía tocar las fibras más sensibles de los revolucionarios” (p. 10); éstas son justamente las que nos toca el personaje de Cortázar, a quien reconocemos a través del relato –que se desenvuelve en primera persona testimonial– por el “acento” porteño, por la sensibilidad humorística de las observaciones, por la preocupación hacia el prójimo y por la sostenida agonía que le producía el asma.

Por supuesto, este Che-Cortázar no escatima la crítica social: Pobre amigo, me daba lástima imaginarlo defendiendo como un idiota precisamente los falsos valores que iban a acabar con él o en el mejor de los casos con sus hijos; defendiendo el derecho feudal a la propiedad y a la riqueza ilimitadas, él que no tenía más que su consultorio y una casa bien puesta, defendiendo los principios de la Iglesia cuando el catolicismo burgués de su mujer no había servido más que para obligarlo a buscar consuelo en las amantes, defendiendo una supuesta libertad individual cuando la policía cerraba las universidades y censuraba las publicaciones, y defendiendo por miedo, por el horror al cambio, por el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses vivos en su pobre país perdido (p. 66). Así, gradualmente, avanzando en comentarios que despliegan su personalidad firme y sencilla y su voluntad inclaudicable, inician el ascenso de la Sierra hacia la reunión final, que garantizará el triunfo; si bien el 7

Ernesto Che Guevara, La sierra y el llano, La Habana, 1961.

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cuento termina aún en la duda, Cortázar aprovecha una de las anécdotas que el Che relata para darle a la narración la expectativa del triunfo, ya que el Guevara histórico dice: Por la noche salimos a caminar. Establecí cuál era la estrella Polar, según mis conocimientos en la materia y durante un par de días fuimos caminando, guiándonos por ella hacia el Este y llegar a la Sierra Maestra. (Mucho tiempo después me enteraría de que la estrella que nos permitió guiarnos hacia el Este no era la Polar y que simplemente por casualidad habíamos ido llevando aproximadamente este rumbo hasta amanecer en unos acantilados, ya muy cerca de la costa.) (p. 20). Cortázar utiliza la anécdota para cerrar el cuento con la fantasía del personaje sobre la estrella de la futura bandera cubana: Yo veía cómo las hojas y las ramas se plegaban poco a poco a mi deseo, eran mi melodía, la melodía de Luis que seguía hablando ajeno a mi fantaseo, y después vi inscribirse una estrella pequeña y muy azul, y aunque no sé nada de astronomía y no hubiera podido decir si era una estrella o un planeta, en cambio me sentí seguro de que no era Marte ni Mercurio, brillaba demasiado en el centro del adagio, demasiado en el centro de las palabras de Luis como para que alguien pudiera confundirla con Marte o con Mercurio (p. 70). Para nosotros, los que éramos niños aún a la muerte del Che y vimos por primera vez, en los diarios del militarismo sesentista argentino, con miedo y asombro –y sin ninguna conciencia política–, las fotos sensacionalistas de ese desconocido muchacho-compatriota muerto, Cortázar fue el único puente que, clandestinamente –ya que el mencionado cuento fue una de las principales razones para que el siguiente militarismo proscribiera su lectura–, nos condujo a reconstruir su historia, a interesarnos primero por Cuba y luego por Nicaragua. Si Cortázar lo avalaba, el Che no podía ser el monstruo sanguinario que construían los militares, y fue con Cortázar que empezamos a sospechar de la imagen impostada por el militarismo en turno, y a través de él descubrimos al verdadero Che, un “Cronopio” más, opuesto a la invasión de tantos “Famas”. En lo personal, recuerdo la impresión de la primera lectura del cuento, durante el miedo sórdido de la reciente dictadura, cuando el escalofrío del asma del personaje me hacía descubrir que el innombrado era el Che, que tener ese libro en mis manos era par-

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ticipar de su gesta y que la sola lectura –tan cómoda al lado de los pies llagados, la ciénaga y las heridas que los personajes padecían– podía poner también en peligro mi vida. El relato quedó grabado en mi memoria, pero adormecido en el miedo paralizante de la dictadura, y dio su fruto con la democracia, cuando pude entender, más allá de las mentiras autoritarias y legitimadoras de la masacre, qué cosa realmente había sido la guerrilla en Argentina, qué errores se habían cometido, cuánto se había canonizado y malinterpretado al Che, ya que mezclándolo con el populismo peronista travestido de izquierdismo en los setenta, y con el Frantz Fanon de Los condenados de la tierra, la combinación resultaba explosiva, tanto como para desencadenar el aniquilamiento de un país. Hasta hace poco tiempo, la tematización “ficcional” sobre el Che –al menos la que daba para la divulgación más generalizada que los artículos académicos– terminaba allí, pero en 2005, Ricardo Piglia, siguiendo su tradición de instalarse tan productivamente entre la literatura, la historia, el ensayo y la ficción, escribe, en El último lector, un brillante capítulo sobre el Che Guevara como lector: “Ernesto Guevara, rastros de lectura”. En este texto, Piglia, nunca demasiado deslumbrado con Cortázar (quizás por el efectismo final de algunos de sus cuentos, tan diverso en su estilo y elaboración narrativa), retoma y cita su cuento sobre el Che para graficar la pasión de éste por la lectura y cómo la lectura “modela y transmite la experiencia en soledad” (p. 105), donde: “No se trataría sólo del quijotismo en el sentido clásico, el idealista que enfrenta lo real, sino del quijotismo como un modo de ligar la lectura y la vida. La vida se completa con un sentido que se toma de lo que se ha leído en la ficción” (p. 104), “lo que se ha leído aun trepado a los árboles en el fragor de la guerrilla y la proximidad de la muerte en Bolivia” (p. 106), “experimentando la paradoja de su ‘persistencia y fragilidad’ casi viciosa” (p. 107), porque lo aproxima a la evasión. De un rasgo –el contraste entre la figura sedentaria del lector con la del guerrillero en marcha que no abandona sus libros haciendo más lenta y fatigosa la marcha–, deriva un ejemplo “antagónico y simétrico”: el de Gramsci, leyendo quieto en la cárcel del fascismo lo que cayera en sus manos, y a través de ello Piglia logrará oponer brillantemente los dos modelos políticos: la teoría del foco y la de la hegemonía. No es el objeto de este artículo centrarse en ese texto que, por otra parte, vale la pena leer; sólo quiero focalizar un aspecto que me remite a dos nuevas construcciones literarias de las que el Che es un trasfondo más lejano; dice Piglia:

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En verdad, para Guevara, antes que la construcción de un sujeto Revolucionario, de un sujeto colectivo en el sentido que esto tiene para Gramsci, se trata de construir una nueva subjetividad, un sujeto nuevo en sentido literal, y de ponerse él mismo como ejemplo de esa construcción (pp. 109-110). Esta afirmación nos mueve a formular la pregunta: “¿qué sucede con aquellos entrenados por el régimen castrista para ser como el Che cuando no están a la altura de la autoexigencia casi enfermiza de aquél?” La respuesta a este interrogante se encuentra en dos novelas contemporáneas, de cubanos exiliados: Las iniciales de la tierra –reescrita en 1987 y publicada primero en España y luego en Cuba–,8 de Jesús Díaz, quien viviera primero en Berlín y luego en Madrid hasta su muerte en el 2002,9 y Caracol Beach (Premio Alfaguara 1998), de Eliseo Alberto (hijo del poeta Eliseo Diego), actualmente radicado en México. En la primera, el Che es una presencia fugaz en el capítulo 8, donde se describe el estallido del buque belga La Coubre (el 4 de marzo de 1960), que descargaba armas para la Revolución, por un atentado presuntamente planeado por la CIA, con la colocación clandestina de una bomba que detonó al quitar parte del cargamento, haciendo estallar el resto, lo que mató alrededor de 100 personas y dejó con lesiones de por vida a otras tantas. Entre los hombres que recogen pedazos de otros hombres, se alza la figura del Che, atravesando la barrera de seguridad, horas antes de que Fidel fundiera “la furia y la tristeza, los gritos y silencios del pueblo convirtiéndolos en una sola voz al entregar por vez primera la consigna que todos repitieron como guía y bandera de los múltiples combates por venir: ‘¡Patria o Muerte!’” (p. 149); pero no es esta presencia fugaz lo relevante, sino cómo el personaje central de la novela, Carlos, opera como una parodia del Che, carente de sus dotes, pero siguiendo, sin rumbo, un modelo que le queda grande. También la presencia del miliciano asmático en el campamento de entrenamiento muestra otra parodia, pero ésta sin el sentido casi bufonesco que la del protagonista adquiere por momentos, sino con desenlace trágico. La respuesta que parece plantearse al interrogante formulado acerca de qué queda cuando no se está a la altura del autoexigente modelo personal de Guevara, es entonces: “un vacío paródico de personalidad, una imitación burda”. Eliseo Alberto, en su más contemporánea playa fictiva de Miami –tan alejada de la Revolución que la historia se da por sabida y no se tematiza– encuentra otra respuesta en su personaje del miliciano que enloqueció en la campaña del Congo, y sobrevive penosamente

Berenice Miranda

en su modesta casa rodante en Caracol Beach por una casualidad del destino, añorando su infancia cubana, perseguido por el tigre congolés que lo acosa en su delirio: se lo condena a la locura, una locura que puede arrasar con los demás cuando no se está, como en la mayoría de los casos, a la altura intelectual del Che. Así, para ambos autores, ya distantes de las utopías revolucionarias que en los setenta idealizaban y mitificaban al Che, la idea de éste acerca de construir una nueva subjetividad, un sujeto nuevo para el que su conducta de superhombre sirviera de modelo, se ha estrellado en 8 Según dice Jesús Díaz en un reportaje, la novela fue escrita originalmente en Cuba y censurada allí durante 12 años (www.otrolunes.com/hemeroteca-ol/numero -02/html/otro-lunes-conversa/ otro-lunes-conversa-n02-a01-p01-2007.html). 9 Se encuentran en internet artículos conjeturales acerca de la posibilidad de que Díaz fuera un agente de la inteligencia castrista y no un exiliado “real”. Si bien no es un tema para discutir acá, no puede dejar de ser mencionado. Véase: “El extraño encuentro de Jesús Díaz con la muerte”, de Servando González, 15 de mayo del 2002, en www.cubanet.org/opi/05150201.htm

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Carlos Franco

la parodia vaciada de sentido, o con consecuencias más trágicas, en la locura desatada que arrastra, inexorable, a los demás –inocentes– en su desborde. Las dos ficciones, en todo caso, hablan, más que del propio Che, de las secuelas de su ejemplo utilizado en sobredimensión y exageradamente por el régimen; es esa distancia del “modelo original” en su desfiguración lo que permite proponerlas como lecturas políticas que sitúan la utopía voluntarista en perspectiva histórica mostrando sus derivaciones dramáticas. 10 Como gran parte de los profesionales argentinos de su generación y la siguiente, el Dr. Favaloro (1923-2000) era hijo de padres proletarios (carpintero él, modista ella). Estudió medicina y se dedicó a la cirugía torácica –centrado particularmente en problemas cardíacos– realizando el primer by pass aorto-coronario en el mundo, lo que cambió la historia de la patología coronaria valiéndole al doctor renombre internacional y múltiples premios. A principios de los setenta creó una fundación que lleva su nombre (reunión de clínica, educación e investigación); durante la crisis del 2000, ésta atravesaba por problemas económicos, lo que lo indujo a solicitar ayuda al gobierno; su pedido no obtuvo respuesta, y el 29 de julio, previo a escribir una carta al presidente De la Rúa criticando el sistema de salud, se suicidó con un disparo al corazón.

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Ahora bien, la actualización de este artículo para ser publicado me ha llevado a un punto de contradicción, por otra parte esperable, con su inicio: si bien afirmé que el adormilado silencio sobre la figura del Che en Argentina se prolongó durante años, la figura resurgió, como era previsible, con fuerza mediática, en el 40 aniversario de su muerte, es decir, en el 2007; para esa fecha, dos registros son relevantes: por una parte, un programa televiso, El gen arGENtino, previsto en ocho capítulos que fueron emitidos entre fines de agosto y mediados de octubre de ese año, basado en un formato original de la BBC ya adaptado a otros países, propuso el pasado histórico nacional como tema y propició, a través de Internet, una votación popular de candidatos a ser considerados como personalidad argentina más destacada en diversas categorías que abarcaban desde historia y política de los siglos XIX y XX hasta el deporte. Las dos personas más votadas de cada categoría serían analizadas en el ciclo a través de un equipo de notables integrado por catedráticos, periodistas, biógrafos. El resultado de la sección historia contemporánea fue, precisamente, la pugna entre Evita y el Che, confirmando de algún modo que Alan Parker tenía razón al emparentarlos en el imaginario, aunque fueran figuras reñidas entre sí para un argentino: ambos personajes quedaron entre los 10 finalistas de las diversas categorías. El Che recibió más de 300 000 votos y esto dio lugar a una buena aproximación crítica, principalmente a cargo del periodista Eduardo Aliverti, que mostró su figura, su coherencia, sus errores tácticos e hizo alusión al poema de Constantini que sirve de epígrafe a este trabajo. Quedó en quinto lugar, mientras que la final se dirimió entre el general José de San Martín –el Libertador– y el científico René Favaloro.10 El video de esas discusiones y el material audiovisual sobre el Che allí presentado pueden verse en YouTube. Por otra parte, para la misma fecha, otro destacado periodista de izquierda –Jorge Lanata– con una idea radicalmente distanciada de la de Symmes en su objetivo, se embarca en un viaje para reconstruir, en un serio e informado documental basado tanto en Diario de la selva como en la biografía del Che del periodista norteamericano John Lee Anderson, especializado en temas latinoamericanos, los últimos momentos de Ernesto Guevara en el hábitat hostil de Bolivia; surge así Los últimos días del Che, emitido por The History Channel el día del aniversario del asesinato, donde el periodista recorre la ruta del Che criticando sus errores tácticos y entrevista a todas las personas involucradas: “El error fue el foquismo [y pensar que] la vanguardia iba a iluminar al resto de la humanidad. En términos políticos, se equivocó mucho”. Sin escatimar admiración por su personalidad, se pone de relieve también

