Contexto 40 (1)

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PERIODISMO UNIVERSITARIO

ISSN 1909-650X

El periódico de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo Medellín, noviembre de 2013

No.40

Distribución gratuita

ANTIOQUIA:

Foto: Hebert Rodríguez G.

“GENTE LIBRE DE TODOS LOS COLORES” Bicentenario Págs. 5 - 14 Según Libia J. Restrepo, profesora de Historia de la Universidad Pontificia Bolivariana, era tal el grado de mestizaje en algunas regiones de Antioquia, que la Corona determinó que los habitantes entre los ríos Cauca y Magdalena se denominaran como “gente libre de todos los colores”, por la imposibilidad que existía para clasificarlos. Por eso, ni siquiera en este fenómeno Antioquia puede ser estudiada

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Análisis

Desterrados de la cultura Durante la Colonia las comunidades indígenas no se libraron de la invisibilización.

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Reportaje

como un pueblo homogéneo, pues debe ser enfocada desde sus “antioquias”, desde sus regiones. Todas con procesos históricos, sociales y económicos muy diferentes. No se podría hablar de un antioqueño del Nordeste con los mismos términos que se usan para uno del Urabá.

Vigía del Fuerte Un municipio sin interconexión eléctrica y sin ninguna necesidad básica satisfecha.

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Informe

Dejaron todo En el campo no se quedaron únicamente sus tierras, se quedó la vida entera.


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Opinión

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 40 Noviembre 2013

¿Bicentenario de la Independencia?

Tres años de libertad y 197 de dependencia Jorge Alberto Velásquez Betancur / jorge.velasquezb@upb.edu.co

En 200 años de vida institucional, el único momento de independencia de la sociedad antioqueña se vivió entre los años 1813 y 1816, cuando se proclamó el Estado Libre de Antioquia. Más tarde figuró como Estado soberano entre el 11 de junio de 1856 y el 7 de septiembre de 1886, año en el que empezó a regir la Constitución centralista de Núñez y Caro, y el Estado soberano se convirtió en el departamento de Antioquia. Algún pedazo de ese sentimiento de libertad se quedó en los genes de una comunidad marcada por el regionalismo. Como expresión de la teoría política vigente y del triunfo del federalismo, la Constitución de 1853 hizo posible la creación de los estados federales de Colombia, lo que dio inicio al cambio de régimen que culminaría con la erección de los estados a partir de la vigencia del acto adicional a la Constitución, expedido en 1855. El primer territorio federal fue Panamá, seguido por Antioquia y, luego, por el resto de regiones. Panamá se separó en 1903 y Antioquia siguió soportando el yugo centralista, “con el hierro entre las manos, porque en el cuello me pesa”, como dice El Canto del Antioqueño, de Epifanio Mejía, luego convertido en el Himno de Antioquia. El Estado soberano de Antioquia fue creado mediante Ley del 11 de junio de 1856, por parte del Senado y la Cámara de Representantes de la Nueva Granada, que, reunidos en Congreso, decretaron: “Artículo 1°. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 12 del acto adicional a la Constitución, expedido en 27 de febrero de 1855, erígese el Estado federal de Antioquia, compuesto de la actual provincia de ese mismo nombre. [...] Dada en Bogotá, a 5 de junio de 1856, con la firma del Presidente del Se-

nado, José María Ortega; del Presidente de la Cámara de Representantes, Juan Antonio Pardo; del Secretario del Senado, Manuel María Medina y del Secretario de la Cámara de Representantes, Manuel Pombo”. Los estados así erigidos dependían de la Nueva Granada en los siguientes asuntos: 1. Todo lo relativo a relaciones exteriores. 2. Organización y servicio del ejército permanente y de la marina de guerra. 3. Crédito nacional. 4. Naturalización de extranjeros. 5. Rentas y gastos nacionales. 6. El uso del pabellón y escudo de armas de la República. 7. Lo relativo a las tierras baldías que se reserva la Nación. 8. Pesos, pesas y medidas oficiales. En todos los demás asuntos de legislación y administración, los estatuyen libremente lo que a bien tengan por los trámites de su propia Constitución.

Nada qué celebrar La independencia es sólo un recuerdo histórico y una aspiración largamente aplazada. La elección popular de alcaldes fue un paso relevante para el país, pero el balance de los primeros 25 años de vigencia no es positivo en todos los casos. La voluntad descentralista y democratizadora, representada por la elección popular de alcaldes y ratificada por la Constitución de 1991, ha sido frenada por los gobiernos posteriores, que han desmontado muchas de las conquistas

alcanzadas. A pesar de la elección popular de alcaldes y gobernadores, Colombia es un Estado centralista. Sin embargo, por esencia, naturaleza y vocación, este es un país de regiones. Se es primero antioqueño, valluno, costeño, llanero o cachaco que colombiano. Así lo indican la cultura, la historia, la música, las costumbres, la comida y el folclor y los sentimientos que se expresan en la vida cotidiana de quienes sienten “lo antioqueño” como un honor y quienes quieren presentarlo como un estigma. El colombianismo existe como ficción, resultado de una visión impuesta por el establecimiento que no logra acomodo en el imaginario colectivo. El centralismo, fruto de la aplicación del concepto de la “unidad nacional”, que estuvo flotando en el ambiente durante el Siglo XIX luego del fracaso de la Gran Colombia, es una imposición antinatural que posterga el desarrollo del país y destruye el sentido político del Estado. El centralismo, impuesto con mano de hierro por Núñez y conservado por los gobiernos sucesivos, le echó tierra al crecimiento armónico del territorio y lo sumió en una profunda crisis política, económica, social, ética y jurídica que se padece a lo largo del siglo XX hasta hoy y que algunos creen remediar mágicamente, sin contar con la mayoría de la población que permanece ausente de las decisiones y al margen de los beneficios del desarrollo. No es cuestión de recursos físicos, los países más poderosos económicamente son estados federales. Colombia, en cambio, sigue anclada en el feudalismo. La Constitución de 1886, con su centralización obtusa, pretendió aplastar el germen de las ideas federales que recogió la Constitución de Rionegro. Cuando el presidente César Gaviria presentó su proyecto a la Asamblea Constituyente de 1991 llamó las cosas por su nombre: “Federalización”. Pero la Constitución de 1991 fue incapaz de

dar el salto esperado y se limitó a hablar de “Autonomía administrativa y de gobierno propio” de las entidades territoriales. Este propósito sólo alcanzó a ratificar la elección popular de alcaldes y a ordenar la de los gobernadores. Los entes territoriales tienen participación en las rentas nacionales, pero condicionada al manejo centralista de la planeación y de las transferencias presupuestales.

El futuro El péndulo de las tendencias mundiales marca la hora de las regiones. Los grandes bloques del nuevo orden mundial encierran realidades particulares que es imposible desconocer y que pugnan por resistir a los afanes hegemónicos. Si Colombia no quiere llegar tarde, otra vez, a los ciclos de desarrollo, es urgente buscar la reinserción del Estado en el país nacional por la vía de la verdadera descentralización política, económica y fiscal, con autonomía administrativa y patrimonial; es decir, reconociéndoles a las regiones la mayoría de edad que hace rato se ganaron pero que el centralismo persiste en desconocer. Resulta paradójico que mientras en el mundo el poder se desplaza de las capitales hacia las regiones, en Colombia cada gobierno insista en reducir el margen de maniobra de las autoridades territoriales para concentrar la toma de decisiones en la burocracia bogotana, tan alejada de la realidad y tan desinformada como insensible de los problemas regionales, que sólo conoce de oídas. Si se piensa en el futuro saludable del país, en la estabilidad democrática y en el desarrollo armónico no se puede equivocar el rumbo. El debate debe hacerse en torno a la vieja controversia no resuelta entre centralismo y federalización. Ya hay demasiadas lecciones aprendidas como para aplazar el tema y dilatar más las soluciones.

Foto: Diego Andrés Sánchez A.


Editorial

CONTEXTO No. 40 Noviembre 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA

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EMPEZAMOS otros 200 AÑOS / periodico.contexto@upb.edu.co

Mirémoslo de este modo: acabamos de cruzar el umbral de la puerta que nos llevará a transitar el camino hacia otros 200 años de construcción de historia. El departamento de Antioquia cumplió los primeros 200 años de vida autónoma y comienzan otros 200 años que dependen sólo de nosotros. Para las fechas en las que circula esta edición del periódico CONTEXTO, ya han pasado las celebraciones, las conmemoraciones, los cocteles y las exposiciones. Así que tenemos la mente despejada para pensar, sobre lo que hoy se tiene, qué bases se construirán para las próximas generaciones. Y aunque a algunas personas les parece que los humanos de hoy no tienen ningún tipo de responsabilidad con los que aún no han nacido, nosotros creemos, por el contrario, que una característica humana es precisamente aquella capaz de ver más allá de los propios y circunstanciales intereses y necesidades del ahora. Y es, además, una característica que el momento actual exige: inculcar en esta generación, que de alguna manera es víctima del egoísmo y la ignorancia supina de sus antepasados, la convicción de que esta tierra antioqueña no sólo es propiedad de sus habitantes de hoy, también, de los hijos que están por nacer. No es un secreto que la calidad de vida en Antioquia, en temas como la educación, la cobertura en salud y en vías primarias ha mejorado en cuanto a lo que era hace 30 ó 50 años. Sin embargo, la viabilidad del futuro no depende únicamente de esas temáticas, también de otras que quizá sean más importantes para asegurar no sólo la vida, sino la calidad de esa vida en estas tierras montañosas y llanas; costeras, fluviales y selváticas. Y nos referimos fundamentalmente a los temas que no son cuantificables. Por ejemplo, si bien es cierto que hoy la población es básicamente joven, las proyecciones muestran que en 30, 50 años, la población será esencialmente vieja. ¿Cómo se está preparando esta sociedad para vivir con una población de viejos? Y no sólo en el tema de las pensiones, que ya es bastante, sino en la convivencia, el cuidado, el espacio urbano, la atención en salud, el tiempo de ocio, la tolerancia, el respeto, etc. Y hablando de convivencia, no se pretende sólo pensar en las relaciones con los viejos del mañana, también en

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la convivencia, incluso, con los vecinos de hoy. Se han realizado importantes campañas en estos primeros años del Siglo XXI sobre el tema de la educación en la región, con el fin de mejorar su calidad y tener herramientas que borren la mentalidad tercermundista que arrincona al territorio. Pero esa educación, asimismo, debe plantearse en términos de educar para la convivencia, pues se padecen altos índices de intolerancia, egoísmo y competencia malsana que, en ciertas circunstancias, hacen ver al otro como un enemigo y no como un compañero. Aquí la educación se tiene que reforzar en el respeto y cuidado hacia el otro y el espacio que ese otro ocupa. Será incompleta si se logra educar una generación muy capacitada en español, matemáticas, física, tecnología, inglés, biología, pero incapaz de respetar la vida, las opiniones, el espacio vital, el silencio, el derecho al descanso, al trabajo, al agua, al aire puro, etc., del otro. Por eso hoy tiene carácter de urgencia la formación en deberes. La de hoy es una generación capacitada en reclamar y hacer valer sus derechos, lo que es necesario, puesto que muchas veces, los poderes estatales se desbordan, por lo que la ciudadanía debe estar en completa capacidad de hacer valer sus derechos. Y como no se ha logrado completamente, se debe seguir trabajando en ello. Pero ahora es palpable la necesidad de educar, en paralelo a la formación en derechos, en la formación en deberes, de lo contrario se perpetuará una ciudadanía ahogada en la minoría de edad, incapaz de entender sus deberes, no sólo hacia el Estado, sino, también hacia aquel con quien convive en la casa, el vecindario, el colegio, la universidad, el trabajo y la calle. Con 200 años de vida autónoma, todavía se tiene un significativo déficit en la convivencia con tres sectores que fueron fundamentales en la creación de lo que hoy se tiene: las mujeres, los negros y los indígenas. Con ellos existe una deuda histórica. Y quizá las diferencias no sean abisales ni visibles en la ciudad, pero en las zonas rurales, en la Antioquia profunda, estos tres sectores padecen aún los prejuicios de una región cimentada en la inexistente superioridad de una ‘raza’ que ni siquiera ha tenido el coraje, en 200 años, de proporcionar suficientes herramientas a mujeres, negros e indígenas para salir

del estado de exclusión e invisibilidad al que han sido sometidos y relegados. Y aunque en ello se está trabajando, todavía existe un déficit tan profundo que hace imperioso doblegar el esfuerzo para que este tema se resuelva prontamente. También hay que pensar en el tema minero-hidrológico. Grandes amenazas se ciernen sobre los tesoros más preciados de la que alguna vez se promocionó como “La mejor esquina de América”. Y se promocionó tan bien que ahora manos foráneas han desplegado todo su potencial económico y tecnológico para aprovecharla. Hasta el momento, las campañas han sido buenísimas para atraer al extranjero pero nunca tuvieron el mismo énfasis entre los nativos para que pudieran conocer, valorar y defender lo propio. ¿Qué haremos con el tema de la ciudad-región metropolitana a punto de reventar? ¿Hasta cuándo tendremos que seguir a merced de los poderosos que, aliados con mafias de todos los pelambres, imponen el uso de la tierra y las dinámicas urbanas? ¿Hasta cuándo

tendremos que seguir padeciendo la ausencia de una autoridad legal, legítima y honesta, capaz de poner orden en el caos de la construcción? Por todo esto, no sólo tenemos otros 200 años para construir la infraestructura física que demanda la internacionalización y la globalización económicas que serán más densas en el futuro, pues tenemos que pensar, mejor, que el objetivo del ser humano sobre la Tierra no es sólo tener comida, sino poder comer acompañado. No es sólo tener salud, sino compartir una vida saludable. No es sólo tener trabajo, sino tener con quién compartir el dinero devengado. Y así, podríamos enumerar cientos de actividades que merecen calibrar la educación de hoy hacia la necesidad de aprender a convivir con el otro en escenarios donde se le pueda ver como un amigo o compañero, y no como un competidor, enemigo, al que se debe sacar del camino porque estorba a unos intereses egoístas que nunca satisfarán al ser humano porque, indudablemente, somos seres en relación y dependencia directa con el otro.

