05 – Revelaciones La vela acumula grasa en el techo. La luz parpadea sin gran convicción en el claustro. Manos que juegan… − Yet, tapalo. Sonrisa cómplice… − Pará, me hace acordar a alguien, pero no me acuerdo quién… Palpitaciones… − ¡Se está despertando! ¡Tapalo de una vez! Uñas arando la piel… − Bueno, bueno, está bien… Vleria… Fabbián abre los ojos. − ¿Estás bien? − Mmm… –los pensamientos se condensan despacio. Ve a Luxiana sentada en la cama, con los enormes ojos llenos de preocupación. La conoce hace muchos años, desde los primeros años del Instituto se cruzaron una y otra vez. Siempre fue una chica muy callada, atenta y dulce. Pero Fabbián la alejó de su vida al terminar el Instituto. Pensar que lo mismo podría haber pasado con Vleria le revuelve las tripas. « ¿Qué hubiera pasado si ella no hubiera terminado en la planta conmigo? ¿Quién sería yo?». Luxiana
lo mira atento. Tiene la misma expresión que Fabbián vio tantas veces cuando eran niños. Sus ojos nunca supieron ocultar la preocupación. − ¿Cómo te sentís? − Lux… ¿qué pasó? − Te desmayaste, estás muy débil… Tomá –Luxiana le acerca un vaso de metal y un pequeño cubo amarillento–. Yetzy fue al comedor comunitario a buscarte un poco de comida. ¡Te consiguió pan! –Fabbián se inclina hacia adelante y traga de un bocado el pedazo de masa compacta– ¡Despacio! ¿Hace cuánto que no comés nada? − ¿Venís de arriba, no? –Fabbián levanta la vista hacia Yetzica, ahora vestida con un pantalón oscuro y una musculosa blanca. Está sentada en el baúl al pie de la cama, con las piernas cruzadas. Responde moviendo la cabeza afirmativamente. − Me imaginaba. Estabas lleno de polvo ¿sabías? –Fabbián vuelve a asentir, sin dejar de masticar–, Yetzica se para de un salto. − ¿¡Es que sos idiota o qué!? ¿No te das cuenta de que trajiste el polvo acá dentro? ¿Querés que nos intoxiquemos todos? − ¡Yetzy! Cortala. Dejalo comer en paz. ¿Sí? Además, casi todo el polvo lo tenía en la ropa, y ya la tiramos –Fabbián se atraganta, Luxiana le golpea la espalda, sin mucho éxito–. Vení, sentate al borde de la cama. Fabbián se da cuenta de que está completamente desnudo delante de dos mujeres. En otro momento de su vida la vergüenza hubiera sido inaguantable. Fabbián nunca había estado con una mujer antes de Vleria.
Luxiana le alcanza el vaso, Fabbián lo vacía de un sorbo y sigue teniendo sed. Luxiana toma el vaso y le da un frasco. − ¿Qué es esto? − Ponételo en la cara, pasátelo bien entre los ojos, adentro de las orejas y la nariz. No te olvides de las comisuras de los labios y dentro de las uñas y ah, ¿te lastimaste en la superficie? Oí que llovió. − Sí, me corté un par de veces… − ¿Dónde? − A ver, parate lindo. − ¡Yet! –Luxiana conoce perfectamente que el grado de timidez de Fabbián alcanza proporciones fóbicas. − ¿Qué dije? No queremos que se infecte. ¿No, doctora? − No, bueno… − Está bien Lux. Decime si tengo algún corte –Fabbián se para y se sorprende con la facilidad que deja la sábana sobre el colchón. Se queda de pie en el pequeño espacio que hay entre la pared despintada y la cama. Luxiana tarda en reaccionar. Yetzica se adelanta con una vela y Luxiana la imita. La idea de contraer una infección se le hunde en el pecho como un carbón caliente, pero necesita respuestas. − Lux, ¿Vleria te contó algo? − Sí, esperá. De este lado no tenés nada, ¿vos viste algo Yetzy? − No, pero… ¿Qué tenés acá? –Yetzica pasa el dedo sobre la mancha que tiene en la piel– ¿Y tu número de registro?
