22 – Café Fabbián se desconcierta cuando sus pies encuentran una alfombra en vez del cemento frío y húmedo de SubUrbia. Quebeq lo toma amablemente del brazo y lo guía en la oscuridad. Salen de la habitación y caminan varias docenas de pasos en línea recta. « ¿De qué tamaño es este lugar? » −
Cuidado con los escalones –dice Quebeq. Fabbián levanta los pies y
encuentra la primera saliente. Suben hasta un descanso, doblan, y vuelven a subir. Luego avanzan un tramo más hasta que Quebeq abre otra puerta. −
Puedes sentarte aquí –Fabbián extiende el brazo y toca una silla. Se
sienta, y encuentra una mesa delante. Apoya los codos y se sostiene la cabeza con las manos. −
¿Estás bien?
−
Siento como si algo me pateara la cabeza desde adentro.
−
Debe estar reforzándose el nervio óptico. ¿Qué quieres desayunar?
¿Café? ¿Té? −
¿Qué?
−
¿Café? ¿Té?
−
¿Tenés café?
−
Sí ¿Pero por qué tanto escándalo? Ah, había olvidado la basta
diversidad de productos que se distribuyen en SubUrbia. ¿Nunca lo has bebido, no? −
Una vez tomé un té, me lo habían regalado para mi cumpleaños,
pero nunca probé café. −
Bueno, ya que estrenas tu paladar te prepararé un café bien liviano,
con un poco de narka para combatir el efecto de la cafeína. ¿Te molesta si abro una de tus bolsas? −
Eh... no, no me molesta –« Yetzica está muerta, y sus sueños con
ella…» escucha el sonido de las bolsas plásticas.
−
Nunca he visto tanta Narka junta. Imagino que hoy en día debe ser
más fácil de conseguir. Pero no quiero hacer preguntas hasta que haya respondido las tuyas, que comenzaré a responder apenas termine de preparar el desayuno. Fabbián acaricia la mesa, pasa los dedos tímidamente sintiendo cada desnivel. « Madera, nada de cartón ni aglomerado, madera sólida, madera de verdad… » Un silbido lo hace saltar en la silla. −
¿¡Qué es eso!?
−
¡Tranquilo! Es el ruido del agua. El café ya casi está listo,
lamentablemente no dispongo de mucha variedad en lo que respecta al alimento sólido. Espero te gusten las tostadas. −
En el comedor de SubUrbia sólo sirven tostadas una vez por
semana, y es el desayuno especial. −
¿Eso significa que te gustan?
−
Sí, ¿eso es café? –pregunta al encontrarse nuevamente con una
deliciosa fragancia. −
Así es.
−
Huele bien.
−
Qué bien, aquí tienes –Quebeq apoya la taza y Fabbián aspira
profundamente–. Cuidado, está caliente. Fabbián extiende las manos y siente el calor de la taza en las palmas. La levanta con solemnidad, se lo lleva a la boca, bebe y escupe. −
¡Mierda quema!
−
¿Pero qué he dicho? Jóvenes impacientes, siempre lo fueron,
siempre lo serán –Fabbián se acaricia el paladar con la lengua. « Es horrible, ¿cómo puede ser que huela tan bien? » −
Aquí están las tostadas –. Se arrastra una silla y Quebeq se sienta
con un suspiro. Fabbián se come tres tostadas, una atrás de otra. Toma un sorbo de café sólo para poder tragarlas. −
Bueno Fabbián –la voz de Quebeq se torna sólida y compacta–, no
sé qué es lo que sabes. Tampoco sé quién te dijo lo que sabes ni con qué
intención –hace una pausa– Hmm… tienes razón, el café está demasiado caliente. Dime, ¿qué sabes de la Guerra de los Dos Días? −
¿Qué tiene que ver eso conmigo?
−
Todas las guerras cambiaron el curso de la humanidad,
empeorándolo por supuesto. Pero la Guerra de los Dos Días fue distinta, no cambió ningún curso: directamente secó el río –suspira–. Tiene mucho que ver, más de lo que te imaginas, vamos, cuéntame. −
Lo único que sé es lo que me enseñaron en el Instituto. Fue la guerra
más breve y devastadora de la historia –aprieta la taza–. Usaron todo lo que tenían y mataron a casi todos los seres humanos. Nadie ganó. Y encima, nadie sabe si quedan sobrevivientes en otras partes del mundo. −
Eso es bastante aproximado. Podría decirse que sabes lo
fundamental y eso es importante. Pero hay más, mucho más. ¿Te gustaría escucharlo? −
La verdad, no estoy para una clase de historia. Me duele la cabeza.
