Contexto Ed. 54

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PERIODISMO UNIVERSITARIO

ISSN 1909-650X

El periódico de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo

Medellín, julio - agosto de 2016

¿PAGA? Ser Pilo Paga es un programa de gobierno que ha dado a miles de estudiantes de escasos recursos, la oportunidad de hacer sus estudios universitarios, incluso, en instituciones privadas de alta calidad. Aunque el verdadero impacto de esta iniciativa podrá verse con los nuevos profesionales en ejercicio, sus alcances tocan profundamente la vida de estos jóvenes enfrentados, en muchos casos, a la adaptación a entornos sociales diversos y, en ocasiones, adversos. En esta edición de Contexto, un especial que pone sobre la mesa preguntas sobre la educación como derecho.

No. 54

Distribución gratuita

Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas - UPB.

Una serie periodística cuya primera entrega compartimos en esta edición, nos muestra a China como uno de los rumbos que nos hablan de las búsquedas de los jóvenes de hoy, buscamos también qué instrumentos tienen a disposición las víctimas de ataques con ácido en la ciudad, damos miradas detalladas al oficio y a las historias de sastres, barberos y una documentalista de origen emberá, que busca devolverle la voz a su pueblo mediante las imágenes.

Lea en Contexto Págs. 5 - 11

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Este tiempo

Los padres de tus hijos Historias detrás de las estadísticas

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Rastros

Entre redes de atarraya El presente de un pueblo de pescadores

11 Especiales

La precisión del afinador Especial Red de Medios Universitarios


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OPINIÓN

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA

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UN TRABAJO DECENTE PARA CONSTRUIR PAÍS Ana Cristina Aristizábal Uribe / ana.aristizabal@upb.edu.co

Puede ser muy cantautor, poeta, escritor y filósofo, pero si es verdad una frase que le atribuyen a Facundo Cabral, no estoy de acuerdo con ella: “Mira si será malo el trabajo, que deben pagarte para que lo hagas”. Hay mucha gente que considera el trabajo como una maldición, pero contrario a ellos, considero que es delicioso sentirse útil, ocupado, con proyectos para desarrollar, procesos para mejorar y retos para emprender. Y es bueno el trabajo, sobre todo, cuando precisamente, llega la quincena. Por eso prefiero la frase que le atribuyen al historiador italiano Cesare Cantù: “El pan más sabroso y la comodidad más agradable, son los que se ganan con el propio sudor”. Una persona necesita trabajar para sentirse útil a sí misma y a la sociedad, para ser autónoma y potenciar su creatividad, para demostrar lo que sabe y lo que es. El trabajo dignifica al ser humano y será por eso que está en el segundo lugar de la jerarquía de necesidades, según Abraham Maslow. Es más feliz el que trabaja que el vago, el que tiene su mente ocupada en conseguir metas, desarrollar proyectos, mejorar técnicas y procesos, que el que está echado solo mirando para el horizonte sin hacer nada productivo, ni para su alma ni para la sociedad ni para su autonomía económica. Pero necesita un trabajo decente para sentir la satisfacción, dignificación, autonomía y utilidad mencionadas. De lo contrario, el trabajo se vuelve una esclavitud, una pesadez, un vértigo diario del que depende el pan de cada día y tienta a muchos a usar métodos non sanctos, para poder sobrevivir. Al trabajo decente lo define la OIT como:

ESTAMOS ABRIENDO LA RED.

La oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para las familias; mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social; libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres.

Trabajo informal ¿Hay trabajo decente en Colombia? Para que sea “decente”, lo ideal es que el trabajador tuviera acceso a una seguridad social integral, gozando de salud, pensión, riesgos laborales, cesantías y caja de compensación y así quedan cubiertos casi todos los conceptos de la OIT. En nuestro país, la categoría más parecida a trabajo que no se cataloga como “decente”, es la que se llama trabajo informal que, según el DANE, es el que hacen las personas que trabajan en establecimientos de menos de cinco personas; los trabajadores familiares sin remuneración; los trabajadores sin remuneración en empresas o negocios de otros hogares; empleados domésticos; jornaleros o peones; los trabajadores por cuenta propia que laboran en establecimientos hasta de cinco personas, excepto los independientes profesionales; los patrones o empleadores en empresas de cinco trabajadores o menos; se excluyen los obreros o empleados del gobierno. Los estudios del DANE indican que el 48.1 % de los ocupados informales cotizaban a pensión y el 92.9 % reportó estar afiliado al sistema de salud, en 23 ciudades y áreas metropolitanas, en el trimestre febrero-abril de 2016. Si se miran las cifras del Ministerio de Trabajo, en 2015, el 62.5 % de la

población ocupada no contribuía a pensión; en el mismo año, el 59.2 % de los ocupados, no contribuía a salud. Si se miran las cifras de la Escuela Nacional Sindical, el 64 % de los ocupados en Colombia, a 2015, estaban en la informalidad, pues no tenían una cobertura integral de la seguridad social. Las cifras son distintas, porque el periodo de tiempo analizado y la cobertura geográfica de los estudios son diferentes. El DANE, por ejemplo, especifica que su estudio es solo en 23 ciudades y áreas metropolitanas, mientras que el Mintrabajo no lo especifica. Pero, aunque no coincidan, con las tres fuentes se puede observar, que un muy alto porcentaje del trabajo de los ocupados en Colombia no puede catalogarse como decente.

Contratación indirecta Y hablando del trabajo decente, también hay que hablar del tipo de contrataciones que se volvieron comunes en el país y que no tienen nada que ver con los venteros ambulantes, empleadas domésticas o choferes de la familia. Son las subcontrataciones indecorosas que se hacen bajo la modalidad de intermediación laboral a profesionales, técnicos o personal operativo. Hasta este año 2016, la única contratación legal en Colombia era la directa, con solo tres excepciones: los servicios temporales contratados con la intermediación de empresas organizadas con ese propósito, las cooperativas obligadas a tener a todos sus empleados con la seguridad social y los contratos sindicales que ofrecen al empleador una actividad y obra completa. De resto, todas las actividades misionales y permanentes tenían que hacerse por contratación directa. Solo que desde hace muchos años, usando estas figuras de excepción, se empezó a volver común el trabajo que nada tiene que ver con la decencia.

Por eso, el Estado expidió el decreto 583 de 2016, para legalizar la tercerización laboral, decreto que está demandado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). La Escuela Nacional Sindical asegura que con este decreto se “da autorización para que se tercericen todas las relaciones laborales con ‘proveedores’, sin importar su forma jurídica y el desmedro de las garantías de los trabajadores”. Aunque muchas cooperativas de trabajadores pueden asegurarle a sus afiliados una seguridad social integral, esa intermediación ya ha hecho mucho daño en el país y se podría suponer, que una vez reglamentada, podría poner aún más difícil lograr el ideal de trabajo decente como lo propone la OIT. Ahora que tanto se habla sobre el futuro de Colombia, claro que el tema del trabajo decente deberá ser una prioridad, porque no se trata de tener un país que busca aumentar la calidad de vida y generar condiciones adecuadas para la paz, cuando alrededor de la mitad de sus ciudadanos no tienen un trabajo decente. Si la pobreza es caldo de cultivo en el que muchas veces surge la violencia, la necesidad de crear condiciones laborales dignas para todos debería ser la meta común del Estado y el sector privado. “El empleo productivo y el trabajo decente son factores clave para alcanzar una globalización justa y reducir la pobreza”, insiste la OIT.

También hay que hablar del tipo de contrataciones que se volvieron comunes en el país y que no tienen nada que ver con los venteros ambulantes, empleadas domésticas o choferes de la familia.

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Estamos en contacto, estamos en contexto

Mateo Sepúlveda

Proteger el trabajo es proteger la virtud, consolar dolores, arrancar víctimas al crimen y a la muerte. Concepción Arenal


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EDITORIAL

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EN TIEMPOS DE ‘REDES’, NO HAY QUE PERDER LOS PAPELES periodico.contexto@upb.edu.co

Un gobierno cuya gestión queda en entredicho, por lo que sus integrantes dicen en las llamadas redes sociales, debe revisar la forma en que se comunica; vale decir también, que debería revisar las prioridades de su gestión, dónde está poniendo sus mayores esfuerzos. Esta misma cuestión aplica para el resto de la sociedad: ¿dónde estamos poniendo nuestros mayores esfuerzos? Las calenturas permanentes del debate de opinión, en estos tiempos, son motivo suficiente para señalar que esta reflexión no es solo válida, sino que es absolutamente necesaria. La publicación que hace unas semanas hizo el secretario privado de la Alcaldía de Medellín, ilustraba el enfoque y los alcances de la gestión en se-

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guridad del gobierno de la ciudad, con la noticia de la muerte por parte de la Policía de un hombre que estaría cometiendo un robo. A este episodio se suma la circulación del video grabado por una joven que, basándose en argumentos que ya se han vuelto paisaje, varios datos erróneos y hasta lágrimas de rabia, expresa su desconfianza frente a las conversaciones de paz con las FARC. El audiovisual, una perorata contra el proceso de paz, el presidente de la República y los miembros de las FARC, tuvo más de tres millones de reproducciones, en la plataforma Facebook, en menos de cinco días. Es difícil saber cuántas veces fue replicada en los grupos de la plataforma Whatsapp, que se conforman por cualquier motivo y en

los que circulan hasta el hastío videos virales como este, cadenas, rumores y chistes de todos los tonos, en una fiel y preocupante radiografía de la polarización, desinformación, desconfianza frente a todo y frente a todos, que cunden en las fibras que tejen la vida de nuestra ciudad, especialmente. Entrevistada por el periódico El Espectador, la autora del video reconoció dos errores sobresalientes en la sustentación de su opinión: atribuir a las FARC el collar bomba, con el que en mayo de 2000 fueron asesinados una mujer y el policía que trataba de desactivarlo; y tomar un viejo pronunciamiento hecho en video por el guerrillero conocido como Mono Jojoy, como una referencia a las conversaciones de La Habana, sin tener en cuenta que él murió en septiembre de 2010, años antes de las conversaciones actuales. Así las cosas, preocupan más los efectos que pueda tener una opinión pobre en argumentos, masificada por la penetración de las plataformas digitales y convertida en base para las posturas de miles de personas, frente a los hechos que las rodean y sobre los cuales se deben tomar decisiones. A su turno, los comentarios del secretario privado de la Alcaldía de Medellín generaron la reacción por las mismas redes sociales de personas y organizaciones de la sociedad civil, que repudiaron las posturas del funcionario, pidieron su renuncia y rechazaron la manera como se está priorizando la gestión en seguridad, por parte de la Administración municipal, una situación que conlleva a desgastes, tiempos y esfuerzos, que deberían estar dedicados a los hechos de gobierno, no a las opiniones. Los hechos son evidencias de que el escenario ha sido propiciado por algunos servidores de una administración que, en su pretensión loable de cercanía con la gente, pasa por alto su lugar como autoridad, como presencia del Estado, que es, entre otras cosas, regulador de las actuaciones de los individuos y garante de los derechos de todos los ciudadanos, delincuentes o no. De lo técnico y lo académico vienen elementos que resultan bastante útiles: Facebook, Twitter, Whastsapp no son redes sociales, son plataformas que permiten la construcción de las redes sociales, que conforman sujetos relacio-

... una situación que conlleva a desgastes, tiempos y esfuerzos, que deberían estar dedicados a los hechos de gobierno, no a las opiniones. nados entre sí de algún modo: amigos, colegas, vecinos, copartidarios, aficionados, conciudadanos… Hay que tener en cuenta estos elementos para reiterar que todos tenemos el derecho de expresar con libertad nuestras opiniones y para plantear que, con los alcances que estas opiniones tienen gracias a las herramientas del mundo digital, la responsabilidad es ya, un imperativo para todos. En la condición de un servidor público, por ejemplo, las exigencias son mayores. Sin duda, las plataformas digitales pueden ser una buena herramienta de apoyo a la gestión pública, pero tener criterio estratégico para ello es una exigencia inapelable y que corresponde a la dignidad que otorga la confianza de miles de personas, mediante el voto y a la expectativa de otras tantas, mediante la oposición. Para todos, como ciudadanos, el reto es tener conciencia frente a lo que es público. Perdemos de vista que las redes sociales son un foro que tiene ese carácter; al tiempo que es importante que cada quien piense como considere, se ha vuelto urgente la necesidad de expresarlo y por ese rumbo, llegamos al extremo de la egolatría y el narcicismo; elementos que se detectan con mucha frecuencia en las plataformas digitales. Así, la herramienta que debería ser para la comunicación con otros, parece más un espacio para las conversaciones pendientes con nosotros mismos, entre estas las que nos permiten tomar postura razonable frente a los hechos de nuestra realidad, conversaciones interiores que hemos aplazado, porque tenemos ya no solo la posibilidad, sino la necesidad de hablar ya.

