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6. Los cazadores-recolectores interandinos
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vertiginoso de diversificación racial, lo que parece improbable. El adulto de Paiján es alto —1,70 metros— y de tendencia braquicéfala; al contrario de lo que parecería ser la forma general de los primitivos americanos, de tipo dolicocéfalo.10
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El Paijanense, además, tiene otra característica importante: sus conductores eran cazadores, sí; pero sustantivamente asociados al mar, en donde parece que sus instrumentos sirvieron principalmente para la pesca con arpón. Según Chauchaty Lacombe:
El hombre paijanense fue un recolector de plantas y de pequeña fauna terrestre, y un pescador. En la costa peruana eso no es extraño, pero nos lleva a una revisión de los planteamientos acerca de la aparición de la explotación de recursos marinos, pues no tuvo lugar en las sociedades ya complejas y sedentarias del Precerámico Tardío, sino mucho antes, por parte de pequeños grupos nómades y con una tecnología aun paleolítica.11
La extensión de una forma de vida similar a la del Paijanense la encontramos hasta cerca de las costas de Lima, donde se ha identificado un complejo bautizado “Luz”, que se le parece y, además, es presumible que las canteras y talleres de Chivateros tuvieran algo que ver con ellos.
Hasta el momento, es posible pensar que estamos frente a una forma marítima de cazadores-recolectores establemente asociados al mar, donde sus finos instrumentos de caza —las puntas de tipo Paiján— estaban destinadas, principalmente, a penetrar en el cuerpo de mamíferos y peces dentro del agua. Eso no descarta que cazaran y comieran otros animales terrestres, tales como roedores o lagartijas; y, desde luego, que aprovechasen las plantas que crecían cerca de los cursos de agua, incluidos los algarrobos, juncos y ciertos frutales nativos. También es previsible que sus bandas fuesen más numerosas y pobladas, teniendo en cuenta que la fauna marina era, como es, generosa cerca de las playas y acantilados. No eran, en cambio, consumidores de mariscos y bien pueden haber carroñado ballenas varadas por el mar o consumido la carne de los grandes herbívoros.
Estaban rodeados de desiertos, pero tenían fuentes de agua dulce en las proximidades de las quebradas que, al parecer, eran más que las que hoy cruzan el desierto. Algunas de ellas —como la de Cupisnique, las de
10. Braquicefalia indica cráneo ancho; dolicocefalia, cráneo alargado. 11. Chauchat y Lacombe 1984: 6.
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Ancón o varias de las que aún existen fuertes marcas visibles en Ancash—, pudieron tener cursos estables de agua, como tienen algunos pequeños ríos actuales en Chilca, Asia, etc.
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En este tiempo (9000-7000 a.C.), la sierra estaba habitada por cazadores de fauna terrestre moderna, es decir, de animales que aún hoy existen en los Andes, especialmente roedores, cérvidos y camélidos. Entonces, debemos suponer que, salvadas las diferencias de intensidad de las lluvias y otros factores que aún se presentan azarosamente, la flora y el paisaje, en su conjunto, era similar al actual. Entre estos cazadores se encuentran los primeros ocupantes de la cueva de Guitarrero, en el Callejón de Huaylas; y del abrigo del Puente y otras cuevas, en la región de Ayacucho. Ambos a una altitud próxima a los 3,000 msnm. En la misma época se estaba ocupando, igualmente, la puna vecina a estos lugares y todos los Andes, desde el extremo norte hasta la Patagonia, donde el ser humano hizo sus primeros avances durante el Pleistoceno.
Los primeros ocupantes de la cueva del Guitarrero, que está en las laderas occidentales de la Cordillera Blanca, eran cazadores que tenían un rango muy restringido y más bien grosero de instrumentos de piedra, hechos casi exclusivamente de lascas. Allí, no existían ni grandes bifaces ni “buriles”, como tendrían sus contemporáneos de la costa, aunque había raspadores y unos pocos tajadores, martillos y lascas cortantes. Thomas Lynch piensa que podría compararse con la fase Ayacucho, aunque en Guitarrero se conocen puntas pedunculadas, quizá emparentadas con las de los pescadores del litoral. El fechado C14 ubica esta fase de Guitarrero entre el 9000 y el 7000 a.C. La información de las excavaciones indica que los habitantes de la cueva estaban ya definidamente en tiempos holocénicos, con animales modernos, pues ya para entonces habían desaparecido los mastodontes, los caballos y otros animales.
Los habitantes de la fase I de la cueva de Guitarrero eran, como la mayoría de los cazadores, también recolectores de plantas y de pequeños animales. Aparentemente, el consumo de los camélidos andinos no era, en cambio, significativo; todo indica que estos animales, tanto el guanaco como la vicuña, eran nativos de las estepas del sur. En Cajamarca y más al norte, en contextos arqueológicos de la época, no hay vestigios de ellos,
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según sabemos por los estudios de Augusto Cardich en Cajamarca y por los del propio Lynch en la sierra de Cuenca, en Ecuador.