−
¡Bien! Déjame contarte. Antes de la Guerra de los Dos Días existía
un Imperio, era tan poderoso que controlaba prácticamente todo el mundo. Era un mundo patético ¿Sabes? Los hombres no eran hombres, eran objetos, títeres. Era un mundo de cifras y números, no importaba quién eras ni qué sabías, no, lo único que importaba era qué tenías. El dinero era el Dios y quienes lo controlaban eran los sacerdotes. Entonces una bomba atómica detonó en la ciudad capital del Imperio. Por cierto, ¿sabes lo qué es la nanotecnología? –Fabbián mueve negativamente la cabeza–. Era de esperarse, ese conocimiento es peligroso. La nanotecnología fue el último intento por dominar la naturaleza. Imagina que puedes crear máquinas del tamaño de moléculas, imagina que aquellas máquinas pueden reproducirse, que son capaces de modificar la materia y de crear nuevos materiales, de curar enfermedades, de sanar huesos, regenerar órganos, todo en cuestión de minutos –la voz de Quebeq crece y crece, como la sinfonía de un loco–. ¡Imagina las posibilidades! ¿¡Puedes comprenderlo!? −
Sí, sí, todo muy maravilloso pero ¿qué tiene que ver esto conmigo?
−
Paciencia, paciencia. Déjame terminar. Luego del ataque, el Imperio
declara la guerra a un pequeño estado, ubicado en otra esquina del mundo. Casualmente, aquel país era el único que podía competir en materia de nanotecnología con ellos. ¿Digo competir? Más bien tenían la delantera, sus adelantos nanotecnólogicos eran los más avanzados del mundo. El país negó el ataque, pero el Imperio ya tenía planes. Utilizó un arma experimental llamada Bomba WD. Aquella fue la primera, y última, arma de destrucción masiva desarrollada con nanotecnología. −
¿Era una bomba nuclear?
−
No, la destrucción indiscriminada de una bomba nuclear no era
provechosa. Además, querían conocer sus secretos. La bomba WD liberaba una gran cantidad de nanomáquinas lo suficientemente livianas como para ser transportadas por el aire. Estas máquinas estaban programadas para reproducirse utilizando como materia prima a organismos vivos. ¡Fue diseñada para exterminar plagas de insectos! Pero los malditos la modificaron para que elimine a seres humanos. −
¿Humanos? ¿Pero eso no nos habría matado a todos?
−
No, las nanomáquinas deberían detenerse luego de un tiempo, pero
algo salió mal. Cuando liberaron la bomba se formó una mortal nube rosada. Pero no atacó sólo a los humanos, sino que cualquier organismo vivo que estuviera a su alcance era devorado molécula por molécula. Millones de personas, plantas y animales fueron asimilados en las primeras horas. ¿¡Tienes idea de lo que debieron sentir!? Yo sí, lo he visto en animales. La piel desaparece dejando la carne expuesta. Luego dejan de ver, y comienzan a asfixiarse, porque los pulmones ya no tienen alvéolos. Haber muerto en alguna de esas ciudades debe haber sido la peor pesadilla. En todo el mundo estallaron manifestaciones contra el Imperio. Incluso en su propio territorio. Mientras, la sobrealimentada nube se propagaba mucho más rápido de lo planeado. Al engullirlo todo, crecía a una velocidad exponencial. Entonces, uno de los países limítrofes al atacado tomó la decisión unilateral de eliminar la nube con tres detonaciones nucleares. Aquel fue otro gran error. El ataque
nuclear disolvió la nube y el mundo festejó, pero por poco tiempo. Horas más tarde comenzaron a encontrarse nuevos focos de WD en todo el continente. Demorado por su propia burocracia, el Imperio liberó tarde los códigos que destruirían la nube. Y cuando fueron transmitidos por todos los radiotransmisores y satélites del continente atacado, las nubes no desaparecieron, siguieron expandiéndose por las grandes ciudades y campos sin control. Las represalias no se hicieron esperar. En un acto de locura, todos los países lanzaron sus bombas nucleares sobre el territorio del Imperio. Literalmente lo borraron del mapa. Luego, el pulso electromagnético provocado por las múltiples explosiones fue de tal magnitud, que destruyó casi toda la tecnología existente. Mientras los aviones caían del cielo, millones morían por la radiación, y otros millones se mataban entre sí. La última noticia fue que un continente entero desapareció bajo la nube WD. Luego, todo fue silencio. Fabbián tiene los abdominales dolorosamente contraídos. Las manos aprietan la taza, ahora fría. « La muerte fue algo demasiado bueno para esa generación de hijos de puta » −
¿Te encuentras bien? –Fabbián se dobla en la silla y vomita. Quebeq
se levanta y le saca la taza de la mano– creo que fue suficiente por hoy. Vamos, arriba… así, muy bien. Volvamos a la cama. Una vez en la habitación lo mete en la cama y lo tapa. Fabbián está temblando de fiebre. −
Descansa, lamentablemente la historia no termina ahí.
