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3. La división del trabajo

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decir, por ayllus o mitades (sayas) o grupos étnicos, cada cual en su respectiva parcialidad. Esta división cumplía con dos finalidades: que su etnia cumpliera con la labor asignada y que hubiera emulación o competencia para rendir resultados óptimos por cada lado. Un sobrestante o capataz llevaba la cuenta en quipus de todo lo que se ejecutaba, de lo que no se hacía y de lo que se gastaba en darles de beber y alimentarlos.

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• Circuito de los mitayos

En cuanto a lo producido por los mitayos, el ideal consistía en que cada etnia trabajara generando los productos y artesanías que podía gestar en su espacio, procurando evitar la salida a tierras ajenas para adquirirlas. Braceaban en tierras estatales, del sapainca y de las divinidades sin ir muy lejos, de modo que no deambulaban de un lado a otro en busca de cosechas.68 Sin embargo, la realidad era distinta, ya que existían múltiples excepciones, como lo demuestra la documentación de archivo. Así, los ichoc-huánuco caminaban a cumplir sus mitas mineras a tierras de Huari; o los chupachos, al Cusco; o los collas, a Ollantaytambo.

La ropa se elaboraba en talleres fijos con fibras provenientes de los rebaños o algodonales del Estado, del sapainca y de las divinidades, ya de las serranías como de las zonas yungas. Se manufacturaban tres suertes de ropa de fibras: 1º de pelambre de vicuña, muy selecta, elaborada por quienes tenía habilidad y paciencia para realizarla; 2° la de awasca o ahuasca, de pelambre burda de alpaca y llama; y, 3° la de algodón. Asimismo, se confeccionaba calzado donde había cabuya, fibra arrancada del maguey. Se labraban y pulían armas, siempre que se dispusiera de materiales para hacerlas. Así, los arcos y flechas se traían del Antisuyo (Antisuyu), etc.69

3. La división del trabajo

La división del trabajo entre los runas del Tahuantinsuyo, por lo general, se basaba en el sexo, la edad y las habilidades. Dependía también del rango social de los grupos estratificados. Existían separaciones en forma total y exclusiva en muchas ocupaciones: así, únicamente los varones roturaban la tierra para que solo las mujeres echasen en los hoyos las semillas; las fémi-

68. Garcilaso 1609: lib. V, caps. VI y IX. 69. Garcilaso 1609: lib. V, caps. VI y IX.

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nas eran las únicas llamadas a servir los vasos de chicha para dárselos a los hombres con el fin de que bebiesen. En las estepas, los hombres ejercían de pastores; y entre los guayacundos las mujeres se desempeñaban como alfareras.70 La orfebrería, platería y tapicería de cumpis corría a cargo exclusivo de los varones. Pero, también abundaban las oportunidades en las que los dos sexos se combinaban en diversas tareas de una misma ocupación. Tal situación se presentaba en la siembra, cuando el marido abría con la taclla o tirapíe los huecos y de inmediato la esposa arrojaba allí las semillas; o, cuando los guerreros marchaban a las campañas seguidas por sus esposas, sin las cuales no habría existido quién les preparara los alimentos. Todo lo explicaban con mitos y ritos mágico-religiosos.

En una sociedad de este tipo, los efectos económicos resultaban extraordinarios. En las mincas o faenas colectivas se constituían grupos iguales para laborar todo el tiempo sin parar —salvo en las noches— hasta concluir la obra. En las mitas se mudaban por turnos. En el ayni o tareas recíprocas influía el parentesco. Las mingas y mitas corrían bajo la responsabilidad de la integridad de los adultos de los ayllus, sayas y provincias.

