La Palabra y el Hombre, No. 41

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La Palabra y el Hombre / Tercera época • Núm. 41/ julio-septiembre 2017



la palabra y el hombre [julio-septiembre, 2017]

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acques Joset, en su edición anotada de Cien años de soledad para Cátedra, decía hace tres décadas que la célebre obra “no necesita pasaporte alguno […] Al lector más lego de este fin de siglo le suena familiar el nombre de Gabriel García Márquez. Entonces, ¿para qué agregar un comentario más a la Summa sin acabar de interpretaciones, explicaciones, notas y apuntes” sobre la novela? Y sin embargo, en La Palabra y el Hombre hemos considerado ponderar el 50 aniversario de la primera edición del texto emblemático sobre Macondo con un par de ensayos de Elizabeth Corral y Germán Martínez, pues de forma unánime se reconoce el papel fundamental que ha tenido en la literatura en lengua española y en las letras universales. La sección literaria de la revista se redondea con una crónica de despedida, un adiós ante la partida inevitable, en medio del caos y el dolor del mundo actual, brillantemente escrita por Eduardo Ruiz Sosa; Rafael Toriz nos ofrece una ágil entrevista con el historiador y crítico Robert Darnton, quien nos pone en perspectiva acerca del presente del libro y la lectura, no tan terrible como se vaticinaba ante los desarrollos tecnológicos, y su porvenir, tal vez con horizontes insospechados; en un amplio comentario acerca de la novela El olvido que seremos, del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, se evocan los diversos vasos comunicantes entre el pasado, la violencia en sus facetas criminal y social, tan frecuente en los países de Latinoamérica, y el dolor por la muerte violenta del padre; Mario Muñoz, maestro de generaciones en la Facultad de Letras de la uv, nos comparte recuerdos entrañables del tiempo en que Sergio Pitol fuera, a su vez, su maestro e iniciador en múltiples facetas, durante su breve, mas no por ello menos sustanciosa, primera residencia en Xalapa donde el premio Cervantes, con su labor como editor, traductor y académico, dejará huellas indelebles. El sentido y los imaginarios sociales que se desprenden de la documentación y el discurso históricos, son puntos de encuentro entre las colaboraciones de Lino Monanegi y Daniel García Roldán, el primero buscando afinidades entre los hechos actuales y los pasados, y el segundo con la identificación de cómo los mapas son interpretados y modificados según el momento histórico en que son generados. La parte visual de La Palabra se enriquece en este número con una muestra del arte gráfico de Francesc Capdevila Max, artista español con una extensa carrera en la que ha abordado prácticamente todos los campos de la actividad gráfica: ilustración, diseño e historieta en medios ibéricos y otras latitudes, presentado por el crítico de cine y ensayista Luis Reséndiz. LPyH


LA PALABRA Y EL HOMBRE

Revista de la Universidad Veracruzana número 41 • julio-septiembre, 2017

directorio Universidad Veracruzana Rectora: Sara Ladrón de Guevara González Secretaria Académica: Leticia Rodríguez Audirac Secretario de Administración y Finanzas: Gerardo García Ricardo Secretario de la Rectoría: Octavio Ochoa Contreras Director Editorial: Édgar García Valencia La Palabra y el Hombre Fundadores: Gonzalo Aguirre Beltrán, Fernando Salmerón, Sergio Galindo (director) Encargado de la dirección: Mario Muñoz Editora responsable: Diana Luz Sánchez Flores Consejo de redacción: Jesús Guerrero, Marianela Hernández, Lino Monanegi, Carlos Rojas Comité editorial: Remedios Álvarez, Emil Awad, René Barffusón, Ángel José Fernández, Marilú Galván, Maite González, Mercedes Lozano, Nidia Vincent Comité consultivo: Félix Báez-Jorge, Francisco Beverido, Malva Flores, Felipe Garrido, Gilberto Giménez, León Guillermo Gutiérrez, Pepe Maya, Julio Ortega, Ricardo Pérez Montfort, Sergio Pitol, Julio Quesada, Rossana Reguillo, Alberto Tovalín, Eduardo de la Vega Alfaro, Héctor Vicario Responsables de sección: Palabra: Mercedes Lozano Estado y sociedad: Remedios Álvarez Artes y Dossier: Leonardo Rodríguez Coordinador y editor de imagen, diseño del dossier : Leonardo Rodríguez Asistente de edición: Itzel Olivares B. Distribución, ventas y publicidad: Eliel L. Sangabriel Relaciones públicas y suscripciones: Maricruz G. Limón Diseño editorial y composición tipográfica: David Medina correspondencia: Hidalgo 9, Col. Centro, 91000 Xalapa, Veracruz, México. Tels. y fax: 2288-181388, 2288-184843 y 2288-185980 Correo electrónico: lapalabrayelhombre@uv.mx lapalabrayelhombre@yahoo.com.mx www.uv.mx/lapalabrayelhombre La Palabra y el Hombre. Revista de la Universidad Veracruzana. Edición trimestral. Núm. de Certificado de Reserva: 04-2007120412293700-102. Número de Certificado de Licitud de Título: 14245. Número de Licitud de Contenido: 11818. Impreso en Preprensa Digital, Caravaggio núm. 30, col. Mixcoac, México, D.F., 03910.

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sumario verano 2017

LA PALABRA

06 Elizabeth Corral: El milagro de lo imposible. Notas a partir del primer capítulo de Cien años de soledad 11. Eduardo Ruiz Sosa: Crónica nunca escrita sobre el presente 15 José C. Carreño Medina: Canción 16 David Noria: Dos poemas 17. Rafael Toriz: Robert Darnton: enciclopedista del siglo xxi 21. Héctor Elías Romero Noble: El poder de la palabra y la lucha contra la violencia 26. Marco Antonio Toriz Sosa: Espejos

ESTADO Y SOCIEDAD

32 Lino Monanegi: Los días de la farsa: un ejercicio de concomitancias 36 Jorge M. Tirado Almendra: Lo mundano y la civilización capitalista 42 Mónica Domínguez: El arte de la interpretación y el análisis clínico como su lienzo

DOSSIER 49 Max: Un lienzo casi infinito 63 Luis Reséndiz: Las posibilidades de un medio

Fotografías de interiores: • Joseph Morales (Coatzacoalcos, Ver., 1993) es alumno en la licenciatura en Fotografía de la Universidad Veracruzana; becario del pecda xxi, Veracruz (2015) en la categoría Jóvenes Creadores. En noviembre de 2015 expone su obra Los paseos de la Ciudad de México, en la Bargehouse Gallery, de la Oxo Tower Wharf, en Londres. Seleccionado en la tercera Bienal de Arte en Veracruz 2016.


ARTE 66 Daniel García Roldán: Geografías míticas, geografías científicas: sobre mapas y museos

ENTRE LIBROS 72 74 76 77

Brianda Pineda Melgarejo: En afán desmedido, de Luis Antonio de Villena Laura Sofía Rivero: Del cuerpo. Ensayos de pie y de cabeza, de Mauricio Ortiz Agustín del Moral Tejeda: Los árabes y el Holocausto. La guerra de narrativas árabe-israelí, de Gilbert Achcar Jorge Comensal: Rotación del tiempo, de Paola Velasco

MISCELÁNEA

79 Mario Muñoz: La primera estancia de Sergio Pitol en Xalapa 83 Germán Martínez Aceves: Los 50 años de Macondo 86 Raciel D. Martínez Gómez: El padrino: como la vida misma

88 Ruth Escamilla Monroy: Minificción / Gabriel Iván Hernández García: Ilustración • Imagen de portada: Max: Lejos de todo

Joseph Morales: S/t


LA PALABRA En “Crónica nunca escrita sobre el presente”, el flujo de la conciencia corre libremente por Ítaca, por el pasado y por esos “viajes que no quisiéramos nunca empezar”. Rafael Toriz entrevista a Robert Darnton, uno de los mayores especialistas en la historia del libro, la publicación electrónica y el llamado open access. LPyH

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El 5 de junio de 1967 empezó a circular en las librerías de Buenos Aires, Argentina, Cien años de soledad. Ocho mil ejemplares se agotaron en 15 días y desde entonces la familia Buendía pasó a formar parte del imaginario latinoamericano y universal. Elizabeth Corral y Germán Martínez revisitan la obra con la perspectiva de los 50 años transcurridos desde entonces.

Joseph Morales: La quintaesencia, fotograma núm. 3>


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Manuel Marsol: El Llano en llamas


El milagro de lo imposible NOTAS A PARTIR DEL PRIMER CAPÍTULO DE Cien años de soledad Elizabeth Corral

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n la literatura de todos los tiempos hay inicios inolvidables: los del Quijote, Moby Dick, La metamorfosis, Ana Karenina. No faltan ejemplos en la hispanoamericana: ahí están Pedro Páramo y Cien años de soledad, la novela que ahora nos ocupa: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Estas primeras líneas contienen la semilla de la manera inusitada en que se emplea el tiempo en la obra y de su carácter épico. En ese instante, en espera de la detonación que luego sabremos que no ocurrió, convergen las experiencias de la vida frente a la inminencia de la muerte y arranca la saga de los Buendía, la que leerá –y nosotros con él– el último de​ la dinastía, construida con la memoria de los Buendía y la de Melquíades, en su calidad de mago que atraviesa como un fantasma las páginas de la novela y al final se revela, siempre desharrapado y con sus manos de gorrión, como el demiurgo que ha relatado la fundación y el ocaso de un pueblo y sus habitantes.

La atmósfera prodigiosa y mágica se instaura desde el principio. Melquíades visita el pueblo desde los tiempos remotos en que “el mundo era tan reciente” que faltaban palabras por acuñar; está ahí, como cada año, para mostrar el último invento, esta vez “la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia” (9).1 El prodigio del hielo en el asfixiante Macondo se encadena con el recuerdo de Melquíades y los dos enormes lingotes metálicos, los fierros mágicos del gitano, que a su paso tiran pailas y calderos, “desesperan” clavos y tornillos, descubren objetos perdidos. “Las cosas tienen vida propia –pregonaba el gitano con áspero acento–, todo es cuestión de despertarles el ánima” (9). La visión quimérica de Melquíades se combina con la de un Buendía que siempre descubre las posibilidades prácticas de lo que asombra al pueblo, de la alquimia que su hijo transformará después en la manufactura interminable de pescaditos de oro: “José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia,

pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra” (9). Un pragmatismo que no desecha el encantamiento, sino se une a él, conjunción y sortilegio: “Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades” (10). El mundo de Macondo comienza con la feria anual del pueblo, la fiesta que reúne a los de afuera con los de adentro. La descripción de los esfuerzos de un mensajero por llegar a la capital señala a Macondo como un sitio tan remoto e inextricable como los reinos encantados de los cuentos feéricos o como la geografía fantástica referida por los grandes viajeros de la historia: tuvo que atravesar “la sierra, se extravió en pantanos desmesurados, remontó ríos tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste…” (11). Y como en todo relato de origen, de afuera llega la figura del sabio, del que aconseja y guía las acciones del dirigente. Melquíades recuerda a Merlín, inspiración de


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Y como en todo relato de origen, de afuera llega la figura del sabio, del que aconseja y guía las acciones del dirigente. Melquíades recuerda a Merlín, inspiración de muchos magos de la literatura universal.

con saberes velados a la mayoría. Decía conocer las claves de Nostradamus, las fórmulas de Moisés y Zósimo; sus andanzas lo habían llevado a Persia, Malasia, Japón, Alejandría, Madagascar; tenía un aura triste, “con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas” (13). Las reservas iniciales de José Arcadio hacia el gitano se desvanecen pronto y traban una gran amistad. El mago comparte con él los descubrimientos del ancho mundo que recorre en sus andanzas interminables, fuente de inspiración de todos los experimentos de Buendía, y para toda la aldea resulta evidente la transformación de José Arcadio bajo la influencia del gitano. José Arcadio

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muchos magos de la literatura universal, memorable y memorioso, con quien parece compartir también poderes sobrehumanos y una sabiduría ancestral que hace pensar en la eternidad. José Arcadio y Melquíades estaban destinados al encuentro. Al principio parecían de la misma edad, pero a los pocos años el segundo “había envejecido con una rapidez asombrosa” (12). Vestido con un chaleco de terciopelo “patinado por el verdín de los siglos” y con un sombrero “grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo” (13), la figura de Melquíades se rodea siempre de nombres y lugares que refrendan su calidad excepcional, su comercio


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Off Mulholland, vol. II

actúa primero como “una especie de patriarca juvenil” que “colaboraba con todos […] para la buena marcha de la comunidad” (15). Es el momento idílico de la historia, el del trabajo y el bien colectivos, con una justicia más justa y todavía sin muertos que contar. Los beneficios de las iniciativas de José Arcadio alcanzaban a todos los habitantes, haciendo de la aldea un remedo del paraíso contado por la Biblia y los cronistas de Indias. Luego de conocer a Melquíades, cae en la fascinación de los estudios que lo asombran de su propio entendimiento. José Arcadio, excéntrico como suelen ser las criaturas de García Márquez, especie de científico desaforado e intuitivo, no flaquea ante la indiferencia que el mundo le reserva. Curioso como niño

y obstinado como el hombre que no tiene que dar cuentas a nadie, pone cuerpo y alma en lo que llama su atención, con resultados sorprendentes, como la idea que concibe luego de años dedicados a los cálculos astronómicos: Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó en la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación y les reveló su descubrimiento: “–La tierra es redonda como una naranja” (12). Es de nuevo Melquíades el encargado de poner orden entre quienes creen loco al patriarca, al

exaltar la inteligencia de ese hombre que con especulaciones astronómicas construyó una teoría ya comprobada, pero “desconocida hasta entonces en Macondo”. Y como prueba de su admiración, le regala un laboratorio de alquimia “que había de ejercer una influencia terminante en el futuro de la aldea” (12). En Cien años de soledad, las coincidencias de opinión entre el lector y los personajes se dan con frecuencia a partir de malos entendidos. Si la reacción de Úrsula ante el descubrimiento de su marido parece justa: “Úrsula perdió la paciencia. ‘Si has de volverte loco, vuélvete tu solo’”, y entendemos que toda la aldea se convenciera de que “José Arcadio había perdido el juicio” (12), la explicación de Melquíades nos aclara


se adopta una perspectiva inusual que les confiere un brillo y un alcance muchas veces revelador. Pienso en la juventud recobrada de Melquíades gracias a la dentadura postiza, uno de los muchos “aparatos mágicos” que hacen sentir a José Arcadio la estrechez de Macondo y lo incitan a buscar el contacto de Macondo con la civilización, que, significativamente, vislumbra solo hacia el norte.

Los Buendía se delimitan según su carácter introvertido o extrovertido, los primeros imaginativos, misteriosos e imprácticos, con la cabeza en divagaciones y descubrimientos; y los segundos alegres, vitales, con los pies mejor puestos en la tierra, aunque sin perder su extravagancia. El gitano –“enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana” a pesar de su enorme sabiduría–, hacía relatos fantásticos que maravillaban a los niños, y Aureliano, “que no tenía entonces más de cinco años”:

La memoria de los Buendía se entrevera, el recuerdo ajeno se hereda como si fuera propio. No hay robo, no hay plagio. Se trata de la unión que desdibuja las individualidades, aun de espíritus fuertes como los Buendía (a pesar del barullo onomástico), cuando se crea una leyenda y una tradición. De rasgos característicos que permiten su clasificación en dos tipos, los Buendía se delimitan según su carácter introvertido o extrovertido, los primeros imaginativos, misteriosos e imprácticos, con la cabeza en divagaciones y descubrimientos; y los segundos alegres, vitales, con los pies mejor puestos en la tierra, aunque sin perder su extravagancia. El patriarca José Arcadio abandona las obligaciones tangibles por su fascinación conjetural a partir de su encuentro con Melquíades, pero antes, junto a su habilidad para hacer de Macondo una aldea ordenada y laboriosa, hay pruebas de la singularidad de su carácter. Si los gitanos fueron capaces de encontrar un Macondo perdido en la ciénaga, fue por el canto de los pájaros con los que llenó todas las casas de la aldea, “tan aturdidor, que Úrsula se tapó los oídos con cera de abejas para no perder el sentido de la realidad” (16). El fin de la era idílica de Macondo se relaciona con Melquíades y los portentos que exhibe en

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Había de recordarlo por el resto de su vida como lo vio

aquella tarde, sentado contra la claridad metálica y reverberante de la ventana, alumbrando con su profunda voz de órgano los territorios más oscuros de la imaginación, mientras chorreaba por sus sienes la grasa derretida por el calor. José Arcadio, su hermano mayor, había de transmitir aquella imagen maravillosa, como un recuerdo hereditario, a toda su descendencia (13).

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que los macondianos reaccionaron como los contemporáneos de Colón cuando expuso la misma idea. Así, en la novela, razón y sinrazón no guardan las mismas relaciones que marcan el sentido común y la costumbre. Los “adelantos” de la humanidad, por antiguos que sean, no pueden darse por sentados en Macondo, la aldea que se nos cuenta desde una fundación que guarda el aroma del principio de todos los tiempos, y reproduce a su propio ritmo y en su propio momento la historia de la humanidad. Melquíades pregona con sentencias proféticas las novedades que lleva a Macondo: “Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa” (10). Referidas a la lupa “del tamaño de un tambor” y al catalejo que permitía ver al alcance de la mano a la gitana sentada en un extremo de la aldea, estas palabras publicadas en 1967 se han vuelto realidad cabal en este siglo xxi, regido por los adelantos tecnológicos. No se trata aquí de ese ardid que con razón Ernesto Volkening ve como característico de García Márquez, el de hablar con desenfado y como si no valiera la pena de las cosas que más importan al escritor, sino de un rasgo del arte –y Cien años de soledad es gran arte– que parece anunciar el porvenir que luego se demostrará por los caminos de la razón, como la perspicacia de la poesía al cantar a lo largo de los siglos lo que la ciencia ya confirmó, que estamos hechos de polvo de estrellas. Pero García Márquez circunscribe estas visiones, estas previsiones, a contextos de una materialidad común, insulsa y hasta un poco ridícula, que muestran lo extraordinario de lo cotidiano, de los pequeños inventos de utilidad práctica que hemos dejado de notar por familiares, pero que revelan su magnificencia cuando


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En José Arcadio vemos personificadas muchas de las actividades desarrolladas por la humanidad. Con esta andanza se vuelve explorador y geógrafo, sólo que de la manera original, inverosímil y caprichosa propia de las mejores criaturas de García Márquez. Macondo. José Arcadio, decíamos, abandona su iniciativa social por la “fiebre” de los descubrimientos que despiertan sus ansias por “conocer las maravillas del mundo” (16). Sus costumbres cambian y se convierte en un hombre de apariencia salvaje –víctima de un extraño sortilegio, en opinión de los lugareños–, pero no pierde su capacidad de convocatoria: logra reunir a un grupo de hombres que lo ayuden a encontrar la manera de comunicar a Macondo con el resto del mundo. Desecha la ruta de oriente –el camino por donde había llegado su abuelo Aureliano, fundador de Macondo– “porque sólo podía conducirlo al pasado”, así como las del sur y del occidente, las tres descritas con menciones que remiten a mundos extravagantes y fantásticos, de piratas y sirenas (16-17). La aventura los lleva por territorios ignotos de vegetación exuberante, reacia a la labor humana, y de un silencio “anterior al pecado original”. Luego de los muchos esfuerzos, concluye que Macondo está en una península. Es cuando concibe la idea, que no encuentra el respaldo de los macondianos por obra de Úrsula, de trasladar la aldea a un lugar que la acerque a la civilización que tanto anhela. En José Arcadio vemos personificadas muchas de las actividades desarrolladas por la

humanidad. Con esta andanza se vuelve explorador y geógrafo, sólo que de la manera original, inverosímil y caprichosa propia de las mejores criaturas de García Márquez. Cuando comienza a prestar atención a sus hijos, se convierte en el maestro de hechos insólitos y alucinantes que fabrica su enorme imaginación. “…desde 1600 es ya materialmente evidente que extraordinarios escritores, nacidos en América, expresan en la lengua castellana de sus regiones un complejo cuerpo verbal al cual no se puede llamar sino literatura”, afirma José Balza en Red de autores. Lo traigo a colación porque la obra de García Márquez continúa y ratifica ese fenómeno observado por el venezolano: el lenguaje y la maestría fabuladora de Cien años de soledad le confieren originalidad, audacia, magnificencia. En las manos de García Márquez las palabras, aun las más pedestres, parecen brillar, estremecerse, vibrar, agrietarse, y cobran cuerpo las analogías de Barthes entre la lectura con el eros y la escritura con la seducción. Su prosa encandila, opera un encantamiento. En su juventud pensaba que la manera más feliz y antigua de contar un cuento era cantando y la musicalidad de sus narraciones (uno de sus rasgos característicos) permite suponer que nunca desechó esa idea. Para García Már-

quez, no existe diferencia entre el lenguaje de la prosa y el de la poesía. Dice en Vivir para contarla (donde puntualiza la referencialidad de mucho de lo fabulado en su obra mayor, aun lo más insólito): Me alegró que un ensayista de tanto prestigio [Alfonso Reyes en La expresión literaria] se ocupara de estudiar las canciones de Agustín Lara como si fueran poemas de Garcilaso, con el pretexto de una frase ingeniosa: ‘Las populares canciones de Agustín Lara no son canciones populares’. Para mí fue como encontrar la poesía disuelta en una sopa de la vida diaria (245). Y con poesía escribió Cien años de soledad, monumental y felizmente viva a sus 50 años. LPyH Bibliografía Balza, José. 2011. Red de autores. Ensayos y ejercicios de literatura hispanoamericana. México: Bonilla Artigas. García Márquez, Gabriel. 1970. Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana. García Márquez, Gabriel. 2010. Vivir para contarla. México: Diana. Volkening, Ernesto. 2010. Gabriel García Márquez, “un triunfo sobre el olvido”. Bogotá: fce.

• Elizabeth Corral estudió en la unam, en la Universidad de Tolousele Mirail y en El Colegio de México. Es autora de libros, ediciones, capítulos de libro, reseñas, traducciones y artículos en revistas nacionales e internacionales. Trabaja como investigadora en la uv. Nota

1 A partir de aquí, todas las referencias a Cien años de soledad se indican sólo con el número de página.


Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo. César Vallejo

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Eduardo Ruiz Sosa ¿Qué sirenas volvieron loco a Ulises?, ¿las de los mares encantados con los que luchaban Homero, Conrad o el Sindbad de Owen; o las de estas ciudades atravesadas por el desierto y la espuma? Una vez, hablando con Negredo Alcázar, tiempo antes aun de marcharme, me dijo: El que se va siempre vuelve, nunca deja de volver el que se va. ya fui a la guerra, ya cumplí con todo aquello. El terror de la pesadilla no era el que había visto ya en los paisajes de Angola, aquella muerte y aquellos crímenes, sino la posibilidad de tener que volver a ellos, ya viejo, ya cansado, habiendo atestiguado todo eso antes, conociendo ya el falso misterio de la guerra, con el pelo lleno de canas y la barriga hinchada, con el miedo verdadero de presenciar nuevas atrocidades. Conocer el lugar al que se vuelve, escribió Gil Paz, es tan falso como conocer nuestro destino. El destino, sin embargo, continuaba el viejo Gil Paz, no es una escritura previa, sino una forma de la historia. Llamamos destino a lo que ya fue, no a lo que puede ser o lo que no ha sido. El destino es una forma de escritura que refiriéndose al futuro siempre se enuncia en pretérito.

