27 – El por qué Fabbián abre los ojos. Una franja de luz flota entre la puerta y el marco. La claridad se refleja en la bolsa de pastillas de narka en la mesita de luz. Corre la sábana a un costado y se levanta. Está vestido con una remera y pantalones cortos verde claro. Se pasa la mano por el pecho, la tela es suave y liviana, sin parches ni remiendos. Camina hasta la puerta y la abre. Está descalzo, pero el suelo está limpio. El pasillo tiene unos tres metros de ancho. La luz de las lamparitas le obliga a bajar la vista. Las aulas se repiten a lo largo del pasillo, algunas tienen los bancos amontonados contra las paredes, mientras que otras están llenas de computadoras, cajas y toda clase de electrodomésticos y aparatos extraños. Fabbián camina y busca algún indicio para saber si es de día o de noche, pero las únicas ventanas que hay son las que dan al interior. Al final del pasillo reconoce la puerta del baño. A la derecha están las escaleras. Unos sonidos casi imperceptibles vienen de arriba. Sube las escaleras sin dudar. Pasa por el descanso y llega al piso siguiente. El corredor es exactamente igual. Con aulas y ventanales a los costados. Las escaleras continúan hacia arriba, pero Fabbián dobla por el pasillo y sigue el ruido. Camina un par de metros hasta que ve a Quebeq distorsionado por el vidrio de una ventana. Llega hasta la puerta y se queda mirando la mesa que está en el medio del aula. Es una mesa antigua, de madera oscura y maciza. Está llena de rayas y marcas, pero todavía conserva el brillo con dignidad. Quebeq tiene unos pantalones holgados y una camisa blanca, tan limpia y sana como la ropa de Fabbián. Está revolviendo el contenido de una olla en la mesada. −
¿Tienes hambre? –pregunta sin darse vuelta.
−
No, la verdad que no, pero no quería estar más tiempo en la cama.
−
Comprendo –dice Quebeq mientras deja un cucharón en la mesada–,
a veces uno tiene que cambiar de ambiente–. Fabbián se sienta en una silla y apoya la palma en la mesa, siente la frescura de la madera–. ¿Has pensado en lo que te dije? –insiste Quebeq.
−
Sí. Voy a aceptar tu ayuda, pero antes hay muchas cosas que tengo
que saber –Quebeq se da vuelta con un trapo en las manos. −
No esperaba menos de ti, después de todo eres mi hijo.
−
Mi nombre es Fabbián –Quebeq se queda unos segundos con la
mirada vacía. −
Bien, vale. Lo justo es justo. Aún así debo decir que me siento
honrado por tu confianza Fabbián –apaga el fuego de la hornalla y se apoya contra la mesada–. Pero antes quiero saber algo, ¿cómo superaste la fobia? −
¿Fobia? ¿Qué fobia?
−
A los espacios abiertos.
−
No tuve alternativa. Me perseguía un demo… una bestia, pero…
¿Cómo sabés eso? −
Aquella fobia era artificial, un ajuste. Uno de los implantes de control
que te coloqué para protegerte. −
¿Protegerme? ¿¡Protegerme de qué!?
−
¿Ya olvidaste las voces?
−
¿Qué voces?
−
¿No escuchaste una voz extraña en la superficie? –Fabbián se
queda en silencio–. Sé que sí. Cuando despertaste tenías miedo de volver a dormir. "Me van a encontrar…" dijiste. −
Sí, es verdad…
−
Bueno, esa voz es la interfaz de un satélite del Imperio, D ciento
cinco, o como lo llaman ahora, Dios. Es el único satélite que todavía funciona. Hace una semana detecté actividad, y sospeché que podría estar pasando algo. Entonces salí a buscar información, y fue una excelente idea, porque así fue como te encontré. −
No entiendo, ¿por qué el resto de la gente no se da cuenta?
−
La señal del satélite está encriptada, de todas formas nadie escucha
los cielos. Pero los invocadores pueden formar un enlace directo usando su sistema nervioso como antena. Necesitan cierto entrenamiento para poder transmitir información, pero la conexión es bastante fácil de lograr en un día
despejado. Sin esta fobia, hubiera sido una cuestión de tiempo que descubran tu existencia. ¿Comprendes? −
¿Todos mis miedos son ficticios?
−
Sí, pero yo no soy responsable por todos ellos –Fabbián baja la
mirada a la mesa– « ¿Quién soy ahora? ¿Qué soy ahora? » −
¿Estás bien?
−
Sí, sí.