Miembro de la Red de Medios Universitarios de Medellín. Rector: Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda / Decano Escuela de Ciencias Sociales: Ramón Arturo Maya Gualdrón / Directora Facultad de Comunicación Social-Periodismo: María Victoria Pabón Montealegre / Coordinador del Área de Periodismo: Juan Manuel Muñoz Muñoz / Dirección: Joaquín A. Gómez Meneses / Fotógrafas: Margarita María Restrepo • Mariana Restrepo Franco • Camila Arango • Sara Gabriela Vega Escobar / Redactores en esta edición: María Fernanda Aristizábal Arango • Christian Felipe Guerra • Miguel Bernal Carvajal • Lina Viviana Castañeda Tabares • Natalia González Vergara• Daniela Jiménez González (De la Urbe) • Luis Felipe Gaviria Gil • Andrea Vélez González • Melissa Álvarez Correa • / Foto portada: Comunicaciones y Relaciones Públicas - UPB / Diseño: Estefanía Mesa B. • Carlos Mario Pareja P. / Diagramación y corrección de textos: Editorial UPB / Impresión: La Patria // Universidad Pontificia Bolivariana • Facultad de Comunicación Social - Periodismo / Dirección: Circular 1ª Nº 70 - 01 Bloque 7 Oficina 401 / Teléfono: 354 4558 / Twiter: @pcontexto / Correo electrónico: periodico.contexto@upb. edu.co / ISSN 1909-650X.


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OPINIÓN

Los precios del limitado Ser Pilo Paga Sarita Noreña Ospina - saranospina@hotmail.es

Ser Pilo Paga (SPP), el programa educativo insignia del gobierno de Juan Manuel Santos va en declive, ahora le resulta difícil camuflar su naturaleza filantrópica y la limitada cobertura que ofrece. En 2014, cuando SPP fue presentado al país, como el proyecto que buscaba fomentar la educación superior de calidad para las personas de bajos recursos, fue objeto de aplausos y simpatizó con la opinión pública. Pero solo le basta-

4,5 Pulgadas de indignación Paulina Tejada Tirado / pauli.tejada@hotmail.com

Nuestra indignación detrás del teclado es igual de efímera a la tendencia de su respectivo hashtag. A veces se reduce a 140 caracteres; otras, se extiende en un párrafo interminable, donde “mamertos”, “farcsantos” y “ratas” son el común denominador en la lista de insultos sin ortografía, que pretenden jugar el papel de argumentos. La intención de nuestro alboroto ya no reside en engendrar un cambio, sino en ser compartidos o retuiteados la mayor cantidad de veces posibles, mientras la publicación siga apareciendo en la página principal. Criticar no solo se convirtió en una moda fugaz, sino en una herramienta para ganar seguidores y en un pasatiempo que nos hace sentir polémicos e intelectua-

NO SÉ Natalia Tamayo Gaviria / nataliatg336@icloud.com

Mateo Sepúlveda

Creo que el peor error es suponer que para toda pregunta hay una respuesta, pero desde mi interior no lo creo así. Me rehúso, porque yo, simple y llanamente, no sé qué decir cuando mi familia me formula, curiosa y expectante, cuál es mi posición política frente a la situación de Colombia.

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ron algunos meses, para ser una de las políticas más cuestionadas. Hoy se sitúa el clímax de la controversia, luego de que la senadora Claudia López indicara que el costo por un estudiante en una universidad pública es de $ 5 000 000, mientras que el del programa Ser Pilo Paga está cerca de los $18 millones. Ser Pilo, que se supone debería ser el gran reconocimiento al mérito, es una muestra del interés homogeneizador del sistema educativo colombiano. El hecho de que los acreedores sean los “más tesos” en las pruebas Saber 11, no es garantía de su capacidad académica, tal vez sea fruto del adiestramiento y por qué no, del azar. El Gobierno, quizá ingenuo, quizá suspicaz — con su evidente intención de privatizar la educación pública— pensó que los pilos iban a elegir, sin pensarlo dos veces, a las universidades públicas como templo de formación. Seguro les asustó o les agradó, saber que en 2015, el 85 % de los beneficiarios se matricularon en universidades privadas con acreditación institucional. Y es lógico que hayan optado por estas instituciones, porque para nadie es un secreto, que algunas universidades públicas han sido permeadas

por la corrupción y son dirigidas por los favores políticos, basta nombrar a la Universidad de Cartagena, que tuvo pérdidas por $ 15 000 millones en 2013, gracias al mal manejo de los recursos; y a la Universidad del Tolima, que está a punto de quebrar. SPP, pensado para los niveles 1 y 2 del Sisben, solo tiene una cobertura de 12 000 estudiantes por año, es decir, del 2.8 % de los 430 000 bachilleres de escasos recursos. El programa se quedó corto, no es más que un paliativo, parecido al acetaminofén, para esta enfermedad que hace mucho hizo metástasis en la sociedad colombiana. La cosa no solo es culpa de Santos, a los gobiernos anteriores, poco les ha interesado escarbar en las raíces del problema educativo en Colombia, se han limitado a crear programas de corto plazo, que lo único que hacen es reforzar la brecha social. Antes de hablar de una modificación de Ser Pilo Paga, es importante atender las prioridades, tales como el fortalecimiento presupuestal que requieren las universidades públicas de calidad —Nacional, Antioquia y Valle—, que bastante le aportan a la sociedad.

les desde nuestros dispositivos. Sin embargo, desechamos al olvido lo que tanto nos indignaba en cuestión de minutos. Deslizamos la pantalla y aquella ira que parecía tan ardiente se apaga, cuando nos encontramos con un nuevo meme, una receta de Nutella, un vestido que algunas personas ven azul y otras blanco, un gato tocando piano o un golazo de algún ídolo del fútbol. Es una realidad que las redes sociales cambiaron la manera en la que nos comunicamos, informamos, trabajamos e incluso hasta la forma en que comemos —¡ya muchos somos expertos en trinchar con una sola mano!—. No obstante, también son utilizadas como movilizadoras de odios y dolores pasajeros, que no trascienden de la tendencia y el escándalo. En menos de seis días, más de 100 millones de personas vieron el video Kony 2012 Invisible Children, sobre el reclutamiento de niños por parte de un criminal africano. ¿Qué pasó con eso? Nadie lo sabe, porque estamos convencidos de que con un simple Me gusta bastaba para cambiar el mundo y resolver todos los asuntos. Asumimos que con un clic nos convertimos en animalistas, curamos los niños con cáncer, luchamos por los derechos de los refugiados, combatimos el hambre en África, reformamos la educación, salvamos el medio ambiente y hacemos un golpe de Estado; todo esto mientras permanecemos cómodamente cobijados por el escudo de nuestros teléfonos. Estar detrás de una pantalla sí que da valor para juzgar y

quejarse, pero no el suficiente para levantar la cabeza adormecida y emprender acciones transformadoras. Es cierto que estas plataformas digitales han originado convocatorias históricas alrededor del mundo, como por ejemplo, el fenómeno de la promoción y fomento a la participación masiva en la revolución de Egipto, dentro de la llamada Primavera Árabe, pero han sido contadas las ocasiones en las que el ciberactivismo ha engendrado movimientos ciudadanos y cambios en las legislaciones. Si por cada foto de perfil en Facebook con los colores de la bandera de Francia, por cada imagen del niño sirio Aylan Kurdi compartida o por cada #NoALaVentaDeIsagén mencionado, hubiera existido el mismo número de personas desconectadas, apropiándose de su descontento y proponiendo soluciones, el brote de una voz que se escuche hubiera reemplazado el ruido fugaz y vaporoso, que se disolvió tan rápido como surgió. Como lo dijo Friedrich Hebbel, “vivir significa tomar partido”, así que no seamos indiferentes ni conformistas, no traguemos entero. Sigamos utilizando las redes como medios de opinión, crítica y participación. Comencemos con un Me gusta, pero continuemos con una exigencia. No permitamos que un numeral determine la fuerza y la permanencia de nuestra denuncia y salgamos de la zona de confort, que nos conceden las 4.5 pulgadas de la pantalla de un celular.

Me han llegado a señalar de “guerrillera” (no lo soy), generalizando que la izquierda es el opio de las sociedades y que mi silencio, ante esta convulsionante Nación es una indignante indiferencia hacia mi país. Papá, mamá, no. No es desinterés, es un síntoma de angustia, de esas sensaciones que a uno no le gusta anticipar para evitar equivocaciones, es desasosiego de ver las consecuencias de un lenguaje lleno de odio, rabias y pasados. No saber en qué posición estar —si ultraderecha, derecha o izquierda— no es estar perdida, es ubicarme en la mitad, y eso también es una localización. Ahí estoy yo, procurando ser lo más prudente, buscando para mi país lo que creo que merece desde hace muchos años y con franqueza, no sé si la postura que estoy tomando es la que necesitamos —o la que yo necesito para mantener una esperanza en estos momentos turbios de nuestra política—. Yo no tengo la verdad y ustedes tampoco, mucho menos Uribe y Santos, ¡nadie la tiene!, y si por esa razón de creer tenerla

ciegamente, hemos llegado a matar con nuestras palabras, entonces asesinos somos todos. No quiero convertirme en una homicida verbal más de este país, y entiendo, desde mi postura como futura periodista, que el poder de la lengua es capaz de atravesar el corazón y la mente, como las balas que se usan en la guerra; el gran reto es reemplazar los insultos por debates racionales con dosis de humanismo, del que tanto carecemos y que lo que salga de la boca sea una radiografía de nuestras almas, ¿cuéntenme cómo están las de ustedes? Sé que me lloverán sus contradicciones y en algo pueden tener la razón, me falta contexto, historia y argumentos, para entender más este caos en el que estamos viviendo, mas de algo estoy segura y es que ustedes matan más con esos comentarios en familia y redes, que ellos allá sentados —quién sabe hablando qué y haciendo qué otras cosas—. No sé ustedes, pero yo sí quiero saborear a qué sabe la paz, esa paz en la que no se asesina con armas, expresiones escritas ni habladas.

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Historias detrás de las estadísticas

LOS PADRES DE TUS HIJOS María Fernanda Aristizábal Arango / maria.aristizabala@upb.edu.co

El fenómeno de las madres a edad temprana ha sido estudiado y de él se desprende un largo listado de campañas y programas. ¿Pero, qué pasa con los padres? “Me dio apendicitis y después de la cirugía supe que algo había cambiado”. Christian sentía el ambiente distinto. A los ocho días de la operación, recibió el mensaje: -Christian, tenemos que hablar. -¿Qué pasó? -Tenemos que hablar en persona. -Bueno. Mañana. Solo respóndeme una cosa: ¿Estás en embarazo? -Sí. Las cifras del programa Medellín sana y libre de adicciones, sexualidad con sentido, de la Alcaldía de Medellín, indican que a los 19 años, más de 6 mil jóvenes ya están en embarazo o han tenido hijos. Quienes cargan con el estigma social de ser padres jóvenes, se enfrentan, además, con interrogantes como formar o no junto a la madre una familia, así ello no sea lo deseado. En el hombre recae la imagen de ser el “culpable” de que exista un embarazo.

Santiago, 22 años Los amigos y la familia siempre esperaban que él organizara las fiestas y las “farras”, un plan semanal. Las mujeres no faltaban, “mi debilidad, la de muchos”, dice. A Laura*, la apreciaba por ser cariñosa, pero nunca le quiso dar un título a la relación, “empecemos, porque yo no estaría con ella, si no fuera por la bebé”. Eran unas vacaciones de mitad de año y llevaban al menos tres meses sin hablarse. Él estaba de viaje, cuando sonó el celular. —Tengo tres meses y medio de embarazo. —(Silencio) “Dios mío, ¿qué hice?, me tiré muchas cosas de mi vida”, “es inevitable pensar eso”, cuenta Santiago. Laura no asimilaba ser mamá, él la alentó a seguir adelante y se comprometió a responder por la bebé. Bogotana, ella estaba haciendo la universidad en Medellín. Él, que antes trabajaba de vez en cuando en la tienda familiar, para comprarse ropa y costearse las “farras”, empezó a trabajar en una discoteca-restaurante, de jueves a sábado de 5 de la tarde a 5 de la mañana. El horario de la universidad lo escogió, para que todas las materias le encajaran en los tres primeros días de la semana, en jornada completa. “Ya con mi familia no podía estar, desaparecí totalmente de los eventos, porque un fin de semana tenía que estar trabajando o cuidando a la bebé. Con la universidad ya no hay tiempos libres, por lo mismo. Cuando me invitan a salir no puedo, porque lo que voy a gastar con ellos, me toca guardarlo

para la bebé, porque a veces me veo cogido”, explica. Durante el embarazo, Santiago se informó sobre cómo estimular al feto y cómo ser padre. Como Laura todavía estaba viviendo en Bogotá, él la llamaba y le decía que pusiera el teléfono en el vientre para hablar con la bebé, cantarle y contarle cuentos. Yo acababa de llegar al trabajo, cuando me llamó mi suegra a contarme que Laura estaba teniendo la bebé. Fue el día más feliz y triste de mi vida. No triste porque todo iba a cambiar, sino porque no pude estar ahí cuando nació mi hija, por estar trabajando. Y feliz porque es mi niña, mi bebé y de las mejores cosas que me han pasado. Su hija y Laura viven en Bogotá y visitan a Santiago cada tres meses. En los meses que están separados, su relación es estrecha. Él las llama por la mañana para desearle los buenos días a su hija, en el transcurso del día y por la noche para despedirse. A veces estoy en clase y me suena el celular. Es Laura que me llama, porque la bebé solo se calma cuando habla conmigo. Entonces me toca salir del salón y decirle pasito: ‘Hola, hija es el papá, pórtese bien con la mamá’. No quiere que hombres desconocidos pasen por la vida de la niña como una figura paterna inestable. Por eso Laura y él han hablado de que en unos dos años se irán a vivir juntos. Santiago respira hondo, porque sabe que es lo que debe hacer, aunque su felicidad sea lo último a tener en cuenta.

