
4 minute read
Tejer la vida, poner un rostro, dar un nombre. Historias sobre el patrimonio arqueológico de Bogotá

La fascinación con la que los arqueólogos y arqueólogas interpretan el pasado a través de los estudios que realizan de los vestigios que encuentran como producto de las excavaciones resulta a veces difícil de ser transmitida. Y es que, desde la perspectiva de un observador desprevenido, un hueco profundo con marcaciones de niveles y uno que otro objeto a veces ininteligible no logran transmitir la proyección, interpretación y, sin miedo a decirlo, la imaginación que atraviesa el quehacer riguroso de estos profesionales para poder recrear la vida que habitó en otra época.
Advertisement
Esta publicación es precisamente una apuesta para mostrar esa emoción que está presente en los hallazgos de patrimonio arqueológico en Bogotá. Para esto, hemos iniciado desde el sello editorial del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural una serie de publicaciones que dan cuenta de las formas en que podemos interpretar el pasado a partir de los resultados rigurosos, técnicos y especializados de los informes de arqueología, pero mostrados de manera atractiva y de acceso para toda la ciudadanía, a través de un interesante uso de la ilustración y de la creación literaria.
Los dos títulos que dan inicio a esta serie son La trama de Kinzha. Un mundo tejido en las riberas del río Tunjuelito, escrito por Sandra Mendoza, e Historia tras una mandíbula sin nombre. Especulaciones sobre la vida de una mujer de clase en la joven Bogotá republicana, de Daniela Hassan. Si bien cada título se ocupa de un periodo de tiempo distinto —el primero nos transporta al siglo VIII d. C. y el segundo se centra en la segunda mitad del siglo XIX—, ambos comparten algunas características que queremos destacar: fueron realizados por mujeres arqueólogas que se aventuraron a explorar la narración literaria, para lograr transmitir lo que Sandra propone como el “laberinto del arqueólogo” y lo que Daniela describe como “especular sobre algo que jamás será conocido a través de la experiencia empírica o etnográfica”. 10
11
Alejadas del lenguaje que caracteriza su oficio, las dos narraciones se centran de forma íntima en la vida cotidiana de dos figuras femeninas. Por un lado, Kinzha, una niña que nos habla de una familia muisca, y de los oficios y formas de vida que comprenden la alfarería, el tejido, la caza, la comida, los tintes, los animales y las formas de interactuar en su entorno y en su bohío. Kinzha da cuenta de lo que debió haber sido en aquel momento la rica vida en la cuenca del río Tunjuelo, hoy convertida en un lugar urbanizado en la capital, que ha dado la espalda al agua y que aparentemente olvidó a esos primeros habitantes. Por otro lado, el relato acerca de Juana Simona, hija natural de un español y una verdulera del mercado de la plaza de Bolívar, nos acerca a los hábitos y el capital simbólico y social que ella adquirió, pese a su condición humilde, a través de la apropiación de unos códigos y prácticas sociales aprobados por las políticas de higienización y buenas maneras de la época.
Las dos historias ocurren en el actual territorio que ocupa Bogotá. En el pasado de la ciudad. Ambas describen el contexto social y espacial de ese momento, y nos permiten imaginar estas otras vidas que ocuparon los espacios en los que hoy vivimos. En ambos casos, las historias se reconstruyeron a partir del análisis y la documentación de los vestigios: en el de Kinzha, a través de los restos cerámicos, restos óseos, marcas halladas en el terreno, tintes, textiles y formas de enterramiento. Por su parte, los datos de Juana Simona se obtuvieron a partir de una mandíbula hallada en un relleno óseo alrededor de la escalera por la cual se bajaba a la cripta de la iglesia de San Ignacio, en el centro histórico de Bogotá. La identificación bioarqueológica, de los cálculos dentales y las calzas, entre otros, arrojaron información de su forma de alimentación, enfermedades padecidas, edad y sexo.
Las ilustraciones de ambos títulos fueron realizadas por Elizabeth Builes, quien logró grácilmente ponerles rostro y color a los mundos de Kinzha y de Juana Simona. También, para esta última, se contó con el trabajo de técnica de collage realizado por Yessica Acosta.
Tejer la vida, poner un rostro, dar un nombre, son formas de relacionar la vida de estas dos mujeres de nuestro pasado con las herramientas de la disciplina para revelarnos su existencia a partir del análisis de los vestigios arqueológicos. El conocimiento de la vida de estos seres, hasta entonces anónimos, que nos antecedieron en este territorio nos permite ampliar las formas en que imaginamos, cuestionamos y comprendemos nuestro pasado.
Patrick Morales Thomas Director Instituto Distrital de Patrimonio Cultural