−
Antes de explicarte más, necesito saber que te pasó. ¿Sucedió algo
atípico los días previos al accidente con Vleria? −
No, todo era rutina, aunque la noche anterior fui al comedor. Ahí me
encontré a Vleria o, mejor dicho, ella me encontró. Yo la venía esquivando porque sabía que se iba a poner pesada por mi cumpleaños, siempre fue así. −
¿Pesada?
−
Sí, siempre quiso festejarme el cumpleaños, pero como a mí nunca
me gustaron los festejos siempre traté de desaparecer el día de mi cumpleaños. Pero bueno, esa noche, justo esa noche, me encontró. −
¿Y que sucedió?
−
Se me sentó al lado y se me puso a charlar. Que estaba
desaparecido, que no me encontraba por ningún lado, que esto, que lo otro. Siempre fue de hablar mucho. Me habló durante toda la comida y me terminó convenciendo para que vayamos a un bar. Un bar de mierda, como todos, chico, el techo lleno de ese moho caliente que se forma con la transpiración, lleno de gente, lleno de ruido… en fin. No sé cómo hizo Vleria pero consiguió uno de esos huecos en la pared para nosotros. Nos sentamos y empezó a hablar otra vez. −
¿Habla mucho?
−
No tenés idea, desde que la conozco que no paró de hablar.
−
¿Hace mucho que se conocen?
−
Nos criamos juntos en el instituto. Aunque la verdad no sé cómo
llegamos a ser amigos, siempre fuimos muy diferentes. −
¿Entonces?
−
Bueno, ahí Vleria empezó a picar unas pastillas, para aspirarlas.
−
¿Iba a aspirar Narka? ¿No está prohibido eso?
−
Si, pero andá a decírselo a ella, no la conocés. Yo tenía pensado
tomar las mías con agua, como siempre. Claro que si ella se las aspiraba iba a estar viendo alucinaciones mientras que yo iba a tratar de desaparecer. La noche venia relativamente normal, hasta que dijo que quería tener un hijo conmigo. −
¿Qué? ¿Pero eran novios?
−
¿Novios?
−
Digo, quiero decir, ¿habían tenido sexo antes?
−
No, nunca.
−
¿Y qué, te lo dijo así sin más?
−
¿Qué tiene de raro? Yo soy fértil, o al menos lo era antes de salir a la
superficie. Pero jamás quise tener uno. La idea de ser responsable en traer a alguien más a este mundo… me parece horrible. Por más que no lo vea nunca en mi vida, pesaría en mi consciencia. Le dije que me parecía bárbaro, pero que no contara conmigo. −
¿Se ofendió?
−
No, para nada. Nos quedamos en el bar. Ella aspiró su narka y yo
tomé la mía. No sé bien cómo, pero Vleria logró meterme algo en la nariz. A partir de ahí no me acuerdo bien. Creo que salimos del bar, pero después ya no me acuerdo lo que pasó. Sólo sé lo que me contaron. −
No importa, continúa.
−
Bueno, de alguna manera logramos llegar a mi habitación y tuvimos
sexo. −
¿Recuerdas algo más? ¿Algo extraño?
−
No, no me acuerdo de nada. Lo poco que sé es por lo que me dijo
Luxiana, que habló con ella antes que desaparezca. Me dijo que en un momento empecé a temblar. Primero un poco, pero después me descontrolé. Vleria se asustó, y cuando prendió la vela vio todo lleno de sangre. Entró en
pánico, y se fue. Cuando me desperté fui directo a la habitación de Vleria, pero en el camino me asaltaron y creo que me apuñalaron. −
¿Creo?
−
Sí, creo. Me desperté en otro lado, sin ninguna cicatriz, y con un
carroñero trastornado que no dejaba de decirme que yo era hijo del diablo, que cuando caí un demonio apareció y mató a mis asaltantes. −
Mmm… –Quebeq se acaricia suavemente la barba con la yema de
los dedos. −
¿Qué?
−
Creo que sé qué es lo que pasó esa noche. En realidad es muy
simple. El sistema de bloqueo que te inyecté cuando eras un bebé colapsó con los estímulos de esa noche. Tu sistema de defensa lo atacó como si fuera un nanovirus. −
¿Mi sistema de defensa? No entiendo.
−
En una guerra nanotecnológica los soldados llevan sistemas de
defensa, de la misma forma que los caballeros medievales llevaban armadura. Es una protección básica que sirve contra muchísimas nanoarmas. Ese sistema es lo único que no pude deshabilitar, entonces desarrollé el bloqueo para que no fuera considerado una amenaza. Pero esa noche hubo un desbarajuste, y el sistema de defensa lo reconoció como una amenaza y lo expulsó por el camino más directo: tus poros. Luego, cuando te apuñalaron, tu sangre cayó sobre un animal muerto. Tuviste suerte. −
¿Que tuve suerte…?
