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1. La producción
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terés por el trabajo perseverante. Es verdad que se invertían muchas horas en rituales, tiempo quizá tan semejante al destinado a la producción de bienes y al descanso. Lo que indica que sustraían gran cantidad de bienes para cumplir con los ceremoniales día a día; pero lo tenían tan bien previsto que cada mes y estación era dedicado a algún rito relacionado con la vida económica, de preferencia al ciclo agrario del maíz.78
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III. La producción, distribución, intercambio y consumo
1. La producción
La producción compelía a una organización para transformar los recursos en bienes o en servicios para usarlos y satisfacer las aspiraciones de los campesinos, del sacerdocio, de los gobernantes y del Estado. Cualquier esfuerzo realizado con el mencionado fin caía dentro de la categoría de producción, como acontecía con el transporte de materiales de un lugar a otro, en cuya actividad demostraban conocer procesos y conocimientos, es decir, aprovechaban la tradición, la tecnología y el conocimiento del medio ambiente (recursos potenciales, bosques, tierras sin usar, agua utilizable para riegos, métodos para explotarlos).
Como los tipos de economía se clasificaban de acuerdo a su técnica de producción, en el interior del Imperio tahuantinsuyano, encontramos: 1° pueblos predominantemente recolectores —de frutas, semillas y raíces— en los contornos periféricos del Antisuyo o Selva Alta, fronterizos con los sacharrunas (selvícolas); 2° cazadores y pescadores, no solo en las áreas anteriores, sino en otras mucho más centrales (urus del Altiplano, changos de las playas meridionales); 3° agricultores y pastores avanzados, que conformaban la mayoría poblacional; 4° artesanos y mercaderes, de preferencia en la costa nor-central y también en el extremo septentrional del Chinchaysuyo (Quito, Pasto).
Desde luego que ni unos ni otros permanecían excluidos mutuamente. Lo natural era que los pastores altiplánicos frecuentaran la agricultura de gramíneas y tubérculos de altura; o que los agricultores recolectaran algunas plantas silvestres, cazaran y pescaran, y pudieran también tener manadas, trabajando por temporadas en lugares cercanos y distantes.
78. Molina 1575: 24-103; Guaman Poma 1615: 236v-260v.
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Estaban preparados, por práctica y experiencia, para aplicar en cualquiera de esas actividades sus respectivas tecnologías, de las que obtenían buenas ventajas económicas. Sin embargo, etnias con técnicas parecidas de producción podían ser totalmente diferentes desde la óptica cultural por tener diferentes estructuras sociales, como ocurría cuando comparamos a los pescadores tallanes y chinchas con los también pescadores uros y changos. O similarmente por tener sistemas de parentesco sui generis, por ejemplo el patrilineal y matrilineal sincrónicamente, o en otras palabras, una descendencia paralela, que es lo que preponderaba en el mundo andino. O por la ausencia de una autoridad centralizada, como se cumplía entre los chachas, chilchos, chimbos y pastos antes de que fuesen incorporados por los incas.
En las sociedades bien ordenadas y hegemónicas, el funcionamiento caminaba con resultados expectantes en todo sentido; sin embargo, se conoce que todos conocían las técnicas de producción suficientes para obtener en el volumen que ansiaban. Y, para ello, sabían planificar la cantidad de trabajo, organizado con corrección y debidamente controlado por sus autoridades en medio de reglas despótico-paternales. Además, constituía una tecnología si bien no tan desarrollada, sí bastante estandarizada, por lo que podríamos calificarla de flexible. Configuraba una técnica tradicional a la que estaban muy aferrados.
A veces en una misma etnia empleaban métodos y tecnologías distintas, pero siempre dirigidos a conseguir recursos con eficiencia, mucho mejor que cuando lo alcanzaban empleando un solo procedimiento. Esta situación sobrevenía cuando aplicaban sistemas agrícolas diferentes según el tipo de suelos y las estaciones del año. Y, como derivación de ello, el efecto de esas varias técnicas redundaba en las cosechas, ya con uniformidad o ya con desequilibrio. Sabían explicar lo concerniente a la racionalización para fijar una forma de economía preferencial. De ahí la existencia de agrupaciones de pastores, pescadores y artesanos que vivían apartados de la agricultura, porque creían improcedente forzar a la Madre Tierra a producir más.
