EdB_43

Page 1

43 – La transfusión Fabbián está recostado en un sillón. Quebeq acerca una mesita de acero inoxidable. −

¿Estás cómodo?

Sí –Fabbián mira la mesa de reojo. Encima hay una bolsa de plástico

rectangular conectada a una aguja a través de un tubo de goma. También hay gasas y un frasco que parece ser alcohol. −

Bueno, arremángate –dice Quebeq, mientras destapa el frasco. Le

limpia el brazo con una gasa húmeda. Fabbián aspira profundamente–. Pon la palma hacia arriba. −

¿Duele mucho?

¿Nunca te sacaron sangre?

Nunca tanta.

Es lo mismo, sólo demora un poco más –Quebeq saca una goma del

bolsillo y se la ata por encima del codo–. Va a ser fácil, tienes buenas venas, casi tan buenas como las mías –Fabbián no responde al guiño del científico, nunca le gustaron las agujas. Quebeq empieza a darle golpecitos con los dedos. Son suaves, incluso relajantes, pero terminan abruptamente en un dolor agudo. Fabbián respira hondo y apoya la cabeza en el respaldo del sillón. Arriba, las telarañas ennegrecidas forman un laberinto gótico, pero la luz desnuda de las lamparitas le obliga a mirar para el costado. Ahí, contra la pared, hay una serie interminable de gabinetes y monitores, apilados sobre las mesas que alguna vez sirvieron de apoyo a los codos y cuadernos de las grandes promesas de otra época. Quebeq abre la válvula y cuando la línea de sangre llega a la bolsa, se levanta. −

Trata de no moverte. Si se te nubla la visión o sientes que te falta el

aire, avísame. Yo estaré aquí, preparando el código fuente –Fabbián lo llama antes que alcance la mesa. −

¿Qué sucede?


Invoqué una bestia.

Sí, lo sé. Yetzica me lo dijo.

¿Hay algo más, no? Digo, ¿hay algo que no me contaste?

Te dije todo lo que sé, ¿por qué lo preguntas?

Cuando la invoqué, al principio, no me quiso obedecer, se resistía,

como que esperaba una demostración de mí. ¡Casi me matan! Pero hay más, cuanto más luchaba con los épuros, más los odiaba. Los odié al punto de… hice cosas que… cosas que yo jamás haría. ¡Disfruté matándolos! Realmente lo disfruté. −

Fabb…

Y al final, cuando ya no quedaba ningún épuro vivo, vino y, no sé

cómo, nos mezclamos. Yo sentí lo que sentía ella, sentí cómo se moría, y cómo me odiaba por eso. Trató de llevarme con ella, y dejé de sentir. No tenía ni ojos ni manos, nada. Estaba en el vacío. Sólo me quedaban algunos recuerdos, que desaparecían apenas pensaba en ellos… sólo quedaba una sensación de… –Quebeq camina hacia él mientras se rasca la barba–. Ni te atrevas a convencerme de otra cosa, sé que estuve muerto. No sé cuánto tiempo, pero volví. ¿¡Vos no sabías que podía pasar esto!? ¿¡Tantos años trabajando con invocadores y nunca pasó nada igual!? No me jodas… −

Jamás escuché algo así, aunque el sistema de invocación que tienes

es experimental… −

¿¡Y me lo pusiste igual!? –Fabbián golpea el sillón con el puño.

No tenía alternativa, y tú lo sabes.

Sí… no, no sé. Desde que me desperté en Sub­Urbia, todo se vuelve

más y más raro. A veces escucho ruidos que no hay, o me dejo llevar por emociones, o impulsos que no puedo controlar. No puedo negar que me siento más seguro, más fuerte. Pero, por otro lado, tengo miedo, tengo miedo de asustarla, no soy el mismo de antes, no sé qué puede pasar… −

Fabb, escucha. Escúchame, tu implante restaura parte del cerebro

del animal, pero es algo mínimo, sólo para permitir cierta autonomía motriz. Es


lo que hace que puedas sugerir lo que deseas, en vez de gobernar cada movimiento de la bestia con tu propia mente. −

¡Entonces es posible que tenga consciencia propia!

No Fabb, el sistema regenera sólo el cerebelo para formar la unidad

de control. Los recuerdos se almacenan en otra parte. ¡Por lo tanto no pueden tener consciencia ni nada parecido! −

¡Eso decís vos! Yo sé lo que sentí, había algo oscuro y lleno de odio

–Quebeq se acerca al sillón. −

Tal vez… –baja la vista a la mesa y agarra el frasco.

¿Tal vez qué?

Una de las cosas que más preocupaba a tu madre era el impacto

psicológico del nuevo sistema. Desarrolló varias hipótesis al respecto, y una de ellas fue esquizofrenia. Una tendencia a crear múltiples personalidades, todas independientes entre sí… −

¡Ya sé lo que es la esquizofrenia! Y no… no es eso, no puede ser.