−
Jamás me hubiera imaginado que la narka pudiera afectar la
estabilidad del sistema, tuve que haber sido más cuidadoso. −
¿Más cuidadoso? ¿¡Más cuidadoso!? –Fabbián se levanta con un
salto– ¿¡Eso es todo lo que tenés para decir!? ¿¡Más cuidadoso!? ¡Me cagas la vida y me decís que tuviste que haber sido más cuidadoso! ¿¡Qué esperabas!? ¿Qué viva enterrado en esa ciudad hasta el día que me muera? −
Quería que vivas…
−
¿¡De qué forma!? ¿¡Por qué me dejaste ahí!? ¿¡Quién te dijo que
quería vivir así!? −
Lo siento Fabbián. Realmente lo siento, pero tuve que tomar una
decisión, y fue lo que hice. Si no fuera por mis acciones, ninguno de los dos estaríamos aquí. Fabbián le pega un puñetazo en la cara. Quebeq sale despedido hacia atrás y cae contra la mesada de la cocina. La olla cae al suelo con un estruendo, desparramando la sopa por el piso. Fabbián da media vuelta y camina a la puerta. Quebeq se incorpora. Unas gotas rojas le manchan el pecho de la camisa. −
Espera… merezco mucho más que esto por todo lo que hice, pero no
te vayas… no te vayas, todavía. ¡Espera, la Última Orden te está buscando! El sacerdote que te atacó en el hospital era un invocador –Fabbián se detiene bajo el marco de la puerta con los puños cerrados y los brazos tirantes. −
¿Y qué? ¿Está muerto, no?
−
No, hace tiempo que juré que no mataría a nadie... más. El invocador
quedó en el mismo lugar en el que cayó. La destrucción de la bestia lo dejó inconsciente. Pero Fabbián, necesito saber el resto de la historia. −
¿¡Por qué!?
−
Porque quiero ayudarte. Quiero corregir, al menos uno de mis
errores. No quiero detenerte ni retenerte mucho tiempo aquí. Tampoco quiero mentirte. Pude haberle echado la culpa a otros, pude haber hecho de víctima. Pero no lo hice. ¿Sabés por qué? Porque mereces la verdad. Porque eres mi hijo, y te respeto. Ahora, por favor, siéntate –Fabbián se da vuelta, y lo mira fijo. El ojo izquierdo late con pulsos de luz azul. Respira hondo, abre los puños y mira la silla. Luego apoya las manos en el respaldo. −
Cuando… cuando Vleria me vio así, pensó que estaba muerto.
Seguramente pensó en que la narka me mató. Se fue de SubUrbia en una caravana. −
¿A dónde?
−
A Ciudad Refinería.
−
Ciudad Refinería… ¿Y fuiste tras ella? Es un largo camino ¿por qué
no viajaste en una caravana? −
En el mismo momento que me entero que se escapó declararon el
estado de emergencia. Ya no podía salir. Entonces acepté la oferta de una cazadora para que me lleve. −
¿Una cazadora?
−
Sí, se llamaba Yetzica. Se cayó cuando se desmoronó el tanque de
agua –el recuerdo le cierra la garganta. −
¿Estás seguro de que murió?
−
Sí, ¡claro que sí! Nadie puede sobrevivir a esa caída.
−
Un invocador podría sobrevivir, pero no son los únicos seres
extraordinarios de esta época. Los cazadores son supervivientes por naturaleza, ni el polvo, ni la radiación, ni la lluvia ácida pueden con ellos. He conocido a varios. Son gente fuerte, muy fuerte. ¿La viste morir? −
No.
−
¿Estaba consciente al caer?
−
Sí… –los ojos de terror de la cazadora aparecen en su mente.
−
¿No quieres ir por ella? –Fabbián baja la vista. Una parte de él quiere
salir cuanto antes para Ciudad Refinería, pero a la vez Yetzica hizo posible que llegara tan lejos. « Si existe la más mínima posibilidad… » −
¿Cuándo?
−
Apenas baje el sol.
−
¿Cuánto falta? –Quebeq saca un reloj metálico del bolsillo.
−
Dos horas.
−
Bueno. Esta noche vamos por Yetzica. La próxima, me voy –Fabbián
da media vuelta y deja la cocina. Quebeq guarda el reloj y se toca el labio hinchado. El gas de la hornalla susurra a su espalda. La cara se le oscurece. −
Yetzica…