8 - ENERO - 2014
EDITORIAL #2 La Strada Novissima Hans Hollein, 1980
#2 INSTITUCIONALIDAD
dos procesos distintos. En primer lugar, mediante su atomización bajo el pretexto de la especialización. Esto es: la institución se disemina en instancias especializadas — científica, política, estética— que se reparten la prerrogativa de administrar el sentido del que son depositarias, garantizando su posición compartida de privilegio y apoyándose mutuamente para perpetuar esa misma posición. El resultado es tan nefasto que representa la primera violación del contrato, ya que, una esfera institucional atomizada y especializada se manifiesta incapaz de devolver sentido frente a unas demandas que son necesariamente transversales. A día de hoy, por ejemplo,
“La actual crisis institucional no es más que el momento culminante de un proceso perverso que inició su declinación con la elección moderna del paradigma racionalista, científico y capitalista”.
OPINIÓN Martí Peran es profesor titular de Teoría del Arte de la Universidad de Barcelona y curador de: “Postit city. Occasional Cities”; “After Architecture” y “Esto no es un museo”, entre otras exposiciones. Por Martí Peran Es cierto que hay unanimidad en el diagnóstico según el cual las instituciones están agotadas pero, en demasiadas ocasiones, esta reflexión se acompaña de un inocente reclamo que demanda una refundación de la esfera institucional comandada desde el interior. Esto es muy ingenuo. La autocorrección está condenada de antemano a detenerse en el horizonte corto de la mera supervivencia. La institución puede ella misma sanearse e incluso reinventarse, pero si esta operación se gobierna desde el interior institucional, la vocación de este giro solo garantiza la propia supervivencia de la institución, sin ninguna garantía de que ello comporte la recuperación de sus fundamentales funciones públicas. Para abordar la cuestión con toda su complejidad, es necesario remontarse hasta consideraciones de calado profundo. Nuestro modelo epistemológico siempre ha deducido el sentido y el valor —por ejemplo, las ideas de lo justo o de lo bello— a partir de la experiencia. Es, en efecto, de los mundos de vida de donde se destila el sentido. Esta suerte de metodología, sin embargo, conlleva una enorme dificultad, ya que, de algún modo, hipoteca la vida en esa ingente tarea que la obliga a deducir sentido de sí misma cuando su vocación, por naturaleza, no es otra que el vivir mismo. Es en esta tesitura, obligados a emancipar a la vida de sí misma, que se articula una compleja esfera institucional que tendría por función atesorar el sentido deducido de la experiencia y, más importante todavía, administrarlo y retornarlo cuando así se lo solicite el ámbito de la experiencia. De este modo, si se me permite la fórmula, la vida puede vivir y, al mismo tiempo, cuando padezca necesidad de sentido para orientar su devenir, solo tiene que acudir a la esfera institucional para que ésta le regrese el sentido que allí está conservado. Es una suerte de contrato en clave epistemológica que precede a los distintos formatos del contrato social que crecen a su sombra. La actual crisis institucional no es más que el momento culminante de un proceso perverso que inició su declinación con la elección moderna del paradigma racionalista, científico y capitalista. En efecto, en el momento en el que la esfera institucional toma consciencia de su condición de privilegio se convierte en hegemónica y autoritaria mediante
son numerosas las situaciones en las que necesitamos argumentos de carácter científico y ético al mismo tiempo, o político y estético y, sin embargo, la esfera institucional es incapaz de devolvernos sentido frente a estas demandas apelando a su especialización. Esta es la primera fractura irreparable: mientras los mundos de vida padecen inquietudes ajenas a las lógicas disciplinares, la institución solo administra respuestas parciales, sesgadas y especializadas. En segundo lugar, la esfera institucional se ha revelado también demasiado perezosa tras constatar que su función como depositaria del sentido le confiere una cota de poder que puede ejercerse sin necesidad de actualizar el sentido y el valor que conserva. En efecto, la esfera institucional, se ha manifestado lenta y excesivamente cauta en su compromiso de actualizar permanentemente el sentido en función de cómo éste era deducido de los mundos de vida y, en lugar de someterse a una constante revisión de sus contenidos, ha preferido canonizar sus relatos e imponerlos como indiscutibles. El resultado de esta segunda anomalía es bien simple: el sentido que administra la esfera institucional está habitualmente oxidado y envejecido, incapaz de responder a unas demandas que ya han sospechado respuestas distintas. Este resumen del problema, a pesar de estar formulado de un modo un tanto urgente, permite deducir de inmediato el imperativo histórico en el que nos encontramos: no hay más remedio que reiniciar el proceso. Reload. Volver a empezar significa abandonar la confianza en la esfera institucional, incapaz de administrar sus contenidos y volver a deducir sentido desde la experiencia; en otras palabras —usurpadas ahora a Marina Garcés— es menester reabrir la “guerra del valor”. Para ello es necesario volver a habilitar mecanismos de participación que permitan a la esfera pública vehicular sus ideas, contrastarlas, testarlas y, de nuevo, destilar sentido alentado en nuestros mundos de vida. La operación