Corrección: El editorial de la edición 39 atribuyó el cuento Que pase el aserrador a Tomás Carrasquilla. Su verdadero autor es Jesús del Corral, nacido en Santa Fe de Antioquia.

Rector: Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda / Decana Escuela de Ciencias Sociales: Érika Jaillier Castrillón / Director Facultad de Comunicación Social-Periodismo: Juan Fernando Muñoz Uribe / Coordinador del Área de Periodismo: Juan José García Posada / Directora de Contexto: Ana Cristina Aristizábal U. / Jefe de Redacción: Carolina Campuzano B. / Fotógrafos: Hebert Rodríguez G. • Catalina Rodas Q. • Andrea Nieto Y. • Pablo Restrepo G. • Diego Andrés Sánchez A. • Natalia Calderón R. / Redactores: Isabel Grisales M. • Carolina Campuzano B. • Natalia Calderón R. • Camila Reyes V. • Camila Bernal Q. • Juliana Carvajal C. • Laura María Echeverry J. • Juan Pablo López M. • Ángela Amaya M. • Juliana Gil G. • Daniela Ruiz L. • Pablo Restrepo G. • Andrea Nieto Y. • Diego Andrés Sánchez A. • Camila Restrepo G. • Camilo Londoño H. / Foto portada: Hebert Rodríguez G. / Diseño: Estefanía Mesa B. • Carlos Mario Pareja P. / Diagramación: Ana Milena Gómez C. - Editorial UPB / Impresión: La Patria / Universidad Pontificia Bolivariana • Facultad de Comunicación Social-Periodismo / Dirección: Circular 1ª Nº 70 - 01 Bloque 7 / Teléfono: 354 4558 / Twitter: @pcontexto / Correo electrónico: periodico.contexto@upb.edu.co / ISSN 1909-650X.


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Opinión

Buscar en el suelo Carolina Campuzano Baena / karo_k911b@hotmail.com

La gravedad no es sólo un concepto que se aplica en la física, a mí me pesa esa fuerza que atrae sin consideración alguna los cuerpos a la tierra, al pavimento y a todo aquello que relacionamos con estar abajo: el fracaso, la miseria, las caídas. A veces prefiero no mirar abajo, el cielo ofrece un panorama más tranquilo, cuando es azul, porque

No le creo a esta generación Natalia Correa / naty.correa.casta@live.com

No le creo a esta generación por muy pocas razones. Primero, porque nunca entendió qué significa la palabra autenticidad, se limitó a comprenderla como la característica que define qué tan atiborrado es su look,

No teman a los estudiantes Andrea Nieto Yepes / andreany1111@gmail.com

En este país existen personas o instituciones con la fea costumbre de negar información o impedir el desarrollo de una idea a los estudiantes universitarios. ¿A qué le tienen miedo? Tal vez, a que gente más joven que ellos, les muestre una mejor manera de ejecutar diversas actividades en el mundo laboral. Quizá a que

Me enamoré Juan Pablo López / soyjplopez@gmail.com / Twitter: @iHedonismo

Ya he criticado suficientemente al periodismo, estoy mordiendo la mano de lo que supuestamente me dará de comer. En las ediciones pasadas del periódico CONTEXTO desenfundé una insolencia camuflada por inconformidades y quizá hasta odios sobre cómo se está ejerciendo la labor periodística en Colombia, pero ya

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 40 Noviembre 2013

cuando se tiñe de gris también amenaza lanzar sus gotas en actos suicidas hacia el suelo. Dicen que todo lo que sube tiene que descender, así, la gravedad hace de las suyas y muchas sonrisas y lágrimas van en caída libre en este país, así como las ilusiones y las esperanzas. Cuando se camina, es imposible no mirar abajo; aunque avanzo y trato de estar erguida, de no caer, de ver al frente; desvío mi mirada. Allí hay una mujer sentada; su cabello negro cae, sus senos caen, su vestido también, sólo está arriba su cara y un vaso de plástico en el que espera que alguien introduzca una moneda; arriba va su ilusión. Abajo está un hombre con su cuerpo caído, tendido en la tierra con las noticias de hace unos días que le hacen de cobija, a su lado están las bolsas con las que recicla, ellas sí apuntan hacia arriba, una ilusión más. También, abajo, sobre una cera, está un joven, su espalda gacha, sus ojos en descenso hacia el único objeto que apunta arriba, hacia su nariz, un tarro de sacol: ¿otra ilusión?

Siempre es amenazante la caída: de la economía, de los precios del café en el exterior, de los índices de empleo o de una moneda. Es agobiante cuando aumentan los años pero desciende la vida, cuando se desmoronan los ideales, cuando dan de baja a un ser humano, cuando se cae en una trampa o se cae la red, un edificio o un avión, incluso una hoja porque la caída implica su muerte. Pero claro, en toda regla hay excepción, entonces caer, bajar o estar abajo tendrá sus ventajas y hasta se espera la caída: de la corrupción, de la violencia o de los índices de desapariciones, que caiga lo indeseable. Aunque más allá, lo que se quiere es alcanzar eso que parece tan lejos, tan arriba, como la paz, la igualdad, la libertad, tan elevadas que, paradójicamente, nos toca buscarlas en el suelo. Quizá hay dolor en los golpes contra el piso, pero la esperanza continúa su lucha contra la gravedad, impone su fuerza para levantarse, recuperar el equilibrio y no reposar en esa atracción universal.

qué tan diferentes son sus uñas, el estrambótico color de sus tenis o la extraña música que ni siquiera le gusta y escucha en su reproductor. Esta gente no tiene idea de la autenticidad, finalmente, termina hablando igual, pierde tiempo en el mismo tipo de ocio, elige las tres mismas carreras de moda, hace y repite las actividades que evocan “novedad”. Pero bueno, si no entendió qué era autenticidad, sí que menos lo que es ser un ciudadano activo. Me impresiona este montón de pasivos, tuiteando y posteando en sus redes sociales posturas radicales y extremistas que carecen de fondo. Ante esto, yo pienso: si de verdad le importa tanto el país, entonces vaya haga veeduría de lo que pasa en su comuna, regálele a la ciudad un día de su año para llenar un estómago, siémbrele una idea a alguien, sáquele una carcajada a un anciano en un asilo,

o bueno, por lo menos coja un bus que lo lleve a una ruta diferente y observe la vida de otros, a ver si por lo menos un día entiende qué es la capacidad de empatía y ver el mundo con una panorámica menos sesgada. A estas dos palabras yo le sumo la que es para mí la más grave, la más crónica de todas: pasión. ¿Dónde está la exaltación por la profesión, el arte, o la vocación que usted elige? ¿Cree que es poco importante elegir lo que se supone le dará a usted ‘la papita’, un futuro digno y feliz? Yo creo que es hora de que la generación a la que no le creo, se pregunte qué quiere y para dónde va, yo le aseguro que se ahorrará la mitad de depresiones y complejos que tiene, el psicólogo y los jugueticos que lo hacen feliz unos minutos. Así pues que una generación a la que le falta pasión, autenticidad y una actitud empoderada de sus acciones, seguro que sólo podrá traer lo que tenemos: nada pero que se jacta de mucho.

otros generen nuevas ideas que pongan en ‘riesgo’ la estabilidad económica de la empresa. Una compañera de estudio, futura colega, se vio impedida a realizar un trabajo analítico, netamente académico, a una reconocida empresa informativa de Medellín, enfocada en el mundo digital. Según la empresa, la información era estratégica, y se ponía en riesgo a la empresa si personas externas a la organización la obtuvieran. Por más que la joven insistió en devolverles el análisis en pro de la organización, recibió una grosera respuesta, la cual incluía un “no” rotundo. Mi caso es un poco más complejo. Afectó la elaboración de mi trabajo de grado. Un distinguido museo de la ciudad, reconocido por muchos pero conocido por pocos, me negó la posibilidad de realizar un documental fotográfico sobre la arquitectura interna del lugar. Por decisiones privadas, el lugar no permite realizar fotografías en el interior, solamente en el exterior si la persona interesada ‘dona’ 50 mil pesos.

¡Era una propuesta académica nueva! No muchos estudiantes desarrollan el tema, que aporta a la academia en el ámbito fotográfico, al museo en la parte publicitaria y a la sociedad interesada en el arte y la conservación, conocer a fondo este espacio. Las limitaciones a estudiantes no están solo en estas situaciones: los jóvenes que quieran obtener un buen puesto dentro de una compañía, deben poseer estudios superiores y experiencia por más de un año, mínimamente. Lo curioso es, ¿cómo va a conseguir un recién egresado, un deseado puesto laboral? La única manera es que en la universidad, haya limitado su tiempo estudiantil para obtener experiencia de manera ‘colaborativa’… ¡Esta parte sí que le suena a tales empresas! Estudiantes y organizaciones: no tengan miedo el uno del otro. El brindar oportunidades puede potencializar un importante conocimiento para la generación de ideas que aporten a mejorar la sociedad. Entre todos, podemos lograr un mejor entorno.

no más. Es hora de darle paso al amor, a la seducción, al deseo afrodisiaco que produce el cuarto poder. Decía que me había enamorado. Sucedió hace poco, la había conocido hace unos cuatro años. Me habían hablado muy bien de ella, pero al conocerla fui conociendo verdades que me llenaban la boca de sinsabores, de desencantos, tal como suele suceder con el amor por una mujer hermosa pero que tiene un coeficiente intelectual inferior a 80. Y es lo normal, nada en la vida es perfecto. Esa sensación de plenitud siempre es pasajera, la felicidad completa no existe. Le di otra oportunidad, pero creo que esta vez ella fue la que hizo las labores de cortejo y lo logró, me conquistó y ahora… heme aquí tendido en la cama, entregado a ella, redactándole mis más profundos odios y amores. Quizá estoy un poco jodido. Eso dicen de las personas cuando están enamoradas y llegan a un punto de no retorno. Creo que yo ya pasé por ese punto... El asunto es que tampoco me importa qué tan mal hablen de él, o bueno, mejor cámbienle el género para

no generar suspicacias por mi inclinación sexual. Explicaba que no me importa que lanzaran calumnias e injurias contra esta deliciosa profesión. De hecho, es, en parte, deuda nuestra cambiarle la percepción a esa gente que no es capaz de ver el mundo más allá de sus narices (que es como casi todo el mundo, lamentablemente). Tampoco me importa que no sea ostentosa, ella me brinda variedad y hedonismo. Un día puedo estar haciendo reportería de inmersión, mañana puedo estar escribiendo una columna, pasado mañana ¿quién sabe con qué ‘ricura’ estaré? El periodismo definitivamente es la poligamia de las letras. Espero me entiendan y justifiquen, así sea un poco porque ¿cómo no enamorarse de una profesión que te regala una visión completa y objetiva del mundo? ¿Cómo no sucumbir ante las curvas de la investigación, análisis y la opinión? ¿Cómo negarle un beso o caricia a la oportunidad de decir la verdad? ¿Cómo no querer ser el contrapeso del poder en esta sociedad injusta y oligarca? Lo siento pero creo que a esta tentación sólo se le puede huir cayendo en ella.