Los hallazgos en la cueva de Guitarrero, en los períodos posteriores, inducen a pensar que la actividad recolectora de plantas fue intensificándose, lo cual está ampliamente justificado por el medio ambiente del flanco oriental del Callejón de Huaylas, hoy mismo una de las zonas más fértiles de la sierra peruana. La recolección de plantas de clima templado, con una larga estación lluviosa —entre octubre y abril— y con riego natural permanente, debió permitir un nivel de sustento estable, combinado con la caza de cérvidos, roedores y otros pequeños animales. Es una región pródiga en tubérculos, frutales, legumbres y verduras. El bosque nativo debió proveer leña y materia prima para la fabricación de instrumentos y diversos utensilios.
Mientras esto ocurría en las sierras norteñas, templadas y con suficiente agua, al sur del macizo de Junín, donde los aires son más secos y las tierras áridas, la vida de los valles y quebradas iba por caminos diferentes. Los cazadores tuvieron que adaptar sus costumbres a otras exigencias.
La fase Puente de Ayacucho tiene una edad similar a Paiján y Guitarrero I: entre 9000 y 7000 a.C. Ha sido reconocida en varios lugares de la sierra central, asociada a cazadores de camélidos (guanacos y vicuñas), mismos que desde entonces se convirtieron en los animales principales de caza, complementados con los venados andinos, la vizcacha (Lagidium sp.)12 y otros. Si bien es característica de esta fase la confección de unas puntas de piedra que tienen un ancho pedúnculo —que es casi la mitad de largo de la pieza—, se inicia también una tradición lítica de puntas “foliáceas” (en forma de hoja), que serán características de los cazadores andinos a lo largo de milenios.
Los ayacuchanos eran cazadores-recolectores; pero, a diferencia de sus contemporáneos del Callejón de Huaylas, las condiciones áridas de Ayacucho debían exigir una actividad de caza más intensiva o, en todo caso, una recolección más limitada de plantas del ralo bosque espinoso de la región. La corta distancia que hay entre los diversos “pisos” de la cordillera pudo ser de gran ayuda para el sustento de los cazadores que, en pocas horas de camino, podían disponer de recursos naturales diferentes, desde frutas y raíces del fondo cálido de las quebradas cercanas a la cueva de Pikimachay o al abrigo de Puente —con cérvidos y roedores en los cerros vecinos—
12. Roedor del tamaño de un conejo, con una larga cola curvada, no domesticable.
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hasta camélidos y cérvidos de altura en la puna circundante, próxima a la cueva de Jaywamachay.
Entre el noveno y séptimo milenio de la era pasada, los Andes fueron ocupados de manera extensiva por los cazadores-recolectores, quienes cubrieron prácticamente todos los paisajes existentes en la costa y en la sierra. Algunos rasgos comunes, como la tendencia generalizada en la elaboración de las puntas de proyectil hacia formas foliáceas, puede expre sar alguna forma de contactos interregionales, aunque siendo esta una forma funcional de fácil elaboración y de rango universal, no es un indi cador explícito de contactos entre ellos. Con o sin contactos, lo más significativo es el desarrollo de una serie de procesos de “toma de posesión” de los cazadores-recolectores sobre el territorio andino: en cada espacio se advierte un progresivo conocimiento de sus recursos y la consecuente búsqueda de las formas de aprovecharlos. A esto muchos antropólogos le llaman “adaptación”.
La “adaptación” del ser humano es cualitativa y cuantitativamente diferente a la de cualquier ser vivo. Su estrategia consiste en obtener información —acumulada socialmente— con el objeto de adaptar los recursos y condiciones del medio a sus necesidades, no al revés. Para eso, transforma el medio, altera el régimen natural de las cosas, mezcla, combina, desarticula y, con ello, crea medios que no existen naturalmente. Con esos recursos, artificialmente creados, adapta la naturaleza a la condición que él requiere y no se adapta él a ella. Por eso, “su adaptación” puede ser nefasta para la naturaleza, como ocurre ahora en que nuestra capacidad de “adaptarnos” está afectando gravemente el equilibrio biótico de la Tierra.
En esta etapa, el hombre usaba la piedra, el hueso, las pieles y cuanto fuera posible para prolongar sus capacidades biológicas y poder ser un cazador, función para la que no estaba biológicamente preparado. Examina, compara, guarda y transmite experiencias mediante la comunicación social. Lo que hace un individuo, adquiere vigencia cuando es comunicado a los demás y cada uno recibe de los demás lo que todos en conjunto saben. Los antropólogos llaman “cultura” a esta conducta social e indican que la cultura es la forma de adaptación que tiene el ser humano frente a la ecosis de su entorno.