Sí puede ser. De hecho, es mucho más probable tener desórdenes

de personalidad a que una bestia, una máquina, haya tenido alguna intención de "arrastrarte al otro lado". Y en lo que respecta a esos impulsos, no deberías preocuparte. ¿Gracias a ellos seguimos vivos, no? Ahora quédate quieto, tengo que preparar todo. Fabbián cierra los ojos. La aguja continúa desviando su sangre a la bolsa. « ¿Vivos…? por ahora, ¿quién me garantiza que no lastime a Vleria o a mí, o a cualquiera? ». Quebeq vuelve a la mesa y enciende una computadora portátil. −

¿Qué piensas hacer luego de encontrarla?

¿Qué? No sé, al principio pensaba quedarme en Ciudad Refinería

con ella. Pero ahora que saben que voy ahí, no sé. Volver a Sub­Urbia no es una opción, y no quedan muchas más alternativas. Podría tratar de llegar a Los Tejedores pero no sé si Vleria puede aguantar el viaje sin una caravana. Pasan varios minutos dónde sólo se escucha el tipeo de Quebeq.


Pueden volver aquí si lo deseas –Quebeq sigue mirando la imagen

opaca del monitor. −

¿En serio?

Claro que sí –Fabbián se deja caer suavemente en el respaldo–,

después de todo, hay lugar de sobra y… −

Gracias, pero no te sientas obligado a… –las palabras se le

empastan en la boca. −

No me siento obligado a nada, ni tú tampoco. Sólo digo que puedes

volver aquí si quieres, nada más. No hace falta que respondas. ¿Cómo está esa bolsa? −

Casi llena.

Bueno bueno –Quebeq se levanta de la mesa y se acerca–, déjame

quitarte esto así ya puedo enfriar la sangre –cierra la válvula de la bolsa y luego de la aguja. La saca con un tirón. −

¡Ay!

Tranquilo, la sangre se pegó a la aguja por esa jodida cicatrización

que tienes –Quebeq toma una gasa para cubrir el agujero, pero la punción se reduce a una cascarita seca en segundos. Fabbián trata de incorporarse, pero se marea y cae de nuevo en el sillón. −

Gracias… en serio. Gracias por todo.

No merezco ningún agradecimiento –responde Quebeq– hice

demasiado daño –Fabbián mira con el cuidado que lleva la bolsa. « Así deben cargar a los bebés cuando nacen », piensa. Quebeq se agacha y abre la puerta oxidada de lo que parece ser una heladera–. Ahora quédate quieto y descansa, tengo mucho que hacer –empuja la tapa con la rodilla, las fauces se cierran con un ruido pegajoso–. En seguida regreso. Fabbián asiente con la cabeza. Le pesan los brazos y los párpados. No tiene ganas de moverse. Dormita hasta que Quebeq vuelve con una taza humeante. −

¿Otra vez esa tortura?


¡No es ninguna tortura! Es alimento, y del bueno –Fabbián se

retuerce en el sillón. −

Dijiste que ibas a respetar mis decisiones. Yo decido no tomar eso –

Quebeq lo mira con una sonrisa maliciosa. −

Conozco muchas maneras de introducir nutrientes al cuerpo, y te

aseguro que esta es la menos dolorosa de todas –apoya el recipiente en la mesita. −

¿Puedo esperar a que se enfríe por lo menos? –Quebeq acerca un

banco. −

Claro, aunque no te lo recomiendo, fría es mucho peor. Pero no

todas son malas noticias, te traje un regalo. Algo que espero pueda serte de utilidad. −

¿Qué cosa?

Esto –le muestra un cilindro gris.

¿Qué es eso?

Lo que tú quieras que sea –responde moviendo las manos como uno

de esos magos que cambian trucos por narka. −

Dale, dejate de joder.

Tómalo –se lo tira. El cilindro cae en la panza de Fabbián. Es

demasiado pesado para ser de plástico. Lo examina con los dedos, es perfectamente liso. −

¿Para qué sirve?

Para lo que tú quieras que…

¡Dale!

Bueno, bueno, uno no puede tener un poco de diversión… Agárralo

bien, con toda la mano, así, perfecto. ¿Ves este tornillo? –señala una patas de la mesita. −

Sí.

Míralo bien, cierra los ojos y piensa en la herramienta que

necesitarías para quitarlo. No te distraigas con colores o materiales, simplemente imagina su forma.


Fabbián cierra los ojos y visualiza un destornillador. El cilindro se calienta y lo suelta, asustado. Quebeq sonríe, se agacha y levanta un destornillador. El mango tiene la misma forma que imaginó segundos antes, mientras que la punta es ideal para el tornillo de la mesa. −

¿¡Qué es esto!?

Una nano­pluma.

¿Nano­pluma?

Sí, es una descendiente directa de las antiguas cortaplumas. Es para

ti –Fabbián mira el destornillador con los ojos agrandados de emoción. −

¿No es lo que se te cayó cuando nos agarraron los épuros?

Es similar, pero no. Ésta es otra.

¿Tenés muchas?