Sebastián, 20 años “No, hijo, cuidado con la mamá”, le dice Sebastián a su hijo cuando empieza a manotear, porque Sara* intenta cargarlo. El rol de papá se le da muy natural y está lejos de parecer un padre primerizo. Sebastián cuenta sus días de grafitero: estar en la calle y con los amigos era lo único que se le pasaba por la mente. Tenía trabajos ocasionales, pero lo suyo era pasar los días entre muros y aerosoles. Sara lo llamó una de esas noches, cuando él estaba con los amigos. Le dijo que se había hecho una prueba y que estaba en embarazo. “Son muchas emociones. Es algo muy duro, pero emocionante. Ya todo es diferente, no me puedo quedar sin trabajar. Uno piensa en todo, porque empieza a darse cuenta de que tiene que comprar leche, pañales…”. La familia le ha dado un nuevo sentido a su vida: “Antes de tener a mi hijo, me mantenía sin rumbo. Ya uno se preocupa por ciertas cosas. Uno en la calle hasta tan

tarde es un peligro, porque el niño se queda sin papá y quién va a responder”. Aunque Sara quería abortar, porque su mamá la presionaba, él se mantuvo firme en que quería tener a su hijo. Él iba a responder si en la casa de ella no aceptaban y se tenía que ir. “Mi papá me dijo: ‘hágale que yo lo apoyo, pero tiene que empezar a trabajar’ ”, cuenta. Sebastián comenzó a trabajar en una empresa transportadora de 6 de la mañana hasta las 7 de la noche, varias veces lo vieron dormido dentro del carro, porque debía cuidar a Sara luego de la cesárea que le fue practicada y al recién nacido, Poco se conoce de los hombres que deciden asumir la que alimentaba con leche en paternidad cuando aparece como un compromiso no previsto. Foto: Margarita Restrepo. jeringas y cambiaba los pañales, cada que era necesario. Sebastián está esperando a que le resulten unos negocios para poder les. Cuando vio a su hija, el miedo y la casarse con Sara e irse a vivir juntos incertidumbre se disiparon. Solo quería como familia el próximo año. Por el mo- darle lo mejor. mento, con su trabajo suple las necesiLa relación con sus padres, que dades del bebé y le alcanza para darle siempre había sido distante, cambió algunos gustos a Sara, pero no para pa- desde que se dio cuenta que iba a tener gar arriendo, mercado, servicios, como un hijo: “Cuando seás papá, nos vas a dice él. Más porque su familia, que en entender”, “me decían mis papás cuanun principio lo apoyó mucho, le dio la do me enojaba con algo que me decían, espalda desde que nació el bebé. pero ya los entiendo, les doy toda la razón. Nuestra relación mejoró muchísimo, desde que nació la bebé”, explica. Equilibrar las diferentes formas de crianza, la de los padres y las de los Solo podía concentrarse en el “sí” de abuelos es un reto. Por eso Christian lee la pantalla del celular. “Pensé en mi todo tipo de documentos sobre cómo mamá, en mi papá... Me dio muy duro, ser padre. “Mi hija tiene seis meses, sentí mucha tristeza, porque siempre y pues, no habla, ella está ahí y ya sé dije que no quería tener hijos”. cuándo quiere tetero. Ser padre es deCuando se vio con Camila* al día sarrollar un entendimiento más allá. No siguiente, ella le mostró la primera eco- necesito escuchar las cosas para entengrafía. Fue ahí donde cayó en cuenta de derlas”, cuenta. que era algo real, que le estaba suceLas familias de Christian y Camidiendo a él. Consideró el aborto y otras la, decidieron apoyar el sostenimiento posibles salidas a esa situación, pero al de la bebé, mientras los padres termifinal, decidió que tenía que responder nan sus estudios. Christian se queda por sus acciones. con la niña los fines de semana y alguLa relación con Camila en esos nas veces después de la universidad. La momentos era inestable. Las persona- pequeña lo acompaña a los ensayos con lidades comenzaron a chocar y tenían su banda, él disfruta ver su reacción a que decidir si serían una familia. Chris- los nuevos sonidos. tian decidió consultar a un psicólogo y “En estos momentos lo más difísupo que no estaría con ella solo por- cil de ser papá, es la sociedad que no que tenían una hija en común. Tener me deja ser papá. ‘El que va caminando una relación inestable era mucho más por allá es papá. Y no puede montar en perjudicial para su hija, que si estaban tabla, porque se mata y es papá. Y no distanciados, pero conservando una puede fumar porque da mal ejemplo y buena relación. es papá. Y no puede hacer esto, porque Estaba en el hospital mientras es papá’. Para mí, ser papá es lo más sus compañeros de la universidad ha- hermoso que me ha pasado en la vida, cían una salida de campo. La bebé se el problema es que tengo que darle la tuvo que quedar dos días hospitalizada cara a una sociedad, que siempre me va por un problema respiratorio, Christian a estar criticando”. se quedó ese tiempo cuidándola, dándole de comer y cambiándole los paña- *Nombres cambiados por solicitud de las fuentes.

Christian, 22 años


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ESTE TIEMPO

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Vacíos de la prevención y atención de ataques químicos

UN PROBLEMA ÁCIDO Christian Felipe Guerra / christian.guerrap@upb.edu.co

Criminales que no están llegando a los estrados judiciales, mientras los quemados con ácido hasta se esconden por miedo a ser vistos. Incógnitas que la ley no logra responder. Los ataques con ácido se han llegado a presentar como una agresión con connotaciones de género. Uno de los casos más reconocidos ocurrió el 27 de marzo de 2014. Natalia Ponce, una joven de la alta sociedad de la capital colombiana, fue atacada con ácido sulfúrico. El químico normalmente sirve para actividades tales como la refinación de petróleo o la producción de pigmentos, entre otras. El hecho ocasionó un gran revuelo mediático, al quedar registrado por las cámaras de seguridad y por la visibilidad que logró la afectada, a pesar de que no era la primera víctima de este tipo de ataques. De hecho, no son solo mujeres las personas afectadas por este tipo de violencia. Con la iniciativa de crear la Fundación Reconstruyendo Rostros, Ponce quiso luchar por la aprobación de la ley 1773, objetivo que se cumplió a principios de 2016 y que lleva su nombre como reconocimiento. Por primera vez, la ley Natalia Ponce de León incluye las sustancias corrosivas dentro del delito de tenencia, fabricación y tráfico de sustancias peligrosas, para atacar a toda la cadena delictiva. La ley obliga al Instituto Nacional de Medicina Legal a brindar toda la información a los médicos tratantes, para facilitar la atención de la víctima. Con la vigencia de la Ley, aquel que cause a otra persona daño usando cualquier agente químico, sustancia similar o corrosiva, incurrirá en una pena de prisión que iría de 150 hasta 240 meses, si la condena es simple; pero, de 251 a 360 meses de prisión, si el ataque causa deformidad o daño permanente en la víctima y se aumenta una tercera parte, si este conlleva a la deformación del rostro. Según explicó el representante y coautor de la Ley, Carlos Guevara, en el Código Penal actual, este tipo de conductas se consideraban una lesión personal, es decir, “algo así como una simple riña o golpiza y los jueces actuaban en consecuencia, imponiendo penas de máximo 12 años”. Para el profesor de Derecho Penal de la Universidad de los Andes, Ricardo Posada Maya, la normativa no es solo desproporcionada y populista, sino que congestionará aún más el sistema penal: “Estamos construyendo unas leyes sin una justificación criminológica que demuestre su efectividad y eso lo hace el Congreso, porque quiere mandar un mensaje a la población, sobre la eficacia simbólica del derecho”, indicó.

Medellín: no hay registros, pero existen herramientas de atención A pesar de casos como los ocurridos en abril de 2015, cuando una mujer fue atacada con ácido en su rostro en el barrio Robledo al occidente de Medellín y el que terminó con la muerte de Alejandro Correa en ese mismo sector, las cifras en Medellín no están claras en cuanto a víctimas de ataques con agentes químicos. Este tipo de casos para las entidades del Estado consultadas no tiene una categoría específica que la enmarque. Patricia Corcho, líder del Programa de Seguridad Pública de las Mujeres, afirma desconocer las cifras de estos ataques. Señala que este tipo de casos se continúa dando, porque las ventas de estos químicos continúan sin control. Miembros de los equipos asesores del Concejo de Medellín que estudian la Ley Natalia Ponce, para que los cabildantes puedan hacer control a su aplicación, señalan que la idea es cobijar a las víctimas futu-

El fotógrafo Antonio Galante produjo una serie de retratos fotográficos para hacer visibles a los hombres afectados por ataques con ácido. En la imagen, Freddy Alexánder Montero. Foto: Antonio Galante.

ras, puesto que el proceso legal de las víctimas anteriores es una incógnita y sus casos solo han interesado a organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres, ante los vacíos de la ley previamente vigente. Las secuelas que quedan en una mujer que ha sido víctima de un ataque con ácido son muy graves. Para las mujeres víctimas de cualquier tipo de violencia, existe en Medellín una serie de dispositivos liderados por la Secretaría de las Mujeres: El primero es la línea 123 Mujer, que hace parte de todo el sistema de comunicaciones de emergencia del municipio de Medellín. El segundo son los hogares de acogida que se les brinda a las mujeres, cuando se considera que sus vidas se encuentran en riesgo, como resultado del seguimiento que hacen las autoridades de lo que se denomina Protocolo de Seguridad. El tercer dispositivo es la asistencia sicojurídica en el territorio, previo acuerdo con la víctima para que acuda a las diferentes comisarías de familia de la ciudad. Otro de estos dispositivos es la defensa técnica que funciona a través de una alianza con la Defensoría del Pueblo. De acuerdo con la Ley 1257, quien tiene la potestad de hacer la representación legal de las mujeres es la Defensoría del Pueblo. De igual manera, la Secretaría de las Mujeres cuenta con un número de defensores con unos enfoques de género, para de esta manera, lograr mejor comunicación con el juez. De estos dispositivos también hacen parte los Circuitos Sociales de Advertencia, que están a prueba actualmente en la Comuna Ocho y que consisten en grupos de mujeres capacitadas para identificar los factores de riesgo en su comuna. El conjunto de dispositivos está conformado finalmente por los Grupos Terapéuticos, en los que se ofrece asesoría y consultas sicológicas para las mujeres, así como actividades terapéuticas en torno al arte, entre otras. De acuerdo con la información que recogen los testimonios de las víctimas que acuden a organizaciones como Reconstruyendo Rostros, que propenden por los derechos de las víctimas de agresiones con agentes químicos, desde las quemaduras al contacto

Las agresiones con agentes químicos tienen una clara connotación social, cuando se busca marcar con la huella de una agresión partes tan visibles como el rostro. con estas sustancias, pasando por los procedimientos paliativos y las cirugías reconstructivas, hasta las implicaciones de sobrellevar en la apariencia física y las rutinas de la vida diaria, las consecuencias del ataque. Aquí las personas agredidas ponen a prueba su capacidad de sobrevivencia. A ello se suma la falta de justicia, diligente y oportuna, que compense de algún modo la situación de las víctimas y anule los factores que propicien nuevas agresiones por parte de los mismos victimarios. Las agresiones con agentes químicos tienen una clara connotación social, cuando se busca marcar con la huella de una agresión partes tan visibles como el rostro, como huella de un acto de venganza, rechazo de una propuesta sexual o amorosa, actos de deshonra, entre otros; en lo que muchos consideran la evolución o perversión del ‘champú’, una agresión que en los años ochenta y noventa se hizo tristemente reconocida, consistente en aplicar pegante en el cuero cabelludo, para obligar cortes al rape, especialmente en las mujeres. Tal como lo afirma Patricia Corcho, líder del Programa de Seguridad Pública para las mujeres, es necesario fortalecer la vigilancia y control en el comercio de agentes químicos. Corcho plantea, por ejemplo, la trazabilidad mediante códigos de barras en los envases, para hacer seguimiento a su procedencia y a la identidad de sus compradores, que deberían presentar su cédula como requisito para la transacción.