“En el momento en el que la esfera institucional toma consciencia de su condición de privilegio se convierte en hegemónica y autoritaria”. representa, en un sentido profundo, una tarea inventiva de lenguaje que permita nombrar los nuevos lugares radicales en los que acordamos depositar el valor. Esta misma tarea de habla representa la original práctica instituyente. En efecto, siguiendo la lógica establecida, solo será factible idear nuevas estructuras institucionales tras la determinación del valor que estas habrán de conservar y administrar. De ahí que sea legítimo expresar que ahora mismo son más urgentes las acciones destituyentes que las prácticas instituyentes. Es imprescindible acelerar la deslegitimación del valor conservado en la esfera institucional actual y, por extensión, del rol autoritario que ejerce la propia institución. En su lugar, es imprescindible habilitar espacios y tiempos para tomar la
palabra, volver con ella a definir sentido y valor y, solo a continuación, evaluar como podría ser expandido sin reproducir los errores de la especialización y el envejecimiento. El estrecho debate respecto de la legitimidad de operar dentro del actual marco institucional es muy tramposo por diversas razones. En primer lugar, por la dificultad de determinar cual sería el afuera posible de la institución en el actual contexto biopolítico. En segundo lugar, por la ingenua defensa de una lógica del sabotaje como única acción relevante. En realidad, la institucionalidad expandida actual obliga a abandonar el problema, concebido solo para una falsa distracción de fuerzas. Lo imperativo ya no es el lugar de la acción sino su naturaleza y, en esta perspectiva, lo pertinente ha de identificarse con aquellas iniciativas que propician la apertura de la guerra del valor. Lo verdaderamente imprescindible es idear mecanismos, con independencia de la ortodoxia de sus formatos, capaces de abrir el lenguaje. Las exposiciones y el trabajo museal, más allá de que puedan inscribirse en la perspectiva de una crítica institucional convencional, han de estar animados por esa vocación poiética.
ENTREVISTA GONZALO OYARZÚN: “Tal vez la crisis puede estar dada porque alguna elite crea que basta con la generación de espacios (…), que basta con dar cobertura. Y eso no es así” Gonzalo Oyarzún es actual subdirector de Bibliotecas Públicas y fue gestor del proyecto Biblioteca Santiago. Entrevista realizada por Pablo Brugnoli 7 de enero de 2014
¿Crees que actualmente existe una crisis en las instituciones y el sentido que la sociedad les está exigiendo? Realmente no creo en el concepto de crisis de generación, más bien creo que ha habido una muy buena intención de generar espacios, salas, centros culturales y otros espacios de creación y generación de cultura. Es decir, desde mi perspectiva, se ha mejorado notablemente la cobertura, aunque sin necesariamente escuchar y responder con esta cobertura a lo que requiere la comunidad, la sociedad. Resulta bastante evidente que hoy día la sociedad está exigiendo cada vez más una participación en el desarrollo de los proyectos; esta comunidad, como me gusta decirlo a mí, demanda no solo participación, sino que espacios públicos también, espacios de participación. Hoy, más que construir bibliotecas públicas, centros culturales o museos, lo que se requiere son espacios públicos, donde se genere cultura y hayan bibliotecas, exposiciones o teatro, pero lo principal es la generación del espacio público. Esta es la forma en que la comunidad puede llegar a sentirse parte, a sentir que ese espacio le pertenece, que ese espacio es parte de su entorno comunitario y su desarrollo de vida; allí puede haber un matrimonio, una actividad deportiva, donde permanentemente hay libros y exposiciones, y hay también una vida cultural rica. El espacio público en donde es posible convivir en diversidad: arte, dueñas de casa, performance, jóvenes, teatro, niños, música, adultos mayores. Tal vez la crisis puede estar dada porque alguna elite crea que basta con la generación de espacios de cultura, centros culturales y bibliotecas, que basta con dar cobertura. Y eso no es así.
