Contexto Ed. 65

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PERIODISMO UNIVERSITARIO

ISSN 1909-650X

El periódico de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo

Medellín, Mayo - Junio de 2018

No. 65

Distribución gratuita

Foto: Joaquín Gómez Meneses.

RÍO REVUELTO

Mientras los problemas en la construcción del proyecto Hidroituango hicieron que el país entero conociera la faceta indomable del río Cauca y que el comportamiento inapelable de sus aguas ya no solo fuera ocupación de los pueblos ribereños, desde la subregión limítrofe con el nordeste y el sur de Córdoba llegan nuevas noticias de disputas armadas que plantean preguntas de fondo, la persistencia de las violencias en un territorio clave para el desarrollo de Antioquia. En esta edición de Contexto, conozca por qué las formas de atender un parto que se conocen como alternativas a

la llamada medicina occidental, se consideran también una manifestación contra la violencia obstétrica. Únase a la reflexión sobre el papel de la comunicación y el periodismo en un presente de posacuerdo, que se hizo en Visión 2018, evento anual de los estudiantes de la UPB, en el que participaron investigadores, periodistas, directoras de cine y excombatientes, para animar la discusión. Conozca la historia de los Pianolos, un retrato histórico de la vida familiar en Bello (Antioquia) y la de un hombre que ahora cuida las calles, que antes eran su casa.

Lea en Contexto

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Rostros

La vida sin poca luz Finalista en la Categoría Mejor Entrevista en Visión 2018

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Este tiempo

La carga de la toga Las bases del derecho canónico

10 y 12 Visor

¿Cómo se comporta el público de Medellín? Sobre cine colombiano


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OPINIÓN

Café de Colombia, ¿panorama oscuro?* Ana Isabel Loaiza / ana.loaiza@upb.edu.co

Termina una de las temporadas en que los cafetales colombianos dan el fruto representativo del país. La traviesa o mitaca se suma a la gran cosecha que, entre octubre y noviembre de cada año, genera ingresos a más de 500 mil familias. La industria reconoció que la última de estas (en 2017) no puede compararse con la de 2016, debido a que en ese periodo, factores como la tasa de cambio, el precio internacional del café y el

Nos faltan muchos más Valentina Ramírez Gil / valentina.ramirezg@upb.edu.co

El tratado de paz firmado, en meses anteriores, representó, quizá, pañitos de agua tibia, para olvidar lo que

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buen clima contribuyeron a una de las mejores cosechas en los últimos años. Además, los cafetales necesitan un tiempo de recuperación, luego de haber sido muy productivos. No obstante, aparece, de nuevo, la necesidad de recolectores que cada año pone en aprietos a los productores. Antioquia, como segundo productor de café en el ámbito nacional, según datos de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), presentó en 2016 un déficit de 40 000 caficultores, los cuales eran necesarios para atender a tan enorme cosecha que, de no ser recolectada, se perdería. Pero, ¿cómo no hay quién recoja café en un país de tradición cafetera y con calidad de exportación? Y, aún más, ¿cómo la cantidad de desempleados no logra contrarrestar este déficit? En busca de respuestas, no puede descartarse el aspecto técnico, pues no todas las personas están facultadas para realizar esta labor. Aunque existen ofertas de capacitación abiertas a los interesados, el problema radica justo en el interés. La edad promedio del caficultor colombiano es de 55 años, dicha población está envejeciendo. ¿Dónde

están aquellos jóvenes pertenecientes a familias cafeteras y por qué no continúan con la tradición? En primer lugar, el panorama en sus territorios es desolador. De acuerdo con la FNC, en 2008, el 70 % de los caficultores vivía en condiciones de pobreza, el 48 % era analfabeta y el 98 % no estaba afiliado a seguridad social. Las oportunidades que ofrece la ciudad son tentadoras, especialmente, la educación superior. Los gremios agrícolas les deben explicar a los jóvenes que, con capacitación, el campo no es obsoleto, sino, que puede ser un sitio para materializar los conocimientos que la modernidad ofrece. Esta crisis de recolectores es un abrebocas del futuro agrario, debido al problema de relevo generacional. Es hora de sentarse a tomar varios tintos con los agentes implicados, puesto que impedir que el panorama cafetero se oscurezca, es responsabilidad de las instituciones gubernamentales, económicas y de la misma sociedad civil que, muchas veces, ignora la realidad de la taza de café que se toma.

muchos volvimos a sentir con la noticia del asesinato de los periodistas del Ecuador y, en tiempos de difíciles procesos de reconciliación, prender el televisor y escuchar que, “nunca tuvieron la intención de devolverlos con vida”, eso es clavarle el puñal a toda una Nación, que aún no sana las heridas causadas por el dolor de tantos años. La guerra es, sin duda alguna, el mejor ejemplo para reconocer que como humanos nos falta muchísimo, para llegar a esa racionalidad de la que tanto presumimos; hoy no solo es un arma, un empalamiento o una gota de sangre. En la cotidianidad, la guerra también se refleja en un grito, un señalamiento, el desprecio o la indiferencia. Esta última es la problemática más grave que podemos sufrir como país: naturalizar cualquier tipo

de violencia, es tan desgarrador como decir que, “al menos solo fueron tres”. Queda, entonces, el complicado reto de perdonarnos primero a nosotros mismos e involucrarnos en ese proceso, que tan distante les ha parecido a muchos, porque, a fin de cuentas, firmado ya está y antes de criticar, hay que participar, involucrarnos en el cuento de que como sociedad, debemos permanecer unidos y aprender de un pasado que no se puede repetir. Vamos todos a ponernos la mano en el corazón, la razón y la acción, porque estamos votando decisiones importantes, a partir de las cuales recibiremos cambios, gústenos o no. No obstante, siempre estamos a tiempo para tomar las riendas y el rumbo, hacia todo lo que nos hace falta como humanidad.

*Trabajo finalista en la Categoría Opinión en Visión 2018.

CRÍTICA DE CINE

AGRIDULCE: MATAR A JESÚS (2017) Manuela Rendón Uribe / manuela.rendonu@upb.edu.co

Toda película tiene detrás una historia que mueve al artista a crearla. El caso de Matar a Jesús no es excepcional en relación con esto. Laura Mora Ortega, directora de la producción, hace catarsis ante el asesinato de su padre, mediante sus expresiones, y lo que le ocurre a Paula (Natasha Jaramillo) y el proceso en el cual esta logra superar la frustración y el dolor que le ocasionó perder a su progenitor, en una ciudad como Medellín, donde la venganza y la violencia pululan. A diferencia de otras películas y series reconocidas que intentan retratar a Medellín, el largometraje resalta nuevas perspectivas sobre el mundo del sicariato. Jesús (Giovanny Rodríguez) convierte en ícono el desencanto que tiene esta ciudad entre sus comunas y calles pobladas, y los aprietos que empujan a un joven al extremo de la delincuencia. Jesús es la viva representación de una ciudad cambiante, es el personaje más complejo dentro de la trama: muda la piel del sicario tradicional sin determinaciones y se transforma en la víctima que se disfraza de victimario. Sus dolencias, problemas y, a la vez, su humanidad lo hacen un personaje tan carismático, que empatizamos mucho más con él, que con cualquier otro personaje. Este no es un largometraje de drogas, prostitutas y sicarios en motocicleta, es una cruda obra de arte tejida entre la ruinosa Medellín y la carga dramática y narrativa que se le impregna en algunos momentos: observamos a una Paula taciturna y triste en las festividades; una Paula melancólica en medio del agua; un Jesús decidido, mientras recorre las avenidas vacías de una ciudad; cada momento envuelto en medio de atracos, asesinatos y sicarios, entre guiones crudos y tramas secundarias planas. ¿Cómo mezclar adecuadamente la rudeza de la trama y la emotividad que plantea en aquellas pausas narrativas? Aunque, el largometraje es destacable y único en su historia, desdibujar las fronteras tan características de la ciudad, logra que se pierda una posible riqueza escénica, pues la historia se desarrolla en un ambiente cliché de degradación y desamparo social, sin mostrar otras posibles caras de Medellín. Es imposible negar la violencia que persigue a la Ciudad de la Eterna Primavera desde décadas pasadas, pero, estancarse dentro de este panorama, es peligroso para la creación artística. Matar a Jesús posee un personaje difícil, como el que caracteriza Giovanny, el cual logra desarrollar con éxito, en una historia que no se conecta por completo con la típica narración de la ilegalidad. Sin embargo, plantearse la historia entre las mismas calles, la misma universidad y los mismos problemas sociales excluye la posibilidad de mostrar la Medellín diversa que hoy existe. El filme ha abierto las puertas a nuevas exploraciones artísticas, a nuevos rostros del lado marginado de la ciudad, pero, es necesario seguir descubriéndolo, abriéndolo a nuevas historias que narren las calles y las caras, de las que nadie habla.


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EDITORIAL

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LA TAREA ES COMPRENDER periodico.contexto@upb.edu.co

Las circunstancias se imponen. Los acontecimientos en torno al proyecto Hidroituango crearon sombras, que opacaron ante los reflectores de la opinión pública a las disputas delictivas y otros problemas de violencia en los barrios de Medellín, que habían ocupado con persistencia la agenda reciente de las noticias y el debate cotidiano. El vertiginoso ritmo con que se presentan estas situaciones no debe desdibujar el calado de las mismas, la trascendencia que tienen, entre otras cosas, porque también nos hemos acostumbrado a asuntos como la violencia armada o las polémicas en torno a obras de infraestructura, que emergen con alguna periodicidad. De esto último, es ejemplo lo ocurrido con el más

grande proyecto hidroeléctrico del país, a pesar de que este caso en particular tiene elementos inéditos en nuestra historia. ¿Es posible identificar una tarea en medio del vértigo y la complejidad de los acontecimientos? Es posible y es, ahora como nunca antes, indispensable. Es ahora que priman las sentencias sobre las opiniones; es ahora que predominan las calenturas como bases de los argumentos; es ahora que esos juicios, en caliente, tienen un eco que antes no tenían; es ahora que empezamos a ver el curso de los asuntos de interés público, convertido en ciclos que quedan en evidencia, cuando los acontecimientos se repiten, vuelven a presentarse y, peor aún, a discutirse como antes.

Enterarse de esos hechos es importante y el mismo aluvión de opiniones sobre ellos, día a día, demuestra que la información sobre estos es un terreno más conocido que el de la comprensión de los sucesos. Esa es la tarea en medio del vértigo y la complejidad a la que aluden estas líneas. La información que nos permita saber qué ocurre es importante, necesaria, pero, lo es, también, la que busca ayudar a comprender. En Contexto reconocemos la importancia de la información comprensiva y asumimos el compromiso con ella, al enfocarnos en el funcionamiento del sistema judicial, para comprender cómo proceden las denuncias contra miembros del clero y así entender que

una investigación no es lo mismo que una condena, por ejemplo. Lo hacemos también cuando escarbamos con preguntas las causas de la violencia recurrente en el Bajo Cauca (que al cierre de esta edición, vive el momento más difícil de su convivencia con el segundo río más importante del país) y la que aparece en gestos que se hicieron normales, en momentos tan humanos como el del nacimiento (violencia obstétrica). Y aunque todos los años estamos aprendiendo junto a nuestros nóveles periodistas, por experiencia, podemos decir que, cuando comprender es la búsqueda, resulta más fácil ayudar a encontrar alternativas de solución. De nuevo, las circunstancias se imponen.

