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2. La distribución

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1. La producción

1. La producción

Economía Política y doméstica dEl tahuantinsuyo | 397

bien que debió tener cierta importancia.83 Pero no conformaban deudas que hubiesen podido sustraer y empobrecer los ingresos de “capital” de las familias campesinas. Al parecer constituían préstamos de objetos solo dentro del grupo local. Como en la sociedad andina se practicaba la descendencia paralela, los adeudos del padre los heredaban sus hijos varones, mientras que las deudas de la madre correspondían a sus hijas. No hay pruebas de que los débitos se hubiesen anulado con la muerte. La pena común y corriente a los deudores insolventes consistía en no volver a confiarles nada.

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Como los sapaincas tenían derechos sobre la propiedad del trabajo de los yanayacos y de los piñas, esta configuraba una forma de “capital”. Ambos tenían significación en el sistema productivo, claro que los yanas o siervos en mejores condiciones que los piñas, pues estos últimos trabajaban en condiciones de esclavitud o, por lo menos, sujetos a un trabajo forzado.

La producción y el ritual

Existía estrecha relación entre la producción y el ritual. Todo estudio sin este aditamento resulta infructífero o incompleto. La magia y la religión tenían efectos económicos en términos de producción, intercambio y consumo de los recursos. Los rituales de tipo productivo se desenvolvían enmarcados dentro de las cábalas agrícolas, los sortilegios de los oficios y las supersticiones concernientes a la salvaguarda del ganado.

Se conocían prácticas de culto de trasfondo protector, incluso en los matrimonios y funerales. Se sabía, pues, activar el trabajo mediante escenas ceremoniales, con secuelas sobre los bienes producidos que —según manifestaban— promovía y estimulaba al trabajador. Por eso, se invertía mucho tiempo en celebraciones mágico-religiosas, casi el mismo que el empleado en producir y en descansar. Se substraía gran cantidad de bienes para cumplir con tales solemnidades y hasta conocían estaciones y meses para efectuar las citadas ritualidades, con resultados exitosos en la disponibilidad de la mano de obra y en la generación de excedentes.

2. La distribución

En el presente rubro —sobre todo—, hay que considerar a las recompensas que, mediante la figura de las redistribuciones, recibían los diferentes actores

83. González Holguín 1608: 588, 640-641.

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o agentes del proceso productivo directo e indirecto. Tales gratificaciones bien podían ser obtenidas mediante el reparto de un producto colectivo (por ejemplo, de una cosecha de maíz) o por una remuneración proveniente de otros bienes, cuando el producto resultaba imposible de ser divisible, como en la situación de una balsa o de una casa. Tales indemnizaciones las recibía el trabajador como una ganancia de su trabajo en las mitas agrícolas, ganaderas, o artesanales.

Desde luego que la porción recibida no representaba el esfuerzo invertido, brindado y gastado por el productor directo, pues el señor siempre se quedaba con un excedente a su favor. Lo mismo ocurría con las compensaciones a los especialistas y técnicos en rituales o con los organizadores de las tareas. Realmente, la retribución constituía un pago al trabajador; aunque no se puede negar que las redistribuciones descansaban más sobre bases sociales que económicas; de manera que las redistribuciones resultaban, con frecuencia, convencionales, tanto en la cantidad como en la calidad de bienes. De ahí que las citadas redistribuciones se presentaran de acuerdo al tipo de trabajo o de servicio prestado, al tiempo dedicado o a la categoría de la persona a quien se recompensaba. En varios casos, el servicio de asistir al trabajo o el estatus del trabajador determinaban la recompensa y no la cantidad de esfuerzo realizado. Pero de todos modos, en la idea primaba que todo trabajo debía ser reciprocado.

En los laboríos colectivos de las comunidades (mincas), donde los trabajadores se reunían impulsados por sus lazos de parentesco, no existía el sistema de retribuciones o pagos. En las referidas circunstancias, cada familia participante en la faena mancomunada conducía sus herramientas, alimentos y bebidas, sin esperar gratificación de nadie. Aquí, la única remuneración se conseguía mediante la celebración de una fiesta, para cuya realización los mismos trabajadores contribuían con sus bienes.

