#4 Trabajo colectivo

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10 - ENERO - 2014

#4 TRABAJO COLECTIVO

ARIEL JACUBOVICH: “HAY OTRO TIPO DE PARTICIPACIÓN QUE ES MUY VALORABLE (...): LA DEMOCRACIA MISMA”

EDITORIAL #4 Por Ignacio Rivas “Estoy interesado en el ‘demasiado’, hacer demasiado, dando demasiado, poniendo demasiado de un esfuerzo en algo. El derroche como una herramienta o un arma”. —Thomas Hirschhorn Entendido desde su significado más tradicional, el trabajo colectivo es: un grupo de personas/ que se organizan de una forma determinada/ para lograr un objetivo común. Centrémonos en el problema de la organización y en cómo se determina su forma. Ésta supone que cada miembro del equipo realiza una serie de tareas de modo independiente pero a la vez es responsable de los resultados totales. Es en la organización interna donde se pueden hacer las diferencias, ese momento que rara vez recoge la historia. Es fácil reconocer y recordar temporalmente ciertos hechos que inicialmente tienen gran potencia, como Occupy Wall Street, pero nos es muy difícil reconocer que su valor es proponer nuevas formas de organización. Es igualmente complejo precisar cuál es la relación entre la forma de trabajo colectivo, en su modo horizontal, y los resultados que genera dicho proceso. Sin embargo, existe una noción de que, a pesar de una supuesta disminución de la eficiencia en relación de procesos de trabajo más bien jerárquicos, hay un aumento en su potencia (por la cantidad de actores involucrados), que contagia los resultados con valores de transversalidad y comunidad, tanto en los actores como en los contextos con los que interactúa. Considerando el contexto actual de personas o agrupaciones trabajando en temas de ciudad, y cómo los tiempos han cambiado, se ha vuelto necesario generar nuevas formas de producción capaces de formar acuerdos colectivos con diversas especializaciones. Sin embargo, en muchos casos se sigue respondiendo de la misma manera. Las toma de decisiones se centra en unos pocos, pero a la hora de producir casi siempre es necesario subcontratar la parte que los excede en sus capacidades. Inconsciente o conscientemente, se genera un valor diferencial en base al trabajo de otros. Un ejemplo de esto es el sistema del empleo basado en practicantes y ayudantes. En el contexto de la autogestión, trabajando en prácticas sobre la ciudad más bien alejados de las instituciones estatales y empresariales, proliferan cada vez más formas de trabajo organizados en torno a la horizontalidad y la colectivización, tanto en sus procedimientos como en sus resultados. Esto parece responder a una ruptura en la confianza por la injusta distribución en la que estamos inmersos, no solo económica, sino también por la falta de inclusión en la toma de decisiones. Desde la periferia de la producción urbana se están poniendo en jaque las formas de trabajo de los actores más tradicionales. Pareciera ser que la ecuación correcta, aquella cuyo resultado representa a muchos, es la que equilibra tres cosas: una forma de trabajo justa; la generación de independencias que permitan exploraciones personales y variados intereses; y el apropiamiento de eso que se está haciendo. Una manera de hacer aparecer una forma de trabajo, dandole la visibilidad que comúnmente carece, es a través de “mecanismos”. Un mecanismo, está compuesto por un conjunto de elementos que cumplen una función para lograr un fin específico. Es esencial para la producción arquitectónica-cultural, entender cuáles son esos “elementos”; dónde están ubicados temporalmente; y qué implica si éstos —en este caso, los actores— son incorporados lo antes posible. Vincular a los actores desde el comienzo, iniciar procesos donde se les de la oportunidad de conocer, comprender y afectar los contextos, es una forma concreta de generar empoderamiento. Como dice Hirschhorn, hay que darle espacio al demasiado. Ese demasiado, ese espacio a las posibilidades y manifestaciones, es lo que de alguna manera ha permitido tener al interior de La Ocupación esta publicación, aparentemente opositora o al menos independiente. Esa excesiva y necesaria libertad es la que ha permitido que todos, desde sus posiciones, alimenten esta reflexión colectiva, donde todos, por un momento, pueden hacerlo todo.

