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3. Los intercambios y monedas

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Lo expuesto en páginas atrás, trata de lo que podríamos denominar la mita formal. Pero, al lado de ella, se aplicaba otro sistema de trabajo que salía de los cánones ordinarios. Al respecto, vale citar lo que hizo una vez Huayna Cápac cuando paraba en Tumibamba y le llegaron noticias de un conato de sublevación gestado por ciertos señores de algunos ayllus de la comarca del Cusco. Su irritación fue tan tremenda que dispuso la captura e inmediata decapitación de los corifeos, en tanto que a los miembros de aquellos ayllus los sentenció a transportar piedras del Cusco a Tumibamba para la erección de aposentos. No fue una labor tipo mita, es decir, por turnos de cuadrillas de trabajadores, sino una faena larga, pesada y agotadora. Constituía parte de las medidas extremas que a veces imponían para sojuzgar a las multitudes, sin réplica de nadie. Era común deshacer cerros y rocas para transponerlos a otro lugar como medida punitiva. Lo que explica el por qué en Quito se veían edificios erigidos con pedregones cusqueños.84

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3. Los intercambios y las monedas

Existían formas de conseguir cosas necesarias, pero que no se podían producir por sí mismos. Entonces, se echaba mano de la figura del trueque, de las equivalencias, de algunos productos a los que les habían otorgado el valor de monedas, lo que vale decir, monedas mercancías; y, en determinados lugares de la costa norteña y central, hasta de determinadas hachuelas de cobre que llenaban algunas de estas funciones, ya que con ellas medían el valor de sus bienes y servicios.

Además, funcionaban contexturas periódicas de intercambio de bienes y de servicios. Justamente, uno de los papeles del intercambio era facilitar el proceso productivo, por cuanto permitía que los actores de la producción recibieran sus recompensas en bienes distintos de los que producían. Otro de los cometidos del intercambio era complementar los recursos de la comunidad.

Habría que distinguir entre el intercambio “interior” y “exterior”. El primero no solamente incluía el intercambio de regalos y trueques entre los miembros de un ayllu, estrechamente organizados, en especial, entre grupos de parientes de las comunidades de aldea, sino también el intercambio mediante monedas mercancías. El segundo tipo se refiere al fenómeno general de los mercados, al intercambio con forasteros y a las expediciones

84. Cieza 1554: 297.

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comerciales organizadas. Precisamente, hay información documental sobre la existencia de algunos mercados, con gran importancia en circuitos fijos de aprovisionamiento, con periodicidad y ordenamiento definido. Tales mercados espoleaban la producción. En el mercado de la isla de Plata, en el mar de Manabí, se intercambiaban caracolas traídas de los mares ecuatoriales por cerámica, telas y metales, acarreados en balsas desde del espacio andino. En la “feria” o mercado anual de Yanatile, en la zona del Urubamba, se canjeaban productos selvícolas por serranos; y no en pocas, sino en cuantiosas cantidades, para consumirlos, unas veces, de manera inmediata y, otras, más espaciadamente.

Trocar caracolas de los mares cálidos constituía una necesidad de primera importancia, por configurar la ofrenda preferida por las divinidades andinas dadoras de lluvias y aguas en general, imprescindibles para las gestiones agrarias y pecuarias y la existencia humana en definitiva; por ello, permutar caracolas y mullu era tan importante como trocar ropa y alimentos. Las caracolas conformaban la parte más notable de la vida ritual y económica andina, por lo que se conservaban como riqueza, de la que se derivaba el bienestar y prestigio económico de las comunidades.85

En lo que concierne a la costa centro-norte y al extremo septentrional del Chinchaysuyo (Quito, Caranqui, Pasto), existía una clase especial de mercaderes que ponían en relación a diferentes cuerpos o grupos de productores de costa, sierra y selva. Les atraía, de preferencia, el intercambio de caracolas, fármacos y sal; lo que obtenían en ganancias consistía en otros productos en su beneficio y para continuar con los intercambios.86 Aunque manejaban un lenguaje bastante burdo, los mercaderes eran apreciados por la gente de sus circuitos, por considerarlos oportunos para el aprovisionamiento de productos exóticos procedentes de otras regiones y mares. Pagaban sus tributos no en trabajo, sino con parte de su stock comercial. El Imperio, por su parte, los utilizaba como espías, encaminándolos a lugares que premeditaba invadir y conquistar.87 Por tales razones, en dichas oportunidades eran privilegiados con dádivas y favores especiales, lo que permite deducir que los citados mercaderes se movilizaban libremente ante la admiración de las multitudes.

85. Marcos 1981: 136-154; Valdez 1846: 98-100. 86. Salomón 1984: 398. 87. Cieza 1554: cap. 60.

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En lo atingente a monedas y valor, es un asunto que debe ser tratado con moderación. En las comunidades andinas, se usaba con frecuencia algún medio de cambio puesto en circulación, pero que no era empleado para medir los valores de la totalidad de los productos. Claro que existían varias esferas y circuitos de intercambios, y los artículos de cada uno podían ser calculados o medidos en relación con los otros, pero no intercambiados. Por ejemplo, las vasijas de cerámica y las tacllas o arados modelo tirapíes se permutaban entre sí, pero resultaba imposible canjear tacllas por chacras. El valor de los productos estaba condicionado por muchos factores sociales, tales como la abundancia o escasez o por la cantidad de trabajo requerido para hacerlos, análogamente, por su valor ritual y mágico. Así, a una caracola se le otorgaba más estima que a una modesta ofrenda de papas.

El trueque simple

Pues bien, en el rubro del sistema monetario, hay que mencionar que el trueque llevado a cabo por los agricultores y pastores serranos era mínimo, debido a que las etnias explotaban distintos pisos ecológicos que les permitían autoabastecerse casi de todo y tener pocas razones para canjear bienes con etnias que practicaban el mismo sistema. Internamente, se prestaban trabajo individual o entre familias, unos a los otros, o bregaban cooperativamente, en forma tal que se excluía el mercado laboral.

Solo acaecían intercambios tipo trueque, cuando los nichos ecológicos y las redistribuciones de bienes no abastecían a todos o cuando se carecía de recursos naturales o, mejor dicho, de materias primas para producir lo que necesitaban para su vida cotidiana. Por eso, el comercio serrano no progresaba, a diferencia de la costa norteña y central del Perú, caracterizada por un visible movimiento en la circulación de bienes. En el litoral central y norteño del Perú, los tratos y contratos funcionaban con mucha vitalidad.

De todas maneras, es en la sierra donde se practicaba con más intensidad el trueque, que consistía en el canje de cosas, de preferencia en lugares donde no producían lo que apetecían, como cerámica, adornos de metales preciosos y artefactos de madera, por carecer en sus comarcas de arcillas, minas y bosques, respectivamente. Lo que les compelía a obtenerlos en otras etnias, a cambio de algo que sí producían.

En la referida permuta de bienes, prevalecía el valor de uso y no el valor de cambio, lo que esclarece el por qué para nosotros el trueque es asimétrico.

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