INFORME

CONTEXTO No. 40 Noviembre 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA

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El mestizaje antioqueño

Antioquia, “gente libre de todos los colores” Isabel Grisales Montoya / isag0902@hotmail.com

El pueblo antioqueño ha sido, durante sus 200 años de historia, el resultado de un grupo “triétnico”, con la confluencia de tres grupos humanos: el amerindio, el europeo y el africano. Antioquia es hija de un mestizaje fecundado por sus acciones comerciales, sobre todo por la explotación de las minas de oro, como lo afirma el magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Juan Carlos Vélez. Esto permitió, en un alto grado, la conformación diversa de la región, pues era una de las pocas actividades en las que el indígena y el negro se relacionaban con el blanco. De igual forma, el comercio y la siembra de café fueron importantes para el despliegue del mestizaje. La práctica del comercio generó un movimiento constante de personas que llevaban sus productos de un lugar a otro, situación que facultó a la población para que estuviera en una interacción constante con otras personas, generalmente foráneas, de su lugar de origen. Estos procesos históricos y socioculturales influyeron en la forma como se conformó el territorio antioqueño y, en cierto modo, permite que hoy se hable de mestizaje en Antioquia. Este mestizaje, en primera instancia, se dio como un fenómeno netamente genético. Estos datos, presentados por el Grupo de Genética Molecular (Genmol) de la Universidad de Antioquia, lo demuestran. Según su director, Gabriel Bedoya, las mitocondrias de la población conocida como paisa, fueron fundadas por mujeres amerindias y hombres españoles. “Encontramos marcadores, en algo que se llama el DNA mitocondrial, elemento que define los linajes maternos, en donde el 96% de las mitocondrias está conformado por amerindias y el 95% de los cromosomas ‘Y’ por españoles; luego se dio una mezcla en la que entraron los genes africanos”. Pese a esta situación de mestizaje, las élites aún dominaban con el discurso del blanco y para esa sociedad era muy difícil darle un lugar a los mestizos, entonces era una Antioquia en la que la mayoría de la población no tenía ataduras a un régimen político ni social, era una población flotante y, por ende, se movía por todo el territorio. Tanto en Antioquia como en otras regiones del país, por estos constantes desplazamientos, se dieron nuevas formas de mestizaje: el zambo, el mulato, salto atrás, tente en el aire, el chabón, el cuarterón. Según Libia Restrepo, profesora de Historia en la Universidad Pontificia Bolivariana, era tal el grado de mestizaje en algunas regiones de Antioquia, que la Corona determinó que los habitantes entre los ríos Cauca y Magdalena se denominaran como “gente libre de todos los colores”, por la im-

El fenómeno del mestizaje en Antioquia intervino directamente en la conformación de sus regiones, en sus particularidades, en su riqueza cultural y constitución social.

Ilustración: Paula Patiño, Módulo Imagen Ilustrativa, Diseño Gráfico - UPB.

posibilidad que existía para clasificarlos. Por eso, ni siquiera en este fenómeno, Antioquia puede ser estudiada como un pueblo homogéneo, pues debe ser enfocada desde sus “antioquias”, desde sus regiones. Todas con procesos históricos, sociales y económicos muy diferentes. No se podría hablar de un antioqueño del Nordeste con los mismos términos que se utilizan para uno del Urabá. En la conformación del territorio antioqueño existieron tanto grandes desplazamientos de personas como comunidades que presentaron una quietud excesiva. La profesora de Historia de la UPB, Claudia Avendaño, resalta que “en Antioquia existe también un porcentaje altísimo de muy poca mezcla. En el Oriente antioqueño encontramos que se empiezan a manifestar genotipos de familiares que se han pasado 100 o 200 años que se casan entre ellos y van a tener unos rasgos particulares especiales, por ejemplo el albinismo, que es muy frecuente en regiones como: Marinilla, La Unión, La Ceja, regiones con genética de poca mezcla”. Así se encuentran varios procesos diferentes en ese primer mestizaje que estuvo muy relacionado,

sobre todo, con el comercio y las cuestiones económicas. Este mestizaje no sólo fue biológico; social y culturalmente generó cambios que permitieron la adaptación de sus pobladores ante las nuevas realidades a las que se veían enfrentados. Cambios y elementos que aún hoy siguen vigentes en gran parte de la vida cotidiana, como lo afirma la profesora Claudia Avendaño. Según la profesora Libia J. Restrepo, un ejemplo claro del mestizaje puede ser estudiado desde el lenguaje y el uso de algunas palabras como: oxalá, de origen árabe y que llegó con la herencia española, como también lo hizo el apellido Xaramillo; o, por el contrario, Ebexico, un vocablo totalmente indígena. Todas mutarían después la letra equis por la jota. Otros vocablos como: ajonjolí, cacahuate, chocolate, cacao, evidencian una unión con la ascendencia indígena náhuatl. Que en Antioquia se dé nombre a lugares como: Itagüí, Chigorodó, Bedó, La Iguaná, tomados del dialecto indígena, donde “do” significa río por ejemplo, y de igual forma se pueda denominar a otros como: La Villa de

Nuestra Señora de Medellín, Santa Fe de Antioquia, río Medellín, Santa Elena, provenientes de una herencia española, son indicios del arraigo mestizo. La comida es otro elemento fundamental que ejemplifica este mestizaje, desde la adaptación de los colonos a las diferentes zonas del territorio y el cambio, en muchas ocasiones, de sus prácticas alimenticias. Como lo expresa la profesora Libia Restrepo, un plato típico como el sancocho paisa: con la carne de cerdo, elemento europeo; con productos indígenas, como la papa y el maíz; con un poco de plátano, ingrediente muy africano, demuestra el fruto de una mezcla literal de culturas y de los sabores de su cocina. Aunque el mestizaje es tan propio de Antioquia, aún existe el desconocimiento de sus propias raíces. El sociólogo Adolfo Maya enfatiza en que todavía no se es consciente de ese mestizaje y en cambio se ha decidido creer en el imaginario sobre la “antioqueñidad” o “raza antioqueña” que, primero, no existe y segundo, fue construido para sostener un discurso colectivo que sólo se basa en una memoria selectiva de algunos hechos históricos. El pueblo antioqueño, región de elogios y desengaños, con sus 200 años de independencia, sigue buscando en lo más recóndito de sus montañas su identidad. Recorre aún un camino en la formación de lo que, parece, podría ser una identidad mestiza. Basta con mirar a su alrededor para apreciar la superficie del mestizaje del que son sus hijos. Cómo desconocer que ni la misma España contaba con esa pureza de la que tanto se jactan las élites. Según lo recuerda el director del Genmol, Gabriel Bedoya, “no hay que olvidar a la España mestiza, españoles que eran descendientes de árabes y de las muchas migraciones que hubo en ese lugar, sobre todo de África a España”. El profesor Adolfo Maya dice que hablar de mestizaje significa fundamentalmente una apertura porque “permite reconocer el elemento de la pluralidad, de la diversidad y de la heterogeneidad como elementos constitutivos del referente individual o colectivo que las personas tenemos en América Latina y, si se quiere, entre nosotros”. Antioquia debe reconocerse realmente como un pueblo, no homogéneo por cierto, sino inmerso en una pluralidad biológica, cultural, social y étnica. Sólo a partir de esto podrá aceptarse por fin como el pueblo mestizo que es.


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ANÁLISIS

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 40 Noviembre 2013

La historia demuestra que los indígenas son excluidos

Desterrados de la cultura antioqueña La Antioquia que da la espalda Carolina Campuzano Baena / karo_k911b@hotmail.com Diego Andrés Sánchez Alzate / fotodonto@hotmail.com

Para la historiadora Ana Catalina Reyes, el proceso de exclusión, que ha sido una de las principales formas de encuentro con diferentes culturas, se reafirma con el planteamiento de la clasificación taxonómica que hizo el sueco Carl Linneo en el siglo XVIII, cuando la pigmentación de la piel caracterizaba a los seres humanos y lo físico definía lo moral. De acuerdo con esa clasificación, los blancos tenían el lugar privilegiado porque representaban al ser racional que vive en las leyes; los amarillos figuraban como el ser melancólico gobernado por las opiniones; los rojos, el ser colérico que vive de las costumbres (en este caso los indígenas americanos), y en la escala más baja estaban los negros, que definían a quien sólo vivía de las pasiones. Estas comunidades de Antioquia no se libraron de la invisibilización durante la Colonia, en los procesos independentistas y tampoco en la República, pues, además del color, los indígenas han sido reducidos a seres inferiores y esta reducción del otro, según el antropólogo Julián de Jesús Pérez Ríos, es

En el verde de las montañas de Antioquia está también la tierra roja, los indígenas rojos, la sangre roja, color que ha teñido la historia de los dueños originarios del Departamento, quienes, según la exvicerrectora de la Universidad Nacional y Ph.D. en Historia, Ana Catalina Reyes Cárdenas, han sufrido un proceso de sometimiento, exterminio e invisibilización desde que llegaron los españoles. beneficiosa, porque cuando se deshumaniza al enemigo se le puede someter y actuar en contra suya sin sentir remordimientos. Uno de los problemas con los indígenas en Antioquia es que desde la educación, donde se daría un reconocimiento a las identidades que conforman el territorio, han sido mostrados como seres que pertenecen sólo al pasado y que no han hecho parte de la configuración del Departamento, dice Constantino Gutiérrez Gómez, misione-

ro javeriano de Yarumal y director del Instituto Misionero de Antropología. En las instituciones educativas se promueve la mirada de los acontecimientos desde las élites que han construido la historia de Antioquia. Asimismo, se han excluido en lo político, pues han tenido pocos beneficios en lo que respecta a la participación social y económica, debido a que la posibilidad de producción ha sido agreste y de difícil acceso para el intercambio en el mercado, lo que ha representado la pérdida

de recursos como el oro. “Son una minoría muy ‘minorizada’ pues han tenido poca voz y nuestra sordera y ceguera ha sido mucha, se les ha dado poco foro”, comenta Ruth López Oseira, directora del departamento de Historia de la Universidad Nacional, quien agrega que, si bien estos se han excluido porque algunas veces se considera que “estorban” al progreso, sí se incluyen para que “se eduquen, se civilicen y se transformen”. Aunque en la Constitución de 1813 se hizo un reconocimiento a los indígenas como ciudadanos y se les dio el derecho a enajenar sus tierras, movilizarse libremente, tener acceso a la educación y casarse con otras castas, la historiadora Reyes Cárdenas asegura que esa ciudadanía era más una declaratoria en el papel que en la realidad; y las mismas comunidades no querían esto, pues temían que los criollos, en su afán de conseguir dinero, poder y tierras, aprovecharan la suspensión de los derechos especiales para vulnerarlos. Cuando los españoles entraron a las Antillas encontraron resistencia por

Los poblados indígenas son considerados, por algunos detractores, como construcciones que favorecen las estrategias militares. Para otros, se trata de la restitución de derechos a los indígenas desplazados. Foto: Hebert Rodríguez G.


ANÁLISIS

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parte de los indígenas que, aunque no era un gran número, tenían su cultura, apropiación de la tierra y de organización social, bien fuera en cacicazgos o señoríos. Sin embargo, los ibéricos con más armamento, con enfermedades que se extendían más rápido que la Conquista, con el apoderamiento de las mujeres en el proceso de mestizaje, el avasallamiento y los proyectos de evangelización, despojaron gran parte de la población indígena de sus formas de estructura territorial, al negarles su lengua e insertarlos en una cultura que no les pertenecía, porque según el antropólogo Pérez Ríos, “con unos indígenas se hace el amor y con otros la guerra”. Así, en Antioquia sólo quedan tres comunidades: Tule, Zenú y Embera, esta última dividida en Chamí y Eyabida.