Es la última que me queda –Fabbián despega la vista del

destornillador. −

No puedo…

Claro que puedes, te va a ser mucho más útil que a mí, yo tengo

demasiados destornilladores. Vamos, intenta regresarla a su forma original – Fabbián mira la nano­pluma y a Quebeq, sabe que no podrá hacerlo cambiar de parecer. −

¿Cómo se hace?

Reacciona con un símbolo. Imagina un triángulo adentro de un

círculo. Ten en cuenta que los extremos del triángulo deben tocar a la circunferencia. Fabbián cierra los ojos. Imagina un pizarrón y dibuja un círculo, luego le agrega el triángulo. La imagen se define perfectamente. El destornillador se calienta, pero esta vez no lo suelta. Se le pone la piel de gallina al sentir cómo se encoje. Abre los ojos, el cilindro está intacto nuevamente. −

¿Se puede transformar en cualquier cosa?

Sólo herramientas, es una nano­pluma común. La que yo tenía era

una nano­pluma militar, esa tenía algunas aplicaciones adicionales, como armas y ciertos equipos militares.


¿No es peligroso que la tengan los épuros?

No pueden hacer nada con eso, es un instrumento inservible para

quien no lo sabe utilizar. −

¿Pero… cómo funciona? Digo, ¿cómo sabe qué es lo que quiero?

¿En serio quieres saberlo?

Sí.

Bueno, te lo explicaré mientras acabas la sopa –Fabbián, que se

había olvidado el brebaje, deja la nano­pluma en la mesa y levanta la taza–. Te lo diré brevemente: cuando imaginas el destornillador, tu cerebro genera una serie de pulsos eléctricos. Estos pulsos viajan por todo tu cuerpo a través del sistema nervioso, incluso sobre tu piel. Vamos, bébela –Fabbián empina la taza y deja pasar unos cuantos tragos, el sabor sigue dándole escalofríos. Quebeq espera unos segundos antes de continuar–. Estas señales respetan ciertos patrones en todos los seres humanos. La nano­pluma las decodifica y busca en su base de datos el objeto que más se le parezca. Luego, reacomoda su estructura molecular para imitarlo. La mayoría están programadas para reconocer herramientas, pero ésta tiene un toque personal. Quebeq agarra la nano­pluma y retrocede uno paso. Extiende el brazo y cierra los ojos. La luz le transparenta los dedos y un extremo crece, siguiendo una leve curva que alcanza el metro de largo. −

¿¡Qué es eso!?

Es una katana, un arma antigua, muy antigua. Me fascinaban cuando

era joven –Fabbián se traga el resto de la sopa con un largo sorbo. Deja el tazón en la mesa y se inclina para verla mejor. La hoja es ligeramente transparente, y el filo brilla como un hilo de plata. −

¿Corta?

Este borde –señala el lado brillante de la curva– es extremadamente

filoso. Tiene un filo activo, una mejora personal al sistema estándar de nano­ sierras de carbono de movimiento perpetuo –dice orgullosamente Quebeq, pero Fabbián lo mira desde un naufragio de ignorancia. −

¿Eso quiere decir que corta mucho?


Más que cualquier cuchillo, de hecho, cortaría cualquier cuchillo –

Fabbián se levanta. −

¿Puedo?

Sí, pero con cuidado –Quebeq le presenta el mango. Antes de

tomarlo, Fabbián mira el intrincado relieve que lo recubre–. No tienes idea lo que tardé en diseñarla–. El sub­urbiano cierra el puño alrededor de miles de serpientes y dragones enfrascados en una batalla épica. −

Es muy liviana.

Sí, distribuir el peso fue lo más difícil, después del filo, claro. Pero ya

te acostumbrarás. −

¿Puedo probarla con algo?

¡Por supuesto que no, tienes toda la ciudad para cortar! Ahora

guárdala. −

Bueno… –cierra los ojos y visualiza el círculo y el triángulo. Pero los

segundos pasan y no siente ninguna reacción en la nano­pluma–. No puedo, no sé que pasa. −

La katana tiene un código especial. En vez de un triángulo, imagina

una “Y” en el círculo. Tiene que tocar los extremos –Fabbián fija la vista en el piso e imagina el dibujo sobre el polvo de las baldosas. El mango se calienta y la hoja retrocede rápidamente, hasta volver a convertirse en el cilindro –ese símbolo también sirve para activarlo. Ahora piensa en un reloj de pulsera. De caja redonda y malla lisa, algo simple. Es la forma ideal para transportarla – Fabbián imagina un reloj y al cabo de un minuto está acomodándoselo en la muñeca izquierda. −

¿Son las seis de la tarde?

No, de la mañana. Así que aprovecha el día y duerme un poco, yo

tengo que preparar todo para la codificación de la Materia Primaria. −

¿Puedo dormir acá? Me gustó el sillón.

Claro, recuesta el asiento y ponte cómodo.


Fabbián retrae el asiento hasta dejarlo casi horizontal. Cruza las manos atrás de la cabeza y cierra los ojos. En pocos segundos se queda profundamente dormido.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.