¿Cuáles consideras que son las claves de esta crisis en el contrato sociedad-institución? Las claves de la crisis podrían estar dadas por la falta de participación en la toma de decisiones. No sé si hablaría de una crisis, más bien creo
que estamos en un paradigma distinto: hubo una fuerte generación de espacios de cultura; estos espacios no solamente son físicos, sino que también son de oportunidad. Es así como se crea el Consejo del Libro y la Lectura, se crean los Fondos Concursables como FONDART y se crean muchos espacios donde los artistas pueden postular proyectos o ideas y llevarlas a cabo; lo mismo ocurre en el mundo de las bibliotecas con el fondo del libro. Así, se crean muchas bibliotecas e iniciativas de fomento de la lectura, se crean muchos centros culturales, especialmente en todas las comunas con más de 50 mil habitantes. Ello también tiene un desarrollo desde el mundo de lo privado, desde el mundo de lo comunitario y se crean espacios para la generación de cultura. Hoy en día la clave está en producir el encuentro entre la comunidad o a la sociedad —que ya está solucionado en términos de cobertura con esta infraestructura física y virtual— generando sentido de apropiación e identidad sobre esos espacios, sobre las instituciones y sobre la oferta cultural para esa comunidad, pero sin que se les trate como audiencias, solo como gente que va a escuchar.
Desde tu trabajo en las bibliotecas públicas ¿Cómo crees que esta institución puede recuperar su espacio en la sociedad? ¿Ves posible la crítica interna? Me parece fundamental permitir que las ideas se debatan, que mejoremos permanentemente nuestras instituciones desde la crítica, fomentando el cuestionamiento y escuchando cuáles son las demandas de participación. En el caso de bibliotecas públicas, desde hace ya casi 20 años se generó un programa de gestión participativa. Este modelo permite que la comunidad se apropie de la biblioteca y también nos permite programar actividades culturales, generar proyectos, establecer horarios, seleccionar libros; en fin, mejorar el servicio de bibliotecas que se ofrece en la comuna pero a partir de sus habitantes. Habitualmente nos pasa a los que trabajamos en el ámbito de la cultura que creemos que nosotros sabemos lo que se requiere para una comuna en términos producción artística, de producción cultural o de fomento lector, pero no necesariamente escuchamos de manera adecuada a nuestra comunidad. Sinceramente creo que lo importante, lo medular es escuchar a la comunidad, porque ellos saben perfectamente lo que requieren y nosotros debemos ser capaces de traducir esas necesidades en nuestro espacio, en nuestro centro, en nuestra institución, en nuestros proyectos o nuestras bibliotecas. Me gusta pensar que todos somos expertos en medicina y en educación: sabemos perfectamente la educación que queremos para nuestros hijos y el tipo de salud que requiere nuestra familia. Luego vienen los expertos que deben ser capaces de traducir y hacer reales nuestras demandas. Lo mismo pasa en todos los ámbitos de la vida y también en cultura: hay que ser capaces de escuchar a todo el mundo, luego seremos los especialistas en cultura, en arte o en bibliotecas lo que debemos ser capaces de traducir esas demandas en espacios de satisfacción de esas necesidades.
¿Cómo crees que debe reinvertarse las instituciones culturales? La reinvenciones de las instituciones culturales tienen que ser hechas delante de las personas y no detrás de ellas, teniendo a la comunidad como protagonista y ya no solo como espectadores, como audiencias. Cada miembro de la comunidad organizada tiene algo que aportar: la junta de vecinos y el centro de alumnos, el sindicato y el club deportivo, el club de ancianos y las agrupaciones de inmigrantes. De esta manera se puede ser más realista sobre cómo participa la gente, qué los convoca, cuáles son sus demandas de información, de entretención y de recreación, pero al mismo tiempo conocer la historia y la memoria acumuladas en el entorno en el que nos movemos. Necesitamos escuchar a la comunidad, entenderla e involucrarla, porque hoy en día Continúa en la página siguiente >>>>>>>>>