Un olvido histórico “La exclusión es asunto de poder, ellos empezaron a luchar para tener reconocimiento, por sus tierras y por una educación propia. En Antioquia el primer indígena que lideró la lucha fue Aníbal Tascón, abogado embera y fue asesinado”, cuenta César Zuluaga, licenciado en Ciencias Sociales y docente de la Universidad Pontificia Bolivariana, quien agrega que algunas instituciones como la Unesco han creado normatividades para que defiendan y protejan de la exclusión y la extinción a estas culturas, que son parte de la memoria y la riqueza de la diversidad de la humanidad. Sin embargo, el problema en Antioquia es que siguen sin tener mucho reconocimiento, pues aunque desde la Constitución Política de 1991, Colombia se reconoce como una nación pluriétnica y multicultural, las personas no se hacen partícipes de esa realidad. “No hemos cumplido con una reivindicación real hacia los derechos indígenas, ninguna entidad puede afirmar eso, todo lo que se ha realizado en contra de ellos difícilmente se reparará”, comenta Wilson de Jesús Gómez Ramos, zenú consultor de la Secretaría de Inclusión Social de Medellín en la Dirección Étnica, aunque rescata, por ejemplo, que desde la institución se están organizando, para algunas comunidades como el Cabildo Indígena Chibcariwak de Medellín, planes de vida donde se plantea un proyecto en el que no cabe el concepto de desarrollo occidental, sino que integra la naturaleza y lo espiritual para la vida de las comunidades indígenas. Explica el misionero Constantino Gutiérrez Gómez que en Antioquia se ven procesos de ‘inclusión separatista’ debido a que se tiene un sentido de cultura que muestra al típico antioqueño como personaje de carriel, ruana y sombrero, y no se tiene en cuenta que el indígena también es antioqueño pero no hace parte del prototipo. “La mentalidad generacional los tiene bajo una concepción semántica despectiva. Esas mentalidades los opacan como tradición antioqueña”, agrega. Incluso hoy, según el consultor Gómez Ramos, al hacer estudios de la percepción que tienen los ciudadanos frente a los indígenas, se encuentran altos índices de discriminación que se reflejan en el ámbito laboral. El avance del capitalismo al campo, los grandes proyectos minero-energéticos, los grupos armados legales e

Las comunidades Embera y Tule conservan aún su lengua “Chibcha” y “Chocó”, respectivamente. Sin embargo, el pueblo Zenú ya la perdió. Foto: Catalina Rodas Q.

ilegales, son otros de los factores que afectan a los indígenas, los cuales se ven indefensos y, en muchos casos, deben desplazarse a otras tierras o a las ciudades, donde se genera mendicidad. Y aunque dentro de las razones de desplazamiento también se encuentren las oportunidades para formarse o las dificultades económicas, el principal motivo es la violencia que rodea sus tierras. Por ejemplo, según la Organización Indígena de Antioquia (OIA), conformada en 1985 para luchar por sus derechos como etnias, el Mayor General, Hernán Giraldo Restrepo, Comandante de la Séptima División del Ejército Nacional, está fomentando la división entre los indígenas y utilizándolos como estrategia militar con la creación de lo que algunos indígenas denominan ‘pueblos talanquera’, poblados que están en proceso de construcción en Dabeiba, Apartadó, Caucasia, Zaragoza, Turbo, Necoclí y uno ya terminado en Mutatá, donde se edifican bohíos, escuelas, un centro de salud y zonas deportivas. Sin embargo, el Mayor General afirma al respecto que “nosotros no estamos dividiendo a nadie, las divisiones se dan en el interior de la Organización”. Según la institución militar, lo que se ha querido es visibilizar a las comunidades y generar cercanía desde las estrategias de acción integral. Carlos Augusto Salazar Jaramillo, gerente de la Gerencia Indígena de Antioquia, declarado en 2009 por la OIA como persona no grata, afirma que esta entidad “recibe mucho dinero y lo invierte en burocracia y en turismo, se

El censo indígena de 2012, revela que en Antioquia hay 32.224 personas pertenecientes a las comunidades Embera, Zenú y Tule.

dedican a decir que el Estado no llega y saca ‘cuentos’ para generar opinión negativa a costa de las comunidades”. Ante la construcción de poblados indígenas la OIA hizo una demanda ante la opinión pública, pues considera que la intervención del Ejército en las tierras, que tienen para ellos un significado místico, cultural y de conocimiento, vulnera la autodeterminación de las comunidades. Según Gustavo Vélez Tascón, embera chamí y consejero de la OIA, la organización no está en contra de la construcción de los poblados, lo que critica es la financiación por parte de actores armados y la construcción de estos en zonas críticas, lo que pondría en peligro a las comunidades. Además, la estructura de los poblados no corresponde a la de los pueblos indígenas por aspectos como la cercanía, los servicios públicos y la falta de consulta a las comunidades acerca de sus costumbres. Afirma Vélez Tascón que hoy la experiencia de Mutatá muestra que muchos de estos indígenas, que viven en los llamados ‘pueblos talanquera’, están regresando a sus comunidades. Según él, hay que considerar que Mutatá, así como los demás lugares donde se proyectan estos poblados, hacen parte de la zona de consolidación del Ejército y que son corredores de actores armados.

Actores de sus transformaciones La falta de reconocimiento que se ha dado en Antioquia a los indígenas como actores del Estado-nación, ha marcado un destino para el Departamento y, según la historiadora Ana Catalina Reyes Cárdenas, se hace difícil imaginar qué hubiera pasado si el modo de encuentro entre las diferentes culturas hubiera sido distinto. En Antioquia se han alimentado las exclusiones en nombre de la civilización, concepto que, según el investigador Pérez Ríos, ha dejado sus frutos en algunos indígenas pues “han adquirido

ideas de clientelismo y la corrupción como forma de hacer política en este país” por lo que se ha conformado una élite indígena privilegiada frente a las necesidades de los que tienen unas condiciones muy precarias en formación, salud o conservación de su cultura. Carlos Augusto Salazar considera que la educación es la principal estrategia para abrir oportunidades de desarrollo en equilibrio con pertinencia, pero si se tiene en cuenta la cultura tradicional y no tradicional, es decir, los indígenas no se pueden desvincular de los impactos de la globalización, pues “se los lleva el diablo”, comenta. “Ellos se sienten, entonces, en medio de tres mundos: el de la globalización que llega, el de la tradición que traen y el que encuentran como salida de los dos, que está lleno de vacíos y sin horizontes”, afirma el sacerdote Gutiérrez Gómez. Esta visión, que no excluye la mirada occidental frente a las dinámicas indígenas, ha creado inconvenientes en el tema educativo, como el caso del programa de Licenciatura de la Madre Tierra en la Universidad de Antioquia, porque no responde al sistema educativo nacional al no exigir dentro de los estudios el ser bachiller o la presentación de pruebas como Icfes y Ecaes. El gerente Salazar Jaramillo dice que al pregrado le falta interculturalidad y es un error no crear un diálogo con el mundo globalizado. Sin embargo, explica Constantino Gutiérrez Gómez, algunos no buscan conservar sus tradiciones, quieren ‘blanquearse’ y pertenecer a lo que les vende la cultura occidental, buscar otros espacios como las ciudades, otros sí quieren buscar estrategias de preservación de sus comunidades. Por eso, para la doctora en Historia, Ana Catalina Reyes, “hay que dejarlos que sean actores de sus propias transformaciones, protagonistas de su destino, eso no se les puede imponer desde programas de gobierno”. Lo que se debe hacer es generarles condiciones de respeto y oportunidades donde puedan conservar su legado cultural sin excluirlos del resto de la sociedad.


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REPORTAJE

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Ironías del A

Vigía del Fuerte: el municipio Natalia Andrea Calderón Ruiz… / nancaru_95@hotmail.com Juan Pablo López Molano / soyjplopez@gmail.com /@ihedonismo

A pesar de ser una despensa de recursos naturales, es el único municipio del Departamento que no tiene interconexión eléctrica y sus habitantes viven sin ninguna necesidad básica satisfecha. Este pueblo del Urabá antioqueño con costumbres chocoanas, está localizado a orillas del Atrato Medio, un corredor vial con salida a los océanos Atlántico y Pacífico y a la República de Panamá, razón por la cual es de interés para grupos al margen de la ley. Desde 1983, cuando Vigía del Fuerte se erigió como municipio, conviven allí afrocolombianos e indígenas embera, que hoy, tras 200 años de la independencia de Antioquia, subsisten sin alcantarillado, un acueducto dañado y sólo 12 horas de energía eléctrica al día. El municipio se localiza en el Pacífico colombiano: una zona húmeda y selvática en la que sus pobladores se mueven indistintamente de un lugar a otro. Antioqueños y chocoanos se bañan en el mismo río, separados por 282 metros. Desde la cabecera municipal de Vigía se divisa Bojayá, un pueblo del Chocó con el que comparte una historia de abandono estatal. A pesar de la ubicación estratégica, “a Vigía del Fuerte le hace falta todo, pues lo que tiene está a medias: cuando hay un médico, entonces no hay medicinas”, afirma Eliodoro Roa, habitante del municipio desde hace 30 años. En este pueblo, de 1.780 Km2 de extensión, se vive especialmente de la pesca, el cultivo del plátano, el maíz, el arroz y algunos árboles frutales, como el borojó. “Es el pueblo más pobre en el sentido de que no tiene aún interconexión; pero no en su gente, porque tienen sus dos manitos para trabajar”, asegura la alcaldesa del lugar, Miryam del Carmen Serna Martínez. En realidad, existen dos Vigía del Fuerte, la viva y la muerta, la que tiene luz y la que no. A las 12 del día una planta de energía alimentada por ACPM le devuelve la vida a un pueblo que

muere 12 horas después, cuando le cortan puntualmente el suministro. La Vigía de la mañana es oscura y lluviosa, de noticias radiales emitidas desde Quibdó; pero después de las 12 en punto del medio día no pasan más de diez segundos para que la champeta, el vallenato y las novelas de la tarde aturdan las pocas calles del casco urbano. Arribar al municipio no es fácil. La llegada del pavimento a Vigía sería como la llegada del hielo a Macondo: no hay vías terrestres, por consiguiente, ni carros ni motos. Para entrar al lugar hay que armarse de valor y aterrizar en una pseudo-pista de pasto y tierra, u optar por la vía fluvial que se demora entre tres y cuatro horas en panga, una lancha impulsada por motores 150 V6 de Yamaha para 10 personas. Le meten hasta 18. En Vigía pocas cosas tienen más de un par. Sólo hay un hospital, una iglesia, un pasaje comercial o una cancha de fútbol. Apenas se está construyendo un parque recreativo para los

De acuerdo con el Plan de Desarrollo Municipal de Vigía del Fuerte, tanto menores de edad como adultos, carecen de una educación en salud sexual y reproductiva efectiva, lo que redunda en la proliferación de embarazos no deseados e infecciones de transmisión sexual.

niños, que, increíblemente, ven en los residuos de madera su mayor fuente de felicidad. Para los infantes la viruta lo es todo. Con ella juegan cada cosa que se les ocurre, la esparcen para cubrir el fango y jugar fútbol, mientras que las niñas juegan a saltar y caer en ella, ensucian sus limitadas mudas de ropa; claro, si es que no andan por ahí desnudas. Si bien no hay acueducto, agua tienen de sobra. Muchas casas tienen su propio tanque que se llena exclusivamente con agua lluvia. Con ella cocinan, se bañan y, algunos, se lavan los dientes.

La deuda de sangre “El Estado tiene una deuda muy grande con Vigía del Fuerte, que apenas comenzó a pagar el gobernador Sergio Fajardo”, asegura la alcaldesa. El 2 de mayo de 2002, aconteció en Bellavista (cabecera municipal de Bojayá) y Vigía del Fuerte, un enfrentamiento entre el bloque paramilitar Elmer Cárdenas, que estaba en la zona desde 1997 y el frente 58 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que habían adquirido el control del lugar en 2000. Si bien los combates iniciaron en Vigía, el acontecimiento se conoce como La masacre de Bojayá, pues fue allí donde perdieron la vida 79 personas (formalmente identificadas), por casusa de la explosión de un cilindro bomba lanzado por el frente 58 de las FARC-EP en la iglesia de Bellavista. “En el municipio hay muchos duelos no resueltos”, cuenta Laura Heredia Serna, enfermera vigieña, quien realizó sus prácticas profesionales en el municipio el año de la masacre, cuando el pueblo aún no tenía morgue. Los enfrentamientos en la zona han mermado, asegura Alirio Córdoba Maquilón, rector de la Institución Educativa Vigía del Fuerte (I.E.V.F.), aunque recuerda que este año los frentes 34 y 57 de las FARC, con presencia en la zona, han realizado tres paros armados sobre el río Atrato.

