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4. El consumo
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Por cuanto, en el mundo moderno y globalizado manda el valor de cambio que implica ganancias, lo cual no era entendido así los antiguos pobladores andinos.
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Este trueque era inter-étnico e inter-ecológico sincrónicamente, en ámbitos determinados, según las alturas del territorio en el cual vivían y de acuerdo a las actividades que ejercían de conformidad a los recursos naturales que poseían (arcillas, metales, maderas, ganado). Lo evidente es que la especialización total no existía en la sierra y costa sur. Por allí sus habitantes sabían hacer de todo.
Sobre el funcionamiento del trueque, hay pruebas documentales, etnográficas y lingüísticas. Se contracambiaba, pues, sal, alfares, fibras textiles, fármacos, maíz, tubérculos, coca, ají, etc. Había etnias agricultoras que poseían en su espacio algún ayllu que también manufacturaba cerámica, tanto para ellos mismos como para intercambiar.
Por lo tanto, no sólo existía el trueque inter-étnico, sino incluso dentro de un mismo señorío o etnia, con ayllus cuyos terrenos estaban localizados en distintos niveles altitudinales. En tales ocasiones, el canje casi siempre era realizado directamente en la misma chacra, a la cual acudían los interesados, o en parajes acondicionados para ello, llamados catu (mercado). Lo preferían al menudeo. Otros descendían de las punas a los valles bajos y templados para permutar bienes, deteniéndose de casa en casa en busca de amigos o parientes, lo que conformaba una costumbre repetida año tras año.
Por cierto que entre las familias de un mismo ayllu que moraban en una ecología similar no funcionaba el trueque, porque todos producían lo mismo. El trueque se movía cuando la producción de cosas difería de un ayllu a otro, o de una etnia a otra.
4. El consumo
Es el término económico que sirve para analizar el uso final que se daba a los recursos de la comunidad y del Estado. Ya hemos visto que uno de esos recursos era el trabajo humano y que sabían dividir el tiempo laborable entre los diferentes tipos de trabajos, en lo primordial, en lo concerniente a la producción familiar, en equipo productivo, y la producción de bienes que iban a consumirse de manera directa. Es evidente la imposibilidad de calcular los ingresos reales o exactos, como es el caso de la totalidad de bienes y servicios que recibían los mitayos y yanaconas durante un
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período dado; ni siquiera nos quedan muestras para llegar a una conclusión aproximada.
No obstante tal materialidad, esto nos conduce a indagar en lo tocante al nivel de vida, no solo en términos de las necesidades de comida y abrigo de las personas, sino también de la realización de sus deseos, definidos por los valores de la comunidad en que vivían. Sin embargo, según lo que manifiestan las fuentes de los siglos XVI y XVII, se puede apreciar que dichas aspiraciones podían ser satisfechas mediante el proceso de producción, intercambio y distribución que practicaban.
Por lo tanto, la frase “nivel de vida” debe usarse con precaución. Afirmaciones tales como “alto nivel de vida” o “bajo nivel de vida” no significan nada, salvo que se descubra la base para poder establecer las compara ciones. En insoslayable que los sistemas andinos antiguos no pueden ser fácilmente correlacionados con los traídos por los españoles. Un examen cuantitativo de los recursos durante un cierto período de sequía puede ayudar a determinar si el nivel de vida fue alto o bajo. El aumento rápido de los recursos materiales podía, durante un tiempo, perturbar la estructura social y económica, en lugar de mejorar las condiciones generales.
Los bienes poseídos por una comunidad tenían diferentes aplicaciones de uso, de conformidad a los miembros que la componían. Es obvio, asimismo, que la existencia de diferencias sociales estaba vinculada con distinciones económicas, como se expresa, por ejemplo, en el mayor poder sobre los bienes disponibles que disfrutaban los de la etnia Inca, en contraste con los atuncuracas de provincias y señores de ayllu, es decir, un poder mayor o menor sobre los bienes aprovechables, con diversos métodos para servirse de ellos.
Las clases sociales altas consumían bastante y sus regalos daban visos de ostentación, para tener contentos a los funcionarios, guerreros y trabajadores. Aquella riqueza que enaltecía a los poderosos, la prodigaban a individuos y a grupos, de acuerdo a las circunstancias, en forma tal que llamaba la atención acerca de lo que disponían y de lo que podían disponer. La riqueza era una figura que les daba reputación social y política, pues fungían de autoridades de buen corazón, magnánimas.
Así, se desarrollaban festividades, en las cuales los sacrificios humanos y las redistribuciones aparentaban ser un derroche de obsequios enrumbados a los nobles visitantes provincianos, los que, a su turno y de manera análoga, correspondían al sapainca con otros objetos en calidad de regalos, bien que tales actos no constituían una competencia de valores. Cada cual juntaba
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para sí dichas donaciones, para conducirlas a sus casas con el objetivo de disfrutarlas, guardarlas y hasta para brindarlas a otros de sus amigos. Las dádivas efectuadas por los jefes eran, pues, muy valiosas para conseguir el máximo efecto social, económico y político. Los nobles cusqueños pasaban los atardeceres y noches de todos los días comiendo, pero medularmente bebiendo en grandes cantidades, con lo que atraían la atención de otros y —a su vez— lograban resaltar su alta capacidad de consumidores, inherente a su elevado rango y clase social.88
De ahí la necesidad de que los conspicuos señores incas y cápaccuracas pusiesen mucha perseverancia para obtener un excedente de bienes, es decir, en producir en mayor cantidad de lo que se consumía. Este excedente conformaba un plus que les permitía el “ahorro”. En tal forma que los miembros de los ayllus no ponían un excesivo cuidado en almacenar en sus chozas lo suficiente para hacer frente a las contingencias de la naturaleza, confiados en que sus señores les suministrarían lo necesario hasta la normalización de los ciclos agrícolas productivos.
La economía andina, por lo tanto, configuraba un sistema dinámico, pues el trabajo de la gente y los recursos almacenados generaban las condiciones para las recompensas futuras y para la existencia de bienes y servicios, en términos de los valores de la sociedad. El almacenamiento y la redistribución actuaban bajo presión, para evitar conflictos manifiestos o latentes en el sistema económico, especialmente, en relación con la distribución desigual de la riqueza y de las recompensas a los servicios prestados.
Al respecto, sin embargo, ya se presentaban algunas transformaciones. Huayna Cápac introdujo un nuevo esquema de trabajo en puntuales extensiones dedicadas a la producción de maíz estatal, como ocurrió en el valle de Cochabamba. Allí estableció la concurrencia de braceros, ya no estrictamente de estilo mitmas, sino de trabajadores temporales y de yanaconas originarios de etnias aledañas y hasta distantes. Indudablemente, se trató de un elemento de cambio con indisputables efectos cuantitativos y cualitativos sobre el sistema económico.89
88. Pizarro 1571: 47, 105. 89. Wachtel 1981: 37-48; Gyarmati y Varga 1999: cap. V.