− Acá –responde Fabbián levantando el brazo izquierdo. El número de doce cifras se ve claramente en la parte interior del antebrazo. − ¿Por qué está ahí? − Tuve un accidente cuando era un bebé, y me lo tuvieron que volver a poner –Luxiana se queda en silencio, es una de las pocas personas que sabe la causa de la muerte de la madre de Fabbián. − Bueno, bueno, sentate –Fabbián se sienta en la cama y abre el frasco de la crema. − ¿Vos no te acordás de nada? –pregunta Luxiana, mientras Yetzica vuelve a sentarse en el baúl. − No. Lo último que me acuerdo es que salimos a festejar mi cumpleaños… bah, ella me obligó a salir. − Sí, esa es Vleria. − ¿Y después de eso? − Nada. Me desperté en mi habitación y –el recuerdo del demonio le hiela la carne–, y… bueno, llegué acá. − Bueno, te cuento: Vlery llegó a casa anoche, temprano, muy temprano. Yo recién acababa de venir del centro médico. Y escucho que golpean la puerta. Me asusté, pensé que era una revisación de vivienda o algo así, me levanté y pregunté quién era. Era Vleria, estaba empapada y un susto como nunca le había visto. La hice pasar –Fabbián se pasa la crema por los ojos, puede imaginar perfectamente cómo se caían las gotas de los pantalones de Vleria–, le pregunté qué le pasó, pero no hablaba. Temblaba. Entonces le saqué la ropa mojada, le di un vaso de agua con Narka, para tranquilizarla. Ahí
fue cuando se sentó y empezó a hablar, sin parar. Empezó contándome que te invitó a tomar algo por tu cumpleaños. − Feliz cumpleaños –agrega Yetzica, aburrida por tener que escuchar todo otra vez. Fabbián no quita los ojos de Luxiana. − Y me dijo que te hizo aspirar narka y que se fueron a tu habitación, que estabas totalmente liberado, que jamás te había visto así. Y ahí comenzó a llorar. Apenas si podía entender lo que decía. − No abras los ojos hasta que se te seque del todo –aclara Yetzica. − Después empezó a decir que no entendía qué había pasado. Me dijo que había aspirado narka varias veces, cosa que yo no sabía, y nunca le pasó nada malo. − Todavía no entiendo a la gente que aspira, está diseñada para tomarse en pastillas, ¿qué parte no entienden? − Ya sabemos, Yetzy. Bueno, me dijo… me dijo que parecía el momento más feliz de su vida. Y le creo, porque desde que te conoció soñaba con algo así… − ¿Qué? − ¿Me estás cargando? ¡Vleria te ama desde que tiene memoria! − ¿¡Qué!? –Fabbián siente un maremoto que sube verticalmente desde el estómago hasta la cabeza. − No me digas que no sabías. Todavía no sé cómo hizo para que terminen trabajando en la misma planta. − Yo creo que tengo una idea aproximada… − ¡Yet!
− No, no sabía. Hasta esa noche no sabía. Seguime contando por favor… − Sí, ¿por dónde iba? Ah, sí. Bueno, llegaron a tu habitación y se acostaron. Entonces me dijo que… que… –Luxiana se calla. Fabbián se muerde los labios de impaciencia. − ¿Qué? ¿Qué te dijo?
Pero Luxiana se tapa la boca con el puño.
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Las puertas del templo se abren. La diaconisa del Supremo Sacerdote despega la vista de un manuscrito. El tubo fluorescente ilumina la túnica manchada del diácono que corre hacia ella, que deja el papel en la mesa. Los dos suburbianos que limpian el suelo se detienen y lo miran preocupados. Los murmullos que producen tienen un tinte de tragedia. La diaconisa abandona el vaso y, reconsiderando la seriedad del asunto, entra a su oficina a través de una diminuta puerta de vidrios esmerilados ubicada a la derecha del altar. Las sandalias del diácono se arrastran nerviosamente sobre el piso de cemento. Se detiene en el marco de la puerta. − Diaconisa –el joven diácono junta las manos sobre el pecho en señal de respeto.