Hemos expuesto que también se tomaban en cuenta las habilidades manuales. Consecuentemente, se aprovechaba tanto a individuos como a determinados conglomerados sociales, para dedicarlos a quehaceres inherentes a sus inclinaciones o vocaciones. Existían ayllus (o poblaciones), sobre todo en la costa central y norte, especializados en algún oficio: canteros, salineros, orfebres, plateros, tapiceros, olleros, carpinteros, sastres, alpargateros, cocineros, chicheros, albañiles, arquitectos, pescadores, pintores, tintoreros, estampadores, cocineros, venaderos, huseros, plumajeros, contorsionistas y malabaristas circenses, etc.71

Fue en el litoral donde se veían ayllus enteros tecnificados en una labor artesanal. Había, pues, comunidades que poseían pericia en definidos oficios, lo que vale decir que persistían personas que dedicaban a determinadas actividades más tiempo que a otras, al punto de poder ser calificadas de “especialistas a tiempo completo”, por lo que sus manufacturas gozaban de demanda por su belleza y utilidad. En la sierra también podía suceder lo mismo, pero no con la rigidez de las poblaciones del centro y norte del litoral. Así, los huaros y alcahuizas en las inmediaciones del Cusco gozaban de renombre por su destreza en los conocimientos adivinatorios y hechi-

70. Pineda 1556-1557: 39. 71. Ruiz de Arce 1540; Santillán 1563; González de Cuenca 1566; Falcón 1567: 149-151.

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ceriles, como maleros, curanderos y envenenadores. Y lo mismo ocurría con los médicos callahuayas y los shamanes llacuaces de Las Huaringas, en Huancabamba. Pero los habitantes de la sierra no se dedicaban a tiempo completo a sus oficios, sino que los alternaban con sus labores agrícolas y hasta ganaderas, entre otras.

El control demográfico y de otros recursos

El control minucioso de la fuerza de trabajo (mitayos, acllas, yanas, piñas) se alcanzaba mediante la realización de censos de población a intervalos muy próximos. En los quipus, se registraba el número de jefes de familia; la cantidad de individuos que ocupaban una casa, un ayllu, una saya, un reino, una región; también el monto de animales que les pertenecía; las tierras en descanso y las que estaban en producción; los pastos, minas, bosques, lagos, ríos. La integridad de lo cual era sometido a inspecciones y comprobaciones permanentes. Los recursos humanos y naturales estaban, pues, inventariados.

Aquel exhaustivo conocimiento permitía al Estado asegurarse la totalidad de los medios para poder existir y reproducirse. De ahí que cualquier tipo de mitas era ejecutado a nombre del sapainca, que personificaba al dios Sol y al Estado, hecho que le facilitaba sacar enormes rentas del territorio, para lo cual imponía prestaciones de toda clase: para cultivos, pastoreo, caminos, puentes, tambos, represas, andenes, transportes, construcciones múltiples, chasquis, levas militares, etc. En lo que respecta a la etnia Chupaichu y a la huaranga de Huancayo en Collique, se conoce muy bien lo que “tributaban” al Estado y a las divinidades.

Por consiguiente, como el único recurso efectivo para generar rentas estaba representado por la energía muscular, inspeccionada y planificada de los mitayos, el poder cusqueño no podía accionar ni proyectar nada, si previamente no hacía catastros de los recursos humanos y naturales. Tenía, pues, la necesidad de conocer el número de recién nacidos, de niños, de adolescentes, de hombres solteros y casados, de adultos, de artesanos, agricultores, pastores, ancianos, huérfanos, inválidos, viudos, enfermos, fallecidos. Solo así, podía racionalizar lo inherente a la economía política. De lo contrario, le habría sido imposible movilizar a trabajadores, mitmas, guerreros, acllas. Y eso, únicamente podía establecerlo mediante censos o empadronamientos periódicos, en forma tan completa y puntual que los márgenes de error resultaban realmente imposibles.

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El control demográfico era llevado a efecto por unos especialistas llamados quipucamayos, quienes se auxiliaban para realizar dicha tarea con cuerdas de pelambre, algodón y cabuya, a veces, mezclados con pelos humanos y de venado, debidamente anudados, donde cada uno de los bultitos representaba cifras. En sus registros, empleaban el sistema decimal, el mejor artificio contable, sin que esto signifique que los ayllus y etnias hayan estado, en realidad, divididos en un exactísimo procedimiento numérico de este tipo.72

Lo que se ve es que la preocupación —primordial y auténtica— de la etnia inca era extraer del vencido y conquistado el máximo de energía posible para crear rentas. Así, al invadir y anexar una etnia, el triunfador consideraba a su civilización como superior a la derrotada, a la cual trataba de conservar y reservar en su beneficio. Conquistaba bienes y cuerpos, desvelándose también por convencer a los conquistados de que el sapainca administraba y gobernaba a nombre de los dioses mayores del cosmos andino.