El más reciente inició en la mañana del 11 de octubre, con la incineración de una avioneta que cubría la ruta Medellín-Vigía del Fuerte y prosiguió con la publicación de panfletos con recomendaciones para la población civil, como no permitir tropas militares cerca de las viviendas y mantener una distancia mínima de 500 metros de las estaciones de Policía del municipio. Actualmente, Vigía es el municipio elegido para realizar el piloto del Proyecto Municipal Integral (PMI), una iniciativa de la Gobernación de Antioquia en la que se invertirán un total de 26 mil millones de pesos, entre aportes del sector público y privado como las fundaciones Fraternidad Medellín y Bertha Martínez, para articular las intervenciones físicas y sociales, pues “al ser un municipio con un pasado complejo de violencia, hay que entenderlo desde sus lógicas; sabemos que la infraestructura sola no detona el desarrollo”, concluye la politóloga y funcionaria de la Gobernación de Antioquia, Sara Sáenz Uribe. “La Nación nos da 6 mil 200 millones de pesos para 9.500 personas, pero se supone que el presupuesto es para 5.320. Hace unos años el DANE, cuando hizo el censo, no pudo llegar a todos lo corregimientos por presencia de grupos armados, lo que no permitió hacer bien el conteo”. Así describe la situación del municipio Miryam Serna Martínez, la primera mujer alcaldesa de Vigía del Fuerte.

En la zona del Atrato están asentados los indígenas embera, que según su concepción y relación con el territorio, se distinguen como Dóbida (habitantes del río) y Eyabida (habitantes de la montaña).


rEPORTAJE

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Fotos: Natalia Andrea Calderón R.

Atrato Medio

municipio más pobre de Antioquia Poco más del 60% de la población del municipio es rural, incluso hay corregimientos con habitantes sin registro civil y de los cuales sólo se entera la municipalidad cuando requieren servicio médico. En el Hospital Atrato Medio Antioqueño, del municipio de Vigía del Fuerte, de primer nivel, se atienden pacientes con Sisben y del régimen subsidiado, por medio de EPS como Saludcoop, con la que tienen problemas por deudas de pago. “Es más fácil que en Vigía se nos muera un paciente por falta de traslado oportuno, que por otra cosa; las EPS no son ágiles, hay pacientes que han esperado hasta cinco días que llegue una avioneta o helicóptero”, asegura el administrador del hospital, Marco Tulio Chalá Santos. Las principales enfermedades de los habitantes del municipio son gingivitis, caries, parasitosis, infección en vías urinarias y lumbalgia, algunas de las cuales se explican “porque la ‘mamá’ del municipio es el Atrato, de allí sacan la comida, allí tiran las basuras y en algunos casos, es donde hacen sus necesidades”, asegura Jorge Hoyos, médico de la Patrulla Aérea Colombiana, quien ha participado de distintas jornadas de salud en el municipio.

Un apagón cada día En abril de este año, EPM realizó un estudio para proporcionarle luz las 24 horas del día al municipio, por una línea desde Murindó. El resultado de la investigación arrojó que simplemente no era viable ejecutar dicho proyecto que estimaron en 90 mil millones de pesos, aproximadamente. Incluso Juan Rafael López, funcionario de distribución y comercialización de energía EPM, aseguró que saldría más económico trasladar para otro lugar al pueblo entero. De igual manera, EPM analiza otras posibilidades más económicas in situ, como energía solar o una turbina tipo bulbo de alto caudal para ubicar en el Atrato y así suplir las necesidades energéticas del lugar. EPM no ha determinado aún cuál opción es más viable y si vale la pena

ejecutarla. Entre tanto, el ente responsable de proveer la energía a las regiones donde no llegan las líneas, el Instituto de Planificación y Promoción de Soluciones Energéticas para las zonas no interconectadas, prometió proporcionar luz las 24 horas a medida que fueran pagando con más puntualidad sus facturas. “Encontré un municipio desorganizado y con todas las necesidades básicas insatisfechas”, apunta la alcaldesa Serna Martínez. La transparencia la está tratando de consolidar a pesar de que algunas personas han pedido su revocatoria. Ella explica que se debe a que no les ha regalado la plata como en las administraciones anteriores. Históricamente, al vigieño le han regalado lo poco que tiene, por eso no cuenta con una cultura de pago, en lo absoluto. “Quiero que la gente entienda que la plata se consigue trabajando. No la voy a regalar”, garantiza la alcaldesa.

¿Educación para la autosostenibilidad? “Sumarle a una persona pobre la ignorancia es grave, porque la educación llena de aspiraciones”, afirma Manuel Chalá Santos, coordinador académico de la I.E.V.F. Para 2011 los habitantes escolarizados en Vigía del Fuerte eran 3.564, distribuidos en 19 centros educativos rurales y 5 instituciones educativas, de acuerdo con la Secretaría de Educación municipal. Hay una alta deserción escolar en el pueblo, especialmente en las zonas rurales, pues “al no tener qué comer, muchos estudiantes prefieren irse al campo a ayudarle al papá o a trabajar en los negocios que

“En los jóvenes de Vigía hay potencial humano deportivo que se está perdiendo”, Nemesio Palacio Mena.

“El Estado tiene una deuda muy grande con Vigía del Fuerte, que apenas comenzó a pagar”, dice la alcaldesa Miryam del Carmen Serna Martínez. monta la gente del interior”. Los cupos para el programa de desayunos escolares en la Institución Educativa Vigía del Fuerte, financiados por el Plan Alimentario y Nutricional de Antioquia (Maná), son sólo 300 para cubrir a 1.038 estudiantes inscritos, afirma el rector Córdoba Maquilón. Otro de los planteles educativos es la Institución Educativa Embera Atrato Medio, cuyos métodos se adaptan al ritmo de vida de las 56 comunidades embera asentadas en Murindó, Vigía y Bojayá. Teniendo en cuenta que la comunidad más cercana al casco urbano de Vigía del Fuerte está a cuatro horas de camino a pie, la Institución labora en cinco etapas anuales –cada una de 15 días–. Gloria Inés González Cardona, misionera de la Madre Laura y directora de la Institución, asegura que en el municipio “las relaciones entre indígenas y afros son cordiales pero desde el enigma, es decir, hay una convivencia desde la funcionalidad aunque culturalmente sean dos mundos diferentes”. Del 90% de jóvenes con intenciones de realizar estudios superiores en el municipio, sólo el 5%, aproximadamente, logra irse de Vigía para cumplir sus metas, porque allí no existe tal posibilidad, afirma Chalá Santos. “La educación es fundamental para el desarrollo de cada persona, es necesario capacitar primero a los docentes para que den calidad de educación a los alumnos”, enfatiza la alcaldesa. Actualmente, el Sena es la entidad encargada de dictar los talleres de capacitación a maestros y alumnos de décimo y once en ebanistería, uno de los dos énfasis de las instituciones en el municipio puesto que el segundo es agroforestal. “El potencial de recursos que tenemos da para más que la ebanistería. Yo quiero hacer de nuestra biodiversidad biológica, una oportunidad para

la región”, apunta el tecnólogo agropecuario y especialista en Economía, Nemesio Palacio Mena. En la zona rural de Vigía del Fuerte se encuentran unos recursos frutales que, en el extranjero, tienen una sustanciosa demanda. Se trata de la jagua (fruta de la que se extrae un colorante azul natural), la palma de mil pesos (para extraer aceite con fines alimentarios y cosméticos) y el naidí (para extraer la pulpa de su cogollo). Este último, por ejemplo, se encuentra en pocas regiones de Latinoamérica, se comercializa masivamente en Brasil desde hace 20 años y ni siquiera alcanza a cubrir la demanda local. El problema de crear empresa es que el pueblo no tiene los recursos ni el personal capacitado para procesar las frutas y comercializarlas, incluso han tenido inconvenientes con los trámites legales de exportación. “El Estado, con tantos permisos y normativas, lo que hace es obstaculizar la creación y desarrollo de empresas”, alega Nemesio Palacio, quien ve en el negocio el gran salto industrial que sacaría a la región del anonimato y la miseria. Vigía del Fuerte: un municipio que deja entrever lo que es Colombia en profundidad; la ausencia del Estado en su máxima expresión. 200 años han pasado en la historia de Antioquia y allí, en Vigía, pareciera que estuvieran en la primera década.

El río Atrato tiene un caudal medio de 4.900 m3/s, que se explica por estar ubicado en una de las regiones más lluviosas del mundo.


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INFORME

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La historia antioqueña es una historia campesina

EN EL CAMPO DEJARON TODO Pablo Restrepo Giraldo / parreggi@hotmail.com Daniela Ruiz Lozano / daniruizlo93@gmail.com

La historia de cada desplazado es distinta pero tiene un elemento en común, allá en el campo no se quedaron únicamente sus tierras, se les quedó la vida entera. De manera acelerada aumenta el número de víctimas del desplazamiento forzado en manos de los grupos armados. El 1° de octubre de 2013, la Unidad de Víctimas reportó que en Colombia hay 5.087.092 desplazados registrados. Y mientras ese contador sigue aumentando, el campo se queda sin herederos que den cuenta de 200 años de historia. Esta investigación comenzó con el propósito de hacer un rastreo de las costumbres que los campesinos, desarraigados de sus tierras por el conflicto armado, logran conservar pese al brusco cambio que les significa la ciudad.

La añoranza del olor a tierra La arena, la batea y el oro borraron sus rastros de las manos de Humberto Pino, desplazado por los paramilitares en Briceño, sólo le quedan unas pequeñas cicatrices que se le han vuelto blancas y se mimetizan en su piel. Ahora tiene las manos salpicadas por astillas de una madera blancuzca, con la que construye marcos para pinturas, que le vende a un comerciante de Los Marinillos. De eso viven él y su hijo John, en Medellín. El sociólogo Antonio Pareja, investigador de desplazamiento forzado, asegura que a los desplazados “les aterra el ruido y la presión de la ciudad. Ellos nunca dejan de añorar el verdor del campo y el olor de la tierra que trabajaban”.

Cuando llegan a los cascos urbanos de los municipios se dedican a trabajar la tierra de otros, a ‘jornaliar’, pero eso no basta, “toca aprender a sembrar otros productos, a lidiar con los cambios de la temperatura y a acostumbrarse a que todo es comprado”, asegura Humberto. Del campo sólo salían por manteca y sal, lo único que no podía cultivarse. Pero, cuando llega el conflicto y los desplaza ya nada se produce, todo debe comprase, “es el dinero versus el intercambio con los vecinos (la expresión latina versus indica que una cosa se contrapone a otra). Y como no hay dinero, lo urbano se les hace imposible, los consume y los margina”, explica el investigador Pareja. Del olor a tierra húmeda y a cosechas recién recogidas pasan a oler cemento, a trabajar en construcción, a vocear periódicos o, como Humberto Pino, a construir marcos o a hacer nada parecido a lo que aprendieron de sus padres y de lo que le enseñarían a sus hijos en el campo.

Porque el campo no es sólo tierra Así como una ciudad no es sólo cemento, el campo no es sólo tierra. Son los campesinos, sus costumbres y a lo que ellos huelen. Las navidades en la casa de Raquel olían a natilla, buñuelos, marrano y tamal. En el municipio de Argelia, de donde ella viene, cada 24 de diciembre se reunían los vecinos de las veredas

para celebrar en una sola casa. Los niños jugaban, los adultos contaban sus historias y todos compartían la comida que, incluso, sobraba. La confianza y la solidaridad se advertían fácilmente entre esas personas que, sin tener la misma sangre, pertenecían a una misma familia: eran campesinos y debían apoyarse. Estaría bien decir que, en este momento, todo marcha de la misma manera, pero no. “En 2003, sin saber si eran guerrilleros, paramilitares o el Ejército mismo, nos sacaron de las veredas al pueblo”, dice Raquel Castaño*. Desde entonces, desconociendo quién era de qué bando o siquiera si pertenecían a alguno, la confianza comenzó a ser extraña. Las visitas a las otras casas eran contadas, cada vez menores hasta volverse nulas, “no sólo por la desconfianza entre ellos mismos, sino también por los caminos minados”, afirma la campesina. Las casas apetecidas, por movilidad junto a las carreteras, dejaron de serlo y las personas cada vez se internaron más en el pueblo, en sus casas. El campo, con campesinos y todo, pasó a ser un territorio desconocido justo ahí afuera de sus propias ventanas. La guerra no sólo se llevó el trabajo, les

Según la Unidad Nacional de Víctimas, en Antioquia hay 960.532 campesinos desplazados (1° de octubre de 2013).

“Ustedes no saben lo duro que es extrañar el consejo de un abuelo”, dice Carlos Grisales, campesino. Foto: Pablo Restrepo.

arrebató la confianza, incluso, sus navidades.