Con sus actividades productivas buscaban: 1° auto proporcionarse bastimentos para la subsistencia; 2° bienes para regalar a los parientes; 3° bienes para satisfacer otras obligaciones sociales, verbigracia, obsequios a los superiores y a los padres de la futura esposa; 4° ofrendas a los ancestros, espíritus y divinidades; 5° el intercambio con productos vegetales, animales y minerales de otras ecologías cercanas y lejanas; 6° la reserva de semillas
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para la próxima siembra; y, 7° excedentes para situaciones de emergencia, almacenados en depósitos.
En la situación de pueblos paradigmáticamente ganaderos, los camélidos tenían diversas aplicaciones: 1° por su pelambre; 2° como sacrifico a seres sobrenaturales; 3° como bestias de carga y, a veces, de transporte de niños, mujeres e inválidos; 4° por su estiércol, que es un buen abono en las alturas; 5° por sus huesos, que los convertían en herramientas para tejer y en instrumentos musicales; 6° por su carne para la alimentación; 7° por sus pieles que eran utilizadas como pellejos para alfombrar el piso y acondicionarlos como colchonetas para dormir y como cortinas para tapar sus puertas; 8° como recompensa por la futura esposa; 9° como regalo a los niños en el rito de paso denominado rutu-chicuy o landaruto o corte del primer cabello; y, 10° como reparaciones de ofensas.
Estos factores determinaban las escalas y formas en que se disponían las ocupaciones productivas, por lo que la distribución de las poblaciones se relacionaba con los recursos disponibles. Así, el tiempo que los individuos dedicaban a la producción de bienes podía ser diariamente en tareas bien determinadas. Esto acaecía, tanto en las labores familiares como en las comunales y estatales, de continuo dentro de un calendario prefijado de acuerdo al devenir de las estaciones del año. Con todo, había días favorables y desfavorables para el trabajo, ya fuese para la consecución de alimentos, realización de funerales y de actos mágico-ceremoniales. Así, por ejemplo, pensaban que la aparición de la luna llena favorecía la siembra, el corte de madera y techado de edificios.
En el perímetro andino, pocos espacios estaban relacionados con actividades económicas especializadas. Más bien, fue en la costa central y norteña donde pululaban los artesanos con hasta 30 ocupaciones singulares. En la misma área y en el norte del Chinchaysuyo (Quito-Caranqui), incluso operaban mercaderes que compraban y vendían. En otros lugares, como en las haciendas de personajes, ya masculinos como femeninos, pertenecientes a la elite inca y a uno que otro de los grandes curacas regionales, era factible encontrar relaciones de señor a siervo o yanayaco. Pero, en toda situación, la unidad doméstica o social constituía al mismo tiempo el núcleo económico, lo que significa que las conexiones económicas concomitantemente funcionaban como relaciones sociales.
Los lazos de parentesco conformaban el cimiento de las correspondencias económicas. Los bienes de una familia dependían de la ayuda de otros miembros de su parentela. De modo que resultaba común ver a los
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yernos trabajando en provecho de sus suegros, como gratitud por haber recibido a una de sus hijas en calidad de cónyuge, además de haberles ya compensado con algunos objetos, granos y bebidas. Se trata de servicios de razón social, pues son retribuciones inmediatas y directas de carácter económico.
Lo manifestado hasta aquí denota que la vida económica andina era algo más que la búsqueda de alimentos; por cuanto, al lado de esa preocupación, bullían otras acciones de conveniencia colectiva. Por eso, la organización productiva implicaba la división del trabajo e integración de la aportación de cada individuo a la tarea común, lo que a su vez permite comprender que las formas de trabajo andino totalicen parte de un vasto complejo cultural que —forzosamente— dio lugar a tres grandes figuras: 1º los trabajos de ayuda mutua; 2º las labores de confort comunal; y, 3º las faenas para crear excedentes al Estado imperial. O mejor dicho, a lo que en quechua se conoce como ayni, minca y mita, respectivamente. Ninguna de las tres era asalariada con monedas, porque contribuían al desarrollo particular, social e integral o estatal, adecuado para el entorno rural de una sociedad precapitalista. De ahí que para entender esta sociedad sea necesario tener nociones de la familia y del parentesco. El trabajo por turno o mita implicaba la redistribución de productos a los laborantes: una trama que gobernaba la base económica de las actividades sociales del Estado andino. En cambio, la minca socializaba —y sigue socializando— al ayllu y a la etnia, gracias a la puesta en marcha de maneras definidas de comportamiento colectivo.