COMUNICADO DE LA RED COLOMBIANA DE PERIODISMO UNIVERSITARIO

EL EJERCICIO LIBRE DEL PERIODISMO ES CONDICIÓN FUNDAMENTAL PARA LA DEMOCRACIA La Red Colombiana de Periodismo Universitario se reafirma en su convencimiento de que el ejercicio libre del periodismo, es condición fundamental para la existencia de una sociedad regida por los principios de la democracia. Por esta razón, ha visto con profunda preocupación los recientes acontecimientos de violencia, registrados en la zona fronteriza entre Colombia y Ecuador. La Red expresa su profundo sentimiento de solidaridad con los familiares y colegas del periodista Javier Ortega, el reportero gráfico Paúl Rivas y el conductor Efraín Segarra, trabajadores del diario ecuatoriano, El Comercio, recientemente asesinados, en cumplimiento de su misión periodística. En su condición de iniciativa académica, que promueve espacios y actividades a favor del ejercicio libre de la prensa, por parte de los periodistas en formación, la Red Colombiana de Periodismo Universitario reclama de los estados colombiano y ecuatoriano la garantía plena de las condiciones que permitan, por parte de la prensa, el conocimiento y la comprensión de los complejos acontecimientos que se

presentan en la frontera, entre ambos países. Tal como lo han demandado los medios integrantes de la Sociedad Interamericana de Prensa, en su más reciente reunión en Medellín, la Red hace votos para que se garantice la labor conjunta de la prensa colombiana y ecuatoriana, para informar sobre la situación que se vive en esa región. A los miembros de la Red, como formadores de periodistas, nos preocupa que estas situaciones de violencia ensombrecen el panorama para el libre y juicioso desempeño del periodismo. Los medios de prensa que hacen parte de la Red, pertenecientes a 24 universidades en Colombia, trabajaremos en afianzar los lazos de colaboración en favor de la comprensión de estos retos. Extendemos la invitación a los colegas ecuatorianos a colaborar con estos propósitos, ahora que el asesinato de los miembros del diario El Comercio nos llama a imponer la solidaridad, más allá de las fronteras. Abril 16 de 2018 Firman equipos de dirección de los medios adscritos a la Red de Periodismo Universitario: Unimedios Universidad Santiago de Cali

El periódico de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Contexto Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín) Agencia Central de Noticias (ACN) Universidad Central Datéate al Minuto Corporación Universitaria Minuto de Dios (sede principal) Programa de Comunicación Social Corporación Unificada Nacional de Educación Superior CUN Estación V - Revista Plataforma Universidad Pontifica Bolivariana (Bucaramanga) Unidad de Investigación Periodística Universidad Politécnico Grancolombiano Proyecto En Directo Facultad de Comunicación Universidad de La Sabana Periódicos Página, UniDiario y sistema UM Central Escuela de Comunicación Social y Periodismo Universidad de Manizales Periódico 15 Universidad Autónoma de Bucaramanga

Revista digital Dosis Programa Comunicación Audiovisual y Digital Fundación Universitaria del Área Andina, seccional Pereira El Anzuelo Medios Universidad de Ibagué Expresión Universidad Católica de Pereira Revista Ciudad Vaga Escuela de Comunicación Social Universidad del Valle Asociación Cultural Periódico Nexos Universidad Eafit Revista Un Pretexto Universidad de Boyacá Laboratorio De la Urbe Universidad de Antioquia Revista Pasá La Voz Pontificia Universidad Javeriana (Cali) Revista Bitácora Universidad Eafit Medios Universitarios Programa de Comunicación Social Universidad Católica Luis Amigó (Medellín)

Miembro de la Red Colombiana de Periodismo Universitario • Rector: Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda / Decano Escuela de Ciencias Sociales: Ramón Arturo Maya Gualdrón / Directora Facultad de Comunicación SocialPeriodismo: María Victoria Pabón Montealegre / Coordinador del Área de Periodismo: Juan Manuel Muñoz Muñoz / Dirección: Joaquín A. Gómez Meneses / Redactores en esta edición: Jacobo Betancur Peláez • María Camila Ramírez Cañón • Julián Andrés Osorno • Manuela Molina Cerezo • Juliana Restrepo Zuleta • Valeria Echeverri Pérez • Juan Pablo Pineda Arteaga (Visor) • Laura Restrepo Posada • María Camila Tamayo Tamayo • Julián Andrés Serna Gutiérrez / Diseño: Estefanía Mesa B. • Carlos Mario Pareja P. / Diagramación y corrección de textos: Editorial UPB / Impresión: La Patria // Universidad Pontificia Bolivariana • Facultad de Comunicación Social - Periodismo / Dirección: Circular 1a No 70 - 01 Bloque 7 Oficina 401 / Teléfono: 354 4558 / Twiter: @ pcontexto / Correo electrónico: periodico.contexto@upb.edu.co / ISSN 1909-650X


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ESTE TIEMPO

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Cruces de caminos, culturas y factores de confrontación

LAS VUELTAS DE LA VIOLENCIA Y EL MIEDO EN EL BAJO CAUCA Jacobo Betancur Peláez / jacobo.betancur@upb.edu.co

En lo corrido de este año, las Naciones Unidas, la Defensoría del Pueblo y la Alcaldía de Medellín han denunciado oleadas de desplazamiento y el repunte de la violencia en esta subregión de Antioquia. Análisis no coyuntural de las causas de este fenómeno. El Clan del Golfo, el ELN y las disidencias de las FARC se cuentan entre quienes se disputan a sangre y fuego, el control del Bajo Cauca antioqueño y durante lo corrido de este año han ocasionado una nueva escalada de violencia, que les da terreno y poder sobre miles de hectáreas de coca, en una de las regiones geográficamente más estratégicas del país, para el negocio del narcotráfico. A mediados de abril de este año, la Alcaldía de Medellín denunció que más de 1 825 personas provenientes de esta región habían llegado a la ciudad huyendo de la violencia. Una cifra que equivaldría a más de la mitad de los desplazados que han arribado al municipio, en el transcurso de 2018, según cálculos oficiales. A esta alerta de la Alcaldía se suman varias que ya habían sido emitidas por la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR) y la Defensoría del Pueblo, a comienzos de este año, donde se pedían acciones al Estado colombiano, para garantizar la seguridad en ese territorio. Para abordar esta problemática, diversos expertos coinciden en que deben abordarse tres aspectos fundamentales: la dinámica de los actores armados que tiene presencia allí, la economía de la hoja de coca y la ausencia del Estado.

¿Qué dice el pasado? Históricamente, la región de Bajo Cauca ha sido un botín que se han disputado diversos grupos armados, desde el desaparecido Bloque Mineros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), hasta las FARC, cuyo vacío de poder que

El comercio es otra de las vetas del desarrollo económico del Bajo Cauca. En la imagen, centro del municipio de Zaragoza. Foto: Contexto.

dejaron luego de la firma de los acuerdos de paz, es una de las principales causas del reciente brote de violencia. En entrevista para Contexto Radio, Ricardo Cruz, periodista de Verdad Abierta e investigador de esta región, explicó que las claves para encontrar una explicación a lo que está ocurriendo hoy, pasan por entender la naturaleza de los actores armados y la configuración económica de la región. “Lo que estamos viendo hoy es la conjunción de dos procesos de desmovilización. Por un lado, tenemos a las AUC, que tuvo un gran poder en municipios como Cáceres, Caucasia, Tarazá, Nechí y Zaragoza. Una desmovilización con grandes fallas, en la que muchos combatientes conformaron bandas criminales. Por otra parte, tenemos el proceso de dejación de armas de las FARC, este grupo tenía mucha influencia en municipios como Tarazá, El Bagre, Zaragoza. Y, además, hay que entender la presencia histórica del ELN, en el municipio de Cáceres”, analiza. Todo esto, en un territorio que ha tenido la fuerte injerencia de una economía ilegal, basada en la hoja de coca y en las minerías informal, ilegal y criminal. Bajo esto, explica Cruz, lo que se tiene “es un coctel explosivo”.

La lucha por la coca El botín más preciado que hoy alimenta la confrontación entre las disidencias de las FARC, el Clan del Golfo y el ELN es la economía de la hoja de coca. Según cifras del último reporte sobre territorios afectados por cultivos ilícitos, que publicó en julio de 2017 la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el Bajo Cauca (junto con el Catatumbo y el Magdalena Medio) hace parte de la denominada Región Central, que aporta más de la cuarta parte de toda la coca que se cultiva en el país. Según explica el informe, la Región Central tuvo una participación del 28 % de los cultivos de coca detectados en el país, con un aporte de 40 526 hectáreas, de las cuales, el 39 % estaban sembradas en la subregión del Bajo Cauca. “Los municipios de Antioquia más afectados son Tarazá, Valdivia y Cáceres, donde se encuentra el 63 % de la coca del departamento (8 855 hectáreas); específicamente, los cultivos de coca están asociados principalmente a los centros poblados de Barro Blanco y El Doce en Tarazá y Raudal Viejo, La Caucana y Puerto Valdivia en Valdivia. Después de varios años, en 2016 se vol-

Entre otras cosas, el Cauca es autopista y despensa que surte el desarrollo de sus pueblos ribereños. Foto: Contexto.

vió a detectar coca en Chigorodó y Caucasia”, precisa el documento. Además, paralelo al incremento de los cultivos de coca, otra variable que entra en la ecuación, es la posición geoestratégica que tiene el Bajo Cauca, para el negocio del narcotráfico. Asentada a los pies de la cordillera Central y rodeada por los ríos Nechí y Cauca, el Bajo Cauca es un punto de paso obligado para el tráfico de drogas; una variable directamente afectada por el vacío militar que dejaron las FARC, con su dejación de armas. Por lo tanto, quien logre copar esos espacios, tendrá la ventaja en el negocio del narcotráfico, de cara a los próximos años. “El Bajo Cauca es un territorio que permite la fácil conectividad con otras regiones como el Magdalena Medio, el sur de Córdoba, el sur de Bolívar e, incluso, con el Urabá antioqueño, a través del Nudo de Paramillo. Además, como es una región tan vasta, es fácil ocultar laboratorios y construir pistas clandestinas para el embarque de la droga”, explica el investigador Ricardo Cruz.

La ausencia del Estado Por otra parte, el débil papel del Estado para cumplir sus funciones básicas en la región, es otro de los factores que alimentan las dinámicas al margen de la ley. A pesar de varios intentos, como el fracasado Plan Nacional de Consolidación (que fijó esta subregión como una de las más problemáticas del país), los organismos oficiales no han logrado establecer un control real en la zona. Para Jorge Eliécer Rivera, ex director del Jardín Hidrobotánico de Cau-

casia, la reflexión pasa por entender esa ausencia del Estado y la forma en que la ilegalidad se ha ido volviendo algo normal entre sus habitantes. “El Estado Social de Derecho en el Bajo Cauca es una cosa nominal. Es una posibilidad a futuro, pero, no existe. Esta situación ha causado que muchas de estas condiciones delictivas y criminales, como población, las vamos legitimando y acostumbrándonos a vivir con ellas”, reflexiona Rivera. Además, resalta Rivera, la búsqueda de soluciones a los problemas de esta subregión debe comenzar por resolver la corrupción, un fenómeno que se ha instalado en todas las instituciones del Estado. En este sentido, organizaciones como la Misión de Observación Electoral (MOE), han venido alertando de las probables presiones que diversos grupos armados ejercen en la época de elecciones, en las que podrían salir elegidos candidatos, que defiendan los intereses de estos grupos. De cara a los próximos años y pese a diversos esfuerzos gubernamentales, la situación no es alentadora. Mientras los cultivos de drogas siguen expandiéndose por el territorio, tal como lo indican las últimas mediciones de las Naciones Unidas, y mientras las disidencias de las FARC, el Clan del Golfo y el ELN intensifican sus operaciones para controlar el territorio, para el Estado será cada vez más difícil encontrar espacio para estabilizar la situación y asentar allí sus instituciones. Entre tanto, la población civil, seguirá encontrando en los cascos urbanos, la única salida concreta para huir de las balas.