Pero lo paradójico es que el Estado no mostraba interés para que la población aumentara. Prueba de ello es que no favorecía abiertamente las segundas nupcias de todos los tipos de viudas, ni tampoco la disolución de los matrimonios con mujeres estériles.73

Los grupos de edad

La ocupación de las personas, cuyo fin incontrovertible era extraerles un plus-trabajo y un plus-producto, era llevada a cabo en medio de un asombroso control, encaminado no solo a la efectividad de la tarea, sino también a la división social de la misma, de acuerdo a los sexos y a las edades a partir de los cinco años. La división por edades difería según las nacionalidades andinas; pero el ideal cusqueño que, por entonces ejercía el dominio, se esforzó por uniformizarlo mediante las siguientes categorías:

72. Guaman Poma 1615: 358r-364v. 73. Baudin 1928: cap. IV.

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VARONES

De 25 a 50 años MUJERES

1.Aucacamayoc. Mita agrícola. Artesanos.

Mineros. Ejército. Mitmas. 1.Aucacamayo huarmin. Tejedoras de cumbi (tapicería) para el Estado.

De 50 a 80 años

2.Puricmachus. Leñadores. Servicio de limpieza en las casas de los nobles. Camareros.

Despenseros. Porteros. Quipucamayos.

Lacayos de la aristocracia. 2.Payac-cuna. Tejedoras de auasca para el

Estado. Porteras. Despenseras. Camareras.

Cocineras. Mayordomas. Criadas de acllas.

De 80 a más años

3.Roctomachu. Por lo general, descansaban; pero quien podía trenzaba sogas, cuidaba conejos y gatos. Los preferían como porteros de los acllahuasis y casas de coyas y señoras mamacuracas. Otros trabajaban en sus chacras. Eran los narradores de mitos, leyendas y cuentos. La comunidad les pedía su consejo. 3.Puñocpaya. Por lo usual, no hacían nada.

Pero, a quienes podían las dedicaban como porteras, acompañantes, tejedoras de costales criadoras de conejos y patos, cuidadoras de niños. Despenseras y porteras de las señoras de la aristocracia regional y estatal.

De cualquier edad

4.Aquí estaban comprendidos los enfermos crónicos, lisiados, cojos, mancos, tullidos, mudos, ciegos, enanos, baldados, idiotas u opas y locos, tanto del sexo masculino como del femenino; sin embargo, no se les dispensaba a quienes podían desempeñarse en actividades apropiadas a su estado. Los enanos, por ejemplo, se desempeñaban en la bufonería y chocarrería; los mancos, como lazarillos; los tullidos, como quipucamayos y tejedores. Los enanos con dotes histriónicas eran reclutados por orden del sapainca para que divirtieran a sus esposas y otras señoras de la corte. Mientras que los enanitos jorobados eran preferidos como pajes de señoras y señores, por creer que traían suerte. Precisamente, el dios Equeco, que velaba por la buena fortuna de la gente, ostentaba una figura de jorobado.Lo mismo sucedía con las mujeres pertenecientes a este grupo: las que podían se encargaban de labores textiles, de bordado, confección de chumbis y winchas (fajas y cintas), preparación de potajes en las cocinas de algunas familias nobles, a quienes eran donadas.

De 18 a 25 años de edad

5.Sayapayac. Chasquis. Pastores. Guerreros.

Mitayos. 5.Allin suma sipascuna. Acllas para ser regaladas a los nobles y otros privilegiados.

De 12 a 18 años

6.Mactacuna. Caza de aves y disecación de su carne. Obtención de plumas. Participación en el ayni interfamiliar y mingas del ayllu.

Servicio al curaca. 6.Rotuscatasca. Hilado. Pastoreo. Tareas agrícolas en las tierras de los señores.

sigue...

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viene... De 9 a 12 años

7.Tocllayoc huarnacuna. Caza de aves.

Obtención de plumas. Hilandería.

Pastores. Leñadores. Muchachos de mano o mandaderos de las autoridades. Pagua pallac. Recojo de flores tintóreas. Recolección de yerbas para la dieta familiar y de los señores. Podían ser llevadas a la Capacucha: sacrificios humanos.