− Entre y cierre la puerta –responde desde adentro. Dievo obedece. Cierra la puerta lo más despacio que le permiten los temblores. Está esperándolo sentada en el borde de una mesa llena de papeles amarillentos. − ¿Dónde está Nataia? –Dievo se retuerce la túnica con los puños « ¿¡Es que no se da cuenta de que estoy lleno de sangre!? » − ¡Muerta! − ¿¡Cómo!? − Yo… la fui a buscar a la casa… y estaba cerrado… yo sabía la combinación… así que abrí… estaba tirada en el piso… fría… se mató… se cortó las venas –la diaconisa se despega de la mesa. Dievo cree ver un destello de dolor en su cara, pero sólo por un instante, porque la expresión se le transfigura en un profundo desprecio. Dievo se da cuenta que no lo está mirando a él, y se da vuelta. El sacerdote de gafas oscuras cruza el umbral de la puerta. Camina directo hacia la diaconisa, y Dievo tiene que moverse para no ser atropellado. − El Supremo me informó que usted tenía la lista de los ausentes. − ¿No le enseñaron a golpear? ¿No ve que estoy ocupada? –la diaconisa no oculta su rencor. David se queda mirándola, sin mover un músculo en señal de disculpa o conciliación. − El informe –repite, aunque con una voz mucho más profunda y fría–, entréguemelo. Dievo le clava los ojos. El sacerdote es la última persona que vio viva a Nataia. El corazón se le acelera, quisiera gritarle y preguntarle qué fue lo que
pasó, qué fue lo que hizo para que tomara esa decisión. Nataia nunca se mataría. De pronto, Dievo se ve reflejado en los oscuros círculos del sacerdote. − ¿Dónde está mi diaconisa? –pregunta David, pero no a él, a un simple diácono. Dievo no puede contenerse más. − ¡Está muerta! ¡Muerta, se mató, se cortó…! − ¡Suficiente! –grita la anciana. Dievo se muerde la lengua y clava los ojos en los pliegues de la túnica sacerdotal. No se anima a mirarlo a la cara, sólo vería su propia desubicación. − ¿Se suicidó? Hmm, pensé que elegían mejor a los integrantes de nuestra orden –los puños de Dievo se aprietan y tiemblan bajo las mangas manchadas con sangre. Manchadas con la sangre de Nataia. Cualquier agresión significaría la expulsión de la Última Orden. Sería tirado a los pasillos, sin estudios ni una profesión formada, terminaría como un paria, un carroñero o algo mucho peor. − Puede elevar la queja al Supremo Sacerdote si así lo desea. Mientras tanto, deberá servirse de nuestros diáconos. − Así lo haré –afirma el sacerdote–, pero ahora existen asuntos mucho más… urgentes. Necesito el informe, ahora. − Lo están trayendo los dos oficiales de policía que también participarán en la búsqueda. − No necesito escolta ni protección. − No sea iluso, no es protección, ellos tienen la llave maestra para entrar en todas las viviendas, y conocen los corredores mejor que nadie. Usted
será su escolta, usted es el prescindible en este caso –David muestra una ajustada hilera de dientes finos y largos, la diaconisa se encoje contra la mesa. − Está muy equivocada, pero no tengo ninguna intención de sacarla de su error, por ahora. Esperaré afuera –da media vuelta y la túnica barre el suelo atrás suyo. Al segundo paso se detiene–. Tú –le dice a Dievo– ¿Quieres descubrir por qué tu compañera se quitó la vida? − Sí –responde el diácono, todavía con los dientes apretados. − Entonces ven conmigo.