Vista la cultura globalmente, como una forma de conducta de la especie, esto parece posible. Pero, examinada la “cultura”, en relación con los condicionantes que ella tiene, ya no es tan evidente; sobre todo si se tiene en cuenta que la “adaptación” cambia históricamente y, desde luego,
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espacialmente. Lo que se cambió hoy para dominar un aspecto del medio puede ser insuficiente mañana, entonces se desecha o se crea algo nuevo que lo reemplace. El cambio se expresa en transformaciones que atañen al comportamiento humano; pero sus consecuencias materiales concretas son transformaciones en el medio, sea este externo a la población o la población misma que, obviamente, forma parte del medio ambiente.
En las punas de Junín, tanto en el ambiente altiplánico del lago, como en el entorno más alejado, se comenzaron a consolidar espacios humanos diferenciados, formándose cazadores especializados en vicuñas y domesticadores de camélidos: en el Callejón de Huaylas, cultivadores; en Ayacucho, pastores-cultivadores. En la costa —oscuro período— estuvieron en trámite a definirse como pescadores y recolectores de mariscos. El signo de la época es la tendencia hacia diversas formas de asentamiento sedentario, combinadas con mecanismos de complementariedad alimenticia que, al parecer, incluían algún tipo de trashumancia ligada a los bosques estacionales del desierto costero, llamados “lomas”, que florecen 4 o 5 meses al año durante el invierno.
Este es el tiempo en que se ocuparon las cuevas de Lauricocha, en Huánuco, que fueron las primeras en ser exploradas arqueológicamente en el Perú. Es también el tiempo en que tenemos evidencia de las antiguas pinturas rupestres con escenas de camélidos, tanto en Lauricocha como en Toquepala y otros lugares. Son milenios de grandes descubrimientos y opciones que marcaron históricamente a la población andina y que definieron la base material de su existencia.
II. Los procesos de domesticación (Período Arcaico Inferior: 8000 - 3000 a.C.)
El proceso que los cazadores y recolectores de todo el mundo desarrollaron como parte de su vida consistía en el conocimiento y dominio de las condiciones particulares de existencia de las diversas poblaciones asentadas en ambientes diversos y en la creación de nuevos procedimientos para someter cada región a sus necesidades de subsistencia y reproducción.
El Perú está asentado sobre un territorio muy complicado. Para vivir en él, fue necesario intervenir activamente sobre sus condiciones naturales, muchas de ellas adversas para la vida humana. Eso solo fue posible cuando se tuvo dominio sobre esas condiciones; de otro modo, la intervención
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podía ser nefasta para la naturaleza o los humanos. El Perú necesitó de una rotunda transformación para hacer posible la vida humana, pues de otro modo esa vida podía ser miserable. El resultado de esa intervención es lo que los historiadores llaman “civilización”.
Los milenios comprendidos entre el 8000 y el 5000 antes de nuestra era, después del Pleistoceno, tuvieron cambios climáticos menores, tendientes a una temperatura mayor. Se supone que entre el 5000 y 4000 a.C., el calor alcanzó sus más altos registros, lo que favoreció un clima cálido y húmedo; pero, desde entonces, comenzó a declinar hasta alcanzar las características que ahora tiene.13 Es necesario advertir que todos estos términos generales son muy relativos. El mundo andino es precisamente lo contrario de la uniformidad. Cada uno de los paisajes andinos debió responder de modo particular a los cambios climáticos generales. Los condicionantes del clima —la cordillera y los vientos de origen marino— operan de manera independiente en cada uno de sus “pisos” ecológicos, lo que quiere decir que las posibilidades de reaccionar adaptativamente a uno u otro medio, se enfrentan a la necesidad de ensayar más de una adaptación, si tal fuera el caso.
Siempre se puede decir que cualquier forma de resolver la existencia es una manera de adaptarse; pero, del mismo modo, podemos decir que eso mismo no es otra cosa que el dominio sobre las condiciones materiales que nos rodean. La historia de la humanidad es la progresiva transformación del mundo a partir del dominio que tenemos sobre las leyes naturales que lo rigen. Eso se inició en este tiempo en los Andes, algunos milenios después que en el Viejo Mundo que ya había pasado por la generosa experiencia del Paleolítico Superior, algunos miles de años antes de llegar los seres humanos a América.
El conocimiento de las leyes naturales es lento y está sujeto a una multitud de circunstancias, a las que normalmente llamamos “descubrimientos”; pero que no son del todo casuales y casi siempre tienen detrás
13. Los arqueólogos americanistas, en general, han llegado a concordar en denominar “Arcaico” al período que los paleontólogos llaman “Holoceno” y que se inicia luego de la disolución del Pleistoceno, incluyendo en este lapso todos los procesos de adaptación que se dieron en los distintos medios americanos, tanto del norte como del sur. La mayor parte de estos procesos estuvo comprometido con formas de vida de cazadores y recolectores, em simultáneo con procesos de domesticación de distinto compromiso de cambio social. El
Arcaico termina con los “Formativos” que normalmente se asocian a la cerámica. No hay un claro deslinde entre “Paleolítico” y “Neolítico”, como sí sucede en cientos de lugares del
Viejo Mundo.