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De la serie Rumbos de esta generación

UN RETRATO EN CHINA Miguel Bernal Carvajal / miguel.bernalca@upb.edu.co

Luisa Velásquez es una joven que logró viajar hasta la lejana China, con ayuda del Instituto Confucio, para perfeccionar su mandarín y conocer de primera mano la cultura que desde pequeña le había intrigado. Postales de viaje en la serie Rumbos de esta generación, que habla de los jóvenes de este mundo y de esta época. Estás en el año 2014, te llamas Luisa y acabas de arribar a Pekín. Aún te falta un viaje en tren de treinta minutos para llegar hasta Tianjin, la ciudad que te acogerá durante el resto del año y al menos seis meses del próximo; que será tu hogar, donde vivirán gran parte de tus amigos, compañeros de estudio, que además cumplirán las obligaciones de una familia. Sigues cansada del viaje, llevas tres días sin dormir bien y tu pelo crespo y salvaje, se revuelve en tu cabeza como una maraña incontrolable. Llevas estudiando mandarín desde 2009. Nunca has estado muy segura de qué es lo que te gusta de esa cultura, pero sí sabes que el idioma es lo que más te apasiona. Ya has estado en clases, pasaste el HSK3, el examen que te avaló como apta para la beca que te llevó a China e, incluso, te habías ganado un viaje por todo el gigante asiático, recorriendo las principales ciudades. Aquella vez conociste Pekín, Shanghái, Dalian y algunos de los sitios turísticos más importantes. Entre otras cosas, fuiste a la Muralla China y a la Embajada colombiana, donde a ti y a tus amigos los recibieron amablemente y les dieron un delicioso café. Sentiste que Colombia está en todas partes y que visitar China no era imposible para un colombiano. En cambio, esta vez vas por tu cuenta. Tu compañera de cuarto es una ucraniana que intentaba ayudar a su familia desde la distancia, en tiempos de guerra, dando clases de inglés, haciéndose pasar por norteamericana, para que su sueldo fuera mejor. Ella es alta, rubia y fuerte. Habla ucraniano y te lo aclara constantemente. Te marca las diferencias que tiene su lengua con el ruso, pero a ti te suena igual. Para ti todo eso es cuestión de acentos y recelo geopolítico. Notas que algunas personas no están cómodas: algunos lloran, otros se refugian en restaurantes, que evocan sus países lejanos y hay otros que adelantan sus vuelos. También están los que, como tu compañera surcoreana, de la que nunca pudiste aprender con certeza su nombre y los dos norcoreanos que iban en último año, simplemente ignoran a los demás extranjeros y se resguardan en su propia intimidad sin que nadie los moleste. Tampoco te interesa hablarte con ellos, hay personas de todo el mundo con los que puedes convivir y aprender. La comida ha sido un desafío para algunos viajeros, muchos dependen en su dieta de las franquicias norteamericanas como MacDonalds o KFC para alimentarse día a día. Pero tú quieres pueblo, tú quieres tocar las calles, sentirlas, educarte en ellas. Tú no viniste para aprender a escribir caracteres, tú viniste para aprender a hablar con las personas de la calle, con los taxistas, los comer-

Luisa junto a sus compañeros excursionistas en el viaje previo a su intercambio a China. Foto: Cortesía.

ciantes, los ejecutivos, las familias, las personas humildes, con todos. Visitar BBQ callejeros te parece divertido. No tienen salubridad, pero ya has comido en las calles de Medellín, ¿por qué Tianjin sería diferente? Hay verduras y carnes que no terminas de identificar. Hay salsas cuya traducción no siempre es posible, pero es comida a un yuan, que equivale a cuatrocientos pesos colombianos, más o menos. Es demasiado barata como para dejarla pasar. Luisa: aunque llevas cinco años estudiando el idioma y aprobaste el HSK3, no entiendes todo lo que te dicen en mandarín, tampoco te atreves a hablarlo. Esperarás seis meses para hablarlo sin temor en las calles. Por ahora el español no es una opción, prefieres mantenerlo guardado, por temor a depender de él, hasta tener alguna necesidad. Decides usar el inglés. Puedes hablar con tus compañeros, con los que quieren enseñar inglés en China, con los angloparlantes, con cualquier extranjero y con cualquier asiático letrado para el contexto internacional. Así sea como tu tutora, que a sus veintidós años conoció a su primera extranjera: a ti. Sientes que la universidad, la Normal de Tianjin, se esmera con mantener controlados y apartados a los extranjeros, para mantener la cultura china libre de influencias. Por eso te gustan los extranjeros tanto como los chinos. Así vivas en un edificio que queda justo al frente del bloque, donde tomas las clases y tus recorridos por las calles sean más expediciones personales, que un requisito obligatorio para los estudiantes. Te divierten los dramas que ocurren dentro de la residencia. Hay romances, como el que terminó en lágrimas cuando todos se enteraron, que una de las musulmanas turcas había quedado

embarazada de un keniano y corría el riesgo de ser devuelta a su país para recibir el castigo debido. Pero también había odios y rencores, como el de tu compañera de habitación ucraniana con todo aquel que hablara ruso, fuera o no perteneciente de ese país. Los italianos te hacen reír, son muy amables con todos y les gusta vivir bueno y siempre se las arreglan para tener buena comida. En cambio todos los que vienen de países terminados en “stán” como Kazajistán, Afganistán, Tayikistán, te parecen unas “neas”: siempre fumando o con vicio, hablando arrastrado y faltando a clase. Además, Luisa, te gustan los trenes, te parecen muy cómodos para pasar de una ciudad a otra. El Gaotie, el tren más rápido de China, te parece maravilloso, es más económico que un avión, más rápido y puedes disfrutar del paisaje. En cambio, cuando es en un tren viejo, antiguo —diecisiete horas de viaje— sientes que te están torturando, que no hay comodidad y que comprar un buen asiento y estar bien acompañada, te puede salvar la noche. Para ti el avión solo es justificable en largas distancias, donde los trasbordos, los horarios y los precios lo hacen la única posibilidad viable. En toda tu estadía, incluyendo tus viajes, notaste cómo los chinos te veían a ti y a tus amigos como extraterrestres, como personas famosas, como personajes de una película. Te detienen en la calle y se toman fotos contigo, así que sonríes y eres amable. Conversas con algunos, practicas el idioma, todo es tan fácil y práctico que no quieres irte nunca más de allí. Sabías que te habías acelerado mucho y que debiste haber esperado más tiempo, pero no lo soportabas más. Te

sentías atrapada entre las montañas de Colombia, te sentías asfixiada por la cultura, por la universidad, por la gente, por todo. Lo único tan poderoso como para devolverte las ganas de regresar a Colombia fue la duración del semestre en diciembre: hasta la última semana del año. Las clases de cuatro horas que ves de lunes a viernes son dictadas en mandarín y algunos de los profesores solo saben hablar ese idioma. El inglés no te sirve tanto en esos casos, pero lo aceptas como un desafío. Además, en tu clase hay otra colombiana, la única latina que está en tu curso y que estará en tu círculo social durante tu estadía. Por lo general, sientes que los profesores no se esfuerzan por prepararlos para el HSK5, que deben tomar al final de todo el intercambio. No tienes que aprobarlo, pero te gustaría dar lo mejor y sientes, te frustra y te molesta que los profesores no utilicen libros, temáticas y métodos relacionados con los que se encontrarán en ese examen. La mayor diferencia te parece que está en la religión. Conociste el budismo, el confucionismo y amaste el taoísmo. Además te sorprende que los rezos van enfocados al bien común y no a la propia persona. Notas que los chinos veneran al Buda gordo, a diferencia de los tailandeses que se concentran en uno flaco. El primero habla de la prosperidad y el placer; mientras que el segundo busca el cuidado personal y el crecimiento interior. Supones que esos detalles son los que diferencian a un país de otro en Asia. Pero te sentiste más identificada con el taoísmo. La combinación del ying y el yang, el balance y el equilibrio. Visitar uno de sus templos te pareció una experiencia acogedora, como llegar a un hogar. Uno no tan bonito ni tan decorado como los que has visitado de otras religiones, pero con una tranquilidad, una calma, una paz interior y una diversidad digna de envidia.

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Ser Pilo Paga ¿Y CUÁLES SON LOS RÉDITOS?

El programa que le ha abierto la posibilidad de la educación universitaria a miles de jóvenes beneficiarios que acuden, en su mayoría, a establecimientos privados de alta calidad tiene implicaciones diversas: la adaptación de los estudiantes a nuevos entornos, la incorporación a las comunidades universitarias de estudiantes de alto nivel que, en su mayoría, vienen de otras regiones. En ciudades como Manizales, la economía local ha sentido la demanda de productos y servicios, derivada de la presencia de cientos de estudiantes beneficiarios en sus universidades. Estudiantes de diferentes cursos de Periodismo de la UPB, orientados por los profesores Ximena Tabares Higuita, Adriana Vega Velásquez, Edwin Amaya Vera y Joaquín Gómez Meneses, ofrecen esta mirada sobre Ser Pilo Paga, desde sus aspectos más generales como política de gobierno, hasta sus detalles más significativos como los procesos de adaptación social de los beneficiarios y la preparación de las universidades para acompañarlos. Especial multimedia para los lectores y cibernautas de Contexto.

Entre la política de gobierno y la oportunidad cotidiana

AQUÍ ESTÁN LOS PILOS Lina Viviana Castañeda Tabares / lina.castanedat@upb.edu.co

Una mirada al programa gubernamental desde dos historias de vida, que hablan de migraciones, expectativas, frustraciones y alegrías. Cuando la vida misma es una experiencia que educa. Hace tres años, Alejandra Medina vivía en una ciudad de casas blancas y parques arbolados, sus pasos estaban acostumbrados a las calles estrechas de Coria del Río, un municipio de aproximadamente 30.000 habitantes, ubicado en Sevilla, España. Hace tres años que dejó el país ibérico y el tiempo le ha dejado algo más que recuerdos, también le ha traído cambios. Hoy, un día cualquiera a las 6:00 p.m., en la Universidad Pontificia Bolivariana, Alejandra estudia a media luz en el Bulevar del Estudiante. “Esperemos que prendan las luces”, les dice a sus dos compañeras de tercer semestre de Publicidad, porque los ojos ya no alcanzan a ver lo que las manos plasman en el Adobe Ilustrator. Nadie adivina por qué esta muchacha de 21 años, de rostro y manos pequeñas, terminaría en Medellín. “Yo nací en Armenia, Quindío, pero en el 2010 me fui a vivir con mis papás y mis hermanos a Sevilla”, cuenta, añadiendo que en 2013, la crisis económica hizo que ella, su madre y sus hermanos, retornaran a la casa de sus abuelos maternos en Calarcá, Quindío. Llegaron sin mucho dinero y buscando las oportunidades que, otrora, buscaran en España. “Yo validé décimo y once en un colegio público de Armenia y presenté

los Icfes. Mientras tanto, me dediqué a estudiar una técnica en Publicidad, porque no tenía plata para estudiar la carrera profesional, recuerda, con los ojos fijos en la ilustración e ignorando el ruido de la gente que pasa. Pero en octubre de 2014, sin esperarlo, salieron los resultados de las pruebas y con ellos, la noticia de que había sido seleccionada para el programa de créditos condonables Ser Pilo Paga. “Ese día, todos lloraron en mi casa”, dice sonriendo, al recordar lo que la hizo estar sentada ahí, Ser Pilo Paga es un programa de gobierno que goza de alto reconocimiento en la opinión pública. Presentación de la segunda fase del programa en la UPB. Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas, UPB. en una banca de la UPB, como uno de los 21 000 estudiantes beneficiarios del programa ción, Gina Parody, anunciaron que el Go- contrario, si no lo logra, debe pagar el en el país. bierno otorgaría 10 000 becas, “con el fin monto que le fue girado, hasta la fecha de garantizar el acceso a la educación su- en la que perdió sus estudios. perior” para el 2015. El proyecto que fue Juan Esteban Lotero Vargas, bautizado con el nombre de Ser Pilo Paga estudiante de primer semestre de (SPP, en adelante) buscaba beneficiar, es- Ingeniería Aeronáutica y beneficiario pecialmente, a estudiantes de estratos 1, del programa, de la Universidad 2 y 3, que desde el 2012 estaban presen- Pontificia Bolivariana, fue uno de En octubre de 2014, el presidente Juan tando los mejores puntajes en las prue- los estudiantes, que no tuvo clara la Manuel Santos y la ministra de Educa- bas Saber Once (conocidas comúnmente diferencia desde el principio. como Pruebas Icfes). “Yo estudié desde preescolar Los requisitos para ser beneficia- hasta once en la UPB. Cuando estábarios de tales becas serían, según datos mos en el último año, nos llevaron a un del Ministerio de Educación, haber ob- conversatorio de becas y mis compañetenido 310 puntos o más en las pruebas ros y yo nos dimos cuenta de que existía Saber 11, tener un puntaje del Sisbén Ser Pilo Paga. Nuestro objetivo, desde inferior a 57.21, presentarse y ser admi- ese momento, era ganarnos la beca”, tido a una de las 33 universidades acre- comenta, mientras espera el cambio de ditadas de Alta Calidad. clase, sentado en una silla bajo el sol de Para el 2015, fue anunciada la se- la mañana, que empieza a tornase imgunda versión del proyecto, que amplia- posible. Juan Esteban ríe y añade: “Yo ría los cupos a 11 000 estudiantes para me di cuenta después de que es un créel 2016. No obstante, Gina Parody ya no dito condonable”. se referiría a SPP como un programa de Entonces, ¿adónde acuden los becas, sino como “un crédito beca con- pilos en busca de respuestas acerca del donable, una vez que el estudiante ter- programa? Alejandra y Esteban dicen mine satisfactoriamente sus estudios”. que, al principio tuvieron el mismo Esta diferencia no es mínima, problema: la información era confusa y significa, en palabras simples, que el no sabían dónde buscarla. “Yo llamé al ICETEX le gira el dinero a cada alumno teléfono nacional, para preguntar sobre en calidad de préstamo, que le será per- qué pasaba si perdía una materia”, La acogida de los estudiantes beneficiarios es un reto que pone a prueba las capacidades de las instituciones de educación superior. Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas, UPB. donado solo si termina la carrera. Por el comenta Alejandra. En cambio, Esteban