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su mesianismo voluntarista que es, finalmente, lo que lo enfrenta, en su ley, con la muerte. Siguiendo el orden cronológico, puede decirse que de otra índole –ligada sin duda a la utopía mesiánica y apartada de la ficción– es la, por el momento, última representación de Guevara llevada a cabo en Che, el argentino (2008), el film de Steven Soderbergh protagonizado por Benicio del Toro como el Che y Demián Bichir como Fidel Castro, basado en Pasajes de la guerra revolucionaria, del propio Guevara y en los escritos del ya mencionado Anderson. La película se distancia de la ficción a través de su tono documental, logrado ya sea con sus escenas en blanco y negro (para la intervención revolucionaria del Che en las Naciones Unidas) como con las de color, sobre la lucha en Sierra Maestra, estableciendo entre ambas saltos de temporalidad que construyen, de la manera más “aséptica” posible, pero no exenta de admiración por parte del realizador, la biografía de madurez de un revolucionario justo y heroico, atento a las contradicciones políticas y al castigo de las aberraciones que se cometen en nombre de la Revolución. El retrato obtenido no es, quizás, imparcial, pero sí mesurado, sin intentos panfletarios y simplificadores juicios de valor, y carismático a través de la impecable actuación de un sobrio Del Toro, quien fue ganándose a su personaje durante siete años de investigación que implicaron desde visitas a amigos y familiares, hasta la lectura de sus escritos e, incluso, de uno de sus libros favoritos: El Quijote de la Mancha (lo que parece demostrar que también pasó por la lectura de Piglia). La película original, que tiene más de cuatro horas de duración, debió parcelarse para su distribución comercial, por lo que, viendo sólo la primera parte, el relato se siente trunco cuando empieza a encontrar su sentido narrativo, que se completará en Guerrilla. Para concluir, después de considerar estas aproximaciones, no apelaremos a las certezas acerca de quién o cómo fue Ernesto Guevara, sino a una pregunta que permanece en pie: ¿cuáles serán las transfiguraciones literarias o cinematográficas que aún le aguardan al Che, en los aires conservadores de la posmodernidad y del canibalismo neoliberal de los tiempos que corren y ante la posibilidad de que Ricky Martin lo interprete próximamente en el reestreno del musical de Andrew Lloyd Weber en Broadway, junto a la argentina Elena Roger, que ya interpretó a Evita en Inglaterra? La respuesta queda pendiente. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Omar Gasca Cortázar, Julio. “Reunión”, Todos los fuegos el fuego, EDHASA, Barcelona, 1982. Díaz, Jesús. Las iniciales de la tierra. Monte Ávila Latinoamericana, Caracas, 1992. Fellini, Federico. Prova d’Orchestra (Film). 1979. Guevara, Ernesto Che. Pasajes de la guerra revolucionaria. Txalaparta, La Habana, 1977. Parker, Alan. Evita (Film). 1996. Piglia, Ricardo. “Ernesto Guevara, rastros de lectura”, El último lector. Anagrama, Buenos Aires, 2005, pp. 103-138. Salles, Walter. Diarios de motocicleta (Film). 2004. Soderbergh, Steven. Che, el argentino (Film). 2008. Symmes, Patrick. Chasing Che: a motorcycle journey in search of the Guevara Legend. Vintage Books, New York, 2000. Agradezco también los lúcidos comentarios del Dr. David Miralles en su presentación expuesta en la conferencia sobre Viaje y Literatura (Humboldt University, 18 al 22 de junio, 2001) que iluminaron algunos de los míos sobre el texto de Symmes.

Alberto, Eliseo. Caracol Beach. Santillana, Madrid, 1998, 2001. Castro, Fidel. “Una introducción necesaria”, Prólogo de El diario del Che en Bolivia. Siglo XXI, México, 1968.

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Jazz, disonancia y prĂĄctica crĂ­tica

Caer en la que no era Ajay Heble TraducciĂłn y notas de Alain Derbez

En fecha prĂłxima aparecerĂĄ bajo el sello de la UV el libro Caer en la que no era, de Ajay Heble, del que a continuaciĂłn se ofrece un adelanto. Se trata, en palabras del mĂşsico e investigador George Lewis, de “un reto a investigadores, mĂşsicos y pĂşblicos a ir mĂĄs allĂĄ de las confortables narraciones tantas veces presentadas sobre la ‘historia del jazz’, para examinar el papel de la (hĂ­brida, mutable, inestable, ruidosa, destructora de fronteras) mĂşsica de improvisaciĂłn de nuestros dĂ­as en tanto que agente y sujeto del cambio polĂ­tico, cultural y socialâ€?. Ajay Heble, el investigador y maestro universitario, el director y fundador del Festival y Coloquio anuales de Jazz en Guelph, CanadĂĄ, el pianista de mĂşsica de improvisaciĂłn libre y colectiva, el autor de libros sobre la literatura y la crĂ­tica canadienses de hoy, nos proporciona las herramientas para tal tarea. Alain Derbez realizĂł la traducciĂłn y aĂąade notas a esta ediciĂłn.

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a estructura de este libro como un todo refleja las complejidades de los debates sobre el jazz y su relaciĂłn con las teorĂ­as de la representaciĂłn. A continuaciĂłn, en versiĂłn abreviada, presento la secuencia que esbozarĂŠ. El capĂ­tulo inicial, La poĂŠtica del jazz: de lo simbĂłlico a lo semiĂłtico, sugiere que el movimiento del jazz, desde la mĂşsica diatĂłnica de Louis Armstrong hasta la atonalidad de Ornette Coleman, encuentra un paralelo en la historia de la teorĂ­a literaria contemporĂĄnea al moverse (a travĂŠs de Saussure) del interĂŠs por la relaciĂłn entre palabras y cosas al interĂŠs por la relaciĂłn entre palabras y palabras. Este capĂ­tulo, a diferencia de los demĂĄs, funciona casi como una especie de panorĂĄmica histĂłrica y establece los marcos teĂłricos de referencia para los casos de estudio contemporĂĄneos en los capĂ­tulos que le siguen.

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El ĂŠnfasis del capĂ­tulo 1 en las formas musicolĂłgicas de anĂĄlisis lo aparta de algĂşn modo de los modelos de investigaciĂłn mĂĄs enfocados en lo cultural que se utilizarĂĄ en los demĂĄs. Debo aĂąadir algo sobre las razones que hacen que el formato de este primer capĂ­tulo se diferencie del resto del libro. Debido a que la primera versiĂłn del argumento que allĂ­ presento fue escrita hace ya mĂĄs de una dĂŠcada, al revisarla para este libro he llegado a cuestionar algunas de las premisas que conformaban mi pensamiento entonces. Creo que puede resultar muy saludable estar dispuesto a someter nuestra prĂĄctica crĂ­tica a un proceso constante de cuestionamiento; por lo tanto, en un esfuerzo por preservar el sentido de mis propias respuestas discordantes –hace mĂĄs de diez aĂąos y ahora–, he intercalado mis revisiones como si fuesen barras laterales que constituyen una crĂ­tica a mi propio metalenguaje. En vez de revisar el capĂ­tulo de manera que pudiera sugerir la posibilidad de un ajuste inconsĂştil entre lo de entonces y lo de ahora, en lugar de ofrecer una nueva argumentaciĂłn que intente armonizar estas posturas, ocasionalmente conflictivas, he intentado descubrir formas que despierten el prurito de considerar cĂłmo la disonancia puede funcionar por sĂ­ misma como un modelo de prĂĄctica crĂ­tica. El capĂ­tulo dos, Otro historiar del jazz: “Bosquimanos citadinosâ€? de Chicago y el problema de la re-

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Sergio Grande

presentación, explora las diversas maneras en que la ciudad de Chicago se ha vuelto la sede de un nuevo modelo de actividad jazzística: un esfuerzo sostenido para redescubrir el papel de la tradición negra y su historia. Surgido en respuesta al formalismo que llegó a caracterizar el jazz de principios de los sesenta (particularmente el “free jazz” analizado aquí en el capítulo inicial), el colectivo de la AACM (Asociación para el Desarrollo de los Músicos Creativos, por sus siglas en inglés), establecido en Chicago, ha buscado combinar sus propios intereses en la herencia negra con las enseñanzas aparentemente contradictorias de los formalistas, que nos mostraron que el jazz era finalmente incapaz de postular una realidad afuera de su propio lenguaje. En el tercer capítulo, Actuar la identidad. La autobiografía en el jazz y las políticas de improvisación literaria, me vuelvo hacia una variante de lo que Gabbard ha llamado “la otra historia” del jazz, para mirar cómo tres muy conocidas autobiografías de jazz (Beneath the Underdog de Charles Mingus, Music is my

Mistress de Duke Ellington y Lady Sings the Blues, de Billie Holiday)1 también se comprometen –esta vez en términos literarios– con el mismo problema de la representación. Si, como argumenta Henry Louis Gates Jr., “el deseo de poder de los negros americanos era el deseo de escribir, y el modo predominante que asumía esta escritura consistía en conformar el ‘yo’ negro en palabras”, entonces estas tres autobiografías desde el jazz requieren claramente ser leídas en el contexto de lo que un crítico llamó “el potencial democrático” de la autobiografía: esto es, su capacidad de habilitar a grupos oprimidos para obtener acceso a la autorrepresentación y control sobre los procesos de producción literaria. Como anota Christopher Harlos: “para los músicos de jazz, optar por la autobiografía se valora como una genuina oportunidad de hacerse de autoridad narrativa”. Aquí también, detrás de lo aparente, mi interés está en la disonancia, en las identidades que podrían considerarse “fuera de tono” con las instituciones literarias blancas que las construyeron. Mientras que lo “real” tiene, quizás por fuerza, un papel importante para facilitar nuestro entendimiento de los efectos democratizadores de la autobiografía, las identidades creadas en estos textos particulares nos llevan a plantear difíciles preguntas metodológicas sobre el estatus de lo real: ¿Cómo determinar el papel que han jugado las instituciones y los editores de raza blanca en la conformación de estas identidades negras particulares? ¿Puede la identidad autobiográfica comprenderse mejor como una función de la referencialidad?, ¿de la textualidad?, ¿de la construcción social? o, ciertamente, ¿de la ejecución y la improvisación? El capítulo cuatro, El espacio es dónde: jazz, voz y resistencia,2 proporciona un inventario de algunas de las maneras en que Sun Ra consideraba al jazz como un terreno importante para redefinir las posi1

Con los títulos Menos que un perro, La música es mi amante y Lady Sings the Blues, estas tres autobiografías han sido traducidas y publicadas en castellano por editoriales de España. (N.T.) 2 En 74 –año en que Sun Ra toca en México en enero–, con un guión coescrito por el músico, es estrenado el filme Space is the Place. La trama corre así: tras una serie de conciertos en Europa en 1969, se reporta la desaparición de Sun Ra, aunque lo que realmente ha pasado es que tanto él como su Arkestra están en otro planeta que ha de ser poblado por afroamericanos. Su vehículo es la música y esa transportación puede darse en espacio y en tiempo. Sun Ra podrá volver al Chicago de los cuarenta, donde tocaba el piano bajo el nombre de Sonny Ray, lo mismo que ir a Oakland en los setenta para, con una agencia, convencer y reclutar pobladores para el nuevo mundo. En algún momento vendrá un duelo de cartas con The Overseer, un super-proxeneta que simboliza la explotación del pueblo negro. En esta partida se juega el destino de la raza. Habrá un atentado contra la vida del triunfador y, desde luego, música de Sun Ra antes de que la Tierra desaparezca de la faz del universo. Existen hoy DVD de la película, un CD con la pista sonora y otro con el mismo título pero con una música distinta. (N.T.)

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bilidades de la transformación social a fin de examinar –como lo formuló Amílcar Cabral– el papel “de la cultura como factor de resistencia a la dominación”. Los documentos de Ra (conciertos, grabaciones, escritos e incluso películas), en conjunto, cuestionan y reconfiguran de maneras interesantes e innovadoras las relaciones de poder que han sido inscritas e institucionalizadas como “nociones de identidad de acuerdo con el sentido común”. Los capítulos cinco y seis enfatizan la atención (presente también en capítulos anteriores) en los músicos y las complejidades de la representación, con un análisis de las condiciones materiales del negocio musical y las maneras en que las identidades son cooptadas y simbolizadas por la presentación social de la música y el funcionamiento institucional de la industria del jazz. Al escribir como académico y como programador musical, especialmente en estos capítulos –como en general a lo largo del libro entero– pretendo estar animado por la meta que John Corbett –él mismo académico y periodista de música– se ha autoimpuesto: “inspirar maneras no predichas de pensar sobre la música y los asuntos que ésta suscita y, de manera simultánea, desestructurar la mitología que ubica la verdad musical en un discurso más que en otro”. Ambos capítulos, como ya mencioné, en parte se enfocan en el Festival de Jazz de Guelph. El capítulo cinco, Buen trabajo si lo logras: la mujer en el jazz, escrito al alimón con Gillian Sidall, utiliza el tema que tuvimos en el festival de 1997, y lo hace como un caso de prueba para reflexionar en la representación del género en el jazz y en la problemática que implica programar una temporada dedicada a la mujer como intérprete, compositora y arreglista. Al examinar algunas de las consideraciones artísticas y materiales surgidas de nuestra tematización del festival, exploramos hasta qué punto la relación de la mujer con el jazz ha estado y sigue estando dictada por su identidad social. ¿Por qué, por ejemplo, muchas mujeres en el jazz siguen confinadas a los papeles convencionales de cantante o pianista? Por último, nuestra propia tematización del festival ¿compensa la marginación histórica de la mujer en el jazz o la exacerba? Estas preguntas, que surgen de un modelo de práctica social intensamente local, están enmarcadas en un contexto más amplio sobre las maneras en que podría decirse que el lenguaje mismo del jazz (tanto las convenciones musicales en que opera como los discursos que sobre él se producen) tiene “género”. ¿Hasta dónde y de qué maneras –preguntamos– están las mujeres en el jazz comprometidas en incentivar modelos alternativos para reflexionar sobre el género? Para complicar la primordial afirmación sobre la eficacia política de crear modelos disonantes de música, está

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el reconocimiento del hecho de que las mujeres, histórica e institucionalmente, han sido alentadas a tocar sólo ciertos tipos de jazz más tradicional. El capítulo 6, Capitular ante la barbarie: el jazz (y la) (como) cultura popular, aborda la sensible cuestión de la relación del jazz con la cultura popular. Pongo ahí en consideración la vida y la música de John Zorn, cuya notable habilidad para coquetear con diferentes frentes de la industria de la música popular parece ir, de tantas maneras, en desacuerdo con la profunda naturaleza no comprometida de su estética de vanguardia. ¿Cómo puede uno tornarse tan popular tocando formas musicales tan disonantes, radicales y abrasivas? También me refiero nuevamente a mis experiencias como programador de festival y me pregunto de qué manera mis intentos de presentar música innovadora y al filo de la navaja en un escenario comunitario local han conformado y complicado a la vez mi comprensión sobre lo que significa el término “popular”. Contra la conocida denuncia del jazz hecha por Theodor Adorno como una forma de barbarie, como