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Memorias del certamen de estudiantes para estudiantes

UNA VISIÓN DEL POSACUERDO DESDE LA ACADEMIA María Camila Ramírez y Julián Andrés Osorno / periodico.contexto@upb.edu.co

Visión, el encuentro académico anual organizado por la Facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín, convocó a la reflexión y a la conversación, esta vez, para confrontar desde la comunicación, la realidad colombiana en tiempos de posacuerdo. Resumen. El acuerdo para la terminación del conflicto entre el Gobierno y las FARC-EP, que tuvo varios intentos fallidos, cerró un periodo de enfrentamiento sangriento, que duró más de 50 años. Aún no se puede hablar de un posconflicto, porque quedan otros grupos al margen de la ley, en confrontación con el Estado. Entre las motivaciones para la discusión propuestas por Visión en 2018, está que el posacuerdo nos lleva a hacer un ejercicio de memoria sobre lo ocurrido, darle voz a víctimas y victimarios, descubriendo, incluso, que la línea que los distingue, a veces, es muy delgada; en general, a hacernos preguntas que nos lleven a entender un presente que, además de nuevo, es muy complejo. Las universidades son los lugares idóneos para discusiones que aporten luces en materias de ese tipo. Esa es la relevancia del espacio generado por Visión, la cual crece cuando las miradas que allí se convocan, son diversas y ayudan a erradicar los prejuicios. Por eso vale la pena saber qué se escuchó en Visión 2018. El contexto a la conversación lo puso la mirada histórica de Lucía González Duque, miembro de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, quien dijo que: “Hay que reconocer el pasado para construir el futuro que queremos. Los ciudadanos tienen que entender la historia y construir su pensamiento crítico”. En su intervención sobresalió una pregunta que retó al auditorio: “¿Cómo hacemos para participar en la movilización social y construir un acuerdo que nos permita vivir en comunidad?”. González invitó a prestar atención a los ejercicios de memoria que hace el país, porque la mayoría surgen del dolor de quienes han vivido la guerra. Esto lleva a reflexionar sobre el quehacer como comunicadores sociales – periodistas, humanos, compasivos y empáticos, capaces de colocarnos a la par de los demás y hacer un trabajo que considere el lugar del otro. Si algo quedó claro, es que es necesario movilizar mucho más que opiniones y voluntades, para superar los retos de un contexto como el del posacuerdo con las FARC. La conversación de Edgard Moncayo, investigador emérito reconocido por Colciencias y Carlos Arboleda, miembro de la Red de Innovación Social en Antioquia, con David Ballestas, excombatiente de las FARC y la profesora Érika Jaillier, esclareció nociones básicas sobre innovación social, en torno a las cuales se puede concluir que este es un escenario en el que es bienvenido y fundamental el trabajo y el co-

nocimiento de todos. El testimonio de Ballestas sirvió como ejemplo contundente: “El acuerdo trajo beneficios para unos pocos, nosotros, los de mandos medios, no tenemos acompañamiento, nos están exterminando” y lo dijo como un llamado fuerte a la reflexión de los asistentes. “¿Cómo podemos trabajar con los diferentes miembros de la sociedad para construir paz?”, fue la pregunta que quedó en el aire. En relación con ello, la Agencia para la Reincorporación y Normalización alimentó la conversación con un llamado a la verdadera reintegración de los desmovilizados, pues, “El gran reto para la reincorporación es la estigmatización que hay hacia estas personas”, explicó Paulo Andrés Serna, coordinador de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización en el Valle de Aburrá, quien señaló que la sociedad colombiana no puede apurar un proceso que debe tratarse con delicadeza. A propósito de la importancia de los ejercicios de memoria señalada por Lucía González Duque, Daniel Mauricio Vásquez, líder de Promoción del Lazo Social y Alianzas del Museo Casa de la Memoria, hizo un análisis del trabajo de este proyecto, que nació como respuesta a la petición de las comunidades que construyen memoria, para la reparación simbólica de las víctimas del conflicto y añadió que: “La memoria no se queda solo en el conflicto, es un proceso personal. Hay muchas personas que no quieren recordar y está bien. Lo importante es entender que la memoria pretende construir una nueva sociedad”. Vásquez rescató el papel de los centros de memoria histórica en rememorar a las víctimas y hacer visible su dignidad, indicó que, a pesar de que el museo pertenece a la institucionalidad, los ejercicios más reveladores de memoria surgen espontáneamente. Finalizó diciendo que: “A través de ejercicios de memoria hay que sensibilizar a las personas, hay que insistir y persistir”. La idea de esto es generar más acciones de inclusión y participación, para empoderar a cada persona sobre las realidades del conflicto y los retos que tiene el posacuerdo. Los asistentes a Visión ya reconocían el poder de la conversación para abordar con calma, pero con pasión, las discusiones sobre el tema que se proponía este año. Desde el periodismo, aportó numerosos elementos adicionales, la invitada Andrea Aldana, quien explicó que es periodista independiente, desde que entendió que ello era necesario para hacer un trabajo crítico. Reflexionó

en torno a la ética y el profesionalismo, pero también, dejó ver la pasión que siente por su trabajo y sus historias. Su testimonio del conflicto, cómo lo cubrió y lo cubre desde la soledad de ser freelance, así como también, los riesgos que ello implica, la responsabilidad que ello supone, los dilemas en que se emborrona la línea entre lo legal y lo ilegal. Aldana aseguró que: “El trabajo bien hecho y con pasión, trae más trabajo”, por eso cerró con una frase que interpeló al auditorio: “Se puede. Hay que meterle corazón”. Desde la comunicación audiovisual hubo aportes representados en dos paneles. El primero fue una conversación entre los fotógrafos Jesús Abad Colorado y Santiago Escobar, quienes hablaron de su experiencia del conflicto, sus trabajos e ideas. Escobar contó que aprendió a disparar un fusil antes que una cámara y dijo que creó una nueva narrativa simbólica frente al desplazamiento forzado, a la que le dedicó varias fotografías. Colorado, por su parte, afirmó que cuando va a fotografiar, primero es la ética y luego el contexto. Sobre el conflicto hizo una amplia reflexión a los asistentes y rescató el papel del fotógrafo, porque puede lograr transformaciones profundas, puesto que: “Una fotografía se hace para dejar testimonio” y para lograrlo, es importante tener claro que: “A manejar una cámara se aprende en un día. Ponernos en el lugar del otro, debe ser la prioridad”. Concluyó diciendo que: “Las fotografías se hacen con las pulsaciones del alma”. El segundo panel fue con Laura Mora, quien habló de su experiencia con el largometraje Matar a Jesús, y Daniela Abad sobre sus trabajos: The smiling Lombana y Carta a una sombra. Como respuesta a las críticas que le hacen a su película, Mora dijo que: “La función del cine no es vendernos en el exterior, eso le corresponde al Gobierno. Esa idea genera un prejuicio con el cine”. No obstante, reconoció que la película “habla” con todo el mundo. A su turno, Abad confesó que: “Es inevitable salir del contexto de vio-

Lucía González Duque es integrante de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad. Participó en Visión 2018 dándole valor a la historia para entender nuestros conflictos. Foto: Sofía de la Rosa, Juan Pablo Ramírez, Juan Guillermo Serna, Kennyjessel.

lencia. Es imposible salirse de ahí, porque es una realidad que no se puede esconder”. La mirada desde el arte la aportó César Jaramillo, de la Corporación Picacho con Futuro, quien hizo un recuento histórico de la ciudad y resaltó el impacto de las drogas en la historia de Medellín, en la década del 70, la que describió como una “olla de desigualdad”. Con igual contundencia señaló que frente a esto, “Todos tenemos un impulso por crear” y se refirió a iniciativas como Pequeños Escritores, proyecto que integra a los niños, mediante la producción de escritos. Invitó a los comunicadores y periodistas a conocer estos espacios de resistencia desde la cultura, para narrar y comunicar desde lo humano, más que desde lo técnico. Visión 2018 empezó la conversación con diversas miradas en torno al tema. Queda la tarea de seguir reflexionando, hacer preguntas y buscar soluciones en esta Colombia del posacuerdo.

EN LA WEB Encuentre las voces de Visión 2018 buscando en la plataforma IVOOX.com a Contexto UPB.


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ROSTROS

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Formas de llegar al mundo

LA LUZ EN LAS MANOS Manuela Molina Cerezo / manuela.molinac@upb.edu.co

Una crónica con raíces ancestrales, que habla de lo que parece una tendencia, pero resulta una propuesta para pensar sobre la necesidad de preservar el sentido humano del nacimiento. “Ellos se hubieran esperado cualquier cosa de mí, yo era la oveja negra de la familia”, cuenta Marisol Pineda. Estudiaba Agronomía, cuando se fue a vivir a la montaña con su pareja, que es naturópata. Él la inició. Tuvo a su primer hijo hace 17 años: “Fue una gestación muy tranquila, sembramos lo que comimos, recogimos el agua de los nacimientos y construimos nuestra propia casa”, cuenta ella. Vivieron eso como un proceso natural: no se prepararon, ni tenían un plan. Junto a él supo escuchar su cuerpo y confiar en sí misma. Simplemente, dejó que las cosas fluyeran y por su mamá, tuvo un control médico. Lo único que tenían era el instante, un cuchillo especial para cortar el cordón umbilical y unas cuantas plantas. Después de su segundo hijo, tuvo en Venezuela a una niña: su única hija. También vivían en la montaña, así que bajaron a la casa de una amiga suya. Al principio, le daba pena quejarse por las contracciones, hasta que al final de la madrugada no se aguantó más, la llevaron al hospital, lo logró en un solo pujo. Ese parto fue para ella el más bonito, por ser tan fluido. Desde ese momento supo que quería ser partera: fue un don que le dieron sus hijos. Se formó como terapeuta, aprendió de las plantas y del yoga, estudió Masoterapia y ahora, la Medicina China. Alejandra Isaza, antes de ser partera, dio a luz a su primer hijo cuando tenía 15 años. Su madre, también partera, no atendió su parto, por ese pequeño temor que, al fin y al cabo, invade a todas, y fue a dar a un centro de salud. La experiencia con sus hijos fue muy distinta a lo que hace hoy en día: llevar partos humanizados, espirituales, en casa y con un trabajo emocional profundo con las familias.

En medio del miedo, dice Marisol, creen que necesitan un montón de controles, se hacen más de tres ecografías e intervenciones médicas innecesarias. Para vencer el miedo, uno de los rituales que realizan las parteras es el temazcal, heredado de tribus norteamericanas. En la semana 37, hacen una tienda con forma curva, como si la tierra misma estuviera embarazada. Invitan a la familia y a los amigos, para convocar a los cuatro elementos. Le llaman baby shower ancestral, porque los invitados llevan piedras, caracoles o plumas, para hacer un collar y compartir con la palabra o el silencio, algo espiritual. “La mujer entrega todos sus miedos, porque el fuego cambia todo lo que toca”, dice Alejandra. Recuperar el poder de lo natural es primordial para ellas. “El mundo lo hace adormecer a uno, lo pone a vivir en algo ilusorio”, dice Marisol. Y lo mismo sucede cuando a una mujer le aplican la epidural o le inducen el parto: deja de sentir y de vivir plenamente todas esas sensaciones. Se termina agotando su instinto. También cuenta que el cuerpo mismo se prepara y es capaz de liberar endorfinas, para que el umbral del dolor sea más alto. Tanto Marisol y Alejandra pertenecen a la misma tradición, hacen parte de la misma comunidad, la del taita Orlando, en donde se reunieron con abuelos indígenas de diferentes partes del país, con los que aprendieron de las plantas, hicieron trabajo espiritual y recuperaron un conocimiento ancestral sobre la partería, para ejercer su labor. De esta comunidad son parte Santiago Vanegas, quien por petición suya recibe un nombre ficticio, para reservar su identidad, y su esposa, Verónica Álvarez.

Factores culturales tienen alta incidencia en las formas de dar a luz en la actualidad. El de las parteras es un trabajo vigente ahora que hay quienes buscan devolver el sentido ancestral del parto. Ilustración: Melissa Usme Botero - @MeliUBotero.