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ra voz de los viajes es la que nos dice, distancia mediante, de dónde nos fuimos: nos enseña el panorama, la herida en toda su extensión, como una frontera que nos recorre interiormente. Como el libro, el lector es otro también cada vez que se enfrentan su mirada y la página. El País es, por tanto, una semejanza con el libro: a cada nuevo vistazo sus fronteras han cambiado, su himno y su bandera son otros, sus habitantes, o muchos de ellos, antes familiares, ahora encarnan una horda violenta, un amasijo de sangre. En una ocasión, Antonio Lobo explicó que su sueño más recurrente no era el recuerdo de la guerra de Angola, sino una emborronada escena en la que unos oficiales del ejército le decían que debía volver al campo de batalla. Pero si yo ya estuve ahí, decía él en los sueños, yo

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taca nunca estuvo aquí, o tenía que ser otra cosa, o alguien le cambió tanto la cara que la dejó irreconocible, o es que el viaje hace que uno confunda el rumbo cuando regresa y nada conserva su nombre ni su estampa, o es nuestro recuerdo el que se confunde y aquello que vivimos se parece menos a lo que de verdad es, o alguien nos mintió y en realidad nada pudo cambiar, y nosotros esperábamos una diferencia, o es que aún no hemos terminado de volver porque algo nuestro se quedó lejos, en cada escala del viaje, producto del desgaste y la erosión, o es que de verdad esto nunca fue Ítaca, y un bello poema nos engañó cuando nos íbamos y aún tenemos la esperanza de encontrar algo distinto, menos espinas, menos lumbre en la boca, pero al volver vimos cruces al lado del camino, silencios en el borde de un río batido por la tormenta, la garganta anudada en la voz, el corazón un puño ennegrecido. ¿Qué sirenas volvieron loco a Ulises?, ¿las de los mares encantados con los que luchaban Homero, Conrad o el Sindbad de Owen; o las de estas ciudades atravesadas por el desierto y la espuma? Una vez, hablando con Negredo Alcázar, tiempo antes aun de marcharme, me dijo: El que se va siempre vuelve, nunca deja de volver el que se va, nunca dejará de estar dejando de volver, jamás nunca estará lejos sin volver ni dejando de estar lejos en la vuelta: la vuelta es el imposible destino de los viajeros. Quizá detrás de sus palabras se escuchaban las sirenas, el canto rojamente eléctrico de sus voces, el aire plomizo lleno de heridas y azares terribles. Uno conoce el lugar del que se va, pero la verdade-

Crónica nunca escrita sobre el PRESENTE


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Dame tiempo para escribir mi destino, cuando ya todo haya pasado, escribió Gil Paz. Nadie decide el final del viaje. Una vez comenzado, todo deviene intersticio. El regreso es, así, otra forma del viaje. La primera vez que volví, desde la frontera hambrienta y mecanizada, atravesando el desierto en una peregrinación en la que tantos quedan en el camino, petrificados en la sal y la ventisca, el destino era eso que ya había ocurrido, irrevocable, y yo volvía buscando los huesos de una memoria compartida desde la infancia. El viaje al Mictlán, al País de la muerte, a Comala, a Santa María, a las Ciudades Invisibles, al Condado de Yoknapatawpha, a la

Hay viajes difíciles, Manuel, viajes muy complicados porque la ruta se afila en sus perfiles y hiere, porque es serpiente y constriñe y nos extravía sin que ello sea nuestra intención o nuestro deseo, rutas que se cortan con acantilados y cordilleras, caminos, incluso, que se ofrecen interminables y nos llevan a la extenuación. Pero hay otros viajes, los que son verdaderamente difíciles, que nunca quisiéramos empezar. Esos viajes comienzan, casi siempre, con un aviso: un mensaje, una llamada, un flaco silencio más elocuente que cualquier grito. Entonces, desesperados, rabiosos y en pleno llanto, subimos al autobús más pobre, al automóvil más viejo y

Hay otros viajes, los que son verdaderamente difíciles, que nunca quisiéramos empezar. Esos viajes comienzan, casi siempre, con un aviso: un mensaje, una llamada, un flaco silencio más elocuente que cualquier grito. Ínsula de Barataria, a las Islas Imaginarias, a Xanadú, a Mlch, a Tlön. El viaje a ninguna parte. Pero que no me digan que volver es imposible, Manuel, que no me digan que la muerte aleja y obliga a la resignación. Quizá el viajero, afincado ya en algún punto lejano, de repente consciente de que su vida transcurre en un lugar diferente y que siempre desea estar ahí donde nunca está, descubra entonces que su condición de errante no existe como clasificación en los estatutos legales modernos y que lo que él creía libertad, obligación o necesidad, ahora le otorga el nombre y la estatura de ser un inmigrante. El estatuto dice, intenta decir, que el viajero ya es un resignado. Pero no es así.

arrancamos por el camino con la esperanza, porque el viajero siempre tiene la esperanza, de que al llegar al destino obligado todo sea un error. Pero yo, ¿te acuerdas?, tenía la certeza porque el tiempo ya había crucificado los hechos en su epidermis, porque la repetición había hecho del rumor una verdad rotunda, porque había visto en las páginas de un diario tu nombre, sin erratas ni misterios, como una luz demasiado pura que no ayuda a ver. El viaje que empieza así es un lapso, un estado, ahora sí, de espera sin esperanza. He visto tantas tumbas, he viajado a países lejanos buscando sepulcros perdidos, y lo hice con la intención de quien se aficiona a los sarcófagos más antiguos, a los monolitos y los monu-

mentos, como un turista que, de alguna manera, anhela pertenecer a un recuerdo ajeno; pero volver a casa, Manuel, a la casa original, al espacio primero de la memoria, para encontrar la tumba de un hermano, que es lo mismo que la tumba de un pedazo de infancia, de un puñado de promesas, no puede ser otra cosa que la certeza de que nunca estuvimos en verdad lejos del crimen y la injusticia. En el rostro de cada viajero se consume poco a poco el motivo de su viaje. Con atención puede uno ver el efecto de la distancia: el destino. No veremos nunca, no seremos capaces de descifrar, las palabras que explican sus motivos, pero sí es posible encontrar los rasgos de la afectación en esas miradas silenciosas, en las voces lentas o en la prisa de los brazos vacíos que ya habrán de llenarse. Pero a la llegada los mapas cambian, o cambiaron mientras estuvimos lejos. Negredo Alcázar me dijo una vez que no hay ciudad que no se desfigure constantemente, que no hay individuo que no sea otro cada vez, que no hay memoria que se preserve intacta cuando el arrabal del tiempo y la distancia arrastra sus gestos. Es así como nos enfrentamos al presente. Es la pesadilla de Valdemar: creemos que el estado de hipnosis del viaje nos salvará de ver lo que en realidad le sucede al cuerpo del presente. Pero para el viajero es más real el viaje al presente, a un nuevo presente, que el viaje al pasado. No hay suspensión porque el tiempo, como escribió Borges, pasa para los otros como también para nosotros mismos. Esperamos, al regreso, encontrar cada cosa en el sitio en donde la dejamos cuando partimos, pero el presente es movedizo y constante y nada permanece en el mismo lugar por mucho tiempo. El viaje de regreso es la conciencia de que el cambio es lo único que no desaparece.


Julieta, hazte de una casa junto al mar y deja de soñar en la bañera que se me va la vida en tus cabellos, parte II

rota, o las carreteras alargadas en el sudor de los viajeros, el verano eterno donde parece que todo se ha perdonado. Recuerdo la sensación de cifrar en una llamada telefónica toda la esperanza que se tiene en la vida, y recuerdo el sonido alargado de los tonos eléctricos de quien al otro lado del cordel no contestará ya nunca, la callada compañía de algunos amigos que sabían que en aquellos viajes la carga de lo perdido era más pesada que cualquier equipaje. Es entonces cuando el camino enseña que la condición del ahora señala los valores otorgados a lo que antes, cuando fuimos otros, le dábamos la consideración de crimen, traición o pedantería: todo cobra

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son desierto todavía ni son bosque ya, su ciudad era, a estas alturas, una forma de aquella frontera que nunca pudo cruzar. Entonces dijo que las fronteras no están hechas para cruzarse, ni para establecer límites entre zonas geográficas que bajo ninguna otra circunstancia podrían diferenciarse, ni siquiera para dividir o separar, sino para expresar que ahí se vive en un intermedio sin nombre, en la escala de un viaje que alguien más empezó y que nunca pudo terminar. No temas, Manuel, yo creo que todas las fronteras caen por su peso. Recuerdo las escalas en medio del desierto, o los aeropuertos que prometían un rumbo hacia aquella otra esperanza que también acabó

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¿Quién me contó su regreso a la ciudad de Orabá? Fue que a la vuelta encontró que muy poco de él había en los que se habían quedado: lo recordaban como era antes de irse, y él los recordaba a ellos en la misma manera: ninguno actualizó la imagen del otro porque el proceso comunicativo en la distancia rompió sus hilos y su telegrafía. De pronto el amigo de la juventud no era un muchacho tímido, de pronto la ciudad era más grande, las calles más atestadas y la violencia, sobre todo la violencia, más desnuda. Juró que nunca volvería a la frontera, pero con los años se dio cuenta de que esta ciudad, en el vértice del trópico y la costa, en esos páramos que ni


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otra dimensión y el camino no se detiene. ¿Quién está más solo, entonces? Las escalas del viaje de regreso son la pausa que permite la escritura. El viaje, así, habita los feudos del libro, y el cuaderno de notas es la parte de testimonio y testamento al que las cosas del mundo y la vida nos orillan. ¿Qué pasa con esos fragmentos del viaje en los que no se escribe nada?, ¿qué pasa con los viajes que nunca conducen a la escritura? Pero si el viaje inicial, esa ida que es el germen de la errancia, el puro corazón del nomadismo, no posee trayectorias definidas y nos permite el extravío como el grado más alto de la seducción al viajero, el regreso sólo tiene una ruta y un destino. Si el viaje de vuelta no ofrece diversidad en su geografía, en su aritmética fundamental, es en el tiempo en donde se sucede el verdadero viaje: el viaje al pasado es entonces posible, el viaje a un pasado que al mismo tiempo es el futuro de los otros. Pero venimos de más lejos, de una distancia que ya se perdió y nos hizo perder lo que nunca tuvimos, lo que siempre soñamos con recuperar y evoca el futuro de un pasado con el que no cumplimos ningún pacto. La segunda vez volví desde el océano, la extendida llanura del tosco espejo del oleaje. Johannes Merrin, que fue marino, solía decir que había pájaros que volaban mar adentro, enloquecidos, que volaban hasta el cansancio y encontraban un naufragio, una balsa habitada por el desamparo, y que ese pájaro era para los perdidos la expresión física de una tierra cercana, una esperanza que les llenaba los ojos y el corazón, para creer, y morir creyendo, que el destino y la costa estaban cerca, sin saber que el pájaro tenía el mismo futuro que ellos: lejos de su mirada, ahí donde ya todo es siempre ese azul de los hospitales, caería sobre las aguas como una flecha

que busca el corazón más oscuro de la profundidad. Así, para el ahogado, cualquier mar está tranquilo, escribió John Barth. El gran pájaro metálico no era seña de esperanza, sino que venía guiado por una necesidad de descanso, como la aplazada promesa de un regreso definitivo que aún no llegaría. ¿Cómo son las caras de nuestros padres, de las hermanas, de los amigos que el tiempo va alejando?, ¿qué piedras quedan en pie de las casas que hicieron el barrio de la infancia, qué árboles, qué corrientes del río?, ¿cuántas islas se hundieron, cuántas emergieron desde lo hondo?, ¿cuántos, en fin, han muerto desde entonces? ¿Murió el yo que fui en esos años que ya quedan atrás?, ¿o es que los años no quedan atrás, sino que se acumulan dentro del cuerpo y yo sigo siendo aquel que creció ahí, que se fue, que ha vuelto tantas veces sin regresar definitivamente? Entonces sé que para que no adviertas que has muerto, Manuel, he de seguir hablándote, debo seguir contándote que en el presente en el que ya no estás los viajes siguen su curso y nuestra vieja Ítaca sigue sangrando en nosotros, en ti, en la memoria que tenemos de ti, a borbotones por la garganta y los ojos, a lágrima verde e inmadura, porque una muerte así, Manuel, es una muerte inmadura, demasiado joven para ser muerte real, demasiado pronto para olvidarte. La violencia, dice Gómez Dávila, cruel ministro de la limitada esencia de las cosas, impone las normas de la existencia actualizada, nos escribe las reglas de un mundo regido por la prevalencia del control y el miedo. El miedo, Manuel, también es un arma. Institucional espectro que ronda las calles, el miedo mueve más masas que cualquier revolución. En ese regreso hubo miedo, cautela exigida por el paso amenazante de un automóvil oscuro donde viaja

la muerte. El presente exige pausa, más que nunca, para no caer ahogados en los ríos espesos que borran la memoria. Eso es lo que Ellos quieren: que estemos todos ahogados en ese silencio, en esa ausencia, que estemos tranquilos, que nadie vuelva a hablar en voz alta, que seamos ciudadanos, educados y limpios, que abramos la puerta al ladrón y demos la espalda al asesino. Por eso, cuando volví, había hervidura y gritos, había balas y fraude y el corazón de mi familia tendido al suelo porque nos habían robado una esperanza; había silencio porque alzar la voz invoca a la venganza, y había cansancio, un cansancio ensayado desde la niñez, un cansancio que disimula la impaciencia y el hartazgo de los que amando a las víctimas sufren el abandono y la burla. Ahora, Manuel, todo el mundo es frontera: toda la ciudad es frontera y el trópico, ese cangrejo que nos invade, astronómico y desmesurado, pero terrenal y duro, abrasa a aquella lejana Ítaca a la que una vez le prometimos el regreso definitivo. Pero aunque el presente es lo que se oculta en este viaje, o aunque seamos nosotros los que lo escondemos porque el pasado y su evocación nos ofrecen consuelo y calma, es inevitable saber que lo que pienso determina lo que escribo, que lo que vivo determina lo que pienso: lo que vivo determina lo que escribo, Manuel, y en este presente escribo sobre ti como escribe un hermano que perdió a su hermano, como se escribe ese libro largo e interminable contra la muerte al que quizá, con inocencia, llamamos testimonio. Por eso el libro que habla del presente no tiene fin: se escribe continuamente y sin correcciones, se escribe como se vive porque el testimonio no permite volver a atrás, y toda escritura es una forma de la esperanza. La crónica sobre el


CANCIÓN José C. Carreño Medina Canta poeta, que tu voz retiemble en las calles [desoladas; que tu melodía vespertina habite las ciudades enfermas de gente. Canta poeta, que las almas abatidas añoran tu [cuerpo distante, que tu palabra en ruinas retiemble en sus centros la tierra. Canta poeta, que los corazones invencibles ya [despiertan, que en el Zócalo dormido retiemble tu espada desnuda. LPyH

• José C. Carreño Medina es profesor de Lengua y Literatura Hispánica en Truman Sate University. Es autor de Vigilias (Eón Ediciones, 2014), Serpientes y escaleras (Verbum, 2015), Guerra de palabras (Tintanueva, 2016) y Como si fuese a dejar la tierra (Lacre, 2017).

hoy en nuestro tiempo, como dijo Gonzalo Rojas, todo está escrito por el cuchillo. LPyH

• Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, 1983) es profesor en la Facultad de Historia de la uas. Estudió Ingeniería Industrial y es doctor en Historia de la Ciencia. Premio Nacional de Literatura Inés Arredondo 2007. Su primera novela, Candaya, fue finalista del Premio Chambéry.

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el anonimato más nombrado, nos busca veloz y traicionero, el crimen, y a veces, Manuel, nos encuentra. Pero entonces recuerdo a Johannes Merrin, aquel navegante borracho y loco, que decía: No te escondas del recuerdo porque el recuerdo se esconda de ti; no busques el olvido porque el recuerdo sea un cuchillo y no una caricia. Eso es, al final, la verdadera crónica sobre el presente: la aceptación de ese filo feroz que siempre llevamos clavado, Manuel, de que

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presente es la crónica que habla del futuro de los que nos esperan, de los que se quedan esperando, de los que nunca esperaron nuestro regreso, de los que no tienen esperanza, de los que desesperan y de todo aquello que sin el viaje y su afectación pudo ser un día nuestro propio futuro. Ese futuro de los otros es también nuestra herida, nuestro destino escrito en tiempo pasado. El secreto de los oráculos no es otra cosa que vaticinar nuestro pasado constante, ese presente que siempre se está marchando, como la expresión mística de un futuro revelador. Pero es en el viaje donde ese destino pretérito resulta evidente: el viajero constantemente se enfrenta con su propio testimonio, ese libro escrito desde nuestra voluntad en contra de la voluntad de la muerte. Así, la crónica sobre el presente es la continua convivencia con la herida, y la herida es, por naturaleza, conjugación de presente y pasado, de destino y memoria, de sangre y plomo, de testimonio y testamento. La crónica sobre el presente, Manuel, nunca se escribe, nunca se termina de escribir: es lo que siempre está por escribirse, pero es que al final, hermano, siempre terminamos escribiendo sobre el pasado. El presente es duelo, mucho más que cualquier pasado: el duelo es una espina del ahora, no un alejado experimento del pasado. Y es tan difícil escribir sobre el dolor, tan difícil escribir sobre el crimen y la injusticia, esas magnitudes tan poderosas en nuestro presente, porque el dolor se actualiza y vuelve a herirnos, no deja de herirnos, nos damos cuenta, pues, de que nunca ha dejado de herirnos porque nos sorprenden la añoranza y el llanto, así, de pronto, como una ola inesperada y blanca; y el crimen nos amenaza, nos persigue, por encima de todo y por debajo de las piedras, desde la distancia y


DOS POEMAS David Noria

Careo ergo sum So thou wast blind! Keats, To Homer.

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Borges ciego, Benveniste mudo: ¿agua al fuego, geógrafo sin mundo? Celda, no hüerto a fray Luis maestro; lento marinero Ulises sin puerto. Yo, ¿de qué carezco?

La nube Me alejo de vosotras como se aleja la nube de las campiñas que adora, pues si se queda descubre que se deshace y que llora. LPyH

• David Noria (1993) estudió Letras Clásicas en la unam y griego moderno en la Universidad Aristotélica de Tesalónica, Grecia. Ha publicado poesía, ensayo, traducción y entrevista en medios como La Jornada Semanal, Este País, Archipiélago, Tierra Baldía, entre otros.


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ROBERT DARNTON: enciclopedista del siglo xxi Rafael Toriz Darnton es uno de los iniciadores del proyecto Gutenberg-e y […] uno de los más agudos críticos del papel monopólico de Google sobre el patrimonio cultural de la humanidad con la tentativa, ahora frenada por el derecho estadounidense, de digitalizar todos los libros del planeta. iniciativa debido a que el proceso de digitalización estaba regido por los términos y condiciones de la compañía, con fines altruistas, en apariencia, pero más bien siniestros (la película Google and the World Brain registra los pormenores al respecto). Rafael Toriz: En tu último libro publicado en español, Censores trabajando. De cómo los Estados dieron forma a la literatura, intentas comprender la censura desde una perspectiva comparativista, leyéndola a través de la historia de la cultura y no desde la típica oposición entre libertad y represión. En ese sentido, ¿cuál es el papel del mercado para las sociedades occidentales en relación con lo que es posible decir o no en el presente? Robert Darnton: Vivimos en un mundo real de poder y dinero. Sería naïf de mi parte decir que todo

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ton impartió sendas conferencias sobre la censura en periodos específicos de la historia de Francia, India y Alemania Oriental, así como otra sobre los avatares de las bibliotecas y los libros de cara al presente y el futuro digitales. Darnton es uno de los iniciadores del proyecto Gutenberg-e y un militante convencido de la necesidad de pensar las correspondencias entre los distintos soportes del libro, a la vez uno de los más agudos críticos del papel monopólico de Google sobre el patrimonio cultural de la humanidad con la tentativa, ahora frenada por el derecho estadounidense, de digitalizar todos los libros del planeta. Desde 2011, tanto los gobiernos alemán como francés, y la biblioteca de Harvard, que inicialmente había cedido su patrimonio a la empresa a través de la digitalización de su acervo, dieron marcha atrás en la

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i bien en el presente no abundan ya los auténticos espíritus enciclopédicos –vocación que en sí misma constituye un baluarte– el caso del norteamericano Robert Darnton (1939) es único por varias razones. Graduado de la Universidad de Harvard y doctorado por la de Oxford como historiador, en los inicios de su carrera trabajó como reportero para el New York Times cubriendo el mundo del hampa en la Gran Manzana, antes de abocarse de lleno a la investigación y la docencia en Princeton, y en la actualidad es uno de los especialistas mundiales en la historia del libro, la cultura europea –se le considera uno de los mayores conocedores del siglo xviii francés–, la publicación electrónica y el llamado open access. Doctor honoris causa por más de una decena de universidades –entre las que sobresalen las de Yale, la Sorbona y la de Buenos Aires–, Darnton ha sido un agudo observador de las viejas y nuevas ecologías de la escritura, ya sea en su papel como bibliotecario de Harvard, como un lúcido y sugestivo ensayista o en su función de asesor de la Digital Public Library of America (dpla, fascinante y ecuménico emprendimiento disponible por la red), una tentativa por democratizar el saber global a través de la digitalización de los archivos de las principales bibliotecas del mundo con criterios horizontales y la cooperación mutua sin fines de lucro. Entre sus libros en español se cuentan los fascinantes ejercicios de erudición histórica La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, Edición y subversión, El coloquio de los lectores y, recientemente, Censores trabajando. De cómo los Estados dieron forma a la literatura; todos editados por el Fondo de Cultura Económica. Invitado por la Universidad Tres de Febrero a Buenos Aires, Darn-


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es posible, dado que existen todo tipo de restricciones entre lo que puede publicarse, quién lo hace y en qué contexto. No existe un único mercado literario sino diversos mercados y posibilidades. En los Estados Unidos tenemos cinco grupos editoriales muy poderosos, pero también hay cientos de editoriales medianas y pequeñas por todo el país y existe también todo un mundo de editoriales universitarias. El año pasado se publicaron 320 000 títulos y la cantidad de libros publicados crece cada año. Por el contrario, los libros electrónicos han decaído en un 10%. Yo diría que las posibilidades de publicación se están diversificando. Además, algo nuevo: el auge de la autopublicación. Más de trescientos mil libros fueron publicados por los propios autores en internet. Y no es vanity publishing , sino producción seria, de todo tipo. Se trata de una democratización de la autoría y no sólo de acceso al conocimiento. Un autor puede ensayar distintos caminos puesto que no existe una sola ruta hacia el mundo de las editoriales, lo que no implica que publicar una primera novela no sea tan complicado como correr un maratón. Yo no entiendo esto como censura, aunque algunos autores puedan sentirse excluidos por el mercado, puesto que entiendo la censura como el monopolio del poder por parte del Estado. rt: Me llama la atención que ubiques al Estado como el monopolizador de la censura cuando en tu libro The Case for Books señalabas la operación de Google como un monopolio maligno, al que primero apoyaste y luego no. rd: Google encarna el mundo del poder político y económico, puesto que cuenta con un lobby poderoso en Washington, D.C., además de que está en todas partes, incluso en Argentina, a través de diversas inducciones en los

sistemas culturales. Por ejemplo, la empresa fue a la gran biblioteca de Lyon [Francia] y ofreció digitalizar su acervo gratis, pero pidió la exclusividad del material por 25 años y los franceses dijeron que sí, lo que demostró el músculo de Google para controlar el acceso a sus archivos. ¿Es censura? Se podría esgrimir esa argumentación la cual entendería, pero yo lo llamo capitalismo, algo que existe también en el universo de las bibliotecas. rt: En este mundo hiperconectado, ¿cuál sería el papel del bibliotecario y las bibliotecas en un sentido comunitario? Pensando en lo que mencionabas al respecto de la literatura como una obra de ingeniería social. rd: Al referirme a ingeniería social hablaba del caso de Alemania Oriental. Los censores me dijeron al entrevistarlos, así como tú me entrevistas ahora, que la censura era una sistema de planeación por parte del Estado, algo muy diferente de un sistema abierto donde existe competencia. Creo que los bibliotecarios son más importantes hoy que nunca. Las bibliotecas siempre ha sido el sistema nervioso de la comunicación, puesto que la gente ha asistido a las bibliotecas para tener acceso a los libros pero también para orientarse e incluso para socializar entre sí. Ahora, en un mundo electrónico el rol del bibliotecario es más importante que nunca porque la gente necesita ayuda para acceder al ciberespacio digital: Google no es suficiente. Te doy un ejemplo que puede sorprenderte. Soy miembro del consejo de la Biblioteca de Nueva York, que además del famoso edificio y centro de investigación en Manhattan, cuenta con 88 bibliotecas de barrio, así que si estás desempleado y ya no puedes leer los avisos de trabajo porque desaparecieron de los periódicos, en los vecindarios pobres de

Nueva York puedes ir a la biblioteca local donde tienen acceso a la computadora y el bibliotecario te ayuda a buscar los avisos en línea, lo que ha convertido a la biblioteca en una especie de oficina de empleo, entre otras cosas, con un énfasis especial para los inmigrantes. En Estados Unidos tenemos 11 millones de inmigrantes ilegales, mayormente mexicanos. Si estas personas tienen un problema, ¿a dónde van? No con la policía, desde luego, ¡sino a la biblioteca! Porque los bibliotecarios van a auxiliarlos, incluso si la información tiene que ver con el hecho de cómo conseguir una licencia de conducir, además de que las bibliotecas de la ciudad ofrecen clases de inglés para la gente que


Robert Darnton. Foto: Flickr/Fronteiras do pensamento

con sus laberintos y bibliotecas infinitas, pero para mí, que soy lento, es un descubrimiento nuevo. rt: ¿Qué tan difícil ha sido para ti, en una sociedad como la estadounidense, articular una propuesta como la dpla de temple democratizador, contrario a los preceptos capitalistas de ganancia y beneficio? Imagino que en algunos ambientes debes ser considerado algo parecido a un pirata. rd: Tengo simpatía por los piratas puesto que estudié mucho sobre la piratería en el siglo xviii. Estoy convencido de que la mayoría de los libros que leyeron los franceses en la víspera de la Revolución fueron libros piratas, que era como llegaban los libros al público en general. No abogo por la pira-

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No existe una sola ruta hacia el mundo de las editoriales, lo que no implica que publicar una primera novela no sea tan complicado como correr un maratón. Yo no entiendo esto como censura, aunque algunos autores puedan sentirse excluidos.

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no lo habla. Algo que no he mencionado es que tanto la Biblioteca Pública de Nueva York como la dpla y el apoyo de las editoriales son algo fundamental para el sistema educativo, ya que han puesto a disposición libros electrónicos a través de tabletas, todo gratis para los pobres de varias ciudades con la intención de superar la brecha digital. rt: En tanto bibliotecario, ¿te sientes más cercano a la figura de Diderot o a la de Borges? rd: Ambos escritores me gustan, pero para ser honesto me siento más cercano a Diderot, y eso es porque he vivido la mayor parte de mi vida en siglo xviii. Para mí, Borges es demasiado nuevo; lo he estado leyendo desde hace un año,


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tería, aunque yo mismo he sido pirateado, lo que me ha reportado tener más lectores (sólo que trato de no revelarle esta información a mi editor). La edición es un negocio serio, deben cubrir sus costos y simpatizo con ellos; sin embargo la idea de publicar libros gratis es una forma de democratizar el acceso a la cultura. Y diría aún más: el público tiene derecho a tener un acceso libre a su cultura. La biblioteca de la Universidad de Harvard es enorme y costosa, y durante todo su historia ha estado reservada a unos cuantos privilegiados, por ello mi misión fue abrirla y volverla disponible para todos. ¿Dirán los editores, señalándome, que estoy socavando el mercado? Tal vez; sin embargo no he visto que eso ocurra, porque la dpla respeta el copyright. Sin embargo espero que los autores del presente, luego de la vida comercial de sus obras, cedan voluntariamente los derechos a esta biblioteca digital, para lo cual necesitamos también a los editores, a quienes debo convencer de que se trata de una buena idea. rt: Muy noble propósito. rd: Mmm, tal vez, pero no quiero sonar demasiado santurrón. Creo que si alguien lo hace es por sus intereses personales, como en el caso de los autores, que en última instancia tienen un deseo supremo: conseguir lectores, circunstancia que la dpla logrará satisfacer. No estoy pidiendo caridad, o –para decirlo en términos pragmáticos y no sonar utópico, aunque creo que las utopías son fundamentales– se trata de satisfacer intereses comunes. rt: Algo que me llama la atención es la diferencia entre la vocación ecuménica y universal de las bibliotecas estadounidenses por oposición al desangelado panorama de las librerías, donde es posible atisbar un provincianismo

Estoy muy preocupado por las librerías, sobre todo por las independientes, amenazadas por Amazon. Es verdad que las librerías se vieron afectadas por las cadenas; sin embargo han sobrevivido. ¿Podrán hacerlo contra los precios menores de Amazon, que los entrega a domicilio? No tengo la respuesta. galopante prácticamente en todo el país. Un caso sería la reciente librería abierta por Amazon, que sólo tiene los libros más comprados por sus clientes. ¿A qué lo atribuyes? rd: Estoy muy preocupado por las librerías, sobre todo por las independientes, amenazadas por Amazon. Es verdad que las librerías se vieron afectadas por las cadenas; sin embargo han sobrevivido. ¿Podrán hacerlo contra los precios menores de Amazon, que los entrega a domicilio? No tengo la respuesta. rt: ¿Cuáles son los alcances y los desafíos de la Digital Public Library of America? rd: El alcance es infinito. Creo que la dpla será una biblioteca mundial y tendrá disponibles casi

todos los libros alguna vez producidos. Por lo pronto, sólo se encuentran disponibles los libros de dominio público. Me preocupa saber si cambiaremos la ley de propiedad intelectual en los próximos 10 años. No confío mucho en el Congreso estadounidense, pero puede ser que algún día despierte y haga algo teniendo en cuenta el bien común en lugar del de los particulares, como sucede ya en Francia, Noruega o Japón, en donde están buscando maneras de dar acceso a la literatura gratuitamente. Tenemos que aprender unos de otros y encontrar el camino. rt: ¿Crees entonces que el copyright es enemigo de una sociedad democrática? rd: La forma en que yo lo presentaría es que necesitamos encontrar el balance correcto entre dos elementos que existen desde el comienzo del copyright. En la primera legislación de la propiedad intelectual hecha en Inglaterra en 1710 es muy claro: el copyright existe por dos razones: para promover el uso de las ciencias y las artes útiles y para reservar a los autores una ganancia de su creación. No estoy en contra del copyright sino a favor de un mejor equilibrio entre la propiedad intelectual y los derechos de autor, teniendo en cuenta la vida comercial del libro, las necesidades de los creadores y el fin ulterior: compartir y democratizar los frutos de la experiencia humana. LPyH

• Rafael Toriz es prosista de amplio espectro. Como ensayista ha recibido en México los premios Carlos Fuentes y Alfonso Reyes. Ha publicado los libros Metaficciones, Serenata, Del furor y el desconsuelo, Animalia (litografías de Édgar Cano) y La ciudad alucinada (fotografías de Aki Itami).