Ser Pilo Paga: un crédito condonable, no una beca


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prefiere hallar respuestas en la página web, “aunque eso no significa que uno esté informado del todo”, puntualiza. Por ejemplo, cuando Juan Esteban fue seleccionado para SPP, él quería estudiar Ingeniería de Sonido, para así combinar sus pasiones: la música, las matemáticas y la física. “Yo toco piano desde hace cuatro años, comenta, estirando sus manos sobre la mesa”, pero esa ingeniería solo está en la Universidad San Buenaventura, que no está dentro de las 33 universidades acreditadas dentro del programa. Esa fue la primera decepción. De esas 33 universidades, en Medellín hay solo hay ocho que ostentan el título de acreditadas dentro del programa, que son la Universidad Nacional, UPB, EAFIT, Universidad de Medellín, Universidad de Antioquia, Universidad CES, ITM y la Escuela de Ingeniería de Antioquia. “Al final opté por la Ingeniería Aeronáutica en la UPB, porque ya sabía cómo era estudiar aquí y porque mi hermano también es egresado”, comenta, añadiendo que esa no sería la única sorpresa del programa. “Lo otro fue el dinero del sostenimiento, a mí me giran un salario mínimo legal vigente cada semestre (lo que equivale a $689 454)”, y juntando las manos y guardando silencio, como quien quiere producir suspenso, continúa diciendo: “El problema es que yo pensé que ese salario mínimo me lo giraban mes a mes, pero de eso me enteré sobre la marcha”. Alejandra y Juan Esteban tienen, aparte de los problemas de información de SPP, otro aspecto en común. No son los números ni las ilustraciones, no son las campañas publicitarias o las ecuaciones integrales: ambos estudian en la Universidad Pontificia Bolivariana, la institución que más recibe estudiantes del programa en el departamento y la tercera en el país.

UPB, la universidad con más pilos Según Kelly Marín, integrante del área de Mercadeo de la UPB, en el primer semestre de 2016, la Universidad recibió a 684 estudiantes de SPP, cuyos estratos socioeconómicos estaban, mayoritariamente, entre el 1, 2 y 3. “Estas cifras nos ponen por encima de la Universidad EAFIT y la Universidad de Medellín, que son, en ese orden, las que nos siguen a la hora de recibir pilos”, puntualiza Marín. Como Juan Esteban, la mayoría de estudiantes que ingresan a la UPB cobijados por el programa, deciden estudiar una ingeniería. “Eso es lo más curioso, de mi grupo habitual de compañeros, 20 de 25 estudiantes hacen parte de Ser Pilo. Eso es bueno, porque nos ayudamos mucho, pues ya sabemos cómo son las cosas”, comenta, Esteban. “La mayoría son costeños. Ellos sí tienen que estar bien informados, porque como no son de aquí, tienen más dudas. Pero eso no es garantía, vea que uno le pregunta algo a un compañero sobre Ser Pilo y le dice una cosa, y le pregunta lo mismo a otro y le responde algo distinto”, comenta Juan, para quien se acerca la hora de clase, o eso intuye, al ver salir del bloque 7 a una oleada de jóvenes con cara de sueño.

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Ser Pilo Paga ofrece a los estudiantes beneficiarios una experiencia que pone a prueba, más que sus competencias académicas, sus habilidades sociales. Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas , UPB.

Kelly Marín afirma que de los estudiantes de Ser Pilo Paga, 265 son de afuera de Antioquia, siendo estos, en gran medida, de las ciudades de Montería, Cúcuta y Valledupar, lo que implica un reto adicional para estos estudiantes: deben acoplarse a la ciudad que los acoge. “No es fácil vivir en una ciudad y después en otra, uno tarda en acomodarse. Por ejemplo a mí, que siempre viví en ciudades pequeñas, me daba miedo perderme en Medellín cuando recién llegué”, dice Alejandra, soltando una risita tan delgada como su cuerpo, “uno se acostumbra, pero es un proceso largo”. Si le preguntan a Alejandra y Juan Esteban por qué escogieron una universidad privada, dirían que fue porque la UPB era la única que ofrecía la carrera que querían estudiar. Pero, ¿qué implicaciones tiene que los estudiantes de SPP no escojan universidades públicas?

“Es como lanzar una gota de agua al océano” Con estas palabras, el senador Jorge Robledo Castillo se refiere al programa Ser Pilo Paga, criticando que los 10 000 créditos que ofreció el Gobierno en un principio, son insuficientes para cobijar los 650 000 estudiantes que se gradúan al año. Crítica que va en sintonía con las realizadas por la senadora Claudia López, para quien SPP beneficia tan solo al 1 % de jóvenes del país. Pero hay otra crítica flotando entre varios senadores y haciendo eco en los análisis mediáticos: Ser Pilo Paga invierte con mayor fuerza en las universidades privadas. Según el senador Robledo, el 85 % de los recursos del programa se invierten en las universidades privadas, desatendiendo a las universidades públicas pertenecientes al Sistema Universitario Estatal, que agrupa 32 de las principales universidades públicas del país, de las cuales solo 9 están dentro de la lista de las acreditadas de alta calidad, para el programa de SPP.

Dentro del abanico de críticas al proyecto, Robledo esgrime, también, el carácter “segregacionista” de la palabra pilo, porque “no se puede lanzar la idea de que el estudiante que no sea pilo, es una especie de ser indeseable, que no merece tener las garantías que tiene cualquier ciudadano”. Pero de esa marea de voces, Alejandra y Esteban, poco o nada saben. Ellos, más que pilos, se sienten estudiantes normales, avocados al esfuerzo natural que implica una carrera profesional. “Yo siempre he sido bueno y me exijo por cumplir y estudiar mucho”, dice él. “Mi mamá me enseñó a esforzarme y esa costumbre se me quedó desde niña”, agrega ella. Ambos viven una rutina marcada por el esfuerzo y, en mayor o menor medida, por el bolsillo.

Las rutinas de un pilo en Medellín Entre Alejandra y Esteban hay una diferencia sutil, pero importante: ella, una mujer criada en ciudades pequeñas, hace parte de los 426 estudiantes foráneos que la UPB tiene entre los programas Ser Pilo Paga 1 y 2; mientras que él, criado en la capital antioqueña, engrosa la cifra de los 880 estudiantes, cifra total de ambas cohortes, pertenecientes al departamento de Antioquia. “Por venir de afuera, a mí me giran $2.600.000 semestrales, con lo que pago el arriendo de una pieza por la avenida Nutibara, con todos los servicios, que me cuesta $600 000”, dice Alejandra, estirando el cuello y la espalda, antes continuar con su labor de diseñar las ilustraciones, “la plata sí alcanza, pero muy justa, por eso casi ni salgo, porque yo no quiero que mis gastos recaigan en mi familia”. Por su parte, Juan Esteban, “tras el desengaño de los múltiples salarios, consignados cada mes”, ha logrado, con su precisión de matemático, dividir los a $689 454 semestrales en pasajes, la membresía a un gimnasio “porque tenía un pésimo estado físico”, comenta, y la mensualidad en una academia que tiene un convenio con la UPB y se llama Escala Musical.

“Yo antes quería hacer dos carreras, pero prefiero concentrarme en la que ya estoy estudiando. De todas formas, tengo la Academia, que me entretiene y no me deja perder la pasión por la música”, comenta Esteban, agarrando su bolso, porque sabe que ya es hora de entrar a clase. En cuanto a los apoyos de transporte, alimentación y fotocopias que Bienestar Universitario ofrece, para garantizar la permanencia de los estudiantes, Esteban y Alejandra prefieren no utilizarlos. “¿Para qué si vivo cerca y me puedo hacer el almuerzo?”, dice ella. “Mis papás me ayudan y tengo la plata que me giran, no le quiero quitar la oportunidad a otro”, afirma él. Y ambos, vuelven a tener una conciencia común, vuelven a parecerse, más allá de ser jóvenes y pilos. Dos días distintos transcurren: para Alejandra, son las 6:40 p. m. y sigue ilustrando con mano ágil y el rostro fijo en el Ilustrator; para Esteban, son las 10:00 a. m. y con el bolso a su espalda y pasos largos, abarca la distancia entre el bulevar y el bloque 11. Pero bien podría ser el rompecabezas de un solo día: uno que empieza temprano y termina tarde, como siempre, entre el estudio y los amigos.

EN NUESTRA PÁGINA WEB ¿Cómo acompañan las universidades el proceso de los beneficiarios de Ser Pilo Paga? ¿Cómo organizan estos estudiantes sus finanzas? ¿Cómo utilizan su tiempo? ¿Cómo ha influido su presencia en la actividad académica de las universidades que los reciben? Conozca más en http:// periodicocontexto.wix.com/ contexto


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El presente de un pueblo de pescadores

ENTRE REDES DE ATARRAYA Natalia González Vergara / nagover_12@hotmail.com

La vida en torno a la pesca en las aguas de los ríos del departamento de Córdoba habla de una rica herencia cultural, de recursos cada vez más escasos y de esperanzas que perviven cada vez que se echan las redes. Las corrientes fluyen con la fuerza de su naturaleza misma, el río encamina sus aguas en un sentido permanente. Bajo el sol incandescente del Caribe colombiano, se aproxima entre las aguas del río San Jorge un tronco de árbol perforado, que lleva por nombre canoa (originaria de los pueblos indígenas taínos de Centroamérica). Encima, un hombre con una camiseta de campañas políticas pasadas, pantaloneta del equipo Boca Juniors, sombrero de paja, abarcas (sandalias) tres puntas. Navegando con un remo al costado derecho, recuesta su canoa a la orilla de la playa. “La vida del pescador gira en torno a un remanso de quietud, sin embargo, depende de la suerte del lance cada día, por eso no es un oficio que muchas personas lo realicen aún o, por lo menos, no como un empleo diario. En la zona del corregimiento de Pica Pica Nuevo, por ejemplo, personas que se dediquen netamente a la pesca ya no existen; unos la tienen de pasatiempo; otros prueban suerte; y algunos lo hacen por tener algo que comer cuando no hay. Aquí quedan aproximadamente 22 pescadores”, afirmó German Viloria, líder de los pescadores de Pica Pica Nuevo, en el Municipio de Montelíbano, Córdoba. Ranulfo Rangel tiene 75 años. Un hombre de sonrisa amplia y con pocos dientes, reclina su canoa en la playa, recoge su atarraya, se despoja de sus abarcas, se echa en una hamaca hasta llegada la noche y empieza su rumbo. Son las 8:00 p. m., hora habitual en la que suele pescar, asegura que no existe mejor hora para hacerlo. “La diferencia es que el ‘pescao’ en la noche tiene más confianza para salir, porque no ve peligro alguno”. La luna es su única acompañante cada noche, pues ilumina su andar. A esta hora pocos son los que se atreven a salir, porque no existe más resplandor que la de aquel faro colgado en el cielo. Ufo como le llaman a Ranulfo, mueve su remo en sentido contrario cada vez que necesita dar la vuelta y para andar un poco más. Con un palo de unos tres metros detiene su canoa, cuando su pálpito de “cazador viejo” le indica que ahí hay buen “animal” para pescar. Con el equilibrio que ha de tener alguien con 50 años en la pesca, se para sobre la canoa, asegura la cuerda de la atarraya en su muñeca derecha, la enrolla en forma circular, junto con una mínima parte del nailon de la red, la levanta para desanudar los plomos, hace una especie de trenza en la parte media, reposa sobre su codo una pequeña porción del plomo que hace peso en los extremos, abre el resto del aparejo entre su brazo y lo agarra con la otra mano, se echa un