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− ¿Qué pasa? –vuelve a preguntar Fabbián. − Es que… me da un poco de vergüenza… − ¡Seguí! ¡No ves que no sé nada! ¡Hablá Lux! − Bueno, bueno… me dijo que cuando… terminaron de hacer el amor… –Yetzica suelta un soplido y se para. − Mirá Fabb, Vleria dijo que cuando acabaste se pudrió: empezaste a temblar y parabas. Dijo que parecían convulsiones. Estaban los dos muy enredados, y no la soltabas. Igual dijo que ella no podía parar, incluso cuando notó que algo andaba mal. Pasó un rato largo hasta que te quedaste quieto. Y ahí sintió un olor raro. Encendió una vela y se dio cuenta de que no estaban
transpirados. Estaban bañados en sangre. Se enloqueció, pensó que te habías muerto –Lux no puede contener el torrente de lágrimas. − No podía creer lo que estaba escuchando… hasta que… las manchas de sangre en la ropa… fue horrible. Vleria estaba en shock. Tenía miedo de que averigüen que rompieron las pastillas para aspirarse la narka, y que la lleven a un tribunal. Le di otra de Narka y se durmió. Ahí fui a buscar a Yet. Al otro día, le dimos a Vleria un pase para viajar a Ciudad Refinería. Decidimos que lo mejor era que se vaya hasta que se aclare el asunto. − ¿Un pase? ¿De dónde sacaron un pase? –Luxiana y Yetzica se miran. La cazadora chasquea la lengua. − No pasa nada, contale. − Es una larga historia Fabb –dice Luxiana–, pensábamos irnos de SubUrbia. − ¿Qué? –Fabbián abre los ojos– ¿Por qué? − Mi plazo de maternidad vence en menos de un año… − ¿Qué? ¿Por qué no querés tener un hijo? − ¡Yo quiero tener un hijo cuando yo quiera! No para mantener las cuentas de un montón de… de… tipos que dicen qué tasa de natalidad es óptima para la supervivencia de la especie. − Pero es cierto, si no alcanzamos la tasa, es muy probable que… − ¡No es tu cuerpo! –el grito de Luxiana deja paralizada la lengua y el alma de Fabbián. Nunca lo había pensado de esa forma. Su opinión acerca del embarazo obligatorio se derrumba como un castillo de naipes. Pasan varios minutos hasta que limpia los escombros.
− Perdón –dice al fin. − Está bien Fabby, no hay problema –la voz de Luxiana es suave, pero los ojos ya no lo miran de la misma forma. − ¿Y qué pasa si se cumple el plazo? –pregunta Fabbián con un hilo de voz. − Si no encuentra un hombre que la embarace, le van a dar uno –dice Yetzica, con la boca torcida. − Por eso es que estábamos ahorrando para irnos, ya casi teníamos para los dos pases, pero… − Llegó Vleria –concluye Fabbián. − No podíamos abandonarla. Le dimos el pase y parte de los créditos que teníamos –Fabbián se queda mirando el suelo, si no fuera por ellas, Vleria todavía estaría en SubUrbia. Pero no puede culparlas. − ¿Qué voy a hacer ahora? − Ahora vamos a esperar a que Vlery nos mande una carta –una cascada de pensamientos oscuros nublan la vista de Fabbián « ¿Y si no puede mandarnos la carta? ¿Y si tiene algún problema? ¿Y si le roban? » .Se levanta. − La voy a buscar. − ¿Qué? Fabby, ella sabe cuidarse sola. − ¡No! ¡La voy a buscar! ¿¡No entendés!? ¡Me desperté y era todo sangre y ella no estaba! No tenía idea de lo que estaba pasando. Me imaginé lo peor. ¡Pensé que esa sangre era suya! Yo no tenía nada… ni un arañazo. − Tal vez fue alguna herida superficial, Fabby, la gente no transpira sangre cuando tiene sexo, ni siquiera cuando es la primera vez…
− ¿¡Me estás cargando!? –Fabbián agarra a Luxiana del brazo y la sacude mientras grita– ¡Me acaban de revisar! − ¡Pará! ¡La estás lastimando! –Fabbián mira a Yetzica y suelta a la médica. Mira confundido alrededor –perdoname Luxiana… perdoname, no sé que tengo en la cabeza. − Fabby, estás raro… − Debe ser la radiación. − La radiación no hace esa clase de cosas. Yo ando mucho por la superficie y te puedo asegurar que si hubieras sido víctima de la radiación, lo que menos nos preocuparía es tu estupidez. − Bueno, no importa. Luxiana, necesito ropa. Tengo que hacer un viaje. − Fabby, no sé si estás en condiciones… − ¡No estoy enfermo Lux! − Sin embargo te desmayaste… − Hace casi dos días que no como nada. ¿No te parece un excelente motivo? − ¿Cómo te sentís? − ¡Nunca me sentí mejor! Nunca tan… tan… vivo.
La alarma general estalla en los altoparlantes de los siete suburbios.