Estamos acostumbrados a un tipo de violencia con armas, cuchillos, en la que hay muertos…”, afirma Santiago. En la violencia obstétrica aparecen comentarios irónicos, chistes, sobrenombres, críticas por llorar o gritar; les impiden cambiarse de posición, caminar, beber líquidos y tener contacto con el recién nacido. En el nacimiento de su primer hijo, querían conservar la placenta tras el parto. Tuvieron que presentar un derecho de petición, en el 2012, para que se las entregaran y para que ella estuviera acompañada por él. Pero desde que llegaron, Santiago pensó: “Por urgencias entra el abaleado, el que tiene tuberculosis, ¿por qué el embarazo en un sitio que es de enfermedad?”. Y arriba, la ginecobstetra, que estaba de turno, le dijo a Verónica que le daba la placenta, pero él no podía entrar, porque no le gustaba que la vieran trabajar. Puede atenderla alguien más, fue su sugerencia. Santiago rogó al celador para que lo dejaran entrar. Las enfermeras se burlaron de Verónica por Guayara, su apellido materno: “¡Las indígenas son verracas!”, le decían con risa. Ella no estaba lo suficientemente empoderada, pero sabía que algo no andaba bien. Santiago estaba en sexto semestre de Medicina en la Universidad de Antioquia, entonces, Verónica le dijo después que por qué no le preguntaron si autorizaba la episiotomía (el corte vaginal para ampliar el diámetro) y que la no la limpiaron tras defecarse. Ya cuando iba a nacer su segundo hijo, Santiago le pidió atender el parto a Bernardo Agudelo, maestro suyo y ginecobstetra, especializado en parto humanizado y natural. Ya estaban más informados, porque él fue a La Primavera, una clínica en Ecuador, en la que el parto es como un templo. Hizo un préstamo para tener una habitación en una clínica y tenerlo por el agua. Tenían la piscina y estarían acompañados por una doula, una mujer que instruye a la madre y le da medidas de confort. Pero se adelantó y fue Santiago quien atendió el parto. “Cuando uno permite que el parto sea fisiológico, uno se deja llevar por ese instinto, porque uno lo tiene, nadie tiene que decirte cómo pujar o cómo respirar”, menciona sonriendo, Verónica. La forma de parir cambió, cuando unos médicos le sugirieron a Luis XIV acostar a las mujeres, al tiempo que afirmaban cosas que Santiago en algún momento también dijo: “El que más se mueva, el más gordo, el más grande, el más rosado: ese es hijo del rey; pero el chiquitico y moradito, no”. Complicaron un proceso fisiológico, porque la posición va en contra de la gravedad. “Estamos acostumbrados a un tipo de violencia con armas, cuchillos, en la que hay muertos…”, afirma Santiago. En la violencia obstétrica aparecen comenta-


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rios irónicos, chistes, sobrenombres, críticas por llorar o gritar; les impiden cambiarse de posición, caminar, beber líquidos y tener contacto con el recién nacido. No hay un consentimiento en la episiotomía, en la amniotomía para romper la bolsa, en la oxitocina para acelerar la labor o en el rasurado del vello púbico. Por no hablar de la maniobra de Kristeller, que hace presión extrema hasta que salga el bebé. Ahora, según los parteros, hacen cesárea por cualquier cosa. Se demoran menos y ganan más. Desde eso, Santiago y Verónica ofrecen acompañamiento con sentido humano del embarazo, que va desde la gestación e, incluso, desde antes de la concepción, pasando por el parto hasta el posparto y el cierre de la cuarentena. Por lo que cobran cinco millones, mientras que una partera promedio puede cobrar entre un millón doscientos y un millón quinientos mil pesos. No están en contra de la medicina occidental, de hecho, dice Santiago: “La cesárea es una cirugía salvadora, si el bebé está sufriendo, si viene la placenta primero, si hay un sangrado masivo y el bebé no se asoma, hay que hacerla”. Para el nacimiento de su tercer hijo, los acompañó Alejandra, como su partera. Ella llevaba dos semanas con contracciones fortísimas: “Yo le hacía las revisiones y veía el cuello cerrado. ¡No, mi amor, ahí no hay nada!”, cuenta él con risa. Pero ella no pasaba de dos centímetros de dilatación, según él algo pasó en el segundo mes de embarazo. Le puso antibióticos, porque “la puerta no solamente se abre para que el bebé salga, sino, para que entren bacterias”. El ritual con el frailejón es un momento íntimo de la pareja, en el que unos días antes del parto recuerdan desde que se conocieron, sacan todo lo bonito y lo malo. La idea es que se miren todo el tiempo y que no bajen la mirada, dice Alejandra. Prenden el frailejón para hablar. Esta planta ayuda a sacar los calores, rabias, cosas difíciles o guardadas. Muchas veces lo dejan para lo último y una vez lo hacen, entran al instante en trabajo de parto. Así mismo, cuando Verónica reconoció que en su segundo mes supo que su mamá tenía cáncer de seno, se echó a llorar. “¡Eso, eso, saque todo!”, le decía él y el expulsivo que tardó 12 horas, pasó en 5. Otro de los rituales es la limpieza de algodones, que clarifica la memoria que tienen ancestralmente. Los invita a un viaje, a una introspección y a un trabajo constante durante la gestación, en el que recuerdan y conversan con padres y abuelos cómo fue su infancia, cómo llegaron al mundo, si tuvieron complicaciones. Ahí se ve si están repitiendo historias y qué hay por sanar.

Para Alejandra, “los bebés están pidiendo una manera diferente de nacer” y, por eso, desde la gestación hacen trabajo espiritual y ritual, aromaterapia, masajes, musicoterapia, apoyo emocional y espiritual, ofrendas a cerros y lagunas. Lo ideal es que lleguen antes de concebir, para hacer revisiones físicas, escuchar a la pareja y hacer terapia de la matriz, para acomodar bien el útero, junto con baños especializados para los órganos reproductores, tanto en la mujer como en el hombre. Es la tendencia a volver a lo natural lo que las sostiene, pero solo pueden trabajar en las casas de las familias, porque para algunos, lo que hacen, puede verse como algo inseguro, además, los médicos cuestionan su asepsia, eso afecta que en Colombia tengan un reconocimiento formal, aunque no tengan una prohibición legal. Pero, esperan tener una casa especial para partos. Se visten con ropa ceremonial blanca o roja, se cubren el cabello y en la cadera llevan puesto un chumbe tejido, para proteger su centro energético, en caso de hacer fuerza. Llevan plantas, algodón, gasas, alcohol, guantes, succionador, cuchillo de obsidiana, doppler, tensiómetro, materiales para venoclisis y chirrinchi, licor que sale de una destilación del maíz, lo mezclan con plantas y miel, para limpiar a la mujer, calentar su cuerpo y ayudar a la apertura. Alejandra les pide una gallina. Las hidrata con agua de hayo, agua de coco, suero y les hace un chocolate caliente con jengibre o pimienta. No miden la dilatación con números, sino, con el calor en la cabeza y con una vibración en la mano. Mientras que en el hospital les hacen tacto vaginal reiteradamente. Por eso es que Alejandra piensa que: “La mejor partera es la que menos tenga que hacer”. Contiene a ese ser en expansión, “en un estado de luz pura… A la mujer que acuestan en el hospital, le pueden llegar muchos pensamientos, pero ya está conectada, le meten la mano…, ¿qué humanidad hay ahí?”, dice ella. Han estado en trabajo de parto activas, por más de cuatro días. Marisol reanimó a un bebé que nació hipotónico, no se movía, pero cuenta ella que, “esa mujer tuvo la fortaleza hasta el final, para tener a su bebé en la casa”. Santiago llevó a la clínica a una mujer que llevaba tres horas en un expulsivo y tenía taquicardia fetal y Alejandra llevó a otra a la que no se le desprendió la placenta. Santiago siempre alcanza a lagrimear. Para él es un honor estar en el nacimiento y en la muerte de alguien. Es un momento sublime, sagrado, donde no pasa el tiempo. Por eso se le llama la “dulce

La partera es ese bálsamo para los momentos más difíciles, con ella renace el deseo de una familia de vivir lo natural, de recuperar la energía de su hogar y cuando esta tambalea, son también ese norte que les susurra espera”, como dijo una mujer atendida por Marisol: “La partera es ese bálsamo para los momentos más difíciles, con ella renace el deseo de una familia de vivir lo natural, de recuperar la energía de su hogar y cuando esta tambalea, son también ese norte que les susurra”. Luego, la mamá entra en una cuarentena. Está vulnerable y expuesta, tras estar en expansión total y necesita volver a recomponer su cuerpo. Además, nadie la prepara, va aprendiendo y descubriendo en el encuentro con su hijo. En ese periodo suelen hacer recomendaciones en la nutrición, acompañar la lactancia, preparar baños a la madre con plantas especiales y también emplastos con plantas machacadas, que se ponen sobre el vientre. Deciden qué hacer con la placenta: algunas la pintan, otras la encapsulan y hasta hacen batidos con frutos rojos y se la toman. Para conservarla usan sal marina o la ceniza que queda del temazcal. Tras sembrarlas, Verónica y Santiago han bautizado espiritualmente a sus hijos como Fuerza, Lluvia de Sol y Asiento de Arena. Al final de la cuarentena, la enrollan con telas, para devolver el cuerpo a su posición inicial y cerrar ese ciclo. Como dice Marisol: “Ser partera es la conexión con el todo, pasar umbrales, encontrarnos con la vida y la muerte, en un mismo hilo”.

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Las bases del derecho canónico

LA CARGA DE LA TOGA Juliana Restrepo Zuleta / juliana.restrepozu@upb.edu.co

Un estrado, un hombre vestido con toga, a su lado derecho, el sindicado con su defensor y al izquierdo, el fiscal que lo acusa, en el fondo se encuentran el público y los testigos, que irán pasando uno por uno al estrado, para ser sometidos al interrogatorio del juez y las partes. La imagen que viene a la mente sobre un proceso, cualquiera que fuere su materia, es siempre un estrado, dos partes (un demandante y un demandado) y el juez, quien llama la atención por la manera como llega a la sala de audiencias: con su “uniforme” de color negro, camina hacia el estrado, mientras todos los presentes se ponen de pie, hasta que este tome asiento. Alguna vez escribió Carnelutti en su libro, Las miserias del proceso penal: “Lo primero que impresiona a quien se asoma a un aula, en la que se debate en un proceso (…), es que ciertos hombres que actúan allí, visten un uniforme”. Se refería a la toga que lleva el juez o magistrado, sinónimo de autoridad, que da al proceso un aspecto solemne. El proceso termina siendo la manera en la que se concreta, lo que llamamos en la Constitución y en los códigos, como la jurisdicción: la potestad que tiene el Estado de resolver los conflictos que se presentan entre los ciudadanos, por medio de la decisión de una autoridad que es el juez. Sin embargo, esa jurisdicción se divide en muchas competencias, de acuerdo con diferentes criterios; uno de ellos surge a partir del asunto que se va a tratar y es por eso que hay jueces civiles, laborales, penales, de familia, entre otros. Todo este conjunto es más conocido como la jurisdicción ordinaria, pues solo se encarga de resolver asuntos, en los cuales intervienen los ciudadanos o los particulares.

Pero, existen, a su vez, otras jurisdicciones, como la jurisdicción contencioso administrativa, constitucional, disciplinaria y jurisdicciones especiales, entre las que se encuentran la indígena, los jueces de paz y la ahora conocida JEP (Justicia Especial para la Paz), quienes resuelven conflictos de carácter especial que, en muchas ocasiones, llegan, incluso, a chocar con la aplicación de la jurisdicción ordinaria. Este primer trabajo es para explicar en qué consisten cada una de estas jurisdicciones especiales o aquellos derechos que son aplicados de manera paralela al colombiano. Se enfocará en el derecho canónico, una de las jurisdicciones aplicables en nuestro país, como consecuencia de la celebración de tratados internacionales y a los que la Constitución de 1991 les ha dado prevalencia, como ocurre también con la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional, entre otros.

El derecho canónico en Colombia Todas las comunidades, por pequeñas que sean, han intentado consolidar una organización, de tal manera que los individuos puedan convivir de manera armónica, es así que el ser humano creó el derecho. Ese articulado de normas, que en ocasiones se ve tan com-

“Existen, a su vez, otras jurisdicciones, como la jurisdicción contencioso administrativa, constitucional, disciplinaria y jurisdicciones especiales, entre las que se encuentran la indígena, los jueces de paz y la ahora conocida JEP (Justicia Especial para la Paz), quienes resuelven conflictos de carácter especial que, en muchas ocasiones, llegan, incluso, a chocar con la aplicación de la jurisdicción ordinaria.”

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plejo y lejano, ha convivido con la humanidad, desde que el hombre encontró la necesidad de vivir con el otro, para poder subsistir. Se cree erróneamente que el único derecho que existe, es aquel que está en cada uno de los estados o países del mundo. Pero lo cierto es que cada una de las comunidades ha creado su propia regulación, entre ellas, la comunidad internacional o las comunidades indígenas, por ejemplo. Se incluyen también las comunidades conformadas por los religiosos y todos los laicos, que profesan una fe determinada, quienes conforman un colectivo que también se somete a un derecho especial, que varía de acuerdo con el credo. “Donde hay sociedad se necesita la ley y la Iglesia es una sociedad perfecta”, explicó monseñor Jorge Aníbal Bustamante, quien fue juez en el proceso de beatificación y canonización de la Madre Laura Montoya Upegui. Según el Anuario Pontificio de 2017, en 2015 Colombia ocupó el séptimo puesto entre los diez países con mayor número de bautizados en el mundo, con un total de 45,2 millones de feligreses. El dato se puede contrastar con los 48 millones 203 mil 405 de habitantes que se calculaban para Colombia, durante el mismo año. La Carta Magna dice que Colombia es un Estado laico, pero los datos muestran hechos contrastantes. El derecho canónico es el derecho de la comunidad católica, “es el conjunto de normas que regula las relaciones de los bautizados en la Iglesia católica, es decir, de los fieles laicos, religiosos, comunidades religiosas y jerarquía eclesiástica”, según monseñor Jorge Aníbal Bustamante, doctor en Derecho Civil y Derecho Canónico. Este ordenamiento acoge, entonces, a los laicos, como también a las personas que llevan una vida religiosa, las cuales deben seguir la normativa propuesta por el Código canónico promulgado por el papa Juan Pablo II, en 1983. Su nacimiento se remonta aproximadamente a unos 2 000 años atrás: “Surgió desde las primeras disposiciones en la Antigüedad, contenidas en el Evangelio y las primeras prácticas de los cristianos. Luego, se vio la necesidad de legislar sobre asuntos administrativos sobre los sacramentos —como en el caso de los catecúmenos— y sobre la labor de los presbíteros —quienes eran los consejeros del pueblo—. Fue así que se fue formando el derecho de los cristianos, particularmente, a través de los concilios, que fueron reuniendo la Iglesia naciente, que luego se volvió próspera, con la expansión del Imperio Romano, lo cual dio lugar a una estructura fuerte, que se consolidó, especialmente, en la Edad Media”, comentó monseñor.