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EL PODER DE LA PALABRA y la lucha contra la violencia

Héctor Elías Romero Noble

¿Qué se hace cuando se pierde a un ser querido? ¿A quién reclamar esa ausencia? ¿Quiénes son los culpables? ¿Cómo recuperarse de ese dolor? Una posible respuesta a todas esas preguntas es, sin duda, la lectura de El olvido que seremos, obra que narra la entrañable vida del médico Héctor Abad Gómez. Gómez, padre del autor real, quien fue un hombre ejemplar con ideas certeras para mejorar el mundo, creyente de la justicia, practicante del respeto y la tolerancia, una esperanza en medio de toda esa insensibilidad encarnada en hombres y mujeres. Ahora bien, la evocación de la figura paterna, paralelamente, funciona como documento histórico que ratifica el auge y la evolución de la violencia en Colombia. Faciolince lleva a cabo dicho ejercicio a partir de los testimonios familiares, los textos de denuncia escritos por el padre, notas periodísticas y, sobre todo, los recuerdos de la infancia y la adolescencia que lo marcaron y le permitieron construir un bello recuerdo de su padre. La singularidad de ese cariñoso hombre lleva al pequeño Héctor a preferirlo por encima de todo: “Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger en-

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titución y sicariato, la intervención de los paramilitares, las atrocidades cometidas por la Iglesia, la impunidad, los secuestros, el narcotráfico, la opresión y otras desgarradoras situaciones mermaron las condiciones vitales de una inmensa cantidad de personas, quienes desafortunadamente en ese interminable trayecto perdieron la vida o a sus seres más queridos. De ese modo, la muerte de un individuo no sólo es la muerte real de una persona, también es la muerte metafórica de otras. Precisamente en esos bordes sucumben múltiples interrogantes: ¿qué se hace cuando se pierde a un ser querido? ¿A quién reclamar esa ausencia? ¿Quiénes son los culpables? ¿Cómo recuperarse de ese dolor? Una posible respuesta a todas esas preguntas es, sin duda, la lectura de El olvido que seremos, obra que narra la entrañable vida del médico Héctor Abad

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a violencia ha sido un lastre para América Latina. Millones de personas son prostituidas en contra de su voluntad y muchísimos otros ejemplos igual de dolorosos han formado parte de la historia de todo este conjunto de pueblos. Basta recordar la innumerable cantidad de guerras y enfrentamientos internos y exteriores; las infinitas listas de desaparecidos, secuestrados, desplazados y ejecutados aún sin resolver; el maltrato hacia quienes emigran a otro país en busca de una mejor vida; las deplorables condiciones en las que se encuentran. Ante ello, no han faltado explicaciones que buscan justificar o dar sentido a la inmensa y desproporcionada cantidad de actos violentos que se han cometido, se cometen y se seguirán cometiendo: evangelización, independencia, aculturación, progreso, orden, justicia son tan sólo algunas de las supuestas causas. Frente a esta hostil realidad brota una pregunta constante: ¿hasta cuándo? En esas luchas y enfrentamientos no existen ni la compasión ni la misericordia, mucho menos el respeto; tampoco hay implicaciones éticas de por medio; el único objetivo es el poder. En medio de ese caos, el arte surge como artefacto de salvación. Así, mediante sus reglas y posibilidades, la violencia puede ser representada. En este trabajo quisiera enfocarme especialmente en la capacidad de la literatura para, a partir de sus propios mecanismos, dialogar con la realidad. De esa necesidad por emprender un frontal ajuste de cuentas con el pasado y enfrentar una a una sus repercusiones, surge El olvido que seremos (2006), la novela del escritor Héctor Abad Faciolince, cuyo telón de fondo es la Colombia de la segunda mitad del siglo xx, un escenario donde el radicalismo, la guerrilla, los altos índices de pros-


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tre Dios y mi papá, y escogí a mi papá”.1 No obstante, el recíproco y exacerbado vínculo entre padre e hijo contrasta con la caótica y convulsa realidad de la que huyen al cerrar la puerta de la casa, aunque poco a poco ese espacio privado se contamina por el mundo de afuera, pues cada vez se hará más firme el compromiso social y ético que perseguirá Abad Gómez, al tiempo que irá en aumento el desprecio de los otros. En ese sentido, Faciolince rememora su infancia como una invitación al lector para que pueda comprender lo dolorosa que le resulta la pérdida del padre y la necesidad de reconstruir su vida y legado mediante la palabra. Quien dijo que a través de la escritura no se podía hacer justicia no conoció una de las infinitas oportunidades que da la pluma; para ello basta mencionar el ejemplo del médico Abad Gómez, quien además de promover el respeto al prójimo en casa, también lo hizo en la cátedra universitaria y, sobre todo, en los medios de comunicación nacionales. Sin embargo y por desgracia, esta actitud poco a poco comienza a aproximarlo al ineludible camino de todo ser humano: la muerte. Así, para nadie –ni para sus conocidos, amigos, colegas, familia (y mucho menos su hijo)– fue una sorpresa saberlo sin vida, ya que las amenazas a las que se vio expuesto, sus polémicas y contundentes denuncias, su espíritu de justicia y su diferencia en una nación tan herida, simbólicamente lo condujeron a cavar su propia tumba. Asimismo, en un pasaje de la novela Abad Faciolince escribe: “hay una verdad trivial, pues no hay duda ni incertidumbre al decirla, que sin embargo, es importante tener siempre presente: todos nos vamos a morir, el desenlace de todas las vidas es el mismo” (229); de esa forma, morir no

es el destino más doloroso cuando el ser humano se ve sometido y privado de sus derechos vitales; muchas personas caen en un abismo donde ese deseo casi natural por vivir se anula frente al horror que significa ser tan lastimado. Un claro ejemplo de esta circunstancia está consignado en la página

El título de la novela, […] sirve como un llamado para dilatar el camino inevitable que todo ser humano seguirá cuando haya perdido la vida, el olvido, y en esa propagación Abad Faciolince hace un llamado para recordar los brutales actos de violencia cometidos diariamente a manos de quienes supuestamente velan por el bien común. 214 del libro, en la cual el escritor recupera algunos fragmentos de uno de los más valientes artículos firmados por su padre. En tal texto, el médico encara frontalmente a todas las autoridades de su país, quienes (entre muchas otras atrocidades) volvieron la tortura una práctica común en los “interrogatorios de rutina”. A continuación comparto parte de estas lastimosas líneas: Yo los acuso de colocarlos en medio de un cuarto, venda-

dos y atados, de pie, por días y noches enteras, sometidos a vejámenes físicos de la más refinada crueldad, sin dejarlos siquiera sentarse en el suelo un momento, sin dejarlos dormir, golpeándolos con pies y manos en distintos lugares del cuerpo, insultándolos, dejándolos sin camisa, en altas horas de la madrugada para que tiemblen de frío, hasta hacer inaguantables los calambres, los dolores, el desespero físico y mental, que ha llevado a algunos a lanzarse por las ventanas, a cortarse las venas de las muñecas con pedazos de vidrio, a gritar y a llorar como niños o locos, a contar historias imaginarias y fantásticas, con tal de descansar un poco de los refinados martirios que les imponen (214). En ese tenor, el título de la novela, además de hacer alusión a lo efímero del tiempo y de la existencia, sirve como un llamado para dilatar el camino inevitable que todo ser humano seguirá cuando haya perdido la vida, el olvido, y en esa propagación Abad Faciolince hace un llamado para recordar los brutales actos de violencia cometidos diariamente a manos de quienes supuestamente velan por el bien común; para recordar a todas esas personas que no sólo han sido privadas de la vida, sino también de su dignidad humana; para recordar a quienes en un acto de valentía han sido capaces de luchar por causas justas, y para recordar todas las heridas que los gobiernos y las instituciones religiosas han dejado en la memoria colectiva e individual de los Estados latinoamericanos. También El olvido que seremos es la primera línea del soneto “Epitafio”, de Borges, que el médico colombiano lleva en su peregrinar hacia la muerte, junto con


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to ser destituido de sus funciones académicas. Abad Gómez huye también por la impotencia de verse en medio de disputas ideológicas, en las cuales el bienestar colectivo pareciera ser la última razón: tanto para los defensores de la izquierda como para los de derecha lo más importante siempre fue el poder y a costa de ello no importaba hacer hasta lo imposible para llegar a la cima. En ese sentido, el texto es bastante crítico con los preceptos que sustentaron, desde el siglo xix, las dos grandes vertientes políticas de América Latina. Si realmente había un compromiso en cada trinchera, ¿entonces

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y prevención en toda la ciudad; ese conocimiento de la situación ajena lo condujo a exponer en El Mundo de Medellín y El Tiempo de Bogotá la negligencia de las autoridades en los asuntos de salud pública y el desinterés por mejorar las condiciones de vida de los más pobres, razón por la que se ganó el odio y el repudio político. Asimismo, ese rechazo fue visible en la Universidad de Antioquia, donde en múltiples ocasiones fue sentenciado por sus superiores y blanco de calumnias por sus colegas. Por ello, en cierto momento tuvo prácticamente que autoexiliarse, viajando frecuentemente a Asia para no someterse a la censura o en cualquier momen-

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un listado de cuya existencia se percata cuando de una emisora radiofónica lo llaman para informarle “que su nombre estaba en una lista de personas amenazadas que había aparecido en Medellín, y que en ella se decía que iban a matarlo” (232). El poema, entonces, cobra especial relevancia tras su asesinato, pues funge como homenaje para quienes, como él, han muerto en la defensa de sus ideales o han sido mártires en esas luchas. No obstante, la muerte de este hombre llega muy tarde en comparación con su labor altruista. Desde la cátedra universitaria corroboró su compromiso social al implementar campañas de higiene


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Andrea y el invierno

por qué en ningún grupo ideológico tuvo lugar este cálido personaje? Sin embargo, a fin de cuentas nada ni nadie podrá ensombrecer la notable labor social que Héctor Abad Gómez realizó en su afán de mejorar el mundo. Lo más admirable fue su capacidad para no perder la fe (y no precisamente la cristiana) en medio de tantas ejecuciones, tantos muertos, tantos condenados al olvido. Por otro lado, desde la infancia de Héctor Abad Faciolin-

La escritura busca lo imposible: el triunfo del recuerdo sobre el inminente olvido, pues si bien este último es una condena que todos algún día pagarán, nadie dijo que no vale la pena luchar.

ce hasta su adultez siempre hubo una sombra: la religión. Desde pequeño recibió dos formaciones: la de su padre y la de la hermanita Josefa, quien quiso inculcarle la palabra de Dios, sin obtener los resultados esperados. A propósito de ello, es inevitable preguntarse por qué tanta gente mala sigue su paso por la vida sin ninguna represalia, pero sobre todo dónde está Dios cuando matan, ultrajan o violan a tantas personas inocentes.


Este desconsuelo frente a la vida se acentúa con la pérdida del padre: en tales circunstancias es imposible saber cómo piensa Dios, cuáles son sus criterios para tomar decisiones, por qué se lleva del mundo a gente tan noble. Héctor Abad Gómez muere trágicamente el 25 de agosto de 1987 y aunque un sicario le descarga seis balazos, en realidad hubo muchos culpables, cuyos nombres todavía están en las tinieblas, y si existe el infierno, ellos son su representación humana. Así, la muerte del padre, y la de todos sus compañeros de lucha, despierta la conciencia de Faciolince, quien tras verse en ese desolador estado decide tomar justicia mediante la palabra. A través de ella reconstruye los momentos más memorables de sus dos vidas, la que vivió con su padre y la que empezó a vivir cuando supo que ya no lo vería jamás. La escritura busca lo imposible: el triunfo del recuerdo sobre el inminente olvido, pues si bien este último es una condena que todos algún día pagarán, nadie dijo que no vale la pena luchar como Héctor Abad Gómez lo hizo a través de su labor periodística, académica y altruista y como Héctor Abad Faciolince lo hace mediante este emotivo y nostálgico texto. LPyH

• Héctor Elías Romero Noble es estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la uv. Actualmente es corrector de estilo independiente.

Nota

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1 Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos (México: Planeta, 2011), 11. En adelante, todas las referencias serán de este libro.

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Sí, creer en Dios es también una manera de reconfortarse, de pensar que él sabe perfectamente el porqué de cada cosa en el mundo; así, hasta los más desamparados y dañados se congregan ante su palabra, pensando que su compañía les asegurará la felicidad y servirá como escudo ante tanta hostilidad. Sin embargo, esa idea contrasta mucho con sus representantes terrenales: ellos han ordenado asesinatos, han cerrado las puertas de los templos sagrados a

“personas no gratas”; han conspirado con la mafia; muchas veces no han cedido ante el dolor de los demás; han conocido los trasfondos de las decisiones políticas; han provocado los cuestionamientos a la institución religiosa; han desacreditado a Dios. Paradójicamente, esos “defensores del bien” siempre desacreditaron a Abad Gómez e incluso ya muerto le negaron el derecho a ser despedido en la casa de Dios; nunca se expresó mal de él y aunque no asistiera cada domingo a misa, sentía especial respeto por su misericordiosa personalidad. A pesar de su complicada relación con la Iglesia, siempre buscó que su hijo respetara la fe católica, pero tal empresa no se cumplió del todo, pues la actitud de los funcionarios religiosos era reaccionaria y agresiva; ésta alcanza su punto álgido cuando sale a la luz pública un comunicado en cuyas líneas se atacaba al médico de Medellín. A ello se suma el hecho de que padre e hijo no encontraron en la religión “una cura milagrosa”, como el resto de la gente, ni tampoco la resignación cuando ellos perdieron a algunos de sus seres más queridos, sino un antídoto que “los corderos de Dios” usan para cegar de la realidad a todos sus devotos (son por todos conocidos los fines con los cuales la Iglesia ha impuesto su dominio en momentos de revuelo ideológico y político). Por su parte, con la pérdida de Marta (hija de Gómez y hermana de Faciolince) la familia comienza a desafiar a Dios; nadie entiende cómo un ser tan joven pueda irse de la vida: “Un cáncer, a los dieciséis años, y en una muchacha así, como era Marta, producía un dolor y un rechazo insoportables” (156). Y el día de su muerte ningún santo, ningún pasaje bíblico, ningún proverbio, nada pudo apaciguar esa pena tan profunda e insuperable.


ESPEJOS Marco Antonio Toriz Sosa “Me gustan los espejos porque esconden algo”, solía decir. Repetía esta frase cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Era su manera de pedirme que no me detuviera. La complacía. Al final se arqueaba, alcanzando el clímax, y se miraba en el reflejo del techo.

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A Eduardo Oyervides, Felipe Ramírez, Iván Pérez y al resto de la generación Aldomi Estás solo y no hay nadie en el espejo “Un sábado” Jorge Luis Borges

C

onocí a Luz como a todas las mujeres con las que traté durante ese tiempo. Yo pasaba por una época difícil. No me interesaban las relaciones serias. Me importaba, sin más, el dinero que obtenía siendo el dueño de una pequeña empresa. Entre la gama de putas que se ofrecen a lo largo de Tlalpan, ella me atrajo. Me gustó el quiebre de sus labios cuando sonreía. Era como ver a una mariposa con el ala a punto de quebrársele. Luz tenía una cicatriz en el lado izquierdo del labio superior. Nos miramos. Se acercó al auto y, sin esperar a la negociación, se trepó. Aceleré. Miré al resto de las mujeres que se congregaban a lo largo de la calzada por el retrovisor. Decirle que no a

las putas es como negarle el robo al asaltante. Luz era diferente, no aceptaba un “no” por respuesta. En el camino concretamos el asunto y ella escogió el hotel. Me indicó cómo llegar. Era un edificio de seis pisos con un inservible letrero de neón, detrás de un Mc Donald’s sobre la calzada. Jamás habría sospechado que el hotel estaba allí. Pagué en la recepción. Subimos. Lo que me sorprendió del cuarto era su amplitud y, sobre todo, la cantidad exorbitante de espejos que cubrían las paredes y el techo. “Me gusta verme cuando cojo”, explicó; luego comenzó a desnudarse. Me quité el saco y aflojé la corbata. Poco a poco Luz me fue quitando el resto de la ropa mientras sus labios no paraban de besarme. “Creía que las putas no besaban”, dije. Luz fingió no haberme escuchado. Tenía los labios suaves y besaba bien, con detenimiento y, a riesgo de sonar paradójico, sin parar. Besaba con los ojos abiertos para mirarse de reojo en los espejos.

Me desnudó por completo. Ella sólo se quedó con el top. No era una mujer de senos voluptuosos ni caderas amplias; vista de lejos parecía una niña de unos quince años. Eso me excitaba y, de igual manera, me asustaba. La miré. Me ofrecía su sexo húmedo. La penetré con fuerza. Tuvimos un orgasmo al mismo tiempo. Supe que había encontrado a mi mujer. En las noches siguientes en que fui a buscarla, ella subía al auto como si me conociera de toda la vida. Ninguna otra mujer se acercaba. Delimitaba bien su territorio. Luz cuidaba a cada cliente al punto de celarlo. Me gustaba su seguridad; también sus ojos, que eran negros en su totalidad: me excitaba verlos aferrados al espejo, en la imagen de su cuerpo retozando sobre el mío. Producía en mí un placer que nunca había sentido. Creí estar enamorado. Se lo dije. –No puedes vivir enamorado de una puta, Manuel. Ninguna dejaría el negocio por ti –respondió después de confesarle que no buscaba una relación seria, pero que con ella la pasaba bien–. Me gustó su respuesta, era sincera. Después dijo que le agradaba estar conmigo. Me besó con los ojos abiertos. Cogimos hasta que el recepcionista llamó a la puerta argumentando que el tiempo había expirado. Esa noche quise pagarle el doble. Ella no accedió. “Me gustan los espejos porque esconden algo”, solía decir. Repetía esta frase cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Era su manera de pedirme que no me detuviera. La complacía. Al final se arqueaba, alcanzando el clímax, y se miraba en el reflejo del techo. Yo miraba con detenimiento la imagen de sus ojos que el espejo me ofrecía. El orgasmo de Luz era especial. Yo me sentía satisfecho ofreciéndole mi entrega. Yo no era


Me sorprendían sus palabras. La forma en que decía las cosas causaba cierto impacto en quien las recibía. Era directa y no temía a la reacción del otro. La confianza entre ambos creció al punto en que me confió uno de sus sueños. Un sueño repetitivo en el que ella corría por un largo

Me gustaba verme en el espejo. Desde que Luz decía que “tenían algo” comencé a creerlo. Mi abuela contaba que detrás de cada espejo había otra realidad. Un cuento para niños que entendí siendo adulto. Era eso: Luz quería escapar a otra realidad. Otra vida, quizá. Eso significaba su sueño. Pensé en decírselo en cuanto la viera.

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pasillo sin tocar el suelo. Flotaba. Al final del pasillo había un espejo enorme. Ella corría (o flotaba) tan rápido que chocaba contra él y lo atravesaba. Cuando abría los ojos se encontraba a sí misma en un lugar oscuro. Podía ver su reflejo detrás del espejo. Lucía triste. Me confió su sueño porque buscaba una interpretación. Yo no sabía qué decirle. A pesar de dejarme sin palabras, Luz interpretaba mi mirada y, según ella, con eso le bastaba. “Tú no me dices que es-

toy loca”, solía decir. Y me besaba. Me gustaba verme en el espejo. Desde que Luz decía que “tenían algo” comencé a creerlo. Mi abuela contaba que detrás de cada espejo había otra realidad. Un cuento para niños que entendí siendo adulto. Era eso: Luz quería escapar a otra realidad. Otra vida, quizá. Eso significaba su sueño. Pensé en decírselo en cuanto la viera. Tenía que ser en ese instante. No sabía si ella conocía también la historia de las otras realidades y por eso le atraían tanto los espejos. Desconocía cuáles eran sus intenciones. Esa noche fui por ella. Encontré a Luz en donde siempre. Lucía un poco confundida entre el tumulto de prostitutas que la rodeaban. Toqué el claxon y volteó a mirarme. Sonrió un poco y noté su cicatriz, más que en otras ocasiones. Subió al auto y en todo el camino no dijo nada salvo para pedirme que fuéramos a otro lugar distinto. Me extrañó, pero accedí. La llevé al hotel al que pensaba ir con ella la primera vez, cuando la conocí. Pagué y subimos al cuarto. La habitación era pequeña y tenía una cómoda con un espejo redondo. Luz se acercó a la cama y la destendió. Tomó una sábana, cubrió el espejo y parte de la cómoda. Hizo lo mismo con el que colgaba en el baño. Luego, sin decir nada, me indicó que me acercara. En cuanto estuve frente a ella me tomó del cuello de la camisa y me besó con tristeza. Me aparté y la miré con detenimiento. Sus ojos escondían el secreto de los espejos. No supe qué decir. Sólo nos acostamos en silencio. La abracé. –Lo vi –dijo después de un rato–. Era Fermín. En el espejo… Me quedé sin palabras. Sabía que decía la verdad. Su seguridad la delataba, a pesar de contener el llanto. Me contó que la noche anterior, al salir del hotel, después de estar conmigo sintió que alguien la

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su único cliente, era sólo el más constante. Jamás le pregunté por su vida. Fue una forma de brindarle la privacidad que a la hora del sexo no existía. Ella solía contar fragmentos aislados de su pasado mientras volvía a vestirse, mirando su imagen en el espejo más cercano como si se lo contara a ella misma. Había terminado en el negocio de la prostitución después de enamorarse de un malviviente de la colonia Portales llamado Fermín, quien la sacó de su casa prometiéndole matrimonio. Tenía sólo veinte años. Antes de eso fue estudiante de Letras. Leía con apego y le interesaba cultivarse. No volvió a separar las páginas de un libro; en cambio, sus piernas se abrían con frecuencia. Vivía en un pequeño departamento de la Obrera. Cuando Fermín murió en un accidente, ella tuvo que seguir en el negocio porque no sabía hacer nada más. Jamás probó las drogas. Nunca la vi llorar. Me reveló su edad: tenía veinticinco, en un par de meses cumpliría veintiséis. Así era Luz: contaba las cosas como si no fuera ella la protagonista. Luego ponía sus brazos alrededor de mi cuello y se despedía de mí con un largo beso. Me contó una noche que su madre le había enseñado el arte de la quiromancia. Se sentó y me tomó la mano izquierda. “La mano del destino”, mencionó. También dijo, después de mirar con detenimiento la palma y acariciar los varios montes y las falanges, que, al igual que ella, moriría joven. Me mostró su mano, señalándome la línea de la vida. Luego comparó. Ambas tenían una línea corta; sin embargo, las líneas del amor y de la sabiduría eran extensas. “La ventaja de la sabiduría es la trascendencia”, repitió un par de veces. “No mueres por completo, hay una parte de ti que se queda en los demás”.


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Julieta, hazte de una casa… parte I

seguía y apresuró el paso. Al llegar a su departamento se dio una ducha. Salió del baño y en el espejo de su puerta halló a Fermín. Ella se acercó y escuchó sus palabras. Fermín le contó que los espejos, en efecto, ocultaban algo más: una vida mejor. No describió mucho al hombre: era un tipo de barba cerrada y ojos rasgados. Dijo que se parecía a mí. Lo más importante de él era que en la cuenca del ojo izquierdo crecía un abismo. “Marcas del accidente”, dijo Luz. Luego calló. Estaba dispuesta a salir del cuarto. “No me has contado cómo fue el accidente”, le dije para que volviera a mi lado, aun sabiendo que no hablaría más de ello. Se

Salió del baño y en el espejo de su puerta halló a Fermín. Ella se acercó y escuchó sus palabras. Fermín le contó que los espejos, en efecto, ocultaban algo más: una vida mejor.

sentó al borde de la cama y me miró a los ojos; luego me explicó que la gente, al estar llena de envidia y pensar en su propio bienestar, sólo mira su imagen en los espejos. “No miran más allá”, dijo, y soltó una lágrima que limpió con premura. La cuidé. Pagué la noche completa en la recepción y me quedé con ella. No le pregunté más del accidente de Fermín. Le repetí que estaba enamorado de ella. Me tomó de las manos y dijo, con una mueca llena de terror: “Si me quieres de verdad, no rompas los espejos”. No supe qué contestarle. No hablamos más de nada. Nos quedamos así, acostados, hasta dormirnos. Cuando desperté, Luz ya no estaba. No me extrañó. Miré hacia la cómoda y el espejo ya no estaba cubierto con la sábana. Me sentía agotado. Desde que conocía a Luz no había tenido una noche de descanso. Prometí darme una noche para mí. Me quedé en casa desde temprano y sólo salí para comprar comida. Después de comer, me acosté, dispuesto a dormir, no sin antes mirar hacia el espejo, esperando encontrar algo distinto, algo que revelara la otra dimensión de la que hablaba mi abuela, la otra dimensión que había obsesionado a Luz. No hallé nada contrario a lo que estaba acostumbrado a mirar. Sólo hallé la imagen de las paredes debido a mi posición con el espejo. Algo tendría que estar mal. Tomé el reloj despertador y lo lancé con fuerza. Vi cómo la imagen de las paredes se fragmentaba al golpe del reloj. “No rompas los espejos”, me había advertido Luz, y yo, como intentando separarme de ella, la desobedecí. Pasó un tiempo antes de que buscara a Luz (o al menos pensara en ella). Decidí volver a verla cuando uní los trozos fragmentados del espejo roto aquella noche en que decidí no buscarla más. Era como armar un rompecabezas.


una copia de la llave. “Por si acaso”, dijo, y me miró con una mueca de extrañeza. Como si tratara de reconocerme. Subí de par en par los escalones. El aire me faltaba. Cuando por fin me hallé frente a la habitación no supe qué hacer. Golpeé la puerta, pero nada sucedió. Tomé, entonces, la llave que el recepcionista me había ofrecido y abrí. Penumbras. Bajo los pies crujían fragmentos de un espejo roto. Alargué el brazo y accioné el apagador. Me estremecí.

una vez más. Yo la amaba. Ella lo sabía. Lloré mientras la abrazaba. Había roto mi promesa cuando lancé el reloj hacia el espejo. Yo maté a Luz. Cuando la ambulancia procedió a retirar el cuerpo, ya me había calmado un poco. Me levanté a cerrar la ventana y, bajo ésta, hallé el fragmento que faltaba en el espejo de mi casa. El espejo de la última noche en que la vi. Tenía manchas en los bordes. Era sangre. Era el arma homicida. Por un momento pensé que el espejo que tenía entre manos succionaba la vida de Luz.