La ideología de la producción
Cada ayllu de especialistas tenía sus razones económicas y sociales para explicar y defender sus ocupaciones. Los habitantes del litoral lo atribuían a la falta de tierras agrícolas que, desde muy antiguo, los había impelido a otros menesteres para sobrevivir. Sus capacidades y adiestramiento eran transferidos de padres a hijos mediante juegos miméticos o gracias a la observación directa de lo que hacían los mayores o en mérito a una instrucción deliberada, y hasta es factible que hayan puesto sobre el tapete un sistema de aprendizaje. Eran artesanos hereditarios, con una desenvoltura y pericia continua, cuyos ingresos afectaban a individuos y a grupos.79
79. MacLean 1944: 41-56.
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Empero, además de las ideas sociales que conducían a la división del trabajo de individuos y de ayllus, militaban otros puntos de vista relacionados con valores morales expresados, como son el aprecio y desprecio hacia determinados menesteres. Las primeras actividades entusiasmaban, lo que favorecía su perfeccionamiento y eficiencia, con el consiguiente incremento de su reputación. Este era el caso de los orfebres, plateros, arquitectos, cumbiqueros, sacerdotes y adivinos puros.
Pero los valores rituales no otorgaban notabilidad a todos, sino que establecían diferencias entre diversos tipos de laboreo, así el clero del Sol era superior al clero de los Jircas o Huamanis o Apus, dioses menores de los ayllus y etnias. En el Tahuantinsuyo la gente tenía aptitud para uno o más tipos de trabajo, pero no para todos, desde luego; de modo que cualquiera no podía ser sacerdote del Sol, orfebre, plumajero, platero, tapicero, arquitecto, estratega o adivino puro. Ciertas ocupaciones dignificaban, por lo que se convertían en deseables, por ejemplo, la clerecía solar, la adivinación exacta, la metalistería. Sus éxitos e infalibilidad estaban bien compensados con obsequios.
Los expertos adquirían la honra de exhibir algunos adornos, lo que los incentivaba para amplificar su perfeccionamiento. Los estímulos podían ser asimismo provenir de drogas y canciones que glorificaban sus nombres en aldeas y pueblos precisos, como sucedió con el guerrero Ollanta, un cañar al que por sus hazañas Pachacútec dio el rango de inca por privilegio y la prerrogativa de que su nombre fuese antepuesto al de la llacta o asentamiento urbano de Tambo, por lo que desde entones se le llama Ollantaytambo.80 Los adivinos infalibles eran atraídos hasta por los sapaincas para que viviesen y viajasen a su lado como asesores y consejeros. Eran visibles los efectos de estos halagos en el trabajo de los homenajeados, quienes eran trasmutados en hombres importantes.81
Durante el Imperio del Tahuantinsuyo, las unidades domesticas (familias nucleares simples y nucleares compuestas) prosiguieron produciendo para ellas mismas y colaborando unas con otras dentro de los clanes donde permanecían distribuidos. Pero, de modo semejante, generaban un plus para sus curacas; para la burocracia estatal, civil y militar; y, por igual, a sus divinidades y sacerdotes. Todo recaía sobre los hombros y brazos de los jóvenes y adultos agrupados en ayllus o hathas o pachacas (comunidades).
80. Llano Zapata 1776: 107. 81. Sarmiento 1571: 251.
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Es una realidad que obliga a indagar cómo planificaban las faenas para que nadie escapara de su cumplimiento en medio de un halo de felicidad, sin poner caras malhumoradas frente a tal mecanismo de trabajo.
En el epicentro de la unidad doméstica, no se percibe un desborde demográfico. Los padrones tempranos del siglo XVI dejan traslucir que cada hogar tenía por lo común dos hijos, pocos aparecen con tres o con cuatro. En este sentido, son excepcionales los censados con cinco. En cambio, los curacas de ayllu, huaranga, saya y provincia sí figuran con varios retoños, de seguro por estar avezados a la poliginia.
