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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos MARZO 2020
El Gran Danés y Pablo Patiño | pablogp0712@gmail.com |
@pat_patinson
En el año 2003, el director danés Lars Von Trier estrenaba la película Dogville, prometiendo con esta, una trilogía disruptiva que analizaría a la sociedad estadounidense. Hasta el momento solo dos películas se han estrenado. ¿Qué pasó con la cabeza de ese tríptico, cómo fueron sus predecesoras y qué podríamos esperar de esa persona non grata preferida que es Von Trier?
Prólogo “Limitarse es forzar la imaginación” dice el Gran Danés. Si trabajas con ciertas limitaciones, tienes que pensar fuera de lo común y es a través de estos cercos autoimpuestos que surgen grandes obras de arte. Por algo se dice que los mejores inventos de la humanidad han surgido de carencias. En esto se basaban aquellas reglas que conformaban el Dogma 95, doctrina fílmica de la cual el Gran Danés fue coprofeta: Se rodará con cámara en mano, prohibida la música no diegética, ninguna luz especial ni artificial,solo se grabará en locaciones reales, en los créditos no se mencionará al director… Unas limitaciones que siguió a cabalidad solo en su película Los Idiotas (1998), en la cual un grupo de personas deciden actuar como si tuvieran problemas mentales. Desde entonces ha ido matizando su trabajo, y cada vez más música, más efectos y más giros finales desesperanzadores. Sin embargo, existe —y al mismo tiempo no— una terna de películas en las cuales estas ataduras se potencializaron hasta crear un estilo trasgresor y fácilmente reconocible, la trilogía “Estados Unidos: tierra de oportunidades”. Compuesta por las películas Dogville (2003), Manderlay (2005) y la aún vaporosa, apenas imaginada Washington, el danés ha puesto su experto dedo en la ya honda llaga de la hipocresía. Confrontó a un país que nunca ha pisado —como tantos de nosotros— pero que de alguna manera siente suyo por una osmosis comercial y cultural y que al mismo tiempo repudia—como ellos a los otros—. La grande, la pionera, la democrática, la tierra de las libertades, la farandulera, la terca, la cerrada, la ya falta de sorpresas, es pisoteada por el Gran Danés en una crítica externa y aguda a la (a) moralidad de La Gringa. En su libro Los niños perdidos, Valeria Luiselli nos presenta la
primera pregunta que se le hacen a los niños indocumentados que cruzan la frontera: “¿Por qué viniste a los Estados Unidos?”. De igual manera, es aceptable preguntarse al inicio de este texto y de ver las mencionadas películas ¿por qué mirar a Estados Unidos? ¿No tiene Dinamarca sus propios argumentos sociales? Un danés hablando de Estados Unidos, y peor, un colombiano escribiendo sobre un danés que habla de Estados Unidos. La trilogía nos muestra la aparente banalidad de analizar a un país que no es el nuestro, y por esta misma razón, por la falta de una unión maternal con la tierra, los crudamente honestos resultados que se logran.
Dogville Cada idioma tiene sus ricos y degustables juegos de palabras. En nuestra lengua tenemos pueblitos sonoros que se quedan dando vueltas en la memoria, como un disparo en las llanuras: el Macondo de García Márquez, la Santa Teresa de Bolaños o la Comala de Rulfo. Pero en esta, nuestra rimbombante lengua, llamar a un lugar pueblo perro puede ser mejor dejárselo al inglés. El Gran Danés crea el pueblito estadounidense de Dogville, sin punto geográfico claro, para darle un lugar de huida a Grace, la protagonista, que llega una noche mientras unos hombres agabardinados y escopetados la buscan. Son los años 30 y La Gran Depresión aún les estira los cueros de los estómagos a los americanos. El pueblito decide esconder a la extranjera, la migrante, pero temiendo las represalias de los mafiosos aceptan algo a cambio:
la ayuda de Grace en los trabajos del pueblo. Una ayuda que luego se convierte en compañía para algunos, en amistad para otros, en experimento social para aquel y en abuso y tormento para ella. El director inventa un estilo minimalista para retratar a un país que tiene como otro dogma la defensa de la propiedad privada a toda costa. En este pueblo, las casas, las calles, los lugares privados y públicos, el mundo, está delimitado por simples líneas blancas en el suelo de La Gringa. Efecto herencia del Dog-ma 95 (escuela de perros, ¿tal vez?). Aunque no se limita a sus limitaciones. Por ejemplo, sí existe música, pero esta es más una clase de estribillo leitmotivante. El Cum dederit de Vivaldi, con una siciliana que se desplaza como un perro con
las patas traseras quebradas. En los créditos estará David Bowie con su canción Young Americans, mientras se muestran las peores fotografías de La Gran Depresión. Es irónico pensar en una película con esta falta de muros para un país que, en la actualidad, se empecina en cercarse por completo. Este efecto y defecto da la capacidad de poner al espectador en la posición omnipresente, omnisciente, pero por completo impotente de un dios, observando con tristeza los comportamientos de esos seres. Observa una conversación aquí mientras los niños