Manejé hasta el hotel del Mc Donald’s. En la recepción pregunté por Alma. Ese era el nombre que Luz solía dar en los hoteles. El recepcionista se mostró serio, como si hubiera visto una aparición. Me recriminó la pérdida de una llave, argumentando el precio de ésta. No supe a qué se refería. Intercambiamos unas cuantas palabras que me sonaron a nada. Sobre la cama se hallaba Luz. Parecía dormir dándome la espalda. Frente a ella, una ventana que se hallaba abierta. No había rastro de alguien más en la habitación. Éramos sólo ella y yo. Caminé hasta ella y la moví un poco. No respondió. Me costó darme cuenta. Luz estaba muerta. Llamé a recepción. El recepcionista, después de subir a verificar la historia que le había contado, se encargó de llamar a una ambulancia. Me senté a un lado del cuerpo inmóvil de Luz. La miré. Miré su espalda y el perfil que me ofrecía, oculto. La puse bocarriba para mirar su rostro

La otra vida. Otra realidad. Me parecía que el espejo se movía, como un gusano. Lo limpié, me miré. En la imagen reflejante de mi rostro que aquel me otorgó, descubrí que mi ojo izquierdo ya no estaba. Sólo un abismo. “Marcas del accidente”, pensé. LPyH

Marco Antonio Toriz Sosa estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la unam. Fue becario del curso de Creación Literaria para Jóvenes (2015) de la flm y la uv, y en 2017 ganó el segundo lugar de la revista Punto de Partida unam (cuento).

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Luz tenía razón cuando dijo que no debía romper un espejo. Cuando tuve todos los segmentos –o casi todos–, noté que faltaba una pieza larga, del tamaño de mi antebrazo. Por más que busqué aquel trozo, no lo hallé. Luego recordé la historia de Fermín. La historia que nunca conocí y la descripción que Luz me pudo dar de él aquella noche. Se parecía a mí. ¿En qué sentido? Me sentí impotente. Había caído en la locura, quizá. Luz era mi norte. Mi perdición. Sentí rabia. Quería matarla. Borrarla para siempre de mi vida. La piel se me erizó en el momento. Todo cobró sentido. Anduve hacia el carro. Salí en busca de Luz. Al llegar al sitio ella no estaba. Pregunté a un par de putas que me parecieron conocidas. Las había visto platicando con Luz un par de veces en que fui por ella. Una de ellas me reconoció. Dijo que Luz se había ido hacía horas con un cliente nuevo que la frecuentaba diariamente desde que yo comencé a faltar. Le pregunté por el hombre y su descripción me dejó sin habla: “Es grande, tiene barba, le falta un ojo”. Luego me ofreció sus servicios. Ni siquiera le contesté. Pisé el acelerador con fuerza y me fui de allí. No pregunté su paradero. Sabía bien en dónde estaba. Manejé hasta el hotel del Mc Donald’s. En la recepción pregunté por Alma. Ese era el nombre que Luz solía dar en los hoteles. El recepcionista se mostró serio, como si hubiera visto una aparición. Me recriminó la pérdida de una llave, argumentando el precio de ésta. No supe a qué se refería. Intercambiamos unas cuantas palabras que me sonaron a nada. Después de aceptar un mísero soborno, me indicó la habitación en donde Luz (o Alma) pasaba la noche. Me dio

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Mediante el ejercicio de establecer paralelismos y encontrar curiosas coincidencias, Lino Monanegi revisa en “Los días de la farsa” algunos pasajes importantes de la historia de México durante la centuria 1917-2017, en los que, hoy como ayer, aparece la presencia amenazadora de nuestros vecinos del norte. Jorge Tirado discurre sobre lo mundano como la forma en que la modernización capitalista ha construido mitologías

estado y

Sociedad sobre el poder simbólico del dinero y las mercancías, pero también en torno a las ciencias, las tecnologías, etc., ocultando las prácticas de dominación subyacentes y el empobrecimiento social que resulta. ¿Cómo usar la hermenéutica como un posible camino terapéutico? Tal es la pregunta a la que da respuesta Mónica Domínguez en “El arte de la interpretación y el análisis clínico como su lienzo”. Goddbye, Bob Dylan>



LOS DÍAS DE LA FARSA: UN EJERCICIO DE CONCOMITANCIAS

Lino Monanegi El tiempo, vieja farsa siniestra, tren que descarrila continuamente…

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André Breton

M

A la noble industria del tamal

e entretienen las efemérides, más aún las correspondencias que se sostienen de un cabo a otro entre los días pasados y el presente. Ahora mismo entre el año 17 del siglo xx y el del xxi. La historia tiene sus paralelismos, sus correlatos, y a veces pareciera que en su aburrimiento cronológico juega frente al espejo a repetirse en ella misma ociosamente. Las fechas que a continuación recojo son un ejemplo; una muestra simple y evidente de lo antes dicho. *** El pasado jueves 2 de febrero –en el santoral, día de la Virgen de la Candelaria− en las pantallas agonizantes de los televisores mexicanos se informó que The Associated Press corregía la nota sobre el con-

tenido de la llamada entre el presidente Enrique Peña Nieto y su h o m ó l o g o n o r te a m e r i c a n o Donald Trump, la cual durante el día había dado a conocer que el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América amenazó al sexagésimo cuarto presidente de México con enviar tropas a nuestro país para detener a los “bad hombres”, ya que el trabajo del ejército mexicano era no sólo insuficiente sino cuestionable: “You have a bunch of bad hombres down there”, dijo un presidente al otro. “You aren’t doing enough to stop them”, advirtió el mismo. “I think your military is scared”, sentenció y, tan tranquilamente, intimidó diciendo: “Our military isn’t, so I just might send them down to take care of it”. La noticia llegó durante ese día hasta los soberanos territorios de las cocinas mexicanas. La amenaza no pasó inadvertida, revivió de entre rescoldos el miedo intervencionista. Provocó, tristemente, temor entre las ollas y vaporeras. Hizo que, del puritito miedo, los tamales no se cocieran. Desgracia nacional por donde se le vea.

Cerca de un centenar de años antes −partiendo de ese día en que los tamales, cobardemente, se encuataron−, el 5 de febrero de 1917, la última de las tropas estadounidenses de la fracasada expedición punitiva de 1916, enviada a México para intentar capturar a Francisco Villa, y comandada por el general John Joseph Black Jack Pershing, salió del territorio mexicano sin llevar cautivo al bad hombre que perseguía. La llamada Tercera Intervención Estadounidense empeoró las, ya de por sí, malas relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, generando un conflicto que cerca estuvo de terminar en declaración de guerra. Fue, finalmente, un lunes –quinto día del mes de febrero, aquel año− cuando Pershing y sus hombres abandonaron el suelo mexicano, ante la inminencia de la entrada de su país en la Primera Guerra Mundial. *** A inicios del año 2017, justo ocho días más tarde de la investidura presidencial de Donald Trump, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu se asomó desde el zohar de su arca y lanzó fuera el avechucho de Twitter con un mensaje donde celebraba la idea de levantar un muro en la frontera sur de Estados Unidos; el tweet, recordarán, fue este:

Siguiendo la línea de las equivalencias históricas, también fue un día 28, éste de marzo de 1917,


cuando las autoridades turcas que controlaban Jerusalén desde hacía cuatro siglos decidieron expulsar a las comunidades judías de las ciudades de Tel Aviv y Jaffa. En el libro The Banality of Indifference: Zionism and the Armenian Genocide, del historiador israelí Yair Auron, encontré un testimonio que cuenta los días del terrible suceso. Lo traduzco a continuación: ...los ocho mil deportados de Tel Aviv no estaban autorizados a tomar ninguna provisión consigo, y después de la expulsión de sus casas fueron saqueados por turbas beduinas; dos judíos yemenitas que trataron de oponerse al saqueo fueron colgados a la entrada de Tel Aviv para que todos pudieran verlos, y otros judíos fueron encontrados muertos en las dunas de Tel Aviv. ***

las anteriores definiciones, distantes, completamente, al ideal de democracia, libertad y globalidad contemporánea. La fatalidad corre sin prisa en las venas de los pesimistas, vendrán sin duda días de guardar.

Durante los primeros días la administración de Donald Trump ha actuado en consonancia con las anteriores definiciones, distantes, completamente, al ideal de democracia, libertad y globalidad contemporánea.

Estados Unidos comparte con Canadá la frontera terrestre más larga del mundo, su longitud es de 8 893 kilómetros. Se traza a lo largo de todo el sur del país de la hoja de maple, así como en el noroeste donde, con una línea recta y vertical, el límite se levanta para separar a los dos países otra vez; colindado al cauro se encuentra Alaska, estado no contiguo de los Estados Unidos continentales. La tierra grande de Alyeska fue comprada hace 150 años –el 18 de octubre de 1867− por el gobierno estadounidense al imperio ruso, por un valor total de 7.2 millones de dólares que entraron a las, entonces, exiguas arcas del gobierno del zar Alejandro II. Alaska tiene la forma perfilada de un castor, que va formando con su cola una península que se pierde entre las aguas del océano Pacífico. Entre México y los Estados Unidos, el límite es de 3 141 kilómetros. Dentro del ranking de las fronteras terrestres internacionales se encuentra en la décima posición, superada por la frontera entre China e India, países asiáticos en una eterna disputa territorial. Hace cerca de ciento setenta años, un 2 de febrero −otra vez día de la Candelaria− México y los Estados Unidos firmaron el Tratado de Guadalupe-Hidalgo con el que se puso fin a la guerra de intervención norteamericana, y en el cual se estableció que México cedería casi la mitad de su territorio. Cinco años después de la firma del acuerdo, Antonio

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el miedo a las redadas masivas se va esparciendo. En el Diccionario de la rae, la entrada a la palabra terrorismo dice, en su primera acepción, que es la dominación por el terror, y en la segunda parece complementar y explicitar lo anterior al advertir que el terrorismo es una sucesión de acciones de violencia ejecutadas para infundir terror. Redundo para acotar el término; se trata de la creación de un clima de temor e inseguridad ideal para intimidar a los adversarios políticos o a la población en general. Durante los primeros días la administración de Donald Trump ha actuado en consonancia con

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e s ta d o y s o c i e d a d

El 13 de noviembre de 2016, en una entrevista para el programa de televisión 60 minutes de la cadena cbs, el entonces presidente electo Donald Trump dijo que ni bien se encontrara despachando desde la oficina oval de la Casa Blanca, emitiría una orden ejecutiva para deportar a un máximo de tres millones de indocumentados ilegales, en su mayoría criminales, pandilleros y narcotraficantes, que lo mismo serían repatriados que encarcelados. A la fecha en que esto escribo, la Oficina de Inmigración y Aduanas −ice, por sus gélidas siglas en inglés− ha realizado redadas en la ciudades de Atlanta, Chicago, Nueva York y Los Ángeles, así como en los estados de Carolina del Norte y Carolina del Sur. Los operativos se realizan en viviendas y centros de

trabajo. Migrantes mexicanos, temerosos, se preparan transfiriendo sus ahorros a cuentas bancarias en México, vendiendo sus propiedades y tramitando la nacionalidad mexicana para sus hijos nacidos en los Estados Unidos, con el fin de evitar la separación de sus familias. Día con día,


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Los territorios perdidos por México durante las guerras del siglo xix han sido testigos de un acelerado proceso de reconquista cultural. Los inmigrantes mexicanos son más del cincuenta por ciento del total de los hispanos en Estados Unidos. López de Santa Anna vendió un cachito restante del territorio del norte: La Mesilla, y la línea divisoria entre las dos naciones tomó la forma que actualmente las separa. Durante la temporada electoral, Donald Trump utilizó el tema migratorio como promesa de campaña; además de amenazar con que deportaría a millones de inmigrantes mexicanos, aseguró –y sigue firme en su promesa− que construiría un muro a todo lo largo de la frontera sur. Durante sus mítines políticos sus simpatizantes coreaban: “Build the wall”, y el empresario de Manhattan aseguraba: “Mexico will pay for it”, ignorando, por supuesto, que ya en el siglo xix México había pagado con los territorios perdidos y vendidos la actual frontera que separa a los Estados Unidos de América y a los Estados Unidos Mexicanos. *** Este año también se cumple un siglo desde que la Unidad de Inteligencia Naval –R oom 40− desencriptó el contenido del telegrama que Arthur Zimmermann, ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, envió el 16 de enero de 1917 al embajador de ese país en México, el conde Heinrich von Eckard. El telegrama instruía al embajador a que, en calidad de representante del imperio alemán, propusiera al gobierno mexicano formar una alianza en contra de los Estados Unidos; el mensaje decía lo siguiente:

Nos proponemos comenzar el primero de febrero la guerra submarina, sin restricción. No obstante, nos esforzaremos para mantener la neutralidad de los Estados Unidos de América. En caso de no tener éxito, proponemos a México una alianza sobre las siguientes bases: hacer juntos la guerra, declarar juntos la paz; aportaremos abundante ayuda financiera; y el entendimiento por nuestra parte de que México ha de reconquistar el territorio perdido en Nuevo México, Texas y Arizona. Los detalles del acuerdo quedan a su discreción [de Von Eckardt]. Queda usted encargado de informar al presidente [de México] de todo lo antedicho, de la forma más secreta posible, tan pronto como el estallido de la guerra con los Estados Unidos de América sea un hecho seguro. Debe además sugerirle que tome la iniciativa de invitar a Japón a adherirse de forma inmediata a este plan, ofreciéndose al mismo tiempo como mediador entre Japón y nosotros. Haga notar al Presidente que el uso despiadado de nuestros submarinos ya hace previsible que Inglaterra se vea obligada a pedir la paz en los próximos meses. El entonces encargado de asuntos mexicanos en el Ministerio de

Exteriores alemán, Hans Arthur von Kemnitz, había aconsejado a Zimmermann establecer una alianza con México ante la inminente entrada de Estados Unidos a la guerra. Von Kemnitz creía en la factibilidad de un ataque mexicano contra los norteamericanos, una incursión militar semejante a la cabalgada con la que fuerzas villistas atacaron Columbus en marzo de 1916. Venustiano Carranza encargó al oficial Díaz Babio analizar la propuesta y, por su parte, éste consultó a su amigo, el historiador José López Portillo y Weber. Junto con él determinó que la alianza no se realizaría. La conclusión era que Alemania no podría abastecer de armas y municiones suficientes a la milicia mexicana, ya que el país germano contaba con pocos submarinos mercantes para hacer llegar a México el armamento, además de que la flota naviera norteamericana seguramente les impediría el paso hasta el país. Aparte, López Portillo y Weber aseguraba −no sin razón− que la reconquista del territorio crearía un conflicto permanente con los Estados Unidos. Además, tomando en cuenta el poder de los ciudadanos estadounidenses en aquellos territorios, los vecinos del norte podrían darle fácilmente la vuelta a la reconquista “de tal manera [dijo López Portillo y Weber] que yo no sabría quién se anexaría a quién, nosotros a ellos o ellos a nosotros”. Los territorios perdidos por México durante las guerras del siglo xix han sido testigos de un acelerado proceso de reconquista cultural. Los inmigrantes mexicanos son más del cincuenta por ciento del total de los hispanos en Estados Unidos. Sus patrones migratorios se han ido modificando, de ser temporales, marcados por los ciclos de siembra y cosecha, a ser permanentes, en las áreas de


S/t

Finalmente

tancias. Dice: “Hegel observa en alguna parte que todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia mundial se producen, por así decirlo, dos veces. Se le olvidó añadir: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”. Estos son, sin duda, los días de la farsa. LPyH • Lino Monanegi estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana y trabajó en el Departamento de Radio y en la Editorial de la misma universidad. Actualmente es becario de la flm y parte del equipo editorial de Pliego 16.

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En este breve texto he tendido los hilos de una fecha a la otra y los he sujetado, apenas, por los extremos de un siglo. Parece que estamos condenados a repetir, con variaciones, los días pasados; algo hay de determinismo histórico, según se ve. 1917 corre en parale-

lo con 2017, hay en el registro de sus días más de una coincidencia. Y no olvidemos que, en el estudio de los días y los años, a veces las coincidencias sirven como sistema histórico para entender la causalidad que explica los acontecimientos presentes. El pasado es un espejo que no miente y en la oportunidad de nuestro reflejo podemos mirar más allá de los gestos conocidos. En un libro de Slavoj Žižek me reencontré con una conocidísima y celebre cita de Marx –Karl, aunque bien podría ser de Groucho−, oportuna para ir cerrando este pequeño ejercicio de concomi-

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servicios diversos y en la industria de la construcción. Los datos demográficos muestran una prospectiva mayor de crecimiento para la segunda década de este siglo.


LO MUNDANO Y LA CIVILIZACIÓN

CAPITALISTA

Jorge M. Tirado Almendra Como cualquier juicio de valor, el concepto mundano funciona sociológicamente como dispositivo de discriminación clasista, sexista y racista para la selección, inclusión, exclusión, distinción y erección de grados de prestigio social.

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Lo mundano y sus significados

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ado que el vocablo mundano es ambiguo, polivalente, polisémico y confuso, es necesario precisar algunas acepciones relevantes que, a pesar de su polaridad semántica, no son excluyentes, sino complementarias. El término puede contener juicios de valor positivos y negativos, utilizados para calificar o descalificar, validar o invalidar, aceptar o rechazar; imitar, replicar, copiar, reproducir o, por el contrario, evitar, objetar, rechazar o negar. En este trabajo proponemos que, como cualquier juicio de valor, el concepto mundano funciona sociológicamente como dispositivo de discriminación clasista, sexista y racista para la selección, inclusión, exclusión, distinción y erección de grados de prestigio social incorporados a la formación político-ideológica de identidades religiosas, partidistas, laborales,

deportivas, profesionales, sectoriales, étnicas, regionales, nacionales, etcétera. En sentido negativo, el término puede ser considerado como frivolización y acorrientamiento de las prácticas sociales, planteadas como ejemplos a rechazar en el escenario dibujado por la vida social. En el positivo, puede ser visto como sofisticación y refinamiento de los usos y costumbres de las elites, de los hábitos aristocráticos propios de las cortes o de grupos selectos, y difundido como modelo formativo para el resto del cuerpo social integrado por las clases, las categorías, los grupos y los estratos subalternos. Histórica e ideológicamente, lo mundano puede definirse como el proceso de terrenalización, secularización o materialización de instituciones que antaño se consideraban sagradas, venerables y defendibles, como la familia, la religión, la comunidad, la propiedad, etcétera. Desde el punto de vista material, el concepto de mundano, es

decir, con un significado opuesto a lo divino o espiritual, podría ser apreciado como expresión de la vida en sentido objetivo; como producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia, independientemente de que aquellas ocurran de manera sagrada o profana, patricia o plebeya, rústica o refinada. Trabajar, descansar, disfrutar, sufrir, comer, dormir, habitar, soñar, idealizar, aparearse, engendrar, criar, aprender, enseñar, gobernar, controlar, resistir, educar, socializar, compartir, intercambiar, viajar, pelear, matar, asearse, migrar, organizar, producir, distribuir, consumir, reír, llorar, correr o saltar: siempre han sido actividades en un sentido terrenal, necesario, inconsciente y no racional, es decir, “animal”. Así, lo mundano, entendido como vida material, está asociado a la reproducción objetiva de las condiciones materiales de existencia, al mismo nivel que respirar, ver, escuchar, sentir, transpirar, etc., siempre en circunstancias históricas, fisiológicas y ecológicas determinadas. Desde la perspectiva civilizatoria, también sería posible pensar que la mundanización de la vida material de la especie equivaldría a sus progresivos refinamientos culturales, e imaginar que mundanizar y civilizar pudiesen ser procesos con un significado equivalente. Civilidad y mundanidad serían equiparables a condición de entender el sentido y la parte material de la civilidad o las civilidades, históricamente formadas, como modelos, patrones o formas de comportamiento que han emergido del pantano de lo rústico y pedestre sin sujetarse a plan alguno. En este caso estaríamos pensando de manera híbrida y polémica en el carácter mundano del proceso de la civilización como proceso terrenal, objetivo y no planificado, es decir, no contro-


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La construcción y percepción de los agentes sociales, no como seres, personas o sujetos con derechos, sino como instrumentos para alcanzar fines, manifiesta el avance de la mundanización capitalista, proceso por demás cargado de violencia.

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tura de la desigualdad social, la división en clases, la polarización, base de la organización de las instituciones, vistas como ámbitos para la creación y reproducción

de jerarquías. En esta acepción, el vocablo, asociado al trabajo realizado por las masas, adquiere el significado de lo corriente y despreciable, lo incómodo e inadecuado; pero asociado a las elites, adopta el sentido de lo venerable, imitable, apetecible, respetable y adecuado. Lo anterior revela que su contenido finalmente es decidido por el contexto ideológico desde el que la palaba es utilizada para designar, censurar o aprobar algún aspecto de la realidad del comportamiento humano. Como muchas otras, la categoría mundano opera como medio para la selección, la discriminación, la construcción de jerarquías, la incorporación y la exclusión; como juicio de valor, funciona como dispositivo cultural de poder político, como arma ante cuya utilización sugerimos tomar partido, pero ciñéndonos a la realidad de la historia de los sistemas sociales y no en sintonía con prejuicios clasistas, en un intento

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lado racionalmente. Es la idea de Norbert Elias sobre la difusión diferenciada y no mecánica, vertical y descendente, histórica y objetiva de los usos y costumbres de las elites sociales, de los estratos de las clases subalternas, desde las zonas o clases centrales (dirigentes) hacia las zonas menos centrales (periféricas) y las clases y categorías subordinadas. Pero, como ya se mencionó, lo mundano puede ser definido y entendido en un sentido exactamente opuesto: como perversión, adelgazamiento, pérdida de calidad y de refinamiento en las fórmulas y modos de interacción de las clases y estratos sociales, adquiriendo un sentido no civilizado, negativo, o por qué no decirlo, anticivilizatorio, despreciable y vergonzoso. Sociológicamente, bajo cualquier significado, la acepción positiva o negativa tiene como soporte y expresa, tanto velada como drástica y radicalmente, la estruc-


por construir un concepto sobre lo mundano que permita denunciar objetivamente injusticias, y no simplemente calificar o descalificar modos de ser, de existir.

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La mundanización capitalista en el sistemamundo moderno En el presente trabajo emplearemos lo mundano como metáfora de terrenal, secular, material e histórico y, en forma adicional, como acorrientamiento, instrumentalización, envilecimiento o rebajamiento moral de las prácticas sociales dentro de la civilización integrada por el avance del capitalismo. La instrumentalización de las relaciones sociales, por vía de la creciente mercantilización subordinada al capitalismo, ha sido el vehículo para la mundanización de los universos de representación simbólica que, mediante los acicates para la apropiación y el consumo de objetos, han dado y continúan dando sentido psicológico, emocional y existencial a las diferentes formas de vida subordinadas a la dinámica de acumulación ampliada (“tengo, luego existo”). La construcción y percepción de los agentes sociales, no como seres, personas o sujetos con derechos, sino como instrumentos para alcanzar fines, manifiesta el avance de la mundanización capitalista, proceso por demás cargado de violencia, cual testifican las prácticas de “acumulación originaria” en el mundo a lo largo de 700 años de expansiones imperialistas. Sí, de acuerdo con Norbert Elias, el avance de la civilización se entiende como un proceso en el que la pacificación relativa de las pasiones ha progresado, en el que

La violencia no ha sido suprimida. Sólo han sido transformadas sus formas de ejercicio: por vía de la creciente mercantilización de las formas y figuras civilizatorias.

se han apaciguado las conductas que giran en torno a la lucha por el control de los recursos, lo mundano se ha civilizado, la violencia se ha pacificado, ciertamente; pero sostenemos que la violencia no ha sido suprimida. Sólo han sido transformadas sus formas de ejercicio: por vía de la creciente mercantilización de las formas y figuras civilizatorias, la civilización se ha mundanizado. Ejemplo de ello no es sólo el tránsito del imperialismo colonialista al imperialismo librecambista, sino la propia formación de un sistema interestatal


La sintaxis de mirar

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siedades, han penetrado las formas de vida de los pueblos del mundo, paralelamente a la desacralización de instituciones anteriores. Por conducto de la mercantilización el capitalismo ha estandarizado, homogeneizado y universalizado patrones de consumo, así como fórmulas convencionales de pensar, sentir y actuar; sin distinción ha sometido a individuos, territorios y naciones a la lógica de la rentabilidad a corto plazo; paradójicamente, ha diversificado las formas de ser de los agentes sociales al envolverlos en procesos

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que, recurrentemente, añade a su estructura modernos Estados nacionales, vistos como fórmulas político-territoriales de encapsulamiento, control y explotación. A través de la mercantilización, fomentada por el despliegue histórico de las estrategias capitalistas de acumulación de riqueza y poder, son difundidos estilos de existencia solidarios con la mundanización en sentido no elitista: negativa, popular, descalificante, burdamente material; la instrumentalización y el consumismo, con sus respectivas angustias y an-

de selección laboral y sumergirlos en las luchas por la supremacía y el concomitante desarrollo de la productividad; mediante la creación y ampliación de sus mercados, ha integrado poblaciones, regiones y culturas a la competencia mercantil. La sofisticación y difusión de las redes de producción mercantil han creado las condiciones materiales y psicológicas para la pacificación de la violencia, sin que dejen de ser ejercidos el poder y la agresión: con la modernización se han abierto caminos a modalidades de violencia simbólica con elevada eficacia política en el control de las conductas. Las agresiones mercadotécnicas, destinadas a la promoción de imágenes envueltas en ficciones esperanzadoras –trátese de detergentes, cigarros, bebidas, métodos para la salvación, manuales de autoayuda, medicamentos, cosméticos, automóviles, alimentos o candidatos a cargos de representación–, ejemplifica la violencia que mediante símbolos es ejercida en la civilización modelada de acuerdo con el capitalismo. En su acepción capitalista, la mundanización ha sido inherente al progreso tecnológico y la expansión mercantil, demográfica y espacial de la economía-mundo moderna. Se ha materializado no sólo a través de dos tendencias seculares vertebrales del sistema, diametralmente opuestas y a la vez orgánicamente unidas: la desmesurada concentración y centralización de la riqueza y el poder, y la colosal mercantilización y precarización de la fuerza de trabajo de numerosos contingentes sociales. La mundanización capitalista también se ha expresado en diversas maneras de enajenación social, ha fomentado la volatilización de los afectos, la simulación de los compromisos, la banalización de las motivaciones, la alienación de los sentimientos y las expectativas; ha fortalecido estructuras dis-


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criminatorias y el desarrollo de sentimientos, pensamientos, discursos y comportamientos autoritarios, sádicos y masoquistas, alimentando estructuras de dominación multidimensionales; ha vigorizado relaciones de dependencia económico-laboral y enajenación instrumental. Incluso ha tenido efectos disolventes sobre valores de solidaridad moral humanitarios, integradores, constructivos, positivos, justos y comunitarios, generando avidez por experiencias cortoplacistas, utilitaristas, egoístas, carentes de perspectivas de construcción de bienestar a mediano y largo plazo, edificando la ficción de un presente eterno, sin memoria crítica del pasado, sin visión creativa para el futuro.