Ariel Jacubovich es miembro del colectivo C.A.P.A. y profesor adjunto de la FADU-UBA. Entrevista realizada por Ignacio Rivas 8 de enero de 2014

¿Cuál crees que puede ser el rol del arquitecto trabajando en contextos de colaboración? Me gusta pensar que el rol del arquitecto podría ser el de mediador, alguien que participa desde sus capacidades posicionándose como articulador de las diferentes partes o grupos que participan de la colaboración, aunque con intereses propios también. Es decir, que está adentro de la escena e incluso que puede ayudar a conformarla, ya que tiene motivaciones propias que lo incitan a hacerlo (por ejemplo, la compulsión por construir, por transformar el entorno habitable, puede converger con las necesidades y aspiraciones de diferentes grupos que probablemente solos utilizarían otras formas). Esa es la diferencia entre un mediador y un intérprete o intermediario: que el mediador es una parte más de la escena y que participa activamente en mantener unida a esa sociedad colaborativa; aunque sea por un tiempo. Y que lo hace desde sus capacidades como arquitecto, en otras palabras, en su capacidad de producir y previsualizar posibilidades materiales de transformación. No solo el arquitecto en su rol social debiera trabajar como mediador, sino que también es importante que su producción funcione desde sus cualidades materiales y representativas, permitiendo ligar colaborativamente a las partes. Los contextos de colaboración se caracterizan por hacer converger el trabajo de diferentes entidades o grupos, por sobre la división de las tareas de las actividades que los reúnen. En una fábrica, por ejemplo, a pesar de la división entre capital y trabajo y las relaciones de explotación, debe existir la colaboración para lograr la producción pretendida, y para eso, tiene que haber algún consenso sobre la organización del tiempo y las tareas, así como sobre las cosas materiales que los reúnen, sean productos o medios de producción. Un caso donde la colaboración no es necesaria para el mantenimiento de una sociedad específica es el de las finanzas: al capital financiero no le interesa cómo se producen las cosas porque la rentabilidad está asegurada. Pienso que en esos casos, cuando hay arquitectura ligada a esos procesos, ésta no participa como mediadora sino como intérprete, sus cualidades materiales quedan desvinculadas de la sociedad, por lo menos de la sociedad que le dio origen. Podría ser buena arquitectura dentro de los cánones que pone la propia disciplina, pero corre el riesgo de nacer directamente como ruina.

¿De qué manera es posible generar nuevas y mejores formas para lo que hoy se entiende como participación ciudadana? Fundamentalmente creo que hay dos tipos de participación: la participación que se presenta como la elección de opciones por parte de la ciudadanía y la participación en la que la ciudadanía se propone la conformación de las opciones. Por supuesto que la primera es la que no me interesa, ya que en la mayoría de los casos se trata de la legitimación de decisiones que ya fueron tomadas en otros ámbitos y que se ponen a participar para destrabar una situación. Votar proyectos en Facebook no es una forma de participación que produzca alguna diferencia, lo mismo que los concursos, que por lo menos en Argentina, no producen ninguna diferencia. Las opciones premiables están siempre dentro de un rango en el que ves que la decisiones ya fueron tomadas de antemano, ya sea por la forma de elegir el jurado o por la manera de gestionar los riesgos que tienen las partes termina no sucediendo nada, no hay ningún cambio, pero se realiza de manera “legítima”.

Pero hay otro tipo de participación que es muy valorable y que está cambiando las formas de organización colectivas: la democracia misma. Es una participación que se basa en la organización. Ya no son individuos votando opciones desde su casa o en un parlamento, sino grupos organizados que con formas colaborativas o de lucha logran tener capacidad no solo de reclamar por mejores condiciones de habitabilidad sino incluso de proponer proyectos de transformación. Ahí los arquitectos tienen una cantera enorme de posibilidades de trabajo. ¡Pero para eso tienen que participar! Pienso que hay que dejar de pensar que desde la arquitectura hay que “hacer” participar. Lo que tiene que hacer la arquitectura es participar, esos procesos están por todos lados, no hay que generarlos sino más bien insertarse en ellos.

¿Cuál es la relación entre la forma de trabajo y la forma de la arquitectura? Hay muchas formas de relación entre esos dos campos. En mi caso, preferiría que fuese una relación de imbricación: que las coincidencias, los solapamientos, las sistematizaciones, se den de maneras simultáneas y se afecten mutuamente desde ambos campos. Incluso, que se confundan. En algunos casos nos pasa que no sabemos si lo que producimos es lo que termina siendo el objeto de nuestro trabajo o son las condiciones para que eso se produzca lo que en realidad hacemos. Y cuando esas imbricaciones se dan, la verdad es que no importa dónde está el foco del trabajo, ya que en ambos campos hay arquitectura. Me gustaría que la forma de trabajo fuese coincidente con la forma de la arquitectura.