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Contra la conocida denuncia del jazz hecha por Theodor Adorno como una forma de barbarie, como un ejemplo del funcionamiento comercial y estandarizado de la industria cultural, yo argumento que la vida y obra de Zorn [...] evidencian la naturaleza problemática entre gran arte y cultura popular. un ejemplo del funcionamiento comercial y estandarizado de la industria cultural, yo argumento que tanto la vida y obra de Zorn como las actividades del festival (y desde luego su propia estructura organizativa) evidencian la naturaleza problemática de la división que hace Adorno entre gran arte y cultura popular. Más que definirse por medio de cualidades preconcebidas en la música, lo popular –sostengo– se construye a través de las vías complejas en que la música es presentada al público y recibida por éste. El capítulo 7, Al alcance de la mano: la autoridad ético-política del jazz, aborda las formas en que el resurgimiento de los modelos de investigación con tendencia hacia lo ético en el contexto del estudio y la práctica crítica en los estudios literarios (un resurgimiento documentado magistralmente en The Company we Keep, de Wayne Booth), puede ser visto en su intersección con los estudios sobre jazz. Si, como apunté en los capítulos anteriores, la politización cultural del jazz se ha tornado cada vez más evidente a través de los marcos de interpretación, siempre cambiantes, que éste ha establecido, entonces uno podría sentirse tentado a argumentar que el jazz –debido a su historia cultural en desarrollo y a sus orígenes– es tal vez necesariamente un ejemplo particularmente apropiado para bosquejar un modelo ético de crítica musical: ¿No es el jazz, después de todo, una música ejemplarmente ética? Pero ¿qué podemos hacer con el jazz –sin importar sus méritos artísticos– que está, en algún nivel, “construido con base en creencias que van más allá (o que se hunden por debajo) de lo que podemos o debemos tolerar”? Al abordar el difícil caso del artista contemporáneo de free jazz Charles Gayle, quiero poner en la mesa algunas preguntas sobre el papel de la crítica de jazz en la decisión sobre algunos complejos debates éti-

cos. ¿Cómo sopesar –en el caso de Gayle– sus saludables cualidades estéticas por un lado contra sus deplorables afirmaciones públicas (presentadas como parte de sus ejecuciones) sobre, por ejemplo, lo “pecaminoso” de la homosexualidad? Me parece que la música y los pronunciamientos de Gayle –o mejor dicho, las complicadas maneras en que se intersectan– ofrecen una invitación directa para la confrontación seria y rigurosa de las cuestiones éticas. Los desafíos que enfrentan los escuchas de las ejecuciones de Gayle y de sus grabaciones nos llevan a enfocarnos en preguntas pertinentes sobre la intención y la recepción, sobre valor y juicio y sobre las formas de responsabilidad (para escuchas, programadores musicales y productores de discos). En la conclusión del libro, Esferas públicas alternativas, recurro a los hallazgos de los capítulos anteriores para considerar la eficacia del jazz como vehículo para generar nuevas formaciones sociales, para revigorizar lo que Nancy Fraser ha llamado “contrapúblicos subalternos”: La historiografía revisionista –argumenta Fraser convincentemente– “registra que miembros de grupos sociales subordinados –mujeres, trabajadores, gente de color, gays y lesbianas– en repetidas ocasiones han encontrado provechoso constituir públicos alternativos”. Tal vez sea revelador que el poeta y crítico literario Kamau Brathwaite, en su análisis de la novela de las Indias Occidentales, se vuelva hacia el jazz como modelo para “delinear una alternativa posible a la tradición cultural europea que nos ha sido impuesta [a los escritores de las Indias Occidentales] y que, por obvias razones históricas, hemos más o menos absorbido y aceptado como la única vía para entrar a nuestro tema”. Si, como escribe Fred Wei-han Ho: “Los pueblos oprimidos sufren porque su historia, su identidad y su cultura son definidos (mal) representados y explicados por sus opresores”, entonces, quiero preguntar, ¿en qué medida podría el jazz ofrecer una oportunidad para modificar esas identidades e historias y asimismo para disminuir el sentido de no reconocimiento que se fomenta en la esfera pública oficial? En respuesta a esas exclusiones y representaciones equivocadas en las instituciones públicas dominantes, las cooperativas de músicos como la AACM, ubicada en Chicago, las compañías discográficas autogestivas y las redes de distribución (la Saturn Records de Sun Ra), los festivales independientes de música y las representaciones literarias de jazz pueden todos –para tomar prestado el aserto de Fraser– ser vistos como “terrenos discursivos paralelos cuyos miembros de grupos sociales subordinados inventan y circulan contradiscursos con la intención de formular interpretaciones de oposición sobre sus identidades, intereses y necesidades”.

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De la serie Estos zapatos no son para caminar, 2005. Cerámica con óxidos y engobes (medidas diversas)

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Leonor Anaya dossier artes plásticas

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Fotografía de la obra: Adrián Mendieta y Byron Brauchli

Quiotes y dos personajes..., 1998. Cerámica en alta temperatura con óxidos y engobes (medidas diversas)

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Torsos, 1994 y 1995. Cerámica en alta temperatura con óxidos y engobes (29x29x10 cm. / 22x24x9 cm.)

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De la serie Mayahuel, 1999. Cerรกmica en alta temperatura con รณxidos y engobes (10x76x56 cm.)

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De la serie Estos zapatos no son para caminar, 2004. Cerámica en alta temperatura con óxidos y engobes (medidas diversas)

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Torso Mayahuel y Cihuacรณatl, 1998. Cerรกmica en alta temperatura con รณxidos y engobes (16x27.5x10 cm. / 30x22x16 cm.)

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Cuadernos del mar, 2002. Cerámica en alta temperatura con óxidos y engobes (30x14x17 cm. / 33x27x20 cm. / 14x22x12 cm.)

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De la serie Vestigios, 2000. Cerรกmica en alta temperatura con รณxidos y engobes (28x33x23 cm.)

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De la serie Vestigios, 2000. Porcelana con óxidos y engobes (28x35x25 cm.)

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Torso-cactus, 1998. Cerรกmica en alta temperatura con รณxidos y engobes (37x33x6 cm.)

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De la serie Fragmentos de mar, 2002. Cerámica en alta temperatura con óxidos y engobes (26x23x34 cm.)

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De la serie Estos zapatos no son..., 2007. Cerรกmica en alta temperatura con รณxidos y engobes (17x25x9 cm.)

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De la serie Entre susurros y siseos..., 2009. CerĂĄmica en alta temperatura con Ăłxidos, engobes y piedra volcĂĄnica (34x23x40 cm.)

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Ecos y sombras de una luminosidad expresiva

La cerĂĄmica de Leonor Anaya Leticia Mora Perdomo I e dice que hay escritores cuya extraordinaria sensibilidad, excepcional dominio de su material de trabajo y constante reflexiĂłn sobre sus procesos creativos los alejan de un pĂşblico numeroso que busca la gratificaciĂłn inmediata y la fĂĄcil emociĂłn del libro de moda en el mercado. La dificultad que presenta la lectura de la obra de estos escritores se compensa con la constante admiraciĂłn que produce el dĂşctil manejo de la lengua, el extraordinario tejido de tramas que iluminan la experiencia, lo oculto que el arte revela; ecos y sombras de ese constante hacer visible la vida que se escabulle en su nombrar y es la materia del arte. Estos escritores admirados por otros escritores y por lectores atentos son los llamados escritores de culto. Caso parecido –pero en la cerĂĄmica– es el de Leonor Anaya. Su trabajo se busca y se colecciona; muchos artistas, tan diversos en su medio de expresiĂłn como en su tĂŠcnica, exhiben las piezas de esta artista en sus hogares como obras atesorables en su museo privado: objeto de contemplaciĂłn e inspiraciĂłn cotidiana. Leonor Anaya se antoja una artista de artistas, tal vez por la “procesiĂłn de antorchas subterrĂĄneasâ€? (para utilizar un verso de Olga Orozco) que su obra convoca para conducirnos a una luminosidad reveladora. Zapatos, serpientes, mar, torsos, magueyes, olas, cuadernos; una y otra vez nos golpea el reconocimiento de un motivo fĂĄcilmente identificable para escabullirse en un significado oculto; contemplamos la naturaleza de un pez, pero ÂĄcuidado!, ÂĄes un zapato!; ÂĄun torso es un maguey! La vida interior cifrada en imagen se transforma en un sueĂąo donde la cotidianidad muta su cara tocada por la fantasĂ­a. La materia de este barro y esta porcelana (dos de sus materiales de trabajo), transfigurada en imagen, es el fuego de la imaginaciĂłn y la analogĂ­a. Memoria y fantasĂ­a se amasan con libertad creadora en las delicadas piezas que Leonor Anaya entrega al fuego. Transfiguradas por ĂŠste, las contemplamos en suaves tonos de la tierra, verde musgo y azul de noche de tormenta, sin adivinar que

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es cobalto y Ăłxido; imaginamos zapatos que calzarĂ­a una princesa romana o una sensual Lolita de nuestros dĂ­as. En otras ocasiones, imaginamos una frĂĄgil jovencita al contemplar un corsĂŠ de apretada cintura atravesado por espinas de maguey, espinas que revelan su hechura; esto es, si su material fuera la tela y no hubiĂŠramos sido engaĂąados por las puntadas de grafismo y engobe que hilvanan su contorno. Barro, costura, femineidad, fragilidad, palabras de un mundo femenino que seduce y esclaviza, que encanta y duele; la emociĂłn de frente a la razĂłn; el futuro confrontado en los vestigios de un pasado. Realidad y fantasĂ­a. Ecos y sombras cuya resonancia parece haber surgido en algĂşn vestigio del pasado. ÂżQuĂŠ arcana verdad desentierra la obra de esta singular creadora?

II Leonor Anaya naciĂł en Xalapa, Veracruz, en 1952. CreciĂł en un ambiente artĂ­stico; estudiĂł grabado con el maestro Rafael Villar y cerĂĄmica con el maestro Kiyoishi Kishimoto, en la Facultad de Artes PlĂĄsticas de la Universidad Veracruzana. Afirma la artista: Yo considero a Kishimoto como mi maestro en cerĂĄmica. Él nos enseùó a manejar el torno y los esmaltes, y aunque yo no ocupo esos recursos, la mĂ­stica y la disciplina de trabajo la aprendĂ­ con ĂŠl. ÂżSabes que horno en japonĂŠs es “Kamaâ€?, que quiere decir “quemar la bellezaâ€?? En 1972, teniendo apenas 19 aĂąos, viaja a JapĂłn y participa en varias actividades culturales en la Escuela de Arte en Kanazawa. Esta experiencia, desde el haber viajado a bordo de un barco confinada varios dĂ­as a la inconmensurabilidad del mar hasta las visitas a los museos o a las ferreterĂ­as en busca de herramientas de trabajo, la marcarĂ­a profundamente. Ha recibido la beca para creadores con trayectoria del Fondo Estatal

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museos y galerías. El año pasado, dos de sus proyectos de escultura monumental fueron seleccionados por el Instituto Veracruzano de la Cultura (Ivec). Igualmente, su obra ha aparecido en diversas revistas y libros. Críticos importantes como Armando Castellanos y Graciela Kartofel o artistas como Adrián Mendieta y Manuel Montoro, han dedicado varios ensayos a la obra de esta reconocida ceramista veracruzana.

III Dice Adrián Mendieta que, en los últimos años:

Taller de la artista

para la Cultura y las Artes del Estado de Veracruz en dos ocasiones: en 1997, para la realización del proyecto Mayahuel, su inagotable presencia, y en 2003, para Estos zapatos no son para caminar. Su obra se encuentra en las colecciones del Museo Universitario de la Benemérita Universidad de Puebla, en el Jardín de las Esculturas del Instituto Veracruzano de Cultura y en el Museum of Latin American Art de Long Beach, California, además de diversas colecciones particulares. Ha participado asiduamente en exposiciones individuales y colectivas en galerías y museos del país y del extranjero. Recién egresada, participó en el Primer Salón de la Plástica Joven. Posteriormente se seleccionó su obra para la exposición colectiva La Plástica Contemporánea en Veracruz, que se presentó en el Museo de Ciencias y Arte de la Ciudad de México bajo la coordinación de la UNAM y la Universidad Veracruzana. Otras exposiciones importantes son las que se han articulado alrededor de sus series como Mayahuel, su inagotable presencia, en 1998; Vestigios, en el año 2000; Cuadernos de mar, fragmentos y otros recuerdos, en 2002; Estos zapatos no son para caminar, en 2003, y recientemente, en 2009, se inauguró uno de sus últimos proyectos, Entre susurros y siseos, variaciones temáticas y metafóricas articuladas alrededor de la mítica serpiente. Su trabajo se ha apreciado en diversos foros, como escuelas de arte, centros culturales, ferias e institutos de investigación estética del país y del extranjero (Estados Unidos, Holanda, Bélgica), además de

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Xalapa se ha consolidado como uno de los lugares de mayor y mejor producción cerámica artística del país; aquí coincide un importante grupo de artistas con una diversidad de propuestas, técnicas y conceptuales, pero fundamentalmente de actitud respecto de una forma de expresión plástica que por muchos años ocupó un lugar secundario en la vida artística nacional. Dentro de ese grupo destaca Leonor Anaya, quien de manera discreta pero con pisada firme ha ido ocupando el lugar sobresaliente que merece. Leonor Anaya inició su carrera artística como grabadora. El dibujo y el color son parte esencial de su trabajo cerámico. Pero a diferencia de otros ceramistas importantes radicados en Xalapa, su trabajo se aleja del torno y son sus manos las que moldean la arcilla. Se aleja también de la ancestral funcionalidad de la vasija para modelar escultóricamente paredes de casas sin habitar o abandonadas ya hace mucho tiempo. Corsés de espinas y alambres de púas, restos de barcos y olas de un inmenso mar. Cuadernos de viajes por las islas de nunca jamás. Una serie se entrelaza con la siguiente y sus piezas devienen baciyelmos quijotescos con un pie en el sueño y otro en la realidad. Esta particularidad hace que el espectador, aunque deslumbrado por la verosimilitud y el engaño de lo que ve, no se detenga sólo en esa mirada, sino que intente crear una historia o un porqué. La búsqueda de razón a la belleza de la sinrazón convierte a Leonor Anaya en “autora de metáforas”, como la ha llamado acertadamente Graciela Kartofel: Sucede así –nos dice Kartofel–: la metáfora de lo escurridizo convertido en sólido, de lo oscuro convertido en luz, y de lo informe convertido en arquitectura, objeto, libro, recuerdo, resto volumétrico, cuaderno cargado de memorias. En la metáfora se transporta el sentido de una palabra a la otra. Como en el barro se transporta el sentido de lo

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“elemental” a lo “artístico” […] las cadencias de forma y sujeto aludido son tan delicadas como exactas; ni un grado más ni un grado menos de lo que debería decirse para alcanzar a percibir la escultura (nunca busca que el espectador sepa todo de una sola mirada). Al tacto las obras son sutilmente ásperas, mientras que visualmente aluden a texturas celestiales, etéreas y hasta virtuales. Es este par de contrastes la virtuosidad del decir de Anaya. Lo que es, es y parece, a la vez que también es algo más (El metafórico mundo de Leonor Anaya). En efecto, las series que Anaya trabaja están llenas de sentidos ocultos, simbólicos; sentidos que el arte y la cultura han ido construyendo ambiguamente. La sensualidad serpea en los enigmáticos zapatos o en las zigzagueantes serpientes o los cautivadores corsés. Empero, la etérea y frágil presentación, arduamente trabajada con delicadeza y paciencia, parece sublimarla. El resultado es una asimetría cuya luz o sombra reside en la mirada del espectador, en los ecos que su contemplación le susurre. Mientras tanto, el significado unívoco se escurre entre susurros y siseos, como el sugerente título de su última exposición alude. Anaya muestra, no define. Sugiere, no enseña. Evoca, no copia. Su obra abre un espacio de complicidades y alusiones recíprocas. Cose materiales de distinta textura, de irreconciliables tesituras, de la misma manera que la tierra de la memoria infantil se encuentra llena de pulsiones contradictorias pero igualmente posibles, sin ser por ello convencionalmente razonable.