Lo mundano y la cultura de la violencia Si la difusión mercantil capitalista ha desgarrado el manto de santidad de instituciones antaño sacralizadas y descubierto las desigualdades, inercias e injusticias inherentes a formaciones sociales anteriores a la civilización forjada por el capitalismo, la modernización capitalista ha construido, afinado y sacralizado otras formas de enajenación, construyendo mitologías en torno a la materialidad del poder simbólico que otorga la posesión sobre el dinero y las mercancías; ha sido el proceso responsable de

mitologizar las ciencias, las tecnologías, así como los procesos de urbanización e industrialización, luciéndolos como vehículos para la felicidad, como medios para el progreso individual y colectivo o para el bienestar universal, ocultando, en cambio, los procesos y prácticas subyacentes de dominación y abuso, envilecimiento consumista, ensimismamiento mercantil, empobrecimiento social, soledad, aislamiento, impotencia y frustración personal de los estratos, categorías y clases. Los regímenes son mundanos en sentido terrenal y en sentido enajenante: subordinan y restringen los afanes de crecimiento a la consumación del lucro monopolista, concediendo primacía a


de derecha (“democrático-liberales”) o de izquierda (leninistastalinistas), cuya bandera común ha sido la imposición de procesos de industrialización acelerada, urbanización devastadora, representación política corrupta, explotación y opresión psicocultural generalizada, reforzada por los cultos a la personalidad sobre

La mundanización como vehículo para el cuestionamiento de la sacralización derivada de las mitologías religiosas cristiana, católica, judía, musulmana, etc., palidece frente a su matriz histórica: la mundanización inherente a la expansión de la modernidad capitalista.

Referencias Braudel, Fernand. 1977. La dinámica del capitalismo. México: FCE. Canetti, Elías. 1981. Masa y Poder, Barcelona, España: Muchnik Editores. Elias, Norbert. 1994. El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. México: Fondo de Cultura Económica. Fromm, Erich. 1994. El miedo a la libertad. México: Paidós. Harvey, David. 1998. La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio social. Buenos Aires, Amorrortu. Marx, Karl. 1976. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, en Obras Escogidas de Marx y Engels, Tomo I., Moscú: Editorial Progreso.

• Jorge M. Tirado Almendra es sociólogo por la uam-Atzcapotzalco; doctor en Historia y Estudios Regionales por el iih-s de la uv. Ha sido profesor en las Facultades de Antropolgía y de Sociología de la misma universidad.

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ídolos terrenales situados al frente de los cargos de representación social, empresarios exitosos y toda clase de líderes y partidos políticos mercantilizados. Suprimir lo mundano como tendencia histórica en la creación de un nuevo mundo, exigiría disolver (Braudel 1977): la corrupción como práctica de apropiación, despojo y gestión social; la sobre remuneración económica de representantes, líderes y gobernantes; las falacias de la retórica polí-

tica; las pretensiones autoritarias de pensamiento único economicista y conservador; los dogmatismos y fundamentalismos; el abuso y la injusticia de toda índole; el autoritarismo presente y futuro; la desocupación; la persecución, acoso y despojo sobre los pueblos; la perversión de menores, mujeres y desempleados; la discriminación y el egoísmo individualista; la proliferación de giros criminales, como el narcotráfico, el comercio con personas, órganos y especies animales; la contaminación, depredación y devastación de recursos ambientales; los monopolios financieros, tecnológicos, comerciales, militares, culturales y naturales. LPyH

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la propiedad, la apropiación y la apariencia sobre la solidaridad, la racionalidad y el sentido realista del ser y el existir. Qué más mundano que los monopolios, emblemas de la desigualdad, la injusticia, el autoritarismo, la distorsión y la locura. Desde el nacimiento de la modernidad impulsada por la expansión del capitalismo mercantilista, lo mundano se ha concretado en la formación y difusión gradual y violenta de regímenes de acumulación/dominación a costa de territorios y poblaciones de todos los continentes, en beneficio de elites metropolitanas y coloniales, eficientemente regeneradas hasta el presente, cuya cultura y estilos de vida han sido modelos para la elaboración de la etiqueta social, velada como dispositivo político cultural de discriminación, selección, distinción y prestigio, eficiente y eficaz para la construcción de identidades antropocéntricas, etnocéntricas, eurocéntricas; clasistas, nacionalistas, partidistas, religiosas, deportivas e individualistas, marcadas con los sellos neuróticos de la intolerancia, la exclusión y el exterminio. La mundanización como vehículo para el cuestionamiento de la sacralización derivada de las mitologías religiosas cristiana, católica, judía, musulmana, etc., palidece frente a su matriz histórica: la mundanización inherente a la expansión de la modernidad capitalista. En síntesis, la mundanización modernista hegemónica (de orientación dominantemente capitalista) ha reforzado las tendencias de larga duración encaminadas hacia el control elitista sobre las masas. Ha sido inseparable de la construcción de los mitos autocráticos, totalitarios y despóticos de regímenes autoritarios


EL ARTE DE LA INTERPRETACIÓN Y EL ANÁLISIS CLÍNICO COMO SU LIENZO

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Mónica Domínguez En medio del auge del fenómeno interdisciplinar, considero que la psicología debe tener presente su actuar crítico y reflexivo, brindando explicaciones teóricas sobre el sujeto y su entorno.

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l concepto de comprensión de mundo, aportado por la teoría hermenéutica, ha sido una fuente plural de ideas y cuestionamientos frescos con una gran relevancia social. Para explicarlo me basaré en dos autores ejes: el primero será Martin Heidegger, quien logró marcar un antes y un después en la teoría de la interpretación gracias a su ontología del lenguaje, permitiendo así sembrar la semilla que pronto daría frutos sobre el gran campo discursivo. De éste se desprende el segundo autor por analizar: Hans-Georg Gadamer. Ambos se abordarán desde sus aportaciones a la filosofía del lenguaje y como figuras centrales del

llamado gran giro hermenéutico, lo que posibilitó su uso en un sinfín de teorías y campos en el presente. Mi hipótesis es que siguiendo la lógica de la interpretación y la comprensión se podrá rescatar su uso en la práctica del análisis clínico. En medio del auge del fenómeno interdisciplinar, considero que la psicología debe tener presente su actuar crítico y reflexivo, brindando explicaciones teóricas sobre el sujeto y su entorno. Pero dichas aportaciones y construcciones deberán edificarse sobre planteamientos actuales, frescos, novedosos, que en verdad abracen conceptualmente al sujeto posmoderno. Una manera de lograr este

cometido es su acercamiento con su cuna: la filosofía, ya que ésta ha sido olvidada en la formación y enseñanza de la práctica psicológica. Mi apuesta ante esto, claro está, va encauzada hacia las ciencias sociales o las humanidades, con el objetivo de equilibrar la balanza que se ha inclinado al lado médico-biologicista. Mi intención no es erradicar la parte biológica, pero tampoco quedarse en ella. Si bien la hermenéutica surgió como una rama dedicada a la interpretación de los textos sagrados o antiguos, en el presente ha ido más allá, para enfocarse en la comprensión de los textos, el discurso y las personas. Considero que la comprensión, una sola palabra, pero con grandes connotaciones, puede ser la cura a los grandes problemas humanos con los que nos enfrentamos cotidianamente. Al adentrarme en este mundo surgió la siguiente pregunta: ¿cómo usar la hermenéutica como un posible camino terapéutico? Para tratar de dilucidar una respuesta tomaré algunas aportaciones de Gadamer, a fin de reflexionar sobre ellas y aplicarlas a la teoría clínica. Todo lenguaje es ya interpretación, y es precisamente leer al sujeto lo que mueve al psicoanalista y al psicólogo; ese movimiento se edifica con un fin: llegar a la cura. En este sentido, Azcona y Lahitte, inspirados en Ricoeur, mencionan que “la incoherencia de la propia historia es fuente de sufrimientos y es por eso que debe ser rectificada mediante el análisis, hasta constituirse una identidad soportable en donde el sujeto se reconozca” (2014, 7). Este es el sentido que adopto ante la palabra cura: saber tolerar nuestra existencia bajo la máscara más soportable, que nos proporcione un bienestar interno y social. No obstante, para llegar a ella hay un largo camino por andar. Al dar el primer


Niña gringa

nunciación o el hablar sin pronunciar– donde surge la equivocación y renace en el diálogo. Este dispositivo nos permite a los estudiosos clínicos detectar la pronunciación del error de lo aparente no cierto, encaminándonos a su vez a ver las posibles afecciones del psiquismo que tiene el otro. No por nada el psicoanálisis se funda en una “filosofía” de la sospecha, el inconsciente se nos muestra por el discurso. El discurso es efervescente, significa algo y deja de significar, muere, pero renace constantemente. El lenguaje está dotado de simbolismo, de lo tácito, de lo inconsciente que se nos muestra en lo no dicho explícitamente; es un lenguaje que constituye el psiquismo del sujeto: “mi conciencia se cree desinteresada y objetiva […]

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Comparto la idea de que no hay un lenguaje perfecto, unívoco, en contra de la llamada ola analítica y su gran proyecto de creer que el lenguaje podía representar la realidad y que a través de una perfección podríamos lograr describir lo que las cosas son...

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paso –escuchar al inconsciente, aquel precursor de fuerzas que resucita gracias al discurso– el individuo se convierte en el camino que recordará las huellas inscritas en él mediante un pisar llamado su historia. Teniendo esto presente, comparto la idea de que no hay un lenguaje perfecto, unívoco, en contra de la llamada ola analítica y su gran proyecto de creer que el lenguaje podía representar la realidad y que a través de una perfección podríamos lograr describir lo que las cosas son, con un toque veritativo-científico. Hoy por hoy, gracias a los frutos que nos ha permitido disfrutar la hermenéutica, entendemos los grandes matices que tienen el lenguaje, el discurso, el decir. Y es ahí –en el acto del habla con pro-


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Marla Singer's French kiss, IV

pero favorece la afirmación de mis intereses” (Scavino 1999, 41-42). Uno habla para sí mismo teniendo la comunicación y la importancia del otro como pretexto, aunque al final muy difícilmente aceptamos como ciertas algunas cosas que no queremos escuchar o que simplemente van en contra de nuestros intereses; es ahí donde radica la labor del terapeuta, en hacer visible aquello que se prefiere silenciar, sin caer en un acto violento.

ElAsínarciso lingüístico denomino al sujeto incapaz de

abrirse al diálogo hermenéutico; al ser humano que evita oír lo ajeno a él mismo, aquello que aparentemente no lo representa como ser, como sujeto y que, precisamente, reprime en la constante negación, muchas veces a través de la mentira y de la “aparente” equivocación.

Quien habita la piel es un yo cuyo color es discurso y cuya sensación es mundo: Vattimo pronunció que “habitamos el espíritu de un tiempo” (Scavino 1999, 42), y ese espíritu se hace carne en el día a día, en el cual se constituye.

Logra así la edificación de un narcisismo evocado en la nada del silencio que tapa con una venda nuestro decir y quema nuestras orejas, al escuchar. Bajo esta sombra un tanto triste quizás se pueda ir aceptando este proceso egocéntrico del ser humano, lo que nos permitirá también ver la importancia de la teoría hermenéutica como modo de vida que permite la pluralidad de creencias y de personalidades que convergen en el mundo social. Todos podemos no ser escuchados. Si la teoría hermenéutica radica en el arte, la comprensión implica escuchar –e interpretar– como antecedente. De modo que si todos optáramos por volvernos artistas de esta técnica, cesarían muchos problemas neuróticos, dando paso a una autorrealización y un respeto por las diferencias del otro. Otro concepto que rescato y convengo en que sería sumamen-


del sujeto, aquel ser que busca de maneras distintas construirse “una identidad soportable –en donde– él mismo se reconozca” (Azconda y Lahitte 2014, 7) y que acude a un yo que lleva como nombre “psicólogo clínico” o “psicoanalista”.

El psicoterapeuta como artista En el arte de comprender al otro, el psicoterapeuta es aquel que funge como dispositivo o reservorio en el cual un yo deposita parte de su existencia permitiendo a la vez el acto de escuchar y comprender a la persona en cuestión. Ejerce el

Así, un diagnóstico no se limitaría a reducir al sujeto a pruebas psicométricas. Entenderíamos a su vez que los números no son los únicos que tienen descripciones de mundo, y le perderíamos el miedo a las letras; creeríamos además que la psicología debería ser un puente entre las humanidades y las ciencias de la salud y no seguiríamos mutilando su cuna: la filosofía. Es una crítica a la formación disciplinar de la psicología, la cual es una especie de miscelánea teórica que imposibilita la adquisición de saberes concretos y profundos. La última idea que rescato de Gadamer es la esencia de la pregunta: “la comprensión comienza allí donde algo nos interpela […] la esencia de la pregunta es el abrir

Existe una idea falsa y naturalizada a la hora de comprender al otro. Lo que propongo es lo opuesto: desnaturalizar la concepción de pregunta-respuesta y comprensión, para así lograr hacer carne lo que antes figuraba como sombra o ilusión. y mantener abiertas las posibilidades” (2003, 369-370). Existe una idea falsa y naturalizada a la hora de comprender al otro. Lo que propongo es lo opuesto: desnaturalizar la concepción de pregunta-respuesta y comprensión, para así lograr hacer carne lo que antes figuraba como sombra o ilusión. ¿Pero cómo? Una vía es a través de saber preguntar, de aprender a reflexionar y culminar así en una puesta en escena: escucharnos escuchando al otro, desde nuestra propia voz interna. La comprensión parece ser un rasgo ontológico inherente al sujeto, por lo que se omite el arte de enseñarlo, de entrenar la escucha desde la hermenéutica. La comprensión y el entendimien-

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arte de reconocer a ese otro que no soy yo, poseer por un momento su mirada, apropiarse de su piel, de sus vibraciones, su dolor. Esto es a lo que Gadamer llamó desplazamiento hacia el otro: “destacar y comprender la opinión del otro como tal […] cuando se comprende, se comprende un modo diferente” (2003, 364-367). Nos hace falta trabajar la empatía y el reconocimiento del otro, iniciando con una autorreconstrucción de lo que considero “yo soy” como persona, para poder comprender, o al menos intentar comprender, al otro. Por último, considero que esta sería la primera alternativa para luchar contra la pérdida de conciencia en que nos vemos, más que nunca, atrapados.

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te rico estudiar desde la disciplina psicológica, es la escucha del otro, y en esta línea comparto la idea de que, ciertamente, estamos cortados ya por nuestro horizonte, el cual “es […] algo en lo que hacemos nuestro camino y que hace el camino con nosotros […] el horizonte se desplaza al paso de quien se mueve” (Gadamer 2003, 371). Este horizonte o posicionamiento se da en un movimiento pronunciado llamado cultura, que dicta un modus operandi. Tenemos ante nosotros la sistematización de cómo se construyen –someramente hablando– los prejuicios sociales o los imaginarios compartidos y reproducidos por un pueblo. Debido a que nuestros “prejuicios […] forman así el horizonte de un presente” (Gadamer 2003, 375), de nuestro presente, dichos prejuicios serán los ojos por los cuales cada individuo pondrá su mirar y verá al mundo, lo que no imposibilita a su vez la comprensión con el otro y a través del otro; más aún, es lo que permite comprender. En otras palabras, nuestra historia inscrita en nosotros, no sólo en la piel sino en nuestro psiquismo, es a su vez lo que nos constituye. Será nuestro parteaguas de cómo oleremos el discurso y cómo veremos los sonidos que abrazan la construcción del todo de este ser-individuo. Quien habita la piel es un yo cuyo color es discurso y cuya sensación es mundo: Vattimo pronunció que “habitamos el espíritu de un tiempo” (Scavino 1999, 42), y ese espíritu se hace carne en el día a día, en el cual se constituye. Si incorporáramos estos presupuestos a la práctica clínica psicológica, por ejemplo los conceptos de empatía o escucha activa enfocada al paciente, aquélla tendría sin duda una fundamentación más profunda, nos marcaría con un sello indudable: entender el malestar o la aflicción del alma


to se dibujarán sobre el lienzo en blanco donde trazaremos lo que figura en nosotros cuando nos interpretamos leyendo al otro.

Heidegger y su hija

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Heidegger nos ha dejado una gran herencia: la hermenéutica de la facticidad (su hija), la cual sembró el hecho de comprender como primera propiedad. Al ser una estructura que cuida de aquel que comprende, su facultad cuidadora predicará de la existencia humana (Grondin, 2009, p. 140). De ahí la

co-psicoanalítico, y para ello se analizará desde una conciencia posmoderna y efervescente que nos rodea a todos nosotros, herederos de nuestro tiempo, a los que Beck llamó “hijos de la libertad” (2002). Precisamente, en un mundo mermado por banalidades y lleno de formas plurales de expresar la existencia, ¿qué tan posible es encontrar el tiempo para preguntarnos por nuestro ser-aquí: mundo? El objetivo de este escrito es también hacer ver la importancia que tiene la clínica terapéutica en nuestros días; porque es a través del diálogo como resurge la posi-

¿Será que nuestros nuevos Dios y Diablo son el lenguaje? Mediante la enunciación creamos belleza, damos vida, dotamos de color al mundo, pero también por la boca matamos. Al menos en este momento estamos en la búsqueda de todo el abanico de posibilidades que ha permitido la apertura poética-científica, quizás algún día en verdad le encontremos el olor al discurso. importancia de la palabra alemana Sorge, que significa cuidado y preocupación, es decir, cuidar de sí, de la propia existencialidad en el mundo. Dicho cuidado depende de la conciencia finita del ser; una manera de acercamiento a nuestra existencialidad es la comprensión de sí en el mundo: comprensiónde-sí-en-el-mundo. Para Heidegger la comprensión no será más una capacidad del entendimiento humano, sino un rasgo ontológico del Dasein. Me gustaría relacionar lo anterior con el significado de comprender en el mundo clíni-

bilidad de abrirse a las preguntas. Lidiar con estas es una manera de enfrentarse consigo mismo, ya que uno le hace frente a la carga que implica vivir, una carga rica pero dolorosa en muchos momentos. Por eso recomiendo al lector no dejar de preguntar, porque al preguntar nos-preguntamos. Al comprender la pregunta, entendemos por qué la hacemos, nos acercamos más a nuestra propia existencia. Así, el comprender es un cuidado de sí, una forma de cura, de sanación. Retomando la importancia de la filosofía del lenguaje

dentro del campo de la comprensión y, como consecuencia, dentro del campo clínico-psicoanalítico, nos centraremos en una de sus aportaciones: la creación lingüística del sujeto, la cual ha abierto una puerta que ha mostrado un gran espectro. Suprimir la idea de un lenguaje perfecto, matar a la razón y borrar la ilusión de referencia, hizo surgir la nueva asunción del pensador: “el logos poético precede a la ratio científica” (Scavino 1999, 64) y nos llevó a defender como consecuencia la filosofía nihilista, entendida ésta como la nula comprensión fuera del campo de la interpretación. ¿Dónde quedó la objetividad?, ¿dónde quedó el científico que mira sin subjetividades? Anteriormente, el lema ¡Sapere Aude! (“Atrévete a saber”) se edificó bajo otro entendimiento cultural, y el sujeto pasó a segundo término. Pero ahora todos nos percatamos de otra visión, quizá unos la ignoren y otros le hagan frente: el lenguaje precede al sujeto, lo conforma, es carne. Es el hombre quien creó el discurso científico, la subjetividad es objetividad científica. Como menciona Heidegger: “el objeto fue creado por el lenguaje” (Scavino 1999, 79). ¿Será que nuestros nuevos Dios y Diablo son el lenguaje? Mediante la enunciación creamos belleza, damos vida, dotamos de color al mundo, pero también por la boca matamos. Al menos en este momento estamos en la búsqueda de todo el abanico de posibilidades que ha permitido la apertura poética-científica, quizás algún día en verdad le encontremos el olor al discurso. Por lo pronto, el sabor que tiene lo canalizamos hacia las vibraciones del cuerpo que pueden potencializar al ser, pero también apagarlo, cegarlo y nuevamente darle luz. Por eso Heidegger decía: “todo preguntar es una búsqueda. Todo buscar está guia-


S/t

do previamente por aquello que se busca” (2012, 26).

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A manera de cierre, entiendo que la vida en sí ya es sentido y dirección pero no todos éstos se encuentran dibujados. Korzybski escribió: “el mapa no es el territorio” (Azconda y Lahitte 2014, 19); es decir, la vida está más allá de los trazos dibujados en nuestros deseos por alcanzar. Concluyo que la idea eje de la hermenéutica es la comprensión como una forma y práctica de vida. Es un arte de la vida misma; por eso el analista, el clínico es un artista que debe entrenar su techné en el gran arte de la interpretación

y comprensión, la cual se desarrolla y edifica sobre nuestra finitud: somos ser destinado a perecer, a morir. Pero la vida también nos da la libertad de elegir cómo queremos vivirla y compartir nuestra humanidad y humildad con el otro. No suprimamos nuestros sentimientos, pasiones, temores, todo aquello que nos hace ser individuo, el cual siempre estará abrazado por el decir. En el decir existimos, y reconocer quién es el que habla es la clave para los grandes problemas que atravesamos como sociedad; éstos bien se podrían combatir con una simple y fácil forma de comportarse: te comprendo porque me importas, te comprendo porque significas para mí. Caminemos por la temporeidad, que nos develará el sentido del ser para ver si así pode-

e s ta d o y s o c i e d a d

Concluyo sin acabar

Concluyo que la idea eje de la hermenéutica es la comprensión como una forma y práctica de vida. Es un arte de la vida misma; por eso el analista, el clínico es un artista que debe entrenar su techné en el gran arte de la interpretación y comprensión.


mos comprender-nos (Heidegger 2012, 38). Es la comprensión y el actuar social lo que nos permitirá transformar e ir constituyendo la sociedad a la que queremos sentirnos pertenecientes. Al fin y al cabo sólo queremos ser y existir, valorando al otro que también se atreve a vivir con la “verdad” de que vamos a morir. LPyH Referencias Azconda, Maximiliano y Héctor Blass Lahitte. 2014. El método de Freud y la tradición hermenéutica en psi-

coanálisis. Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales 4 (2). Beck, Ulrich. 2002. Introducción. En Hijos de la libertad: contra las lamentaciones por el derrumbe de los valores, 7. México: fce. Gadamer, Georg. 2003. Fundamentos para una teoría de la experiencia hermenéutica. En Verdad y Método i, 364 -375. Salamanca: Sígueme. Grondin, Jean. 2009. La hermenéutica universal de Gadamer. En Introducción a la hermenéutica filosófica, 140 – 157. Madrid: Herder. Heidegger, Martin. 2012. Introducción.

Exposición de la pregunta por el sentido del ser. En Ser y tiempo, 26, 38. Madrid: Trotta. Scavino, Dardo. 1999. El giro lingüístico. En La filosofía actual. Pensar sin certezas, 41-42, 64, 79. México: Paidós.

• Mónica Domínguez estudió Psicología y actualmente cursa la carrera de Filosofía en la uv. Ha sido ponente en distintas conferencias y jornadas de filosofía en el país.

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S/t

Vapor >


un lienzo casi infinito Max

e s ta d o y s o c i e d a d

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ยกOh diabรณlica ficciรณn!


ยกOh diabรณlica ficciรณn!


Sombra 1


Sombra 2


Sonรกmbulo 2


La sombra y el viajero


Un libro, un compaĂąero


Encrucijada


Biblioteca


El robot que querĂ­a ser novelista


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ยกOh diabรณlica ficciรณn!

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dossier

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ยกOh diabรณlica ficciรณn!


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max: las posibilidades de un medio Luis Reséndiz

L

eo cómic desde que soy pequeño. En casa no había muchos, primero, pero un día llegó un amigo de mi padre con una colección abultada de historietas de Disney, de aquellas que dibujaba y escribía el gran Carl Barks, responsable de muchos de los mejores comics de esa compañía, y me las obsequió, puesto que ya por entonces era yo lo que se conoce como un “niño lector”.1 Quedé prendado hasta el día de hoy y, paulatinamente, los comics fueron sumándose a mi biblioteca personal (algunos pocos, poquísimos, sobreviven hasta hoy en mis estantes, ajados y amarillentos): comics de Batman publicados por editorial Vid, o reimpresiones de las aventuras de Kalimán, o números de La familia Burrón. Varios fueron los ingredientes del hechizo: las tintas potentes, brillantísimas; los múltiples simbolismos, que entonces no descifraba pero ya intuía; las referencias pop –fue en un cómic de Disney que aprendí qué era un McGuffin–; el impresionante potencial kinético de aquellas imágenes tan sólo en apariencia fijas. El cómic, ha dicho David S. Goyer (y muchos otros escritores e ilustradores), es maravilloso entre otras cosas porque no existe un límite presupuestal. A diferencia del cine, no hay escena demasiado cara o decorado demasiado complejo para plasmarse en el cómic. Eso, también, terminó por fascinarme: las infinitas posibilidades del medio.