El derecho canónico es muy diferente al derecho colombiano, específicamente, el derecho civil, pues tiene sus propios principios y fuentes, organización, procedimientos y una finalidad especial. Principalmente, lo que se busca con este derecho “es enseñar y santificar”, como lo afirmó Gustavo Ortiz Cano, abogado, especialista en Derecho Canónico y director del Consultorio Jurídico Pío XII, de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es por eso que mientras el derecho que se conoce en la cotidianidad, busca sancionar las conductas, el eclesiástico pretende regular las conductas externas, pero, también, el fuero interno de las personas. Se da mayor importancia a la moral y al aspecto interior del ser humano, pues cree en la salvación de los hombres, en otras palabras, se concentra en una dimensión intrínseca o interior de la conducta del ser humano. Pablo Andrés Palacio Montoya, licenciado en Ciencias Bíblicas del Pontificio Instituto de Roma y formador del Seminario Conciliador de Medellín, considera que: “La Iglesia es, ante todo, una comunidad de bautizados, luego, esta comunión de personas necesita unas normas para lograr una convivencia armónica y responder a las exigencias de Dios, que están contenidas en el Evangelio, norma de vida de todo bautizado. Pero ese Evangelio debe ser puesto en marcha, para que llegue a todas las personas. Ayuda a llevar una vida de fe”. No significa que el derecho eclesiástico sea sinónimo de liturgia, catequesis, moral, entre otros tabús, que aún existen en la sociedad y en los mismos católicos. En 1973, Colombia celebró un tratado internacional, conocido como el Concordato, con el Estado del Vaticano, esto con el propósito de regular las relaciones entre la Santa Sede y Colombia, finalidad que solo era posible permitiendo que el derecho eclesiástico tuviera competencia en el territorio colombiano. “El derecho canónico es universal, se aplica en los territorios en los que se encuentran los bautizados por la Iglesia y en los países en los cuales se han celebrado tratados internacionales que, hoy en día, son 184 los que tienen relaciones con la Santa Sede, órgano internacional que tiene más relaciones que cualquier otro estado o nación en el mundo”, explicó monseñor Jorge Aníbal Bustamante. Como en el derecho del Estado, el canónico tiene sus propias competencias, es por eso que existe el derecho procesal canónico, derecho administrativo canónico, derecho penal canónico, derecho matrimonial, entre otros, con el fin de que se puedan regular todas las relaciones de la Iglesia. Ortiz aclara que este ordenamiento “tiene sus propios procesos, tribunales y sanciones, por lo que

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El derecho canónico es muy diferente al derecho colombiano, específicamente, el derecho civil, pues tiene sus propios principios y fuentes, organización, procedimientos y una finalidad especial. Principalmente, lo que se busca con este derecho “es enseñar y santificar”, como lo afirmó Gustavo Ortiz Cano, abogado, especialista en Derecho Canónico y director del Consultorio Jurídico Pío XII, de la Universidad Pontificia Bolivariana. no se puede comparar con nuestro derecho civil, porque son derechos distintos y se regulan de diferente manera. Un claro ejemplo, es que la jurisdicción canónica no es gratuita, mientras la ordinaria, sí lo es”. “En cuanto a lo penal, es difícil conciliar la justicia divina y la justicia del hombre, se llega a creer por los mismos bautizados, como una disposición caprichosa de la Iglesia, debido al mismo desconocimiento de la existencia de un derecho canónico, su finalidad, procedimiento y fuentes, aun cuando lo que se busca es una armonía e, incluso, se canoniza en derecho civil de cada territorio, para que no existan contradicciones”, dijo el diácono Carlos Mario Arenas, del Seminario Juan Pablo II. No significa que en una conducta realizada por un religioso, no tenga incidencia el derecho civil. Si esa conducta trasciende y viola una norma o ley colombiana, el religioso va a ser juzgado por la jurisdicción ordinaria e, “incluso, por la canónica. Por eso vemos, hoy en día, curas en la cárcel. Amerita, entonces, un comportamiento mucho más ilustre, pues debe cumplir con dos ordenamientos distintos”, añadió Arenas. Se debe entender que las sanciones del derecho canónico, en su mayoría, buscan es el arrepentimiento y la garantía de que no vuelva a ocurrir esa conducta, excepto cuando se habla de la excomunión, que es la sanción más grave, como también, la suspensión.


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Ganador en la Categoría Mejor Perfil en Visión 2018

PIANOLOS Valeria Echeverri Pérez / valeria.echeverri@upb.edu.co

Desde pequeña, Gloria Pérez Cadavid siempre había visto a su padre variar de horarios para ir a la fábrica, pero, siempre salía a trabajar. Ella solía quedarse en casa con su madre, que bailaba y tarareaba las canciones de Pedro Infante, mientras molía el maíz y hacía las arepas del desayuno, para ella y sus cinco hermanos en las mañanas, aunque Doralba y Ruth Noemi aún eran muy bebés para comerlas. Pero, la música llenaba el ambiente de una casa que no era propia, pero que sentían, como si lo fuera. Y aun así, al poco tiempo, por el trabajo de su padre, Gloria y su familia se mudarían a una casa nueva, en un barrio distinto: el barrio San José Obrero, que era donde vivían algunas personas que trabajaban con Ulpiano, su padre, en la Fábrica de Hilados y Tejidos del Hato o Fabricato. Era por eso, que ellos tenían ahora la oportunidad de mudarse allí. En 1961, Gloria tenía solo seis años y como la mayor de sus hermanos, se hizo la fuerte y partió con sus padres a la nueva casa, de la que ahora eran dueños. ​Gloria fue creciendo, al igual que sus hermanos. Ulpiano seguía trabajando en esa fábrica y, a veces, hacía jornadas nocturnas. La alarma de Fabricato era la que les anunciaba la hora en la que comenzaban y terminaban las jornadas: su sonido se expandía por todo el barrio, tres veces al día. A veces la jornada laboral de su papá se extendía hasta las cuatro de la mañana. Cuando entraba en la casa, sabían que no se podía oír ni una mosca, pues él debía descansar. Como niña grande, ella comía en silencio y en silencio se arreglaba para ir a estudiar. El colegio no le quedaba a más de una cuadra y se iba juiciosa a escuchar, por largas horas, a una señora a hablar de números y letras, a hacer la oración. Volvía a su casa al mediodía a almorzar. El colegio era de unas monjas de La Presentación y se llamaba La Concentración, estaba llenito de niñas que también eran sus vecinas e hijas de colegas de Ulpiano. Luego del almuerzo, tomaban nuevamente sus mochilas y regresaban a estudiar, como en una procesión. ​No pasó mucho y Gloria ya no era hermana de cinco, sino de ocho. Tres hermanitos nuevos fueron llegando de la barriga de mamá. Más amigos para jugar. Cuando ella salía con la familia a caminar por el barrio, a la iglesia o a la cancha, más abajo, oía que los vecinos usaban una palabra rara al saludarlos: ¿Pianolos?, ¿qué era eso? ¡Ah sí!, ¿no sería por el gracioso

nombre de su padre? Sí, en el barrio los reconocían por Ulpiano y se habían inventado esa forma particular de diferenciarlos. ​No eran los únicos con un apodo: había un amigo al que le decían Maluquera y Gloria no lo conocía por otro nombre. También estaba Pinocho, el Rolo, el Gringo y Pelé, por buen jugador de fútbol. Era muy divertido identificar a la gente de esa forma y nadie se ofendía. A ellos tampoco les molestó su apodo y eran los Pianolos para todos en el barrio y la familia. ​Gloria, a veces, se sentía como en Amalfi, cuando caminaba por las calles del barrio y es que iba mucho a este municipio de vacaciones a visitar a sus tíos. Pero, no eran ni las calles ni la iglesia ni el frío, los que le hacían recorLos 6 Pianolos mayores y Ana embarazada, de pie al fondo. De izquierda dar a ese lugar, sino, más bien, su gente, a derecha: Ruth Noemi, Gloria, Ignacio, Doralba, Jorge y Elkin. pues cuando salía, todos la reconocían Foto: archivo personal. y la saludaban, y le preguntaban por sus papás y hermanos. Todos se saludaban con todos. ​Los domingos eran especiales. Ese día Ulpiano no les permitía tocar los cuadernos a ninguno de sus nueve hijos. En cambio, sí debían levantarse temprano para ir a misa, luego se iban para la Manga de Lázaro, un espacio verde a unas cuadras de la casa, llevaban sábanas y las extendían, y su papá les amarraba un columpio de un árbol. Resulta que allá también estaban todos los amigos del barrio, y la vida se volvía un juego. Los adultos se quedaban en las sábanas hablando entre ellos, riendo y viendo a los niños ser niños, intentando ser grandes.

L​ os domingos eran especiales. Ese día Ulpiano no les permitía tocar los cuadernos a ninguno de sus nueve hijos. En cambio, sí debían levantarse temprano para ir a misa, luego se iban para la Manga de Lázaro, un espacio verde a unas cuadras de la casa, llevaban sábanas y las extendían, y su papá les amarraba un columpio de un árbol.

​Y las navidades, ¿cómo olvidar esas navidades? Su mamá cantaba y su papá prendía un fuego delicioso en el patio, para hacer la natilla, el 23 de diciembre. La casa se llenaba de ese olor, entre la mezcla de la leña quemada, el dulzor apanelado de la natilla y el quesudo de los buñuelos. Y la mesa se ocupaba por completo de manjares ofrecidos por los vecinos. La misma Gloria se iba, de casa en casa, compartiendo los alimentos que habían preparado con especial alegría ese día. Y el 24 no faltaba el regalo. Sin importar el tamaño, cada uno recibía el traído del Niño Dios en sus camas: caballos de palo para los niños y camitas para las muñecas de las niñas. Fabricato hacía sonar su alarma para que se sintiera la fiesta y para que Bello entero supiera que estaban de celebración, se tenían que tapar los tímpanos, porque había nacido Jesús. ​

La felicidad no tiene signo de peso

De izquierda a derecha: Elkin, Jorge, Doralba, Ana, Ulpiano, Gloria, Ignacio, Ruth Noemi, Diego, Jaime y Luis Carlos. Foto: archivo personal.