IV En una casa de puerta azul y vislumbres amarillos, llena de exuberante vegetación, abre la puerta para invitarnos a pasar una mujer delgada, frágil, de rasgos suaves y bellos. Mientras cruzamos el jardín cuidadosamente arreglado, nos señala flora local en peligro de extinción, enredaderas de suave aroma, diminutos helechos de delicado ramaje, capullos a punto de abrir. Entramos a su Taller Neblina en el Cerro. Nos atraen como un imán los zapatos primorosamente arreglados en una estantería que parece de zapatería parisina: sandalias, botines, botitas, huaraches. ¿Qué caminos podrían recorrer? ¿Qué pies podrían vestir? ¿A dónde podrían volar? ¿De dónde se escaparon? ¿Quién los ha aprisionado? Leonor explica el camino que la llevó de una serie a otra. Nos señala la importancia del mar, pero mi atención naufraga en un zapato como pez, en la serpiente que envuelve el estilete de otro, en las escamas de una zapatilla fetichista de punta afilada y tacón como largo clavo. Son exquisitos

Yolotzin, 2009. Cerámica en alta temperatura con óxidos, engobes y espejo (8x36x26 cm.)

como el mundo que ella ha creado y habita. Afirma Manuel Montoro sobre Leonor Anaya: escultora del barro […] de un estilo siempre personal […] sin intentarlo, sus resultados son innovadores porque su mirada es nueva, sus proposiciones originales […] pues Leonor comprendió, una vez más, que el realismo sólo expone, que el arte es revelación. La contemplación de su obra nos abre una puerta de luz y una epifanía nos envuelve. Como el recorrido del jardín, su obra nos invita a calzar los zapatos del sueño, a recorrer caminos menos trillados y descubrir senderos ocultos que pueden conducirnos a un mundo mejor, a un territorio encantado por el poder de la imaginación.

Serpiente emplumada, 2009. Porcelana y óxido de cobalto (11x37x8 cm.)

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Celia del Palacio (coord.), Los nuevos objetos culturales en Iberoamérica, UV, Xalapa, 2009, 392 pp.

Rafael Figueroa Hernández* En mi experiencia, toda lectura de un texto es como presentarse en una feria, en el sentido amplio del término: hablo de las ferias regionales en las que presenciamos lo mismo venta de loza y cobijas, que lugares de sano esparcimiento con venta de alcohol y multitud de sorpresas; de las ferias de juegos mecánicos que en algún momento de nuestras existencias todos hemos disfrutado, ebrios por sus sonoridades y sus luces de colores, y también hablo, obviamente, de las ahora imprescindibles ferias del libro, que afortunadamente se han multiplicado a lo largo y a lo ancho de nuestro país, aunque nunca en la cantidad que desearíamos. Toda lectura es como entrar en una feria, repito, y mucho más cuando nos adentramos en un libro como este que coordinó Celia del Palacio, ya que ante nosotros se presenta un bien aprovisionado buffet de posibilidades lectoras, un suculento smörgåsbord que sólo la disciplina académica nos hace leer en orden, sin asaltar directamente aquello que nos abre más el apetito. Pero leer es como ir a una feria, también, porque cada quien habla de la experiencia según le fue en ella. El presente texto no pretende ser sino una crónica de mis vivencias personales en esta feria. De la necesaria, útil y concisa introducción de Celia del Palacio podemos destacar su énfasis en el carácter periférico de este libro, realizado desde “la provincia”, whatever that means. También agradecimos * Comentarista y productor de radio. Se especializa en el estudio de la música popular veracruzana en dos vertientes principales: la música afroantillana y el son jarocho.

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la “mirada a los estudios sobre la cultura desde Latinoamérica” con la que Rossana Reguillo nos ubica –“en esta tierra, en este instante”, dijera Silvio Rodríguez– en el contexto de los estudios de la cultura. Ambos textos sirvieron para abrirnos el apetito o, al menos, para motivarnos a probar los demás platillos que estaban servidos ante nosotros. La degustación, como era de esperarse, nos llevó por diferentes derroteros, con diferentes rutinas y a diferentes velocidades. En algunos momentos hubiéramos querido detenernos a discutir, por ejemplo, con José Antonio González Alcantud, específicamente desde mi “ jarochidad”, para preguntarle qué quiso decir con: puede haber más cante y baile flamenco en Japón, donde los japoneses se han aficionado hace tiempo a la expresividad de esta modalidad de la cultura andaluza, que en las ciudades andaluzas de Sevilla, Córdoba o Granada, pero el canon flamenco lo establecerán siempre estas últimas ciudades y no las japonesas. Sobre todo en este momento en que muchas partes del país y del extranjero “se han aficionado hace tiempo a la expresividad de esta modalidad de la cultura” jarocha. A pesar de ello no me atrevería a decir que el canon jarocho “lo establecerá siempre” el Sotavento veracruzano. Las notas quedan hechas al margen para trabajos posteriores. La visita lectora continuó con los resultados esperados. Colaboraciones que siento muy cercanas y a las que regresaré lo más pronto posible, como la desafortunadamente breve ponencia de Randall Kohl, “La música popular como objeto (de estudio) cultural. Dos casos etnomusicológicos contrastantes ofrecidos a la consideración mexicana”, o “Implicaciones políticas y económicas de la cultura”, de Bibiana Aído Almagro. Algunas otras me parecieron interesantes, aunque sin relación personal aparente en el futuro; unas cuantas que algún otro lector encontrará sin duda fascinantes pero que a mí no me entusiasmaron. Hubo lecturas deliciosas, como la de Jorge Domínguez titulada “Cazadores de fantasmas. Nuevas relaciones entre el cuerpo humano y la tecnología contemporánea”, que me dejaron un muy buen sabor de boca, aunque al final me di cuenta de que no entendí mucho de sus planteamientos; en fin, la diversidad de la feria. La lectura que esperaba con ansia, la que significaba algo así como la gran montaña rusa

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NOTAS

de este parque de diversiones, era la que Homero Ávila nombró “Generaciones juveniles, políticas culturales y revitalización del son y el fandango jarochos. La confluencia entre sociedad y Estado en el movimiento jaranero”. Este título, bastante exacto a pesar de lo churrigueresco, era la puerta a muchas verdades acerca de este movimiento social que desde el estado de Veracruz ha estado llevando a cabo lo que yo llamo un proceso de globalización subalterna, es decir, ha empezado a exportar elementos muy importantes de la cultura jarocha (principalmente la música, la versada y la fiesta conocida como el fandango), pero de una manera subterránea, casi completamente ajena a los medios masivos de comunicación, y a lo largo de estos últimos 25 años ya ha logrado sentar reales en buena parte de la geografía sotaventina, en varios lugares clave de nuestro país y en el extranjero. El texto del doctor Ávila hace la crónica y el análisis puntual del proceso mediante el cual la sociedad civil, junto con las estructuras gubernamentales, en una mancuerna que recordando a Gramsci podríamos denominar como un “minibloque” histórico, han logrado revitalizar un género originalmente folclórico y lo han convertido en un movimiento social de implicaciones mucho más profundas de las que quizá estemos en posición de aventurar hipótesis en estos momentos. En fin, como lo dijimos, todo el mundo habla de la feria según le fue en ella, según sus temperamentos y sus intereses; lo importante y lo positivo de un texto como el que nos ocupa es precisamente que permite diversas lecturas, lo que lo hace pertinente y recomendable. Como decía Gabriel Zaid refiriéndose a la poesía, cito de memoria, “lo importante no es encontrar tal o cual fórmula para entender o explicar a un autor o a un poema, lo importante es compartir la excitación del viaje”.

En la reseña sobre París y la fotografía..., de Margarita de Haene (La Palabra y el Hombre, núm. 13, p. 73), firmada por Jacob Bañuelos, habría que sustituir “Apunta Niepce” por “Como cita De Haene: ‘Se toma un cuerno de unicornio [...] cuando alguien los necesite’”; asimismo, al final de la cita faltó agregar la fuente: “(Carlos Jurado, El arte de la aprehensión de imágenes y el unicornio, UNAM, México, 1974, p. 22)”.

NOTA ACLARATORIA.

Ronald Firbank, En torno a las excentricidades del Cardenal Pirelli, Col. Sergio Pitol Traductor 12, UV, Xalapa, 2009, 108 pp.

Leobardo Lagunes Ganem* Los hombres en su vida terrenal persiguen lo concreto no menos que lo ideal... R. FIRBANK

Al anunciarse en el título de un libro que las excentricidades de un cardenal serán su tema principal, el lector, en principio, bien pudiera pensar que se abordarán cuestiones relativamente asombrosas que escapan a la comprensión común, como, por ejemplo, los “milagros”. O también podría caber otra posibilidad: que se destacarán ciertas particularidades del temperamento, el carácter, la personalidad, los gustos, etc., del personaje en cuestión. En esta última posibilidad es, me parece, donde se inscribe En torno a las excentricidades del Cardenal Pirelli, de Ronald Firbank (Londres, 1886-Roma, 1926), novelista inglés que fuera un innovador literario de gran importancia, “una figura indispensable de la bohemia artística del Londres de los años veinte”, asevera Sergio Pitol en el proemio de este volumen. En el relato, continúa Pitol, existe “una viva conexión entre el Orden Superior y este de abajo del que es viva semejanza. Y viceversa”. La forma, hilada por medio de “retazos de diálogo que saltan con brío”, transmite, en conjunto, “una intensa sensación de esa realidad...” Es así que “en casi todas las novelas de Firbank los motivos religiosos aparecen una y otra vez”, añade el Premio Cervantes en su texto de presentación. * Estudiante de Letras Españolas en la UV.

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Vale la pena, entonces, detenerse brevemente en el análisis de estas particularidades, tanto del argumento como de la forma, con el afán de mostrar algunas de las cualidades de esta novela, una de las más notables de Firbank. Al principio de la narración, una voz en off refiere el bautizo de Crack, un cachorro “policía”, acto que es presidido por un grupo de personalidades de Clemenza –una ciudad ficticia que alude en buena parte a una ciudad española– y una concurrencia que se apresta a atestiguar el acto de inmersión avalado por el Cardenal. El relato no carece de la intervención de personajes peculiares, como una actriz de moda que cuestiona al secretario de la Iglesia sobre por qué no “convertir” a su perra chow si ya lo ha sido un can “policía”. Tampoco faltan las delaciones entre el mismo gremio artístico en el que parece dar lo mismo reconvenir a una ardilla que a un Pastor Maléfico. Luego se nos presen-

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tan reuniones donde grandes damas discurren sobre detalles de ciertas fiestas: los personajes de círculos sociales exclusivos se entregan a las pasiones materiales en una ostentosa sala, aunque todos propensos a la “boheara”, la enfermedad del momento. El narrador, pues, describe con un tono irónico –quizás mejor percibido luego de una relectura– los eventos e integrantes que conforman aquellos círculos sociales. La visión externa de este narrador le permite una perspectiva privilegiada para explicar lo que piensan, ven y comentan los protagonistas, como Madame Poco, quien “había franqueado los límites que separan la mera curiosidad de la vigilancia profesional”; y le permite escudriñar con relativa libertad la psique de los personajes, así como detallar la aparente tranquilidad parroquial en la que coexisten tanto la fastuosa arquitectura de las iglesias como sus historias –incluso las de sus malvados fantasmas–, los tañidos de campanas que adquieren nombres y dimensiones humanas; la de Tobbit, el gato negro de la Sacristía, con el que “Febe” Poco habla de su labor de espionaje, y los pasillos que refieren los trayectos y plegarias del Cardenal Pirelli. De esta manera, el narrador de la novela desarrolla varias historias, como la que se refiere a El Colegio de Señoritas Nobles, en donde las chicas aprovechan y dialogan sobre idilios a la vez que una especie de Celestina asiste a las internas: en esta narración contrasta el atuendo de la Duquesa DunEden, que oscila entre lo barroco y lo grotesco, con la aparente apacibilidad de un conjunto de chicas bien y otras visitantes, quienes esperan el arribo del Cardenal. Los acontecimientos descritos en la narración de Firbank abarcan, además, a feligreses que solicitan un servicio como clientes y que, por lo tanto, adquieren la prerrogativa de ser atendidos como tales, lo que corrompe la actividad religiosa. De esta manera, no faltan las voces de protesta ante esas y otras irregularidades ni tampoco las diferencias con otras creencias y dioses, aun estando en una región en la que predomina el culto solamente a una deidad. En torno a las excentricidades del Cardenal Pirelli, publicada por primera vez en 1926, espléndidamente traducida y prologada por Sergio Pitol, muestra, por una parte, una prosa rica en registros y, por otra, una faceta opuesta a lo convencional, no sólo de un personaje, sino también, quizás, de la vasta condición humana concentrada en el argumento y la forma de esta obra.

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NOTAS

Carlos Calderón Viedas, Jorge Medina Viedas y Liberato Terán, La utopía corrompida. Radicalismo y reforma en la Universidad Autónoma de Sinaloa, Pról. de Gilberto Guevara Niebla, Océano, México, 2009, 119 pp.