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< Leer y ser leído

*** Cada autor elabora una teoría del arte que trabaja. Mal que bien, cada creador explora los límites de su medio. Una de las características de los autores mediocres es, justamente, la escasa exploración de los límites de sus medios. Se quedan en una comodísima zona gris: allá donde ya todo se dijo y donde no hay espacio para intentar más. No es el caso de Max. Para éste, el cómic –lo que sucede al interior de los paneles– es un lienzo casi infinito donde caben igual número de infinitas exploraciones. Tenemos, claro, la tira cómica tradicional: aquella que avanza linealmente, que comienza y termina, que dice lo que tiene que decir y sanseacabó. Pero tenemos, también, vagabundeos y errares mucho menos ortodoxos. De pronto, una sombra se desprende de un personaje, amenazante, mirándolo con ojos que albergan infinita violencia: no existe una sola lectura posible, sino que la ilustración es un repositorio de significados aún por definir. En esos momentos, quizá de los mejores de su obra, Max se parece a un tocayo suyo, aquel que se apellidaba Ernst. Esa flexibilidad casi irrompible, esa ominosidad que parece presagiar lo terrible y lo inconsciente, también se encuentra en las indescifrables ilustraciones de Una semana de bondad, la obra cumbre de Ernst. Max no sólo bebe, pues, de la tira cómica clásica –a la Bill Waterson o Charles Schulz– sino que se nutre también de las fuentes del surrealismo. Un logro no precisamente menor.

dossier

*** Todos estos ingredientes existen, concentrados, en la obra de Max. Un vistazo a su columna en El País, Trampantojo, basta para notarlo. Como pasa con los buenos artistas, a veces una pieza de Max –Francesc Capdevila– alcanza para trazar un microcosmos de su trabajo. ¿Qué hay en las piezas de Max? Su dossier sintetiza bien sus alcances. Hay una tira que disfruto particularmente: la primera incluida en la selección aquí publicada. Una especie de ave antropomorfa –¿Sí será eso? Quisiera preguntárselo: al final, claro, no importa: como con Maus de Art Spiegelman, como con los bestiarios medievales, el animal antropomorfizado funciona como un trasunto nuestro– contempla el mar. Cavila frente a él –y esta es otra constante en las piezas de Max: los seres que, humanamente, cavilan,

filosofan, reflexionan y, de pronto, alcanzan súbitas iluminaciones– y se da cuenta de que la inmensidad del océano puede ser, también, terriblemente aburrida. Entonces entra en juego uno de los escasos impulsos humanos que nos distinguen del resto del reino animal: la imaginación. La proverbial lucha entre el calamar y la ballena se materializa ante sus ojos, brotando del agua, salpicando todo: la vida se revela, de pronto, como poco más o poco menos que un sueño, y la visión desaparece. La tira parece decirnos, también, que todo sucede –al menos en el universo creado por Max– en un lugar único entre la realidad y la vigilia.


Un niño se detiene mientras su sombra sigue corriendo y le confiesa: ya no puedo correr, estoy cansado. La sombra no se detiene: sigue sin él mientras el hilo que los une se hace más y más delgado. La imagen parece, casi, seguir moviéndose aunque se encuentre estática: ahí está buena parte de lo mejor del cómic, ese arte capaz de transmitirnos movimiento a partir de unos cuantos trazos inmóviles sobre el papel o la pantalla.

*** Un grupo de lectores están muy juntos, unos con otros, sujetando sus libros con atención. El espectador de la viñeta se concentra un poco más –siempre es necesario concentrarse un poco más a la hora de contemplar una viñeta de Max: el cuadro puede deparar, en el menos esperado de los momentos, una sorpresa que modifique o complemente totalmente la interpretación de la pieza– y, en un momento con la intensidad, duración y potencia luminosa de un relámpago, se da cuenta de que los lectores son en realidad libros, y que los libros que sujetan los lectores son, a su vez, lectores. Son un grupo de lectores leyéndose entre sí. Acaso como lo somos todos en el trajinar cotidiano. *** Otra vez, un ave antropomorfa contempla. Ahora no es el mar sino su sinónimo celeste: la noche estrellada. El ave se pregunta qué es lo que hay de verdad allá

*** Un astronauta está sentado encima de un diminuto planeta, como el del principito de Saint-Exupéry. El espectador mira atentamente de nuevo: no es un astronauta, sino un buzo antiguo. El espectador mira, de nuevo, calibrando su atención: en la vastedad del espacio, en la soledad de su micróscopico reino, el buzo principito astronauta asoma su cara triste a través del casco. Cuando miré de nuevo esa viñeta, cuando la entendí o creí entenderla, me di cuenta de una última cosa: la soledad de ese buzo principito astronauta es, también, mi soledad. Y la tuya. Y la de todos. Un buen artista logra, a menudo, plasmar sus sentires en su obra de forma efectiva. Un artista memorable, además, logra plasmar los de todos los demás. Max lo hace. Véanlo ustedes mismos. LPyH • Luis Reséndiz vive, escribe y da clases en Puebla. Es crítico cinematográfico, ensayista intermitente, guionista televisivo, ansioso de tiempo completo y profesor de escritura creativa. Su próximo libro, Cinécdoque, aparecerá en algún momento de 2017 en Dharma Books + Publishing. Nota Pienso que es algo muy curioso ese desplante de regalarle comics o historietas a un niño lector. Mis padres nunca consideraron que el cómic y la literatura fueran intercambiables, pese a que inevitablemente uno lee los segundos de forma bastante similar a los primeros, y sé que esto es común entre mucha otra gente. En casa –y pese al regalo generoso de aquel hombre, el ingeniero McKenzie, si mal no recuerdo–, la literatura se escribía con mayúsculas y los comics con minúscula. 1

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*** Las armaduras de dos guerreros se contemplan mientras de ellas emergen dos cadáveres –dos calaveras, dos esqueletos–. Las calaveras juegan o parecen jugar; una de las armaduras, sin embargo, aún sostiene su espada en gesto feroz, aguerrido. Una cabeza humana se encuentra en el suelo –lodoso, inhabitable–, mirando hacia el cielo con gesto funesto. ¿Qué hay, qué está pasando en ese cuadro? Todo, por supuesto: una vez más, el arte reside en la imposibilidad de una sola interpretación y en las infinitas posibilidades de lectura que nos depara la imagen. Un esqueleto se cierne sobre un campo de batalla, sujetando soldados mientras un caballo desbocado corre, montado por un jinete sin cabeza. La guerra, para Max, es otro lienzo.

arriba: ¿un orden –dice mientras las estrellas forman un patrón–, un azar caótico –continúa, y en el cielo se dibuja un galimatías incomprensible–, un sentido oculto –y la noche dibuja constelaciones– o acaso una ilusión –termina mientras la noche se revela, tan sólo, como un velo–? El panel de Max se torna, de nuevo, infinito en su cualidad onírica e imaginativa, casi delirante. Y eso es lo que define a los artistas que recordamos: la capacidad de hacer de su medio una nueva cosa, una reinvención en la que reverberen los ecos de todos sus antepasados.

Por las imágenes del dossier, D.R. © FRANCESC CAPDEVILA, MAX/ADAGP/SOMAAP/México/2017


En “Geografías míticas, geografías científicas: sobre mapas y museos”, Daniel García Roldán emprende una reflexión histórica en torno a algunos mapas empleados por dos de los museos que aún hoy cristalizan con mayor fuerza los imaginarios sobre las culturas

ARTE arte

originarias del continente: el Museo Nacional de Antropología de México y el Museo del Oro de Bogotá, teniendo en cuenta que, más allá de su dimensión científica o artística, tanto museos como mapas son instituciones e imágenes fundamentalmente políticas. LPyH

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GEOGRAFÍAS MÍTICAS, GEOGRAFÍAS CIENTÍFICAS: sobre mapas y museos

Daniel García Roldán

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I Algo que tienen en común la car-

tografía y la museografía, y que marca profundamente su historia, es que se trata de técnicas en las que resulta definitivo el juego que surge entre lo que se exhibe y se explica, y lo que se oculta o se trastoca. Esto no podría ser de otra manera, pues más allá de su dimensión científica o artística, museos y mapas son instituciones e imágenes fundamentalmente políticas. Hace algunas décadas Benedict Anderson advirtió acerca del poder de estos dispositivos, pues además de ser medios a partir de los cuales los Estados coloniales concibieron sus dominios, también resultaron efectivos en la formación de los nacionalismos modernos. Ya desde 1926 Walter Benjamin había captado con aguda precisión el valor y el significado que cobrarían las imágenes cartográficas para un nuevo público. En su crónica sobre Moscú hay una descripción brillante del mapa de Europa expuesto en el Club de los Soldados del Kremlin: al mover una manivela se iban alumbrando con pequeñas lucecitas los lugares por los que Lenin pasó en el transcurso de su vida, de tal forma que

¿Qué ha sucedido en América Latina cuando eso que se busca cartografiar y exhibir son los vestigios de sociedades y culturas que vivieron antes de la invasión europea y que después de ella han tenido una existencia superviviente? su periplo parecía una expedición de conquistas coloniales en un territorio casi desierto. Por otra parte, luego de conocer la carta de la Federación de Repúblicas Socialistas y Soviéticas que los vendedores ambulantes ofrecían en las calles y que estaba a punto de convertirse en el centro de un renovado culto de los íconos, Benjamin les llamaba la atención a los alemanes y a sus vecinos europeos, para que miraran cómo, al lado de

la gran Rusia, el viejo continente no era sino un “nervioso y deshilachado territorio en un extremo del remoto Oeste” (Benjamin 2010, 49). Tal relato nos permite interpretar que ese juego constante de lo que se ve y lo que se oculta tiene su fundamento en la oscilación entre dos actitudes que caracterizan hasta hoy el proceso de elaboración de los mapas que están concebidos para su exhibición o reproducción masiva. Por un lado, se trata de una actitud determinada por el esfuerzo de traducir y explicar un conocimiento práctico y efectivo del espacio cartografiado; por el otro, de un comportamiento encausado en una voluntad silenciosa que busca darle un carácter mítico o imaginario a ciertos contornos y aspectos de ese mismo espacio. Sin duda esta reflexión también se puede aplicar a los objetos que albergan los museos, pues al tiempo que se profundiza y avanza en su investigación, se les rodea de un culto que está ligado a su preservación y atesoramiento. ¿Qué ha sucedido en América Latina cuando eso que se busca cartografiar y exhibir son los vestigios de sociedades y culturas que vivieron antes de la invasión europea y que después de ella han tenido una existencia superviviente? Este artículo intenta contribuir a la respuesta de tal interrogante con la reflexión histórica sobre algunos mapas empleados por dos de los museos que aún hoy cristalizan con mayor fuerza los imaginarios sobre las culturas originarias del continente: el Museo Nacional de Antropología de México y el Museo del Oro de Bogotá. Más que demostrar una relación fáctica entre estas instituciones, lo que se busca en las siguientes líneas es sugerir analogías que nos permitan iluminar, aunque sea tenuemente, un proceso histórico complejo y de carácter global.


II

Mapa arqueológico de Colombia dibujado por Luis Alfonso Sánchez. Fuente: Banco de la República 1944, 1.

camino entre un hombre enmascarado, una mujer descabezada y un ser sobrenatural, ostentan el misterio de las metamorfosis: en su parte superior las formas curvas pueden adquirir la apariencia de alcarrazas, discos planetarios, adornos de plumas, hongos alucinógenos e, incluso, tetas llenas de leche; las delgadas franjas oblicuas pueden convertirse en maracas, serpientes, ramas o bastones con aves; y lo que cubre su centro puede ser un conjunto de espirales, el cuerpo de un sapo, una cabeza re-

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en varias zonas de Colombia, en Panamá e incluso en la península de Yucatán. Y mientras eso ocurría con su ubicación geográfica, algo no muy distinto sucedía con sus características formales. Empecinados en tipificar y clasificar a partir de lo reducido, lo concreto y lo homogéneo, los arqueólogos de mediados de siglo no fueron capaces de valorar en estos peculiares artefactos el significado de lo ilimitado, lo abstracto y lo heterogéneo. Los extraños colgantes Darién, que están a medio

arte

En el primer catálogo publicado por el Museo del Oro en 1944 1 dos imágenes cartográficas captan nuestra atención. La primera de ellas nos lleva a pensar en el “mapalogotipo” del que nos habla Anderson:2 se trata del Mapa arqueológico de Colombia. ¿Qué puede haber de extraño en esta imagen tan familiar y simple en su elaboración? Un solo detalle revela los problemas. La zona correspondiente a Chiriquí, que debería aparecer situada en la provincia del mismo nombre en el occidente de Panamá, se traslada mágicamente al interior de los límites del territorio colombiano. Este desplazamiento se puede interpretar como una tentativa simbólica de “nacionalización” de una zona arqueológica que, situada con más exactitud, hubiese evocado el territorio perdido a comienzos del siglo xx. En efecto, los mapas arqueológicos posteriores omitieron la referencia a esta zona y el estilo de piezas orfebres denominado tradicionalmente chiriquí fue rebautizado con el nombre de darién por el arqueólogo mexicano Carlos Margáin. Sin embargo, allí no acaba la historia. No es un secreto que la procedencia original de gran parte de las piezas adquiridas por el Banco de la República durante los primeros años de creación del Museo del Oro es desconocida o mal conocida, pues los objetos fueron comprados a negociantes y buscadores de tesoros y, en un grado mínimo, obtenidos de excavaciones arqueológicas. Debido a ello y para darle un tipo de orden a la colección, se creó la tautología del tipo-región o estilo-región, mediante la cual ciertas piezas quedaban asociadas a determinadas zonas por sus características formales. Sin embargo, esto no siempre funcionaba bien; tal es el caso de los colgantes Darién, hallados


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Colgante de collar estilo Darién. Procedencia incierta (núm. 6030). Fuente: Pérez de Barradas, 1966: 101.

ducida o la cara de un murciélago.3 Es decir, más que referirse a una zona determinada, a una morfología concreta o a una identidad fija, Darién fue el nombre para capturar una desterritorialización y una desidentificación. ¿Acaso no son esos los rasgos definitivos de toda frontera? El colgante hallado en el cenote de los sacrificios de Chichen Itzá desliza sutilmente su máscara para revelarnos algo de su secreto. Sin embargo, el mapa-logotipo cierra sus filas y ordena sus límites ajustando zonas y culturas al croquis de la nación.

El segundo mapa es el de La metalurgia en América según Rivet. Se trata de una silueta del continente con algunas zonas demarcadas y unas cuantas flechas que sugieren movimientos de un territorio a otro. Lo que resulta extraño en este caso es que ningún texto del etnólogo francés hubiese acompañado el catálogo de 1944 para explicar los desplazamientos a los que se refiere la imagen. Se sabe que, en su exilio de Francia durante la ocupación del enemigo, el creador del Museo del Hombre estuvo en Colombia y difundió

sus tesis e investigaciones entre el naciente círculo de aficionados y profesionales de las ciencias del hombre. ¿A qué se debe entonces esta omisión? Al revisar la Métallurgie en Amérique précolombienne, fruto de sus investigaciones con Henri Arsandaux, se entiende por qué era necesario incluir el sello de autoridad del sabio, es decir “el mapa”, sin tener en cuenta sus hipótesis sobre el tema. La primera de ellas es que Colombia era, por excelencia, el país de la tumbaga; es decir, de la práctica y de los objetos fruto de la aleación del oro nativo con el cobre. Esta hipótesis se apoyaba en análisis de laboratorio realizados en Francia y en la revisión de fuentes históricas que los corroboraban: “Aguado, no sin amargura, apunta que ellos no pagaban su tributo en oro fino, porque siempre tuvieron por costumbre estos bárbaros de humiliar y abajar los quilates y fineza del oro con echarle la liga de cobre” (Rivet, Arsandaux, 1946: 48). Por otra parte, para los científicos franceses el mito de El Dorado estaba relacionado con un territorio difícil de ubicar con precisión al interior del “país guayanés”, en donde artesanos de tribus de las familias lingüísticas “karib” y “arawak” habían inventado esta técnica de aleación, que después había llegado hasta Venezuela, las cordilleras colombianas, las Antillas y el sur de Estados Unidos (59-69). Leyendas como la de Walter Raleigh y palabras de origen arawak y karib que desde el siglo xvi utilizaron los españoles para designar tanto la aleación como los objetos realizados a partir de ella, servían como argumentos para legitimar lo que sostenían los autores. Situar el origen del mito de El Dorado en tierras lejanas de Bogotá (despojándolo del aura que tenía en su versión vinculada a la laguna de Guatavita) y afirmar


que la mayor parte de los objetos orfebres “colombianos” eran de “oro de baja ley” fueron hipótesis que no se adaptaron a los discursos que acompañaron con pompa el primer catálogo del Museo. Tampoco la idea de que el conocimiento profundo de los metales y sus secretos había llegado a los altiplanos de las cordilleras desde las tierras bajas del oriente, consideradas tradicionalmente como un territorio de barbarie. Afortunadamente, las crónicas de Indias son “ricas” en testimonios y sirvieron para legitimar otra versión de la historia; sólo bastaba elegir el fragmento adecuado. De esta forma, el etnólogo colombiano Gregorio Hernández de Alba, quien veía en el Museo el cumplimiento de la promesa de El Dorado buscado con desesperación en tierras del Zipa y del Zaque, cita a Lucas Fernández de Piedrahita a propósito de un episodio ocurrido en Tunja: “Las cargas del oro y las joyas, que por todas partes se recogieron […] fueron tantas que a cosa de las nueve, en que se acabó el saco se hizo de ellas un montón tan crecido, que puestos los infantes en torno de él, no se veían los que estaban de frente…” (Banco de la República 1944, 9). De esta forma el mapa de Rivet funcionó en el surgimiento del Museo del Oro como un emblema, pues al mismo tiempo que se erigía como un sello de autoridad, se ignoraba o se ocultaba su significado.

III

que acompaña el texto se limita a trazar con una línea negra los límites de este espacio imaginario a mediados del siglo xvi. Kirchhoff nunca pretendió definir con exactitud qué era eso que él denominaba Mesoamérica. En lugar de ello, se aproximó a este concepto a partir de potentes

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borado por Paul Kirchhoff para acompañar un breve texto publicado por primera vez en 1943. Lo que resulta extraño en este caso es que además de que el croquis dibujado por el etnólogo alemán es poco preciso, su definición de Mesoamérica también fue particularmente ambigua; el boceto

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Si entrelazamos las categorías del mapa como logotipo y el mapa como emblema, podemos reflexionar sobre una imagen cartográfica de gran importancia en la historia de la arqueología y la museografía mexicanas. Se trata del boceto de Mesoamérica ela-

Mapa de La Metalurgia en América según Rivet dibujado por Luis Alfonso Sánchez. Fuente: Banco de la República 1944, 2.


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metáforas y de perspectivas que estaban a medio camino entre la geografía, la historia, la arqueología y la etnología. En realidad, lo que buscaba en un principio era delimitar una “superárea cultural” que sirviera como marco provisional de investigación para los antropólogos, quienes, en sus observaciones, corrían el riesgo de perderse. De ahí la importancia del lenguaje metafórico y de su energía para cristalizar ciertas ideas y percepciones. Entre las figuras retóricas que más llaman nuestra atención están aquellas que definen la “cultura mesoamericana” como un maelstrom o un cruce de caminos; no cabe duda de que tales comparaciones dotaron de coherencia a una serie de fenómenos que en principio se mostraban dispersos y huidizos para una mirada empeñada en comprenderlos de manera sistemática: territorios ocupados por tribus de diferentes etnias y grupos lingüísticos, atravesados por fuertes movimientos migratorios e intensos intercambios culturales, no eran fácilmente asimilables a una unidad de conjunto: En vez de aparecer como un hogar cultural que alimenta su propio fuego, la cultura mesoamericana semeja más bien una gran avenida o una serie de avenidas por las cuales influencias procedentes de fuentes desconocidas transitan hacia otros pueblos del continente (Kirchhoff 2002, 56). A pesar de la importante función que cumplieron en la historia de la arqueología mexicana estos trabajos tempranos de Kirchhoff, no podemos dejar de pensar en la relación que existe entre la clasificación de rasgos distintivos mesoamericanos hecha por el etnólogo alemán y el cuento de

Jorge Luis Borges al que se refiere Michel Foucault en las primeras líneas de Las palabras y las cosas. Entre los rasgos mesoamericanos clasificados encontramos desde “vestidos completos de una pieza para guerreros” hasta la existencia de mercaderes que eran a la vez espías; desde el uso de “pelo de conejo para decorar tejidos” hasta la identificación del 13 como número ritual; desde la fabricación

El etnólogo alemán se veía decepcionado y sorprendido, pues lo que había propuesto como un concepto problemático para ser ampliamente discutido se había convertido en una idea fija en relación con la cual se comprendía, justificaba y construía la arqueología mexicana. de “chucherías de barro” hasta beber “el agua en la que se lavó al pariente muerto” (Kirchhoff 2002, 49). Sin embargo, más allá de estas características dispersas, aquello que resultó dominante para definir qué era Mesoamérica es que se trataba de sociedades de cultivadores superiores que utilizaban calendarios, escritura jeroglífica y que construían pirámides escalonadas y patios para el juego de pelota. De acuerdo con ello, el boceto cartográfico, que en principio

intentaba captar una realidad histórica coyuntural, se transformó en espacio geográfico con límites establecidos y el espacio geográfico devino civilización, es decir, se cargó de significado, valor y duración. Varios años después de la primera publicación de su texto, el etnólogo alemán se veía decepcionado y sorprendido, pues lo que había propuesto como un concepto problemático para ser ampliamente discutido se había convertido en una idea fija en relación con la cual se comprendía, justificaba y construía la arqueología mexicana. 4 En una versión posterior de su texto, publicada en 1960, se lamentaba en estos términos: “mientras que muchos han aceptado el concepto de ’Mesoamérica’, ninguno, que yo sepa, lo ha hecho objeto de una crítica constructiva o lo ha aplicado o desarrollado sistemáticamente” (Kirchhoff 2002, 44). Esto explica que tanto el boceto cartográfico como el concepto de Mesoamérica se hayan convertido con el paso del tiempo en logotipos y emblemas, por doquier reconocibles y cargados de valor de verdad, pero en última instancia difíciles de definir o justificar. El mapa arqueológico y artístico de grandes dimensiones concebido por Ernesto Vázquez, Luis Covarrubias y Román Piña Chan para la apertura del Museo Nacional de Antropología en el Bosque de Chapultepec, en 1964, presenta sus convenciones visuales ciñéndose casi exactamente al croquis elaborado por Kirchhoff. Esto nos lleva a plantear otra pregunta: ¿qué era tan especial de ese boceto para que la arqueología y la museografía mexicanas, con el ímpetu nacionalista que las distingue, lo prefirieran por encima de la silueta del territorio nacional? La respuesta es obvia y nos lleva de nuevo al comienzo.


Kirchhoff, Paul. 2002. Escritos Selectos. Estudios mesoamericanistas, vol. i. unam, i, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas. Margáin, Carlos. 1950. Estudio inicial de las colecciones del Museo del Oro del Banco de la República. Bogotá: Imprenta del Banco de la República. Nalda, Enrique. 2008. Qué es lo que define Mesoamérica. Antropología, Boletín Oficial del inah 82. Pérez de Barradas, José. 1966. Orfebrería prehispánica de Colombia. Estilos Quimbaya y otros. Texto. Madrid: Banco de la República de Colombia. Rivet, Paul y Henri Arsandaux. 1946. Métallurgie en Amérique précolombienne. París: Institut d’ethnologie. Límites de Mesoamérica a mediados del siglo xvi. Fuente: Kirchhoff, 2002: 54.

asimilarse como el pasado grandioso de los ciudadanos mexicanos de los siglos xx y xxi; no es descabellado pensar que con esta idea vino otra que reconocía el centro del maelstrom en la “capital eterna”, capaz de absorber con su fuerza centrípeta hasta los monolitos enormes como el Tláloc de Coatlinchán. LPyH Referencias Anderson, Benedict. 1993. Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: fce, 1993. Banco de la República. 1944. El Museo del Oro. Bogotá: Imprenta del Banco de la República. Benjamin, Walter. Obras Libro iv, vol. i. Madrid: Abada, 2010. Falchetti, Ana María. 2008. The Darién Gold Pendants of Ancient Colombia and the Isthmus. Metropolitan Museum Journal 43, New York.

Notas 1 No se puede decir que el Museo del Oro haya sido durante sus primeras décadas de existencia propiamente un museo. Se trataba de la colección de orfebrería del Banco de la República, que se exhibía con varias restricciones y que cada cierto tiempo se exponía en el exterior. 2 “El mapa-logotipo, al instante reconocido y visible por doquier, penetró profundamente en la imaginación popular, formando un poderoso emblema de los nacionalismos…” (Anderson, 1993: 245) 3 Para ver las diferentes versiones de los colgantes Darién, consultar el artículo de Ana María Falchetti, “The Darién Gold Pendants of Ancient Colombia and the Isthmus”, en el Metropolitan Museum Journal 43 de 2008. 4 Enrique Nalda aludió a este problema en la XIX Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, dedicada a revisar la validez teórica del concepto de Mesoamérica (Nalda, 2008:105).

arte

En primer lugar, el croquis de Mesoamérica funcionaba mejor para representar los vestigios arqueológicos como un legado monumental, pues devoraba la totalidad de lo que los estudiosos definieron como el área maya. En segundo lugar, territorios que hacían parte de la nación, pero que para la arqueología y la museografía no lograban entrar en la categoría de “lo mesoamericano”; podían ser ignorados de la emblemática pintura. Así, el mapa mural, que por cierto fue recientemente restaurado y hoy se presenta a nuestra mirada como nuevo, incluye muy pocas convenciones en los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Durango y Zacatecas, dando la sensación de que se trató de territorios desiertos sin que el mapa pierda su apariencia de totalidad. Esto indica que aquello que se naturalizó con el nombre de civilización mesoamericana terminó por

Daniel García Roldán es profesional en Estudios Literarios y maestro en Historia del Arte. Trabaja como profesor en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y actualmente adelanta estudios de doctorado en Historia en la Universidad de los Andes de Bogotá.