El campo se está quedando sin herederos Imagine que a usted lo sacaran por la fuerza de su casa, la que ha conseguido con el trabajo de toda su vida. ¿Cierto que usted desearía recuperar esa casa? Ahora imagine que tiene la oportunidad de volver, pero su hijo no quiere, porque él ya ama el nuevo lugar donde viven, porque él no siente lo que usted, por esa vieja casa donde anheló que creciera su hijo. A los desarraigados, la guerra y el miedo los volvió herméticos, las familias se cerraron y fracturaron las relaciones con los demás, “sospechamos del vecino, porque él puede ser un informante para cualquier grupo armado”, narra con tristeza Norberto Aguirre*, desplazado de Boquerón durante la

Operación Marcial desarrollada desde abril de 2003 por la Cuarta Brigada del Ejército Nacional, con el fin de erradicar del Oriente antioqueño a las guerrillas del ELN y de las FARC. Pero dentro de ese hermetismo impenetrable, en el que se sumieron las familias, creció un niño que quiere abrir las puertas a lo urbano y una familia que teme perder más de lo que le arrebató la guerra. Los hijos que nacieron después del desplazamiento o que no lo tienen en sus memorias, se criaron con las prácticas de la ciudad, alrededor de la pesquería y no del río, del supermercado y no del ganado. “Los padres temen que sus hijos dejen de querer el campo”, analiza el investigador Pareja. “Los niños, por el consumismo, pierden el amor por el territorio”, asegura Norberto. “Para los niños alejarse de la ciudad es perder lo que

sus padres perdieron en el campo”, reafirma Pareja. Lo cierto es que con la guerra el campo se está quedando sin herederos. Más allá de la ciudad, de los grandes negocios y vías que conectan a la humanidad, están también las hectáreas extensas de campo que enmarcan la historia del departamento. Allí se escribieron una a una las hazañas que han llevado a Antioquia a ser el Departamento que ha sido durante 200 años, y aunque el panorama podría parecer desalentador, es también la memoria la que ayuda a fortalecer su legado, reconocer su importancia y grandeza en las bondades y el dolor que ha pasado. Porque si algo enseña el campo es que es un órgano vivo y necesita la articulación de todos para seguir bombeando la sangre trabajadora que corre por sus venas, esa sangre que la violencia aún no ha podido drenar. La hipótesis que motivó este artículo no dio fruto, pues el resultado fue que luego de despojados les queda poco debido a que la guerra no sólo arrasa con sus vidas sino, también, con sus tradiciones y sus esperanzas. Por donde pasa no deja nada material para conservar, sólo restos de recuerdos agrietados que son lo único que emerge sobre la pobreza. Los desarraigados les quieren dar un techo a esos recuerdos y, por eso, los llaman retorno, y es por lo que luchan en las ciudades y cascos urbanos de los municipios, porque allá en su tierra se les quedó todo, se les quedó el alma. Por eso, dice Norberto, “pasando riesgos, como las minas; sin agua y con la escuela mala, pero quiero estar en mi territorio. Con cementerio incluido, pero quiero estar ahí”.

* Los apellidos fueron cambiados para proteger la identidad de las fuentes.


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Arriería y transporte

CARRETERAS DE CEMENTO, HISTORIAS DE HERRADURA Ángela Milena Amaya Moreno / angelaamayam@gmail.com Juliana Gil Gutiérrez / julianagil95@gmail.com

“Mi apá me enseñó el arte de la arriería a los doce años, iba con él a hacer el recorrido desde Envigado. Llevábamos panela, maíz, frisol, cerveza hasta Manizales y de allá pa´ca traíamos mercancía. Tardábamos de doce a catorce días. Mi apá me hacía la comida, viajábamos varios arrieros, pero yo siempre estaba con él y doce mulas más que nos acompañaban”, recuerda Antonio ‘Toño’ Villa, arriero antiqueño. Así como ‘Toño’ Villa, fueron muchos los arrieros que recorrieron tierras antioqueñas. Tras su paso, los arrieros abrieron caminos llevando consigo desarrollo, modernidad y toda clase de artículos a las poblaciones que se estaban gestando. “Las vías eran los caminos de mulas y estos a su vez fueron el primer trazado vial de la región”, afirma el Ph.D. Juan Marchena Fernández, Catedrático experto en Historia de América de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, España. Los caminos, que según Orián Jiménez, doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, son “una huella antrópica en el paisaje”, se crean por la necesidad de comunicar las diferentes poblaciones e intercambiar todo tipo de mercancías, “desde sal hasta un piano”, como dice José Guillermo Ánjel, docente de la Universidad Pontificia Bolivariana. La tarea de los arrieros fue compleja, al abrir y transitar los caminos atravesaron las cordilleras Central y Occidental, encontrándose con terrenos pendientes, agrestes y pantanosos. “Antioquia se ha caracterizado por una gran dificultad en las comunicaciones, malos caminos y una topografía excesivamente quebrada que la hizo inaccesible”, afirma Germán Ferro Medina en su libro A lomo de mula. Debido a la configuración geomorfológica compleja del terreno en Antioquia, los arrieros se encontraban con una serie de vicisitudes en los caminos. “En época lluviosa los caminos eran pantanosos, las agencias -trilladoras de café y maíz- nos contrataban a mi apá y a mí para transportar los productos desde Envigado hasta Manizales y a cambio de esto, nosotros cobrábamos fletes que en invierno eran más costosos”, recuerda ‘Toño’ Villa. La arriería no solo se presentó en Antioquia, sino en todo el país. “El arriero es un mensajero, un correo que trae elementos y suministros que Antioquia no tiene”, explica Libia Restrepo, profesora de Historia en la Universidad Pontificia Bolivariana. Fue una labor que pasó de generación en generación. “Mi apá me

enseñó el oficio de arriero, desde los doce años; y a mi apá se lo enseñó mi papito. Él guardó el carriel de mi abuelo, me lo heredó y aún lo conservo”, cuenta ‘Toño’ Villa. En su carriel, que tenía muchos bolsillos, cargaban cartas, encargos, oro en polvo, un yesquero (encendedor) y una navaja. En sus recorridos también portaban un machete, un sombrero de ala ancha y el conocido poncho antioqueño.

no había carros “Mi apá viajaba pa’ lejos, iba pa’ Manizales, Aguadas y Salamina. Eso no fue ayer, cuando eso no había carros, tampoco carreteras, era a pura mula y solo eran caminos destapados”, recuerda ‘Toño’ Villa. “Salíamos desde las siete de la mañana y por ahí al medio día toldábamos, es decir, en un corredor descargábamos las mulas y las desjalmábamos para que descansaran y pastearan”, recuerda ‘Toño’ Villa. Estos lugares de descanso fueron determinantes, puesto que mientras los arrieros toldaban se consolidaban las fondas como puntos de encuentro, descanso y ocio para ellos, y se incentivaba su folclore. Sus recorridos podrían variar desde días hasta meses, pero fueron disminuyendo a medida que llegó el ferrocarril; sin embargo, los arrieros no perdieron el impulso que los caracterizaba, porque estos lograron llegar a lugares a donde otros medios de transporte no lo hacían. “Eran trayectos más cortos, incluso el recorrido se hacía en un mismo día, descargábamos en la estación del tren, entregábamos la carga y cargábamos los mercancía”, rememora Custodio Amaya García, arriero santandereano. Las mulas quedaron relegadas en las ciudades; sin embargo, como en el ayer, hoy el oficio de la arriería se da en las áreas rurales donde aún son usadas para transportar los insumos agrícolas que son recogidos por campesinos colombianos. “Las mulas me alivianan la carga, en ellas transporto la leche, los plátanos, la yuca, la mandarina y todo tipo de frutales hasta donde pasa el bus

para llevar los productos a la ciudad”, explica Custodio Amaya García.

esos caminos no vuelven

alto movimiento comercial dentro de ella, determinando a Rionegro, Medellín y Envigado como centros de circulación y recepción de productos donde se construyeron bodegajes y fondas de paso. La ruta del Camino de Islitas comenzaba en el río Magdalena, pasaba por el Oriente antioqueño y Puerto Nare hacia el Nororiente por Yolombó, atravesando los valles del río Nus, para comunicar con los centros mineros del nordeste. Otro trayecto usado por los arrieros se ubicó en “el antiguo departamento de Caldas, que comunicaba fluidamente con Antioquia por el Camino del Norte y llegaba a Sonsón. Otra senda transitada estaba en la región de Riosucio en Caldas, que comunicaba con Jardín, ruta que hoy es carretera”, asegura el investigador Martínez Botero. Por último, el Camino de Herveo, que conectaba la zona Oriental con el Magdalena y cruzaba el páramo de Herveo. Según el escritor Germán Ferro Medina, “la travesía de este camino tardaba dos meses”. Muchos de estos trayectos, que antes fueron transitados en mula, son ahora algunas carreteras del país –que se recorren sobre ruedas, a más velocidad y en poco tiempo– pero que existen gracias a los caminos de herradura trazados hace ya varios años; otros fueron consumidos por el monte y el desarrollo, quedando en el olvido.

De acuerdo con la historiadora Libia Restrepo, “desde la época Precolombina los indígenas desarrollaron una red de caminos que se unían con caminos del Perú”. Caminos que fueron reutilizados por los arrieros y que permitieron encontrar nuevas vías de comunicación en Antioquia y fuera de ella. En un comienzo, la vocación comercial del Departamento estaba basada en la minería, principalmente en el oro. Los mineros necesitaban hachas, azadones, palas y todo tipo de herramientas para su labor. Elementos que se debían transportar en recuas (fila de mulas) dirigidas por arrieros. Es así como se fueron trazando y utilizando los caminos de los indígenas que después se convirtieron en las principales rutas de comercio. Para intercambiar los productos con territorios fuera de Antioquia era común el Camino del Quindío, “este conectaba el Occidente con el centro, pasando por la Cordillera Central”, afirma Sebastián Martínez Botero miembro del Departamento de Historia y Geografía de la Universidad de Caldas. También los caminos paralelos trazados al lado y lado del río Cauca eran de vital importancia para el transporte. Otro camino principal que permitió la importación y exportación de productos fue el Camino de Islitas, que no solo comunicaba a Antioquia Ilustración tomada de A lomo de Mula de Germán Ferro con otros departamen- Medina, donde se muestran los principales caminos tos, sino que permitía un recorridos por los arrieros.


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La música tradicional en Antioquia es reflejo de su cultura

“CON hacha y tiple se construyó A este departamento” Juliana Carvajal Castrillón / juliana.carvajal.castrillon@gmail.com María Camila Bernal Quintanilla / mcbq92@gmail.com

El tiple, la guitarra y la bandola. El hacha, el poncho y el carriel. El papel del campesino y su particular manera de hacer música desde tiempos inmemoriales en las diferentes regiones del Departamento, representa una de las principales bases de la música tradicional antioqueña. “Yo vivo allá en el barrio Popular Nº1. En la azotea de la casa tengo una pieza, diviso a Medellín, me sirvo un whisky en las rocas, enciendo una luz medio verde, pongo los vals de Strauss y, mientras suenan, a mí se me ocurre el Testamento del marrano”, entre risas Alberto Burgos, coleccionista y estudioso de la música colombiana, recuerda esas palabras que el músico parrandero Luis Carlos Jaramillo usó para responder a la pregunta de cómo escribe sus canciones. Y esto, según Burgos, explica lo que es la música de Antioquia. La historia de la tradición musical antioqueña ha sido influenciada, desde antaño, por realidades propias y ajenas. Tanto la llegada de otras culturas como la diversidad entre las subregiones del Departamento, han determinado la manera como se ha desarrollado la música en Antioquia; la manera como, desde ésta, se puede hablar de una cultura propia. Según Nelson Osorno, director del Centro de documentación musical de Antioquia, la música es fundamental para la identidad de un pueblo. Esa identidad musical, en este departamento, parece tener orígenes difusos. Para Osorno, está influenciada principalmente por los españoles, cuando se comienzan a desarrollar las realidades musicales propias con base en la tradición musical europea con ritmos como el vals, el bambuco y el pasillo; afirmación que difiere con lo que plantea en el texto Música popular uno de los mayores conocedores y difusores de la música antioqueña, Hernán Restrepo Duque, cuando sostiene que: “El aporte africano fue definitivo en la formación de la música popular antioqueña. Más decisivo y caudaloso que el español”.

