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HISTORIA TRAS UNA MANDÍBULA
from Historia tras una mandíbula sin nombre. Especulaciones sobre la vida de una mujer de clase en la jov
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índice
8 HISTORIA TRAS UNA MANDÍBULA La pobreza de los granos de oro 18 El boom de la riqueza del trigo 28 El arte del pan, la higiene, la moral y la etiqueta 32 Un matrimonio y un motín
44 Vestigios para una especulación, la excavación arqueológica en el templo de San Ignacio 56 Agradecimientos 59 Referencias bibliográficas
HISTORIA TRAS UNA MANDÍBULA
La pobreza de los granos de oro
Cerca del año 1845, en las inmediaciones del entonces llamado Distrito Parroquial de Usaquén, María Ignacia, partera de oficio, asistió a la humilde y soltera campesina Josefa Matilde en el alumbramiento de una pequeña niña. A pesar de haber vivido múltiples experiencias realizando su labor, la matrona jamás había presenciado un nacimiento en circunstancias más precarias. Las primeras impresiones que los claros ojos miel de la recién nacida Juana Simona percibieron fueron las abolladuras de la pared de adobe que débilmente separaban a su desnudo y blanco cuerpo del frío de la sabana.
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La criatura había sido abandonada por su padre, un viajero español llamado Francisco Augusto de Orbe, quien al regresar de su aventura en las regiones andinas a su país natal se había librado de unirse para siempre a Josefa Matilde. Ella era una mujer que durante su embarazo había padecido una de las tantas enfermedades infecciosas que acechaban a la sociedad de la emergente ciudad de Santafé, es decir, de la joven Bogotá republicana que floreció en la mitad del siglo XIX.
Tal vez la viruela, el cólera, la lepra o la tuberculosis pudieron haber destrozado, desde mucho antes de nacer, la vida de Juana. Sin embargo, el pecado bajo el cual fue concebida aquella pequeña sin padre eclipsaría el milagro de su existencia y la expondría a otros sufrimientos durante su niñez. La desgracia de ser la hija de una madre que no había guardado su reputación y castidad hasta después del matrimonio la había condenado durante sus primeros años de vida a la deshonra y el rechazo público.
Aún sin gozar de ningún lujo, en la primera etapa de su vida Juana siempre pudo degustar la exquisita sopa de arroz cocinada con arracacha, achiote, manteca de cerdo y cominos, así como los bollos y arepas que preparaba su madre cuando trabajaba como verdulera en la plaza Mayor de Bogotá. Allí Josefa vendía en una tienda con un horno de leña mazorcas, arepas de maíz y una bebida fermentada local llamada
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chicha, esa con la que solían emborracharse los mismos trabajadores de la plaza. A pesar de haberse saciado alguna vez con ese valioso cereal que, según cuentan algunas antiguas leyendas de la sabana, el dios Bochica regaló al joven Picara y su pueblo muisca tras convertir una bolsa con oro y esmeraldas en semillas de maíz, el hambre y la escasez llegaron a la vida de estas mujeres cuando Juana tenía aproximadamente diez años. Por efecto del Decreto 183 del 22 de diciembre de 1827, la Ley 13 de 1842 hizo a la policía veedora de la higiene, el ornato y las costumbres y le asignó la función de llevar a cabo campañas de educación orientadas hacia la corrección de los modos de vida “vagos”, que para algunos intelectuales como Francisco José de Caldas eran predisposiciones naturalmente negativas que los negros e indígenas tenían.
Estas campañas consistían en enseñarles a aquellos “desfavorecidos” a manejar los fluidos, alimentarse y comportarse de manera civilizada. Aquel proyecto, asociado con la búsqueda de hacer renacer una república homogénea, hizo que algunos negocios que vendían alimentos nativos perdieran su legitimidad, pues la normativa se basaba en la idea de que los productos provenientes de climas no europeos extremadamente cálidos o extremadamente fríos podían pervertir el cuerpo y la moral humana.
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Entre los negocios que cayeron en desgracia estuvieron aquellos que vendían chicha. La publicidad, los anuncios y las normas hicieron que poco a poco las ventas de estos productos se limitaran y restringieran a espacios clandestinos. Así fue como Juana y su madre padecieron por primera vez el hambre.