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entre libros La belleza del escándalo Antología de poesía

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Brianda Pineda Melgarejo

Luis Antonio de Villena, En afán desmedido, selecc. Jorge Lobillo, Col. Ficción, Xalapa, uv, 2017, 258 pp. Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa. Y si todo va mal, si al final todo es duro, como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno. Luis Antonio de Villena, “Un arte de vida” Nondum amabam, et amare amabam San Agustín

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urante esta primavera tuve oportunidad de escuchar dos veces, una en la casa del poeta Ramón López Velarde y otra en el auditorio de la Fundación para las Letras Mexicanas, la brillante conversación de Luis Antonio de Villena. Ante la elocuencia

de sus anécdotas: la amistad sobrenatural y literaria con Oscar Wilde que le ha servido a lo largo de los años como inspiración; las invitaciones a dar cursos y conferencias en universidades norteamericanas que ha rechazado abiertamente por parecerle este país, hoy por hoy, el peor lugar para vivir; su relación homoerótica con la ciudad y los sonetos escritos durante su adolescencia que cayendo en la cursilería lo llevaron a valorar el verso libre y las posibilidades que ofrece entre otras; es innegable que supone un honor asomar a la vida del poeta en su voz. Pero como en asuntos líricos no todo es blanco o negro, la literatura y su inclinación camaleónica permite otra forma sublime en su estado de soledad pura de acercar al lector a la realidad de la época y a la visión particular que unidas dan forma al personaje insólito nacido en Madrid durante el año 1951: la antología poética En afán desmedido (2017), publicada en la Colección Ficción de la Universidad Veracruzana. Como lectores lo menos que podemos pedir a una antología es que su selección nos permita acercarnos, sin restar profundidad, a la obra general del poeta. De eso se ha encargado aquí, fiel a la intensidad provocativa que distingue a Villena, el poeta y traductor Jorge Lobillo, yendo de la década de los setenta [El viaje a Bizancio (1978); Hymnica (1979)] a la de los ochenta [(Huir del invierno (1981); La muerte únicamente (1984)] y a la de los noventa [Como a lugar extraño (1990); Asuntos de delirio (1996); Celebración del libertino (1998)] hasta encontrarse con el siglo xxi [Las herejías privadas (2001); Desequilibrios (2004); Los gatos príncipe (2005) y La prosa del mundo (2007)] para mostrarnos cómo, sin abandonar un ritmo generoso, el poeta español ha estado en lu-

cha con sus obsesiones poéticas, consiguiendo con ello elaborar máscaras transparentes y hermosas, siniestras y humanas en su debilidad por el deseo y la ilusión. Poeta de la belleza del libertinaje, a Villena es posible insertarlo en una tradición de la lengua española donde erotismo y muerte son dos caras de la misma moneda, tal

Poeta de la belleza del libertinaje, a Villena es posible insertarlo en una tradición de la lengua española donde erotismo y muerte son dos caras de la misma moneda, tal como lo concebían sus maestros y amigos Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. como lo concebían sus maestros y amigos Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Al recorrer la antología, desde sus inicios nos veremos envueltos en una atmósfera inducida por el amor a la noche y por las aventuras sexuales, inesperadas y eróticas que ésta enciende. Habitantes de la luna, “Satélite del amor”, habremos de recordar que: …Somos de ese reino, donde como en Chuang-tsé, el filósofo, se mezcla sueño y vida. Donde amar es provocación y goce, y un cuerpo el misticismo. (35)


Luis Antonio de Villena. Fotografía: J. Marchamalo (www.elnortedecastilla.es)

No es un poeta del amor pues, como confiesa, “la verdad es que historias de amor, / lo que se dice amor, yo no las he tenido” pero sí lo es del deseo y sus búsquedas, de la ilusión corpórea que mientras aguarda por el amor único se deleita en las maravillas propias de la juventud, en el verano implacable de los encuentros condenados a no repetirse. No es un poeta de la nostalgia ciega. Aunque araña el fervor por las concepciones grecolatinas del placer, la sabiduría y la belleza, tiene el don de mirarlas bajo una perspectiva actual y se atreve así a enunciar un fracaso asumido como ancestral cuando nos dice “no, no fructificaron nuestros sueños. / Aquellos dio-

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fica el estigma cuando en “El tema de la rosa” rescata la belleza del escándalo que rodea la muerte de tantos jóvenes que se pierden bajo los efectos de las enfermedades de transmisión sexual y no los juzga ni condena porque intuye que las más de las veces “sólo quien tuvo pierde” y que la vida se apaga en deseos fugaces y prostibularios, en rituales de purificación y embriaguez, en contradicciones dolorosas que atentan contra una armonía y virtud humanista (léase el poema sobre los pederastas “El hombre de la desesperanza”, 95) y en esperas de amores verdaderos, de reconciliaciones con los nuestros que sólo llegan en la imaginación y por escrito.

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Y en los diversos retratos de personajes marginales, oníricos o de poetas que son pilares de la tradición grecolatina y occidental (Kavafis, Verlaine, Cernuda, Borges, Ginsberg, etc…) acudiremos a la redención del abismo que nos separa de tantos siglos mostrándonos, a través de los devenires del oficio del poeta, cómo se puede ser clásico y a un tiempo leal a las expresiones contemporáneas que en él y en cada uno de nosotros viven. Luis Antonio de Villena es el poeta que, en revelaciones, va desmantelando una serie de tabúes: habla de la otra cara de la solemnidad cuando ve al Lícidas de Horacio “entre la atmósfera de humo y rock / y pésima ginebra”; desmiti-


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ses eran demasiado/ hermosos y demasiado perfectos”. Valoramos, pues, que llegue a la Editorial de la uv una obra insólita en temas, estilos y emotividad. Villena nos muestra mediante su evolución (inicia con un uso alambicado y difícil de las palabras y va decantándose hasta alcanzar las cimas de un poema que es también conversación, epístola poderosa, confesión sin miedo al qué dirán y más) que la poesía es un tributo de signos a la divinidad y a su vez un arma infalible para contar los anversos de la historia que pretende ser reducida a ídolos y estatuas carentes de contrastes (vicios, pasiones y debilidades) que ilustren las expresiones íntimas del alma humana. En afán desmedido es un recorrido virtuoso por las estaciones poéticas de un hombre que a todas luces trata de encarnar el poema y no sólo de escribirlo. Es un libro donde humor y misticismo no tienen por qué estar peleados pues ambos responden al intento radical del espíritu por ir en busca de una verdad. Celebremos la poesía de Luis Antonio de Villena y su amor compartido por las mutaciones ahora que, como en ninguna otra época: El mundo […] precisa en mil órdenes cambiar. Justicia para los pueblos y justicia al humano singular. Renovarse. Cambiar. Sea maldito para siempre quien no esté ahora a favor de otro mundo. De sus otras casi infinitas posibilidades. Un nuevo amor. Una nueva belleza. De un continente nuevo. De otra luz distinta… (139) LPyH • Brianda Pineda Melgarejo es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas (uv). Es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas. Escribe poesía y divagaciones literarias en su Twitter @brryanda.

Radiografía del ensayo literario Ensayo

Laura Sofía Rivero

Mauricio Ortiz, Del cuerpo. Ensayos de pie y de cabeza, México, Tusquets, 2016, 201 pp.

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er la desnudez humana en un cuadro de alguna pinacoteca ya no nos produce el pudor que en épocas anteriores era previsible. Esta nueva concepción del cuerpo puede tener su explicación en la cotidianidad con la que apreciamos las curvas y los músculos en todos los medios de comunicación. Actualmente el cuerpo humano es eslogan de las marcas y anzuelo de compras innecesarias. Sirve como estandarte de la mercadotecnia. Quizá por ello pueda parecernos que todo en él está al descubierto y los enigmas que lo circunscriben son cada vez más escasos. Sin embargo, el desconocimiento de cómo opera el cuerpo tiene su origen precisamente en la habituación a ver esta maquinaria sin detenimiento y evitando cada vez más el pensamiento crítico que nos permita acercanos a él como a un desconocido. Allí radica la posibilidad de comprender el

organismo como algo más que ese envoltorio que nos recubre y que nos hace sentir vulnerables por no parecernos a los estereotipos marcados por los mass media. Mauricio Ortiz se permite observar la corporalidad humana con la atención que nuestra contemporaneidad nulifica al habituarnos ante el automatismo. En su libro Del cuerpo. Ensayos de pie y de cabeza, el autor aborda diferentes puntos de fuga partiendo de diversas partes del cuerpo humano. A éste siempre lo mira de manera trascendente, es decir, evitando ceñirse a una visión desde algún contexto en específico y encontrando en este ejercicio una manera de comprenderlo como aquel cascarón prodigioso que une a la humanidad entera. Este ejercicio de síntesis y evocación ilimitada le permitió a Ortiz retratar la experiencia humana en 82 ensayos brevísimos que, en su generalidad, no sobrepasan las dos cuartillas. En esta segunda edición revisada, publicada por Tusquets, el autor colocó el subtítulo explicativo a petición de Martín Solares, quien le recomendó declarar lo multifacético de su escritura; se le añade también a la edición un epílogo del autor donde comenta los periplos del libro. Estos vericuetos y nuevos caminos llenan de vida al texto y cada día lo hacen más semejante a un cuerpo que no deja de encontrar nuevas experiencias. Prologa, como en la edición anterior, el escritor Antonio Tabucchi. En una visita a México en 1999, recibió Del cuerpo –en su primera edición de autor de tan sólo mil ejemplares que publicó Ortega y Ortiz editores– y su grata lectura lo motivó a escribir una carta a la revista El País Semanal que publicó ésta en su columna titulándola: “Pero el cuerpo, ¿qué es el cuerpo?” En ella, dice el autor, lanzó como mensaje en una botella la sugerencia de que el libro


Luego de terminar “Gafas”, todo lector probablemente coincida con el autor en que su selección no es gratuita y, por ello, hasta los postizos que hemos creado como extensiones de nuestro cuerpo son también parte de él. No pocos encontrarán en la prosa de Ortiz el diálogo constante con nuestra realidad y con otros textos; “Re-

Del cuerpo. Ensayos de pie y de cabeza nació como una escritura semanal en la sección de ciencia del periódico La Jornada. Durante cuatro años, Mauricio Ortiz se propuso hablar de la formidable maquinaria humana con la completa intención, no de hacer divulgación científica, sino como una mera ejecución lúdica y literaria de la multiplicidad de perspectivas que se pueden tener de cada parte del organismo.

Laura Sofía Rivero (Ciudad de México, 1993) es egresada de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas por la unam y becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas.

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trografía” bien puede recordar el planteamiento temporal de El curioso caso de Benjamin Button de F. Scott Fitzgerald para hacernos conscientes de ese ouroboros que es el ciclo de nuestra vida en donde infancia y vejez parecen ser casi una sola.

Del cuerpo es, sin duda alguna, más que una explicación de la sensorialidad que nos produce estar vivos o la descripción anatómica parecida a la monografía. En este libro nuestra corporalidad está vista como un todo orgánico lleno de significados que se ponen en escena en los diferentes momentos de nuestra existencia. La vida no se comprende como un conjunto de signos que el médico puede escribir en una hoja de sanatorio, sino como la expresión de la cotidianidad. De ahí que tanto los cumpleaños como también la bella que exprime los barros en la espalda de su amante sean considerados en la escritura de Mauricio Ortiz: toda experiencia vital es una relación con nuestro cuerpo, esa existencia espacial que nos delimita también temporalmente. La elección del autor por colocar un subtítulo explicativo a su obra en esta tercera edición resulta fundamental para continuar un diálogo que nos permite seguir cuestionando la naturaleza del ensayo, esa escritura que conforma el coloide de los géneros y nunca está únicamente en estado sólido, líquido o gaseoso. Mauricio Ortiz apuesta también por el ensayo que desde tiempos de Montaigne nace como un ejercicio de la perspectiva y como una indagación personal que se puede extender a los otros. En esta conjugación de la nostalgia y la ironía que se cristaliza en Del cuerpo, es fácil registrar los signos vitales del ensayo literario en nuestro país: ese organismo literario que se resiste a las enfermedades de los vicios editoriales y cuyo corazón es siempre la búsqueda del pensamiento crítico en libertad creadora. LPyH

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que tanto placer le provocó leer fuese reeditado para difundir esa escritura que a sus ojos es “sobria y exacta como un rayo láser”. En esas mismas líneas también se puede leer la admiración del escritor por Mauricio Ortiz a pesar de la intriga que le provocaba no conocer de él dato alguno al ser un autor sin huellas que rastrear. La formación académica de Ortiz le otorga un amplio panorama para conocer el cuerpo humano desde límites que parecieran poco cercanos a la escritura libre que ejercita en los ensayos recopilados en Del cuerpo. Médico por la unam y fisiólogo por el Cinvestav del ipn, Ortiz decidió relegar su prometedora carrera en las ciencias por la dedicación de tiempo completo al ejercicio de la palabra. Del cuerpo. Ensayos de pie y de cabeza nació como una escritura semanal en la sección de ciencia del periódico La Jornada. Durante cuatro años, Mauricio Ortiz se propuso hablar de la formidable maquinaria humana con la completa intención, no de hacer divulgación científica, sino como una mera ejecución lúdica y literaria de la multiplicidad de perspectivas que se pueden tener de cada parte del organismo. El trabajo del autor va más allá de lo taxonómico; no sólo pinta retratos de cartílagos, pelos y órganos, sino que se vuelca por completo a relatar la historia personal de la experiencia humana en sus anchas fronteras. La amplitud del objetivo de Ortiz dota a sus ensayos de una multiplicidad de tonos e intereses que bien van de la prosa poética a la narración. Todo ensayo suyo es siempre una descripción evocativa alejada de la solemnidad. Como ejemplo de ello, su texto “Mecos” señala desde el título este tono jocoso, coloquial y lleno de humor que hace ver el cuerpo desde los anteojos de lo cotidiano y popular.


Retórica, ideología y política Ensayo político

Agustín del Moral Tejeda

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River Phoenix

Gilbert Achcar, Los árabes y el Holocausto. La guerra de narrativas árabe-israelí, trad. de Marianela Santoveña, col. Biblioteca, Xalapa, uv, 2016, 467 pp.

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ay libros que no sólo piden eso que llamamos “interpretaciones críticas”, sino que incluso ayudan a encaminarlas. Se trata de obras que abren para sí mismas un intersticio entre la escritura a secas y una especie de extraña, cerebral y erudita roman à clef. Cuando consiguen su objetivo, nos recuerdan la ilimitada capacidad de la escritura para alcanzarnos y conmovernos, para hacer que el cerebro palpite como corazón, y para santificar el matrimonio entre el raciocinio y la emoción, entre la abstracción y la vida vivida, entre la búsqueda de una paz trascendente y el agobio de las tareas diarias. Este es el caso de Los árabes y el Holocausto. La guerra de narrativas árabe-israelí de Gilbert Achcar. Aunque Achcar tiende más bien a expresarse con prudencia y ecua-

nimidad, su capacidad de análisis no resulta por ello menos efectiva ni menos importante, sobre todo tomando en cuenta el rabioso antiintelectualismo y antiarabismo de la vida pública contemporánea. Dejando de lado las obras de Said, hasta el día de hoy no había leído un libro más lúcido, exhaustivo y valiente sobre las vicisitudes árabes del siglo xx que éste. Lo que hace al título de Achcar tan extremadamente bueno e indicativo es que de entrada nos coloca ante una serie de cuestiones que tienen que ver con la retórica, la ideología y la política. Resulta imposible describir por qué estas cuestiones son tan importantes sin hablar del contexto histórico en que aparece el libro. Y este contexto resulta ser un verdadero huracán de controversias que parte de las palabras mismas que se utilizan para referirse a las calamidades, el racismo, el fanatismo, el colonialismo, la ortodoxia religiosa y el uso ideológico de las víctimas. Uno de los rasgos más sobresalientes y oportunos del libro es que su proyecto es a la vez histórico y retórico. Su estrategia principal pasa por lo que en la retórica clásica se conoce como apelación

ética. En este caso el adjetivo, que deriva del griego ethos, no se refiere a lo que solemos llamar ética, aunque las dos ideas son afines. Lo que viene a ser la apelación ética es una versión compleja y sofisticada del “confíen en mí”. Es la más valiente, ambiciosa y democrática de las apelaciones retóricas porque exige que quien acude a ella nos convenza no solamente de su agudeza intelectual o de su competencia técnica, sino también de su decencia, de su ecuanimidad y de su sensibilidad frente a las esperanzas y los miedos de la audiencia. Estas últimas, por cierto, no son cualidades que se suelan asociar con la tradicional autoridad del historiador, una figura que para muchas personas ejemplifica el elitismo y el conservadurismo, y cuya imagen moderna resulta estar un tanto vapuleada. Lo que me importa destacar es que Los árabes y el Holocausto le confiere a Achcar toda la confianza que su apelación ética está pidiendo. Y esta confianza deriva tanto del contenido del libro como de la voz del autor y del espíritu que cultiva. El libro es una historia de horror narrada por una persona amable en el mejor sentido de la palabra. El espíritu del libro


no saben lo que quieren, o porque tercamente quieren un imposible. No hay esperanzas a corto plazo. Los duros de ambas partes seguirán imponiéndose, el sufrimiento y la muerte se prolongarán y los cascos azules se limitarán a observar. Salvo que, claro, se reproduzcan, entre árabes y judíos esfuerzos similares a los de Achcar. En el fondo, todas estas contrariedades son políticas y sólo se puede tratar con ellas con espíritu democrático, es decir, con un espíritu que combine rigor con humildad, convicción apasionada con un respeto diligente por las convicciones ajenas. Como cualquier ciudadano de alguna de nuestras democracias sabe, resulta arduo cultivar y mantener un espíritu como éste, sobre todo cuando se tratan cuestiones que a uno le despiertan sentimientos fuertes. Igualmente duro de conseguir es el criterio del cien por ciento de integridad intelectual de los espíritus democráticos: hay que estar dispuesto a mirarse con honestidad uno mismo y a examinar los motivos que lo llevan a pensar en las cosas que piensa, y a hacerlo más o menos de forma continua. Un rasgo distintivo de Los árabes y el Holocausto es que su autor está dispuesto a “promover la comprensión cultural entre judíos y árabes”, y al final a reconocer que la historia no es ni una Biblia ni un Corán, sino el registro y el análisis de los intentos que ha hecho una persona inteligente por resolver las respuestas a una serie de preguntas muy difíciles. Y, desde mi punto de vista, esto es lo más democrático que se puede encontrar hoy en día. LPyH

Poesía

Jorge Comensal

Paola Velasco, Rotación del tiempo, Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, 2016, 59 pp.

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a poesía es el género literario más admirado de todos, pero no el más leído. Algunos respetan tanto a la poesía que prefieren no tocarla nunca. A esta forma excelsa de la expresión artística le sucede algo semejante a lo que pasa con la Naturaleza en el imaginario urbano: se veneran las selvas, pero se prefiere permanecer en la ciudad, a salvo de los bichos y sin lodo en los zapatos. Creo que la forma más saludable de tratar con la poesía no es ponerla en un pedestal o detrás de una vitrina, sino tenerla siempre a la mano, en la mesa de noche, la mochila del diario, la reunión con los amigos. Compartir un poema como se hace con las fotografías y los memes en las redes sociales. Reconocer que los poemas son herramientas para comunicarnos mejor unos con otros y con nosotros mismos. Rotación del tiempo de Paola Velasco es un libro de forros blancos en el que hallamos también una blancura figurada: así como

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• Agustín del Moral es editor, escritor y traductor. Actualmente es director de Artis. Revista Cultural Universitaria, y editor responsable de la Biblioteca del Universitario, dirigida por Sergio Pitol.

Tiempo circular

entre libros

aúna rigor con humildad de una forma que permite ser extremadamente perceptivo sin mostrar ningún rasgo de evangelismo o de proselitismo ni ningún desprecio elitista o racista. Este es un logro extraordinario. Entender por qué básicamente es un logro retórico, y por qué esto es históricamente significativo –y, en opinión de este reseñista, políticamente redentor–, requiere una mirada más detallada a las guerras que el libro enfoca con esa precisión mágica que enriquece en lugar de viciar. La primera de esas guerras constituye la trama principal de la narrativa israelí: Hitler, el Holocausto y la institución política central del régimen nazi: el campo de concentración. ¿Cómo reaccionó el mundo árabe ante el nazismo y el antisemitismo instigado por Hitler? Achcar responde a esta cuestión tomando como axioma que en la tradición árabe existen vertientes ideológicas, preceptos éticos, normas jurídicas y prácticas religiosas sumamente variados. La narrativa árabe empieza a perfilarse con mayor fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, y es el tema de la segunda parte del libro. En el reparto del mundo que siguió a la derrota nazi, los judíos recibieron no un pedazo de Alemania, como probablemente habría sido lo justo, sino de Palestina. Esta injusticia (impuesta por las armas de las grandes potencias) fue resistida ferozmente por las víctimas, sin éxito. ¿Cómo explicar las guerras interminables? Quizás, ante todo, como una falta de realismo. Es absurdo provocar un conflicto sin salida, proponerse victorias que no se pueden alcanzar o que, de alcanzarse, no sirven para nada o empeoran el conflicto. Las guerras interminables no le convienen a nadie. Se prolongan porque ya empezaron, porque los contendientes


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las superficies blancas reflejan todos los colores de la luz, esta obra refleja todos los colores de la poesía moderna; hay en ella muchos tonos, desde la opulencia del modernismo hasta la poética austera de nuestro joven siglo. El título lo advierte: aquí el tiempo no avanza con tediosa rectitud, sino que rota, vuelve y avanza curvándose hacia la vanguardia. Esta síntesis de épocas tiene un sentido alegórico en el que distintos estilos reflejan la transformación de una voz que nos comparte postales de la infancia, retratos de adolescencia y certidumbres de madurez. Hay una sutil progresión psicológica. Se trata de una biografía lírica. A diferencia de muchos poemarios, Rotación del tiempo nos invita a leerlo de manera secuencial, rotando con el libro, página por página. La primera sección de este viaje se titula “Rosa Silvestre”, nombre con el que era conocida la bella durmiente en el cuento de los Hermanos Grimm. La leyenda de esta princesa narcoléptica se remonta muy atrás en el tiempo. ¿Qué significa? Nos lo sugiere el poema xiv del libro: “Cuentos de infancia: / principio de educación / estética, / erótica”. La voz de esta sección es en ocasiones romántica, en otras vanguardista, una polifonía, un coro de voces que buscan la reconciliación con la memoria. En el poema xi se dice de Rosa Silvestre: Su sangre regaba los cardos, nutría el plasma rojo de las flores. Así lo pensaba mi niñez de inocencia brutal... Inocencia brutal, fascinación monstruosa: no hay rastros de ingenuidad en estos poemas, pues retratan la aguda intuición de un futuro inquietante, deseable y aterrador al mismo tiempo. La espera desespera: un siglo de sueño ansioso, una inquietud que se hace explícita en el poema

xiii: “Bello erotismo en la infancia durmiente: / despertaste a la blanda caricia de mis manos”, que incluye una cita de Ramón López Velarde, con quien Paola Velasco comparte la nostalgia, la devoción lacerante, la fuga de un yo culposo hacia las “gratas horas de la infancia”. En la segunda parte, titulada “Las tres edades de Saturnino Herrán”, hay un prefacio en prosa que nos recuerda que Velasco es también una ensayista capaz de sintetizar en una decena de líneas reflexiones muy valiosas para interpretar la obra de este pintor, amigo de López Velarde y compañero de muerte prematura. En el primer poema, la autora descifra la vida y estética de Herrán valiéndose de los temas explorados antes:

que se arquea flexible como interrogación?

La siguiente parte, “El viejo futuro de los abuelos”, es pronunciada por una voz de sobria madurez. Es un regreso hasta el bisabuelo jerezano, un repaso histórico que comienza con la Primera Guerra Mundial, seguido por un poema sobre la invención del foco y reflexiones sobre el lado oscuro de esa nueva luz eléctrica, los horrores industriales, la enajenación obrera, la oscuridad, la profecía, el aspecto lúgubre del progreso. En el poema vii de esta sección, Velasco pregunta:

Más allá de la inocencia y la desesperanza, en este recorrido lírico a través de las edades, llegamos a “Custodia del ordinario jubileo”, acaso la sección más íntima del libro, la imprescindible para descifrar, como en una buena novela de misterio, las claves diseminadas a lo largo de Rotación del tiempo. El prefacio ensayístico de la sección funciona como claraboya pedagógica, en la medida en que nos sugiere rutas de entrada reflexiva a los poemas. Concluye con una definición contundente: “Tradición: la más precisa máquina del tiempo, la única posible resurrección”. He aquí algo muy importante para entender esta obra que, al experimentar en ciertos poemas con anacronismos intencionales, se inscribe dentro de una tradición, vivifica a dos artistas admirados, rememora la infancia y conjura la muerte, la caducidad, tanto estilística como corporal. Esta máquina del tiempo va de los temores de la infancia a una plena madurez, al autoconocimiento lúbrico, a un yo lírico asertivo y anhelante. La poesía es el género más íntimo, el que exige más de nosotros, y que nos da las mayores recompensas: conocer al otro, reconocernos en él. La poesía es, en tiempos narcisistas, muy poco redituable para esas identidades superficiales que se regodean en las selfies, los likes y los retweets. John Lennon decía que “la vida es eso que pasa mientras tú andas ocupado en otras cosas”. Pasa la infancia, la adolescencia, la juventud, pasamos nosotros... y la poesía es aquello que no pasa, pues el tiempo rota alrededor de ella, enamorado, sin morir. LPyH

¿En qué cobijo alberga el hombre su esternón vibrante de tragedias, su omóplato desnudo o su espina

• Jorge Comensal (Ciudad de México, 1987) es narrador y ensayista. En 2016 publicó la novela Las mutaciones en Ediciones Antílope.

Pícara ingenuidad. Sólo la infancia, traviesa mirada de ojos grandes, sonríe confiada –aunque discreta– para no ofender con su futuro el morir a cuentagotas de los hombres en esta lotería: la niña.


misce lánea La primera estancia de Sergio Pitol en Xalapa Mario Muñoz Para continuar ofreciendo al lector, en el 60 aniversario de la Editorial de la uv y de La Palabra y el Hombre, el perfil de otro escritor que mantuvo el seguimiento del proyecto editorial, esbozo una breve crónica sobre Sergio Pitol a la manera de un testigo que tuvo el privilegio de conocerlo cuando llegó por primera vez a Xalapa.