En todas estas tipologías diversas de redistribución no había, pues, variaciones en cuanto a la preferencia de los trabajadores, porque ellos optaban por el reembolso o retribución en comida y bebida, es decir, granos y tubérculos por haber braceado en una cosecha, lo que les permitía ahorrar lo obtenido en sus parcelas.

La redistribución asimétrica

Se ha hablado lo suficiente acerca de las redistribuciones, por ser las mitas las que más exigían este modelo de pago. De manera que la redistribución

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Elaboración: Carla López.

conformaba una manera de circulación de bienes y servicios; con una trama de connotaciones, en la cual se movían intereses sociales y políticos que dinamizaban y enlazaban las actividades económicas con las relaciones de trabajo.

Pero en la mita y su retribución había asimetrías. Aquí los beneficiarios (señores curacas e incas o Estado) no devolvían el mismo servicio ni costo por lo producido por parte del trabajador, pese a que con la entrega de bienes cumplían con el pago del servicio. Tenía, por consiguiente, un valor variable y desigual que no era equivalente al esfuerzo gastado por el productor directo, por más que el “patrón” diera al peón exquisitos alimentos, abundante chicha, coca, festejos y hasta alguna pieza de vestir. Mayormente, significaba un reconocimiento, con apariencia de convite, por la ayuda proporcionada a los señores regionales e imperiales.

En este sistema, como se ha visto, varias personas e instituciones podían obtener provecho de la energía de una sola familia, a la que retribuían. Pero se sacaban más beneficios de los miles de brazos o, mejor dicho, de

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multitudes en tareas agrícolas, ganaderas, mineras, militares, textiles. En la referida situación, casi toda la riqueza se concentraba bajo el poderío del jefe, quien devolvía parte de ella en bien de los mitayos en momentos de crisis para auxiliar a la comunidad entera, proporcionalmente a la magnitud de los infortunios. Realidad que mantenía y acentuaba la diferencia de estatus y de clase.

No olvidemos que la redistribución funcionaba, sobre todo, en las mitas, entre gente que laboraba en equipos y en medio de turnos distribuidos en riguroso orden, a nivel comunal, en concordancia a las edades de las personas. Todo atunruna (campesino), no en una sino en varias etapas de su vida, tenía que ser útil al Imperio. La totalidad de los ayllus de la etnia estaba compelida a prestar servicios en ventaja del Estado, ocupándose en alguna labor en el entorno de sus propias etnias o en lugares distantes. Entonces, la mita no venía a ser otra cosa que la extracción de un plus-trabajo por el Estado, regulado por tandas. Conformaba la carga tributaria que el Imperio reclamaba a las comunidades o etnias, para retornarles como “salario” o redistribución solo una porción. Así, daba la impresión de que todos los miembros hábiles de los ayllus compartían el producto de manera equitativa.

Lo incontrovertible es que tales relaciones eran asimétricas. El Estado inca acumulaba riquezas, donde las redistribuciones hechas a los trabajadores no eran equivalentes al trabajo solicitado. El regalo que hacían los curacas, los totricocs y el sapainca —en agradecimiento a la movilización de grandes masas de trabajantes— jamás resultaba equipolente a los beneficios brindados por ellos. Había, pues, una apropiación de excedentes por parte del Estado, pues el mayor volumen de los productos no pertenecía a los productores directos, sino a otros: al Imperio.

El poseedor de los medios de producción organizaba los turnos, prefijándose los fines técnicos y económicos. El Estado disponía de la asignación de esos bienes. Y, no obstante ello, los mitayos nunca se sentían explotados ni subyugados, no percibían nada de ello. La redistribución, además, no llegaba a todos, era restrictiva a determinados sujetos que vinculaban su trabajo con el Estado. Los jefes aumentaban su renombre y fascinación, redistribuyendo.

En suma, con las mitas se llevaban a cabo infraestructuras de desarrollo vial, agrario, pecuario, andenerías; obras de irrigación, almacenamiento de alimentos, tambos, asentamientos urbanos, edificios, fortalezas. Todo en beneficio del Estado.

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