​ La verdad, a Jorge siempre se le dio, de chico, jugar a las bolitas. Era el tercero de nueve hijos y cuando salía de casa, con unas cuantas canicas, regresaba con


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los bolsillos repletos de nuevas bolas de cristal, para seguir apostando y quedarse con las de los otros del barrio. Diego, su hermano menor, el séptimo de los nueve, llegaba y le pedía unas cuantas, para salir él también a jugarlas, pero solía volver con las manos vacías: era pésimo en ese juego y perdía gran parte de las que Jorge ganaba. ​Jorge también era aficionado al fútbol, al igual que los demás del barrio, porque la cancha de Fabricato quedaba ahí mismo y ver esos partidos era el gran acontecimiento. Él y sus hermanos recuerdan con gracia, una ocasión en la que, jugando fútbol en el colegio, ya en bachillerato, una niña pequeña se le atravesó en la portería y Jorge la alejó, con ese humor de los niños que se creen rudos y grandes, a punto de gritos y malas palabras. La niña se puso a llorar y a él, poco después, lo expulsaron. Fue un escándalo en su casa, pues Fabricato les pagaba la educación primaria a los hijos de sus obreros, pero cuando entraban al bachillerato, debían conservar unas becas y Jorge la perdió. Le tocó buscar colegio por su parte. Su hermana, Doralba, la cuarta hija, perdió quinto de primaria y su padre, severo y luchando con los problemas económicos de una familia numerosa, no la pudo matricular ese año, no podía pagar el colegio de ella y ni Ruth Noemi, la quinta. A Doralba le tocó esperar y estudiar por su parte con una tía. ​Al ser tantos, una madre puede volverse loca y más, si uno de ellos no puede quedarse quieto. Jorge no podía parar de hacer sus locuras, de cometer estupideces, que enfadaban a su padre, quien lo castigaba sin dudarlo. Cuando de verdad ya no quería que siguiera con sus travesuras, lo hacía ponerse alguno de los vestidos de una de sus hermanas, para que no se le antojara siquiera sacar la cabeza por la puerta de la casa y solía funcionar. Pero era una plaga y en cuanto escuchaba que había un novillo suelto en el barrio, salía a correr detrás de él y ocurrió que, alguna vez, no le importó estar vestido de niña. ​A medida que iban creciendo, los niños se daban cuenta de cuál era la situación por la que pasaba su fa-

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El barrio Obrero es la evidencia de la historia industrial de Bello. Sus cambios, son los cambios que ha vivido esa localidad al norte del Valle de Aburrá. Foto: DjBoss.

milia y sacaban esas ganas de superarse. Su mamá, Ana, ya de por sí vendía cosas a Fabricato, que hacía con su máquina de coser, para ganar algo de ingresos extra, y los muchachos mayores (Elkin, Ignacio y Jorge) siguieron sus pasos: vendían paletas, mangos y hasta las arepas de la mamá. Cuando los demás iban creciendo, también se unían a las ventas. ​Habían dejado de ser niños y no se veían ahora tan divertidos los juegos de canicas o trompos. Ahora, de grandes, las diversiones eran las charlas, las muchachas y la música que, como familia, habían aprendido a amar en casa de su abuela materna, gracias a sus tíos y, en especial, a su tía Amparo, que tanto le gustaba el tango, ese sentimiento triste que se baila, que se canta. ​

Vestigios de una identidad que se hereda

El parque Santander, vitrina de las transformaciones de Bello. Foto: Alejandro Rojas. Wikimedia Commons.

​ Pero la felicidad no es duradera y la tragedia también llegó a la puerta de los Pianolos, el 4 de junio de 1994: Diego, uno de los menores, fue apuñalado en el corazón, por oponerse al robo de un carro, a medianoche, en un billar. En el Hospital Marco Fidel Suárez lo operaron del corazón, pero no sobrevivió a las 4 sesiones de electrochoques. Desde ese momento, la voz de Ana —la madre—, que antes cantaba las canciones del Dueto de Antaño y de Pedro Infante con un tono tranquilo y vital, no volvió a escucharse entonar una nota. Con la muerte de su hijo, le arrancaron parte de su alma, sin aviso, sin justificación y ella, desde entonces, no ha podido decir que ha llorado lo suficiente. ​Los demás crecieron y crecieron, y Ana se convirtió en abuela. Crio a estos niños como había criado a sus hijos: con el amor del que era capaz. La única Pianola que no se casó ni decidió no tener hijos, fue Gloria, la mayor. Pero todos se fueron de casa, “dejaron el nido”, consiguieron trabajo y construyeron sus vidas, pero siempre volviendo a la casa del barrio, donde sus padres, reuniéndose en

Semana Santa, Navidad, Año Nuevo y los días de la Madre y del Padre. ​En diciembre de 2013, Ana y Ulpiano dejaron el barrio Obrero, y se mudaron a La Florida, también en Bello, para vivir mucho más cerca de Doralba. Ambos alegaban que ya el barrio, antes tranquilo y silencioso, se había transformado en el rumbeadero del pueblo. Las viejas casas fueron reemplazadas por edificios que habitaron desconocidos sin espíritu de vecindario. Gloria, Elkin y Ruth Noemi se fueron a vivir a Carolina del Sur, Estados Unidos, buscando oportunidades, pero afirman que nunca olvidaron las enseñanzas de su niñez y así se encargan de recordárselo a los nuevos Pianolitos. ​Cincuenta y nueve años duró el matrimonio de Ana y Ulpiano, cumpliendo a rajatabla, la promesa hecha en la iglesia: “hasta que la muerte nos separe”. El 25 de diciembre del 2014, falleció el padre: un accidente lo obligó a someterse a una cirugía, de la que no logró recuperarse. Un trago amargo para esa Navidad. Desde ese momento, la vida familiar de los Pianolos cambió. La casa no se volvió a llenar en Semana Santa y las navidades quedaron marcadas por el duelo. En uno de esos diciembres, justo el del 2015, a Ana le dio un derrame cerebral, lo que los dejó a todos helados. Por fortuna, se recuperó. ​La familia tiene un valor especial para los Pianolos, lo tienen claro y no se olvida, se lleva constantemente en el alma. Y, aunque el tiempo les ha quitado cosas, les ha robado pedazos…, saben que son lecciones de la vida, de las que hay que aprender lo bueno. Por eso se siguen reuniendo, siguen gozando, hablando bobadas, recordando aquellos días azules en el barrio Obrero, escuchando canciones y cantando, aunque dos partes de ellos, ya solo pueden hacerlo desde el más allá.

E​ n diciembre de 2013, Ana y Ulpiano dejaron el barrio Obrero, y se mudaron a La Florida, también en Bello, para vivir mucho más cerca de Doralba. Ambos alegaban que ya el barrio, antes tranquilo y silencioso, se había transformado en el rumbeadero del pueblo.


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Sobre cine colombiano

¿CÓMO SE COMPORTA EL PÚBLICO DE MEDELLÍN? Juan Pablo Pineda Arteaga / juanp.pineda@upb.edu.co

Hace casi un año y medio, durante una conversación sobre cine colombiano en la clase de Apreciación Cinematográfica, la profesora manifestó su concepción particular sobre la relación existente entre las producciones nacionales y los espectadores colombianos: su postura respecto al caso sugería que el vínculo entre ambos podía ser casi inexistente, por motivos que pocas personas del gremio tenían claras. Resumen de investigación, que hace parte de la edición 9 de la revista Visor, de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo de la UPB. La relación entre el cine colombiano y su audiencia apareció como tema para indagar, en febrero de 2017. El planteamiento, entonces, fue corroborar si los colombianos estaban realmente alejados del cine nacional y cuáles podrían ser los motivos que influyeran en ello. En primera instancia, la pesquisa preliminar que orientó el trabajo, permitió esclarecer un fenómeno que se manifiesta en toda la región latinoamericana y no solo en Colombia: el cine estadounidense se ha impuesto como la gran industria, rezagando las nacionales y obligándolas a verse en clara desventaja, respecto a la cantidad de espectadores que logran cautivar y llevar a las salas u otras plataformas, en las cuales consumir el producto. Fue así, partiendo de esos datos iniciales, que se inició una investigación, donde el propósito fue realizar un acercamiento, que permitiera explorar las diferentes variables que influían en el problema planteado, indagando no solo por el público en particular, sino, por las condiciones existentes dentro de la industria del cine en Colombia, tomando como referencia, las ciudades de Bogotá, Medellín y Cali. De esta manera, el trabajo planteó seis categorías que podían abordar la industria cinematográfica de manera general, con el fin de encontrar explicaciones más completas a la hipótesis planteada. En estas categorías se indagó por los siguientes aspectos: contexto histórico del cine en Colombia, con-

texto actual de la industria en el país, caracterización del público colombiano, estrategias propuestas para fortalecer el consumo del cine nacional, accesibilidad y formación de públicos. No obstante, para lo que concierne a este artículo, se hará una presentación, en particular, de los resultados arrojados por la categoría sobre las características de los espectadores en la ciudad de Medellín, con el objetivo de ofrecer una visión específica sobre cuáles son sus dinámicas de consumo. Resulta pertinente mencionar, en primera instancia, que el consenso general de las fuentes abordadas en la investigación, sobre el público colombiano, es que este se ve inmerso en un contexto de desconocimiento cinematográfico manifiesto. Según los expertos entrevistados, el cine de Hollywood ha encontrado nicho en los espectadores, debido a las facilidades narrativas que ofrece, lo que no supone la dificultad de una acción interpretativa, a tipos de cine más densos, con temáticas menos comerciales y entretenidas, para llamarlas de esa manera. Lo anterior, ha hecho que los colombianos se acostumbraran a una narrativa y unas formas específicas, lo que ha implicado una suerte de costumbre. Además de eso, como lo manifestaron, casi en su totalidad, las personas consultadas, la falta de formación de públicos efectiva ha sido fundamental, en la incapacidad de adaptación a otras formas cinematográficas.

Ahora bien, en este aspecto de las consideraciones de los expertos sobre el consumidor de cine en Colombia, algunos de ellos mencionaron la dificultad manifiesta que ha existido en el país, para lograr realizar un perfil de públicos efectivo, que dé cuenta real de las características que delineen la figura del espectador y que genere información útil para el gremio, a fin de poder adecuar la producción nacional. En este sentido y como lo expresó Andrés Murillo, director del cine Colombo Americano, no es un trabajo fácil: “No. Eso se ha intentado. Yo una vez estuve asesorando un trabajo sobre eso. Pero es muy difícil, porque primero hay que sectorizar el país. No es lo mismo estas tres o cuatro ciudades, donde se concentra el cine, al resto de regiones, donde el cine es una cosa precaria”. A partir de lo anterior, se presenta un perfil ofrecido por las opiniones de los expertos interrogados, tomando como referencia cuatro aspectos: estrato socioeconómico, rango de edad, hábitos de consumo y posibles prejuicios presentados por los espectadores: Estrato: Según algunos de los entrevistados, asistir a cine en Colombia es una actividad costosa, por lo que las personas de bajos recursos se ven, en muchos casos, impedidos para hacerla. En palabras de Francisco Pulgarín (productor de La mujer del animal), “el 90 % de los que van a un teatro en el país son de los estratos 4, 5 y 6, o sea, que esta gente va mucho a cine. Y el 90 % de los estratos 1 y 2 nunca han ido”. Edad: Es necesario hacer una claridad: las respuestas entregadas por los expertos refieren al rango etario de los consumidores de cine colombiano en particular. En este caso, hay un acuerdo general en que los espectadores de este cine son personas mayores y jóvenes universitarios. Hábitos de consumo: En relación con los hábitos de los espectadores colombianos, las menciones hechas por los entrevistados se dirimen en un sentido: el grueso del público de este país toma el cine como una actividad exclusivamente de entretenimiento comercial,

Lo anterior, ha hecho que los colombianos se acostumbren a una narrativa y unas formas específicas, lo que ha implicado una suerte de costumbre. una instancia social más en la vida de las personas. Por otro lado, la información referida por las fuentes indica, también, que los colombianos han comenzado a migrar a nuevas plataformas de consumo, rompiendo con la tradicional asistencia a las salas de cine, como una vía para poder acceder a una película. Prejuicios de público: En este apartado, las opiniones fueron nuevamente consensuales. Según los expertos, para los consumidores colombianos, el cine nacional carga con el estigma de ser violento en su mayoría, tratando solo temáticas de narcotráfico o guerrillas, es aburrido y de una calidad técnica precaria. A continuación, dos consideraciones de los entrevistados: •

“Para muchos, el cine colombiano sigue siendo sinónimo de películas aburridas, porque claro. Como acá no nos llega el cine no comercial de Hollywood, entonces, la gente tiene la idea de que todo Hollywood es igual; en cambio, el cine colombiano no comercial sí se tiene acceso, por eso hacen esa comparación, las películas colombianas son muy aburridoras, salvo las comedias”, Oswaldo Osorio. “(…) La gente dice que todo el cine colombiano es igual, creen que todo el cine colombiano es de violencia, que todo es malo, es de pobres y a la gente no le gusta mirarse al espejo; de la clase media hacia arriba no les gusta saber qué le pasa al pobre”, Álex Arbeláez.


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Ilustración: Sebastián Jaramillo.