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Domingo Balam Martínez Álvarez* Como es de dominio generalizado, existen diversas investigaciones sobre las universidades mexicanas: aproximaciones desde la historia, la antropología, la ciencia política y la pedagogía, por mencionar algunas; con frecuencia, investigaciones derivadas de trabajos de tesis para la obtención de diversos grados académicos. Los objetos de estudio que atraviesan dichos esfuerzos de reflexión son, de la misma forma, variados: los estudiantes, los académicos, los investigadores, los sindicatos charros –como en la UV–, los programas de fortalecimiento institucional, etc. Acotados a tiempos y espacios específicos, los productos de estos trabajos tienen significativas diferencias en cuanto a las conclusiones y la presentación de sus resultados: a los grupos de pares o el público en general. Si bien La utopía corrompida fue escrita, en sentido estricto, al calor de los hechos, lo cual es a mi juicio una de las principales virtudes del libro, también incluye una cronología de los diversos procesos por los que ha atravesado la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), además de una reflexión de carácter político, lo que, vale la pena decirlo, se agradece por la sensatez de las líneas que analizan los autores. El libro no solamente es una interesante historia de las luchas políticas que se han dado al interior de la Universidad, en donde se destaca el papel protagónico que han tenido algunos de sus agentes en etapas de singular conflictividad: los académicos, los alumnos, los enfermos,1 o los gobiernos tanto estatales como federales; se trata también de un testimonio que nos aporta diversos elementos acerca de la autonomía universitaria, así como de un fresco sobre

una época en la cual se alzó la oportunidad de reformar a la Universidad Autónoma de Sinaloa para sincronizarla con los tiempos que corrían y privilegiar su cometido de salvaguardar el pensamiento crítico y mutarlo en herramienta de cambio. Pero también [...] una denuncia para ratificar la memoria histórica en torno a los sucesos que jalonaron dicho proceso y que, en algunos momentos, tiñeron de rojo a la institución. En este sentido, la obra es una suerte de enseñanza práctica, una recopilación de razonamientos bien argumentados y de reflexiones orientadas por un alto sentido ético y de compromiso. Igualmente –lo que en mi opinión deberíamos valorar más–, es un inventario de experiencias derivadas de los conflictos al interior de la institución, los cursos que éstos tomaban o las maneras en que se ahondaban o solucionaban. Las estrategias que se utilizaban para llevar a buen puerto estas disputas nos sirven literalmente para prevenirnos de lo que en nuestra misma casa de estudios ocurrió y puede ocurrir, a fin de alertarnos de los embates políticos que intentan socavar la autonomía universitaria. Los apartados del libro dan cuenta de algunas de las dimensiones que explica la obra: Camino a la reforma democrática, El virus de la revolución: los enfermos, La pérdida de una ilusión y La utopía corrompida. Desde la introducción nos dicen los autores que: En nuestra lucha por transformar la UAS, desde la década de los sesenta del siglo pasado, nunca hubo propósitos mesiánicos ni destemplados; era, sí, una lucha política en sentido estricto, porque sin poder ni autoridad ninguna creencia, ni ningún proyecto, así sea meramente académico, es viable. Entrados en materia, uno de los factores que causaron las movilizaciones en la UAS fue la fuerte orientación de su trabajo académico –con lo que ello implica: como la generación y aplicación del conocimiento, formación de recursos humanos, docencia, difusión de la cultura, etc.– hacia el desarrollo regional, conducido por las * Egresado de la Facultad de Sociología de la UV, actualmente cursa la maestría en Investigación Educativa en el Instituto de Investigaciones en Educación (UV). 1 Seudoestudiantes sinaloenses extremadamente radicales “cuyo rasgo autodestructivo formaba parte de su esencia nihilista y anarquista” (p.47).

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elites económicas del estado. De esta manera cabe preguntarse y reflexionar, en el caso de nuestra alma mater, cuál es el sentido del desarrollo regional que impulsa la Universidad y a qué intereses obedece. En un inicio no dudamos de que existan motivaciones nobles, estrictamente profesionales y académicas, pero desafortunadamente las instituciones –y la Universidad no escapa a esa lógica– se convierten en objetos de disputa y en botines para diversos grupos de poder. Otro de los sucesos que originó una de las primeras movilizaciones en la UAS se dio por la elección de rector y el control de la Federación de Estudiantes de Sinaloa (FEUS), la que, como nos dicen los autores, estaba en manos de grupos gobiernistas de la Facultad de Derecho. Siguiendo con este repertorio de experiencias y haciendo uso de un concepto sociológico como el de campo, podemos decir que las universidades están atravesadas por diversas fuerzas y, como ya lo adelantábamos, por intereses políticos, puesto que no tienen solamente un cierto grado de autonomía, sino también de heteronomía, es decir, distintas lógicas internas que impactan en la institución. Así ocurrió también en el caso de la UAS : EL MURO (Movimiento Familiar Cristiano), el Cencos y la Orden de los Caballeros de Colón conducían campañas anticomunistas que estaban en boga. El primero de ellos, el MURO, junto con el FUA de Puebla, o los Tecos de Guadalajara fueron los difusores de la universal propaganda disyuntiva “cristianismo sí, comunismo no”.

Éste y otro tipo de enseñanzas prácticas se podrán encontrar en La utopía corrompida, valiosísimo ensayo de sociología política de la educación. Si nos queremos prevenir de muchas cosas, por ejemplo, de las intrusiones en la autonomía universitaria, tenemos la obligación moral de reflexionar, discutir y proponer estrategias antes de que sea demasiado tarde. Esperemos ver muy pronto ejercicios de testimonio y reflexión como éste, aplicados para el caso de la Universidad Veracruzana.

* Maestra y doctora en Letras Modernas (Universidad Iberoamericana), es profesora titular del Tecnológico de Monterrey, campus Toluca.

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Jorge Luis Herrera, Voces en espiral. Entrevistas con escritores mexicanos contemporáneos, Col. Cuadernos, 54, UV, Xalapa, 2009, 197 pp.

Maricruz Castro Ricalde* Jorge Luis Herrera aglutina en esta muestra a 21 autores que han cultivado diversos géneros del discurso. Como él mismo aclara, los textos podrían agruparse en tres tipos: los que se centran en la relación entre los creadores y la literatura, desde sus inicios, sus conquistas formales y el reconocimiento obtenido entre sus pares y el público lector; los que giran en torno a un título o tema determinados y aquellos que tienen como propósito ofrecer un retrato. A pesar de que el compilador no explicita los motivos que lo llevaron a seleccionar a estos escritores y a obviar a otros igualmente relevantes, su lectura brinda un panorama que abarca generaciones, estilos, géneros, concepciones y, por lo tanto, forja un juicio favorable sobre la literatura mexicana, dada la riqueza intelectual y la sólida formación artística de sus protagonistas. En la presentación, Laura Cázares brinda datos de gran utilidad para quienes desean tener una perspectiva de la obra. Por ejemplo, que todas las entrevistas tuvieron lugar entre 2001 y 2006; que éstas cubren un amplio espectro generacional (de la realizada a la narradora Amparo Dávila, nacida en 1928, a la del poeta Daniel Téllez, nacido en 1972); que en la organización se sigue un orden cronológico, de acuerdo con la fecha de nacimiento del autor; y que ciertos planteamientos son comunes entre la mayoría de los escritores, como su gran afición a la lectura desde la niñez y la relevancia de los viajes en sus vidas. Los textos aquí reunidos aparecieron por primera vez en revistas mexicanas impresas y en el portal electrónico de la Secretaría de Educación Pública, SEPiensa, y siguen una estructura similar, en cuanto a incluir una

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NOTAS

sucinta nota biográfica (fecha y lugar de nacimiento, estudios, acontecimientos singulares, como premios, lo más destacado de su bibliografía y una mención a los principales temas tratados), previa al formato tradicional del género, en cuanto a un cuestionamiento y la respuesta consiguiente. Uno de los tópicos abordados y que, mediante diferentes formulaciones, aparece con insistencia en este volumen, es el de la poética de los entrevistados. Cómo conciben cierto género literario y cuál es la relación entre la ficción y la realidad son dos tópicos que configuran un cuerpo teórico de gran interés para el especialista y que, tal vez, constituirán una suerte de revelación para el público en general. Sobre todo porque, como veremos, hay cierta homogeneidad generacional y ésta va transformándose entre los creadores más jóvenes. Para Amparo Dávila, Angelina Muñiz-Huberman y Margo Glantz, la brevedad, la unidad y la precisión son parte del “frágil equilibrio” (p. 43) que debe exhibir todo texto. Pero, a diferencia de las dos primeras, Glantz no cree en los géneros ni en las clasificaciones. Su noción de texto artístico apunta hacia el desvanecimiento de las fronteras de la escritura. Como señala Laura Cázares en la presentación del libro, también está presente el vínculo entre la experiencia y la creación literaria, entre la biografía y la literatura. Dávila, Glantz y Sergio Pitol insisten en que los elementos vivenciales son nodales para la constitución de la obra artística. No obstante, el veracruzano revela cómo, si bien el punto de arranque es el recuerdo de lo vivido o de alguna experiencia vicaria, el siguiente paso implica trabajar sobre el escrito: enmascararlo, ficcionalizarlo, definir su estructura, pulirlo. Por otra parte, el ir y venir entre algo que “soy yo y en parte no” es evidente en la visión de Angelina Muñiz-Huberman sobre su obra, aunque la memoria es la base y el centro de sus ficciones. La conciencia del exilio de la autora de Las confidentes es indispensable en esta concepción. Las historias familiares y cómo van desarrollándose hasta perder de vista el punto de origen son elementos comunes para Beatriz Espejo y Mónica Lavín. Y, como señala Jorge Luis Herrera, varias de las obras de Juan Villoro evidencian “la tensión existente entre los hechos fácticos y los ficticios” (p. 110). Por su parte, Ana Clavel y Enrique Serna actúan como una bisagra entre la orientación de los escritores anteriores y otros como Christopher Domínguez Michael, Cristi-

Willbert Arreola

na Rivera Garza y Alberto Chimal. Los dos primeros se sitúan en los linderos de la literatura cuyo origen proviene de la experiencia personal y aquella que es, esencialmente, un constructo, un artefacto imaginario. Es completamente diferente el planteamiento de Domínguez Michael, quien no duda en sostener: “Mi experiencia de vida esencialmente es la de los libros” (p. 137). Rivera Garza es aún más radical en su exposición: habla de la palabra, de la escritura, del lenguaje y de la estructura artística, todo ello concretado en una “producción de lo real”. La mirada de Alberto Chimal coincide, en parte, con la de Cristina. La certeza de que “no existe un sistema de conocimiento infalible y completo” dialoga activamente con la perspectiva de Cristina sobre la posibilidad de pensar en otros lugares o, mejor aún, construir la realidad desde un “no lugar”.

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Podemos percatarnos de cuán relevante es para gran parte de los entrevistados reflexionar sobre la génesis de sus obras y sus procesos creadores. A través de las interrogantes planteadas por Jorge Luis Herrera, los lectores se aproximan a las ideas que guían a los autores y cuyos posicionamientos arrojan resultados que los emparentan con distintas tradiciones literarias. Este libro, por lo tanto, invita a conocer ciertos aspectos biográficos de escritores notables en el marco de la historia de la literatura mexicana del siglo XX y principios del XXI ; a acercarse a algunos títulos sobresalientes de la bibliografía de ese periodo, pero también a levantar el telón y propiciar así el conocimiento del envés del tapiz de la escritura. Jorge Luis incita a lecturas oblicuas que conducen a otras formas de interpretar los mismos textos literarios. En mi caso, me indujo a estructurar un fresco en donde los autores se ubican según su relación con la realidad y la ficción, de acuerdo con la forma de concebir las historias y plantear sus preocupaciones sobre el lenguaje y sus estructuras. Podríamos encontrar vínculos de una naturaleza distinta entre los demás entrevistados: es sencillo encontrar las afinidades entre René Avilés Fabila y José Agustín; entre los miembros del “crack” Pedro Ángel Palou, Vicente Herrasti e Ignacio Padilla. También figuran en el libro Antonio Velasco Piña, Orso Arreola y César Arístides. Los cruces son múltiples y en verdad estimulantes. De aquí que haya valido la pena el esfuerzo de la Universidad Veracruzana por editar este volumen y por procurar acrecentar el número de receptores interesados en otras formas discursivas, diferentes a la ficción o al ensayo. Ahora toca al público lector responder a estos empeños.

* Docente en la maestría en Educación Intercultural de la UV y miembro del Seminario Cuerpo Académico de Estudios Interculturales del Instituto de Investigaciones en Educación.

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Anath Ariel de Vidas, Huastecos a pesar de todo. Breve historia del origen de las comunidades teenek (huastecas) de Tantoyuca, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA), México, 2009, 167 pp.

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cim Claudia Morales Silva* A la bibliografía existente sobre la Huasteca se suma el interesante y completo libro de la doctora en antropología Anath Ariel de Vidas. La obra es una atractiva muestra del trabajo que se realiza, tanto desde diferentes vertientes de la antropología relacionadas con la lingüística, la arqueología, la etnografía y la recopilación de tradición oral, como a través de la investigación de archivo propia de la historiografía, para contribuir al re-conocimiento de los pueblos indígenas actuales de nuestro país y a la comprensión de su configuración identitaria a través del tiempo, en el contexto particular de la etnia teenek. La autora aclara desde el principio que las fuentes documentales históricas especializadas sobre estas comunidades a veces son inexistentes; sin embargo, ella logra, a partir de un entramado interdisciplinar, una cuidadosa aportación desde la historicidad, para obtener “…un entendimiento mucho más profundo de los procesos de larga duración que forjan la configuración social actual en la Huasteca del norte de Veracruz” (p. 14). Partiendo del cuestionamiento sobre la manera en que surgieron las actuales comunidades teenek de Tantoyuca, su continuidad histórica y cultural, la autora recorre el curso de la organización social a partir de la posesión (o carencia) de tierras: inicia en el siglo XV, en la época prehispánica; pasa por la Conquista en el siglo XVI; por la época colonial (dividida ésta en diferentes momentos), hasta las primeras décadas del siglo XIX, en que se reconoce la Independencia de la corona española, dando pauta a la configuración del Estado nacional mexicano y desencadenando las guerras entre

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La obra es una atractiva muestra del trabajo que se realiza, tanto desde diferentes vertientes de la antropología relacionadas con la lingüística, la arqueología, la etnografía y la recopilación de tradición oral, como a través de la investigación de archivo propia de la historiografía, para contribuir al re-conocimiento de los pueblos indígenas actuales. liberales y conservadores; por el Porfiriato a finales de siglo XIX y a principios del XX; por la Revolución Mexicana y los años posrevolucionarios hasta finales del siglo XX, época en que entró en vigor una nueva Reforma Agraria. A lo largo de estos diferentes periodos, las disposiciones de las autoridades en turno imprimieron cambios a la organización del sistema social y territorial de los indígenas huastecos; sin embargo, “…ellos se reorganizaron en cada época, según las coyunturas, en entidades separadas que les dieron finalmente la continuidad étnica conocida hasta hoy en día” (p. 14). Para la época precolombina, la autora se apoya en la evidencia lingüística y arqueológica, así como en escritos novohispanos, para acercarnos a las representaciones unívocas que, primero los conquistadores y luego los colonizadores, tuvieron a partir de las narraciones aztecas sobre los teenek (al ser los aztecas el pueblo hegemónico al momento de la Conquista, fueron éstos los que ofrecieron información a los cronistas españoles). En consecuencia, los documentos producidos en la Nueva España, al referirse a los huastecos condicionan el acercamiento a la comprensión cultural de los teenek. Sin embargo, por evidencia arqueológica sabemos que la etnia teenek era el pueblo frontera con los nómadas chichimecas y los sedentarios pueblos que controlaban la región que ahora se conoce como Mesoamérica; por ello, se menciona que tenían un “aspecto belicoso”.

