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Hilar con algodón
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Mis primas me dicen una y otra vez que debo volver a empezar porque el hilo no queda bien torcido o se rompe… Mientras peleo con estas fibras y ese tortero que parece que se mueve a su antojo y tuerce mal mis fibras, veo cómo todas hablan y se ríen. Yo debo seguir pegada al huso, pero ya no siento mis dedos; están rojos y como quemados.
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Eso no se aprende en una sola jornada. Después de repetir muchas veces estos torcidos, ya veo un hilo más parejo. Mi tía tiene manos duras y ágiles, más que mamá incluso, y creo que es porque ha hecho este trabajo desde niña. Y, hablando de mamá, ella sacrificó esta mañana unos curíes para la comida mientras estábamos golpeando las fibras; ahora mi tía la ayudará con las preparaciones y con Yunuen, que ha estado como aburrido hoy.
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Papá e Iktan ya regresan del mercado con bastante algodón, algunas cochinillas, una pasta de arcilla, cal y sal. Me dicen que ayude a preparar el algodón y que luego puedo hilarlo. Yo lo que quiero es preparar los tintes. Puedo tinturar algunos hilos de fique, pero si saco colores para pintar ya debo tener las telas hechas… Así que pondré un poco de miel en mis manos y las cubriré con una faja para que sanen un poco antes de comenzar a trabajar con el algodón.
Para preparar el algodón lo primero que debo hacer es arrancar el capullo o copo blanco de su cáscara y sacarle las semillas que lleva dentro, es decir, despeparlo. Así se va desenredando y uno no se araña con parte de los tallos que pueden quedar y que tienen espinas. De esta forma el copo se desvanece y se vuelve como una telita larga y delgada.
Cuando se tienen muchas telitas, se puede armar la carpeta, una especie de tela más grande. Con ella se hace un rollito de algodón que es el que se lleva al huso. Mi prima me muestra cómo al golpearlo se va aplanando más el algodón, y se van uniendo lo que antes eran copos para formar la carpeta o
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tela. Se ve bonito, y es muy suave la textura y calientica. Me explican que se golpea hasta cierto grosor del algodón para no maltratarlo mucho o para que no quede grueso y se deje hilar. Todo tiene su tiempo y técnica.
Es muy agradable tocar el rollito; creo que ya no me molesta la idea de hilarlo. Mis primas, las más pequeñas, toman los copitos y con los dedos van estirándolos, mientras retiran las semillas. A esto lo llaman escarmenar. Así es que se va aprendiendo este oficio.
Para hilar, primero armo el huso, que es una varita que tiene una muesca donde se fija el tortero; así que, antes de amarrar el hilo, introduzco el tortero (que tiene un hueco en la mitad del tamaño más ancho de la varita) que se ajusta donde está la muesca.
Ya armado, tomo el rollo de algodón y saco una pequeña parte para estirarlo con cuidado y lograr una tira delgada que tuerzo un poco para amarrarla al huso, hacia el lado opuesto de donde está el tortero, y sigo estirando el hilo suavecito mientras el huso gira. Cuando tuerzo el hilo, este deja de estirarse, así que me toca estar soltando, estirando
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y torciendo. Estoy sentada, y entre mis piernas pongo el cuenco y ahí apoyo la punta del huso para que gire bien mientras con los dedos tuerzo el hilo que va enrollándose en el huso. Hay que aprender a controlar la velocidad y enrollar de forma muy suave para que no se esté rompiendo. Ya me pasó, pero mi prima me dijo que esto suele suceder mientras se aprende a controlar la fuerza de los dedos. Ya entiendo por qué mamá siempre me decía que era mejor aprender desde chica como mis primas pequeñas: ellas son muy ágiles. Yo había hilado antes, pero había olvidado que no se debe hacer tanta fuerza.
Mamá, tías y primas hilan de pie y no necesitan del cuenco. Manejan muy bien el peso del tortero y la dirección de la torción. Me recuesto un poco en el piso; la espalda la siento muy adolorida y los ojos me arden. Yo miro todo el tiempo el hilo y eso también cansa un poco. Descanso y retomo, pues tengo que hilar. Mis hilos no serán muy delgados, como los de la tela del vestido que usa mamá en las fiestas. Serán más burdos, pero eso está bien, porque este tejido será para mi faja.
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