Recorrido histórico El compendio musical antioqueño ha cambiado por y a través del tiempo. Se habla, en un rastreo histórico sin precisión temporal, que los hombres empezaron a hacer uso de pitos, flautas y tiples; de municipios trascendentales en la historia de la música antioqueña, cuando Medellín aún era una villa, como Rionegro, Santa Fe de Antioquia, Titiribí, San Vicente, Marinilla y Girardota.

y ofrecen dos canciones no más, una del compositor del pueblo, otra extraña, y comienzan a gustar los nuevos ritmos”. Nuevos ritmos como el tango llegaron con la industrialización de Antioquia. El ferrocarril se convirtió en un eje de hibridación musical porque trajo del resto del país novedades que los locales empezaron a nombrar igual al medio por el que les llegaban: la carrilera.

variaciones: música fría, que es aquella “que no sirve pa’ bailar sino para enamorar, para recordar, para sentir”, como rancheras, pasillos lentos y bambucos; y música caliente, que es todo aquello que bailan, conocida como música parrandera. Esta última, se dice, es propiamente antioqueña. Ha tenido múltiples representantes: desde el ‘Mono’ González, identificado como el primer referente, pues compuso “24 de diciembre”, la primera canción parrandera que se grabó; hasta un artista aún conocido, Octavio Mesa, quien dice haber descubierto que “diciendo ‘hijueputa’, el disco se vende más” y que, a su vez, ha servido de inspiración para artistas más contemporáneos, como Juanes con “La camisa negra”. “Ahora hay mucho músico parrandero pero todos muy vulgares, composiciones que sólo las hacen por el factor económico. En cambio los músicos de antes tienen todas las historias sobre cómo escribieron sus canciones”, afirma Alberto Burgos.

¿Y la tradición hoy?

Ilustración: María Fernanda Londoño, Módulo Imagen Ilustrativa, Diseño Gráfico - UPB.

También se habla del Seresesé, una música tradicional andina desarrollada principalmente por mineros, que surge, como otras expresiones indígenas, de la observación a los colonos cuando hacían música y que luego los indígenas adaptaban a sus propios y rudimentarios instrumentos. Como resultado no sólo aparecía su música tradicional, sino, también, los bailes populares que se conocían como animalescos: los monos y gallinazos; y los bailebravos, mazurcas, redovas, pasillos y candangas… bailes que el escritor antioqueño Tomás Carrasquilla describe en su libro La Marquesa de Yolombó. El Departamento empezó a crecer, y con él, su música. Cuenta Nelson Osorno que en las campañas de conquista del territorio antioqueño “siempre había alguien que tocara el tiple”. La música era un punto de encuentro para soldados y arrieros en las montañas. Y, como retrata Restrepo Duque en Música popular, en las casas “nuestros paisas, de espíritu hogareño se reúnen desde las seis de la tarde a gozar con esas pastas negras, misteriosas, que giran a 78 revoluciones por minuto

El fonógrafo y la radio también le dieron vuelta a la realidad musical en el Departamento, permitieron la aparición de personajes como Hernán Restrepo Duque y el apogeo de industrias musicales como Sonolux y Discos Victoria. Esto, a su vez, llevó a que artistas locales como Pelón Santamarta, los hermanos Uribe, Libarto Parra T. ‘Tartarín Moreira’, Jorge Molina Cano, entre muchos otros, grabaran sus discos; lo mismo que hicieron músicos de otras partes del país como Lucho Bermúdez y Pacho Galán, quienes vinieron hasta Medellín. Estas etapas son consecuencia de la innegable base de la música de Antioquia pues, como dice Osorno, “el compendio musical antioqueño empezó a formarse de una manera muy campesina”.

Música campesina Pintorescas, cotidianas y de doble sentido son las historias que cuentan en sus canciones estas voces campesinas dentro de su música, en la que pueden identificarse, como explica Burgos, dos

Lo que determina qué se escucha, ya no son las vivencias ni la cultura propia. Hoy, la plata es la que mueve la industria musical, y por eso es que los aires tradicionales antioqueños ya no se oyen. No son comerciales. Según Alejandro Tobón, coordinador del grupo de investigación Valores musicales regionales, de la Universidad de Antioquia, la música es una especie de fuente histórica porque es el reflejo de lo que vive, siente y le importa a una sociedad. “Un país no puede negarle a sus personas el derecho de conocer su pasado y sus raíces, porque si lo hace, si no existe esa posibilidad, no hay una evolución de la música sino una ruptura con la historia y se empiezan a aceptar ritmos impuestos por esta sociedad globalizada”. Y aunque desde la Gobernación existen proyectos que buscan fomentar el gusto por la música tradicional como el Plan Departamental de Bandas, Antioquia vive la Música, Música para la Convivencia, etc.; son esfuerzos pequeños frente a la apatía generalizada acerca de esta música. “Es muy difícil si la música y el arte siguen siendo considerados como rellenos”, dice el investigador de la Universidad de Antioquia, quien expresa que este tema es responsabilidad de la familia, las escuelas y el Gobierno, “si a vos tu mamá te cantaba una canción cuando niño, por ejemplo un bambuco, esa canción se va a quedar en tu corazón, la vas a recordar con cariño”, concluye Alejandro Tobón.


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Más de 200 años de literatura

Antioquia es tierra que cuenta y tierra contada Carolina Campuzano Baena / karo_k911b@hotmail.com Laura María Echeverry Jurado / lauramariaecheverry@gmail.com

Antioquia se recita, se narra y se reflexiona; se cuenta, se ficciona y se imagina. El Departamento se escribe y se seguirá escribiendo aunque los antioqueños olviden leerlo. La literatura antioqueña ha derramado sus letras por medio de la poesía, la narrativa y la ensayística; habla de la naturaleza y de lo humano, aunque sin dejar de relatar sus cantos libertarios, sus paisajes y la forma de ser de su gente. Para el poeta Jaime Jaramillo Escobar, conocido como X-504, la mejor fotografía del Departamento la ha hecho la literatura, debido a que cada escritor habla de su respectiva sociedad. Antioquia ha estado influenciada por la tradición española porque, según los poetas Samuel Tarsicio Valencia Posada y Verano Brisas: “La lengua es la patria”, pero también por literaturas trasatlánticas con sus mitos, epopeyas y heroicidades; por la Ilustración que plantea el conocimiento de lo humano y por el Romanticismo, con las ideas de libertad y el desarrollo del pueblo. Sin embargo, no ha sido una copia ni un reflejo de lo que se ha hecho en otros países. Valencia Posada describe que el estilo literario departamental tiene distinciones de los demás, pues “nuestra Antioquia tiene una nueva forma de nombrar el mundo, una nueva metaforización: la hipérbole; somos dados a la exageración y al chiste, por eso la ironía es una forma muy nuestra”. Los autores que más sobresalen en la literatura antioqueña son Tomás Carrasquilla y Efe Gómez, quienes narran una zona de minas y países ilusorios; Manuel Mejía Vallejo, quien destaca las preocupaciones del hombre frente a la tierra; León de Greiff y Porfirio Barbaba Jacob, considerados poetas universales; Epifanio Mejía, encaminado a los temas de libertad (lo que se refleja en su composición El canto antioqueño, actual himno); Gregorio Gutiérrez González, quien narra epopéyicamente la historia del maíz en el Departamento; Gonzalo Arango, quien más que poeta era un revolucionario de la estética y las ideas; Fernando González, quien cimienta la actual literatura

en Antioquia y Fernando Vallejo, que, como asegura el escritor Verano Brisas, “tiene un futuro de siglos por delante ya que el conjunto de su obra en su estilo y carácter es muy sólido”.

Tradición y libertad En Antioquia hay corrientes que han marcado el quehacer literario como el grupo de Los Panidas, al que pertenecieron Fernando González y León de Greiff. Sin embargo, el movimiento que marcó no sólo el departamento sino que tuvo repercusión en el ámbito nacional y continental fue el Nadaísmo, inaugurado por Gonzalo Arango. A partir de este movimiento se rompió con una tradición de literatura confesional, institucional y con poca fuerza en lo social, según Verano Brisas, quien comenta que “esta región ha sido muy tartufa, hipócrita, llena de religiosidad, intolerancia y fanatismo; aunque luego se abrió a escribir de manera más libre”. El espíritu contestatario, que comienza desde el maestro de Otraparte, Fernando González, se cimienta, para Valencia Posada, desde los cultos conservadores que no habían permitido el disentimiento, donde la literatura era muy parroquial, fiel a una tradición que caracteriza a una Antioquia paradójica cerrada en sus montañas. Allí llegó un grupo de autores que, para Jairo Morales Henao, escritor y director del taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto: “Se atrevían a tratar temas que habían sido tabú”. Además, han existido otros personajes que definen horizontes en la escritura, aunque no se les ha concedido suficiente importancia por pertenecer a la provincia y no a la capital del país, agrega. Ese carácter confesional que tuvo la literatura hizo que ésta no se escapara de las medidas restrictivas; no obstante, acá la censura siempre ha existido, tácita o explícita pues el poder

“La ciencia y el arte, donde está la literatura, salvan de la barbarie al hombre, ahí hay esperanza”. Verano Brisas

Ilustración: Camilo Amorocho, Módulo Imagen Ilustrativa, Diseño Gráfico - UPB.

siente miedo y por eso censura, pero no al contrario. Según Verano Brisas, aunque hay que vivir con él porque “la sociedad es una farsa que hay que sostener” y a pesar de que los escritores pueden ser condenados al silencio, si estos “acumulan mucha fuerza, pueden ser como caudales enfurecidos que rompen y desbordan cualquier barrera”. Antioquia es una tierra con resistencia poética, que ha cantado sus libertades y donde “algunos han planteado que el individuo no debe estar tutelado por la Iglesia católica ni por el Partido Conservador, por eso a muchos les va muy mal y tienen que salir corriendo del país”, afirma el docente e historiador, Ramón Arturo Maya Gualdrón, y recuerda los casos de Barba Jacob o de Fernando Vallejo. Además de que, como asegura el poeta X- 504, “la literatura es un arte que necesita libertad” y eso no se está logrando con las restricciones y normas que se imponen; por ejemplo, desde el mercado, pues la lógica comercial es uno de los principales problemas de la literatura. Maya Gualdrón explica que la literatura en Antioquia poco ha contribuido a la historia en la región, aunque es una de las principales fuentes para su estudio: “Hacemos parte de una cultura muy chauvinista, pegada de sí misma, que se edificó sobre imaginarios de pujanza, especialidad racial y cultural” y esto lo reflejaron los literatos convencidos de los imaginarios. Una de las dificultades que presenta la li-

teratura en el Departamento es que no hay muchos lectores dentro de su territorio, el encuentro con los escritores de la región se aplaza mientras se buscan escritores internacionales. Según Jairo Morales Henao, en su experiencia como director del taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto (BPP), es una pelea que la gente lea a los autores antioqueños, unos pocos lo hacen, pues hay un complejo con lo extranjero basado en el desconocimiento. Ahora bien, la literatura y la historia van de la mano para construir referentes sobre la memoria y la identidad de los pueblos; no obstante, esto todavía falta en Antioquia. Para el poeta y docente Valencia Posada hay esfuerzos grandes pero no mancomunados para rescatar el quehacer literario que se ha formado y que se sigue realizando en esta tierra. Lo que pasa es que, según Morales Henao, “uno está erguido en la realidad y esto impide tener una perspectiva, pero lo que hoy es presente, mañana será pasado y los que den una mirada histórica, cuando vean desde lejos los acontecimientos, encontrarán quizá la actualidad muy interesante”. Por eso, aunque el presente de la literatura antioqueña es borroso, los escritores siguen vertiendo en sus letras a Antioquia y al mundo. Aclaración: Esta foto, publicada en la edición 39, fue tomada por Hugo Londoño Giraldo.


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Más que un legado ancestral, una identidad antioqueña

eL patrimonio arquitectónico de La Ceja del Tambo María Camila Restrepo Gómez / camila.rpo@hotmil.com / @CamilaRpoG Andrea Nieto Yepes / andreany1111@gmail.com / @Andreany1111

Actualmente es uno de los municipios antioqueños que conserva más de 10 infraestructuras patrimoniales, que hacen parte del legado y la memoria colectiva del pueblo. En aquella región del Oriente antioqueño, rodeada de protuberantes montañas con forma de cejas humanas y llena de tambos, pequeñas chozas con techo de paja que predominaron en la época de la Colonia, se encuentra La Ceja del Tambo, un municipio de aproximadamente 60 mil habitantes y fundado desde 1789 en terrenos de María Josefa Marulanda. Es reconocido por ser uno de los pueblos de Antioquia mejor trazados, en el que se aprecian múltiples estructuras arquitectónicas que hacen parte del legado cultural y patrimonial.