En cuanto a las épocas de la Conquista y la Colonia, la autora nos muestra cómo en un principio los indígenas huastecos ofrecen resistencia aunque ésta no dura más de un lustro. Durante los primeros años de la Conquista, la población teenek se ve severamente afectada: la esclavización de los habitantes de la región y su deportación a las Antillas casi logra la desertificación de la zona, generando las condiciones para la primera reorganización de la sociedad indígena poscolombina. De acuerdo con lo dispuesto por las autoridades del Virreinato, el siguiente momento de organización corresponde a la conformación de los nativos dispersos y sobrevivientes en la naciente figura de las congregaciones de indios, sin hacer distinción de la etnia a la que pertenecían y en el entendido de ser, hasta la fecha, una región donde confluyen diferentes etnias. Así se integró en una misma congregación a teenek y nahuas, entre otros, dando pie a la configuración de la República de Indios, que vivía a la par de la República de españoles, amparadas ambas por “…una legislación y un estatus distintos…” (p. 90). Esto permitió la presencia de autoridades locales al interior de las congregaciones de indios, que respondieron a los intereses de las autoridades civiles y religiosas novohispanas y eran útiles a éstas, pues se encargaban de facilitar el cobro del tributo indígena y la apropiación de sus tierras, abandonadas desde la reubicación de sus dueños por parte de los hispanos (ganaderos y religiosos agustinos, principalmente). A estas recientes congregaciones de indios se les dotó de terrenos para su subsistencia y el pago de tributo, prohibiéndose que vivieran en ellas sujetos no indios, tales como mestizos o mulatos; no obstante, para ese momento había un fuerte mestizaje, del cual las congregaciones no estaban exentas, lo que contribuyó al aumento en el número de la población de la región. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se dan ciertas mutaciones en la organización social de la Nueva España, producto de las reformas borbónicas. “Éstas engendraron en las tierras españolas ultramarinas profundas transformaciones políticas y económicas que anunciaban la transición hacia la Independencia y los tiempos modernos” (p. 97), impactando en la salida de las distintas órdenes religiosas y su cambio por sacerdotes. Asimismo, se evitaba todo tipo de corporación que obstaculizara la centralización del poder real. Con las ideas insurgentes anteriores a la Colonia y el surgimiento del Estado-nación mexicano, en 1821

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desaparece la categoría indio y la legislación diferenciada para éste, contemplando constitucionalmente el principio de igualdad en una única ciudadanía para todos los sujetos de la nación emergente. Con la toma del poder por el bando liberal se inicia la desamortización de la tierra, y con ello aparece una nueva configuración agraria en la Huasteca. En este periodo, los indígenas huastecos ofrecen una gran capacidad de adaptación y reafirmación étnica frente a la nueva ley, las poblaciones indígenas –particularmente las teenek– se reconstituyen a sí mismas en condueñazgos. …Así, desde la Independencia y hasta los años setenta del siglo XIX, hubo de hecho una expansión territorial de los indios a través de sus diversas adquisiciones, los procesos ganados y las reapropiaciones de patrimonios usurpados. Esa posición, que muestra la adaptación de los indios de la Huasteca a las nuevas coyunturas más bien que su resistencia contra ellas, se percibe igualmente […] con la consolidación de los liberales en la segunda mitad del siglo XIX y el ajuste de las corporaciones teenek a las leyes de la Reforma que estipulan su desaparición” (p. 121). Siguiendo el estudio de Ariel de Vidas, podemos apreciar que las comunidades que aparecen con los condueñazgos en el siglo XIX “…existen aún hoy, lo que demuestra cierta continuidad en la repartición espacial y étnica en la circunscripción de Tantoyuca” (p. 128). Sin embargo, las comunidades han vivido otros procesos de adaptación: con el Porfiriato, la legislación reformista favoreció los latifundios, concentrando en 35 familias “…el 43% de la superficie del cantón de Tantoyuca” (p. 131). Además, el crecimiento demográfico y el auge petrolero generaron invasiones y desalojos violentos en los territorios de la población indígena y rural; estas condiciones y otras se vivían al comienzo de la Revolución Mexicana. Al cabo de la misma, se inicia una nueva época para las comunidades indígenas, especialmente con la Reforma Agraria, que en el artículo 27 reconoce “…tres modalidades de propiedad agraria. Dos de ellas, el ejido y los bienes comunales, pertenecen al ámbito de la propiedad social, en tanto que la tercera corresponde a la propiedad privada” (p. 134). Así, muchas de las rancherías teenek se hallan bajo el estatuto de los bienes comunales: “…la propiedad colectiva de la tierra se reparte entre los miembros censados de la comunidad (comu-

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Maricela Becerra

neros). Esas tierras también son inalienables y sólo pueden transferirse entre comuneros” (p. 135). La Reforma Agraria posrevolucionaria tuvo como finalidad dotar de tierras a los pueblos indígenas y/o rurales, afectando los intereses de los latifundistas, quienes se opusieron desde el principio al reparto de tierras. Esto produjo, en parte, que los trámites agrarios fueran lentos y complejos. El último momento de configuración legal trabajado en el libro Huastecos a pesar de todo… nos refiere a 1992, cuando fue abrogado el artículo 27 constitucional, con lo cual se “…liberaliza la tenencia de la tierra y se cierran definitivamente los procesos de dotaciones agrarias en México” (p. 136). La autora concluye su libro haciendo hincapié en los cambios culturales que nos llevan a afi rmar que las comunidades indígenas actuales no son las

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NOTAS Enrique Vila-Matas, Dublinesca, Biblioteca Breve, Seix-Barral, Barcelona, 2010, 328 pp.

Josselin Hernández / Juan Xolocotzi

mismas de la época prehispánica, esto debido a los cambios que configuran la historicidad de las comunidades de esta región. Sin embargo, sostiene la afi rmación

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…de cierta continuidad étnica concreta desde el periodo prehispánico hasta nuestros días. Éste se manifiesta por la lengua […] Se trata de un patrimonio no material que, por su naturaleza colectiva, puede transmitirse únicamente en el seno de la comunidad, que se convierte entonces también en el marco social para asimilar las mutaciones, independientemente del hecho de que se vea modificada en el espacio y el tiempo (p. 153). Por último, Ariel de Vidas argumenta que a partir de la reconfiguración y mantenimiento de comunidades organizadas con base en la posesión de tierras, los teenek han podido sostener su identidad, diferenciándose de los otros a través del tiempo y manteniendo pertenencia étnica entre sus miembros.

Jorge Alberto Morteo Díaz* La humanidad es un autor escribiendo un volumen perpetuo. Al morir, el hombre y lo concerniente a su capítulo no son relegados al sueño de los siglos, y tampoco su vida es arrancada del libro. Al contrario, es traducido, pues traducir es permanecer. Y todo capítulo debe ser asimismo copiado. Bien lo dijo John Donne y lo confirma Vila-Matas en su más reciente obra: la literatura es traspapeleo y renovación de lo que nos fue alguna vez legado. Ignorarlo, cuando no es por omisión o desconocimiento, resulta poco menos que un acto de soberbia. Dublinesca es la historia de un editor literario en el puente imaginario de una época. No al mezzo del camini, sino al final de su vida, Samuel Ribas emprende una odisea doble: encontrar al escritor genial que nunca pudo publicar en sus días de juventud y realizar los funerales de la era Gutenberg. Y es que el protagonista escucha con nostalgia las últimas notas del canto de cisne del libro. ¿Habría que mirar con nostalgia y romanticismo y apostar por la página impresa o, por el contrario, ser práctico e inclinarse por la computadora personal que ilumina de un solo teclazo? No obstante, más allá del cansino debate de tecnología vs. tradición, Dublinesca es un conflicto que desborda los límites de la trama y que, literariamente, resulta mucho más atractivo. Aquí se trata de lo poiético contra lo intertextual. En el libro podemos encontrar frases que, salvo porque agregan una interjección o un artícu*

Estudiante de Lengua Inglesa en la UV. Participó en el VIII Encuentro de Literaturas (Xalapa, mayo de 2010).

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lo, rayan casi en el copy-paste. Para decirlo más claro, la intertextualidad es descaradamente explícita. Con esto, Vila-Matas no pretende dejar a un lado la creación, tampoco hacerle justicia a un autor –justicia le sobra a cada una de las grandes plumas que desfilan por el libro. Más bien intenta hallar en todos los poliedros de la misma geometría nuevas significaciones. Ya Flann O’Brien en su At Swim-Two-Birds propone que al escribir se usen personajes ya existentes, en lugar de crear nuevos. Vila-Matas acepta la propuesta pero va más allá. Un escritor no sólo debiera echar mano del catálogo de personajes, sino de historias y tramas existentes –en este caso su pequeña odisea doméstica. Acá, el nostos tiene un doble sentido: el del protagonista errante y el de la literatura que se busca en sí misma y en su pasado. Al revigorizar las viejas relaciones bajo la lupa de lo actual, adaptándose, un nuevo significado

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despunta: la novedad no radica, paradójicamente, en lo nuevo, sino en la reinterpretación de lo ya existente. El libro busca la metempsicosis, transmigrar su esencia de una página hacia la otra, actualizándose, perdurando. Esta reutilización, sin embargo, no está exenta de lo cómico. Porque la historia de Dublinesca, como toda obra sobre el fin, arrastra la nostalgia de toda una época, aunque igualmente está plagada de humor. Y es que, ¿de qué otra forma puede hoy enfrentarse a la hoja en blanco? Ciertamente, una solemnidad excesiva a estas alturas es ridícula. Tampoco se puede optar por una creación desde cero, supuestamente aséptica a las influencias, pues tal cosa no existe. Mucho menos se puede desdeñar una tradición; sobre todo en este momento, en el que la literatura se halla en el cabús de casi todo y en el principio de nada. Ante un panorama del fin del mundo, la ligereza, el no tomarse en serio, parece ser la respuesta. Y entonces, el réquiem de los últimos tiempos comienza no con un acorde solemne sino con la carcajada más estruendosa. Mucho se critica a los malos escritores. Vila-Matas critica a los malos lectores: aquellos que se quedan chapoteando en la superficie de la trama, en lugar de bucear hasta su fondo. Y es que hay que ver al libro como lo que es: un clavado hacia aguas conocidas que, no obstante, precisan de una reinterpretación. Habrá que campear entre viejos amigos y viejos fantasmas para tratar de desentrañar el misterio de ese algo inasequible y nuevo que requerirá de cierto tiempo identificar. Dublinesca es un hervidero de hordas fantasmales, seres que han llegado –como dijera Dedalus– a su calidad por medio de la muerte, la ausencia o el cambio de costumbres; es decir, personajes, palabras, frases sueltas, sí, pero transmutados. Y así, mientras los que quedaron atrás nos recuerdan que el camino es el mismo, al final del libro las palabras se aferran a la memoria, esperando ser apiladas en el escritorio del amanuense universal que continúa, como esa frase de Donne, en su trabajo de escritura y traspapeleo; o por el contrario, esperando ser olvidadas, como nosotros algún día –eso sí, de una forma mucho más modesta– marcharemos hacia el olvido.

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Luz Fernández de Alba*

Sergio Pitol: Una autobiografía soterrada (ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones)** Es para mí un gran honor estar en la Universidad Veracruzana para presentar el más reciente libro de Sergio Pitol, cuyo texto, como lo sugiere su título, fue sacado de debajo de la tierra por la editorial Almadía para darnos a conocer esta autobiografía que nuestro Sergio tenía soterrada en algún sótano de su memoria. En ella, mi querido maestro ha tenido a bien dedicarme una parte cuyo título, de entrada –debo decirles–, no me gustó: “La coronación, el destronamiento y la paliza final”. ¿Cómo que una paliza para mí? A la segunda lectura entendí claramente el guiño amistoso, ya que ese título salió de Bajtín. Y Bajtín tiene un significado memorable tanto para Sergio como para mí. Hace más de veinte años, cuando apenas había decidido que el tema de mi tesis sería la novelística de Sergio Pitol, después de la clase de Literatura Comparada que el maestro Pitol nos daba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, le comenté mi proyecto y él me dijo: “¿Por qué no vas mañana a mi casa y platicamos?” Llena de inquietudes y preguntas llegué una tarde de abril a la Plaza de la Conchita en Coyoacán. Entrar a la casa del escritor que yo pensaba hacer objeto de mi investigación me pareció una manera privilegiada de introducirme al tema. No quería perderme detalle y, todavía en el umbral, empecé a observar lo que había a mi alrededor cuando un perrazo –y yo les temo hasta a los más pequeños– me ladró con energía y me saludó echándoseme encima. Entre muerta de miedo y muy apenada por ser incapaz de corresponder a las fiestas que Sacho me hacía brincando a mi alrededor, me sentí totalmente fuera de lugar. Con mimos y caricias, el maestro convenció al animal para que me dejara pasar y al registrar este nuevo tono en la voz de mi escritor, de inmediato me pregunté: “¿Debería incluir esta observación en la tesis o no?” Sergio me ofreció un té de toronjil y un asiento en su amplísima sala. Mientras él fue a la cocina, yo continué mirándolo todo. No en balde había leído en La casa de la tribu que mi maestro aprendió más sobre la literatura rusa del XIX visitando la casa de Tolstoi que en cualquier tratado histórico o literario que hubiera consultado. Y pensé: “Si eso mismo me ocurriera a mí tan sólo por estar en la casa de Sergio Pitol, pues entonces ya podía comenzar a escribir la tesis”. No

Osvaldo Gaona / Elmer Sosa

debía perder detalle: las cómodas panzonas, los vasos de cristal rojo de Bohemia, los cuadros de Olga Costa y un santo estofado al pie de la escalera que sube al segundo piso de la biblioteca, me hicieron sentir que con cada mirada aprendía yo algo del tema de mi tesis. Lo que más me llamó la atención fue la biblioteca que ocupaba un enorme espacio de dos pisos al fondo del salón: era abierta, con corredor y barandal en la segunda planta. El maestro apareció entonces con el té, se sentó frente a mí y me preguntó si ya había leído La cultura * Maestra en Letras por la UNAM, actualmente es profesora en la Facultad de Filosofía y Letras. ** Texto leído en la Universidad Veracruzana el 3 de junio de 2010.