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aburrida, de aspecto enfermizo, de calles y aceras llenas de agujeros como después de un bombardeo, de escasa actividad cultural y nula vida nocturna. Los conciertos semanales de la Sinfónica, las funciones sabatinas del Cine Club y de vez en cuando una obra de teatro era toda la oferta de que se disponía. Una moral de hierro regía cualquier otra iniciativa; por lo mismo las propuestas, de haberlas, tenían muy reducido margen de operación. A tono con el ambiente asfixiante que prevalecía, la Universidad atravesaba por un mal momento. A los brillantes rectorados del doctor Gonzalo Aguirre Beltrán y del doctor Fernando Salmerón, que dieron impulso a las artes y a las humanidades mediante el respaldo a los proyectos de un destacado grupo de intelectuales, escritores y artistas, sucedió la anodina administración del licenciado Fernando García Barna, designado rector por el siniestro gobernador Fernando López Arias, que reprimió las protestas de los estudiantes en el 68 y ordenó la toma de la Facultad de Filosofía y Letras por el ejército con la idea de clausurarla. Hubo entonces un constante retroceso bajo el control de los cuerpos policiacos del estado, arguyendo la infiltración comunista. De opresivo, el ambiente empezó a tornarse asfixiante, con las consecuencias que todos sabemos. Así pintaba el entorno cuando llegó Sergio. Venía precedido de la mencionada traducción de Brandys y del volumen de relatos Infierno de todos; ambos títulos habían sido incluidos en la renombrada colección Ficción, creada por Sergio Galindo para dar cabida a los jóvenes autores nacionales y de otras lenguas en traducciones cuidadosas. Llegaba a estas tierras después de una permanencia prolongada en el extranjero, especialmente en China y Polonia. Antes de su viaje había publicado en la

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M

e remonto a 1965, año en que empecé a trabajar como corrector de pruebas en la Editorial a invitación expresa de quien entonces era su director, el maestro César Rodríguez Chicharro, quien también dirigía La Palabra y el Hombre. Poco después me encomendó escribir una reseña

sobre las Cartas a la señora Z, de Kazimierz Brandys, libro publicado en la colección Ficción en 1966, traducido por Sergio Pitol y con una portada de Leticia Tarragó. Recuerdo que una mañana de principios de 1967 llegó un señor joven muy elegante a conversar con el maestro Chicharro. Al concluir su entrevista me fue a saludar para decirme que acababa de leer el original de mi reseña y que le había gustado. Se presentó como Sergio Pitol. Gracias a esta aprobación, el maestro Chicharro, que era muy exigente en todo lo que se publicaba en la revista, aceptó incluir en la sección Entre libros ese mi primer texto profesional. Así fue mi contacto inicial con Sergio. Por aquellos años la Editorial estaba en los altos del Pasaje Revolución, edificio que pertenecía al padre de Cuca González, quien además de trabajar ahí mismo como correctora, cobraba la renta. Era patrona y empleada. Al fondo del pasillo había una oficina de seguros donde trabajaba una muchacha muy linda, de nombre Susana, que pasaba las mañanas escuchando en la radio las canciones de los intérpretes y grupos de moda: Leda Moreno, Maité Gaos, Angélica María, los Hooligans, los Bopers, los Loud Jets, los Crazy Boys... Hasta la Editorial llegaban esas cadencias que sacudían un poco la monótona jornada de los seis empleados que integrábamos todo el personal –ahora somos más de cincuenta–. Ensimismados en nuestros escritorios dejábamos pasar el tiempo de las nueve a las 14 horas. Al concluir las labores, salíamos para ingresar al tedio agobiante de la tarde interminable. “Entradas y salidas. A eso se reduce la vida [...] Todo lo que sale, debe entrar”, dice Vlad, el personaje de la nouvelle homónima de Carlos Fuentes. Xalapa no era la Estridentópolis idealizada por los poetas estridentistas, sino una ciudad


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Sergio Pitol por Mario Alberto Hernández

capital el breve volumen Tiempo cercado, con siete cuentos, de los cuales nunca volvió a incluir dos en sus posteriores recopilaciones: “La palabra en el viento” y “Un tiempo para la noche”. Su nombre de autor, por consiguiente, lo conocía sólo un selecto número de amigos, pues según palabras suyas, era un escritor tardío. De modo que la Editorial le permitiría poner en práctica los planes que traía en mente a su

regreso a México. Y así fue. Optimista contumaz, durante el año de su primera estancia, promovió a los escritores de su generación, modificó la portada adusta de la revista, abrió a los jóvenes las puertas de la impenetrable fortaleza del suplemento La Cultura en México para publicar en esas páginas, rescató títulos olvidados como Los cuentos de Lilus Kikus, de Elena Poniatowska, y Tierra de

nadie, de Juan Carlos Onetti. Se integró al profesorado de la Facultad de Letras Españolas y estrechó lazos con un grupo de amigos que editábamos una revista estudiantil, Academus, apoyándonos con entusiasmo en la programación de actividades literarias y culturales. Gracias a su mediación tuvimos la oportunidad de invitar a un ciclo de conferencias a Juan García Ponce, Carlos Monsiváis, Juan Vi-


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Raúl Hernández Viveros, mecenas parcial de nuestra revista; Jaime Turrent, escritor en ciernes, y yo seguíamos los entusiasmos del maestro. Bajo sus recomendaciones leímos con fervor a Julio Cortázar, conocimos a García Márquez, admiramos el cine de la nouvelle vague, y descubrimos a los escritores polacos gracias a sus traducciones que iban apareciendo en esa década: Brandys, Schulz, Andrzejewski, Różewicz, Gombrowicz. De este último saqué la lección, seguida hasta hoy, de que la inmadurez es el estado permanente de la humanidad y que todos sin excepción estamos dominados por la Forma, sea impuesta o asumida por conveniencia. Nadie está libre de ella. Estamos regidos –dice Gombrowicz– por la impostura y los falsos valores. En adelante, esta observación me fue de mucha utilidad para evitar la frustración al caer en cuenta de que muy pocas cosas son verdaderas y casi todo una farsa descomunal. Los especialistas en la obra de Sergio han reiterado la presencia de Bajtin en el Tríptico del carnaval, pero no han reparado lo suficiente en que el espíritu de Gombrowicz permea esas páginas donde se pasean libremente el sarcasmo sangriento, la burla delirante, el disparate descomunal y la ridiculez extrema. De Ferdydurke a Cosmos son estos los mecanismos de desarticulación que elige el formidable escritor polaco para sobajar y vulnerar hasta la irrisión la seguridad y la altivez de la gente solemne y creída, y para desacreditar los valores impuestos como tabla de salvación. Ni más ni menos era el desquite gozoso de Sergio cuando regresaba por las tardes a casa al concluir la jornada en el ambiente relamido del servicio diplomático que desempeñaba en Praga, y se dedicaba a crear el mundo caricaturesco de sus tres novelas de carnaval.

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cente Melo, María Luisa Mendoza, Emmanuel Carballo; también se consiguió una exposición de la obra de Vicente Rojo. Ya encaminados por Sergio, invitamos por nuestra cuenta a José Agustín, Juan Tovar y a don Ermilo Abreu Gómez, además de organizar semanas culturales. Una fue dedicada a la España en el exilio y otra a la Revolución cubana, para irritación de las autoridades. La reacción no se

hizo esperar. El periodista Rubén Pabello Acosta sacó una nota en el Diario de Xalapa tachándonos de antimexicanos y frívolos, y algunos maestros de la Facultad no veían con buenos ojos nuestra programación literaria con los escritores de la “mafia”, según denominó Luis Guillermo Piazza a los autores de la Generación de Medio Siglo, cuyo centro de irradiación era el suplemento La Cultura en México. A esto se sumó el hostigamiento creciente que empezó a resentir Sergio por parte de dos conocidos profesores ya finados. Pero a pesar de la intolerancia del medio continuamos junto a él con el ánimo más dispuesto, remando siempre contra la corriente. La memoria es falible y este espacio demasiado breve para acumular detalles que ameritan una investigación cuidadosa que no puedo permitirme ahora. Lo cierto es que son contados los periodos significativos que influyeron en mi formación inicial en Xalapa. Y una de esas etapas decisivas fue la amistad con Sergio. En torno a su figura, a sus pláticas estimulantes llenas de referencias culturales, a los libros que leía y recomendaba, a sus observaciones sobre las artes plásticas, la constelación de amigos que nos reuníamos en su departamento frente al Hospital Civil, en el café La Parroquia o en el restaurante de Maño –los escasos lugares de esparcimiento de entonces– empezamos a vislumbrar que la vida, como dice Kundera, estaba en otra parte. Sus experiencias en Italia, China, Polonia y otros países europeos eran un poderoso incentivo para viajar y para trascender los límites del agobiante nacionalismo, la estrecha moral y la creciente represión que fomentaban el gobierno y sus satélites. Ninguno de los profesores nos motivó tanto como él. Lorenzo Arduengo, a la sazón director del Cine Club de la uv;


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En torno a su figura, a sus pláticas estimulantes llenas de referencias culturales, a los libros que leía y recomendaba, a sus observaciones sobre las artes plásticas, la constelación de amigos que nos reuníamos en su departamento frente al Hospital Civil, en el café La Parroquia o en el restaurante de Maño –los escasos lugares de esparcimiento de entonces– empezamos a vislumbrar que la vida, como dice Kundera, estaba en otra parte. Las experiencias transmitidas por Sergio nos ponían en sintonía con todo lo que estaba sucediendo fuera de México, tan refractario a los cambios. Los Rolling Stones conmocionaban con la letra de sus canciones y las audaces portadas de sus lp; las películas de Fellini provocaban reacciones furibundas en los medios eclesiásticos y de izquierda; los primeros días de junio del 67 vieron la aparición de Cien años de soledad, que constituyó un acontecimiento editorial sin precedentes; la moda femenina escandalizaba a los timoratos por las faldas cortas y los escotes generosos; la Revolución cubana sacudía a la opinión mundial impresionada por el giro político que estaban tomando los acontecimientos; las protestas antibélicas en contra de la guerra de Vietnam movilizaban a miles en las capitales europeas..., en fin, una canción de Jane Birkin, “Je t’aime, moi non plus”, fue calificada de obscena y prohibida en la radio. Un espíritu de libertad y cambio flotaba en el mundo hasta que todo concluyó en 1969 con el famoso concierto de Woodstock, que cerró una década de promesas y rejuvenecimiento. En tanto, Sergio había concluido sus estudios de abogacía

en la unam con una tesis sobre Shakespeare, y su actividad literaria no cesaba. Por esas fechas dio a conocer el libro de relatos No hay tal lugar, las traducciones del polaco, la autobiografía y la memorable antología El cuento polaco contemporáneo. Todo esto lo combinaba con la labor editorial hasta que su contrato terminó en febrero de 1968. Durante su corta estancia xalapeña editó cuatro números de La Palabra y el Hombre, del 41 al 44, y continuó incrementando la colección Ficción. Semanas después, Lorenzo, Raúl y yo lo acompañamos a Tampico para que abordara un barco mercante que lo llevaría a las costas de Yugoslavia. Desde la borda del buque carguero, feliz de volver a viajar, nos hizo un saludo de despedida que entonces creíamos sería el último. Ocho meses después, Díaz Ordaz instrumentó la matanza de Tlatelolco y el gobernador López Arias secundó la represión en Xalapa. Entonces los amigos decidimos abandonar el país a la primera oportunidad que se presentase. Lorenzo tramitó una beca para estudiar en la prestigiada escuela de cine de Łód`z, de donde habían egresado Roman Polanski y Juan Manuel Torres; Jaime pasó una

temporada en Londres; Raúl consiguió una estancia como escritor en Polonia, y yo ingresé a un posgrado para estudiar literatura en la Universidad de Varsovia. Un ciclo concluía y otro comenzaba. Desde la capital polaca seguía los desplazamientos de Sergio a donde lo enviaran a cumplir las misiones del servicio diplomático. A distancia continuamos nuestro contacto por correo de modo intermitente. Cada libro que publicaba me lo hacía llegar con su dedicatoria. Así que mi constante errancia fue en cierta medida seguir el ejemplo del que fuera nuestro maestro, aunque consciente de que nunca podría acercarme ni remotamente a su inmenso conocimiento de la literatura y el arte. Cuando el año pasado varios amigos nos reuníamos en casa de Sergio los sábados por la tarde para escuchar ópera, ver películas o intercambiar opiniones sobre distintos tópicos, me venían a la mente aquellas veladas de Steiner, el intelectual de La dolce vita, en las que los asistentes escuchaban música, leían poesía, discurrían sobre la condición humana o ponían atención a los sonidos de la naturaleza que Steiner gustaba de grabar. Un remanso en medio de la agobiante realidad. Y el flujo de los recuerdos me trae ahora las reuniones de Sergio con nuestro grupo de los años sesenta, cuando nos disponíamos a emprender otras rutas que para algunos han concluido. Lorenzo falleció hace seis años, Jaime dejó de publicar hace mucho, Raúl edita la revista Cultura de Veracruz, y yo, como siempre, sigo aquí, sin saber a dónde voy. LPyH • Mario Muñoz es decano de la Facultad de Letras Españolas de la uv, en donde también es maestro de tiempo completo. Está encargado de la dirección de la revista La Palabra y el Hombre, guardándole el lugar a un director que desconoce.


Los 50 años de Macondo Germán Martínez Aceves

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Primera portada de Cien años de soledad

largo de 18 meses. Con carencias económicas pero casi enfebrecido por la historia que tenía que contarnos, se encerró en su departamento para lidiar con borradores y la máquina de escribir y así confeccionar la vida de los habitantes de Macondo. Sus grandes reportajes, su ojo veraz y preciso que lograba destacadas notas periodísticas, su gusto por el cine que lo llevó a hacer guiones y su inventiva para

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Un barco en medio de la selva, diseño realizado por Iris Pagano, pues la portada (que después sería la más conocida) que le habían encargado a Vicente Rojo no llegó a tiempo.

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50 años de Cien años de soledad, la obra magistral de Gabriel García Márquez, el vacío de los seres humanos y sus sociedades tecnologizadas continúa su cauce hacia el desamparo y la vida ausente de las posibilidades de felicidad plena. Macondo es un invento del Gabo. No así las historias que se suscitan ahí. Los Buendía, los Iguarán, los Babilonia existen en cualquier lugar rural de América Latina y aspiran al desarrollo de mejores condiciones sin importar las desavenencias que pudieran aparecer. Como el pueblo de Comala de Juan Rulfo, el pasado hiere la memoria, los muertos y los vivos tienen pendientes irresueltos. Finalmente, entre el polvo y el olvido, la soledad impera en el ambiente. Macondo y Comala son nuestras génesis y nuestros apocalipsis. Son nuestras Biblias de América Latina. Ahí están nuestras venas irrigadas, síntesis de todos los pueblos. Ahí nuestras lógicas que para el mundo occidental son ilógicas y a las que etiquetan como realismo mágico cuando en realidad son una forma cotidiana de interpretar la vida, esa que con acuciosidad, sensibilidad y maestría supo escribir García Márquez. La idea de Cien años de soledad fue un moscardón que constantemente le zumbaba en la cabeza al Gabo. Una visita que hizo a su natal Aracataca en 1952 junto con su madre, fue determinante para el inicio de un gran relato que tomó forma en la Ciudad de México a lo


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Portada diseñada por Vicente Rojo

crear frases publicitarias, todo fue hecho a un lado para dedicarse de lleno a la creación de su novela. Sólo Mercedes, su compañera de vida, fue irrenunciable. Atisbos de Cien años de soledad se dejan ver en Los funerales de la Mamá Grande, libro de cuentos editado por primera vez en México gracias a la Editorial de la Universidad Veracruzana (1962). También El coronel no tiene quien le escriba, La hojarasca y La mala

El 5 de junio del mismo año, cuando en Argentina era otoño y en México primavera, Cien años de soledad circuló en las librerías y los lectores […] quedaron maravillados.

hora, son el preámbulo que le daría forma al mundo de Macondo. Gabriel García Márquez terminó Cien años de soledad en julio de 1966. Tachaduras, borrones y agregados quedaban atrás. Sus amigos cercanos ya habían revisado la novela o aportado datos, entre ellos, Álvaro Mutis y su esposa Carmen, Jomí García Ascot y María Luisa Elío (a quienes les dedica la novela), José Emilio Pacheco, Juan Vicente Melo y Carlos Fuentes. La anécdota es sabida: la copia definitiva es mecanografiada por Esperanza Araiza, secretaria de Manuel Barbachano Ponce. El Gabo le presenta la novela a Carlos Barral de la Editorial Seix Barral. Es rechazada. Prueba otra oportunidad con la Editorial Sudamericana de Buenos Aires. Francisco Porrúa, su director, lee apenas las primeras páginas y ordena publicarla de inmediato. Sus escasos recursos económicos hacen que García Márquez envíe el manuscrito hasta Argentina en dos partes. El 30 de mayo de 1967, el libro estaba saliendo de la imprenta con una portada como una premonición de la película Fitzcarraldo, de Werner Herzog: un barco en medio de la selva, diseño realizado por Iris Pagano, pues la portada (que después sería la más conocida) que le habían encargado a Vicente Rojo no llegó a tiempo. El 5 de junio del mismo año, cuando en Argentina era otoño y en México primavera, Cien años de soledad circuló en las librerías y los lectores, como si fuera un embrujo, quedaron maravillados ante la obra. Mientras que en 1967 el satélite El pájaro madrugador enlazaba a 26 países a través de la televisión, los lectores seducidos por la familia Buendía recomendaban la novela de boca en boca. Como récord, 8 000 ejemplares se agotaron en los primeros 15 días. La historia que nace de la unión de los primos José Arcadio


Y he ahí también a las mujeres, que son las guías espirituales como Úrsula; o la enamorada Amaranta, incapaz de consumar una relación; o Rebeca, que desde niña come cal y tierra. Finalmente, todos los personajes que habitan Macondo, sea cual fuere la forma en que desarrollen su vida, tendrán como punto de llegada la soledad.

flictos y esperanzas. Estados Unidos, en otra muestra de insensatez, atacaba a la pequeña Vietnam y los jóvenes militares gringos enloquecían emboscados en medio de los pantanos; el magnífico peleador de peso completo Cassius Clay se negaba a enlistarse para ir a combatir a Vietnam; Anastasio Somoza imponía su dictadura a sangre y fuego en Nicaragua; algunos jóvenes engrosaban las filas del movimiento hippie; los universitarios se manifestaban contra el autoritarismo; otros no veían más opción que la guerrilla, como fue el caso de Lucio Cabañas, y a muchos más le calaba hondo la muerte del Che Guevara. Los sesenta fueron la consolidación del imperio del rock. The Beatles, The Doors, Pink Floyd, Jethro Tull, The Rolling Stones, reunían a las masas juveniles que revoloteaban como mariposas amarillas alrededor del embrujo de los Melquíades de la música. Dato curioso, Cien años de soledad empezó a circular los primeros días de junio de 1967. El 1 de junio, los Beatles lanzan su mítico

disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (El club de los corazones solitarios del Sargento Pimienta). En ambos casos, aunque en carriles diferentes, la esperanza, los sueños, los ideales, los conflictos y la soledad son las marcas de una época, de una generación. A 50 años de distancia el exceso de la corrupción, el beneficio de la impunidad, el veneno del narcotráfico y el triunfo del individualismo ratifican lo que Gabriel García Márquez avizoraba por medio de Aureliano Babilonia descifrando pergaminos: “que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. LPyH

• Germán Martínez Aceves es coordinador de Comunicación y Promoción de la Editorial de la uv. En Radio Universidad Veracruzana es productor y conductor.

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Buendía y Úrsula Iguarán podría ubicarse en las postrimerías del siglo xix. Creencias y presagios los llevan al temor de tener hijos con cola de cerdo por su parentesco cercano. En una pelea de gallos, José Arcadio mata a Prudencio Aguilar y su fantasma persigue a Buendía. Los motivos son suficientes para emigrar. En su éxodo, José Arcadio sueña con espejos, y ahí donde las imágenes se multiplican decide parar con su familia y fundar Macondo, en medio de la selva. A José Arcadio le gusta descubrir objetos o situaciones que tengan que ver con la ciencia; el único eslabón donde puede encontrar la magia y la realidad es con el gitano Melquíades. La fábrica de hielo, la llegada del tren, del telégrafo, del gramófono, la creación del taller de alquimia para hacer pescaditos dorados: en todo tiene que ver la amistad de Buendía con el gitano. El coronel Aureliano, segundo hijo de José Arcadio y primer ser humano nacido en Macondo, es la mejor semilla que el gran árbol genealógico de los Buendía, vive el esplendor, enfrenta guerras contra los conservadores y finalmente es partícipe de la decadencia. Y he ahí también a las mujeres, que son las guías espirituales como Úrsula; o la enamorada Amaranta, incapaz de consumar una relación; o Rebeca, que desde niña come cal y tierra. Finalmente, todos los personajes que habitan Macondo, sea cual fuere la forma en que desarrollen su vida, tendrán como punto de llegada la soledad. 1967, el año en que se publica Cien años de soledad, el mundo, para variar, se debatía entre con-

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El padrino: como la vida misma Raciel D. Martínez Gómez

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45 años de haberse filmado la película El padrino (1972), queda el imán naturalizado de sus imágenes. La cinta dirigida por Francis Ford Coppola es la prueba irrefutable de lo que decía Thomas Mann a propósito del séptimo arte en los albores del siglo xx: al cine lo integran figuras humanas, sombras vivas cuya crudeza realista es ya en sí una narración. Esta naturalidad que muestra el relato de sobrevivencia de un puñado de gángsters en la América rota, desbancó los criterios estandarizados para apreciar las representaciones artísticas de la mafia. La trilogía planteada por Coppola, sobre todo, nos muestra una dimensión de vida cotidiana a diferencia de la mirada plana, satanizada y unidimensional en donde los gángsters no ofrecían densidad dramática. Durante 50 años fueron facinerosos encajonados en fórmulas morales de rechazo; no se insinuaba contradicción alguna que humanizara a este subgrupo étnico instalado en las márgenes de la justicia. Los villanos, con Coppola, adquirieron un halo sentimental, contradictorio, que dejaba una novedosa impresión de antiheroísmo, de rara empatía por delincuentes que no hacían otra cosa que desafiar un estatus igualmente asentado en un barril de corrupción. A esta nueva naturaleza agigantada que es el cine se suma

una parafernalia de elementos que refuerzan los propósitos del mensaje, como la música que utiliza Coppola para languidecer todavía más el infortunio que implica la soledad del poder. Sin embargo, la clave para entender esta naturalidad que consigue Coppola durante su filmación es el libreto basado en la novela del escritor estadounidense Mario Puzo. De familia italiana, Puzo narra el periplo y la gestación de la mafia siciliana en el American way of life, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque se trata de una historia ficticia, Puzo tiene la capacidad de exponer un minucioso cuadro de costumbres cercano a la realidad. No sólo escribió una novela sobre criminales, sino que también se dio tiempo para describir detalles individuales de los personajes. De ahí que resulte curioso revisar los borradores de guion que hizo el propio Coppola, ya que dichos esbozos denotan la obsesión del director por captar las especificaciones que Puzo había escrito, donde se reflejaban tanto la lucha por el poder como la cultura de los protagonistas. Las imágenes, en este sentido del trabajo del guion, se adueñaron del género y de la representación de una cultura migrante italiana inserta en una sociedad capitalista en el contexto postbélico. El padrino acaparó la fórmula de los gángsters o, mejor dicho, reinventó lo realizado por Mervyn LeRoy, William A. Wellman y Howard Hawks en la década de los treinta. Se volvió un ejemplo a imitar, como si lo filmado por Coppola fuese una etnografía de la mafia, aunque todos supiéramos que era un producto de la Paramount Pictures. Lo hecho por Coppola se transformó en una receta que se convirtió en canon. No exageramos al señalar que el estatus que alcanzó

El padrino fue el de obra paradigmática. Se convirtió en ese tipo de películas que dejaban una huella suplantando la realidad como Lawrence de Arabia (1962) de David Lean o Ben-Hur (1959) de William Wyler.

El padrino acaparó la fórmula de los gángsters o, mejor dicho, reinventó lo realizado por Mervyn LeRoy, William A. Wellman y Howard Hawks en la década de los treinta. Se volvió un ejemplo a imitar, como si lo filmado por Coppola fuese una etnografía de la mafia, aunque todos supiéramos que era un producto de la Paramount Pictures. Luego de la exhibición de El padrino ocurrió un epifenómeno sociológico de percepción: se creyó a pie juntillas que así eran los gángsters; quedaría entonces como sello, como una silueta a remedar. Los gángsters de El padrino eran personajes glamurosos, elegantes; portaban trajes a rayas, se movían lerdos, decantados, con la mirada en crisis que se diluía en el horizonte, pero al mismo tiempo eran duros. Coppola consiguió idealizar la figura del gángster a través de


Fotograma de El padrino

ni o Akira Kurosawa. El filme además se une a todos esos registros y análisis que se han hecho para entender al poder, de ahí que sea igual de importante leer a Maquiavelo que observar la vida de Vito Corleone en la saga de El padrino. Y así, exactamente así, es El padrino a 45 años de su creación.

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• Raciel D. Martínez Gómez es comunicólogo, doctor en Sociedades Multiculturales y Estudios Interculturales por la Universidad de Granada. Actualmente es el director general de Comunicación Universitaria de la uv. Nota 1 Thomas Mann escribió en 1928 “Mi opinión acerca del cine” en La eternidad de un día, clásicos del periodismo literario alemán (1823-1934) de Francisco Uzcanga Meinecke (Barcelona: Acantilado, 2016).

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Es evidente que no es real la secuencia, que no está filmada como documento, sino que es un montaje; es una larga unión de escenas y planos ensayados, repetidos muchas veces, y luego atados. Pero la unión de estos segmentos no es como si fueran ladrillos, sino que hay una sintaxis en donde se esconde el lenguaje cinematográfico para transformarse en Cine. La sintaxis de Coppola cuenta con ese timing descubierto por Orson Welles en Ciudadano Kane (1941) y llevado al máximo grado de estilo por John Ford, Steven Spielberg y Clint Eastwood. Se puede concluir que El padrino es la referencia por antonomasia del cine de gángsters. La cinta se ubica entre las primeras cinco películas de la historia, según diferentes listas de críticos y expertos, y el nombre de Coppola ya se equipara al de Federico Felli-

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la elección actoral y de la inspiración propia de los elegidos que improvisaron en el plató. Pero más importante aún es decir que esa proyección magnificada se debe al arte narrativo de Coppola que naturalizó la vida cotidiana de sus personajes. Y lo hizo con una narrativa elíptica, con inteligente esfuerzo de síntesis. Sin embargo también El padrino muestra tiempos en apariencia muertos con una habilidad narrativa entrañable. La secuencia del planteamiento en la primera parte de la trilogía, en donde Coppola muestra de forma alterna la boda de la hija y los negocios de don Vito Corleone, es quizás uno de los capítulos más célebres en la historia del cine. Es de esas secuencias que compendian el discurso del cine: en esas sombras vivas a que alude Mann hallamos el reverso de la mafia.


HASTa TRÁS

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Cerró el libro y el laberinto se fue con él.

Minificción: Ruth Escamilla Monroy es tapatía. Es docente de lengua y literatura, integrante de talleres literarios y colaboradora en revistas, radio y proyectos culturales. Ilustración: Gabriel Iván Hernández García (Coatepec, Ver.) es pintor e ilustrador. Trabaja con técnicas de óleo, acrílico, acuarela e ilustración digital. Tiene como referencia la estética surrealista.



La Palabra y el Hombre / Tercera época • Núm. 41/ julio-septiembre 2017


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