poco hacia atrás, mientras da un giro de 90° y con toda su fuerza, lo lanza como un manto sobre el río. Ufo no solo vive de la pesca, también es cuentero, compositor, toca violín y es cantante. Con sus recuerdos un poco olvidados, menciona unas cuantas canciones de las que ha hecho: María Elena, Estelita, Por amor al río San Jorge, La negra y La blanca. De repente, sin decir más, hasta la naturaleza se calla como si supiera que una melodía sentida está por escucharse: “Yo no puedo, yo no puedo controlar ese amor. Y que grande confusión la que tengo para mí, pero las aguas del San Jorge más que nadie son ‘testigas’, porque me han dado un ejemplo y con miles de maravillas. Dicen que los ríos no cambian, y siempre cambian de caudal y sus penas siempre fluyen y sus aguan van al mar”. Pasados unos cinco minutos recoge la atarraya, entre basura y piedras logra pescar tres bocachicos. Pasa una hora y media, y su pesca sube a un total de 16. “Por estos tiempos la pesca se ha vuelto difícil, antes eran mareas de ‘pescaos’. Ahora, así como se ha desaparecido el ‘pescao’, así lo han hecho los pescadores ¡Sin embargo, yo no suelto mi atarraya!”, exclama. Hace una venia agradeciendo a Dios por lo conseguido, rema nuevamente hasta donde dejó sus abarcas, sube la canoa hasta un kiosco cercano, guarda la atarraya, agarra los pescados, mientras va componiendo versos y se va acompañado de la luna, por un monte, hasta su hogar. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), entre sus estadísticas del año 2010 y 2011, afirma que: “La cifra total de pescadores y piscicultores en el mundo es de alrededor de 54,8 millones. Mientras el 87 % de las personas empleadas en el sector pesquero se encuentran en Asia. El crecimiento de la actividad pesquera de captura se ha detenido o, incluso, muestra una cierta tendencia a la disminución. Se observa un aumento sostenido en la cantidad de personas ocupadas en la acuicultura”. Por su lado, Samir es uno de los pocos jóvenes que aún conserva en sus raíces el arte de pescar con atarraya. Vive en un caserío de nombre Pueblo Regao, a una hora y 15 minutos del municipio de Puerto Libertador, Córdoba. Tiene 15 años y siete de ellos, se ha dedicado a lo que mejor sabe hacer; pescar. Tiene muy claro que cuando niño odiaba profundamente que su papá lo despertara a las cuatro de la mañana para atarrayar, por tal motivo, en sus inicios de pescador odiaba esta práctica, pero ha sido su única salida para sobrevivir, pues sus padres solo tuvieron recursos para su educación básica primaria. Al oírlo hablar, da la sensación de escuchar a alguien mayor. “Una vez, con dos amigos cogimos 54 pescados, entre comelón, barbul, bagre y bocachico. Pero yo me los llevé pa’ mi casa, a mí por lo general, no me gusta venderlos, sino llevarlos para la ‘liga”. Samir recoge la atarraya que se encuentra colgada en un árbol, Los cambios del ecosistema, entre otros factores, han hecho que la pesca ya no sea el único oficio que mientras explica que proporciona sustento a los pueblos ribereños de Córdoba. Foto: Natalia González.

La pesca se mantiene como parte de la herencia cultural que pasa entre generaciones de la población de las cuencas del Sinú y San Jorge. Foto: Natalia González.

“hay diferentes tipos de atarraya, todo depende de los puntos, es decir, de los nudos que se forman entre cada división, hay de dos, de tres, hasta de 12 puntos y su peso va desde los dos kilos en adelante”. Son las 10:30 a. m. y la temperatura está a unos 38°. Se escucha el canto de las aves y de las Chicharras, que solo salen en Semana Santa. Samir se sube a la canoa y empieza a navegar, se acerca a unas peñas, donde las aguas suelen ser más profundas, porque el verano y la sequía han hecho que las playas se roben casi la mitad del río San Pedro. Él se para en la canoa, lanza la atarraya como quien lleva décadas de práctica, tal como Ufo con sus 50 años de experiencia. Se tira al río a ver si no se enredó. Para desdicha de Samir, después de siete intentos, entre las redes de la atarraya solo ha logrado conseguir un bocachico, pues la temporada no da para mucho. Desanimado deja de pescar, coloca en una orilla la canoa, sujeta la cuerda que sale de uno de sus extremos a un árbol y se sumerge en el río “como pez en el agua”. “Entre su canoa y la atarraya se la pasa el pescador, pues lleva entre sus dedos las redes que le ayudan a subsistir”, canta Totó la Momposina su canción El Pescador: “Va subiendo la corriente con chinchorro y atarraya, la canoa de bareque para llegar a la playa. El pescador... Habla con la luna. El pescador... Habla con la playa. El pescador... No tiene fortuna, solo su atarraya”.


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ESPECIALES

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Especial Red de Medios Universitarios

LA PRECISIÓN DEL AFINADOR Daniela Jiménez González (De la Urbe) / danielajimenezg09@gmail.com

Desde la casa museo Salsipuedes, en Robledo, un músico y restaurador de pianos mantiene vivo un oficio de extrema dedicación, que implica un balance perfecto entre la experiencia y el buen oído del pianista. En esta casa, ubicada en el sector de La Pola Vieja, en la parte alta de Robledo, vivió hace casi setenta años, el compositor Lucho Bermúdez, uno de los más reconocidos intérpretes de música popular colombiana. El dueño del recinto era Jorge Marín Vieco, un escultor también apasionado por la música que, como anfitrión generoso, le abrió las puertas de su propio hogar a Lucho Bermúdez, cuando vino a quedarse en Medellín. El compositor le dijo a Marín Vieco que se quedaría tan solo por un tiempecito, pero se quedó año y medio en la casa. Estaba embrujado y no quería salir, no deseaba irse. En honor a su hospitalidad y a que la casa era encantadora, Bermúdez la bautizó como Salsipuedes y además, compuso en 1948, el porro que lleva el mismo nombre. Así como el porro Salsipuedes lo ha bailado toda Colombia y aún se sigue bailando, esta casa sigue siendo un refugio para la música y el arte. El lugar es ahora la residencia de Jorge Alberto Marín, hijo del escultor, quien se ha encargado de mantener vigente la memoria de su familia, por medio de la Fundación Marín Vieco, un estímulo para artistas jóvenes. Pero ante todo, Jorge Alberto heredó de su padre la sensibilidad artística y decidió ser pianista y restaurador. Además, mantiene vigente la pasión por un oficio metódico, de absoluta agilidad y necesaria concentración: la afinación de pianos. *** Desde niño, Jorge Alberto ha estudiado de cerca al piano, ese que es su instrumento y también compañero de arte y escena. A los cinco años comenzó a estudiar iniciación musical, como discípulo del profesor Harold Martina, en la Universidad de Antioquia, donde permaneció por quince años, pero apenas estudió tres semestres. Luego viajó a Estados Unidos para formarse definitivamente como pianista. Nunca pensó en la alternativa de ser técnico en pianos, como un oficio al que se pudiera dedicar. Cuando tenía ocho o diez años, recuerda, vinieron unos técnicos a hacerle una reparación al piano en el que estudiaba y él los vio inmersos en un trabajo tan exhaustivo y minucioso, que se dijo para mí mismo: “Esto sería algo que nunca en la vida yo quisiera hacer”. Y el desinterés hacia el oficio se mantuvo en la medida en que iba creciendo, hasta que llegó a Estados Unidos, donde decidió que la tecnología en pianos (la parte que tiene que ver con afinación, restauración y reparación) era algo afín a su perfil. Además, era un asunto de herencia. Gabriel Vieco, un tío abuelo a quien no conoció, era un lutier o un especialista en la construcción y reparación de instrumentos. Jorge recordaba que su padre le hablaba de este tío, que era muy hábil y que, al final, resultó

siendo una inspiración, para recordar que eso venía de familia. Estuvo catorce años fuera del país, preparándose como restaurador y afinador en las fábricas de pianos Baldwin y Steinway & Sons. Aprender el idioma y las técnicas directamente de estas industrias, le dio una visión profesional de su trabajo. Porque la forma tradicional en la que se aprende este oficio, es que un técnico que ya tiene cierta trayectoria, acepta a aprendices que son sus ayudantes, quienes luego se van convirtiendo en técnicos. Afinar un piano es cuestión de destreza y mientras más práctica adquiere el afinador, mayor tiempo le toma, aunque se piense lo contrario. “Cuando la persona está empezando y coge mucha experiencia, se vuelve muy rápida para afinar. Eso tiene muchas ventajas, pero mientras más profesional se convierte uno, se demora más en la afinación, que cuando estaba empezando, porque la experiencia lo va volviendo a uno más reflexivo y más lento”, dice Jorge. *** En un piano de siete octavas y media, es decir, unas 88 notas y 240 cuerdas, el proceso de afinación comienza abriendo las tapas y el mecanismo. No es asunto complejo, puesto que no hay que trasladar el piano a otro sitio, ni implica una logística excesiva. Lo que hace que afinar sea un oficio difícil, es que un piano que esté perfectamente afinado, tiene que tener un margen de desafinación. Este margen de imperfección, que en el oficio se llama inarmonicidad, debe quedar muy bien desde el principio. Eso es lo que hace el oficio particularmente demorado de aprender. Así, maneras de afinar existen muchas. La más tradicional y más recomendable es empezar con la sección del medio del piano e irse expandiendo a los altos y después a los bajos. “Un afinador puede explicarle a una persona novata en media hora, cómo se afina un piano. Pero necesita muchas horas o años de entrenamiento, para saber cómo manejar el asunto, sobre todo si el piano tiene algunas imperfecciones”, explica Jorge. En teoría, un piano se debería afinar tantas veces como se afina una guitarra: cada vez que se va a usar. Sin embargo, por razones de orden práctico y porque una afinación demora tiempo e implica costo, un piano en la casa de un alumno que está aprendiendo, se debe afinar cada seis meses, aunque por falta de cultura musical y de presupuesto, es normal que un alumno haga afinar su piano cada año. No es el mismo caso para un piano que esté en una sala de conciertos, que se debe afinar cada vez que haya una presentación. Pero afinar no exige solo una preparación técnica y mental. Es tam-

Jorge Alberto Marín trabajando con su “herramienta afinadora” en uno de los instrumentos que hay en su taller. Foto: Daniela Jiménez (De la Urbe).

bién un esfuerzo físico, una demanda de energía. Las clavijas del piano deben tener cierto margen de tracción cuando se mueven, para que aguanten allí, donde el afinador quiere que se queden. No es una tracción fuerte, pero implica una obvia incomodidad si se multiplica el esfuerzo por horas. “Las clavijas del piano cuando se mueven no son suaves, si están así, es que el piano tiene problemas, porque se desafina muy rápido. Entonces hacer esa tracción tiene un costo”, enfatiza Jorge.

Para afinar un piano es necesario contar con un par de herramientas. Se necesita una llave especial que coincida con el tamaño de las clavijas, llamada “llave de afinar” o “herramienta afinadora”. Y se necesitan unos aparadores que eliminen el sonido de las cuerdas, que no deben sonar en determinado momento. Sin embargo, al momento de copiar un unísono, ningún aparato va a ayudar. Tiene que ser estrictamente a oído, no importa qué tan avanzada esté la tecnología.

*** Ser pianista y también afinador, trae consigo bondades adicionales. Tocar este instrumento es sinónimo de un mayor dominio del lenguaje, de una capacidad para predecir y anticipar lo que otros intérpretes esperan de un piano bien afinado. Hay uno pocos pianistas de fama que no conciben que alguien más afine su piano, sino ellos mismos. Un afinador aprendiz se puede demorar ocho horas afinando un piano y no le queda bien. Un afinador veloz puede afinar un piano en media hora. Pero una afinación profesional promedio tarda dos horas y media. Lo que se demora una afinación es proporcional al estado en el que se encuentre el piano. Un piano que hay que restaurar desde cero, puede tardar hasta ocho horas. Y la edad de las cuerdas del piano también es un factor determinante: un piano con las cuerdas nuevas se desafina con mayor velocidad, que un piano con las cuerdas añejas, precisamente porque está nuevo. Pero, ¿cuánto cuesta este ejercicio de extremada concentración? Una afinación oscila entre 150 y 300 mil pesos, según el piano y según las credenciales del afinador. Pero puede haber afinaciones de mayor costo, cuando se necesita más tiempo por parte del afinador.