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popular a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, de Mijaíl Bajtín. Hasta ese momento yo no había dicho palabra, y ahora menos, porque no tenía la menor idea de quién era Bajtín. El maestro continuó diciendo que juzgaba esa lectura como indispensable para la elaboración de mi tesis, y ante mi expresión azorada, subió ágilmente al segundo piso de su biblioteca y, sin dudar ni un solo instante acerca de su colocación, sacó el libro de Bajtín, que en un abrir y cerrar de ojos puso en mis manos. Repitió la misma rutina con otros dos libros que también debería leer para mi tesis. Yo no podía dejar de sorprenderme. Más tarde me enteré de que él es la única persona que arregla su biblioteca, clasificándola y removiendo o añadiendo nuevos títulos, según sus necesidades. Estaba tan fascinada de encontrarme junto al autor real que me olvidé de preguntarle al autor implícito todo lo que necesitaba saber de su escritura. Me limité a escucharlo y, apenas ahora, soy consciente de mi atrevimiento, de lo poco que entonces sabía yo de su obra, de lo escasos que eran mis conocimientos teóricos, de la pobreza de mis lecturas. Tardé varios meses y muchas páginas para darme cuenta de que lo que hay de juego, extravagancia, fantasía, risa y liberación del lenguaje en las novelas de Sergio Pitol provenía del lado paródico y carnavalesco al que Bajtín dio tanta relevancia y que, en la literatura de Pitol, se caracteriza por la antisolemnidad y el humor. Como todos sabemos, Sergio Pitol es, quizás, el escritor mexicano que mayor tiempo ha estado viajando fuera del país. Salió por primera vez a Europa en 1961, cuando tenía 28 años de edad y, salvo por algunos breves regresos a México, logró prolongar ese viaje y se mantuvo en continuo movimiento durante otros 28 años. El escritor e hispanista holandés Cees Nooteboom, contemporáneo de Sergio Pitol y también gran viajero, se pregunta si la stabilitas loci –antigua ley que impide a los monjes cartujos abandonar sus monasterios una vez tomados los hábitos– será la norma humana habitual y su contrario, el homo viator, el que se mantiene en movimiento, la desviación correspondiente. Pero, al igual que cualquier par de extremos, es posible que la estabilidad y el movimiento se toquen ya que tanto el viajero como el monje pasan muchas horas solos y en silencio. El primero moviéndose en el cielo mientras se traslada en un avión y el 1

Pedro M. Domene, “Sergio Pitol: el sueño de lo real”, Batarro, núms. 38-40, p. 30, UV/Ivec, Xalapa, 2002.

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segundo, inmóvil en su celda. Nuestro Sergio ha reconocido en una entrevista que seguramente sus lectores lo imaginarían como un escritor “enclaustrado en una móvil torre de marfil”,1 porque no se dejaba ver por estas tierras. Sin embargo, en esta nueva autobiografía que estaba soterrada salieron a la luz solamente sus dos viajes más importantes de la década pasada: uno fue el que realizó junto con Carlos Monsiváis (en 1994) a San Cristóbal de las Casas, para enterarse de primera mano de lo que estaba ocurriendo realmente en Chiapas y dejar un testimonio personal de los diálogos de paz entre el EZLN y el gobierno; el otro, el que emprendió a Cuba en mayo de 2004 en busca de una cura sorprendente que sólo se daba a unos kilómetros de La Habana y que le permitió escribir el “Diario de La

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Pradera”. Pero el lector también encontrará muchos otros viajes recordados por Sergio Pitol; algunos cancelados, otros que se quedaron solamente en el deseo, y muchos más realizados para cumplir con su oficio de escritor, como la presentación de alguno de sus libros, la participación en congresos o reuniones de escritores y la recepción de algún premio internacional. Mientras Sergio Pitol viajaba por el mundo llegaban a México sus cuentos, colaboraciones breves para suplementos culturales, novelas listas para la imprenta, traducciones que él realizaba de autores totalmente desconocidos para los lectores mexicanos o traducciones de sus obras que iban apareciendo en otros idiomas (yo, por ejemplo, tengo la versión china de La vida conyugal, publicada en Pekín en 2006, y aunque no entienda ni un solo carácter, la considero un tesoro por la apertura que significa su publicación en un país como la República Popular China). He tenido el placer de leer todas las autobiografías de Sergio Pitol. Desde la llamada “Autobiografía precoz” (1966), escrita a los 33 años en Varsovia, hasta esta preciosa edición de Una autobiografía soterrada (2010), compuesta en Xalapa 44 años y miles de millas después. Como bien lo expresó Agustín del Moral en la presentación que se hizo en Veracruz, esta nueva autobiografía “redefine, amplía y libera el género autobiográfico”. En su momento también leí, por supuesto, El arte de la fuga (1996), El viaje (2000) y El mago de Viena (2005). Igualmente, la autobiografía secreta configurada, a la distancia, a través de los textos realmente preferidos y elegidos por Sergio Pitol, que fueron reunidos en Los cuentos de una vida (2002). Un gran acierto porque uno es también lo que ha leído y porque “dime qué lees y te diré quién eres”. Todos esos ensayos autobiográficos han sido leídos siempre con el mismo interés de llegar hasta donde el escritor nos lo permita, asomarnos finalmente a esa oquedad que hay en el centro de todo lo que escribe, para que nos deje ver qué había en donde ahora tan sólo queda un hueco. Me doy cuenta de que éste es un vano deseo, porque en su Autobiografía soterrada Sergio Pitol dice con todas sus letras que “el vacío al que reiteradamente me refiero [...] jamás se aclara; lo menciono una y otra vez, sí, pero de modo oblicuo, elusivo y recatado” (pp. 66-67). Y esto es así porque todos sus relatos, sean autobiográficos o no, están llenos de ambigüedades y falsas pistas, envueltos en una realidad

siempre permeada por una niebla tan ligera o tan espesa como la que puede haber en Xalapa o Londres. Entre los varios episodios de la vida de Sergio que se iluminaron para mí con esta Autobiografía, está su cercanía con el budismo tibetano. Él mismo me lo había dicho y yo nunca lo había dudado, porque el maestro Pitol es por naturaleza generoso, honesto, paciente, amable, con sabiduría para distinguir entre el bien y el mal y con un entusiasmo perseverante. Esta última perfección, o paramita, como se les llama en el budismo, es la que yo más admiro en él: jamás ha quitado el dedo del renglón, en sentido literal y metafórico, de su escritura, porque desde que en 1956 rentó una casa en Tepoztlán –donde él recuerda que “era como vivir en el Tíbet”–, para recuperar la paz de espíritu y poder escribir, jamás ha dejado de hacerlo, tuviera o no buena recepción. Desde sus tres primeros relatos escritos en su retiro de Tepoz, ya nunca dejó de escribir, aunque sólo fueran notas para una futura novela o registros en su diario. Siguió experimentando, luchando contra la página en blanco, intentando hasta encontrar el tono antisolemne que quería. La idea de desacralizar las instituciones, las costumbres, las ideas, los libros y hasta las películas que tomamos como intocables es una misión que Sergio Pitol aceptó desde que se encontró con quien ha sido el amigo de toda su vida: Carlos Monsiváis. Ambos eran muy jóvenes, Monsi un poco más que Pitol, y desde que se conocieron en 1954 no han dejado de dar la batalla contra la hipocresía, contra los políticos deshonestos y, en general, contra la solemnidad. Sergio Pitol ha transformado en literatura carnavalesca “todo lo que tuviera aspiraciones a la sacralización, solemnidad y autocomplacencia” (p. 90). Por último, quisiera contarles que, en una ocasión, una feminista a ultranza me preguntó por qué Sergio Pitol no quería a las mujeres. Yo le respondí que, en primer lugar, a la colección de mujeres insufribles como Marieta Karapetiz, Billie Upward, la Falsa Tortuga, Ida Werfel o Jacqueline Cascorró, le corresponde el mismo número de mamarrachos masculinos que son sus maridos, novios, amantes o lo que sea, y que, en segundo lugar, yo siempre me he sentido muy querida por Sergio. Podremos ser mujeres “sufridas”, si ustedes quieren, pero insufribles, jamás. Gracias por tu amistad, querido Sergio, y por haberme dejado entrar a tu maravilloso libro de la mano de Bajtín.

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Germán Martínez Aceves*

Esto no está aquí. 30 años sin Lennon La mañana del 9 de diciembre de 1980 en la Ciudad de México era gris, específicamente en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Leía el periódico y no lo podía creer: John Lennon había sido asesinado la noche anterior. Había ido a la UAM por mi calificación pero la verdad me sentía muy mal de ánimo, no por el temor de mi destino en el kárdex universitario, sino por el crimen de lesa humanidad. Javier, el docente, con su aire beatlemaniaco, abrió la puerta del salón donde entregaría el diagnóstico de cada alumno. Lo cierto es que yo iba completamente desconcentrado y temía responder vagamente a cualquier pregunta. Y como fue: sin mayor preámbulo Solórzano soltó la pregunta: “¿Qué te parece lo que sucedió anoche afuera del edificio Dakota?” “Terrible, ahora sí el sueño se ha terminado”, fue mi respuesta. Llevaba el unomásuno y Javier, que tenía muchos más periódicos (Excélsior, El Universal, Novedades y hasta La Prensa), me invitó a sentarme para revisar las noticias. Todas coincidían en la versión: Mark David Chapman fue el asesino; había esperado a Lennon afuera del edificio Dakota en donde vivía en Nueva York y cobardemente le disparó cinco balas por la espalda con un revólver .38 Special Charter Arms. La misma tarde Chapman le había solicitado un autógrafo en el LP Double Fantasy. La muerte de John Lennon al iniciar la década de los ochenta del siglo XX significaba el fin de una época, un capítulo cerrado donde la mayoría de los jóvenes de diversos países se habían rebelado contra el autoritarismo, habían disfrutado su vida a ritmo de rock and roll, vivido la transición del blanco y negro al color, de la radio a la televisión. Marx, Engels, Lenin, Freud, Sartre, Foucault, Althusser y el Che Guevara, entre otros pensadores más, influían en las juventudes que tomaban las calles, protestaban contra la guerra de Vietnam, contra la cerrazón de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez o, en el plan de mayor pacifismo, se integraban a comunas hippies donde la paz y el amor eran las banderas desplegadas de la buena onda. La cultura de masas apenas comenzaba a ser un fenómeno social gracias al desarrollo de la televisión, *Coordinador de actividades de la Feria Internacional del Libro Universitario de la UV.

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las nuevas producciones cinematográficas que se dirigían a un público juvenil y la industria disquera que, junto con la radio, construían el top ten del gusto musical. En ese contexto reinaban las imágenes de Elvis Presley, James Dean y, en los sectores opositores a la guerra, Bob Dylan. Pronto un adolescente de Liverpool empezaría a forjar un estilo propio. John Winston Ono Lennon, quien vivió una niñez forjada en el club de los corazones solitarios ante las desavenencias irreconciliables de sus padres. Líder nato, a los 16 años formó su primera agrupación, The Quarrymen. Tocando en una fiesta conoce a Paul McCartney y el big bang del universo beatle hizo explosión. Pronto se les uniría George Harrison, en breve lapso Stuart Sutcliffe y finalmente Ringo Starr. Los Beatles estaban listos para dominar al mundo a través de su música y emerger como deidades. Beat, ritmo, beat, poesía contracultura. Beetle, escarabajo, insecto que se encuentra prácticamente en cualquier lado. The Beatles, ingenioso juego de palabras creado por Lennon. La mancuerna mágica, Lennon-McCartney, encontró los caminos por donde transitaron las inquietudes juveniles de la década de los sesenta. La imagen de los Beatles era peculiar: no abandonaban sus trajes de corte inglés moderno pero sus cabellos abultados con corte de príncipes medievales contrastaban con la solemnidad y los acercaban a una rebeldía donde el sarcasmo era la mejor arma para burlarse de todo mundo. Love Me Do, las voces casi adolescentes comenzaron a crear histerias colectivas; From Me to You, las guitarras eléctricas dominaban el escenario; Please Please Me, la batería hacía lo suyo; Thank You Girl y el bajo eléctrico lo mismo le daba esencia al rock que a una balada. Emergían de una caverna (The Cavern) como de las catacumbas de Platón, y el mundo de los sueños posibles se apropia de los jóvenes que estaban contra la guerra de Vietnam y dudaban del orden establecido. Hamburgo, la ciudad del pecado, quedó rendida ante el sonido Beatle y pronto el país creador del rock and roll exigiría la presencia de esos cuatro mozalbetes que desde Liverpool hacían volar y soñar a la juventud de casi todo el mundo. ¿Qué irradiaban los Beatles que enloquecía a sus fans? ¿Era acaso la anunciación del espíritu santo en plena promoción del amor y la paz? Sus letras no llamaban a la revolución ni eran excesivamente críticas como las de Bob Dylan. Simplemente eran la creación del sonido representativo de los sesenta que encajaba

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John Lennon © Samuël del Bosque

en todo aquel joven que buscaba un mundo diferente. El provocador de todo eso era sin duda John Lennon; tal vez por eso, al sentirse creador y responsable de los destinos de la época, se atrevió a decir: “Los Beatles son más populares que Jesucristo”. En una entrevista, Paul McCartney confesó que consumía drogas y los detractores empezaron a ver mensajes ocultos en las canciones: Lucy in The Sky With Diamonds pasa como una clara alusión al LSD. Lennon declaró: “ya me puse a revisar todos los títulos de las canciones de Los Beatles para ver qué drogas me encuentro”. Brian Epstein, el manager del grupo, murió repentinamente en 1967 y las fisuras en The Beatles empeza-

ron a crearse: hicieron su propio sello disquero, el mítico Apple, y Lennon ya no era el creador absoluto de las canciones; Paul empieza a componer por su parte y hasta George Harrison sorprende como compositor. En busca de un acercamiento a la espiritualidad realizaron su famoso viaje a la India en 1968, donde conocen al gurú Maharishi, el principio del fin de los Beatles. Al regreso de ese “viaje” el destino empezó a tejer la separación. Lennon estaba casado con Cynthia Powell, pero su relación aparecía siempre oculta hasta que literalmente ella, por no subirse a tiempo al tren, pierde a John. Diversas situaciones de vidas sentimentales e intereses empresariales encontrados llevaron al rompimiento de los Beatles. Algunos achacaron la separación a Yoko Ono, el amor de la vida de Lennon. Las facciones asiáticas contrastaban con la figura inglesa y los prejuicios afloraban alrededor de la pareja. “No sé qué le ve a esa, yo estoy más bonita”, llegué a oír a una vecina con despecho. Los Beatles rompieron al despuntar la década de los setenta, habían sido la ilusión de los jóvenes de los sesenta y los dejaban en el desamparo. Lennon, rebelde de cuño, puso su marca en los setenta y junto con Yoko Ono retó al mundo a buscar la paz. Retratarse desnudos, hacer una conferencia de prensa por siete días en una cama, apoyar todo movimiento pacifista, no tenía otro mensaje que el de buscar la paz. Imagine se convirtió en su manifiesto utópico, el Platón de Liverpool regresa a la caverna. Despuntaban los ochenta, Lennon se sentía bien consigo mismo y con el mundo; tal vez se preparaba para dejar otra impronta en otra década, pero un extraño personaje, como suelen ser los asesinos solitarios, segó la vida de un icono universal. La caída del Muro de Berlín, la desaparición de la URSS y el avasallamiento del neoliberalismo ya no fueron parte del mundo de John Lennon para exigir Give Peace A Chance. El recuento somero sobre Lennon entre el docente y el alumno había terminado; otros compañeros del módulo (así se llama un semestre en la UAM-X) esperaban su evaluación final. Sólo pregunté por mi calificación. Javier citó: “Como dijera el joven Lennon, this isn’t here”. La mañana del 9 de diciembre en la Ciudad de México era gris; la noche anterior, John Lennon había sido asesinado. Ahora sí, definitivamente, el sueño había terminado.