En relación a tu trabajo en C.A.P.A., ¿cuál es tu interés en la asamblea como organismo de toma de decisiones? En realidad no tengo un interés particular por la asamblea. Lo que pasa es que para darle un nombre a algo que venimos haciendo, que a la vez queremos que se vuelva una forma de trabajo con una dinámica propia y un grupo reconocible, buscamos un nombre que reuniera dos cosas que estaban juntas y que queremos destacar: la arquitectura pública y asamblearia. Ya que la arquitectura pública está convencionalmente ligada a lo estatal y lo asambleario está ligado a lo autogestionado, nos interesaba poner en relación esos dos términos que en principio se presentan como contradictorios, pero que contienen una enorme potencialidad. Ahora, la asamblea como organismo de toma de decisiones formó parte de varios proyectos que hicimos, espacialmente el de Roca Negra, fundamentalmente porque la asamblea nos precedía (ya que era el mecanismo de toma de decisiones para los grupos y organizaciones con los que trabajamos), y por eso decidimos incorporarla al proceso de conformación y producción de las propuestas arquitectónicas. No utilizamos la asamblea para que ahí se decidan opciones arquitectónicas ya elaboradas por nosotros, sino para producir arquitectura de manera colectiva, o por lo menos ciertas instancias, como documentos arquitectónicos, modelos, maquetas o mapas, que luego se terminan traduciendo a los proyectos. Pero la asamblea te garantiza que los objetos que se producen en ella sean objetos de consenso y que carguen en sus cualidades propias —materiales— una fortaleza que le transfiere el colectivo y que se mantiene luego en las diferentes traducciones.

¿De qué manera esa toma de decisiones puede afectar la producción y formalización de los proyectos? Eso es justamente lo que venía diciendo. La pérdida de control de ciertas variables, por decidir cuestiones de proyecto en la asamblea, es también la ganancia de control en otras, lo que te permite luego trabajar con una base sólida, una base que garantiza una cierta confianza o atachamiento de las partes involucradas en el proceso a cuestiones propias de la arquitectura, y eso, es bastante.

Sabemos que el proyecto de Roca Negra del cual eres parte fue expuesto en un museo en Brooklyn, también están los proyectos de POST-IT en el Centre d’Art Santa Mònica de Barcelona y el de A-77 en PS1. ¿De qué maneras crees que es posible afrontar esta vinculación entre las instituciones museísticas y esta clase trabajo? La producción cultural, sea en museos o universidades, siempre está a la búsqueda de lo que se puede presentar como tendencia o cambio en la forma de hacer las cosas. Creo que hay ciertos trabajos que funcionan en varios niveles a la vez, es decir, no solamente en lo que producen sino también como prefiguración de un modelo posible. En ese sentido, el centro ya no es la tendencia sino que los márgenes, como Latinoamérica, pasaron a ser los laboratorios de experimentación de ciertas formas novedosas de producción dentro de la arquitectura y el ojo empieza a enfocarse ahí.

Como invitado al proyecto La Ocupación, ¿cuál es tu interés en proponer una Universidad Nocturna? Al estar lejos, pensando el proyecto desde Buenos Aires, nos sentimos con la suficiente distancia como para poder trabajar con lo más obvio, incluso lo estereotipado (hacer algo en Chile, hacer algo con la universidad), pero sin tener que meternos dentro de la enorme discusión que se viene desplegando en torno a eso en los últimos años. Al mismo tiempo, nos dimos cuenta que también ese punto puede ser el punto ciego, algo tan grande y con el cual casi todos están tan involucrados que no lo pueden ver, nos llamó la atención que nadie lo hubiese propuesto como institución y supusimos que era por eso. Entonces, para proponerlo, pero a la vez no tener que meternos adentro de lo que ya viene siendo debatido y propuesto, es que surgió la Universidad Nocturna, una universidad que como simulacro corre en otro tiempo-espacio al de la universidad que si está siendo puesta en cuestión. Como una realidad paralela en donde, por ejemplo, las cuestiones de recursos están enfocadas no en quien paga sino en cómo recurrir a una energía que está dilapidada, como la energía erótica asociada a la noche, a la pernoctación. En lo universitario eso se traduce en la figura convencional del Campus o en la relación jerarquizada docente-alumno. A nosotros nos interesaba más generar un ambiente de intercambio (comer, dormir, compartir experiencias y conocimientos, y ponerlos a circular) y que ese intercambio, puntual, esporádico, pudiera presentarse como universal, y, en ese sentido, universitario.

ENTREVISTA ANDRÉS CANALES: “Nos hicieron querer tanto el dinero, nos hicieron pelear tanto por este privilegio, que ya no somos capaces de reflexionar para qué trabajamos o por qué estamos estudiando” Andrés Canales es miembro de la Unidad de Tabajadores Sin Patrón y socio de la Cooperativa de Trabajo. Entrevista realizada por Ignacio Rivas 9 de enero de 2014 Continúa en la página siguiente >>>>>>>>>


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