Los que pertenecemos a la escuela de unísonos perfectos, que es la escuela mía y es lo que creo que produce una mejor afinación, pensamos que aquellos afinadores que defienden la escuela de los unísonos dinámicos (ciertas diferencias pequeñas en la afinación para que suene más brillante) nos parece que es una disculpa de aquellos afinadores que tienen dificultades en adquirir unísonos perfectos, entonces dicen que un unísono suena mejor desafinado, explica Jorge.

***

*** Justo donde se encuentra un monumental piano de cola, Jorge Alberto se sienta y toca delicadamente las teclas. Minutos antes había estado apretando las clavijas con la llave de afinar, en un ejercicio de demostración de cómo afinar las cuerdas. La sala está rodeada de pianos, instrumentos de una elegancia extraordinaria. Pero también los hay para reparación, destartalados, sin teclas y con la madera desgastada. Ahora se escucha una canción que el afinador Jorge Alberto Marín interpreta. Y, desde la habitación de los pianos y esculturas, atiborrada de música, desde el suelo hasta el techo, el pianista interpreta una melodía clásica, con cierto dejo de nostalgia, desde el mismo lugar donde hace casi seis décadas, podría escucharse el eco de Lucho Bermúdez componiendo su famoso porro Salsipuedes.


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La barbería, un oficio que marca épocas

REMANSOS DE BELLEZA MASCULINA Luis Felipe Gaviria Gil / luis.gaviriag@upb.edu.co

Para los barberos, su labor es una especie de arte ancestral, que si bien ha mutado a lo largo del tiempo, ha sabido mantener su esencia. Esa misma que obliga a pensar ante todo en el cliente y en su comodidad. En ellas se consume licor, pero no son bares; suenan con estridencia salsa y hip hop, pero no son discotecas; se charla y se discute sobre el último partido de fútbol, pero no son salones de reuniones. Las barberías de Medellín son para sus clientes oasis en medio de la premura y el fragor de la ciudad. Allí llegan no solo en busca del corte de moda, sino —como ellos dicen— “a parchar”, una expresión que recuerda a las hordas juveniles, que se congregan en las esquinas de los barrios a pasar el rato. Las barberías pululan en Medellín. Según un estudio de 2014, estas, junto con las peluquerías tradicionales, suman 2 209 en la ciudad, son el tipo de negocio más común, después de las tiendas barriales y reportan ganancias individuales de entre 50 000 y 100 000 pesos diarios. No obstante, su reciente protagonismo, la historia local de los sitios de cortes masculinos se remonta varias décadas atrás. Las primeras barberías que llegaron a la Villa se ubicaron en la calle Colombia, al frente de la Cuarta Brigada; un sector que hoy reúne a doce de estos establecimientos y aloja a poco más de ochenta profesionales de la cuchilla. La primera en asentarse allí fue la icónica Barbería Colombia, en 1961. Todavía hoy mantiene su dirección de entonces —calle 50 # 77b-157— y emplea a nueve personas: ocho barberos y una administradora. Los hermanos Deogracias, José y Diego Bernal trajeron el concepto de Cali y montaron su local, con la esperanza de hacerles competencia a las peluquerías unisex de aquel tiempo. Carlos, hijo del cofundador Diego Bernal, sostiene que, “desde el comienzo les fue bien, sobre todo porque trabajaban con gente del Ejército, que no les gustaban esas ‘salitas’ de estética de la época”. Carlos es un hombre grueso, de mirada adusta, pero trato afable; hace diecisiete años trabaja en la Barbería Colombia. El número de clientes que atiende por día oscila entre cinco y ocho. Una década atrás —afirma con un dejo de nostalgia— el promedio no bajaba de diez, aun en los peores días. Y agrega que la

Cachorro es uno de los gestores de Gangsta Barber Shop, una muestra de la influencia de la cultura hip hop en las barberías de hoy. Foto: Manuela Gómez Walteros.

problemática es común a todas las barberías locales: “hay mucha competencia. En todas partes hay barberías y cada vez hay más”. Óscar Muñoz es el otro veterano del lugar. Lleva veintiocho años dedicados a la máquina, veinte de ellos en la Barbería Colombia. Dice que aprendió el oficio en la Nueva York de los 80, a comienzos de esa marejada cultural, que luego se conocería bajo el rótulo de hip hop. En un pequeño establecimiento de la Roosevelt Avenue, bajo el ruido y las sombras que arroja el tren elevado que surca la zona, pasaba sus días motilando a los latinos de Queens. La experiencia le ha ganado a Óscar una clientela fiel que honra su pulso y le ha dado un conocimiento robusto sobre los tipos de cortes, sus orígenes y variaciones. Su dominio del tema es enciclopédico. Según él, los cortes se derivan, en general, de la milicia o del espectáculo. Así, cortes como el fade, el alemán y Schüler son herencia de los militares, quienes enfrentados a la obligación de mantener su pelo corto, pero queriendo conservar cierta estética en su apariencia, comenzaron a experimentar estilos, que conÓscar Muñoz es uno de los que preserva las tradiciones del oficio que caracterizan a la Barbería Colombia. Foto: Manuela Gómez Walteros. ciliaran esta aparente oposición.

Los barberos han visto el renacer del interés por cortes clásicos. Foto: Manuela Gómez Walteros.

Los cortes más osados son gracia del cine norteamericano. Según Óscar, “la planchita alta viene de la película El escorpión rojo y el siete, por el actor Jean-Claude Van Damme en las películas Operación cacería y Policía en el tiempo”. También hay combinaciones de cortes: “La cresta moderna es una adaptación de la cresta punkera”, que es a su vez, una versión extrema de los peinados de ciertas tribus amerindias, como la mohicana. Por su parte, “el argentino es una variación del siete. Se llama así, porque lo usaban los futbolistas de ese país, a los que les gusta tanto el pelo largo”, concluye Óscar. El arte de cortar y moldear el cabello tiene abolengo. Aunque el oficio nació en los albores mismos de la civilización, no fue sino hasta mediados del siglo XVI,


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en la Inglaterra monárquica, que el barbero formalizó su labor. En aquel tiempo, este —además de lidiar con el pelo— hacía las veces de cirujano y prestaba sus servicios a las capas sociales, que podían pagarlos; básicamente, la realeza y una naciente burguesía. Tal exclusividad le dio estatus a la profesión y convirtió al barbero, simultáneamente, en un agente de la higiene pública y en un gurú de la estética personal. De esa época data el famoso poste de barbería —el barber’s pole, formado por tres franjas diagonales de colores rojo, blanco y azul, que envuelven un bastón vertical—, monumento por excelencia de estos sitios en todo el mundo. Aunque no existe consenso sobre el significado de los colores, la mayoría de fuentes afirma que el blanco representa la higiene; el rojo, la sangre (por aquello del barbero-cirujano); y el azul, bien puede derivarse de la realeza, o ser una adición que los barberos de Francia o Estados Unidos hicieron a los colores originales rojo y blanco, para representar las banderas de sus respectivas naciones. Este poste se ubicaba en las entradas de las barberías, para que los transeúntes las identificaran como tales. Hoy la barbería ha trascendido su connotación puramente estética y se ha convertido en un símbolo juvenil y en un referente de la cultura urbana. Sobre esto el barbero Sebastián Montoya —Cachorro— opina que, “la barbería es calle; muy ligada a lo musical. Hace parte de la cultura hip hop y tiene presencia, sobre todo, en los jóvenes”. Montoya tiene veinticuatro años, diez de ellos consagrados al oficio. Es el fundador y administrador de Gangsta Barber Shop, ubicada en el pasaje comercial de Junín con Sucre. También es cantante de reguetón, bajo el nombre de Lil G. La opinión de Montoya la comparte un colega suyo, Sebastián Avilés, barbero de veintidós años, quien hace tres fundó Londres, localizada al frente de la Cuarta Brigada, a unos diez metros de la Barbería Colombia. Él agrega que “rap, barbería y tatuajes van muy ligados. Muchos barberos son raperos o djs, a la mayoría les gustan los tatuajes también”. Avilés, alto, delgado y de piel enrojecida por el sol, tiene sus brazos tatuados por completo, al igual que Cachorro. Montoya y Avilés forman parte de ese grupo de jóvenes que ven en la barbería un modo de sustento viable, además de entretenido. Disfrutan de un oficio que les proporciona rentabilidades difíciles de encontrar en el mercado y que no trae consigo el desgaste ni las obligaciones de otras labores. Sus barberías, más que lugares de trabajo, son espacios de reunión. Por eso no es extraño, que en ellas haya televisores de última generación, suene música en todo momento y los barberos tomen cerveza, paren un corte para mirar a una chica, bromeen y rían a carcajadas. Quizás la explicación más certera para esta situación la da el propio Sebastián Avilés: “Es difícil mantener a un cliente. Por eso hay procurar que él se sienta bien, que se sienta lo más cómodo posible. No solo es el corte, sino también el ambiente”.

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Sebastián Avilés es uno de los jóvenes que han redescubierto el oficio de barberos como un modo de vida. Foto: Manuela Gómez Walteros.

En la Barbería Colombia, Carlos Bernal sostiene una carrera que supera los diecisiete años, a pesar del aumento de la competencia, según cuenta. Foto: Manuela Gómez Walteros.

En la Inglaterra del Siglo XVI los barberos prestaban sus servicios como un lujo para las élites y ejercían hasta como cirujanos, en algunos casos. Los nuevos barberos se han formado como asistentes de veteranos en el oficio. Foto: Manuela Gómez Walteros.


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Puntadas de la historia de un sastre

DE LA GABARDINA A LA SEDA Andrea Vélez González / andrea.velezgon@upb.edu.co

Probablemente usted no sepa cómo hacer una puntada invisible o qué cortes hacerle al traje que lleva años guardando, porque precisamente requiere de esa técnica, esa maña que solo se adquiere con 28 años de experiencia y una pila de telas por arreglar, que dejan ver, a través del hilo y el dedal, el cambio cultural en Medellín, comparando la máquina familiar a la industrial y de la gabardina a la seda.

En una esquina del Parque Lleras hay dos sastrerías, no modisterías ni costureros, sino dos hombres artesanos que se dedican a hacer prendas de vestir. En una de las sastrerías hay un letrero con la tipografía cursiva y elegante, en el que se lee Sastrería Lleras, el lugar es bastante amplio, con el montón de prendas que esperaba ver y una fila de máquinas industriales, la favorita en manos de José Moreno Martínez, el dueño del taller. Tal vez Moreno no sea tan reconocido como Hernando Trujillo Cárdenas, uno de los primeros sastres de Medellín, quien empezó a trabajar en 1940 y llegó a abrir los almacenes con su nombre; pero, Moreno, quien andaba con pantalones de bota ancha y estampados exclusivos, cosió desde el trampolín —el bolsillo de atrás en forma de V— hasta la camisa de Zara con hilván sencillo. En el municipio de Campamento, Antioquia —mientras Colombia veía cómo se acababa la dictadura del general Rojas Pinilla y se creaban nuevos grupos guerrilleros—, el sueño de un joven de 15 años era ser sastre, no por sus abuelos o tatarabuelos, sino por la forma en que estos artesanos confeccionaban la ropa, hilaban las máquinas y bordaban telas; “esa diversidad en el hacer, el hecho de ser un trabajo manual, me cautivaba”. José Moreno, entonces, decidió irse para Medellín, en donde ya había explotado la industria textil y la oleada de talleres de costura iba en aumento, según Martínez, Laureles estaba lleno de sastrerías. Sin embargo, en un rincón de El Poblado, en la 10 con la 36, había un pequeño taller que trabajaba para aquellas familias, que apenas se

establecían en la zona, les retocaban las faldas fruncidas y las voluminosas hombreras, todavía influenciadas por la moda victoriana. A partir de los ochenta, se constituye la moda colombiana; las influencias francesas se fueron perdiendo y el aumento de las exportaciones de textiles y confecciones hicieron que se creara Inexmoda y con ella muchos programas como el Proyecto Plataforma de Innovación, para fortalecer la competitividad del sector. Además la revolución juvenil también cambió el estilo, con el que José Moreno comenzó su oficio de sastre. Con su taller montado, en una esquina de la ahora llamada Vía Primavera, comenzó a trabajar con máquina industrial y cortes de lino, seda, poliéster y licra. Ya no había más diseños por crear ni faldas o trajes por confeccionar, porque de eso se encargaban los diseñadores. Con el primer desfile de Colombiamoda se comprobó la evolución de la moda nacional; una mezcla de patrones, estampados y estilos influenciados por las calles colombianas y las tribus urbanas.

“Ahora lo que más se mueve es el bluyín” Con la cabeza de lleno en el doblez de la camisa blanca, las gafas medio puestas, el bigote organizado y el metro alrededor del cuello, don José ya no confecciona, pero arregla un bluyín todos los días, ya no de bota ancha y estampados, sino de corte recto, entubado y sencillo, como “se están usando ahora”.

José Moreno Martínez domina técnicas de confección que testifican la evolución del vestir en Medellín. Foto: Andrea Vélez Gónzález.