Eso es lo que asegura Gustavo Cardona Uribe, arquitecto de la Dirección de Vivienda del Municipio: “El patrimonio no se define aleatoriamente por gustos. Las estructuras deben conservarse cuando hay un conjunto de arquitecturas similares que representan una época, o sea, un lugar en donde haya ocurrido algo realmente relevante,

como el nacimiento de un ilustre personaje. El Municipio no se debe quedar con falsos históricos (casas demolidas totalmente y vueltas a construir, imitando la estructura anterior) que a la hora de la verdad no cumplen ninguna función. Además, La Ceja ya se encuentra en un punto en donde debe dar el paso para ser ciudad y no conservar lo que no es necesario”. Rodrigo de Jesús López Duque, habitante del pueblo por más de 61 años y fuerte impulsor de la cultura en la región, puesto que fue director de la Casa de la Cultura del Municipio y trabajó nueve años como funcionario de la Secretaría de Cultura de La Ceja del

Tambo, es uno de los principales defensores de su patrimonio arquitectónico porque, a diferencia de Cardona Uribe, él considera que los cejeños no deben olvidar su pasado. Y qué mejor manera de hacerlo que preservando las piezas arquitectónicas antiguas. “Soy un doliente desde la parte cultural y estructural del Municipio porque el modernismo nos ha ido asfixiando con sus construcciones y moldes de concreto. Definitivamente no me gusta cómo el municipio tiende a dejar sus raíces de pueblo”, agrega López Duque.

Aunque el pueblo ha vivido grandes transformaciones físicas, la ideología esencial que predomina sobre la mayoría de habitantes del municipio, es la de conservar toda construcción que tenga un referente histórico importante.

Por su parte, Juaquín Raúl Cardona Valencia, habitante natal de esta región del Oriente de Antioquia desde hace 76 años, relata uno de los principales cambios que han vivido los cejeños en menos de un siglo: “El parque ha cambiado mucho. Anteriormente era amurallado, con cuatro puertas grandes de acero en las esquinas, las cuales permitían el ingreso y la salida de las personas. Esa muralla medía aproximadamente un metro de altura y fue tumbado hace alrededor de 50 años. Todo el parque y sus alrededores tenían como suelo a la tierra. Antes se ubicaba aquí la plaza, el mercado, en donde los toldos ocupaban las calles, y allí se vendían diversos productos. Alrededor de hace 30 años, trasladaron el mercado a tres cuadras más abajo, al sector llamado ‘La Galería’. Eso fue un cambio radical, ya que le pusieron el empedrado al parque y pavimentaron las calles que lo rodean”.

“Según el artículo 102 del Acuerdo 013 de 2006 del Plan Básico de Ordenamiento Territorial, estipulado por el Concejo de La Ceja, se determinó que se declara como patrimonio arquitectónico del municipio, las siguientes construcciones: la Basílica Menor Nuestra Señora del Carmen, que data de 1815; la capilla de Nuestra Señora de Chiquinquirá, también museo de arte religioso y declarada por el Estado colombiano como Monumento nacional, junto con todas sus obras, desde 1995; el costado occidental del parque principal, al igual que el kiosco allí ubicado que evoca aquellos tambos; la casa consistorial, donde opera la Alcaldía municipal, entre otras viviendas y esquinas de las calles del pueblo”, asegura Julio César Toro del Río, técnico operativo para Licencias de construcción de la Secretaría de Planeación de La Ceja. La mayoría de cejeños, respaldados por el anterior acuerdo, buscan proteger las piezas arquitectónicas más representativas del lugar. No obstante, hay quienes no están de acuerdo con que estas estructuras se mantengan. En la mayoría de los casos, los habitantes del pueblo desean conservar ciertas construcciones por un sentimiento de apego al pasado, mas no por ser un referente histórico en donde se vivenció un acontecimiento significativo.

“Las estructuras deben conservarse cuando hay un conjunto de arquitecturas similares que representan una época o sea un lugar en donde haya ocurrido algo realmente relevante”.

La Basílica Menor de Nuestra Señora del Carmen fue restaurada en 1938, luego de que un sismo destruyera su fachada. Foto: Andrea Nieto Yepes

Unos apoyan el progreso de La Ceja del Tambo por medio de nuevas construcciones que suplan mejor las necesidades de los habitantes, como el nuevo edificio que se hizo para la Casa de la Cultura y las Empresas Públicas del Municipio, llamado Punto Ciem. Otros, aunque también están de acuerdo con que su pueblo avance, prefieren preservar un poco de su historia mediante los patrimonios arquitectónicos existentes.


ANÁLISIS

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Trazos y rasgos de Antioquia

Pedro Nel Gómez:

un narrador de la cultura Camila Reyes Vanegas / camaleonalbo@gmail.com

“La carrera artística ya se inició y al fin podré decir: me será imposible en todos los tiempos dejar de pensar y de luchar por mis ideas artísticas”.

Pedro Nel Gómez Agudelo (1899-1984)

Cuando se piensa en este artista antioqueño, lo primero que se señala son sus murales, ya los del Museo de Antioquia, los del pasaje comercial de la estación Parque Berrío o los de la Biblioteca de la Universidad de Antioquia. Sin embargo, cuando se estudia su vida artística, se advierten otros perfiles como el de acuarelista y escultor, en los que desplegó con igual intensidad y virtuosismo su vocación artística y social para retratar la realidad política y cultural del momento. “Creo que la faceta de acuarelista es la más interesante, porque es la técnica en que mejor se desenvuelve, pese a ser la más exigente. En ella, logra mayor espontaneidad, libertad de expresión e inmediatez. Plasma los campos, la naturaleza y el ser humano en las dimensiones sociales que busca exaltar: las barequeras, los campesinos, la gente del común. Todo lo que observa en el día a día”, asegura Diego Arango Gómez, profesor y doctor en Artes de la Universidad de Antioquia. De hecho, la acuarela es la primera técnica que lo va a preparar para su formación artística. “Con ella, empieza a realizar las primeras pinceladas, que luego llevará a un plano más amplio en sus murales”, expresa el profesor Arango. Frente a esto, Luis Rendón Correa, historiador de la Universidad Nacional y actual miembro de la Casa Museo Maestro Pedro Nel Gómez, añade: “La obra del Maestro es tan amplia que es imposible afirmar que toda es de denuncia. Para ello hay que observar otras de sus producciones

que incluyen paisajes, bodegones, retratos de su familia, de madres con sus hijos, intelectuales de la época, entre otros”. Por ello, no es posible encasillar su producción artística, porque más allá de retratar un tema, ofrece una mirada holística de la realidad y recrea diferentes personajes, momentos históricos y acontecimientos. Hoy, su casa –fundada como museo el 15 de noviembre de 1975– es considerada patrimonio arquitectónico de Medellín y bien de interés cultural de la Nación, gracias al legado artístico que reúne cerca de 3.000 obras entre pinturas, esculturas, murales, proyectos y documentos, que conservan la memoria de los procesos sociales, económicos y culturales vividos en Antioquia y todo el país con la marcha del proyecto modernizador. De este modo, en una porción de esta colección, se observa la historia de Antioquia, desde los rostros de las barequeras y las condiciones de trabajo de los mineros, hasta el imaginario de una raza antioqueña y el mito-relato de la patasola, por ejemplo. “Por medio de su obra pictórica y escultórica, retrata el dolor y el sufrimiento de las clases menos favorecidas y el trabajo humano en las zonas de nuestra región. Pero también exalta las raíces étnicas, la cultura con sus mitos y leyendas”, anota Luz Marina Gartner Giraldo, Licenciada en Filosofía y profesora de Artes Plásticas de la UPB. Las manifestaciones de los sindicatos, las reyertas entre los obreros,

las multitudes enardecidas, el desconsuelo de los campesinos, las trabajadoras en las textileras; nada escapa ante los trazos del Maestro Pedro Nel Gómez. Todos los coros sociales, como se denominan en su obra, aparecen como signo de sus preocupaciones y sentimientos frente a estas situaciones. Empero, el Maestro nunca hace parte de ninguna ideología. Aunque su pensamiento es de corte liberal, en ningún momento transforma su arte en político o de ataque contra el establecimiento, explica el profesor Arango. Simplemente entiende su compromiso social como artista y plasma las injusticias y dificultades humanas, los logros y desaciertos. De otro lado, como urbanista y arquitecto, comprende su papel y crea obras majestuosas para el crecimiento social, económico y cultural de Antioquia; entre ellas, la Escuela de Minas de Medellín, la cooperativa de vivienda del barrio San Javier, el Cementerio Universal y la Facultad de Química de la Universidad de Antioquia (hoy sede del Colegio Mayor de Antioquia). Además, desempeñó numerosos cargos en los que potenció el desarrollo social y cultural del país y la ciudad: fue revisor de teatros de Medellín, profesor de la Escuela de Minas, arquitecto del departamento de Antioquia, miembro del Consejo Nacional de Paz, presidente de la Casa de la Cultura de Medellín y director de la Escuela de Bellas Artes. Finalmente, como humanista, inició diálogos con grandes intelectuales

de la época como León de Greiff, Tomás Carrasquilla, Luis Tejada, Jorge Zalamea y otros, con quienes discutía, en los cafés bohemios de los años treinta, sobre los hechos políticos y sociales que aquejaban a todo el país. De esta forma, lo que se encuentra en el compendio artístico del Maestro Pedro Nel Gómez es una lectura amplia de la historia, un cuadro con múltiples personajes: populares y desconocidos, importantes y marginados. Grupos sociales que aparecen y desaparecen con el nuevo modelo económico. “Hay que resaltar algo importante: después de la Independencia, los artistas comienzan a dibujar y a asumir lo propio. Se crea una exaltación

de la identidad regional y los valores, pero también se reflejan las problemáticas. Los artistas van a cooperar por medio de la literatura, el teatro o la pintura”, expresa el historiador Rendón Correa. De esta manera, lo que se evidencia en sus obras es el retrato de una cultura desde su pasado y el presente, que se pasea entre la vida y la muerte, el dolor y el gozo, el poder y la lucha, la naturaleza y el hombre. “El valor del artista para su época es la ruptura con el arte academicista y su arte que dispone al servicio del pueblo. Ya no es una relación privada del artista con su obra, sino una inmersión en los espacios públicos que son los mejores lugares

para realizar obras monumentales”, afirma la docente Gartner Giraldo. En síntesis, Pedro Nel Gómez se consolida en la región como un artista con una profunda sensibilidad sobre la realidad, insistente en reflejar los rostros y destinos de los otros. Su lazo estrecho con la ciudad y el país le permite observar e interpretar las relaciones económicas y sociales, transformándola como servidor público y retratándola como artista. De esta manera, se entiende como un hombre con intenciones muy profundas sobre el arte y la vida y como un historiador que lee lo que pasa en su entorno y lo traslada al arte como símbolo de memoria.

“Las figuras humanas que vemos en la obra de Pedro Nel no son importantes por su apariencia física sino por su poder alegórico”. María Consuelo García. Foto: Cortesía Casa Museo Maestro Pedro Nel Gómez.


16 Reportaje gráfico

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Fragmentos Camilo Londoño Hernández / camiloporfin@gmail.com

La ciudad, como urbe y experiencia, es inabarcable e inconmensurable, múltiple en espacios y situaciones. Es una amalgama de caminos que se trenzan, aleatoriamente, en una misma estructura. Esta es atravesada por los cuerpos que la recorren para conocerla. La transitan y la surcan inmersos en acciones cotidianas como ir al trabajo o visitar un parque; actos que permiten moverse en ella y apropiarse de una parte de eso que no se puede abarcar. Por eso, para habitarla debe fragmentarse, romperse, dividirse, seleccionar qué calle y tiempo se va a vivir en ella, construir una ciudad personal, segmentada

por los pasos propios, que se cruza e intercambia constantemente con referentes comunes: edificios, rutas de buses, comidas, etc., y que se diversifica en la ciudad particular que cada transeúnte lleva consigo. En este proyecto la fragmentación, como manera de vivir una urbe, se manifiesta, primero, al fotografiar –encuadrar– una ciudad, con su gente, sus calles, edificios y objetos; y segundo, en el momento de manipular las fotografías –recortarlas–. Así la ciudad vuelve a fraccionarse, al acercarse y detenerse en las escenas ofrecidas por una ciudad que desborda imágenes.


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