Lo que se acaba de expresar permite calibrar que en las unidades domésticas la explosión demográfica estaba atenuada, objetividad que caminaba al unísono con un lento desarrollo tecnológico, por lo que no se creaban las condiciones necesarias para que hubiesen podido obtener más rentas en trabajo y productos. Ahí está la razón del por qué las sociedades comunales (ayllus) aparecían como igualitarias y recíprocas. En este modelo de organización social, solamente los curacas o mallcus (caciques) obtenían un plus trabajo y un excedente en especies.
El “capital”
Es la categoría que empleamos aquí para referirnos a todos los bienes en existencia, es decir, a los que iban a consumirse directamente, a los que se embodegaban como valores o a los que se aplicaban para proseguir el proceso de producción. Su rol productivo era de lo más importante, lo que explica que una buena proporción de los bienes almacenados por los individuos o ayllus fuera destinada a promover la producción de otros bienes.
Así, las herramientas que se usaban directamente y otros artículos —como la comida, ropa, cuentas, caracolas y rebaños— podían ser destinados para mantener o “pagar” a quienes ayudaban en el trabajo o para obtener medios con que pagarles. Sea en el ayni, en la minca y hasta en las mitas, cada persona aportaba y concurría con sus herramientas para el trabajo tomándolas de su despensa familiar. Aunque también se podía prestar las herramientas a otros, poniendo en evidencia un acto de ayni o reciprocidad que, en algún momento, debía devolverse con igual gesto. Entre los individuos y grupos concurrían, por lo tanto, diferencias en la posesión de artículos o bienes.
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La cantidad y tipo de artículos que constituían el “capital” de la comunidad era más que suficiente para garantizar su reproducción, pues se trataba de bienes correctamente distribuidos para atender a las reparaciones o renovaciones necesarias. Los ingresos de los individuos para mantener su nivel de vida dependían de sus trojes renovados cada período de tiempo en proporción suficiente para suplir sus necesidades alimenticias, rituales y de intercambio. La gente se contentaba con reemplazar sus artículos depreciados. En los ayllus o comunidades, salvo los jefes o curacas, nadie intentaba acrecentar sus riquezas mediante la acumulación y expansión del sistema de producción, ya que de hacerlo acabaría mal visto por la población, por atentar contra el balance del prestigio y poder. Ya sabemos que los únicos que llevaban a cabo esta extensión eran los curacas regionales y locales; y en la situación del Imperio, el sapainca, cosa no censurada ni criticada por los otros sectores poblacionales.
En los ayllus pastoriles del Collasuyu, Chinchaycocha, Ancara y Chucorvo (hoy Castrovirreina), así como en varias comunidades agrícolas, el ganado camélido configuraba el “capital” más importante. Asociados con el modo natural de crecimiento biológico —en contraste con el capital en forma de objetos inanimados, como la cerámica o las lanzas—, ponían en vigencia la herencia de tales ejemplares y préstamos de ellos sin interés. La fuente etnográfica constata que los hatos representaban el símbolo de las relaciones sociales, por ser objetos de afección sentimental, al extremo que sus dueños hasta podían resistirse a su enajenación a cambio de otros bienes. Por eso, con frecuencia, pasaban de una generación a otra o de una familia a otra, como parte del precio de la novia o como compensación de daños corporales. En consecuencia, el ganado, en consecuencia, tenía un valor concreto, por generar equivalentes en otros bienes.82
Es conveniente clarificar que en la sociedad andina desconocían el “capital” mantenido con propósitos de inversión, no se sabe ni siquiera de ejemplos excepcionales. Es posible que parte de sus bienes almacenados, en situación de sobrantes, fuesen prestados a los parientes y amigos en ocasiones de emergencia, lo que sucedía con frecuencia. Por ejemplo, se podían prestar herramientas, balsas de pesca, adornos y trajes para danzas y hasta productos alimenticios. Hay pruebas documentales de que las devoluciones podían hacerlas con una adehala —agregado o interés—, aunque esto no debió funcionar siempre así,
82. Flores Ochoa 1995, I: 37-42.