José no habla de cómo su oficio se está deteriorando a causa de las grandes cadenas internacionales y el desarrollo del talento local, sino que menciona la cantidad de estilos que ahora le llegan al taller, que pasan por la aguja de la máquina industrial de marca Jack y les imprime un poco de ese estilo, que lo ayudó a entrenar las manos. Esos fenómenos globales, de los que tanto hablan hoy, como el desarrollo y la globalización, también han afectado la industria textil que era tan propia, en la que se veía reflejado el trabajo de los primeros diseñadores del país; los sastres. Ahora sin puntadas de ojal o botones de pie, la industria crea para vender y no para vestir. Los talleres de reforma y no sastrerías como solían llamarse, no se han acabado, todavía sigue abierta la empresa Paracoser, que empezó en 1981 y que sigue distribuyendo repuestos para la maquinaria textil y productos para la confección. Hay más variedad de telas, estilos y prendas con que trabajar y han logrado que sastres como José, puedan innovar y ser más exigentes, que se note la labor de quienes han trabajado 30 y hasta 50 años en la industria de coser, hilar y darle al pedal de la máquina convencional de marca Singer.

Calidad, puntualidad y precios estables La calidad de los acabados en sus costuras y el cumplimiento con sus encargos mantienen el reconocimiento del que ha gozado por décadas la Sastería Lleras. Foto: Andrea Vélez González.

Se ha tenido que modificar el oficio, pero su finalidad sigue siendo la misma;

hacer dobladillos, ajustar pantalones y marcar con la tiza de sastrería todas esas fallas, que han homogeneizado la moda de hoy. Las ventas por Internet le han dado más trabajo a los sastres y los descuentos navideños son la mejor época para conocer las prendas de las viejas temporadas. El lema: Se lo dejamos todo como nuevo, es la promesa de todas las sastrerías, las cien cadenas que hay en la ciudad y los más de quinientos establecimientos independientes, que se pelean por quién hace mejor el dobladillo y cuál es la mejor técnica para peg ar botones. Dentro de la Sastrería Lleras hay un sastre que todavía hace costuras francesas, con las gafas caídas, le enseña cómo coser a su nieto, para seguir la tradición que ha constituido el oficio de la sastrería por miles de años, administra un negocio familiar y más que el precio o la puntualidad, reforma las prendas sin alterar el estilo. La evolución de la moda en Medellín ha sido representada a través de un oficio, que no solo lleva años en la industria textil, sino que ha sido un factor clave para el desarrollo de la misma. José Moreno es un testigo más de este desarrollo, que desde un pequeño taller ha confeccionado la transformación de la moda, a pesar de la decadencia de lo que significa ser sastre en la actualidad, sin embargo, tal y como dice Chari de Cadavid, cliente de José desde hace 30 años, desde que exista la moda, el oficio de sastre nunca se va a acabar.


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Una lucha por perpetuar voces ancestrales a través de la imagen

MU DRUA Melissa Álvarez Correa / meli.korrea@gmail.com

“Naciste en una tierra que no es la de tus abuelos, tampoco la de los míos, no los olvides… no olvides su lucha”

Ni su cabello negro largo ni sus ojos medio rasgados revelan su origen. No por vestir prendas coloridas, vestidos hasta el talón, sandalias y telas livianas, muestra dónde nació. Su piel trigueña, tampoco revela de manera decisiva cuál es la tierra que la vio nacer, pero su ser lo quiere gritar al mundo, para hacer un llamado al reconocimiento de los pueblos indígenas. Muchos olvidan de dónde vienen. Muchos olvidan esa tierra que los vio nacer y por la que tienen rasgos de una cultura que allí existe o existió. Se avergüenzan, tal vez, de saber su origen, de conocer sus raíces, de entender que este pueblo colombiano fue construido por indígenas, que defendieron sus costumbres ante los invasores europeos. Ahora, los 98 pueblos indígenas con sus 65 lenguas nativas fueron apartados de la sociedad, excluidos de la “civilización” y resguardados en lugares, en ocasiones, inasequibles. La cuestión es saber cómo mostrarlos ante los demás, de una manera diferente a lo que siempre muestran los medios: alejado de la lástima y la tragedia. Sus ojos no están cansados por la ardua jornada de estudio, sino por esta ciudad que atropella los sentidos en cada trasegar. El ambiente citadino es muy diferente al rural, es otro mundo comparado con Cañaduzales en Mutatá, Antioquia. Comparar ambas partes sería absurdo, pero a la vez se evidencia la paz con la que cuentan los campesinos y los indígenas, al despertar con el canto de un pájaro o el sonido de la lluvia, al caer sobre los grandes campos y el bosque espeso. Esa paz que ha sido arrebatada, muchas veces por personas que se sumergen en mundo no propio, robado. Aunque las personas y el vivir en Medellín traten de borrar su memoria cada día, lo que siempre tendrá presente Milady Domicó, es que es una joven emberá. Una emberá cautiva en las calles de esta urbanizada ciudad, pero añorando tocar el pasto con sus pies como lo hace en su tierra, en mu drua (mi tierra) donde, “piso algo natural que sí sé qué es”, expresa, seseando hablar su lengua nativa, esa que cada día pierde más, pero que idolatra, por el hecho de ser propia, no impuesta. Piensa Milady en cómo sería su vida si aún se encontrase allí, en su tierra, usando sus parumas y no aquí. Lo que siempre le recordará su tradición y su pueblo son las cicatrices, porque con ellas, “recuerdo cada día que soy emberá”. Está saliendo el sol detrás de la montaña. Los arboles lo esconden, pero se deja entrever levemente tras ellos. Las nubes se desvanecen y bailan como si comenzara la fiesta, pero lo que empieza es el día y también el documental que Milady dirigió y en el que mostró la vida de su pueblo, de su gente. Son muestras de vida en la cotidianidad de una familia emberá, de un día transcurrido con serenidad, como la calma luego de la tempestad. “Son cortos, como si fueran pequeños retratos y esa carta (la que contrasta mientras se ven las imágenes) son las epístolas” de la familia Domicó Bailarín, su familia. “Primo Erunambi no permitas que nos vuelvan a quitar lo que es nuestro, nuestra lengua, nuestras costumbres, nuestro saber y ese árbol al que no te da miedo subir”, relata con voz suave Milady, mientras en las imágenes se muestra a los niños de su familia, que recorren el lugar con propiedad y que aún en la actualidad, no pierden sus costumbres de niños indígenas emberá. Su lucha interna, como joven indígena, es mostrar y retratar la memoria de su pueblo, pero también conservarse en la ciudad. Seguir con su cabello largo

Milady Domicó busca dejar testimonio audiovisual de la identidad de su pueblo. Foto: Cortesía.

y no tratar de cambiarlo. Comer plátano como cuando su bisabuela y su tía se lo preparan en Mutatá. Vestir con sus trajes tradicionales, aunque cuando vaya por la acera le griten “india”. No avergonzarse de lo que es ni de dónde viene y emancipar su vida con el documental, no querer parecer una capuria (persona no indígena), como se lo dijo alguna vez su abuela. Por eso quiere, cuando su tiempo se acabe, volver a su tierra, a mu drua, a descansar. “Cuando yo muera, quiero dormir aquí al lado de tu tumba, que también me entierren con mis chaquiras y mis parumas”, exclama desde lo profundo de su ser Milady, pensando en los que fueron y ya no son, en los que habitaron su territorio y dejaron un legado inmaterial: la lucha por su tradición emberá. Como su abuelo, un hombre luchador y líder, que fue asesinado a manos de “espíritus invasores” y al cual ella rinde tributo en su obra. Esa obra que tardó tanto tiempo en concebir, pero que siempre conservó dos cosas: su guía, que fue “comunicarme con mi abuelo, no quejarme porque ya no estaba, sino mostrarle que yo estaba”, explica Milady, pero su dolor, presente desde octubre de 1997, no acabará, porque él mismo la impulsa día a día. Sus recuerdos están consignados en las fotografías que le pertenecen y también en las historias que le cuenta su madre sobre su valiente abuelo, quien siempre luchó por los suyos, quien dejó en la sangre de los Domicó el gusto por ser líderes y lideresas, por enfrentarse al cabildo indígena, por defender sus ideas. Por eso, cuando Milady va a desfallecer, “vuelvo a recordar lo importante que fue él para el pueblo, para los emberá”. Sus luchas seguían. Una por su tradición y otra por rememorar a su abuelo. Pero en su vida temprana tuvo que enfrentar una prueba mayor y fue su reconocimiento como indígena. Sus rasgos difieren en parte de los más representativos de su pueblo y en especial, de su familia. Su hermana y su madre tienen rasgos muy asiáticos, por eso siempre las relacionan, pero con ella notan la diferencia física más no ideológica. Su orgullo estará presente siempre, así no confíen en su procedencia. Mu drua (mi tierra), el documental que Milady realizó en compañía de Ana María Ramírez en la pro-

Sus recuerdos están consignados en las fotografías que le pertenecen y también en las historias que le cuenta su madre sobre su valiente abuelo, quien siempre luchó por los suyos. ducción, Christian Madman en la dirección de fotografía, Nataly González en la edición, Laura Elisa Nuñez Toledo, Ernesto Correa y Marta Hincapié como asesores, tuvo mucho apoyo materializado en premios, menciones de honor, pero a la vez fue una decepción para su proyección, pues su sueño era poder proyectarlo en todos los pueblos indígenas de Colombia, muchos de los cuales tienen a la mayoría de sus representantes viviendo en la ciudad, donde frecuentan el cabildo indígena urbano Chibcariwak: 4.200 personas a las que pudieron haber convencido de mostrarlo en su pueblos, pero por el contrario, fueron vistos por muchos más ojos expectantes y no participantes de la cultura indígena. Su aliciente es que al menos fue proyectado en su comunidad y tuvo el aval indígena: uno de los mayores temores a los que se enfrentó realizando el documental, debido a que pensaba cómo les agradaría un film, en el que su estilo no es denuncia, sino mejor, un autorretrato de su ser, de su vida y de sus raíces. Su lengua fue conmemorada al emplearla como idioma principal del documental y fue precisamente para “revivir eso que cada día yo voy perdiendo en la ciudad”. ¿Su miedo más grande? Que su lengua nativa desaparezca, como han intentado desaparecer otras, con las palabras que surgen y que ya no son posibles pronunciarlas en emberá.


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GRÁFICO

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA

CONTEXTO No. 54

Julio - agosto de 2016

Huella del patrimonio tanguero de Medellín

ALASKA, LOS TANGOS Y LA NOSTALGIA DE LOS AÑOS Texto e imágenes: Sara Gabriela Vega Escobar / saravegaescobar@gmail.com

El corredor más grande para el tango, la 45, donde había más de 30 negocios, desapareció. El único que quedo fue el Café Alaska. Hace 76 años, Alaska es un lugar que lo único frío que tiene es su nombre. En la calle Carlos Gardel, en toda la esquina, se encuentra este sitio, que reúne todos los días a señores de 70 u 80 años, pensionados que van a pasar la tarde o llegan desde que se enciende la greca, de la que se sirve un café famoso por su sabor. Ha recibido hasta australianos y argentinos nostálgicos, que ven fotos del barrio La Boca, mientras disfrutan de un tango, que los hace sentir como en casa. Irónicamente, Alaska es un café-bar con una calidez única. Este sitio no solo es la casa del tango o un lugar donde se puede jugar una amena partida

de billar. Aquí se crean lazos tan estrechos como una familia y se atiende a los clientes como reyes, así no tengan plata ni para el tinto. Gustavo Rojas, actual administrador del lugar, asegura que más que un negocio, Alaska es un patrimonio, que ha visto pasar generaciones enteras. Desde abuelos hasta nietos han atesorado la cultura del tango. Gustavo, un enamorado de su trabajo, considera el Alaska como su hogar, por eso lo mantiene impecable y siempre con su música icónica. “Aquí usted nunca va escuchar un vallenato o un reguetón, pero en cuanto a tango, pregunte por lo que no vea”, dice a manera de chiste. La decoración hecha con el paso de los años es una de las cosas que hace este lugar tan especial: fotos

antiguas del Alaska, retratos de los tangueros más reconocidos, frases en lunfardo, carteles publicitarios de productos que ya ni se venden y un rincón dedicado al Poderoso de la Montaña, con fotos de Leonel, el Pibe, el Charro Moreno y otros héroes del Rojo de Antioquia. También se observa un collage encabezado por la frase “soñar no cuesta nada” y hecho con fotos de clientes dormidos por los tragos y el cansancio de los años, de los que el Alaska a ha sido testigo. Se ha anunciado el cierre ante la solicitud del dueño de local, que por décadas, fue arrendado y que conserva la baldosa original de hace más de cien años, las paredes de tapia, de cuando en Manrique solo había potreros y el sonido del bandoneón se escuchaba a metros de distancia del café, sin carros de por medio.


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