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Roberto Culebro

Aguardiente y pólvora Decía Josep Pla que la gran mayoría de los narradores gallegos poseen una prosa sorprendentemente musical. Intuía que tal vez se debiera a que estos escritores traducían el hipnotizante ritmo portugués y lo integraban a su prosa española. Quizá esto, en términos generales, sea bello e impreciso pero como intuición es muy esclarecedora, sobre todo si se toma en cuenta el caso que confirma la sospecha del viejo de la boina y los cigarrillos: Valle-Inclán. Y es que Tirano Banderas es, en gran medida, música. Si para los modernistas la música de la poesía es el valor supremo, Valle-Inclán nunca deja de ser modernista, que es otra forma de decir que nunca deja de ser poeta. Sólo que domina un modernismo pasado por ácido, del que aún conserva ese sabor de gran tragedia que ahora deforma, ese hálito grandilocuente, ese gusto por el léxico extravagante que explota hasta la burla. Su enorme cantidad de americanismos y mexicanismos están no en función de crear una verosimilitud a partir de su uso inmoderado (técnica de la que, dicho sea de paso, se valdría después otro escritor gallego), sino de crear un relieve, un colorido auditivo que estalle dentro de esquemas muy determinados, formando así una verdadera “Sinfonía del Trópico”; un verdadero carnaval, una danza ritual del fuego contenida en movimientos precisos. Estas palabras también serán el reflejo –ya que todo reflejo para Valle es naturalmente deforme– de una realidad mexicana que es en sí la exageración, la hipérbole. De paisajes con un sol increíble que lo alarga todo y donde cualquier hombre de manera muy tranquila y a la Rimbaud bebe pólvora con aguardiente. El acercamiento de Valle-Inclán a México es el acercamiento de dos almas gemelas, excéntricas. A Valle le impresiona, le fascina el cómo cierta violencia es intrínseca, y aun necesaria, a una forma de vida. Ya sea una violencia física o una simbólica, como lo es nuestra postura ante la muerte, o como lo es esa serie de procesos terribles que es necesario atravesar para conseguir algo parecido a la libertad.

* Estudiante del sexto semestre en la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas (UV). Actualmente es becario del Ivec en el género "Ensayo".

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Germán Montalvo

Valle-Inclán, nos dice Alfonso Reyes en un ensayo firmado en 1923, es decir, tres años antes de la publicación de la novela, sueña y escribe con México, y es a partir de su segunda visita al país que recoge dos experiencias profundas, las cuales –Reyes no puede saberlo entonces– tendrán una presencia determinante en Tirano Banderas: Primero, la persistencia de la lucha entre el indio y el encomendero: la pugna entre el individualismo europeo, yuxtapuesto artificialmente sobre los hábitos de la raza vencida, y el gran comunismo autóctono que encontró Cortés. Y segundo: México es un país vuelto al Pacífico que huye del Atlántico y se hincha de magnetismos asiáticos. Conserva el rastro espiritual de los juguetes sagrados que la Nao de China traía desde el Parián

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José Luis Hernández

de Manila al puerto de Acapulco […] Esta gran circulación oceánica explica sus inadaptaciones y sus extrañas reservas de fuerza y de esperanza. El estilo, ya se sabe, es un accidente cuya base está en la personalidad del creador. La de Valle es una que toma forma de estética para explicarse y expandirse y que se vuelve armónica al encontrar un espacio en el cual vaciarse. Es entonces cuando nace una obra deliciosa y perfecta como el Tirano Banderas, donde el lenguaje se acomoda como un guante a lo descrito, a una realidad transformada y donde las equis de todos los Méxicos quedan reveladas en una imagen, en una mueca terrible y cierta. Su fuerza plástica también es fundamental. Pareciera que en la novela siempre se está efectuando

un cambio, un desvanecimiento de color. En muchos de los escenarios siempre está amaneciendo o atardeciendo. La gran cantidad de acción que ocurre en la novela puede contrastarse con la lentitud, con el tiempo que toma consumarse el día o la noche. Los personajes, sobre todo, están trazados desde esta perspectiva plástica. Comenzando por las comisuras verdes de coca de Santos Banderas, que desde que son mencionadas no pueden dejar de verse como la marca, casi fosforescente, del tirano, hasta el cuadro general de todos sus allegados, esas reses gordas y grasosas que guardan un parecido increíble con figuras que habitan algunos cuadros de José Clemente Orozco, también él deudor en gran medida de Goya. Y es que el esperpento es una estética basada fundamentalmente en lo plástico, en la que los trazos con que son dibujados los personajes se salen de los bordes, desfigurándolos hasta antes de cruzar el límite que los transforme de raíz, que los haga cambiar de máscara y, por lo tanto, de papel. La estructura teatral de la obra será de suma importancia. No se dejará sentir sólo en la simetría, la armonía entre números y situaciones sino también, de forma mucho más clara, en las introducciones didascálicas a los capítulos y, por supuesto, en el diálogo. También es gracias a esta estructura que el relato se esclarece, pues responde a una sucesión de eventos muy común, sobre todo en el teatro de los siglos de oro: las primeras tres partes coincidirían con el planteamiento; la central, con el acto en el que se desarrollan todos los eventos, y las últimas tres, con el desenlace. Así al principio es muy claro ver cómo se nos presentan los personajes, o remedos de personajes, que participarán, ya sea a favor o en contra, en la revolución que busca derrocar al dictador Banderas. “Valle-Inclán –dice de nuevo Reyes– procede por arquetipos, por grandes ideas previas; y deja rodar las consecuencias hacia los hechos particulares, con esa seguridad y confianza del que ha dominado por completo las disciplinas”. Y es que sus personajes parecen ser arquetipos. Sólo basta recordar cómo describe a los integrantes de una reunión en casa de un reducido Santos Banderas: “Niño Santos se retiró de la ventana para recibir a una endomingada diputación de la Colonia Española: el abarrotero, el empeñista, el chulo del braguetazo, el patriota jactancioso, el doctor sin reválida, el periodista hampón, el rico mal afamado”. Todos y cada uno con una máscara fija que pueden modular pero no cambiar. Como personajes de la

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Comedia del Arte que a partir de roles muy específicos improvisan su actuación, asemejándose a los de Valle, con los que comparten una misma naturaleza. Tenemos por ejemplo el personaje del Capitán, fanfarrón y bufonesco; a Balanzone o el Doctor, serio, inteligente y presuntuoso; tenemos a una Colombina, a un Pulcinella, etc. Cada uno fiel a la máscara de la que no podrá librarse salvo en momentos muy excepcionales, como cuando Santos Banderas observa con un catalejo las estrellas y sale a flote su último resabio de humanidad. Si, como decía Lichtenberg, el asno es más ridículo por parecerse al caballo, los personajes de Valle se vuelven mucho más escalofriantes cuando intentan parecer personajes normales, mesurados, acaso porque podemos vernos más claramente en ellos. El esperpento es deformación, ya se sabe. Lo que en esta novela se vuelve muy claro es que el esperpento trabaja junto con la fuerza deformadora de la Historia, a través de la cual todos son mártires, villanos, esos héroes clásicos distorsionados. “El presente todavía no es la Historia” dice en algún momento un general de la novela, y sin embargo todos los personajes actúan por y para esta Historia, como si a cada paso la estuviesen inventando y bajo la cual todo se vuelve o un acto de santidad o la peor de las vilezas. Tirano Banderas es una novela formidable. La obra de Ramón del Valle-Inclán de alguna forma está potenciada y a la vez eclipsada por su gran descubrimiento: el esperpento. Lo que muchas veces desvanece su manejo increíble del lenguaje, su habilidad para contar, para estructurar una novela o una obra de teatro, todo eso que de ser bueno es invisible pero que es indispensable para el funcionamiento y la práctica de cualquier estética. Lo repito: Tirano Banderas es una novela formidable que intriga desde el principio; una novela que está hecha de aquello que narra y, como ello, está llena de vida; un verdadero trago de aguardiente y pólvora.

*Egresado de la Universidad Veracruzana, ha publicado reseñas en Signos Literarios y La Palabra y el Hombre. Actualmente es becario del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la UV.

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Nortes perdidos: [REC.]2 y Alicia en el país de las maravillas

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“Poderoso caballero es don Dinero”, nos recuerda Quevedo. Y tal parece que los directores Paco Plaza, Jaume Balagueró y Tim Burton han sucumbido ante el sonoro nombre de este personaje. Plaza y Balagueró han sacrificado una de las propuestas de gore/terror más interesantes del cine español contemporáneo; por otro lado, Burton desperdició las posibilidades argumentales de las dos partes de Alicia (Alicia en el país de las maravillas y su secuela A través del espejo) para llenar salas con una cinta 3-D fecunda en lugares comunes. En 2007, la historia de la conductora de un programa nocturno que graba a un grupo de bomberos en un edificio donde suceden cosas extrañas, argumento central de [REC.], impresionó al público y jurado de varios festivales internacionales de cine fantástico, le llovieron galardones y se convirtió en la película española más taquillera de aquel año, seguida de El orfanato. Me parece que la clave de su éxito se encuentra en su certera capacidad para colocar al público en el incómodo papel de espectador de una masacre “en tiempo real” mediante una estética brutal que cuestiona la realidad y nos enfrenta a lo desconocido: cuando la anciana desgarra a dentelladas el cuello de uno de los bomberos que la auxilia, y las puertas del edificio se cierran, la verosimilitud se tuerce, pero, a diferencia de las propuestas comerciales de cine de terror, no se quiebra. Es gracias a la cámara de televisión de la conductora, único punto de vista y gran logro narrativo de [REC.], como la verosimilitud se mantiene y no permite a la audiencia sustraerse al horror. Una vez comenzada la pesadilla, los personajes se cuestionan y buscan respuestas lógicas al enigma que se gesta entre las paredes del edificio barcelonés. Un personaje extranjero, ataviado con traje aislante, llega de improviso con la respuesta: un virus que se transmite por la saliva y la sangre, agente de una rabia desconocida, ha infestado el lugar; no se tienen datos precisos de él. La lógica escupe a la cara. A partir de ese momento, la realidad y el terror fantástico se conjugan para dar paso a un trepidante baño de sangre que volverá animales a todos los implicados, estén infectados o no. Está por demás decir que [REC.] responde a la tradición de las películas gore de zombies: retoma los elementos grotescos y claustrofóbicos de su exponen-

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te más representativo, George A. Romero, y los refuncionaliza de forma adecuada para contar una historia mínimamente posible y, por ello, aterradora. Sin embargo, en 2009, los cineastas realizaron una secuela, [REC.]2, en donde el virus es en realidad una posesión satánica masiva, la cámara deja de ser única para dar paso a la polivisión y el objetivo ahora es conseguir una muestra de sangre de un poseso en particular para exorcizar a todo el edificio. Es evidente que los nuevos personajes (un comando de “granaderos”, un trío de adolescentes y un sacerdote católico), la técnica narrativa de las múltiples cámaras y el argumento demoniaco son recursos utilizados por el cine comercial de terror (prácticamente despojado del terror, transformado en un género pastiche entre comedia, aventura y thriller, que podríamos denominar como “acción sobrenatural”), los cuales crean la cómoda sensación de que lo visto no es una grabación cuasi documental, como en la primera entrega, sino una simple película de miedo en la cual el espectador no será cuestionado y obtendrá satisfactoria respuesta a todos aquellos “cabos sueltos” que volvían inquietante al film antecesor. [REC.] proponía un encuentro traumático con lo desconocido; en cambio [REC.]2 enfrenta al espectador con la angustia de observar cómo, secuencia a secuencia, una idea innovadora es masacrada brutal, irracionalmente. Tim Burton, cineasta estadunidense que se ha ganado al público con un excelente equilibrio entre el cine comercial y el cine de autor, dirigió en fechas recientes una adaptación de Alicia en el país de las maravillas, película que había causado mucha expectativa por el posible match entre la estética burtoniana y el extravagante mundo de Lewis Carroll. Sin embargo, Tim Burton y Linda Woolverton, la guionista, han creado una película carente de originalidad, llena

de lugares comunes que dejan a un lado las reflexiones sobre el lenguaje y la sátira social planteadas por Carroll, para concentrarse en situaciones que, por su cursilería, ritmo acelerado y despliegue de efectos especiales, quieren emular, sin éxito, al cine fantástico de Peter Jackson (Trilogía del Señor de los anillos) o a las sagas de Harry Potter. Burton ya había ganado una estética y voz propias, pero en Alicia en el país de las maravillas ha olvidado, o un poderoso caballero le ha hecho olvidar, aquella búsqueda de los hilos que conectan a personajes marginales con su entorno, aquel humor ácido que llegaba al público de todos los niveles, aquel cuestionamiento a lo que socialmente es correcto e incorrecto. Como resultado, vemos un país de las maravillas maniqueo que poco tiene de maravilloso, o de sórdido, pues ni las caracterizaciones ni los escenarios ni la preciosista luz que ofrece como su plato fuerte serán capaces de resistir el paso de los meses, ya no digamos de los años; tampoco pueden introducir y emocionar al espectador, y tal vez por eso se llenaron las salas donde se presentó en formato 3-D: ya no podemos hacer que usted entre a la película, ahora se la llevamos a la comodidad de su butaca. Lo que pudo ser rescatable, y a la vez triste por su nulo desarrollo, es la relación entre la reina blanca y la reina roja: hermanas con una fuerte rivalidad desde la infancia. La reina blanca obtenía todo lo que quería de los padres con tan sólo una sonrisa de su bello rostro; la reina roja, macrocefálica, macroegocéntrica, tenía que conformarse con lo que sobraba. La reina blanca esconde un secreto; cuando se ve sola o con Alice, sin sirvientes de por medio, el personaje deja entrever muy veladamente que sus afectadas maneras de cuento de hadas son sólo una farsa. La reina roja, en confidencia con su amante, contemplando el caos de su reino y la hipocresía de sus súbditos, profiere una revelación maquiavélica: es mejor ser temida que

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amada. En ambas secuencias, que juntas no llegan ni a los dos minutos, podemos ver a Burton y un planteamiento original: un mundo decadente que está en guerra por la rivalidad infantil de dos seres enfermos. Sin embargo, es una idea tímidamente trazada, truncada, como un feto teratológico flotando en formol; un simple estertor creativo.

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Alicia en el país de las maravillas y [REC.]2 constituyen ejemplos contundentes de cómo el equilibrio entre el cine meramente comercial y el cine de autor es una gran recompensa de taquilla y prestigio, pero constituye un malabar peligroso y de difícil práctica para novatos y consagrados. No cabe duda que hasta al mejor cazador se le va la liebre.

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