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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos DICIEMBRE 2020
Terra Austr Susana Blake |
L
a historia moderna ha estado determinada por el descubrimiento. En un sentido amplio, pero también en el más estricto sentido, podríamos decir que ha estado determinada por el descubrimiento del mundo: nos referiríamos entonces no solo a los hallazgos sobre la materia y las leyes de su comportamiento en la Tierra, sobre las artes y los oficios en sus más altas cumbres, sobre artificios jamás vistos por los hombres, sobre filosofía, literatura, arquitectura, música, escultura e industria; nos referiríamos a todo esto y también al descubrimiento, es decir, el ver por primera vez, de tierras y pueblos ignotos. Todo comenzó con el de un Mundo nuevo, el que habitamos nosotros; hasta que, tras cada expedición, quedaban menos lugares del planeta por ser descubiertos. Así como en el Sueño de Escipión, más o menos en el año 55 antes de la era cristiana, Cicerón describió inexplicablemente el universo, el movimiento de los cuerpos celestes y el lugar de la Tierra en el cosmos, ya en tratados que datan hasta los seiscientos años a. C. se teorizaba acerca de regiones polares antípodas que coronaban la Tierra. Tan pronto como empezara el segundo siglo d. C. se empezó a hablar de una Terra Australis Ignota; y en mapas de trescientos y cuatrocientos años atrás se hallaban vestigios de un descubrimiento que aún estaba por mostrarse. Guiados por la creencia de que habría de existir algún pedazo de tierra que “equilibrara” las vastas regiones del norte, los cartógrafos y geógrafos de los siglos XVIII y XIX dibujaron un territorio al sur que el hombre nunca había conocido. Sin saberlo, comenzaban a develar una nueva porción de mundo sin haberla visto jamás. Hasta 1750, quienes se acercaron a avistar la tierra del sur lo hicieron solo por mala fortuna en la navegación. El continente antártico, a diferencia de los demás, jamás tuvo una población que le fuera nativa, por lo que su hallazgo constituía, verdaderamente, el descubrimiento de un mundo nuevo. Si se traza una línea recta horizontal en el mapamundi común, justo debajo de Suramérica, dejando asomar una pequeña punta de tierra que corresponde a la Isla Shetland del Sur, estará trazando el paralelo conocido como el círculo polar antártico, uno de los cinco paralelos notables con los que imaginariamente dividimos el planeta. En 1773, el Capitán James Cook fue el primero en cruzar este paralelo. Aunque alcanzó un punto más austral que todos los expedicionarios anteriores, Cook no tuvo vistas del continente antártico, apenas bloques gigantes de hielo flotando en el mar que contenían depósitos de rocas y le indicaban que una tierra más al sur existía. La primera vista de Antártica la tuvieron los ojos de un hombre ruso, hace doscientos años. La embarcación Vostok y su corbeta Mirnyi, comandadas por un marino del Imperio Ruso llamado Fabian Gottlieb Benjamin von Bellingshausen, partieron en 1819 en una circunnavegación que tenía por objetivo la búsqueda de nuevas tierras para anexar al Imperio del zar Alejandro I de Rusia. En enero de 1820 fue-
ron los primeros en volver a cruzar el paralelo austral, cincuenta años después del Capitán Cook. Se dice que Bellingshausen no estuvo seguro de lo que veía; el primer vistazo a la tierra austral no fue revestido por el aire solemne de un hombre que se sabe descubridor, porque él no supo entonces si se trataba de gigantescos bloques de hielo como los que venía viendo por varios kilómetros, o si serían estas montañas blancas clavadas en un nuevo continente que marcaba el final del mundo. Solo décadas después,
a partir de nuevas traducciones y reinterpretaciones de su diario de viaje se descubriría, por su descripción de las formas que tomaba allí la tierra, que el marino ruso fue el primero en echar un vistazo al continente inhabitado. Aunque ya varios hombres habían desembarcado en tierras del sur, ninguno había puesto pie en el suelo antártico continental. Entre siete islas de aquellos mares helados, habían sido ya nombradas por sus descubridores, pero lo que
todos los capitanes querían lograr era desembarcar, propiamente, en tierras antárticas. Tal hazaña tuvo lugar, presuntamente, en 1821, un año después de las visiones que de la Antártica había tenido von Bellingshausen: el explorador estadounidense John Davis, quien formaba parte del frenesí de aquellas décadas alrededor de la caza de focas en la Antártida, se disputa con un par de británicos y un chileno el haber sido el primero en pisar suelo continental antártico. Esta no ha sido la primera vez en la que la histo-