Ahora bien, luego de este panorama general recogido de las apreciaciones de los expertos del gremio cinematográfico colombiano, sobre las características de público del país, se ofrecerá al lector una muestra de los resultados obtenidos por la encuesta realizada en Medellín, para encontrar y describir las características del consumidor de cine en la ciudad. En primera instancia, se exponen los datos demográficos recogidos en la investigación. En segunda medida, se exponen los resultados que indican los gustos, concepciones y dinámicas de los medellinenses respecto al cine en general y el cine colombiano en particular. De esta manera, se indica, entonces, que en Medellín el 59 % de los espectadores en las salas de cine son mujeres, mientras que el 41 % son hombres. Respecto a la edad de los asistentes a cine, el rango entre 15 y 20 años compone el mayor número, seguido por los rangos de 21 a 25 y de 26 a 30, en orden decreciente. Este dato indica que la población mayoritaria que consume

cine en Medellín son los jóvenes. En cuanto a la parte educativa, la mayoría de personas encuestadas cuenta con una carrera profesional, siendo el 57 %; seguidos con un 26 % de personas con estudios de bachillerato. Por último, en lo referente al estrato socioeconómico, la mayoría de personas responden al estrato 6, con un 29 %; seguidos por el estrato 5, con el 24 %; los estratos 1 y 2 se muestran como los menores, con menos de un 10 % cada uno. Por otro lado y con relación a las dinámicas, los resultados fueron los siguientes: •

Los espectadores de la ciudad van, en su mayoría, una sola vez por mes, a ver cine en un teatro, aunque quienes respondieron que van 2 y 3 veces, fueron casi la misma cantidad: 21 %, 20 % y 19 %, respectivamente. Respecto a los géneros preferidos, los encuestados respondieron mayoritariamente a los géneros de acción y comedia. En cuanto a las motivaciones para ir

a cine, la gran mayoría expresó que lo hacía solo por entretenimiento. A la pregunta sobre si suelen o no ver cine colombiano, las respuestas fueron divididas en porcentajes iguales; de la totalidad de encuestados, hubo un 50 % para ambas respuestas: sí y no. Entre las consideraciones de los encuestados se encontraron respuestas, que sustentan lo referido anteriormente por los expertos consultados: algunos piensan que es un cine monotemático y repetitivo. No obstante, también hubo respuestas que indicaron la importancia de apoyar la industria colombiana. Las salas de cine siguen siendo la plataforma favorita, pues el 37 % de los abordados dijo ver cine allí. Sin embargo, las plataformas digitales y la televisión se encuentran casi en el mismo porcentaje, como la segunda opción para el consumo. Lo anterior encuentra concordancia con las plataformas, por medio de las cuales los espectadores se enteran de las películas colombianas

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que están en cartelera: los cortos de cine, las redes sociales y los medios de comunicación aparecen con los principales. El 47 % de los espectadores respondió que su género de cine colombiano preferido es la comedia, siendo la respuesta mayoritaria, lo que se ajusta a los promedios nacionales, respecto a esa pregunta. Esto puede explicar por qué la película más vista por los encuestados, es alguna de la saga de El paseo. Sobre la idea que se tiene del cine colombiano, los medellinenses respondieron que les parece bueno, aunque un número porcentual cercano indicó que creen que debe mejorar. Esto se ajusta a la división que se presenta en la ciudad, mencionada en el punto 4. En las respuestas a la pregunta: ¿cuáles temas le gustaría que el cine colombiano explorara? Mitos y leyendas, historias cotidianas y acción se erigieron como los mayoritarios.

Estos anteriores, como se expresó, son algunos de los resultados arrojados por la encuesta, que dan cuenta de los gustos cinematográficos de los habitantes de la ciudad de Medellín, así como de sus formas de consumo y sus consideraciones generales y particulares sobre la cinematografía colombiana. Estos datos particulares de la ciudad son, en su mayoría, concordantes con los obtenidos en Bogotá y Cali, lo que indica que existe, por lo menos en las ciudades principales del país, unos comportamientos estandarizados de los consumidores colombianos. No obstante, se considera importante mencionar que Medellín es, de las tres ciudades en las que se realizó el trabajo, la única en la que el ítem de consumir cine colombiano presenta el mismo número de respuestas positivas y negativas, pues, tanto en Bogotá como en Cali son más las personas que no ven las producciones nacionales, lo que, según esos resultados, señala una tendencia mayor al acceso de la cinematografía del país en esta ciudad. El objetivo de la industria, entonces, es continuar el proceso iniciado desde el 2003, con la Ley 814, para consolidar una asistencia que responda a la cantidad creciente de producciones realizadas anualmente. *Este artículo surge de la investigación Dinámicas de consumo del cine colombiano, realizada en el 2017, por Natalia Jane Bullet Uribe, Juliana González Correa, Juan Pablo Pineda Arteaga y Sara Restrepo Mesa.

Los espectadores de la ciudad van, en su mayoría, una sola vez por mes, a ver cine en un teatro


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Finalista en la Categoría Mejor Entrevista Visión 2018

LA VIDA SIN POCA LUZ Laura Restrepo Posada / laura.restrepop@upb.edu.co

Tras ser actor en “Los colores de la montaña”, el “boom” de la fama se pierde entre los años y su vida se va al olvido de los colombianos. Su piel blanca y cabello dorado lo distinguen desde una cuadra. Sus ojos azules se ven más grandes por el aumento de sus gafas y la pubertad hace acto de presencia en su rostro. Me espera afuera de su casa, donde la fachada está cubierta por la variada mercancía de la tienda Los Monitos y se extiende hasta el interior. Me saluda tímidamente y me invita a entrar, la casa que no quería que visitara, porque él pensaba que era muy fea, pero al saber que no iba a grabar, accedió. ​Poca Luz, menos conocido como Genaro Alfonso Aristizábal, nació en Granada, Antioquia, donde solo vivió dos años, al ser desplazado por grupos armados. Junto con sus padres y su hermana, llegaron a Medellín, al barrio Manrique Las Esmeraldas, donde ha vivido toda su niñez y juventud. Con el tiempo, su casa se agrandó con la llegada de otro hermano y su abuela, pero él sigue siendo el famoso de la familia. ​Luego de seis años de haber estrenado su papel como actor natural en la película Los colores de la montaña, la vida de Genaro volvió a la normalidad. Con 17 años estudia Estadística en la Universidad Nacional, “aunque no me veo ejerciéndola, es solo por el título” y los sábados sigue su sueño de ser actor, en la academia Efraín Arce Aragón. ​La película le trajo muchos viajes en el país: fue a Cartagena para el Festival Internacional de Cine, donde abundaron las entrevistas y las cámaras. “No parecía verdad”, recuerda con una sonrisa. Luego, iniciaron algunos proyectos: estuvo en un programa de Telemedellín llamado Capicúa y en Teleantioquia en La cajita feliz, además de estar en cineforos hablando de la película. ​Estas experiencias le permitieron volar en avión por primera vez, conocer muchas personas del medio cinematográfico y ver el mar, aunque esta última experiencia no le agradó mucho: “El mar no era lo que esperaba, muy salado y caliente, no es como lo muestran en la televisión”, dice mientras chasquea los dedos, en ningún momento deja sus manos quietas. ​Pero su timidez le hizo una mala jugada: “Siento que no aproveché al máximo, me faltó ser más sociable”, frunce el ceño y añade: “Muchas veces me llamaron para proyectos y muchas personas que me contac-

Los colores de la montaña se hizo reconocida por su particular mirada sobre la dureza del conflicto colombiano. Foto: El bus producciones.

taban por redes, pero yo los rechazaba”. Dejó de ir a Capicúa por la pereza de ir solo hasta el estudio y negó cineforos, para evitar hablar en público. ​Luego de hablar de la película, donde sus respuestas ya parecían ser de memoria, le pregunto por su vida actual, pero los monosílabos rigen sus respuestas. “Yo pensé que venías a hablar solo de la película, todos vienen es a eso, ¿a quién le importa mi vida, si es una mierda?”. Luego de un jugo de mora y un debate de unos diez minutos sobre mis deseos de saber de él, empezó a ceder. ​“No me gusta hablar de mí, prefiero ser hipócrita, ayuda a conservar una buena imagen, ¿no?”, dice con una risita y me explica que una cosa es Genaro; y otra, Poca Luz, y lo que iba de la entrevista, había sido con su segunda identidad, pero me promete que cambiará de papel. ​ ¿Cuáles son sus pasatiempos ahora? “Hace poco intenté tocar guitarra, pero no sé si yo soy muy malo o las cuerdas están muy desafinadas, creo que es más la primera, entonces, no seguí. Dejé todo lo que me gustaba, ahora me aburre todo. La universidad lo pone a uno así, más serio”. ​ ¿Qué le gustaba antes? “De niño me gustaban las matemáticas, también el fútbol, era hincha del Atlético Nacional y armar cubos Rubik, es por etapas, siempre he sido obDespués de la película, Genaro Aristizábal pasó fugazmente por la televisión local. Sigue con sus estudios de actuación. Foto: Josué Carantón. sesivo con lo que hago”.

​Genaro saca una caja negra y me muestra sus cubos: hay uno 4x4, 8x8 y 11x11, “en este último, me demoré como dos días para armarlo, solo lo he hecho unas dos veces”. Le propongo hacer una contrarreloj con el 4x4 y se tarda 45 segundos en hacerlo, “Es un tiempo muy malo, debería ser menos, antes tardaba 25”, lo dice al ver mi cara de sorpresa. ​ ¿De qué manera es obsesivo? “Por ejemplo, luego de la película, me obsesioné con ser un jugador de fútbol profesional, a tal punto, que iba todos los días a la cancha a entrenar, mínimo, tres horas y no estoy exagerando. Cuando era festivo y mi papá tenía el carro, me llevaba a varias canchas todo el día, entrené tanto, que cuando me iba a presentar a un equipo, ya tenía las rodillas desgastadas y mejor paré”. ​“¡Imagínese cuando tenga novia!”, dice, mientras se ríe. ​ ¿Cuál fue la última obsesión que ha tenido? “Ver películas, hubo días donde podía ver 15 películas de corrido, solo paraba para ir al baño y dormir unas pocas horas”. ​ ¿Qué películas ve usted? “De toda época, más que todo, gringas”. ​ ¿Cuáles son sus actores favoritos? “Tengo varios, Jean-Claude Van Damme, también es el favorito de mi papá; Adam Sandler, Arnold Schwarzenegger y Jim Carrey”. ​ ¿Usted ve películas colombianas? “No me gustan, el acento colombiano no me agrada”. ​ ¿Qué opina del país? “Colombia es una mierda”. ​ ¿Por qué? Luego de una risa, me dice: “No te voy a responder, prefiero conservar mi imagen de niño bueno”.


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Ires y venires de don Ómar Correa

DE HABITANTE DE CALLE A EMBELLECEDOR DE AVENIDAS María Camila Tamayo Tamayo / maria.tamayot@upb.edu.co

Entre los 775 operarios de barrido que emplea la Fundación Universidad de Antioquia, para mantener limpia la ciudad, hay uno que lleva 17 años recorriéndola incesantemente. Desde que tenía 34 años, Ómar Esteban Correa Zapata hizo de las calles de Medellín su escenario permanente de vida; antes como habitante de calle, hoy como quien las recorre, con el fin de mantenerlas bellas. A las 12:50 del mediodía, al tiempo que esquivan una gran cantidad de buses y demás vehículos que suelen transitar la calle Argentina con la avenida Oriental, las personas buscan lugares, donde no los alcancen los penetrantes rayos del sol que, combinados con el humo y los pitos de los carros, hacen de este un ambiente agobiante. Hay cuatro operarios de barrido parados frente a la sala de velación Villanueva, a los que este ambiente no parece estresarles, por el contario, se les ve sonrientes, mientras acicalan sus escobas, recogedores, rastrillos y guantes, dentro del carro recolector de residuos, que tiene un cono de tráfico en su parte delantera. Uno de ellos, don Ómar, termina de alistar su herramienta de trabajo y pone su ayuda a disposición de otra operaria, en avanzado estado de embarazo. Una vez los carros recolectores y los operarios están listos, se despiden y cada uno avanza hacia a diferentes calles de la ciudad, para iniciar su ruta de barrido. A la 1:00 de la tarde, Ómar Correa llega al separador de la avenida Oriental, saca sus guantes, echa un vistazo a la larga calle que va a barrer y recoge las primeras basuras del día. En medio del afán que ocasiona el poco tiempo que queda del semáforo en verde, desde su vehículo, un taxista arroja una botella de Vive 100, al carrito recolector de residuos, que tiene una

estampilla del Sagrado Corazón de Jesús, a la derecha; una de María Auxiliadora, a la izquierda; y una de San Miguel Arcángel, en el cono de tráfico, ubicado en la mitad. Don Ómar empieza a caminar hacia La Playa con la Oriental y sin que lleve mucho recorrido, se le acerca un hombre con un costal y lo saluda, mientras sigue tratando de cruzar la calle: —¿Q´hubo pues cuchito? Tiempo sin verlo, ¿bien o no? —¡Eh! ¿Qué más, pues? Bien gracias a Dios, trabajando, mijo, usted sabe que esto es todo lo que tengo y hay que cuidarlo. —Me alegra. Se cuida, pues. —Dios lo bendiga. Se maneja bien. Este es uno de los hombres con quien Ómar compartió mucho tiempo como habitante de calle. “Uno no puede olvidarse de dónde viene y las herramientas que tuvo que utilizar para llegar a donde está”, dice don Ómar, mientras su amigo se escabulle en medio de la gente que le abre paso por su afán, su costal y su peculiar aspecto y olor. A don Ómar le recomendaron no limpiar el separador de la avenida, por las obras que se están llevando a cabo para su remodelación, pero él insiste. Si no lo barre él, entonces, ¿quién lo va a barrer?