De 5 a 9 años

8.Pucllacoc huaracuna. Ayudantes de sus padres, por lo común, cuidando a sus hermanitos menores. 8.Pucllacoc huarmi huanra. En lo mismo que los varoncitos y, además, en las labores de la cocina. También como pajes de las señoras nobles.

De 3 a 5 años

9.Llullollocac huanracuna. Fuera de la producción. Niños dados al juego y para que otros los atiendan y cuiden. 9.Llucac huarmiguagua. Igual que los niños de su edad.

De 1 día a 3 años

10.Guagua quiraupicoc. Bebitos de teta. 10.Llullu guagua huarmi. Igual que los bebitos de su edad.

Las relaciones asimétricas de trabajo

Como se habrá podido apreciar, estaba nimiamente reglamentado para que todos produjeran, de los cinco a seis años para arriba; pero el mayor peso del trabajo productivo en provecho del Estado recaía —es innegable— sobre los hombres y mujeres de 18 a 50 años de edad.

En conclusión, mitayo era el hombre casado con o sin hijos. Mientras estuvieran solteros, aun en el caso de tener prole, no podían ser reputados ni reclutados como tales. A los viejos de 50 años para arriba, inclusive en la coyuntura de estar matrimoniados no se les consideraba como mitayos. Pero en ocasiones en que sus hijos solteros tuvieran de 16 a 20 años, estos habituaban colaborar ayudando a sus padres adultos.

El número de años fijados en el cuadro anterior a cada grupo de edad es aproximado, deducido de lo que consta en las principales crónicas de los siglos XVI y XVII. Las cifras exactas son desconocidas por las razones ya alegadas. Ninguno de los señalados para ella, podía escapar a los deberes de la mita, porque sin prestaciones de este tipo el Estado se habría visto com-

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pelido a detener su marcha. Paralizar la mita o consentir que escaparan de ella, hubiera forzado a declarar al país en “recesión”. Por eso, para quien se negaba a mitar tuvieron que reelaborar un drástico derecho penal, aparte de acusarlos de “ociosos”. Se asegura que fue Huayna Cápac quien impuso más ímpetu para el funcionamiento del trabajo con el fin de producir más excedentes al Estado.74

Únicamente los que cumplían mitas de servicio militar, es decir, los que permanecían ocupados en las expediciones de conquista, represión y guarnición se hacían acreedores a estupendos privilegios: obsequios de ropa, esposas, comidas, coca, joyas, etc. No quedaban, además, constreñidos a otras prestaciones para las que se exigía entrega de energía física. Ahí estuvo la razón para que muchos hombres prefirieran servir como soldados del Estado y no como mitayos agrícolas, ni ganaderos, ni constructores.75

Las diversas categorías de trabajo en utilidad del Estado y de los señores recibían, pues, el nombre de mita, la cual no debe ser confundida con la minga, por cuanto esta constituía el trabajo obligatorio, no en beneficio del poder, sino en provecho de la comunidad o ayllu que urgía una serie de obras de infraestructura. Tampoco hay que involucrarla con el ayni que era el préstamo de trabajo al pariente o al vecino, con cargo a reciprocidad idéntica. A nivel de runas, no había entrega de plus-trabajo ni de plus-producto; aquí las relaciones eran de igual a igual, sin explotación del hombre por el hombre. Las asimetrías comenzaban a percibirse cuando las relaciones de producción se presentaban entre comuneros o atunrunas y el poder local o imperial, en lo cual, naturalmente, la aristocracia dominante acaparaba lo mejor y la mayor parte.

Hay que tenerlo muy en cuenta para no seguir cometiendo los errores en que cayeron los estudiosos hasta la generación anterior a nosotros, que confundieron los conceptos y las figuras, al extremo de entender y definir la mita como un trabajo comunal que habría caracterizado al Estado del Tahuantinsuyo como una sociedad colectivista o comunista-agraria.76 Efectivamente, así lo era, pero solamente en sus relaciones dentro del ayllu o comunidad campesina, jamás a nivel del Estado imperial. Este —como se ha visto— confiscaba tierras, pastizales y rebaños a los intervenidos y, en

74. González 1556: 1-18. 75. Murúa 1600: 168. 76. Mariátegui 1928: 30-84.

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