−
¿Quebeq?
−
¿Si?
−
¿Cómo sabés todo eso? ¿Quién te lo contó?
−
Nadie –responde con amargura, y cierra la puerta. Fabbián no logra comprender el significado de aquella respuesta. Está
demasiado preocupado por la cama, que se mueve como una balsa en alta mar. Se agarra de los bordes, tiene frío y calor, y el cansancio no lo deja pensar.
— ◦ —
Dievo vuelve en sí. El piso le clava los pedazos de azulejos en la cara. Se incorpora despacio, un dolor agudo le atraviesa la nuca. Se toca y descubre una protuberancia del tamaño de un puño atrás de una oreja. Tose y el cuerpo se le sacude como un placard viejo. La carne inflamada se le mueve como si estuviera a punto de desprendérsele. Estira las piernas, tiene agarrotados todos los músculos. Su mano encuentra una botella con agua. Vuelve a mirar la habitación, el frío entra por la única ventana que da a la noche. El piso, además de los azulejos tiene envases de plástico, bolsas, y hasta una camilla doblada entre los barrotes de la ventana. « ¡Sigo en el hospital! ». Se levanta con un quejido. −
¡David! ¡Señor! ¿Dónde está? –sale rengueando de la habitación. « El derrumbe me acuerdo de los ladrillos cayéndose en la vereda… y
que subí aunque me dijo que no… igual subí y… ¡esa! esa es la escalera, estoy seguro ». Sube los escalones de costado, agarrándose de la baranda con las dos manos. −
¡Ya voy señor! ¡Ya voy! –el líquido acumulado en la nuca se mueve
con cada paso. « Despacio Dievo, despacio… era de día, lo metí adentro y después… después le limpié la cara… y… después… ¡no sé! escuché algo… ¡Pasos! Había alguien más y… un golpe… ¡La cabeza! ¡Me golpearon la cabeza! ». Sube los últimos escalones jadeando. Camina unos metros, empujando la oscuridad con las manos. Reconoce el lugar, pero sólo encuentra un hueco en donde había dejado al sacerdote. « ¿Se fue? No, no puede ser… no se hubiera ido sin mí ¿¡Se lo llevaron!? ». −
¡David! –gira de golpe y pierde el equilibro. Trata de agarrarse de la
baranda, pero se transforma en una serpiente de humo–. David…
Apenas logra sentarse antes de perder el conocimiento.
— ◦ —
El cielo es una masa de fuego naranja y azul. El horizonte está recortado por una línea de edificios oscuros y retorcidos. Fabbián está parado en la terraza del hospital, con el polvo hasta las rodillas. −
Hola Quince –el sacerdote aparece frente a él. La túnica espectral
desaparece antes de tocar el polvo, y el cuerpo gaseoso del sacerdote no interrumpe la retorcida línea del horizonte. −
¿Quién sos?
−
¿No me reconoces… –el fuego químico del cielo se apaga y la
oscuridad se vuelve absoluta–… hermano? El piso que lo sostiene desaparece, y cae. El sacerdote sigue frente a él, riendo. Fabbián no puede dejar de mirarle los ojos, que crecen como planetas. Y uno de ellos empieza a arder como un sol. Un sol violeta.