Ocasionalmente, Ómar reencuentra a sus compañeros de los días en la calle. De esas situaciones también saca ánimos para su jornada diaria. Foto: María Camila Tamayo.

Haciendo caso omiso a la sugerencia, don Ómar estaciona su carrito recolector, avanza unos nueve metros y se devuelve barriendo las hojas de los árboles y las basuras que arrojan las personas desde los vehículos. Esta acción de avanzar y retroceder, la hace muchas veces al día, durante su recorrido desde la calle 57 hasta la 51 y viceversa. A los operarios se les sugiere barrer en sentido contrario al flujo vehicular, algo que Ómar Correa hace perfectamente, pues está acostumbrado a nadar contracorriente en cualquier situación de la vida. Ha salido de todo tipo de crisis, pero lo que más lo enorgullece, es haber dejado de las calles y las drogas, a las que llegó por una traición amorosa: “Fueron tiempos muy jodidos. Yo nadaba y nadaba, pero llegaba a la orilla y me ahogaba”, afirma don Ómar, mientras barre cerca de sus ex compañeros de calle, que duermen bajo el sol abrasador, en las pirámides de la avenida Oriental. El hombre de uniforme verde con naranjado y guantes amarillos que, a pesar de estar muy limpios, siempre se quita para saludar, no pierde la paciencia ante un hombre que disimuladamente deja caer al suelo un volante arrugado. Mientras don Ómar se agacha para recogerlo, le dice en tono suave, que se le cayó el papelito, pero con gusto él se lo recoge. Sin más, el hombre sigue caminando en medio de un andén limpio, que ya barrió don Ómar. Faltando cinco minutos para las dos de la tarde, ya la basura sobrepasa la mitad de la caneca. Desde el andén de enfrente, alguien levanta las manos y hace señas. Es la operaria embarazada, a quien don Ómar ayuda a barrer, después de terminar el turno. Su compañera lo espera para darle un vaso de salpicón. Él cruza la calle y recibe lo que amortiguará el incesante calor, que azota a la ciudad por largas temporadas. Mientras avanza aproximadamente nueve metros y retrocede barriendo, Correa Zapata trata de rebobinar su memoria y los 14 años que vivió en Nueva York, donde trabajó repartiendo propaganda, vendiendo discos, contestando teléfonos y manejando taxi. Al tiempo que termina su salpicón, asegura que, “recordar es vivir, pero también, recordar es sufrir”.

En su nuevo trabajo, Ómar ha fortalecido un sentido cívico por el cuidado de los espacios del centro que lo anima en sus jornadas diarias. Foto: María Camila Tamayo.

En la calle Caracas con la Oriental, don Ómar cambia de andén, porque las obras de construcción le impiden continuar por esa vía. Esta acera está mucho más limpia y su trabajo se hace más rápido. Aunque sabe que no puede, don Ómar se fuma un cigarrillo, tal vez para calmar la ansiedad. Pero no lo disfruta, por pensar en qué pasaría si alguien de la Fundación, a la que dice deberle todo, lo ve fumando. Es que su “uniforme es tan importante como el de un policía o un bombero, porque es una labor social que no cualquiera hace” y él lo tiene muy claro. Finalmente, don Ómar llega a la avenida La Playa con la Oriental. En medio del caos vehicular, se atreve a ir a la vía por algunas basuras, que no permiten la belleza de su calle. La fuerte brisa le arrebata la basura que recogió, pero don Ómar recuerda que ni los más fuertes vientos le han podido arrebatar sus sueños, así que mira a un lado, mira al otro y cruza la calle para iniciar el mismo recorrido hasta la calle 57, nuevamente.


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DESDE LA RAYA

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La cámara y el DIM

LOS EQUIPOS DE ANDRÉS Julián Andrés Sierra Gutiérrez / julian.sierra@upb.edu.co

Siempre soñó con patear un balón dentro de una cancha de fútbol. Debido a problemas hereditarios, no pudo. Hoy, en cambio, Andrés Arango Murillo se encuentra en la pista atlética de varios estadios, pero no utilizando sus pies, como se podría pensar. Lleva en sus manos una cámara fotográfica, con la que captura los goles y las emociones que su equipo, el Deportivo Independiente Medellín, le generan a él y a sus hinchas. Desde los ocho años, Andrés empezó a entrenar en las divisiones menores del DIM. Pero a los catorce y cuando se encontraba en el equipo Sub15, después de ir al médico por una lesión que sufrió, se dio cuenta de que presentaba problemas físicos heredados y que, en caso de seguir en los entrenamientos, desgastaría sus rodillas, lo que le traería graves consecuencias en el futuro. Para todo niño y, en general, para toda persona, debe ser terrible la sensación de saber que sus sueños y sus metas no se podrán alcanzar. Andrés padeció esto. Tenía que elegir entre seguir entrenando y desgastar sus piernas, o retirarse a tan temprana edad. Con el apoyo de sus padres, Andrés abandonó el fútbol. O, por lo menos, eso creyó. Dejó de jugar, sí, pero nunca se alejó de las canchas. Al terminar su carrera como futbolista, empezó la de fotógrafo.

Una nueva pasión Siempre le gustó tomar fotos. Su primera “camarita” se la regaló su madre, cuando tenía 10 años. Pero fue hasta los 14 y después de la lesión, cuando Andrés adquirió una cámara semiprofesional, con la que se dedicó de lleno a la fotografía. Empezó como un aficionado. Se aprovechó de los beneficios y de la rosca que tenía en el equipo y siguió fiel a los entrenamientos. Un día le dio por llevar su cámara y empezó a fotografiar a sus excompañeros. Cuando se acabó la práctica, uno de los jugadores le arrebató su equipo. Tal parece que los resultados fueron buenos. Todos se reunieron a su alrededor para observar las fotos. Incluso, le pidieron que las compartiera y que volviera. Así empezó todo. Después de varios años de asistir a entrenamientos, dio un salto. Varios de sus ex compañeros Sub15 ya se encontraban en la categoría Sub20. Un día, mientras cubría un partido amistoso frente a la Selección de Costa Rica, se le acercó Federico García, uno de los líderes de Cultura DIM, realizador de un sitio web de fotografía sobre el equipo. Le dijo que llevaba un buen tiempo haciéndole seguimiento a su trabajo y que le parecía interesante el ojo que tenía.

Más allá del registro de cada juego como una noticia, Cultura DIM busca captar en imágenes los factores sociales, estéticos y culturales asociados a la vida del equipo Rojo de la Montaña. Foto: Cortesía Cultura DIM.

Mezcla de pasiones Antes de su afición por el fútbol y la fotografía, le gustó el Medellín. Así como sus problemas físicos, su amor por este club también lo heredó de su familia. Y es que no muchas personas tienen la suerte de hacer lo que aman. En este caso, Andrés encontró en su vida la posibilidad de mezclar todas sus aficiones y pasiones en una sola. Ver a su equipo, tomar fotos y viajar son las tres cosas que más le gustan. Y, ¡vaya suerte!; todo esto lo puede hacer en un día de partido. Junto a su Nikon D3200, Andrés viajó a países como Ecuador, Perú y Argentina, y a ciudades como Barranquilla, Bogotá, Tunja, Ibagué, Cali, Manizales, Montería, Barrancabermeja, Neiva y otros territorios de Colombia. Y a todo lugar al que ha tenido la posibilidad de ir, le ha abierto un espacio en su corazón, pues para él, cada nuevo sitio conocido es un tatuaje más que se marca en su alma. Este año, en que el Independiente Medellín participó en un torneo internacional, Andrés recibió del equipo y la Dimayor, la acreditación como parte de Cultura DIM, que le ha permitido sumar a su lista no solo nuevos lugares, sino, también, nuevos estadios, pues ya tuvo la posibilidad de entrar a canchas míticas del fútbol, como la Bombonera, El Monumental, el Libertadores de América y el Presidente Perón. Todos estos, estadios argentinos.

Momentos memorables

El pasado como futbolista de Andrés Arango sirvió para preparar su ojo como fotógrafo. Foto: Cultura DIM.

Cada viaje, cada triunfo, cada derrota, todo es un recuerdo. Memorias que se quedan plasmadas en las fotografías, que llevan su sello y su marca personal. Recuerdos hay muchos, pero, dos significativos, imborrables e intachables. ¡Alto! Nadie dijo que las remembranzas fueran buenas. Andrés aún tiene en su memoria, el día en que el Medellín perdió la final de la Liga Águila contra el Deportivo Cali, en el Atanasio Girardot, de local, frente a más de 44 mil personas. Ese día, solo había un deseo: tomar la foto de su equipo campeón. No pudo. Ni siquiera las fotografías se salvaron. La galería publicada fue en blanco y negro.

Tuvo que pasar un año y 12 días desde aquella final, para que Andrés pudiera cumplir su sueño. El 19 de junio de 2016, Medellín jugó la final de la Liga contra el Junior de Barranquilla. Después de varios intentos, Andrés por fin pudo tomar la foto que coronaba al Medellín campeón. ¡Vaya instante!, como él lo define, ese fue su “momento cúspide, tanto personal como profesionalmente”.

Sacrificios

Dicen por ahí que no todo es color de rosa, tal parece que así es. Andrés se dedica a hacer lo que le gusta y lo que le apasiona, ¿qué dificultad podría haber entonces? Esa dificultad resultó ser, el estar solo, alejado de sus amigos, con los que alguna vez asistió al estadio, no como fotógrafo, sino como hincha. Andrés se encuentra solo en la pista atlética, no tiene con quién celebrar, no puede celebrar. Debe controlar sus emociones y sentimientos. Lo único que le debe importar a él como fotógrafo, es capturar el momento, no disfrutarlo. No hay tiempo para alterarse, debe mantener su cordura. Andrés no tuvo alternativa. Le tocó aprender. Eso sí, el día en que Medellín fue campeón, no hubo nada que lo controlara o le impidiera festejar. Tomó la foto con la que Christian Marrugo, jugador del DIM, decretaba el 2-0 en el marcador del partido y soltó su cámara. De ahí en adelante, todo fue una juerga.

Todo por pasión En Cultura DIM no hay remuneración económica por parte del club, todo es hecho por pasión. Cada cual tiene diferentes formas de ingresos. En el caso de Andrés, está la ayuda de sus padres y alguno que otro trabajo, que hace con la fotografía. El simple apoyo de los jugadores y de los hinchas es suficiente para él. Al fin y al cabo y como comenta, “este es un trabajo que se hace de hinchas para hinchas”. Así, a sus 20 años, Andrés no tiene muy en claro sus proyectos a futuro, lo único que sabe con seguridad, es que adonde vaya y en lo que haga, la fotografía y el fútbol siempre estarán presentes, así como el agradecimiento infinito por todos aquellos que, alguna vez, creyeron en él y que hoy lo siguen haciendo. Su cámara sigue activa, a la espera de un hecho grandioso, único, inimaginable para él: ¿el DIM campeón de la Copa Libertadores? ¿Su equipo disputando un Mundial de Clubes…? O tal vez, otra de esas decepciones que ya vivió y a la cual, el Medellín tiene acostumbrados a sus hinchas. Porque del Rojo, cualquier cosa se puede esperar. Eso sí, está convencido que él lo soporta todo.


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